domingo, 11 de noviembre de 2012

8-N

No iba a escribir sobre política, me lo prometí pero no puedo conmigo y en este espacio de cosas tan de uno, las comparto con gente querida.

Aludo al 8-N, así denominado por ciertos sectores que se agobian y agobian con esas nomenclaturas que uno rechaza, pero a la que echamos manos para entendernos; sino diremos que aludimos a una movilización de proporciones que se manifestó en la ciudad de Buenos Aires (desconozco si en otros lares hubo eco, presumiría que sí) para protestar contra el Gobierno.

Porque no hay una propuesta única, siquiera clara en torno a quienes se manifestaron (masivamente, reitero) esa noche de jueves de calor agobiante en la que regresaba a Buenos Aires desde la Provincia en la que ando radicado.

Están en contra del Gobierno, eso es claro y por razones diversas (estilo, inseguridad, inflación, acceso al dólar, estilo presidencial, autoritarismo, populismo gobernante, etc.) sin anclaje en ninguna propuesta puntual: nadie puede arrogarse esa representatividad, aunque pareciera que si surgiese un candidato o una alternativa con chances de reemplazar a Cristina o al kirchnerismo en el (lejanísimo) 2015, se encolumnarían -el grueso de ellos detrás-.

Digamos, para arribar a una primera conclusión que, como ya se ha dicho, lo que demostró la marcha y su desarrollo es que, precisamente, falta de libertades, no hay. Sobran libertades, lo que es bienvenido y aunque sea evidente vale la pena subrayarlo e inferir que muchos de los que decían "sentir miedo" hasta el jueves pasado han de haberlo perdido.

Fue un ejercicio democrático (más allá de eventos deleznables a cargo de sujetos deleznables) que no empañan un comportamiento general que debe celebrarse desde la masividad que comentábamos, aunque anotemos (nada malo hay en ello) que fue socialmente monocolor: como dice mi entrañable compañero Espeche -en quien pienso al escribir, en Isidro Casanova (y tantísimos otros lares) el 8-N no le movió el pelo a nadie.

Escribimos desde donde escribimos, convencidos del acompañamiento (hasta el último segundo, del último minuto, del último día) y ello me compromete a advertir mi discrepancia con la reacción primera de Cristina al día siguiente, cuando dijo -resumiendo su discurso- que el problema no era de ella sino de la oposición.

Disentimos con la querida Presidenta: el problema es de la oposición pero, como todo en estas pampas feraces, también de ella y de su proyecto. Del sistema de gobierno democrático.

Porque la mayoría de esos cientos de miles (y otros tantos que no salieron) siguen anclados en 2001. En el "que se vayan todos", esquema mayoritario en ese tiempo aciago, resuelto para tantísimos que encontramos a partir de mayo de 2003 un espacio político a partir del cual volver a encontrarle sentido a la cosa pública. A sentirnos representados, defendidos incluso, por los gobernantes que lo hacen por nuestro interés, por el interés general.

Opinión que, en lo absoluto, comparten los manifestantes del 8-N, pero a los cuales (parafraseando al honrado y lúcido Edgardo Mocca) el proyecto gobernante tiene que interpelar y -como dicen ellos- escuchar.

Concuerda con el ADN del kirchnerismo que nunca ha sido sectario o excluyente, no obstante tantos (otrora ultra-Ks) así lo pinten.

Soy prueba de ello (anécdotas miserables al margen de índole personal) cuando me sentí convocado por Néstor el 25 de mayo de 2005, en su discurso de Plaza de Mayo, y por Cristina el 11 de marzo de 2010 en su discurso de la cancha de Huracán, cuando dijo (no lo olvidaré): "no pregunten de dónde vienen los que llegan", frase-antídoto de todo peronómetro -o alguna otra ridiculez que se me blande- por mi condición de radical que acompaña con tanta convicción, como tantas veces he escrito en este espacio.

Deben redoblarse, entonces, los esfuerzos por interpelar a quienes con buena fe (son muchísimos) discrepan y piden ser oídos, más allá de la discrepancia que uno les depare por contribuir al interés de quienes deben ser democráticamente doblegados para que este sistema de gobierno sea genuinamente democrático.

Será por eso que, lo que se hereda no se hurta, evoco una experiencia que tuvo al radicalismo gobernante de los '80s como evidencia de la necesidad de contribuir a una mejor y más auténtica democracia, con sus timideces, retrocesos y observaciones que puedan dirigírsele a la experiencia y a su líder, Raúl Alfonsín, a quien tanto se quiere en este espacio.

Recuerdo una reflexión del inolvidable Gallego (cuyo legado nada tiene que ver con el móvil del 8-N y las alquimias electorales que cocinan algunos de sus herederos, en mi humilde opinión) acerca del peronismo de ese tiempo, en estado de shock ante la derrota inimaginable de octubre de 1983, adversidad que dividió a ese movimiento entre ortodoxos (no recuerdo su denominación, admito) en cuyas filas militaban Vicente Saadi, Herminio Iglesias, Lorenzo Miguel y tantos otros y los renovadores, con Antonio Cafiero, José Luis Manzano, Carlos Grosso, José Manuel de la Sota y, por supuesto, Carlos Menem.

Decía Alfonsín, en el ocaso de su vida, que esa circunstancia era una (entre tantísimas) que más le preocupaba desde la experiencia que había vivido como Diputado Nacional el tiempos de don Arturo Illia cuando desde el partido gobernante se debía responder al desafío de dos peronismos que se disputaban entre sí cuál de los dos era más opositor, y por tanto, representativo de esa fuerza política. Y concluía, destacando que uno de los aciertos, y legados, mejores de su experiencia a esa democracia enclenque había sido la "mano tendida" de ese radicalismo que se comía los chicos crudos, a la unificación y recuperación del adversario, gesto que ha sido reiteradamente reconocido (incluso en eso años) por esos dirigentes, Antonio Cafiero a la cabeza.

El extenso introito, espero, va delineando lo que pienso de las advertencias que nos deja a todos el 8-N y la orfandad de un sector considerable de la oposición en la representatividad política del país, de cara a las disputas que se vienen y, como en todos los otros terrenos de este país institucional y literalmente arrasado, es responsabilidad y tarea del gobierno de Cristina Fernández (y de quienes la acompañan, desde ya) contribuir a la viabilización de condiciones que auspicien un acercamiento (desde posiciones muy claras e irrenunciables) con las fuerzas políticas representativas de la oposición, no sólo para dar con consensos puntuales y específicos -de urgencia en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires- sino a su vez, para elevarles el rango de su representatividad y potencialidad gubernativa.

En el afán de sumar a tanto desnortado al sistema democrático, esquema que excede con creces a una representación u opción política sino que nos concierne a todos, en el cual la inmensa mayoría de los participantes del 8-N quiere ingresar y sentirse parte y está en nosotros, en nuestro proyecto, permitírselo.

Muy especialmente, en el conocimiento de que los antepasados del grueso de los manifestantes, quienes, casi sin excepción, tributaron y acompañaron las experiencias más dolorosas de nuestra breve (y tan triste) historia.

Reflexiones, en suma, nacidas de intuiciones, convicciones, ideas, conciencia de clase, incluso. Claridad que en muy buena medida le debo a alguien que ha sido (y espero que siga siendo) muy importante para mí, a quien se dedica esta página con afecto indeleble, en la advertencia de que a las palabras se las lleva el viento.

A mi profe, Alberto Filippi.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El Orangután.

"El aluvión zoológico del 24 de febrero 
parece haber arrojado 
a algún diputado a su banca, 
para que desde ella maúlle a los astros 
por una dieta de 2.500 pesos. 
Que siga maullando, que a mí no me molesta."
Diputado Nacional Ernesto Sammartino,  Cámara de  Diputados de la Nación,  7/8/1947.

"Es un provocador profesional este Andrés Larroque. 
De derechos humanos debe conocer lo mismo que un orangután".
Diputado Nacional Ricardo Gil Lavedra, 1º/11/2012.


La sanción de la ley que permitirá votar a los ciudadanos y ciudadanas que el año que viene hayan cumplido 16 años, dio pie a intercambios poco felices entre diputados de uno y otro y sector; generados a partir del discurso del legislador oficialista Andrés Larroque, quien aludió al "narcosocialismo", cruel chicana contra el gobierno santafesino que enfrenta un dilema no muy distinto al del común de los gobernadores del país: tener en las filas de las fuerzas de seguridad a gentes involucradas en el tráfico de drogas.



Lo de Santa Fe y su jefe de policía es gravísimo, salpica al gobierno socialista de esa Provincia, aunque creemos en esta página modesta que vincular al gobernador Bonfatti y a su antecesor Hermes Binner con el narcotráfico, constituye una injusticia demasiado subrayada.

Al calor de un discurso pronunciado en un clima cladeado, quizás Larroque se dejó llevar por el entusiasmo que lo embargaba y cargó de ese modo contra quienes merecen muchísimas observaciones y críticas (que podríamos relacionar con sus convicciones, coherencia, coraje, etc.), mas no la deslizada con tanta eficacia.

La referencia hiriente, derivó en la salida de (casi) todos los diputados de la oposición, a modo de repudio, mereciendo al día siguiente expresiones menos dolientes que ofensivas al diputado ironista y al grupo al que pertenece: "La Cámpora",  bette noire del frente que gobierna el país, al paladar de "Clarín", principal usina de la oposición a esa gestión que va por un todo o nada preocupante que pareciera despreocupar a tanto republicano indignado con Larroque.

Uno de ellos ha sido el diputado Ricardo Gil Lavedra, quien aludió a los primates para descalificar a Larroque, como plasmamos en la cita del inicio.


Que nos hizo evocar una de las más desafortunadas que se hayan oído en el recinto en el que trabajaba Gil Lavedra en tiempos del primer peronismo, a cargo de uno de los dirigentes más desafortunados del Partido de Gil Lavedra y del boludo que escribe (muy a su pesar, casi siempre): Ernesto Sammartino.

Sammartino, expresó entonces (en agosto de 1947)  el desprecio de clase que el peronismo emergente ocasionaba en vastos sectores que, aunque a caballo de un inexistente nazi-fascismo de Perón, reaccionaban ante la irrupción (o retorno post expulsión en septiembre de 1930) de las masas populares en el gobierno; ese subsuelo sublevado, según la definición exquisita de Raúl Sclabrini Ortiz.

No se quedó ahí, Sammmartino.

Si bien debe consignarse que (al igual que tantos radicales de entonces) no la pasó nada bien en tiempos de Perón, vuelto al país tras septiembre de 1955, supo enrolarse en los sectores más reaccionarios de la UCR que la soñaban como trinchera de contención a toda vuelta posible del peronismo a la escena pública.




Su odio, el de Sammartino, era tal, que en ocasión del intento de Juan Perón de regresar al país en diciembre de 1964, despertó a Luis Caeiro (entonces Secretario de Prensa del presidente Illia) para dirigirse a Ezeiza, armado con la finalidad de: "cagar de un tiro al tirano si ponía un pie en suelo patrio", referencia que el propio Caeiro me confió al entrevistarlo en agosto de 1998.

No obstante alertamos sobre deslices y dislates, no creemos que Gil Lavedra sea un heredero de Sammartino (sayo que le calzaría a la abominable Cochonga Carrió), su historia personal, su trayectoria política marcan un sentido contrario, sólo que desde este humilde espacio advertimos al radicalismo popular y democrático acerca de determinadas expresiones y muy especialmente del rol que decida ocupar en los meses, las semanas y los días cruciales que se vienen.