jueves, 21 de noviembre de 2013

Moreno.


Se fue Moreno de la Secretaría de Comercio Interior de la Nación, para alborozo de tantos y tantas. Por fin, la bestia negra de todo opositor al Gobierno Nacional, abandonó la función pública.

La magnitud de tanta dicha se evidencia al escuchar tanto comentario laudatorio de quienes encuentran alivio en una caída esperada hace rato.

En muchos casos no se entiende bien por qué. Porque nadie como Moreno defendía los intereses de esos muchos, como nadie lo había hecho desde hacía añares.

A otros menos, pero muchísimo más poderosos, los jodió demasiado Moreno, entre ellos a los muchachos del grupo Clarín, a cuyos mandamases les dijo en la cara que eran unos parásitos, que debían tener algo de decoro y evitar auto-regularse ingresos asiáticos (en blanco, porque el negro el de tales ingresos -viáticos, gastos de representación, cometas- reunían una suma de muchísimos ceros más). Puesto a hablar claro, Moreno lo hacía y habló claro en una asamblea de accionistas de ese grupo, ganándose el odio de sus dirigentes y de tanto amante de la prensa libre que pulula por estos lares.

Asamblea en la que Moreno tuvo voz y voto como representante del gobierno, accionista de ese grupo, en virtud de haber  recuperado el Estado Nacional los fondos de los laburantes otrora rifados a la timba de las AFJP, proceso ideado por Amado Boudou por tal, bestia blanca de la oposición al kirchnerismo.

En esta trincherita, de confesiones íntimas, aún asumiendo ciertos errores que ha cometido, queremos a Moreno y escribimos para despedirlo (si cabe) y dejar testimonio de nuestro aprecio hacia un tipo honorable. Aprecio que contrasta con el afecto de otros por estos días, hacia tanto tibio, tanto idiota, tanto traidor y en especial de la elevación a la idolatría de cierto extorsionador de zapateros o de una perversa que la va de loca.

A Moreno lo queremos, escribimos, porque lo sabemos honesto como pocos.

Si tuvieron que inventar hace poco una nota patética (patetismo que da cuenta el desprecio a la inteligencia de sus destinatarios por parte de quienes pergeñaron la nota, el mismo desprecio -dicho sea de paso- de Ernesto Tenenbaum a su platea: no es verosímil tanta pelotudez en ese muchacho excedido en juventud).

Nota que me hizo evocar otra de la revista Caras en tiempos de Alfonsín, que informaba de una casa que el Presidente estaba construyendo en Galicia, con canillas de oro o algún detalle para consumo de la gilada.

Porque a la gente honrada, como Moreno, como Alfonsín, suele ocurrirles que para ensuciarlos le inventan lo inverosímil, vaya uno a saber por qué.


Escribo Alfonsín y a partir de su evocación recuerdo a Juan Carlos Pugliese.

Para quien tengo el recuerdo más afectuoso, hecho de cariño y de coincidencias políticas, hacia quien fue el primer candidato que voté en mi vida, allá por octubre de 1991.

Pugliese, que cuando todo se derrumbaba a mediados de 1989, aceptó el Ministerio de Economía que le había ofrecido (como una carta desesperada en ese final tan cruel) el presidente Alfonsín.

Tenía 16 años el que escribe y recuerda haber mirado un noticiero, a la espera de la finalización de la reunión del ministro Pugliese con los capitanes de la industria. Y recuerdo al maestro, salir de la reunión, con las huellas del cansancio (y del fracaso) en el rostro. Empequeñecido, se prestaba a enfrentar a los reporteros.

"Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo", dijo como resumen de una reunión que marcaba el principio del fin.

Y uno al recordar con afecto a Pugliese, lo aprecia más a Moreno y por eso lo despide: porque el Secretario que se fue a partir de su concepción social de la política, de sus convicciones, de su coherencia, tuvo muy claro a lo largo de toda su gestión que con determinadas personas nunca (pero nunca) se habla con el corazón.