sábado, 21 de agosto de 2010

Elogio del perejil.



“Te extraño”, primera ficción de Fabián Hofman, es una película que propone ante todo, una refutación a cierta opinión –sino instalada, corriente- que postula la saturación en la filmografía local de producciones relacionadas con el terrorismo de estado de los años ’70.

“Javi” (a cargo del debutante Fermín Volcoff), personaje sobre el cual gira la trama, transita el duro tiempo del inicio de la adolescencia eclipsado y subyugado por su hermano mayor “Adrián” (Martín Slipak), de unos 20 años a quien admira –sino algo más, según parece sugerir la lente de Hofman-, secuestrado a poco de producirse el golpe de estado de marzo de 1976.

La paradójica lateralidad del personaje central en su entorno, aparece como la arista más lograda del filme, así como los límites que, en cuanto al relato, aparecen demarcados por la percepción de “Javi” de los acontecimientos que van configurando la íntima tragedia en cierne.

Nada más que lo sabido por el adolescente protagonista de la película conocerá el espectador, lenguaje que me permito asociar con el utilizado por Marcelo Piñeyro en: “Kamchatka” (producción de 2002), que abordó la misma temática.

Es, a su vez, la primera expresión que hace foco en el segmento menos apreciado (por propios y extraños) de la militancia montonera: los “perejiles”, designación de los adherentes cuya participación no suponía un involucramiento con las armas, manejo que –ante un pedido concreto de parte de “Javi”- su hermano mayor considerará inconveniente, relegándolo a tareas, aunque riesgosas en el contexto de la represión creciente, menores.

Impuesto el exilio mexicano, durante el cual “Javi” se reprochará íntimamente la reciente desaparición de su hermano, al recordar cada detalle de la última noche que ambos compartieran, cuando “Adrián” le confía su pálpito del desenlace trágico al que se enfrentaría la mañana siguiente. Durante su estancia en México padecerá a su vez al desprecio de dos compañeros de militancia de "Adrián", quienes le ratificarán su calidad de “perejil”, al carecer del coraje (las “bolas”) del ausente.

La convincente actuación de Fermín Volcoff presenta, desde una inexpresividad acentuada, la traducción de la confusión de su personaje, como de un cinismo asordinado: si “Adrián” se enfrenta a la muerte cantando (la lente de Hofman registra en esa secuencia un primer plano de su rostro, en procura de contener hasta el menor detalle), en el hermano menor todo es abulia, sea al realizar una pintada política en el baño de la escuela, fuera durante sus primeros escarceos sexuales en Buenos Aires y en México.

La producción de Hofman, asimismo, propone la reflexión (y el recuerdo, en este caso en clave personalísima) de aquella etapa cruel mediante un discurso claramente influenciado por los paradigmas establecidos en estos tiempos en el tratamiento de una retrospectiva de ese tipo.

El viraje discursivo político verificado en materia de revisión de lo acaecido durante los ’70 a lo largo de los años transcurridos desde 1983, resulta tan pronunciado como el contraste que puede verificarse entre el discurso de: “La noche de los lápices” de Héctor Olivera, filmada a poco de iniciado el gobierno de Raúl Alfonsín, con el que propone: “Te extraño”.

Si aquélla omitía el involucramiento de las jóvenes víctimas de la policía de Camps con las militancias armadas, en procura (tal vez) de forzar la empatía de una audiencia entonces refractaria de todo tipo de violencia política; la de Hofman, en cambio, desde el vamos da cuenta de un compromiso de ese tipo por parte de los jóvenes hermanos protagonistas.

Constituida por un discurso potente, con méritos ostensibles desde la dirección y una ambientación cuidadísima de la época reflejada, cimentada en un elenco sólido, en el que se destaca una sorprendente Edda Díaz en el rol de la bove de la familia judía sumida en la tragedia, “Te extraño” merece ser vista y repasada, posibilidades que aparecen acotadas desde que su exhibición se encuentra circunscripta exclusivamente a una sala de Buenos Aires.

Particularidad ésta, que da cuenta de la resistencia de las cadenas de exhibición en una revisión como la que auspicia “Te extraño”, que viene a ratificar a su vez la necesidad de futuras producciones destinadas a repasar un pasado demasiado presente.

domingo, 15 de agosto de 2010

Tinelli, según Sirvén.



Leemos en la edición de “La Nación” de hoy, bajo el título. “Tinelli, el espejo en el que nos reflejamos” (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1294741) , a cargo de Pablo Sirvén:

“Su vigencia ininterrumpida (la del individuo Tinelli en la televisión) y con tan alta e incondicional repercusión, ¿acaso no habla más de nosotros mismos que de él? ¿Qué vemos en Tinelli que tanto nos fascina como para no cansarnos siquiera con el paso de las décadas? ¿Y cuán funcional ha resultado indirectamente para las políticas dominantes durante su larguísimo reinado?”

De la nota, con la cual discrepo de plano, destaco en primer término el estilo elegante, reflexivo, mediante el que analiza el engendro inmundo que propalan Canal 13 y sus repetidoras –anche aquellas que aparecen enconadas desde el discurso- alejado de aquel que imprime a las columnas dedicadas a los espacios que tratan con adherente fervor e incluso amable mirada crítica al proceso político iniciado en mayo de 2003.

En el colmo de su furor anti-K, supo desde esa tribuna equiparar al tendencioso, aunque eficaz “6-7-8” con el noticiero “60 minutos”, emitido desde el mismo canal durante la dictadura militar.

Sin embargo, decíamos, decide Sirvén recorrer el camino del análisis mesurado al evaluar el programa de Tinelli, actitud que denota, cuanto menos, alguna empatía del crítico de espectáculos con el conductor y su producto, desde una mirada de inconcebible respeto.

Porque creo, Tinelli es irrespetable.

Puede concederse que ha sabido hacer dinero en detrimento del buen gusto, la ética más charra, la elemental consideración al público que lo sigue y en este sentido debo reconocerle alguna honestidad, sino un cinismo expresivo: la sonrisita contenida mediante la que subraya algún gag o segmento de su engendro televisivo traduce sin disimulo su desprecio a la audiencia.

Que Sirvén analice con ecuanimidad, sin adjetivos, a la bazofia, desde quien se ocupa del espectáculo es especialmente irritante dado que la mera vigencia de Tinelli y su producto ocupa un lugar que podría ser honrado por otros exponentes que hicieran de su profesión algo cercano a la dignidad, ofrendándose el “prime time” televisivo a un producto de esa estofa.

Se propone –aún desde la generalización- que ese engendro nos representa o refleja lo que somos, hipótesis que horroriza de sólo pensarla, desde que pongo en duda –por todas las canallerías que se propalaron- que el común de nosotros pueda ejecutar, siquiera pergeñar, la burla elaboradamente cruel que a instancia de Tinelli el parásito vocacional Alé perpetró hace unos meses en la isla de Apipé, mortificando –en el marco de una “jodita”- a sus habitantes con desalojarlos de las tierras que habitan.

No hay identificación alguna de la audiencia y Tinelli, aquella es apenas cautiva de las posibilidades que propone la televisión.

No puedo evitar relacionar esta última idea con lo que dijo Víctor Hugo Morales al justificar al “Fútbol para todos”, que para millones es la posibilidad de eludir el tedio de un domingo sin nada que hacer, porque generalmente el dinero escasea. Es la televisión un divertimento sino gratis, muy barato, al alcance de las mayorías.

Las cuales, a su vez instadas por un poderosísimo aparato comunicacional no opone resistencia al seguimiento de lo que se le ofrece a diario, en el caso que tratamos, un producto degradante hecho por un inescrupuloso mercachifle de miserabilidades.

Pelotazo en contra.



Hubo un tiempo (que fue hermoso y fui libre de verdad, diría Charly) durante el cual justificaba cierto temperamento de difícil digestión del Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno.

Lo hacía evocando a un dirigente de mi partido, muy respetado por mí: Juan Carlos Pugliese.

La relación que trazaba entre Pugliese y Moreno, hacía pie en la célebre frase que aquél pronunciara a la salida de una reunión celebrada con los entonces denominados “capitanes de la industria” durante su fugaz paso por el Ministerio de Economía, cuando el gobierno de Alfonsín se caía a pedazos.

Decía, justificándolo, que Moreno tenía muy en claro que a ciertas personas no se les habla con el corazón.

Por tanto, Moreno, quien escribe y el grueso de quienes vivimos en este sufrido país sabemos bien que aquellos que dominan sus variables económicas no hacen de su vida un ejercicio filantrópico, como por caso, Juan Carr.

La reflexión viene a cuento a raíz de la intervención de Moreno durante una difundida asamblea de accionistas de la sociedad “Papel Prensa”, en cuyo contexto (según el registro fílmico emitido profusamente por el canal de noticias TN) lució unos guantes de box, mientras sostenía gritando como un energúmeno que ni él ni sus acompañantes varones (cualidad que entendió oportuno resaltar) firmarían acta alguna correspondiente a dicha asamblea, además de proferir unas cuantas insensateces como para robustecer cierta idea instalada acerca de su desequilibrio.

Considero, consideramos unos cuantos, importante la puja que el gobierno nacional viene sosteniendo ante el multimedios “Clarín” y la trascendencia que para la calidad del sistema democrático futuro supone su victoria.

Es una pelea que exige nervios acerados, mirada atenta y cuidadosa elección de medios y tácticas, siendo que hay demasiado en juego.

Por tanto, aparece inconcebible –siempre que a la pelea se la quiera ganar- que se eche mano a un personaje que la juega de adolescente pícaro y no hace más que llevar torrentes de agua al molino enemigo.

Que tendrá algunas cosas en claro, aunque ante el desafío que enfrenta la gestión que integra aparece como un patético pelotazo en contra.

lunes, 9 de agosto de 2010

Estado de inseguridad



A través de la edición de “Página/12” de ayer, me enteré de que el temible sujeto que dirige la Iglesia Católica Argentina, Jorge Bergoglio, invocó al patrono de los desocupados, San Cayetano, aunque en este caso no hizo hincapié en el flagelo de la desocupación que asoló a nuestra sociedad durante muchos años, sino en pro de otras falencias.

Más explícitamente leemos en “Clarín”: “En un momento en que la sociedad está muy sensibilizada por hechos delictivos de singular violencia, la problemática de la inseguridad se coló en la tradicional celebración de San Cayetano, patrono del pan y del trabajo. En la misa central oficiada en las puertas del santuario del barrio porteño de Liniers, delante de numerosos fieles, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, imploró ayer protección al santo ante “la inseguridad que produce tanta violencia desatada en nuestra sociedad”.

"Las palabras de Bergoglio fueron pronunciadas luego de que –entre otros hechos luctuosos– una joven embarazada fuese baleada tras retirar dinero de un banco, en La Plata. Y de que el bebé que estaba gestando muriera tras una batalla por sobrevivir. Así, el cardenal se hizo eco de la gran preocupación por la inseguridad que mostraron los fieles en sus peticiones y que se reflejaron en el lema de la festividad de este año: “San Cayetano: Caminamos con fe pidiendo tu protección” (http://www.clarin.com/sociedad/San-Cayetano-Bergoglio-proteccion-inseguridad_0_313168834.html).

No es el primer religioso que hace eje en la cuestión. Recuerdo al rabino cool Sergio Bergman proponiendo un cambio a la letra que Vicente López y Planes consagró para el Himno Nacional Argentino, cuando propuso aquello de: “Oid mortales el grito sagrado, seguridad, seguridad, seguridad”, sin sonrojarse.

Esta mañana, puesto a arruinarla como de costumbre, escuché la última hora de: “Magdalena tempranísimo”. Luego de escuchar a un reportero que con minucia describía la ordalía de un vecino del barrio de Saavedra que acabó muriendo de un infarto al descubrir a los intrusos en su vivienda (experiencia, por cierto horrenda) presté atención al informativo de las 8.30 horas, cuyas cuatro primeras noticias (entre ellas la del robo en Saavedra) cubrieron hechos delicitivos, la muerte cruel de Isidoro, a la cabeza.

Leo en “Twitter” que don Eduardo Duhalde postula que Néstor y Cristina Kirchner: “no alcanzan a entender la magnitud del problema de la inseguridad”.

Recuperada la economía, superado el affaire Pérez-Redrado, incuestionada la “muerte institucional” proclamada por cierto sector de la oposición, parece que la clave de la disputa electoral que se nos viene será: “la inseguridad”.

Y es particularmente preocupante que se haga tanta alharaca con el tema, puesto que desde una mirada conspirativa, invitará a la repetición de hechos deleznables como el ocurrido en La Plata que, de cuya perversidad, puede desprenderse alguna elaboración previa.

Lo anticipó el cardenal Bergoglio, el “Clarín” suena cada vez más potente y desesperado, se acompaña esta prédica desde cierta oposición, por lo cual, es razonable temer, meses venideros complicados.

viernes, 6 de agosto de 2010

Endúlzame que soy café.


Lo dijimos muchas veces y no está demás volver sobre aquello de que corren tiempos interesantes desde la política.

A despecho de otros –demasiado recientes- durante los cuales la política aparecía condenada a la administración de intereses económicos impuestos por los poderes establecidos y consolidados a partir de la última dictadura militar.

Rescatamos un síntoma de esa subordinación desde el rediseño de las secciones del diario “Clarín” durante los años del segundo mandato de Carlos Menem y a despecho de la tradicional clasificación temática del periódico, la sección: “Política Económica” precedía a la de “Política”, para sincerarse durante los meses de Fernando de la Rúa, cuando primeró –lisa y llanamente- la sección: “Economía”.

Fue una época de retroceso democrático, durante la cual se hallaban instalados paradigmas inconmovibles, hechuras de las escuelas económicas monetaristas que imponían reglas, pautas, conductas, decisiones, que la política acataba con obediencia.

Recuerdo al inolvidable De la Rúa corrido por la vaina del riesgo país, a la alianza que lo llevara a esa Presidencia, tan trágica como patética, arrojándose a los brazos de Domingo Cavallo, erigido en salvador de un país al borde del colapso, desenlace provocado y aumentado por la locura criminal de ese personaje abyecto.

Al candidato Eduardo Duhalde, derrotado (entre otras razones) a fuer de su “revolucionaria” propuesta de postergar los pagos impagables de una deuda externa inafrontable.

Decíamos de “Clarín” y la prelación de las secciones de sus ediciones durante la década neoliberal, tiempos durante los cuales se constituyó en un actor económico, hoy cuestionado y acorralado.

De allí que muestre los dientes congregando capitostes de la industria y referentes de la oposición panperonista desde uno de sus referentes más oscuros, más impresentables: el “CEO”, Héctor Magnetto.

Lo anterior viene a cuento a raíz del almuerzo del miércoles que compartió con empinados industriales nucleados en la UIA y en la AEA y con la cena de jueves, en su domicilio del que participaron (según informó “La Nación”): Eduardo Duhalde, Felipe Solá, Francisco De Narváez y el idiota peligroso que gobierna la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Se ha dicho (en especial en el tendencioso, aunque eficaz programa: “6,7,8”) se ha escrito bastante acerca de esos encuentros y, en particular acerca de las motivaciones políticas que empujaron a esos dirigentes a humillarse a la mesa de Magnetto, para subrayar la dependencia económica –anche ideológica- de ellos al poder omnímodo que viene representando “Clarín”.

Si, como parece desde la decisión asumida por aquellos, lejos de ser ostensiblemente perjudicial para las pretensiones electorales de ese tándem, llegara a fortalecerlos ante la sociedad ese indigno “ir al pie” de Héctor Magnetto.

La meses develarán la incógnita, aunque la visita aparece como una ofrenda demasiado costosa que están dispuestos a pagar para derrotar al proyecto gobernante desde mayo de 2003 que a juzgar por tales sacrificios, parece que hoy por hoy, continúa.

De allí las denuncias endebles, baratitas de Felipe Solá en la mesa de Bonelli y Sylvestre, echando un manto de duda acerca de todo aquel que quiera preservarse del bochorno político, distinguiéndose de ese tándem difícil de presentar que es el “Grupo A”. Propone que el cambio de espectro supone (siempre) alguna prebenda: sabrá lo que dice el ex cafierista, ex menemista, ex duhaldista, ex kirchnerista, ex pro y (por ahora, sólo por ahora) “felipista” diputado Solá.

Ante una pregunta algo inesperada, aclaró Solá que las migraciones suponían venalidad siempre que se verificasen en detrimento del sector “opositor” y en beneficio del “gobierno”, al que identificó con el “poder”.

La pobreza del razonamiento (identificar al “poder” con el gobierno nacional, la noche misma en la que compartiría una comida con Magnetto) da cuenta de la poca consideración que “felipista” Felipe Solá tiene por los destinatarios de su discurso.

Volvió sobre el tema, el igualmente tendencioso y eficaz programa “Duro de Domar”, en su última emisión, el amigo de la casa y dirigente bonaerense Fernando “Chino” Navarro, para descabalar lo poco que quedaba de Solá en el marco del bloque que trataba sus (penosas) declaraciones.

En el anterior se había evocado a una persona que quise y quiero mucho: Raúl Alfonsín.

Se convocó a una cantante (“Daniela”, así nomás, a secas), quien en los ’80, integraba el inolvidable grupo: “Las Primas”, gestora años más tarde del hit: “Endúlzame que soy café”.

La buena de “Daniela”, invitada por la producción a ese fin, recordó el romance que –con apenas 20 años- había mantenido con el entonces Presidente de la Nación, Raúl Alfonsín.

Cuando me enteré de la infidencia, me enojé con “Daniela”, preguntándome acerca de la validez de volver sobre una historia antigua, que implicaba a quien no podía defenderse.

Mi temperamento varió al compartir los elogios –de cuño machista, admito- que el Flaco Tognetti prodigó a la memoria del finado: “donde estés, Raúl, te felicito”, dijo, en alusión a lo bien que está (25 años después) la blonda “Daniela”. Me consta que –aún al final de su vida- a don Raúl las (jóvenes) féminas no le eran indiferentes.

Pensé en Raúl, en las debilidades del hombre, en especial en las de los hombres políticos. En aquella versión tan difundida de su arreglo con Lorenza Barreneche, convenientemente dispuesto en razón de su asunción a la Presidencia, que vendría a ratificar su “affaire” con “Daniela”.

De lo molesto que debe haber sido para él y del ultraje que toda esa situación ha de haberle supuesto a ella.

De lo saludable que es vivir en un tiempo con menos hipocresía, lavado de pacatería barata, que en buena medida ayudó el propio Alfonsín en afianzar: desde su ley de divorcio y equiparación de derechos de los hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio.

Y que en estos tiempos se subraya desde la consagración, por caso, de la ley de matrimonio igualitario, un hito en la historia de nuestro país, que expresa un tiempo más sano, más tolerante, mejor.

Tiempos interesantes desde la política.

domingo, 1 de agosto de 2010

El espejismo y el oasis. (Acerca de Arturo Illia)


Oriundo de Pergamino, cordobés por adopción, Arturo Illia antes de asumir la Presidencia de la Nación en octubre de 1963, registraba una extensa actividad política en la Unión Cívica Radical, a despecho de lo que se propone desde algún sector de interés, que lo presenta como una figura ajena a la política, de allí esa mirada angelada (boba, en verdad) que predican quienes lo despreciaron en vida y perpetúan ese desprecio con una mirada perdonavidas.

Desde muy joven, Arturo Illia dedicó su vida a la militancia política en el radicalismo de Hipólito Yrigoyen, ese líder excepcional de discurso absoluto y praxis democrática.

Esa adopción de su parte fue determinante en Illia: de allí el culto a la pobreza que imprimió a su vida; su temperamento político intransigente a la conveniencia de un acuerdo político interpartidario, como su respeto a las libertades públicas. En el terreno económico y social, vale remarcarlo, la concepción de Amadeo Sabattini es igualmente significativa.

La revolución democrática y sus censuradores.

En el sentido que propongo a mi opinión, ayuda una referencia al discurso que pronunciara al asumir la Presidencia de la Nación, que da cuenta de su ideario, un categórico diagnóstico de los males que atravesaba el país en esa época y prescripción de “perfeccionamiento democrático” como remedio para su cura, que se manifestaría sólo si las condiciones de desigualdad social vigentes eran revertidas.

Propuso en ese contexto: “esta es la hora de la gran revolución democrática, la única que el pueblo quiere y espera; pacífica sí, pero profunda, ética y vivificante, que al restaurar las fuerzas morales de la nacionalidad nos permita afrontar un destino promisorio de fe y esperanza.”

Más allá de su firme convicción en la necesidad de llevar adelante esa revolución democrática, a poco de analizar las opiniones de los actores políticos de la época, se aprecia como un grueso error de cálculo la atribución de tal anhelo al grueso de sus contemporáneos. Sin embargo, al reclamar la necesidad profundización democrática, advertía Illia los riesgos de una sustitución totalitaria, por lo que su discurso, bien leído, parecería dar cuenta de una prevención atenta a los riesgos que encerraban las quimeras de sus contradictores.

En el texto “Representación formal y representación real”, de octubre de 1965, el secretario general de la Confederación General del Trabajo, el peronista José Alonso no cuestiona sólo al gobierno de Illia, impugna asimismo al sistema de representación política, proponiendo como alternativa otra de cuño corporativo:

“En nuestro país, por lo menos desde el punto de vista de la ciencia política, partido político no significa representación. Por el contrario, lo que rige en nuestra vida política es el principio de las alternativas funcionales (…) La representación que los grupos sociales asumen de hecho en la vida política de la comunidad, está legitimada por dos aspectos fundamentales. Primeramente el que surge de una cuestión de principios y en orden al derecho natural. Siendo el partido político, en la realidad, una superestructura de conducción casi siempre ad hoc, es evidente que no puede representar aquello que no es posible ser delegado, como por ejemplo los intereses profesionales”.

Por su parte, días antes del derrocamiento del presidente Illia, el editorialista del semanario “Primera Plana”, Mariano Grondona –agudo observador político, eficaz traductor de la propuesta antidemocrática-, reclamará como remedio a las urgencias que el país atravesaba en esos tiempos excepcionales, la instauración de una Dictadura –así, con mayúsucla-.

Sobre la base de la tradición romana, opone el concepto al de la tiranía, de entidad “monstruosa”, con la porpuesta superadora de un dictador como un funcionario para tiempos difíciles. Esa anormalidad política, hecha de “ausencia de inversiones –es decir, ausencia de futuro-, en el colapso de los servicios públicos, en episodios reiterados de rebeldía sindical, en la falta de concordia política e institucional”, no había sido asumida con la energía y el talento necesarios por el gobierno radical, incapaz de dar respuesta a: “la impaciencia colectiva por la inoperancia de un estado antiguo ante un país moderno. Y, también [concluía], el doloroso recuerdo de un gran designio que los argentinos no han perdido de vista, pese a sus dificultades: el designio de construir una gran nación”.

Producido el golpe militar, Grondona lo recibe con entusiasmo juvenil. Publica el artículo “Por la Nación”, en el cual describe la emergencia de Onganía como un acto providencial de “pura esperanza, arco inconcluso y abierto a la gloria o a la derrota”, gesta que se emprendía en nombre de las generaciones futuras, para lo cual no habrían de escatimarse esfuerzos: “la etapa que se cierra era segura y sin riesgos: la vida tranquila y declinante de una Nación en retiro. La etapa que comienza está abierta al peligro y a la esperanza: es la vida de una gran nación cuya vacación termina.” El contraste con la propuesta formulada por Illia al asumir la Presidencia no podía ser mayor.

El poeta Francisco Urondo, aunque en la antípoda ideológica, al igual que Grondona clama por una revolución que juzga urgente y necesaria, mereciéndole la experiencia radical y en especial la figura de Illia un desprecio, a juzgar por el tono de un sarcasmo, demasiado cruel.

En “Hotel Guaraní”, describe la caída del Presidente radical, echado de la Casa de Gobierno como “un borracho fastidioso, anclado en su despacho de bebidas. Y era y estaba en su despacho presidencial; y de nada le valió el boato”.

Recordemos, y mucho se ha escrito sobre ello, que Illia resistió con altivez el desalojo de los golpistas del despacho presidencial en junio de 1966, defendiendo una investidura que consideraba trascendente, alternativa que merece para un impiadoso Urondo la siguiente reflexión: “Buscaba un taxi para irse a su casa, con la solemne, digna, triste investidura, con la música a otra parte. Ni siquiera lo ungieron con la prisión: había llegado demasiado tarde a todo.”

Esa escenificación paródica, hecha de una intransigencia aunque altiva, estéril, da cuenta, parodias al margen, de un estado de cosas demasiado corrompido: “cuánta larva, cuánta lombriz está devorando nuestro cadáver. Sólo la desdicha y esa propiedad de apropiarse –el pobre es odioso aun al amigo, pero muchos son los que aman al rico- que siempre acecha a todo corazón traidor que rendirse no quisiera”, que determina su: “impaciencia por andar degollando a esos palafreneros que sacan a los presidentes de un brazo, de madrugada.”

Sin embargo, la propuesta favorable al quiebre institucional más llamativa y demostrativa del alto grado de desprecio imperante entonces por la legalidad democrática, ha sido la del antecesor constitucional de Illia, Arturo Frondizi.

Tal como lo consigna su biógrafa oficial, a pocas horas de producirse el golpe publicó un mensaje en el que consideraba que: “en la Argentina de 1966 el gobierno de Arturo Illia constituye un anacronismo; es la expresión postrera de una estructura socio-económica que ha perdido vigencia. Empieza un nuevo proceso: el del desenvolvimiento pleno de todas las energías nacionales, el de su integración; es la etapa de la liberación nacional, pero sería un error suponer que este cambio se produce en una transición brusca, se han dado las condiciones para la liberación nacional [insistía] a menos que nos condenemos a la autodestrucción. La inacción, esto que se llama estilo de gobierno a la espera de la solución de los conflictos por el mero transcurso del tiempo, conduce inexorablemente a la desintegración nacional, cuyos signos aparecen en todas partes.” Instalado el gobierno militar, en un panfleto con un título que despejaba toda duda (“Mi apoyo al golpe militar argentino”), volvía sobre su idea de revolución nacional, encarnada en nombre del pueblo, por parte de los militares argentinos.

Por su parte, un Américo Ghioldi divertido expresaba días antes del golpe que: “estamos en un momento de entretenimiento, de ganar tiempo”, quien ya en junio de 1964 confidente de un funcionario de la embajada norteamericana, entendía al golpe militar como: “la casi inevitable y ciertamente la menos desafortunada alternativa.”

Juan Domingo Perón, también recibió la novedad del derrocamiento de Illia con beneplácito.

Entrevistado en el exilio madrileño por Tomás Eloy Martínez confió que el golpe: “para mí es un movimiento simpático porque acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido el país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará. Es la última oportunidad de la Argentina para evitar que la guerra civil se transforme en única salida”, para proponer la frase difundida a sus seguidores de que había que “desensillar hasta que aclare.”

Una apresurada lectura de las declaraciones del caudillo exiliado, pone en evidencia su cariz táctico: la emergencia del gobierno militar, aparecía ante sí como una posibilidad seductora respecto de su vigencia política, aunque encerrara demasiados riesgos, la que era puesta en discusión por parte del líder de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica, Augusto T. Vandor.

Ese desafío había registrado como punto culminante la lucha en la liza electoral con candidato propio ante otro respaldado por el Líder, cuya tercera esposa había sido enviada por aquél a la Argentina para fortalecer las chances de su candidato, quien en abril de 1966 en elecciones en la provincia de Mendoza, superó en votos al sostenido por Vandor.

Esa derrota electoral sumó a aquel temible enemigo del gobierno radical al proyecto golpista: si algún sentido tenía para Vandor ese juego –en la medida que le permitía medir fuerzas con el propio Perón y eventualmente dar el gran zarpazo en la convocatoria de 1967-, había perdido razón de ser.

Las voces disonantes a ese coro golpista fueron escasas como significativas. A la previsible del Comité Nacional del Partido cuyo gobierno había sido derrocado, se sumó la del Comité Central del Partido Comunista, que supo advertir con lucidez los riesgos de la aventura: “Se está, pues, frente a una dictadura militar de tipo fascista [...] destinada a servir no los intereses de la clase obrera, del pueblo y de la nación [...] sino los intereses del imperialismo yanqui, de la oligarquía terrateniente y de los grandes capitalistas. [E]l golpe de Estado en nuestro país forma parte de un vasto plan para imponer gobiernos títeres del imperialismo yanqui en todos los países de América Latina”.

La otra excepción proviene del reformista rector de la Universidad de Buenos Aires –temprana víctima de la represión del onganiato- Ing. Fernández Long, pronunciada no bien se materializó el golpe militar.

El gobierno radical de Arturo Illia había conseguido el prodigio de reunir en apoyo de su caída a José Alonso, Mariano Grondona, Francisco Urondo, Américo Ghioldi, Arturo Frondizi, Juan Perón y Augusto Vandor; un pluralismo negativo –según el certero análisis de Natalio Botana- que alcanzaba en algunas opiniones al mismo sistema democrático, cuyo disvalor se proclamaba paralelamente con la exaltación de un modelo opuesto y superador, se lo denominase: dictadura, revolución nacional o revolución a secas.

El espejismo y el oasis.


El recuerdo colectivo de los años ominosos que siguieron a la caída de Illia, militaron en el rescate de su personalidad y estilo político.

Esa tendencia coincidió con los últimos meses de su vida quien fallecería en enero de 1983, concomitantemente con el final de una dictadura más patética y criminal aún que la iniciada con su derrocamiento.

Su oposición franca a ese régimen militar, en especial su disonante crítica a la aventura bélica de las islas Malvinas, cuya derrota comenzaba a producir efectos, sumado al drástico contraste de su perfil democrático y tolerante con el de los criminales del terrorismo de estado, explican, tal vez, la novedosa mirada favorable a su persona.

Ayudó asimismo, la ponderación sincera que le tributaba el líder del sector de la UCR que emergía de esas ruinas: el radical renovador Raúl Alfonsín, quien llegó a proponer a Illia como presidente civil de transición, no bien se conoció la rendición de Puerto Argentino.

Aunque a destiempo, en esa hora crepuscular, conoció Illia una suerte de reconciliación con una sociedad que lo había maltratado demasiado.

En esa época –y en apoyo de la candidatura presidencial de Raúl Alfonsín- se exhibía en los cines argentinos el documental: “La República Perdida” de considerable recepción.

El guión del filme (a cargo del periodista Luis Gregorich, luego funcionario de Alfonsín) presentaba una versión de la historia argentina a partir del golpe militar de 1930.

Con tono algo maniqueísta aunque eficaz, Gregorich proponía un relato en el cual explicaba la pérdida de la República por obra de la acción destructiva de las dictaduras que habían usurpado el poder a partir de septiembre de 1930 y por la presión ejercida por los factores de poder aliados del partido militar durante los intervalos constitucionales.

El discurso presentaba como modelos antitéticos de aquella constante a Hipólito Yrigoyen y a Arturo Illia, de cuyo gobierno consignaba con fidelidad el registro alfonsinista, definiéndolo como un “oasis democrático”; mirada antagónica al “espejismo democrático” denunciado por sus detractores durante su ejercicio.

Tales caracterizaciones remiten a un paisaje desértico y en mi mirada pueden traducir la verificación de parte de Illia de la soledad en la que se encontraba durante los años de su presidencia en abono de su proyecto democrático.

Ese denominador común tal vez explique su actitud de resignado fatalismo ante los preparativos de un golpe militar orquestado sin disimulo.

Pudo advertir, persevero en la metáfora, la aridez de ese terreno político hostil a la constitución de las bases de una república cuya meta final era aquella “revolución democrática, pacífica y creadora”.

Ello supone una reflexión aun más inquietante e igualmente arriesgada: se habría convencido de que los valores del sistema democrático serían apreciados en su genuina extensión una vez que el modelo opuesto evidenciase en los hechos su inviabilidad política.

En ese caso habría que reconocerle una vis profética.

Sólo la resultante trágica de las experiencias que sucedieron a su gobierno convencieron a una sociedad demasiado desaprensiva al respecto, de la importancia que merecía el resguardo de los valores y creencias encarnadas por ese político democrático y honrado, que por él y por todos nosotros mereció haber sido tratado de mejor manera.


NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

Referencias:

César Tcach y Celso Rodríguez: “Arturo Illia, un sueño breve”, Edhasa, Buenos Aires, 2006.

César Tcach: “Amadeo Sabattini. La nación y la isla”, FCE, Buenos Aires, 1999 y “Sabattinismo y peronismo. Partidos políticos en Córdoba (1943-1955)”, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1991.

Luciano de Privitellio y Luis A. Romero: “Grandes discursos de la historia argentina”, Aguilar, Buenos Aires, 2000.

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