domingo, 9 de mayo de 2021

Intento de despedida a un honorable peronista catamarqueño.

Ayer nomás, me propuse volver a escribir acá.

Un sábado, día de los almuerzos a los que me invitaba mi tan querido amigo Belisario Arévalo, para compartirlos con Duilio Brunello.

Animador de una peña de amigos peronistas, a la cual nos colábamos algunos no peronistas que supimos (y sabemos) refrescarnos en las aguas tormentosas y vivificantes del peronismo.

Recuerdo la primera, hace ya unos doce años (o más): Arévalo, claro, Norberto Zingoni, Miguel de Unamuno, Enrique Mario Mayochi y entre los colados no peronistas: Antonio Salonia, Ricardo Ostuni, Atilio Stampone y este humilde servidor.

Aunque el presidente de esa peña era don Miguel de Unamuno, la voz cantante la llevaba Duilio Brunello.

Fue quien mejor me impresionó: tenía un modo suave de hablar, era de esas personas a la que le sonríen los ojos, generoso y discreto para el elogio; cauteloso para la crítica.

Era un tiempo demasiado absurdo de mi vida. Los mediodías de los sábados eran la extensión doliente de noches canallas, por lo que me perdí muchos de esos almuerzos de aquella peña nutrida. 

Estúpido de mí.

No dejé pasar la oportunidad de reunirme con él y con Belisario unos cuantos sábados del año 2020, cuando mi existencia no era tan absurda, superado el tiempo del encierro pandémico. De octubre hasta febrero de 2021, habré compartido unos diez almuerzos sabatinos. 

Algunos, por mi iniciativa con otros peronistas que sabían quién había sido don Duilio y querían escucharlo: Pablo Casas, Julio Raffo, Sebastián Espeche; tan distintos y tan peronistas los tres, formaron parte de esas tenidas íntimas, perdurables, entrañables. 

Los tres me agradecieron el haberles hecho conocer a Duilio, en respuesta a mi mensaje con la noticia de su muerte, como yo lo hice con Belisario cuando me la transmitió.

Porque Duilio fue mucho más que un testigo privilegiado de momentos cruciales de nuestro pasado reciente quien, con admirable memoria los recreaba.

Desde su primer encuentro con el entonces coronel Perón en Catamarca el 28 de diciembre de 1945; las idas y las venidas en la política catamarqueña durante los años del primer peronismo; su breve y tan intenso paso por el Senado entre 1954 y 1955; su experiencia personal del 16 de junio de 1955 cuando salvó su vida de milagro haciendo cuerpo a tierra; su cárcel durante la dictadura de los "Libertadores" que asolaría al país pocos meses más tarde; los años de la Resistencia y de su relación con José Ber Gelbard; sus viajes a Madrid para entrevistarse con Perón en Puerta de Hierro; las responsabilidades que  le confió el mismísimo Perón a partir de 1973 a la sombra del infame López Rega; su tarea como interventor en la provincia de Córdoba luego de "Navarrazo" de febrero de 1974 (reconocida por todos como un intento de pacificación y concordia, lo que selló el final de su actuación a poco del fallecimiento del Líder); su cárcel de más de seis años en unas cuantas mazmorras de esa dictadura y su reconocimiento político final que conoció a lo largo de muchos años.

Lo notable en Duilio era que nunca hablaba de él, o mejor, siempre que refería determinado acontecimiento lo relataba ubicándose en un discretísimo segundo plano, cuando había sido el dirigente en quien Perón había confiado la conducción del Movimiento.


Por eso, aparece en esta foto histórica la del último discurso del general Perón, el 12 de junio de 1974, que recorre el mundo. Tuve el privilegio de haber recibido una copia del original de su mano.

No fue el único. También me dedicó su libro de memorias, publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas Eva Perón. Es una larga charla con un periodista que supo preguntar bien y escucharlo mejor, editado en 2008.

El testimonio hace pie en su trayectoria política hasta 1955, por una razón que Duilio nos confió: no le gustaba hablar mal de ningún compañero y su juicio demasiado crítico hacia uno de ellos (que tendría una destacadísima tarea más adelante), lo cohibía de publicar un trabajo evocativo del tiempo posterior.

El epílogo es delicioso, y evidencia su devoción por Eva Perón: "Pienso, sinceramente, que el pueblo argentino mantiene un pacto de amor con Eva Perón. Sus exequias fueron las más grandiosas que el país, y quizás el mundo, hayan presenciado en el siglo XX. El multitudinario Cabildo Abierto, al que me he referido, fue una demostración de afecto y lealtad como muy pocas veces se ha visto en la Argentina y le brindó, en vida, el homenaje que muy pocos argentinos han logrado [...]. Es evidente que su memoria se mantiene en crecimiento en las nuevas generaciones de argentinos y es cada vez mayor el interés mundial por su figura. Evita tiene de aliada a la Historia". 

El trabajo, escribía, se centra en su desempeño como funcionario de las diversas administraciones que durante esos años se sucedieron en Catamarca y alguna referencia a su paso por el Senado al epílogo del segundo gobierno peronista.

Por ello, no deja de tener un encanto especial, en particular respecto de nosotros, los porteños, que entendemos a la política nacional como la que se juega aquende la General Paz, desdeñosos siempre de lo que sucede en las provincias.

Y vaya si es crucial comprender lo que se cocinaba en el norte argentino de esos años, territorio desde donde construían sus trayectorias Vicente Leónides Saadi y José Ber Gelbard; ambos, depositarios de la lealtad de Duilio, pareja a la que le tributó al general Perón. 

Lealtad que pagó con la cárcel que se extendió a lo largo de casi toda la dictadura última, finalizada por la resolución de sobreseimiento ordenada por los jueces de esa dictadura, detalle que creo necesario subrayar.

Y que evocaba con mucha dignidad. Sin odios, rencores o quejas altisonantes, lo cual le impactó a mi Cachito y se lo hizo notar. 

Sorprende, le dijo, la dignidad con la que recuerda esa experiencia tan difícil, tan desoladora.

Duilio, por toda respuesta, sonrió.

Descanse en paz, honorable y querido amigo Duilio Brunello.


sábado, 8 de mayo de 2021

El Carapachay.

Me costó, me cuesta, volver a esta escritura, querido diario.

Las razones, muchas. Entre ellas, la sorpresa (desagradable) que la lectura de entradas pasadas me ha generado.

Desagrado nacido de una nueva corroboración de cuán necio puedo ser.

Por más razones que encuentre para justificar esas opiniones necias de hace un año; hoy me avergüenza haber escrito lo que escribí en tus páginas. 

No de todo: la deshilvanada crónica de hechos pasados dirigida a un destino al que nunca quise, no pude o no supe; deja unas gotitas de jugo.

Diré, con auto-indulgencia, que hace un año estaba sumido en lo más profundo de una crisis existencial que (espero) haya contribuido a resolver al tomar una decisión drástica, querido diario.

Decisión que me tiene con un ánimo menos malo, al menos no tan extraviado como el de hace un año cuando dejaba caer torrentes de pelotudez en tus páginas, querido diario.

Vuelto de unos días muy lindos en las islas del Delta del Paraná, las de San Fernando, querido diario, me volqué a la lectura de lo escrito el caballero de la foto, entorchado con uniforme e insignias de General, Domingo Faustino Sarmiento.

Qué personaje, Sarmiento, querido diario. 

Ya sé, te imagino agazapado para caer sobre una reflexión tan evidente, pero no puedo dejar de escribirla de sólo pensar en él. En especial en todo lo que hizo a lo largo de su vida tan azarosa (no exenta de crímenes por él perpetrados) y desde luego en lo muchísimo que escribió.

No escribía lindo, digamos, pero lo hacía con un estilo que era el de él; y el de nadie más. De nadie abrevó para escribir. 

Algo dejaré caer por aquí sobre sus reflexiones sobre el lugar donde una semana de la primera quincena de marzo; un sitio que llamaba El Carapachay y a sus habitantes: carapachayos.

Su fe en El Carapachay era infinita, veía en esa región una suerte de tierra prometida. Expectativa que dio pasto a las más variadas fantasías utópicas, sitio donde vivió, tal vez, sus días más felices.

No sé porqué lo voy a hacer, pero ando con ganas de dejar caer alguna torpeza sobre Sarmiento. Tal vez por aquello que anticipé: Sarmiento escribía. Y cuando el desánimo me vence no escribo. E intuitivamente diré, querido diario, que cuando dejo de escribir algo deja de funcionar como debiera.

Aunque advertido, de mis necedades recientes voy a escribir sobre nada relacionado con esta tragedia pandémica que no quiere dejarnos en paz. 

La seguiremos.

"Qué hermoso todo, bebé. Entonces, borrás con el codo lo escribiste con la mano, o panquequeás como te sugirió en privado una belleza que lee estas boludeces, ¿entendí bien?"

No extrañaba tus provocaciones, querido diario. No voy a entrar en ese jueguito...

"Pero tenés que escribir algo, chiquilín, porque pareciera que te arrepentís de haberle dado como en bolsa a Albertito, a Cahn y a la muchachada. Las tres personas que te leen lo tienen presente..."

Sí, querido diario. No voy a escribir que estoy arrepentido, porque aunque mucha necedad, opiné con buena fe. Sin maldad ni cálculo.

Sí, creo que me equivoqué. Y cuánto. Porque ese discurso necio y cretino es el que se esgrime por tantos lares y cosecha unas cuantas voluntades, como en Madrid, querido diario. Y yo, más que identificarme con alguien o con algo; me identifico contra alguien o contra algo.

Digamos que si Macri, Ocaña, Bullrich, Milei, Cornejo o alguna alhaja por el estilo opina en un sentido, entiendo que debo asumir la postura contraria. 

Pero esto no le importa a nadie, querido diario, finishela, que tengo otras cosas que leer y escribir.