domingo, 31 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 72.

"Aquí hay finados, dijo, el buscador de muertos, porque la tierra es floja. Y empezamos la tarea de la exhumación. Los huesos de los caballos fueron apartados y dados los primeros golpes de pala, descubrimos algunos fragmentos de cuero, casi destruidos, que parecían formar una bolsa y entre ella el cadáver de un perro; un compañero inseparable del indio en los campos y que le era depositado para las cacerías en mundos mejores".

Habíamos repasado, querido diario, días atrás las andanzas de Estanislao Zeballos, por las planicies patagónicas recientemente incorporadas al dominio del Estado nacional, cuando, en un alto, decidió ir a por la búsqueda de más tesoros que los que ya había cosechado, tal vez, los más valiosos: las osamentas de los indios que habían ocupado hasta hacía poco tiempo esas vastas porciones de territorio.

Describe con delectación, Zeballos, el modo empleado por él para descubrir donde podrían encontrarse esos tesoros fúnebres: "el indicio es espontáneo. Como el ciprés con que adornamos nuestros cementerios, como las rosas y las violetas que el amor filial cultiva piadosamente al borde de la fosa de los seres queridos, así la Naturaleza desenvuelve sobre las sepulturas indígenas, plantas extrañas al suelo arenoso, fecundadas por el abono orgánico que reciben los elementos silíceos, y cuyo verdor atrae porque contrasta con el dorado color de la comarca".

Escribía lindo, Zeballos. Detallista, minucioso es su relato.

Fijate sino, querido diario: "llegamos, en fin, al indio mismo y sacamos su ataúd, o sea un saco de cuero, casi aniquilado y además algunos retazos de ponchos o gergas de tejido indígena. Salió después todo el brazo derecho del cadáver. Estaba perfectamente momificado y tanto que notábamos con repugnancia las manchas moradas de la viruela que habían causado esa víctima. El cráneo no tardó en aparecer. Era de un guerrero de edad madura (45 años) con la extraordinaria particularidad de no poseer la dentadura común del hombre, sino un número menor de piezas (28 por todo) con claros indicios de hacer dos años que fuera enterrado. La buena conservación de una parte del esqueleto débese a la constitución principalmente minerológica del suelo, desprovista por tanto de agentes estimulantes de la combustión. Bajo el cráneo y a guisa de almohada estaban las joyas, la prenda del caballo y demás objetos de plata labrada, de madera y hueso, que pertenecían al finado. Hice excelentes colecciones" (en: Viaje al país de los araucanos, cit. p. 239).

En nota al pie, dejó asentado que la calavera del guerrero desenterrado se la había regalado al Dr. Mantegazza, eminente hombre de la ciencia antropológica ese tiempo, llegado a la Confederación Argentina, en plena lucha contra el Estado de Buenos Aires.

                                                                                    Una vez más, querido diario, el profesor Vicente Cutolo, discípulo de Ricardo Levene nos ilustra acerca de una personalidad, quizás, olvidada.

Paolo Mantegazza, nacido en Monza, llegó a este confín de la Civilización, como ya anoté en 1854, radicándose en Entre Ríos. No era sonso Mantegazza: radicarse en Entre Ríos en ese tiempo, equivalía a estar al calor del poder de ese tiempo que llevaba por apellido el de Justo José de Urquiza.

Luego de un breve paso por Salta, volvió a Italia en 1858: "con el propósito de traer contingentes inmigratorios que poblarían el Bermejo. La inmigración no se realizó".

Al enviudar, regresó al Plata, en 1863 cuando, según Cutolo: "efectuó un acopio de materiales considerable". Y era así nomás. Sabemos por Zeballos que al hombre le gustaba acopiar.

Fue entonces, cuando "conoció el territorio argentino, viajó por Santa Fe, Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán, Salta, la región del Bermejo, habiendo llegado hasta Bolivia. Como hombre de ciencia, tiene publicadas varias obras, entre otras, las que se refieren a la educación sexual (la fisiología del amor, al del matrimonio, la del placer) traducidos a todos los idiomas y es inventor de los 'nuevos índices del cráneo'".

Ahora voy entendiendo un poco más, querido diario.

"Las anotaciones que hizo sobre la República Argentina (sigue Cutolo), lo vincularon para siempre a nuestra patria, y le dieron popularidad en el medio científico. Fue amigo de Juan María Gutiérrez y Lucio V. Mansilla, por su intermedio conoció a Mariano Rosas, Coliqueo y Calfucurá". Sabía relacionarse don Paolo. 

Luego de la publicación de un Estudio sobre una serie de cráneos fueguinos, retornó a la península, donde se lo considera "el fundador de la ciencia antropológica italiana, de la que salieron luego, Sergi y Lombroso".

Gracias, profesor Cutolo.

Volvamos a Zeballos. Impresiona leer al hombre, tan convencido en la legitimidad, o mejor, en la necesidad de su tarea de recolección de osamentas recientemente inhumadas: "los muertos fueron activamente perseguidos en sus tumbas de arena. Hay en todos los contornos cementerios araucanos, en los cuales hice una colección de la mayor importancia de utensilios y objetos de fabricación indígena, así como de cráneos elegidos entre aquellos de tipo más puros" (cit., p. 284).

El plato fuerte se le había escapado a Zeballos conseguido por el general Levalle un año antes de su incursión. Enterado por unos baqueanos que en la zona del "Médano Negro", se encontraba el cementerio de la familia reinante de las tribus de las Salinas Grandes. Y "supo más: y es que allí estaba enterrado el famoso cacique Callvucurá", el terror de lo huincas durante largas décadas cuyos poblados había asolado en inolvidables y cruentos malones, era el jefe político y militar de una confederación de naciones indígenas.

Astuto en sus relaciones con sus vecinos al norte del río Salado, tuvo encuentros y desencuentros con Rosas, visitaría al presidente Urquiza en San José (quien apadrinó a su hijo Namuncurá), siendo además, objeto de homenajes y pleitesías. Peleó en Cepeda (contra Buenos Aires) cuyas poblaciones de frontera asoló en el marco de su alianza con el Jefe de la Confederación con sede en Paraná.

Su muerte en 1873 señaló a criterio de Zeballos el final de la: "virilidad de su heroica raza".

Volvamos a la faena de Levalle, de acuerdo con el relato de Zeballos. Sabida la noticia: "llamó a su inteligente hijo, el teniente D. Nicolás Levalle del 5 infantería de línea y le ordenó que fuera a remover el cementerio a ver si daban con la sepultura de Callvucurá ¡El teniente Levalle aceptó con entusiasmo la comisión que le daba! [se entusiasma Zeballos. Y no era para menos]: "es propio de los conquistadores visitar la tumba de los prohombres de los países avasallados! Y el teniente Levalle debió hacerse in pectore este raciocinio: 'Si Bonaparte bajó a la tumba de Federico el Grande ¿por qué un teniente del 5° de línea no ha de bajar al sepulcro de Callvucurá?' Y llamó cuatro soldados de zapadores y salió al médano sombrío".

Nótese el detalle implacable del parangón: a la tumba de Federico el Grande, el jefe de los Ejércitos y emperador de Francia. A la de Calfucurá, un teniente primero.

Se deleita Zeballos con el detalle de la tumba del cacique: "a la derecha  y cerca de los huesos de la mano se veían dos espadas rotas. Con el cráneo del caballo relumbraban las cabezadas de plata que fueron recogidas en fragmentos. Entre las espadas había un dragón de oro, ya destruida; pero que hubo de ser muy rica. El finado vestía uniforme de general según las presillas de la blusa reducida a polvo. Los pantalones tuvieron una lujosa franja de oro, que también se conservaba mal. Completaban la mortaja unas botas de cuero de lobo, no menos deterioradas. A los pies se veía otro par de botas de idéntico al que calzaba el finado; y formando un semicírculo unas veinte botellas de anís, caña, ginebra, aguardiente, licor de manzana, coñac y agua. Caballo, armas y bebida; todo para el viaje de la otra vida, lo que revela que estos indios, como casi todos los indígenas, conservan una noción oscura de la inmortalidad del alma".

Era un mediodía de diciembre, anota Zeballos. La soldadesca de zapadores "había trabajado medio día al rayo del sol abrasador de esa época", y en medio de ese trabajo extenuante, dieron con el hallazgo del botellerío.

Y esos hombres, que habían sudado la gota gorda para gloria de la Civilización, "encontró en las botellas un refrescante que debió parecerle delicioso como los helados de la confitería del Águila" (en Zeballos: Episodios en los territorios del sur, Elefante Blanco, Buenos Aires, 2004, pp. 286/7).

Marcelo Valko detalla que Levalle, además del detalle del acontecimiento: "también le obsequia todo el producto de la profanación incluyendo los restos de Calfucurá. Los souvenires tomados de la tumba al igual que el cráneo del cacique estarán largos años en poder de Estanislao hasta que decide donarlos al Museo de La Plata dirigido por Francisco Moreno, quien el 3 de noviembre de 1891 agradece la donación: 'acabo de recibir la primera parte de su colección -comprende 74 cráneos y 98 piezas geológicas y paleontológicas-. He examinado ligeramente los unos y los otros. Lástima grande que se le hayan caído las etiquetas a los cráneos. Va a ser difícil la clasificación si Ud. no me ayuda. A primera vista se distinguen varios tipos perfectamente definidos, pero también hay  entre ellos muchos que me confunden. Al de Calfucurá no le corresponde el maxilar inferior que trae, puede que entre los varios que hay en el fondo del cajón, se encuentre en suyo. Lo creía más viejo al gran cacique" (en Cazadores de Poder, ed. Continente, Buenos Aires, 2015, p. 123).

¡Qué tupé, perito Moreno! 

Pedirle más ayuda todavía a quien tanto había hecho por la Civilización. Recorriendo parajes de estreno, desenterrando muertos, recibiendo osamentas, para luego donarlas a su Museo en ofrenda a la ciencia de la Civilización.

Siempre coherente Zeballos, con la premisa que en marzo de 1878 había hecho conocer en "La Prensa", al auspiciar una: "contienda de razas en la que la indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos pues moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esa raza así quebrada o dispersa, acabará por abrazar la causa de la civilización" (ídem, p. 95).

sábado, 30 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 71.

Llegado a este punto, pretendo ir dejando atrás el repaso de un tiempo desconcertante, tan absurdo como despiadado que, sólo en apariencia, me ha alejado del tema sobre el cual escribía. Y sigo escribiendo, con un empecinamiento inexplicable, esta nueva crónica tan o más despareja que las anteriores, querido diario.

Decíamos ayer que la intervención conferida por el presidente Avellaneda al Defensor Nacional de Pobres e Incapaces, Dr. Gervasio Granel, mediante decreto del 2 de agosto de 1879, debía ser considerada como una iniciativa (de las poquísimas) llevada a cabo por un relevante actor político de ese tiempo cruel, que evaluó la pertinencia de echar mano al derecho para la resolución de una de las tantas consecuencias de la expedición que estamos repasando. Oportunidad que tengo para evocar a un profesor universitario que tuve el gusto de conocer cuando fui alumno de la carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Estaba por escribir "uno de los tres profesores...", pero exageraría con el número, faltaría a la verdad. Sólo a un profesor recuerdo con cariño y respeto. 

Y si tuvieron para mí algún interés las clases de Fernando García Pullés, de José Luis Mandalunis o las de Iidoro Ruiz Moreno, la soberbia tan poco fundada de los tres empaña todo buen recuerdo posible. Para qué recordar a Vanidossi. O a otro radical, Rabossi, con quien cursé Derechos Humanos. De él apenas recuerdo el olor al tabaco de su pipa (en ese tiempo en las aulas se fumaba, y cómo) y su voz quebrada por un llanto incontenible, cuando se excusó por no estar en condiciones de dictar clases por la muerte en La Paz de Carlos S. Nino que acaba de acaecer. De Paixao, otro radical, y de sus clases, no me ha quedado recuerdo alguno. Quizás, soy injusto con Mario Negri.

Y más allá, la inundación. Un desfile de una mediocridad dura y pura. Acorde con mi desempeño, debo decirlo: fui un alumno fatal y espantoso; que odió la Facultad desde el primer día que la pisó. Por oscura, por maloliente, por sucia. 

Me reconcilié al final de mi dilatadísima cursada de casi ocho años, cuando comencé a frecuentar la mesa de la "Juventud Universitaria Peronista"; hábito que mereció la censura de una antigua amistad que sabía de mi pertenencia radical y no comprendía mi perseverancia por compartir momentos con los perucas. Me lo observó, preguntándome qué hacía "con esta gente, entre estos retratos", alusión a las fotos de la Señora y del General que allí lucían.

Me justifiqué ante ese añeja amistad respondiéndole: "Pasa que los peronistas son muy cariñosos". La añeja amistad, por toda respuesta, dijo: "andá a la reputísima madre que te parió".

Abelardo Levaggi fue el único profesor que, a lo largo de mi dilatada carrera universitaria, me ha dejado un bello recuerdo.

En el artículo "La protección de los naturales por el Estado argentino (1810-1950). El problema de la capacidad", publicado en la Revista Chilena de Historia del Derecho, años 1990-1991 (disponible acá), aborda la cuestión que esbocé en la entrada anterior: la intervención de un defensor de pobres e incapaces para la representación de los indios capturados en ocasión de la campaña desarrollada por el Ejército argentino. 

Ni el Código Civil, vigente desde 1869 ni ningún otro dispositivo legal (al margen de la nacida ad hoc, ante la necesidad que los efectos de la campaña requería) establecía la razón jurídica por las cuales esas personas debían ser consideradas como sujetos de derecho con una capacidad menguada. Dado que, excepción hecha de los hijos de los vencidos a quienes se les sometía al trato previsto por el artículo 59 de ese Código (en tanto la exigencia de la representación pupilar); los adultos no contaban (a priori) con las características de las personas consideradas incapaces por la ley civil ni habían sido declarados tales por decisión judicial alguna.

Y, a su vez, como el profesor Levaggi destaca en su artículo, la Constitución Nacional consagraba en su artículo 16, el principio de igualdad, por el cual se declaraba que el Estado argentino no reconocía prerrogativas de sangre.

Por ende, la condición de indígenas de esas personas no explicaba por sí sola la intervención de un representante legal que decidiera por ellos ante las autoridades.

Ahora, no todo era tan sencillo como se presenta dado que, la cuestión de la igualdad proclamada por textos como la Constitución Nacional derivada del principio consagrado por los revolucionarios franceses de 1789 suponía cierta complejidad, como lo pondera el profesor Levaggi al considerar que puede ser abordada desde dos premisas: una teórica y una práctica: "la premisa teórica [...] fue el principio de igualdad ante la ley; la práctica, que me reduzco a citar, la calificación del indio por el derecho indiano como persona 'miserable' y la actuación consiguiente  de los protectores naturales a fin de asistirlos y suplir la incapacidad relativa de hecho que esa categoría suponía".

La primera de las premisas, la de la igualdad total en materia de derechos, era la sostenida en el Río de la Plata por los referentes del ala "jacobina" de los revolucionarios de mayo de 1810: "que operó una homogeneización de los individuos frente al derecho. El ignorar, o pretender que se ignorasen, dichos rasgos que evidentemente los distinguían, pero que se había propuesto cancelar, los hizo más iguales en teoría. Sólo en teoría, y sin tener en consideración la incidencia negativa que una igualdad meramente formal podría tener -como la tuvo- en la superación o atenuación de las diferencias reales. De los dos aspectos involucrados: el jurídico y el social, le dio preferencia al primero sobre el segundo".

Coincidimos con el profesor Levaggi en que, independientemente de esa bella finalidad el Derecho Público Patrio, iría consagrando a la consideración jurídica de los indígenas un sentido no muy diferente al del derecho español indiano, constante que no sería afectada a partir de 1853, no obstante del texto constitutcional aprobado ese año no se desprendiera: "ninguna clase de discriminación respecto de los aborígenes en orden a su capacidad [situándose] en ese punto en la misma línea de los antecedentes patrios. No obstante, también como ocurriera en la etapa preconstitucional, siguieron siendo asimilados a los menores. Los defensores de éstos  representaron los intereses de aquéllos siempre que esa gestión no le fuera encomendada a otro funcionario".

Tal, el sentido del decreto de Avellaneda que comentaba al inicio y en la entrada anterior del 22 de agosto de 1879, por el cual se daba intervención en la materia al Defensor Nacional de Pobres e Incapaces, Dr. Granel, fundamentándose la incapacidad de los indios en: "la ignorancia o la rusticidad con la que se conformaba el aserto de que la cultura seguía siendo un factor de discriminación legal".

Digamos que la decisión de Avellaneda no sólo armonizaba con el derecho que regía desde siempre, sino que, bien mirada, garantizaba lo que actualmente denominamos "acceso a la justicia" de las personas que atravesaban tan penoso trance y, de manera plausible, intervenía en la inadmisible práctica del reparto de niños que venía llevándose a cabo desde hacía más de un año.

En contraste con Valko, que trata con desprecio al Defensor Granel, Levaggi destaca una noticia publicada en el periódico "El Nacional" de mayo de 1879, que precede a la decisión presidencial (y es de suponer que la justificaría) al informarse que había cursado al Ministerio de Instrucción Pública: "que ordenase a la Sociedad de Beneficencia y a las oficinas que habían distribuido indios, y dispusiese -asimismo-que ninguno podría pasar a otra familia sin el conocimiento de dicha defensoría que en adelante sería la encargada de tal distribución".

El diario "El Siglo" favorable al ascendente ministro de Guerra y Marina, Julio Roca, celebra el ímpetu del defensor Granel, pensando más, tal vez, en una intervención que pusiese coto a la acción del arzobispo Aneiros en ese terreno, a quien le deparaban una detestación explicita.

Escribe algo más el cronista de "El Siglo" que congratularse por la actuación del Dr. Granel quien había tomado "la actitud que le corresponde en amparo de las familias indígenas que han sido distribuidas. Teníamos razón cuando reclamamos la ingerencia de su Ministerio. Su misión es tutelar y humanitaria. Por eso es tan simpática a la sociedad y por eso es tan requerida siempre. Es la providencia social de la orfandad. Se han denunciado hechos (felizmente muy pocos) que acusan mal tratamiento empleado con las familias indias que se han distribuido. La mayor parte han hallado la más noble y culta protección en su asilo. Sin embargo, no han faltado excepciones censurables. Se trata de poner remedio tomando conocimiento de los hechos vituperables y ganrantiendo la condición de los asilados. El Gobierno Nacional no tiene los medios de atender a sus necesidades. No podía hallar otro expediente más humano que entregarlos a las familias en cuyo seno se civilicen al blando amparo de ellas. Ha asegurado la suerte de algunas centenas de familias indígenas enviándolas a Tucumán con la garantía y protección de aquel Gobierno. Está asegurada por disposiciones oficiales la condición regular y el fruto del trabajo de los indios. Allí como aquí, se vigila su situación hasta que lleguen a valerse por sí mismos."    

Al margen de los embustes y del cinismo que recorre toda la crónica, ese desparpajo pone en evidencia aquello que destacaba el profesor Levaggi al inicio del artículo que me ha complacido reseñar, porque auspició el bello recurso de una bella persona: cuando el derecho contradice los intereses de determinados factores de poder al regular determinadas relaciones jurídicas, queda reducido (casi siempre) en una premisa (aunque necesaria), meramente teórica.

viernes, 29 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 70.

Llegamos al día 70, querido diario.

No sé cómo ni porqué sigo. Escribo antes que lo habitual, porque ando con poco tiempo, activóse (dirían las crónicas que vengo consultando) el tele-trabajo y las mañanas, otrora tranquilas, dejaron de serlo, por eso no sé si seguiré escribiendo diariamente. O, lo más probable, para tu solaz, serán (mucho más) breves las entradas.

Parece que hay cuarentena para rato y tengo entradas para tirar al techo.

Leemos en "El Nacional" del 25 de noviembre de 1876, una columna en la cual el autor de Facundo, civilización y barbarie a propósito de la campaña en cierne contra el indio, recuerda una de las reflexiones anotadas en aquel trabajo publicado en Chile en 1845.

"¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar.  Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar  ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán, son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar si perdonar siquiera al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado". 

Dos años más tarde, cuando Buenos Aires atestigüe la llegada de indios capturados por el Ejército por millares, será más elocuente aún: "La escuela, los oficios, son imposibles en esa aglomeración de salvajes hostiles a la sociedad basada en el trabajo: la ración ha de continuar, como carga sobre el gobierno; ración improductiva de todo resultado. Los indios son unos pensionistas holgazanes [...]. Que no hayan raciones, ni aduares de indios. Que cada uno dependa de sí mismo, trabajando" (diario "El Nacional", 30/11/1878, citado en Valko, p. 259).  

El sanjuanino escribía claro. 

Si Mitre, lo había reconvenido cuando, en su condición de gobernador de San Juan le dirigía el parte de guerra que celebraba la muerte cruel del Chacho Peñaloza; si Julio Roca, anotaba la cruenta realidad en su diario de viaje, encomendaba seres humanos mediante telegrama y repartía el botín de millones de hectáreas (sí, fueron millones las hectáreas repartidas) a no más de diez familias de un modo igualmente confidencial; Sarmiento se ufanaba de sus costados menos rescatables, por así decirlo.

"Va a hablar el asesino Sarmiento", se despachó una vez en el Senado, ante la mirada atónita de todo el mundo.

Había que matar y él, que había escrito que había que matar, no se avergonzaba de su credo, sostenido del modo más crudo en Conflicto y armonías de las razas en América, el más abominable de todos sus libros.

Aunque, debe decirse, que ideas extremas como las que sostuvo a lo largo de toda su vida en cuanto al desprecio sin atenuantes de unos cuantos tipos de sujeto histórico, pueden ser proclamados en el vacío de la abstracción de las puras ideas. Muy distinto, habría de ser, presenciar los efectos de una prédica como la de Sarmiento, verla con sus propios ojos, oírla con sus oídos, y todavía, perseverar en esas convicciones.

Pero, dijimos, Sarmiento era Sarmiento.

Ante el estupor generado en cierta opinión pública a partir de sucesos como el narrado en el diario "El Tribuno", que repasábamos ayer,  desde su columna de "El Nacional", replicaba el ex presidente: "Pocas han de ser las madres que traigan consigo pequeñezuelos, que deben acompañarlas siempre; pero dejarles los niños de diez años para arriba, por temor  de que sufran con la separación, es perpetuar la barbarie, ignorancia e ineptitud del niño, condenándolo a recibir las lecciones morales y religiosas de la mujer salvaje. Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección. Los niños distribuidos en las familias [afirmaba sin individualizar ningún caso concreto] viven felices porque el tratamiento que reciben, la educación en las prácticas civilizadas que les dan las cosas y las personas que los hacen confundirse bien pronto con los demás niños. Las madres salvajes no tienen autoridad alguna sobre sus hijos, que desde [los] ocho años pertenecen más bien a la tribu que a la madre, ni al padre, que poco caso hace de ellos" (en Valko, cit.).

Durante su Presidencia, por iniciativa de su ministro y sucesor, Nicolás Avellaneda, se creó el "Consejo para la Conversión de Indios al Catolicismo, teniendo en cuenta, tal como se lee de los fundamentos del proyecto, que: "las razas inferiores están destinadas irrevocablemente a ser absorbidas y devoradas por las razas superiores. La Constitución encomienda al Congreso conservar el trato pacífico con los indios y promover su conversión al catolicismo, y ha llegado efectivamente el momento en que debemos procurar el cumplimiento de este encargo".

Lo del "trato pacífico", sería interpretado con demasiada laxitud, sin perjuicio de lo cual y de las observaciones críticas de Marcelo Valko al rol de la Iglesia Católica en ese proceso, del texto mismo de su trabajo que estamos consultando, se evidencia el rol de ese Consejo y de su presidente, el arzobispo de Buenos Aires León Fernando Aneiros, en (un elemental) resguardo de los derechos de los niños capturados en las planicies patagónicas, previamente catequizados y bautizados.

Ya desde fines de 1878 el diario "La América del Sur" que respondía al sector político cercano al Clero observaba críticamente la política de reparto: "hemos visto que se trata de repartir los indios que se vayan capturando y desearíamos conocer la forma en que se hace ese reparto. Si se trata de que el indio sea cristiano y ciudadano, es necesario antes de buscarle colocación, arbitrar los medios de hacerlo ingresar en la familia redimida por el bautismo y salvada por Jesucristo. Si sólo se da al indio como siervo, al prensa toda debe protestar contra semejante acto que en nada diferenciaría de lo que tanto motejamos, al tratar de la conquista de América. Los indios deben ser evangelizados y puestos después en condiciones de ser útiles a la sociedad y a sí mismos."

Asimismo, los sacerdotes salesianos destinados a realizar in situ la tarea evangelizadora en las estepas patagónicas, también hicieron llegar a la jerarquía eclesiástica sus impresiones acerca de lo que empezaban a presenciar.

El padre Francisco Bordatto en correspondencia a Don Juan Bosco el 4 de enero de 1879 relata el destino que se les había dado a los indios que moraban en la zona de Carhué, avanzada de la conquista del Ejército argentino sobre la Patagonia, quienes: "han sido hecho prisioneros (y los que no han muerto) los han traído a Buenos Aires y los han distribuido a las familias como esclavos. Muchos murieron en el camino, muchos mueren por el cambio de clima y de alimento, de modo que quedan reducidos a niños y niñas y en gran parte mujeres".

Giuseppe Fagnano, por su parte relata la llegada a Carmen de Patagones, de 300 prisioneros remitidos  (a pie) desde Nahuel Huapi. Refiere Marcelo Valko que: "en plena estacicón invernal, fueron alojados entre las paredes de una iglesia en constricción,. Cuando llegó la orden de separar a las familias, se registraron escenas tremendas [...] donde los padres estrellaban las cabezas de sus niños contra las paredes para luego caer baleados. Fagnano escribe un renglón patético: 'las paredes del templo quedaron salpicadas de sangre'".

En consecuencia y tal como lo refieren las innumerables crónicas consignadas por Valko, los niños indios eran entregados a la "Sociedad de Beneficencia" que los distribuía en diversas casas, poniéndolos al servicio de esas familias.

Decisión que no habría de observar por completo el diario "La América del Sur", en su edición del 29/11/1878: "no nos oponemos a que las criaturas que carecen de padres, sean colocadas en manos de personas benéficas, que los suplan ventajosamente, pero entendemos que los niños que se encuentren en ese caso, deben ser entregados bajo als condiciones acostumbradas por la Defensoría de Menores. Deseamos dos cosas: primero que los indios sean evangelizados; segundo, que no sean condenados a la servidumbre".   

Al año siguiente, con fecha 22 de agosto, el presidente Avellaneda suscribió un decreto por el cual consideraba que debía: "procederse a la colocación de las familias y menores indígenas últimamente tomados por las fuerzas nacionales en su última expedición al desierto, designándose al funcionario a cuyo cargo haya de someterse este servicio" y habida cuenta: "el estado y condición de aquellos, el Estado debe velar por su educación y bienestar hasta que se hallen en actitud de procurarse a sí el espíritu de nuestra Constitución y de leyes anteriores", confiándose las tarea al Defensor de Pobres e Incapaces que tendría a cargo "la colocación de las familias y menores indígenas prisioneros por las fuerzas nacionales, a cuyo efecto, una vez trasladados a esta capital, serán puestos a su disposición por el Ministerio de la Guerra" (art. 1°); "establecerá, según la condición y edad del individuo, las cláusulas bajo las cuales haya de colocarse, formalizando al efecto un contrato en el que se estipulen las disposiciones de alimentarle, vestirle, educarle, respetar los vínculos de familia y fijarse desde su oportunidad un salario proporcional a los servicios que preste", previéndose que la inobservancia de esas disposiciones: "autorizará el retiro del individuo colocado, sin perjuicio de toda otra responsabilidad" (art. 2°) y por último, además de la obligación de ponerse en relación los ministerios de menores de las provincias (art. 3°), debería "llamar por la prensa a todos los que tuvieren actualmente en su poder familias o menores indígenas a fin de que les sea extendido documento en la forma prescrita" (art. 5°); estableciéndose en el artículo siguiente que pasados 60 díoas de la publicación del decreto, quienes hubieren incumplido la obligación "serán considerados como deteniendo indebidamente a tales menores".

Demasiado trabajo para el Dr. Gervasio S. o P. Granel, Defensor Nacional de Pobres e Incapaces de quien nos ocuparemos en la entrada siguiente, porque esta se ha hecho larga, querido diario.   
  


jueves, 28 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 69.

"En las expediciones llevadas últimamente hasta las tolderías de los salvajes, se ha obtenido entre otros resultados, un número bastante crecido de indios de pelea y de chusma, pudiendo esperarse lógicamente, que este número tome grandes proporciones en el desenvolvimiento de las operaciones que se verifiquen hasta el establecimiento definitivo de la nueva línea de frontera a la margen norte del río Negro. Se hace, pues, necesario que este Ministerio, a cuyo cargo corre el deber de vigilar por el cuidado y conservación de estos indios, ponga en práctica el sistema más adecuado a este objetivo y menos gravoso al erario público. En tal caso, a juicio del infrascripto, lo más conveniente es distribuir estos indios prisioneros, respetando la integridad de sus familias, dentro de las poblaciones rurales, donde sometidos al trabajo que regenera y a la vida y ejemplos cotidianos de otras costumbres que modificarán insensiblemente las propias, despojándoles hasta del lenguaje natiuvo como instrumento inútil, se obtendrá su conformación rápida y perpetua en elementos civilizados y fuerza productiva. La provincia de Tucumán es una de las que ofrecen mayor seguridad y ventajas a ese objetivo, por su posición lejana a nuestra líneas de frontera. Antes de terminar, es esta oportunidad de hacer notar a V.E. que esa provincia ha buscado más de una vez en los matacos del Chaco, el desarrollo siempre creciente de su industria agrícola, y que obtendría ventajas positivas sustituyendo estos indios holgazanes y estúpidos con los pampas y ranqueles, que si bien están debajo del nivel moral y civilización relativa del gaucho, no le ceden en inteligencia y fortaleza" (Marcelo Valko, Pedagogía de la desmemoria, Buenos Aires, 2008, p. 260).

La carta, fechada el 25 de noviembre de 1878, fue enviada por el ministro de Guerra y Marina del presidente Nicolás Avellaneda, general Julio Roca, al gobernador de la provincia de Tucumán, Dr. Martínez Muñecas, evidencia que el futuro conquistador del Desierto, que aún no operaba en el terreno, conocía por sus lugartenientes allí destacados que el rally que habría de comenzar al año siguiente sería una faena sencilla.

Que traduciría muchas detenciones y que algo habría que hacer con esos prisioneros. El emprendimiento de nuestro conocido Clordomiro Hileret y otros emprendedores necesitaba brazos más aptos que el de los holgazanes y estúpidos matacos y allí fueron buena parte de los 10.539 prisioneros (hombres y mujeres) y los 2.320 guerreros, tomados por las fuerzas expedicionarias, cifras oficiales informadas por Roca (ya Presidente) en 1881 al Congreso.

Sarmiento compartía esos propósitos: "la escuela, los oficios, son imposibles en esa aglomeración de salvajes hostiles a la sociedad basada en el trabajo: la ración ha de continuar como carga sobre el gobierno; ración improductiva de todo resultado. Los indios son unos pensionistas holgazanes. Que no hayan raciones, ni aduares de indios. Que cada uno dependa de sí mismo trabajando [...]. La triste y costosa experiencia de tantos años ha debido aleccionar al gobierno. No más raciones a los indios y disolución de las diezmadas tribus, como se está haciendo, interminándolos y distribuyendo a mujeres y niños en las familias. Este sistema ha sido desde tiempo inmemorial seguido por los conquistadores y sus efectos son la población de nuestras ciudades y campos, cuyos habitantes conservan aún el color trigueño de la raza de su origen", escribía en El Nacional, del 30/11/1878. 

Volvamos a Tucumán. Sabía de lo que trataba el general ministro: la satisfacción que le expresa el gobernador Muñecas mediante una comunicación oficial publicada en el diario "El Siglo" del 3 de enero de 1879 lo prueba: "Los indios fueron inmediatamente colocados y me es grato poder decir a V.E. que todos los patrones están contentos, por haber encontrado en el indio la mayor disposición para el trabajo, pues se entregan a él sin violencia y sin esfuerzo. Por los documentos adjuntos verá V.E. que los indios han sido colocados bajo las mejores condiciones posibles, tanto por el salario, tratamiento, etc., como por la falta de recursos en que se les deja, para evitarles el enviciamiento. El pedido de familias indígenas aumenta y pronto lo haré en forma a V.E. puede decirse, que no hay industrial en Tucumán que no cea en el indio, el elemento necesario para el desarrollo de su industria, antes de hoy, por falta de brazos, estacionada" 


Más allá del cuidado del gobernador Muñecas en la redacción de una comunicación oficial que podría tomar estado público, deja entender que existiría alguna contraprestación por los industriales de la azúcar en los trabajos encomendados a los cautivos del sur del país, remitidos a ese territorio tan distinto del que les era propio, no obstante coincido con Valko, en punto a que la inexistencia de tales peculios o su insignificancia, se evidencian mediante la mención realizada por el gobernador relativa con el paradójico beneficio de "la falta de recursos en que se les deja", evitándoles "el enviciamiento".

Debe señalarse que la distribución de indios en los ingenios azucareros contaba con un andamiaje institucional, aun precario, que había dispuesto el gobernador en el mes de diciembre de 1878.

El primero de esos decretos, de fecha 2 de ese mes nombraba una comisión para "reglamentar definitivamente las bases que deben servir de contrato entre el industrial y el obrero, con relación al salario, época del pago  alimentos, en atención a que el inicio no conoce el idioma, ni el valor real de la mercadería ni de la moneda", cuya integración fue decidida bajo la presidencia de Ataliva Posse, presidente del Ingenio "La Esperanza", integrada asimismo por José Padilla y Luis Pérez, empresarios del ramo.

Y prevé también la intervención de "los Defensores de Pobres y Menores como representantes de los indios, formarán parte de esa comisión".

Nuestro relato, entonces, se encuentra por primera vez ante una decisión gubernativa que procura abordar la problemática no sólo mediante el uso de los instrumentos de la guerra o desde el cientificismo criminologico alla Zeballos o Sarmiento, sino desde el derecho o mejor, desde una institución jurídica nacida del derecho: el defensor de pobres.

El 22 de agosto del año siguiente, el presidente Nicolás Avellaneda dicta un decreto que respondía a una problemática formalmente trabada por la principal autoridad eclesiástica de Buenos Aires, el arzobispo Aneiros: el destino de los niños aborígenes.

Alfred Ébelot, ingeniero francés contratado por el Estado argentino en tiempos de la Presidencia de Domingo Sarmiento y luego encargado de los estudios conducentes para la construcción de la "zanja" que el ministro Adolfo Alsina (antecesor de Roca en el ministerio de Guerra y Marina del presidente Avellaneda), integraría la primera comitiva expedicionaria que con mucha facilidad arrollaría a las fuerzas indígenas.

Sus Relatos de la frontera, constituyen un testimonio indispensable para conocer al detalle lo sucedido durante esas jornadas decisivas, además de detenerse en las consecuencias de ese paso arrollador de las fuerzas al mano de Roca por esas planicies.

Si es particularmente tocante su testimonio en lo relacionado con la recuperación de las mujeres cristianas que se encontraban desde hacía años bajo el yugo de los infieles, no es menor, el relato que realiza respecto del destino de "los niños de  poca edad cuyos padres desaparecen", con motivo de "una razzia como la nuestra", que "son donados a diestra y siniestra. Las familias distinguidas de Buenos Aires buscan diligentemente estos esclavos jóvenes llamemos a las cosas por su nombre. Los tienen como 'animales domésticos'" (cit., pp. 182/3).

Incluso el propio francés fue destinatario de la generosidad del ministro de Guerra y Marina quien le había concedido "dos indiecitos". Creyendo indispensable abundar, el ingeniero Ébelot, abunda acerca de ambas criaturas, pertenecientes a : "esta raza descaecida hasta la ineptitud para cualquier tarea útil. La niñita. De 8 años y nada tonta, entiende a la maravilla y chapurrea un poco de español y francés". respecto del niño, sentencia: "su fealdad es simpática, comprende a media palabra, tiene la vivacidad de un mono y los mimos de un perrito" (ídem, p. 267).

Por esos días, el 1° de julio de 1879, el diario porteño "El Tribuno", publica la crónica de un evento relacionado con lo que se viene relatando en el puerto de Buenos Aires, bajo el título: "Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto, no cesan. Se les quitan a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo, dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas".

Tengo buenas noticias, querido diario. No cuento con servicio de internet. Por lo que, mañana (si retorna el servicio de internet) concluiré con la temática.

Dos noticias buenas de un solo saque, Garcete, ¿no será mucho?

Cada vez menos tolerable ese sarcasmo, de vuelo bajo, querido diario.

Y antes de que preguntes por la caricatura del inicio, te cuento que fue publicada en la revista El Quijote, en 1891.

Es Julio Roca, claro. Iba a describirla, es una pequeña obra de arte. Repara en los detalles de la composición. Vale la pena.

  

miércoles, 27 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 68.

"Para nuestro imaginario popular, el desierto es una vasta extensión de arenas rubias, calcinadas por un sol de fuego, solamente atravesado por las caravanas de sufrientes camellos [...]. El doctor Estanislao Zeballos partió a tal 'desierto' el 17 de noviembre de 1879, ya concretada la recuperación de veinte mil leguas, antes bajo el dominio del aborigen. ¿Qué se proponía? Inspirado en su admirado Humboldt, la pequeña comitiva -patrióticamente movilizada a su costo- tenía por fin situar geográficamente las tierras liberadas; estudiar la composición del suelo recuperado; establecer la calidad de las aguas (salobres o no); observar la dirección e intensidad de los vientos, determinar las temperaturas ambientales; estudiar la flora y fauna de la región y, en fin, ofrecer al posible agricultor del futuro o del ganadero del caso, el conocimiento de una tierra libre del peligro del malón, adecuadamente laborable, o apropiada para una explotación ganadera y, en todo caso, ofrecer a la juventud amistosa una oportunidad de sumarse al progreso de las tierras liberadas, ya libres del indio. Con su infaltable teodolito -cuyo manejo conocía bien por sus estudios ingenieriles de juventud- Zeballos parte, no sin cerrar los ojos a cierta angustia familiar, los atendibles temores de su esposa y su único hijo".

León Benarós, prologa para la edición de 2002 de Viaje al país de los araucanos de Zeballos, editado por originariamente en 1881. Y le hace un gran favor a mi espalda y a mi nervio ciático, el profesor Benarós, ya que en dos párrafos resume lo que a Zeballos le insume 15 páginas: las razones por las cuales se había arriesgado a incursionar en la geografía recientemente integrada al territorio de la República.

Y te aclaro, querido diario, que estas entradas persiguen bucear (con la audacia de quien omite tener en cuenta el portento de su necedad y la estridencia de su estulticia) en el pensamiento profundo del doctor Estanislao Zeballos quien relata su recorrido en 1879 por las planicies desérticas que actualmente se corresponden con el sur de la provincia de Buenos Aires y el norte de la de Río Negro. 

Estanislao Zeballos que treinta años más tarde como anoté en tus páginas, querido diario, propondría qué hacer con otros sujetos tan o más peligrosos que aquellos que ya no habitaban esas extensiones vaciadas.

Faena realizada de acuerdo con el paradigma científico que les negaba a los habitantes furtivos de esas planicies (crueles, despiadados, aliados naturales del vecino país de Chile que codiciaba esas planicies para realizar en ellas algo no muy distinto de lo que pretendían las autoridades de este lado de la cordillera) la condición de seres humanos. Por extensión, se les negaba a los seres que ocupaban esas planicies recientemente incorporadas al territorio del Estado argentino (y a las crías de esos seres) la condición de sujetos de derecho.

Por ende, las paparruchadas escritas en el texto constitucional de 1853 (dos veces reformado para esa fecha) de nada valieron: derecho de gentes o alguna que otra sensiblería paparruchesca. 

Tampoco los alcances del Convenio de Ginebra para "Aliviar la suerte de los Heridos de los Ejércitos en Campaña" de 1864, bien conocido por los miembros de la élite que propiciaron, financiaron y auparon esa expedición exitosa.

A los seres que habitaban esas planicies los exterminaron. Y sus autores y beneficiarios lo dejaron por escrito. 

Por caso, en los avisos publicados en el diario La Tribuna de Buenos Aires que anunciaban remates de "chinos y chinitas", por intermedio de las mismas firmas que remataban ganado en pie. 

Lo asentó en su diario de campaña el teniente coronel Manuel de Olascoaga, secretario de Roca en la exitosa incursión. 

Eugenio Cambaceres, terrateniente de la pampa húmeda también dejó testimonio de ello, al dejar por escrito en uno de sus trabajos que a ningún estanciero (él no era la excepción) le faltaba por esa época una chinita que les cebara mate. 

Y tantos, y tantos testimonios que dan cuenta de un exterminio anticipado, proclamado y del que varias generaciones se ufanaron. Que del otro lado de la frontera al huinca lo esperasen seres angelosos o negar la relaciones políticas y comerciales que efectivamente tenían con el Estado de Chile, es otro cantar que no es sensato sostener y no sostengo.

Prodigios y carnicerías, no lo olvides, querido diario.

Volvamos a Zeballos. 

Por supuesto que su trabajo abunda en loas a la expedición de Roca (que como repasamos era, en rigor, el de Zeballos) quien había sabido dejar de lado las políticas defensivas ideadas por Alsina y pasar a la ofensiva contra el enemigo de todos los tiempos.

"La República Argentina perdía tesoros, vidas y hacienda [sostiene Zeballos], como tributo pagado a los indios, mientras se buscaba con ideas vacilantes un pan de guerra eficaz para abatir el poder de la barbarie en vez de adoptar con firmeza la guerra ofensiva, que al fin concluyó con ella", rapiña descrita cuando repara en el camino viboreante que nacía en Olavarría: "que une los prados ganaderos de la República Argentina con los mercados consumidores de Chile, a donde los araucanos iban a celebrar ferias con los animales que nos robaban, a razón de veinte mil cabezas por año, durante los dos últimos siglos ¡4 millones de cabezas de ganado en doscientos años!".

Planicies liberadas del salvaje ma non troppo: quedaban algunos especímenes en retirada que en banda, podían hacerle algún daño al curioso filólogo. Por eso se valió de oficiales afectados a la guarnición del general Levalle que seguía destinado en ese sur, de dos baquianos lenguaraces  y de unos diez indios (salvajes huenos, digamos), a fin de evitar morir en el intento.

Escribía lindo Zeballos, es un texto que desde lo literario se disfruta. Las descripciones de su travesía, desde la salida de Buenos Aires en tren hasta la entonces terminal sur en el Azul, las precisiones topográficas, geográficas, meteorológicas, hidrográficas de la zona son de una precisión notable, informes que va intercalando con un anecdotario bien contado.

Por ejemplo, cuando se halla ante los campamentos desolados de los ranqueles, con sus carpas de cuero de potro deshilachados y los utensilios desparamados, que no habían podido ser llevados en la huída desesperada o dejados ahí, cuando los había sorprendido la muerte a manos de los infalibles remington, los mismos que llevaba Zeballos consigo en oportunidad de esa expedición.

No todo era desprecio y tirria hacia los salvajes. Hay un párrafo al menos, que conmueve de alguna manera a Zeballos, cuando alude a un evento  vivido con su escolta indígena.

"El teniente Bustamante había tomado ya el mando de mi escolta y el capitanejo Uñaínche (uñan, amancebado, che, gente) estaba ya pronto a acompañarme con diez indios. Estos estaban contentos y sobre todo Pancho Francisco que me perdía el miedo y había tomado ya un trago de caña que le brindé. La noche del 30, después de la tormenta, llamó mi atención el eco melodioso de una especie de lamentación cantada. Una melodía profundamente triste, de un sabor musical para mí desconocido y que producía sensaciones extrañas interrumpía el silencio de la soledad que nos rodeaba. No había duda de que alguien cantaba; pero sus cantares parecían más bien suspiros de un alma profundamente dolorida que las tonadas alegres con que el hombre feliz recuerda el amor y la esperanza. Pacho Francisco entretenía el fogón de los indios. Todos lo escuchaban silenciosos y pensativos; y yo mismo estaba impresionado tristemente por el sentimentalismo y la unción misteriosa del cantar araucano. El indio recordaba los hogares abandonados, la mujer cautiva, los hijos esclavos, los campos quemados, su libertad perdida y tal vez derramaba lágrimas al invocar el terrible infortunio de su raza. Acerquéme cautelosamente al fogón de los araucanos. La lamentación cesó, como si una voz profana hubiera mezclado irrespetuosamente sus ecos a los himnos que el bárbaro consagraba a la Patria, la Familia, a la Naturaleza y a su perdida Independencia. Ya no decía como antes sus patrióticas congojas por el contrario dirigiéndose hacia mí, pancho francisco cantó con aire placentero esta copla improvisada: 

Vey ñi amon, ayú hincá
mamuel Mapu, ayuvin mapú,
peglemen chi Quethré Huithrú
Cheu inché mnientun rucá.   

Tanto impactó a Zeballos ese momento, que tradujo la castellano la tonada:

"Ya me voy con el cristiano
Al país de las arboledas
Tierra amada.
Volveré a ver arruinada
cerca de Quethré Huithrú
¡Ay! ¡Mi casa!"

Y en Buenos Aires, pasó la melodía al pentagrama.  

Fue fugaz ese sentimiento. Dos días más tarde, a las 12 del mediodía el sol abrasaba esas pampas desoladas.

La comitiva había acampado en un monte de caldenes y se habían dispuesto los preparativos para compartir puchero de yegua. Mientras su almuerzo hervía en la olla: "resolví excursionar a los médanos en busca de las sepulturas araucanas. Con tres soldados salí, en efecto, abrumado de calor, para internarme en el revuelo mar de arenas, que se entiende al Norte del Sauce, limitando el valle".

Lo que cuesta vale, Zeballos.

"El teniente Bustamante [acota nuestro autor] no veía con agrado mi empresa contra los muertos, y sin atreverse a censurarla con la franqueza repetía mientras yo mudaba caballo, esta preciosa estrofa de Escobar: 'Llevadle, sí, llevadle a la llanura y sepultad allí su cuerpo yerto, que la grama del campo y su verdura deben ser la modesta sepultura del hijo valeroso del desierto. Referíase [aclara nuestro autor] a los cráneos que en una bolsa traía desde Salinas Grandes; y parecía insinuarme que los volviera a la tierra. "No se trata de eso, le decía, sino de desenterrar otros. Y Bustamante movía la cabeza y recitaba otras estrofas: "Su tierra es nuestra; el agua de sus fuentes apaga nuestra sed y nos recrea, mieses nos dan sus campos florecientes. ¡Pobres indios! Sus bosques y el collado donde el sol adoraban, son ya ajenos; su suelo entero ha sido conquistado. Y ¡nada! se  les ha dejado: ¡que les queden sus tumbas a lo menos!"

Un ingenuo, el teniente Bustamante, que había participado de la campaña del año anterior.

Como para que recordase el tenor de la hazaña en la que había intervenido, comprendiese de una vez qué hacían allí y se dejara de joder, Zeballos le respondió en prosa clarita.

"Mi querido teniente, si la Civilización ha exigido que Uds. ganen entorchados persiguiendo la raza y conquistando sus tierras, la ciencia exige que yo la sirva llevando los cráneos a los museos y laboratorios. La Barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos".   

martes, 26 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 67.

"Ya sea por la agresividad propuesta contra los indios a través de su extensa obra o por sus actividades como redactor de La Prensa, ya se lo trate como presidente de la Sociedad Rural (1888-1894), como ministro de relaciones exteriores en tres oportunidades o como director de la Revista de Derecho, Historia y Letras, Estanislao S. Zeballos se convierte en el representante de la generación del 80 más obstinadamente metódico en tanto heredero y continuador del proyecto liberal durante el momento culminante de la república conservadora. Si en varias oportunidades se habló de un 'núcleo ideológico' recortado sobre la visión del mundo de la genteel tradition argentina, Zeballos protagoniza el punto de condensación de esa perspectiva: es el más insistente y obsesivo y el que menos se desplaza de un eje pese a su amplitud temática. Podría decirse que resulta el más consecuente de los gentlemen con lo que ese grupo social se había planteado desde el inicio de su itinerario histórico, en tanto su personalidad subraya al máximo, en una intensa mezcla de estallido y contención, los 'bordes' de la conciencia posible de la oligarquía hacia el 1900".

El aroma del texto transcrito, fruto de la pluma inconfundible de David Viñas, nos sugiere que en esta entrada, querido diario, evocaremos la personalidad de Zeballos, sin el embelesamiento del discípulo de Ricardo Levene, Vicente Cutolo, según decíamos ayer.


Sigamos un poco más con la caracterización de la personalidad evocada en Indios, Ejército y Frontera, uno sus ensayos más celebrados.

Sugiere Viñas que Zeballos dejó un heredero intelectual: nuestro conocido Leopoldo Lugones: "sobre todo en la franja en que las 'exaltaciones patrióticas' ya se iban coagulando en chovinismo represivo. Con la diferencia de que si Zeballos, en su circunstancia, fue un escuchado 'hombre de consejo' de Roca, Lugones -en la suya- se quedó en su biógrafo inconcluso. El lugar histórico de Zeballos se sitúa, entonces, en la coordenada que proviene de las convicciones más reiteradas de Sarmiento hacia la intersección con la despiadada ejecutividad de Theodore Roosevelt [...]. Incluso en lo que específicamente hace al problema de la conquista de la Patagonia, la copiosa serie de sus libros -desde el Viaje al país de los araucanos cruzando por Painé y Relmún hasta llegar a La conquista de quince mil leguas- no sólo desborda o completa el paradigma del gentleman escritor político del 80  -ameno, anecdótico y levemente escéptico-, sino que agrega el matiz, sobre un común denominador de 'señoritos porteños en la corte', del 'joven provinciano en la gran urbe': mucho más próximo al tucumano Roca o al cordobés Juárez Celman de lo que se supone, aquí también reactualiza el ímpetu de Sarmiento, crispado por un componente que el sanjuanino sólo vislumbró desde lejos: la propiedad latifundista, el juego de la Bolsa y los grandes negocios financieros. La ética del opositor al poder autoritario de Rosas, que condiciona lo más rescatable del Facundo en Zeballos se disuelve dado que su mayor energía cuestionadora no apunta a una opresión sino a una diferencia: en su etapa histórica de la Argentina ya no es cuestión de derrocar sino de eliminar. Conflicto especial: no bajar, sino enterrar; no se trata de enemigos o adversarios, sino de residuos o rezagos o simples sobrevivencias. Con motivo de los indios ya no se habla de 'tronos', sino de 'tumbas'".

No te asustes, querido diario. No voy a hacer la historia de la "conquista del desierto". Simplemente, unas pinceladas acerca de Zeballos, sus ideas y su ascendiente sobre la elite oligárquica que dirigía los destinos del país. Y aclarar algo que sería obvio pero considero necesario destacar: si, como vamos a atisbar, la palabra y la acción de Zeballos era despiadada hacia los indígenas, ese temperamento, ese corpus ideológico sintonizaba a la perfección con los hombres de la política y, ante todo, de la ciencia de ese momento.

Los indígenas no eran personas, muchísimo menos eran considerados sujetos de derecho.

En el mejor de los casos, como oportunamente repasaremos, querido diario, eran objetos de investigación científica; exhibidas sus osamentas y en algunos casos, ellos mismos como ejemplares vivos en museos y exposiciones europeas.

La variante antropológica de la novedad que había traído al Plata Clemente Onelli, creador del jardín zoológico de Buenos Aires.

Diré más: el proto Estado de las Provincias Unidas del Río de la Plata, por supuesto, el andamiaje institucional del virreinato precedente, estuvo signado por la guerra contra el infiel: ciudades actuales como Río Cuarto, San Rafael, Lobos, Chascomús o Azul, entre cientos de poblados, nacieron como fortines en esa avanzada, en una especie de danza y contradanza en esa lid despiadada y permanente.

Porque lo fue. A no engañarnos, querido diario.

Y si dejaremos caer testimonios que no nos favorecen para nada a los huincas; no voy a contribuir a una deformación histórica arriesgando relatos o pinturas enternecedoras de Calfucurá o de Pincén quienes, quizás como respuesta a tanta agresión, eran desalmados. Y no estaban solos, querido diario.

Tanto como aquellos que se decían crestianos, algo desmemoriados de las enseñanzas del Nazareno cuando les depararon un trato, casi sin excepción, de una crueldad inverosímil.

Ya que, como anotaba, querido diario, tirios y troyanos vieron en los pueblos indígenas al enemigo irreductible y despiadado, desde Pedro de Ceballos, hasta Julio Roca, pasando por Martín Rodríguez, Juan Manuel de Rosas y Adolfo Alsina. Con una notable excepción: Bartolomé Mitre. Fueron los años de su Presidencia los de más fecunda relación con los habitantes al sur del Salado, como lo prueba la copiosa correspondencia entre el héroe de Curupaytí y el cacique Calfucurá.

Nadie tenía mirada de conmiseración de alguna especie, ni ensayaba alguna propuesta de coexistencia entre ambos mundos.

Pocos fueron más explícitos que el autor del poema canónico nacional, José Hernández, quien consagra la Vuelta de Martín Fierro a una descripción minuciosa de la existencia de los infieles, a quienes no les ahorra denuestos, mediante un fresco truculento, para concluir en la animalidad sin remedio de esos seres.

Luego de anticipar que "Atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que mi historia, le faltaba lo mejor", relata la vida del mundo pampa.

Antes de aclarar el día
empieza el indio a aturdir
la pampa con su rugir,
y en alguna madrugada,
sin que sintiéramos nada
se largaban a invadir.

Primero entierran las prendas
en cuevas, como peludos;
y aquellos indios cerdudos,
siempre llenos de recelos,
en los caballos en pelos
se vienen medio desnudos.

Es guerra cruel la del indio
porque viene como fiera;
atropella donde quiera 
y de asolar no se cansa;
de su pingo y de su lanza
toda salvación espera.


Todo empeora cuando relata las alternativas de la china de aquel indio valiente que: "usaba un collar de dientes de cristianos que él mató".

A la china: "La mandaba a trabajar, poniendo cerca a su hijo, tiritando y dando gritos por la mañana temprano, atado de pies y manos lo mesmo que un corderito. Ansí le imponía tarea de juntar leña y sembrar viendo a su hijito llorar; y hasta que no terminaba, la china no la dejaba que le diera de mamar. [...] En la crianza de los suyos son bárbaros por demás, no lo había visto jamás; en una tabla los atan, los crían ansí, y les achatan la cabeza por detrás. aunque esto parezca estraño, ninguno lo ponga en duda; entre aquella gente ruda, en su bárbara torpeza, es gala que la cabeza se les forme puntiaguda."

Y si eran así con los hijos propios, para qué contar la suerte de los hijos de las cautivas. Una, era culpada por la muerte de la hermana de esa china malvada que "empezó a decir un día, que sin duda la cristiana le había echado brujería".

Convencido por su china: "el indio la sacó al campo y la empezó a amenazar; que le había de confesar si la brujería era cierta o que la iba a castigar hasta que quedara muerta. Llora la pobre afligida, pero el indio, en su rigor, le arrebató con furor al hijo entre sus brazos y del primer rebencazo le hizo crujir de dolor. Que aquel salvaje tan cruel azotándola seguía; más y más se enfurecía cuanto más la castigaba, y la infeliz se atajaba los golpes como podía. Que le gritó muy furioso: 'Confechando no querés' la dio vuelta de un revés, y por colmar su amargura, a su tierna criatura se la degolló a los pies. Es increíble, me decía, que tanta fiereza esista; no habrá madre que resista; aquel salvaje inclemente cometió tranquilamente aquel crimen a mi vista. Esos horrores tremendos no los inventa el cristiano; 'ese bárbaro inhumano', sollozando me lo dijo, 'me amarró luego las manos con las tripitas de mi hijo'".   

Fierro enfrentaría al malvado, a quien mató, no sin enorme esfuerzo: "a la primer puñalada el pampa se hizo un ovillo; era el salvaje más pillo que he visto en mis correrías y, a más de las picardías, arisco para el cuchillo", en un momento, tropezó Fierro con su chiripá y cayó al lado de su enemigo que: "ni pa encomendarme a Dios tiempo el salvaje me dio; cuando en suelo me vio me saltó con ligereza: juntito de la cabeza el bolazo retumbó. Ni por respeto al cuchillo dejó el indio de apretarme; allí pretende ultimarme sin dejarme levantar, y no me daba lugar ni siquiera a enderezarme. De balde quiero moverme: aquel indio no me suelta; como persona resuelta, toda mi juerza ejecuto, pero abajo de aquel bruto no podía ni darme güelta"

Venía difícil la mano. Herido y todo, el salvaje daba pelea, pero Dios estaba del lado de Fierro. La torturada mujer le da una mano a su vindicador: "ausilio tan generoso me libertó del apuro; si no es ella, de siguro que el indio me sacrifica, y mi valor se duplica con un ejemplo tan puro", igualmente era diestro con la bola el indio: "me hizo sonar dos costillas de un bolazo aquel maldito; y al tiempo que le di un grito y le dentró como bala, pisa el indio y se refala con el cuerpo del chiquito. Para esplicar el misterio es muy escasa mi cencia; lo castigó, en mi concencia, Su Divina Majestá; donde no hay casualidá suele estar la Providencia".

Lo mató Fierro nomás, ahorremos los detalles.

Al final de su faena, buen cristiano: "me persiné dando gracias de haber salvado la vida; aquella pobre afligida de rodillas en el suelo, alzó los ojos al cielo sollozando dolorida. Me hinqué también a su lado a dar gracias a mi santo: en su dolor y quebranto ella, a la madre de Dios, le pide en su triste llanto, que nos ampare a los dos. Se alzó con pausa de leona cuando acabó de implorar, y sin dejar de llorar envolvió en unos trapitos los pedazos de su hijto que yo le ayudé a juntar"

En fin. Que los cristianos no fuesen capaces de esas crueldades, lo dudo, don José Hernández. Diputado Hernández, disculpe la confianza. Diputado oficialista Hernández, de 1880, año posterior a la Vuelta, continuación de la Ida del Martín Fierro. Publicada en 1872, cuando José Hernández participaba de la última patriada de un caudillo contra el poder central, la de López Jordán contra el presidente Sarmiento, ¿te acordás querido diario?

Sí, me acuerdo. Donde peleó Falcón, me acuerdo, sí. Dudo en consultarte, Garcete, pero avizoro un pronóstico muy negro para tu espalda, tu nervio ciático y tus sufridos lectores. El relato, hasta El Cantar del Mío Cid no para...

No te aflijas, querido diario, hasta acá llegamos por hoy.

¿Y de la foto del viejo de sombrero con el que abriste esta entrada tan insufrible como todas las anteriores, no vas a decir nada?  

Tenés razón, querido diario.

Es Zeballos, juntando osamentas de caciques que antes hacía desenterrar, para venderlas a museos europeos, querido diario.

Ya lo escribió Viñas: "con motivo de los indios ya no se habla de 'tronos', sino de 'tumbas'", ¿te acordás, querido diario?

Amplío mañana. Me duele demasiado la espalda.

lunes, 25 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 66.

"El asesinato del coronel Falcón es presentado como la protesta sangrienta de un grupo de extraviados, contra todo principio de autoridad moral, legal, religiosa, civil, política o militar. Hay en efecto, en el mundo un grupo de hombres que hace gala de no tener Dios, ni Patria, ni Ley, y que lógicamente no respeta influencia alguna divina o humana. Su principio y su fin está en el ejercicio de la violencia y del crimen. estas son fuerzas perdidas para la sociedad, como las causas cósmicas del centro de la tierra que sólo producen cataclismos".

Estanislao Zeballos, autor del texto que parcialmente he transcrito en el volumen 34 de la "Revista de Derechos, Historia y Letras" (Buenos Aires, 1909), por él fundada, extractado en el trabajo de Botana y Gallo que venimos consultando. 

El abogado, una de las voces más autorizadas de la República. había sido canciller de tres presidentes (Juárez Celman, Pellegrini y Figueroa Alcorta) y legislador nacional en más de un periodo, habiendo llegado a presidir por un año, la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación.

Era, en efecto, uno de los intelectuales más sólidos de su tiempo. Ponderable, también, por su habilidad: supo acomodarse con plasticidad y soltura a los cambios intra-oligárquicos del poder político a partir de 1880.

Si en 1874 había servido como secretario del insurgente Bartolomé Mitre, alzado contra el poder central en protesta a las elecciones fraudulentas celebradas ese año que ungirían al tucumano Nicolás Avellaneda con el apoyo de su sucesor el presidente Sarmiento, en detrimento de su candidatura; sería inmediatamente después uno de los ideólogos de la campaña que habría de desarrollarse al sur del río Negro.

Zeballos, además de abogado era una especie de filólogo al estilo de Pedro de Angelis, aficionado a la investigación geográfica y paleontológica. Interés que lo impulsó a publicar en 1878 el trabajo La Conquista de las quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la República al Río Negro. "una extensa relación escrita febrilmente e impresa por cuenta del Tesoro Nacional y por decreto de aquellos gobernantes, quienes deseaban que la leyeran los miembros del Congreso antes de votar el proyecto de ley del 14 de agosto de 1878, que autorizó la financiación de la campaña definitiva al desierto, trasladando la frontera sur a los ríos Negro y Neuquén", tal como apunta Vicente Cutolo en su diccionario tan consultado. 

A fines del año siguiente: "salió Zeballos de Buenos Aires con el propósito de explorar aquellas regiones desconocidas, haciendo el viaje modestamente a sus expensas. Provisto de los instrumentos más indispensables para levantar la carta geográfica de los territorios recorridos y para las observaciones meteorológicas, acompañado de un fotógrafo [...]. En su viaje llegó hasta Azul, punto terminal del Ferrocarril del Sud, y desde allí siguió a caballo hasta Choele-Choel, y regresó al cabo de dos meses de observaciones minuciosas que consignó en el Viaje al País de los Araucanos".

Revelador del espíritu y de las intenciones de Zeballos (futuro presidente de la Sociedad Rural Argentina) son las fotografías tomadas por el asistente que a su coste llevó a lo largo de esa extensa recorrida, de la que nos ocuparemos, seguramente, en la próxima entrega, querido diario.

¡Ay! Me la venía venir pero me abrazaba a la esperanza de que tu columna y tu ciátoco te disuadieran, Garcete. Parece que no...

Parece que no, querido diario.

Considero interesante consignar el cierre de la entrada del libro de Cutolo: "Zeballos era bueno y generoso, risueño y activo, con su flor en el ojal de la solapa, y su verbo copioso de desbordada fantasía. Su boca era bien formada, y el labio inferior se sostenía por un mentón recio, proporcionado, la mandíbula inferior arqueada, en contraste con la blancura del bigote y de las cejas. Su rostro tenía el rasgo saliente de su color de mirar brillante y agudísimo. Era proverbial su puntualidad de gentleman, caminaba con cierto taconeo, rápidamente y erguida la cabeza provista de cabello encanecido. Erudito, talentoso y poseedor de una gran cultura general brilló en todos los escenarios dentro y fuera del país. La muerte de Zeabllos fue muy sentida en la Argentina y en el extranjero".

Agrego, pulsando la misma cuerda almibarada, que a ese hombre hermoso lo sorprendió la muerte en Liverpool, en 1923.

Volvamos a su texto de 1909, escrito a partir del atentado contra la vida del coronel Falcón, mediante el cual si bien comparte la inquietud de reformar la normativa orientada a la defensa social: "se requiere que el remedio tenga la amplitud de la prevención permanente, que hiera las causas mismas, que modifique el ambiente de donde surgen directa o remotamente esos delitos. Esas causas, afectan para decirlo de una vez, toda la economía argentina en nuestra época".

Escribía claro ese, según Cutolo, bello ejemplar de hombre: el problema era de política criminal y económico, como ya se había encargado de establecerlo ante el Congreso, el ministro del Interior González, cuando la defensa del proyecto de Miguel Cané. 

Normativa que se reclamaba que fuese modificada: "para darles el tipo moderno que la defensa social exige, en presencia de las nuevas formas de la infracción, sin olvidar la moderación, que no excluya la fuerza".

Sabía de lo que escribía Zeballos lamentándose de la carencia de "leyes eficaces sobre el abuso de la prensa, pues en esta nación de apariencias tan civilizadas a las víctimas de la imprenta indecente no se le ofrece otros recursos que el desprecio o la pistola. Es verdad que los códigos penales hablan de esta materia; pero lo hacen de una manera deficiente, y de justicia, floja siempre, aterrada por el suelto del diario, aumenta su ineficacia. En este país tan rico y tan orgulloso de su civilización, se puede impunemente traicionar a la Patria por la prensa, aconsejar la revolución, el asesinato político  e injuriar ferozmente a todo el mundo, porque viven los fiscales y los jueces, entregados a extraña beatitud".   

Notable. Jueces y Fiscales con mano blanda (ya nos enteraremos a qué le llamaba Zeballos extraña beatitud) y la prensa enardecida contra el orden público. No aludía, por cierto, al diario fundado por José C. Paz, al cual estuvo ligado hasta la muerte, sino que hacía referencia a los precarios medios de comunicación de los grupos anarquistas, que mentamos y sobre los cuales volveremos, que incitaban a las medidas de fuerza abominadas por el articulista y toda la élite gobernante.

Y, desde luego, el problema central era la inmigración descontrolada, admitida por "códigos y leyes excelentes" que debían ser "retocadas": "combatiendo el el error de los gobernantes empíricos y de los funcionarios sin criterio, que se vanaglorian al presentar estadísticas abultadas, olvidando que vale más en una República un inmigrante instruido y bueno. que diez inmigrantes analfabetos e inmorales".

También, subraya la necesidad de jerarquizar la actividad de las fuerzas del orden que debían ser "honradas en todo el país, manteniéndolas siempre en el corazón del pueblo, robustecidas por la consideración de éste, para que su acción sea amada, respetada y temida. Conviene, además, estimular la iniciativa del pueblo mismo, organizando en sociedades patrióticas para cultivar el espíritu nacional y perseguir el delito. El pueblo ve a menudo mucho más hondo que la policía misma; y puede y debe ser elemento eficaz para impedir las confabulaciones sombrías y las explosiones carbonarias". 

Vaya si sería escuchado el consejo de Zeballos, en los meses que sobrevendrían.

Luego de advertir la necesidad de regenerar el elemento de las clases dirigentes del país, en el que campeaban: "la mayor desmoralización, falta de respeto a todo, de disciplina y de seriedad" y la de imponer en la sociedad: "la vieja disciplina que ha relajado a designio y pacientemente la licencia y el sensualismo de los últimos treinta años", olvidando por un momento su participación en casi todas las experiencias políticas que se habían venido sucediendo entre 1880 y esa fecha; auguró una solución análoga a las de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, "donde abundan los anarquistas y los socialistas [y] no se producen crímenes nefandos como los ocurridos en Buenos Aires".

El tiempo le demostraría que podría ser certero en el diagnóstico, pero tecleaba bastante con el avizoramiento del futuro. 

Por último, luego de recomendar (exigir) austeridad en el manejo de la cosa pública, advirtió "en cuanto a la acción oficial [que] debe ser en estos momentos esencialmente parlamentaria, sabia y tranquila. No por penar el delito debemos incurrir en el despotismo, ni por moralizar a una gran parte de nuestra desmoralizada prensa, hemos de coartar la libertad de imprenta, que es una de las garantías fundamentales de la democracia".

Como veremos más adelante, querido diario, muy pocos estaban dispuestos a observar los prudentes consejos del doctor Estanislao Zeballos. 

domingo, 24 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 65.

Querido diario:

Contra tus deseos, parece que seguiré escribiendo tupido tus páginas virtuales. Al menos hasta el 7 de junio.

El sábado 23 de mayo, presi salva-vidas (cada vez más demacrado), flanqueado por un piloso muchacho de La Plata y un señor pelado de Parque Patricios, volvió a profesar su fe inquebrantable en las bondades de la cuarentena que se inició el 20 de marzo pasado, fundamento y razón de las páginas virtuales que seguiré escribiendo día a día en tus páginas virtuales, querido diario.

Nada de coyuntura, querido diario.


Sigo con lo que venía, mal que te pese, querido diario.

El dispositivo de represión que el Congreso de la Nación le ofrendó al presidente Julio Roca, adolecía de cierta ineficacia, concluyo luego de leer el detalle de los "primeros de mayo" de 1904 y 1905, que David Viñas realizó en una obra suya que anduvimos repasando que a su juicio: "forman el contacto tanto de la integración del radicalismo como de la eliminación del jefe de policía".

1904: "la Federación Obrera Argentina resuelve celebrar la fecha de los trabajadores desligada de todo partido político. El anarquismo sindicalista predomina: el pensamiento soreliano cree en el espontaneísmo son vanguardia organizada. Así es como la columna de obreros parte de la plaza Lorea, frente al actual teatro Liceo, y va bajando lentamente hasta el Paseo de Julio [actual Leandro N. Alem] en dirección a la plaza Mazzini. Entre Viamonte y Tucumán se produce una discusión: un grupo de manifestantes encara a los pasajeros de un tranvía detenido por la marcha de la columna. Inesperadamente, uno de los agentes del escuadrón que viene controlando la marcha lanza su caballo sobre los que se han amontonado. Hay un primer desbande y el jinete reparte sablazos. Los obreros protestan, pero ya son varios los policías que los golpean y la gente corre hacia las arcadas del palacio Juárez Celman; allí tratan de protegerse entre las columnas de la recova. pero otro pelotón de policías avanza violentamente sobre los que han quedado en la calle. Un oficial desenfunda su revólver y dispara sobre un grupo de mujeres que se han amontonado en uno de los zaguanes de la recova. Alguien se interpone, y el primero en caer es un obrero marítimo. Se llama Juan Ocampo: tiene la mitad de la cara destrozada por el disparo y se va desangrando junto al cordón de la vereda. Las fotografías lo muestran como despatarrado y con la boca apoyada sobre uno de los desagües. Juan Ocampo, obrero de la Mihanovich, se lee en el epígrafe de 'Caras y Caretas'. Ante los gritos de los manifestantes, la policía vuelve a disparar a mansalva, esta vez ruedan heridos por la calzada. Antonio Lorenzo, José Castelli y Pedro Grasimena, albañil y el carrero Serín Sisa, y Ramón Suárez y Manuel Solari que son picapedreros y de Barracas, ambos y también Antonio Giordano. Hay muchos más. Casi 40. Y dos mujeres caídas junto a un portal con la ropa cubierta de sangre, se llaman Adela y Adelina Fernández, madre e hija, costureras, dos pesos cincuenta de salario por día" (en op. cit., pp. 144/5).

Creo que es importante señalar las distintas vertientes de la representación colectiva de los trabajadores, de ese tiempo: "dos corrientes se disputaron el predominio dentro del movimiento obrero: anarquistas y socialistas, a las cuales se agregó una tercera, sindicalistas, al final del período. Durante casi toda una década el anarquismo fue la tendencia mayoritaria, y fueron sus militantes los que desempeñaron el papel principal en la organización de las dos primeras centrales sindicales: la Federación Obrera Argentina (FOA) en 1901 y su sucesora, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en 1904. No es fácil precisar [anotan Botana y Gallo en el trabajo que también hemos repasado] que predominaron en el sindicalismo anarquista. Los grupos que se autodenominaron 'organizadores (representados por el periódico La Protesta) propiciaron la participación anarquista en la organización de sindicatos conviviendo con obreros que no adherían a esa doctrina. Esta propuesta fue rechazada por los anarco-individualistas y por los anarco-comunistas antiorganizadores. El predominio de los grupos organizadores marcó el inicio de la presencia anarquista en el mundo obrero. Durante un tiempo, la actividad propiamente anarquista y la específicamente sindical marcharon por vías razonablemente independientes" (cit., p. 88).  

Antes de continuar con la reseña realizada por Viñas, es bueno anotar una precisión consignada en el trabajo que estamos citando: "según los organizadores, el papel de los sindicatos debía concentrarse en la 'lucha económica', es decir, la pugna por lograr mejores condiciones de trabajo. A esto se le agregaban acciones más amplias destinadas a rechazar medidas gubernamentales de carácter represivo (ley de residencia, estado de sitio, etc.). La FOA, desde un comienzo, proclamó su rechazo a la acción política y parlamentaria a la cual consideraba ineficaz y nociva como toda iniciativa procedente de los poderes públicos. El único lazo entre los círculos anarquistas y los sindicatos de esa orientación era la preeminencia otorgada a la huelga general, percibida como un instrumento no solamente eficaz para la 'lucha económica' sino, también como un ejercicio útil para cuando maduraran las condiciones para la revolución social" (ídem).

Los socialistas de la UGT,  coincidían con sus camaradas anarquistas "en el punto central de la 'lucha económica' con tono moderado. La huelga general, aunque no la rechazaban de plano, les producía ciertas reticencias y, a veces, se opusieron a su aplicación, La diferencia principal estribaba en que para los socialistas la existencia de un partido de clase, con representación parlamentaria, era una vía eficaz, para lograr leyes que contemplasen las reivindicaciones obreras" (ídem., pp. 89/90).

Matices que interesaban demasiado poco al momento de la represión, como veremos.

Sigamos con el detalle de Viñas.

1905: "bajo el implacable estado de sitio implantado por el gobierno de Quintana como respuesta a la revolución yrigoyenista, las posibilidades de celebrar la fiesta de los trabajadores se ve perturbada. La Protesta y La Vanguardia impugnan la medida. Nada. El silencio es la mejor censura de la burguesía. De ahí que la celebración deba ser postergada hasta el 21 de ese mes. La Federación Obrera Regional Argentina y la Unión General de Trabajadores se sitúan más allá de sus discrepancias y resuelven realizar conjuntamente el acto. Se hacen los preparativos, pero la policía de Falcón advierte que no podrá usarse la bandera roja en las marchas callejeras. El nacionalismo de la oligarquía [subraya Viñas] proclama con fruición que manifestantes y huelguistas de la Argentina son extranjeros. Al primer signo de desorden -advierte la policía-, será disuelta cualquier manifestación a tiros previo toque de clarín. [...] La marcha obrera, pausadamente, parte de plaza Constitución, prosigue su marcha a lo largo de Lima y, después, Cerrito y desemboca por Lavalle hasta irse aglomerando frente al teatro 'Colón'. Allí, en el proceso momento en que uno de los oradores -Francisco Cúneo, de la UGT- se dispone a hablar, y cuando la cola de la cloumna no ha llegado aún a la plaza, alguien iza un pañuelo rojo y lo agita en la punta de un palo. Parece una provocación de clase. Una mujer lo grita. Pero varios agentes del escuadrón, sin mediar advertencia alguna, largan sus caballos sobre la multitud. Sólo responden a la orden de uno de sus jefes. Un clarín restella desde el otro lado de la plaza: es la manzana donde se va tirando abajo el viejo Parque de artillería. Es entonces cuando la totalidad del escuadrón de unos ciento veinte hombres a caballo, se lanza sobre la gente. Los sables desenvainados brillan y caen. Resulta la masacre. Un batallón de bomberos aparece por el lado del palacio Miró, hacia Viamonte, marcando un movimiento de pinzas alrededor de la ente que se repliega sobre el centro de la plaza y sobre las escalinatas del teatro. Otra clarinada suena por la esquina de Tucumán. Dos muertos quedan tendidos frente a las puertas de la escuela Roca recién inaugurada; más de viente son los heridos a los que se lo ve como desparramados por delante de las rejas del palacio Miró. 'Crimen de clase', denuncia La Internacional. La Protesta titula 'Los poderosos matan cuando tienen miedo': 'La policía está comandada por el ejército cuando se trata de masacrar al pueblo". 

Por un pañuelo rojo. Un pañuelo rojo...

Che, Garcete. Como siempre, estufado con tus citas eternas, me permito herir tu susceptibilidad de hombre bueno y humanista para recordarte que iniciaste esta entrada eterna con una foto de Alfonsín. Mirá que le doy vueltas, y que algo te voy conociendo, pero esta vez me doy por vencido: ¿qué carajos tiene que ver Alfonsín con el sindicalismo de principios del siglo veinte y con las represiones que tanto detallaste?

Nunca te voy a dar las gracias, querido diario, pero tenés razón en algo: se hizo largo el tema.

Largo al pedo, Garcete y divagante como siempre...

Suficiente, querido diario.  
  
Anoche, cuando andaba recopilando material para esta entrada repasé un documental que había disfrutado mucho cuando se emitió en los cines en 2019: Raúl, la democracia desde adentro, disponible acá. de Juan Baldana y Christian Rémoli.

Comienzo por destacar lo que considero evidente: este documental es lo mejor, lo más inteligente y ante todo, lo más honesto, realizado acerca de una personalidad con tantos claroscuros como el (en mi opinión, como ya lo sabés, querido diario) mal llamado, injuriado de ese modo, incluso: Padre de la democracia.

Por muchas razones. La primera: no es una elegía, ni siquiera es complaciente con Alfonsín, aunque evidentemente, sus realizadores tenían (o lo descubrieron a lo largo de la elaboración del documental) un sentimiento de cercanía, y porqué no, de afecto, hacia la persona de Alfonsín.

Desgraciadamente, a la versión disponible en la web le falta al menos, una hora de la que vi el año pasado en un cine de Belgrano; decisión nacida, quizás, de las exigencias técnicas de la plataforma desde la cual puede ser reproducida.

Y aunque no falta nada esencial, me quedaron las ganas de volver a ver algunas escenas que me sensibilizaron especialmente el año pasado: los entretelones de la renuncia de Bernando Grinspun; las penurias del equipo económico que lo sucedió en Nueva York, cuando fueron a pedir asistencia para el armado del "Plan Austral" y el testimonio de Luis Brandoni de la luctuosa noche en la Quinta de Olivos cuando el final de los acontecimientos de La Tablada.  

Aunque, reitero, esos cortes no empañan el resultado de un documental concebido y filmado con rigor, destreza e, insisto, honestidad intelectual.

Se aprecian dos planos nítidamente escindibles: la persona y el hombre de Estado. Y si a éste se le pasan algunas facturas pesadas (en especial en oportunidad del copamiento del Regimiento de La Tablada, sobre lo que algún día volveré y, en alguna medida, en la resolución del levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987), es evidente que los jóvenes realizadores quedaron cautivados con la personalidad de Alfonsín evocada con ternura contagiosa.

El eje del relato (el principio y el final) es Chascomús, lugar en el mundo de Alfonsín, hacia donde la película viene y va permanentemente. Mientras el documental avanza en el relato de su trayectoria pública un grupo de muchachos jóvenes pinta los paredones chascomusenses con frases de sus discursos que resumen el momento político que se trataba.

Otros artistas, van pintando un mural en las paredes del interior de la bellísima construcción colonial en la que funciona la sede comunal de Chascomús, esa ciudad bellísima; ejercicio plástico que resume su vida y su trayectoria, en especial los trascendentes años de su Presidencia.

Una vez más, volví a conmoverme con la coherencia y el denuedo de quien militó hasta en su lecho de muerte.

Y aunque quede pendiente una biografía que explore a Alfonsín como sujeto histórico a fondo, el documental ilumina momentos poco tratados de esa biografía.

Aludo al nacimiento del dirigente que se conocería luego a partir de la ruptura interna con Ricardo Balbín. De ese tiempo, el documental repasa entrevistas al joven Raúl y discursos que no le había escuchado. Entre tantos hallazgos, destaco la cinta de un discurso clandestino en Lobos del año 1967 es uno de los hallazgos -no el único- de la luminosa película que aconsejo.

Además del desfile de entrevistados que se prestaron a opinar sobre al trayectoria de Alfonsín, supervivientes de 2017 y 2018 años de la elaboración del documental. Hay momentos en los cuales se les hace oír a esas personalidades determinado discurso pronunciado durante su Presidencia. Y si Aldo Rico, llevándose una tablet al oído gesticula fastidioso al escuchar un discurso de febrero de 1987 en Las Perdices, Córdoba, mediante el cual anticipaba la remisión al Congreso de un proyecto de ley similar de la denominada "obediencia debida". Hugo Moyano, en cambio, sonríe admirativamente al escuchar los denuestos del Presidente a la línea editorial del diario "Clarín" en el recordado discurso del mercado Central de ese mes y ese año.

Discurso que también le hicieron escuchar al veterano dirigente sindical justicialista Lorenzo Pepe, quien en sus gestos era mucho más expresivo aún que el camionero. Y al final de la escucha, cuando devuelve el dispositivo a su entrevistador, se pregunta, indignado, porqué las dirigencias posteriores del radicalismo no siguieron los lineamientos políticos e ideológicos de Alfonsín.

Mensaje indirecto a unos cuantos dirigentes de ese partido político, jóvenes durante los años de la Presidencia de Alfonsín que prestaron su testimonio. Algunos, alegres, entusiastas y militantes del gobierno de Mauricio Macri vigente al tiempo de la filmación del documental. Aludo a Jesús Rodríguez, Facundo Suárez Lastra, Luis Brandoni o el mismo Federido Storani quienes durante los interminables cuatro años de gobierno macrista, en lugar de limpiarse la saliva de la cara, prefirieron lamerla.

No hago referencia exclusivamente al comentario-queja de Pepe, sino que presumo que al ver el documental, se habrán sentido algo incómodos con la prédica del propio Alfonsín abiertamente antagónica al gobierno del sujeto que gobernaba el país entonces.

Resumo con el inicio del discurso del Obelisco, del 26 de octubre de 1983 al final de la campaña electoral que lo llevaría a la Presidencia (consignado, en mi opinión, con aviesa inteligencia por los realizadores): "Amigos de la Capital Federal, argentinos: ¡se acaba la dictadura! ¡Se acaba la corrupción! ¡Se acaba la Argentina del desamparo y llega la Argentina honesta que quiere a su gente! ¡Se acaba la especulación! ¡Se acaba el dinero imperando sobre la producción y sobre el trabajo! ¡Llega la Democracia a nuestro país! ¡Se acabaron las sectas de los nenes de papá!" (el subrayado, por si quedan dudas, me pertenece). 

Decía que el documental trata poco su intimidad familiar, menos aún que en la versión que vi en el cine. Se destacan sí las aristas salientes de su formación: su niñez en su casa al cuidado de su madre por sus problemas de salud,  leyendo El tesoro de la juventud y su paso por el Liceo General San Martín.


Ana María Foulkes, su madre, descendía de ingleses. Con una particularidad: era católica, por ende devota hasta la médula. Sin embargo, no quiso que su hijo Raúl hiciera el secundario con los curas en Chascomús, por lo que no tuvo más opción que inscribirlo en Liceo "General San Martín", no existía una escuela pública en el pueblo donde educar a su hijo.

De allí, según cuenta en el documental el único hijo que dio su testimonio, Ricardo Luis, nació su detestación a las dictaduras, a los despotismos.

Y vuelvo sobre lo que escribía: tenía una convicción, una fe Alfonsín en valores que ni siquiera los años en el Liceo Militar lograron torcer. Queda pendiente la tarea de investigar quiénes lo formaron, qué literatura leyó, cómo eran los reglamentos disciplinarios de ese ámbito educativo castrense.

En los años de Ramírez y Farrell, cuando se tomó la foto que está arriba de este texto.

Raúl, es el muchacho de la derecha. El de la izquierda, Leopoldo Fortunato Galtieri. Impacta reparar en los rostros de los dos. Mirada, la mía, atravesada por la admiración inabarcable que siento por uno, pareja con la detestación absoluta que siento por el otro.

Si uno tiene la mirada buena, sonríe con su timidez de siempre, se muestra erguido, franco y, también, claro que sí, hermoso; el otro parece posar como para contrastar con su camarada: encogido, con los labios apretados, como masticando, como royendo veneno, la mirada oblicua y desconfiada.

Pero más allá de estas pavadas, resaltar el camino que a partir de entonces uno y otro seguirían: presidentes los dos (no los equiparo, claro queda, sólo describo el lugar que ocuparon, uno de los dos catapultado por las intrigas y las condiciones políticas de un tiempo vil y miserable como lo era Galtieri); uno asesino de sus compatriotas, el otro redentor.

Uno, déspota (patético de ópera bufa), que antes de llevar al país a un guerra absurda (a la cual el otro en soledad se opuso públicamente) había negociado con un oficial montonero la vida de una mujer embarazada y su hijo de cinco años en un campo de concentración en una quinta en las afueras de Rosario, a cambio de la entrega de Mario Firmenich en México; el otro un hombre de Estado, democrático y humanista.

Contingencias, consecuencias, de un país que fue la hechura de seres despiadados. País, que durante algún tiempo breve y entrañable, y por algún descuido inesperado, supo ser dirigido por algún humanista.

Como el hombre que sería aquel muchacho de 17 años ataviado en marzo de 1944 con su uniforme de cadete del Liceo Militar y que sonreía para la foto, con esperanza y con timidez.