domingo, 3 de mayo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 44.

Con la pretensión única de contrariarte, querido diario, y en homenaje a quienes leen estos disparates (colectivo breve, pero entrañable, que no se circunscribe a Medina y a Belisario, sino que abarca a gente muy querida, como mi compadre Facundo Fuertes a quien vamos a dedicarle la entrada) avanzo con la lectura de Los Siete Locos derrotero que ha logrado entusiasmar a gente que aprecio mucho.


Escribí, al inicio de esta saga que Piglia, en su relectura arltiana, había ideado a un personaje que no formada parte de la troupe de la novela: el periodista de la sección policiales del diario "Crítica",  Fischbein.

En la novela que reseño, insisto, no hay nadie con ese apellido. Piglia, le puso nombre al relator de las vivencias de Erdosain con quien pasaría tres días enteros, después de la materialización (la perpetración) de su parte de un hecho que su autor emparentaría con aquéllo que en la Biblia se define como El pecado que no se puede nombrar. 

Título de la versión teatral de la novela que repasamos, dirigida por Ricardo Bartís en 1998 en su Sportivo Teatral de la calle Thames en Palermo, la cual, por abombado, me la perdí (para ese entonces Garcete padre no me daba respiro, escribo, como vana, aunque verídica excusa). Como también me perdí a Alejandro Urdapilleta, interpretando al príncipe Hamlet en la misma sala y bajo la misma dirección.


Cierto es que lo vi, haciendo un imposible King Lear, de Lavezzi. Urdapilleta hizo lo que pudo con esa pretenciosa puesta, que vi con mi Cachito puteándome entre dientes a lo largo de las casi dos horas y media de ese bodrio imposible. En 2000, con más eficacia, dicen, lo había dirigido a Urdapilleta en Mein Kampf, farsa de Geoge Tabori, que también me la perdí. 

¡Cómo lo admiro a Alejandro Urdapilleta, carajo!

Otra que Erdosain, Urda fue una criatura arltiana: un libertario extremo lleno de talento. A contramano de toda convencionalidad, siempre revulsivo, siempre genial.

Comparto una extensa entrevista que uno de los directores de un documental en homenaje a su socio y amigo Walter Batato Berea, le realizó para nutrirlo con su testimonio, ineludible para bucear en los intersticios de otra vida al límite.

Filmado en 2010 se lo escucha lúcido, aunque algo atrudido por el alcohol y otras sustancias más espirituosas aún que iría consumiendo a lo largo de esa entrevista muy bien llevada por Peter Pink, uno de sus entrevistadores (hay otro, insufrible, que logró malhumorar con su colosal idiotez a Alejandro). Disponible acá: Urdapilleta crudo

Pasa revista a la relación con su amigo, de las aventuras de todo tipo que habían perpetrado durante los febriles años '80 en esa Buenos Aires que se desperezaba, como escribió un vate genial, tan al límite como la dupla Barea-Urdapilleta, luego de tantos años de muertes, de oscuridad.

Hablando de oscuridad y de muerte, Alejandro descendía de una familia castrense. Nieto de un general de ese apellido, adherente al G.O.U. (y acérrimo enemigo de Perón), cuyo hijo (padre de Alejandro) también llevaría las palmas del generalato del arma de Caballería, Fernando Urdapilleta.

Interventor designado por la última dictadura en la provincia de Jujuy quien, en sus años mozos, había participado del intento de golpe militar contra el primer gobierno de Perón, en septiembre de 1951, liderado por Benjamín Menéndez.

El golpe, era en rigor contra la candidatura de Eva Perón a la Vicepresidcencia de la Nación, en la fórmula "Perón-Perón", postulación que ya había declinado cuando se materializaba esa chirinada patética.

El futuro interventor militar de la provincia de Jujuy durante los años de Jorge Videla cargaba sobre sus espaldas con una cruz: su hijo varón (nacido en Montevideo en 1954 cuando se hallaba a resguardo de la cárcel que le esperaba por su sedición de 1951) le había salido fisonómicamente igual.

Con dos yapas: no consagraría su vida a la carrera militar, porque era artista. Y puto. Recontra puto, según la propia definición de la mosca blanca de la familia Urdapilleta.



Dos gotas de agua. Pobre general de División del arma de Caballería. Que el hijo varón le saliera actor. Y encima, invertido. Recontraputo, según la autodefiníción de su hijo de varón.

Quizás por eso (o vaya uno a saber porqué) fue tan despiadado cuando fue interventor de Jorge Videla en Jujuy, entre abril 1976 y marzo de 1981. Actos de servicio en virtud de los que fallecería en su casa, con prisión domiciliaria, por disposición de la Justicia Federal de Jujuy.

Se le imputaba la comisión de muchos delitos considerados crímenes de lesa humanidad.

Entre ellos, uno que hizo historia por su crueldad y por la corroboración del maridaje entre el poder político y militar jujeño y el más poderoso clan feudal de esa provincia: los Blaquier. Una de las víctimas del paso de Urdapilleta por Jujuy, había sido intendente de Libertador General San Martín entre 1973 y 1976, el médico Luis Ramón Arédez.

Electo en medio de la marea de votos peronistas de marzo de 1973, es uno de los mártires de esa dictadura de renombre, junto a Sergio Karakachoff y Mario Abel Amaya, pertenecientes a las filas del partido de Yrigoyen.

Durante su mandato como intendente del municipio en cuyo territorio funcionaba (y sigue funcionando) el ingenio "Ledesma", propiedad de los Blaquier, había osado percibirle deudas que esa firma registraba en concepto de tasas municipales, además de reclamar la devolución de terrenos fiscales ocupados por esa empresa.

Como intendente además, había apoyado una lucha histórica de los cañeros cual era la exigencia de  un veedor estatal que controlase la báscula en la que se pesaba la cosecha diaria, a fin de evitar que se les pagase mucho menos que la efectivamente entregada. El mecanismo era el siguiente: un cañero llegaba a Ledesma con un hato sobre sus espaldas de 40 o 50 kilos de caña recién cortada, la arrojaba en la báscula la cual, previamente manipulada, arrojaba un peso de 25 o 30 kilos.

Lo pagaría muy caro, el doctor Arédez, en ese tiempo durante el cual una exigencia de esa naturaleza era, razonablemente, considerada subversiva, por tal enemiga de los intereses de la Nación que no eran otros, desde luego, que los de las familia Blaquier o Anchorena, para recordar un clan evocado en este bazar austero.

El día del golpe de Estado, el intendente fue destituido y detenido, remitido a una prisión de la capital jujeña y luego, a la Unidad N° 9 de La Plata. Su esposa Olga declaró ante la CO.NA.DEP. en 1984, cuando refirió que esa detención no había sido violenta: sus captores lo conocían a Arédez a quien le permitieron vestirse y llevar un bolso con sus pertenencias.

Fue trasladado a su lugar de detención en una camioneta de la empresa Ledesma: "mi marido fue cargado en la parte trasera de una camioneta con el logotipo de la Empresa Ledesma impreso en las puertas de dicho vehículo. La camioneta era conducida por un empleado de las propia empresa [...]. Posteriormente, me entrevisté con el administrador del Ingenio Ledesma, el ingeniero Alberto Lemos. Él admitió que la empresa había puesto sus móviles a disposición de la acción conjunta llevada a cabo por las Fuerzas Armadas, en sus palabras: 'par alimpiar al país de indeseables'. También aseguró que mi esposo, debido a su actividad como asesor médico de los obreros, había resultado muy perjudicial para los intereses económicos de la empresa Ledesma".

Quedaban otros "indeseables" en esos lares por lo cual, durante las noches del 20 y el 22 de julio de ese año, estando ya el general Urdapilleta en funciones como interventor militar de Jujuy, se produjo el procedimiento recordado como el del "apagón de Ledesma", cuando fueron detenidas 200 personas y trasladadas en vehículos de la empresa Ledesma a los galpones del ingenio que funcionaron como centros clandestinos de detención. 55 de esas personas continúan, a la fecha, en condición de detenidas-desaparecidas.

Tal vez debido a las gestiones realizadas por el mismísimo Ricardo Balbín ante ministro del Interior de Videla, Albano Harguindeguy, Arédez, que integraba las listas de detenidos a disposición del P.E.N., fue liberado el 5 de marzo de 1977.

Contra los consejos de sus amigos, regresó a su provincia, donde continuó desempeñándose como médico en el hospital del pueblo Fraile Pintado. El 13 de mayo de 1977, luego de atender  a un paciente fue secuestrado, sin volver a conocerse nunca más su paradero, no obstante las nuevas gestiones realizadas por Ricardo Balbín, el ex presidente Arturo Illia y su ministro de Salud, el salteño Arturo Oñativia.


Humberto Campos, que para entonces se encontraba secuestrado en el campo de concentración de Guerrero en Jujuy, declaró ante la CO.NA.DEP. haber visto a Arédez muy torturado, en muy mala condición física: "tenía gangrena en los ojos, las manos y las piernas, delirando".


Su esposa, Olga, comenzó a reclamar por el paredero de su esposo en la plaza del Municipio del cual era intendente por mandato popular.

Daba vueltas, sola alrededor de la estatua ecuestre de San Martín.

Unos meses antes de fallecer en su ciudad de bagazosis, enfermedad que se manifiesta en las personas expuestas a los polvos de la caña de azúcar enmohecida, había sido distinguida por el presidente Néstor Kirchner en la Casa Rosada (con la asistencia al acto del ex presidente Raúl Alfonsín) con el premio "Azucena Villaflor", el 10 de diciembre de 2004, Día Internacional de los Derechos Humanos.

Tantas hazañas, pagadas de ese modo por una "veleidosa y amada Nación", se diría a sí mismo, el general de Divisón (RE) del arma de Caballería Fernando Urdapilleta, parafraseando a otro hijo de puta, en la prisión de su hogar poco antes de pasar a la inmortalidad en la sanmartiniana fecha del 17 de agosto de 2013.

Su hijo varón, Alejandro el actor, el drogadicto, el recontra puto, el indeseable, moriría pocos meses después, en diciembre del mismo año.

Antes había dejado actuaciones memorables en el teatro y en el cine (sus interpretaciones en La niña santa, de Lucrecia Martel y en Un paraíso para los malditos, de Alejandro Montiel, estrenada dos meses antes de su fallecimiento son antológicas), libros de poesía y mucho arte.

Una obra perdurable, luminosa.

Querido diario: y yo que había empezado esta entrada con Fischbein, con ganas de escribir sobre la relación entre Erdosain y Elsa. Quedará para la próxima, me extendí demasiado con la familia Urdapilleta.

No te creas que me desvié tanto de mi tema actual, Los Siete Locos.

Acordáte querido diario, de la predicción del Astrólogo acerca de los años que vendrían.

Prodigios y carnicerías.


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