martes, 31 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 11.

El día 11 de la cuarentena, 30 de marzo según el calendario, fue otro día de febrero: pegajoso, caluroso, de camiseta empapada de sudor pegada al cuerpo, de atmósfera cargada de calor que no termina de irse, de molestar.

Hoy, al inicio del día 12 de la cuarentena, descubro que es el único día que  se le parece a la noción que siempre tuvimos del mes que se va.

En este tiempo en el que todo parece haberse puesto patas para arriba, el 31 es el único día, del mes de marzo.

Pero no tengo que escribir sobre el día 12 de la cuarentena, sino del que pasó, ya que ando escribiendo " a día vencido".

Debo ser consecuente con lo que escribí acá y dejarme de hacer reflexiones coyunturales. No sintonizo con el sentido común ("el más común de los sentidos") y no es cuestión de desafiar la paz de tanto santo en comunión.

Así pues, calladito y en casa. O mejor aún: resignadito y en casa.

Debo ser honesto y decir que dos médicos (esos seres que tan poco quiero) me trajeron algo de alivio. 

El primero, el tal López Rosetti, que escribe historia desde la medicina (con más talento y sensatez y sensibilidad y cariño por sus biografiados que Dr. Nelson). Dijo que si se pasó la fiebre amarilla, la polio, esto pasará y la vida volverá a ser algo parecido (esperamos que mejor en muchos aspectos) que lo que era antes de la sopita de murciélago en el mercado chino a fines del '19.

Me contentó. Porque mi temor es que de esto sobreviva una sociedad sin contacto. Lo vivo como el colofón de un plan diabólico: que las madres no besen a los hijos, que sus amantes no se acurruquen (de coger ni hablar), que los amigos no se abracen. 

Que no podamos compartir teatro, restaurantes, plazas, cines, estadios de fútbol, etc. etc.

De esto último disertó Fernando Polak. epidemiólogo y pediatra en TN, en el programa de un psicólogo que tenía un micro en el canal de La Nación y que ha dado el gran salto. No sé su nombre, ni me interesa saberlo. 

Lo cierto es que Polak, un hombre joven dijo cosas sensatas. Me gustaron sus conceptos. Concretos, realistas, atisbando un horizonte. 
"Nada será igual en nuestra vida cotidiana en el corto plazo", destacó el joven Dr. Polak. 

Y esa frase, que anuncia una mala nueva, paradójicamente, me tranquilizó. No sólo porque habló de corto plazo el Dr. Polak, sino porque no hay cosa peor, que la incertidumbre.

Más tarde, volvió el malhumor, matizado con alivio: una vez más, mis vecinos.

Enardecidos, golpeando cacerolas.

Son un sujeto fascinante, tanto como yo, por supuesto, pero estos no tienen cura.

El presidente salva-vidas los manda a encerrarse y aplauden y pegan alaridos de júbilo, agradeciendo el diktat presidencial. Insisto (para no herir las susceptibilidades de tanto santo en comunión  que lee estas pelotudeces) que me parece razonable la restricción, pero lo último que haría en mi vida sería festejarla.

Estos sí. "Chas chas y a la camita, vecinitos de Coghlan" y ellos, aplauden y con fervor cantas loas al papá de Estanislao Fernández.

Ayer, los mismos, aporreaban cacerolas. La consigna: "que los políticos se bajen el sueldo".

A ver. Para quien ha recibido (si lo ha hecho) 10 lucas para compensar la merma de entrada de ingresos en el marco de esta desgracia, que le calienten el oído diciéndole que hay gente que gana más de 100 mil (o 200 mil) por mes y que si ellos se redujeran el sueldo (o dejaran de percibir ingresos por lo que debe ser un apostolado) recibirían algo más, se justifica la reacción.

Ahora, la premisa es saber que es agente, además de desafortunada en cuanto a sus ingresos, es rematadamente idiota. Son muy pocos los "políticos" que cobran esas sumas astronómicas respecto de las decenas de millones que cobran para subsistir. No alcanza con suprimir todos y cada uno de los cargos "políticos" para que a ellos les llegue más plata.

Que serviría como un gesto, sin dudas. Que quede escrito: si a partir del mes que viene me liquidan un tercio de mi sueldo, no diré ni mu. O un cuarto, veré cómo me las arreglo. Ahora, resolver, resolvemos poco.

Quizás todo cambiaria si un Estado fuerte les obliga a los eternos beneficiarios de todos y cada uno de los gobiernos que se sucedieron que resignen alguito.

Pero sería demasiado, hacerles entender a mis vecinitos de Coghlan todo ese asunto que complica todo y "gasta la cabeza", como decía una tía: contra los políticos hay que estar. Salvo (por ahora, solamente por ahora) el presidente salva-vidas.

No quiero seguir escribiendo sobre coyuntura escribía recién nomás y arremeto con todo esto.

Máxime cuando quiero dejar escrito, para no olvidarlo, al sueño de anoche.

Uno de los tres o cuatro. Recuerdo dos. El primero responde a cierta abstinencia, por lo cual queda en mí (publico un diario íntimo ma non troppo) el segundo tenía notas interesantes. Si no las anoto, se esfuman.

Era mi cumpleaños, o algo así. Yo era el centro de una reunión de mucha gente de distintas procedencias (familia, amigos, compañeres de trabaje).

Teníamos que movernos a otra casa, para celebrar. A mí me desvelaba el tema de la vajilla, las copas en rigor, para "brindar". Le consultaba a dos personas: mi tía Susana y mi amiga María Fernanda. Divertidas las dos, viéndome juntar copas y vasos de un aparador. 

Una copa de cada país: había copas de cristal, de plástico, altas, bajas, finas, panzonas. Vasos, casi ninguno, se habían roto casi todos.

A mí me preocupaba  que brindásemos en recipientes diferentes.

Un grupo de muchachas (no recuerdo a ninguna, tal vez, estaría allí una muchacha rumana con la trabajé), mientras yo revolvía una y otra vez el mismo aparador en busca de copas me dedicaba una especie de rap (¿o trap?) feminista.

No se ofendan mis queridas mujeres militantes, pero era algo muy patético (no lo es en mi opinión -consciente al menos- el movimiento, aclaro), una rima rebuscada y tonta. 

Cuatro o cinco la repetían a la vez, esa consigna, cantada como aquellas canciones del colegio primario, diciéndolas a coro ("¿tiene tinta en el tintero?, ¿tiene lápiz, lapicero?, ¿tienes alguien que te quiera? ¿me puedes decir su nombre?).

Me la dedicaban a mí. Yo, estaba en cuclillas, buscando las dichosas copas (alguien, mi tía Susana me indicaba que deberían estar guardadas) y me miraban las cinco y me cantaban esa consigna.

Yo, al final reaccionaba y les decía: "¿saben qué va a pasar, muchachas? Nosotros, que somos pacíficos, un día nos vamos a cansar y nos vamos a ir".

Un actual compañero de trabajo, un hombre conservador y bueno, estaba detrás mío, viéndome revolver el dichoso aparador y me decía, con su voz, era su voz en el sueño: "Te felicito, Horacio, estuviste muy bien, muy bien".

Fin del sueño.

lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 10

De la indignación, a la resignación.

Ese vendría a ser el estado de ánimo pos mensaje presidencial, mediante el cual nos mandó, el Presidente salva-vidas a quedar en casa.

Hay cosas peores y circunstancias mucho peores que ésta, escribo para auto consolarme. 

Pienso en pueblos europeos (otrora y ahora), en asiáticos, en africanos (siempre). En nuestros compatriotas sumergidos, hundidos en la miseria absoluta y cede la bronca.

Es desagradable todo esto. Aunque, en estas condiciones, no es grave.

A juzgar por los semblantes del presidente y de los dos colaboradores que lo acompañaban cuando dio el mensaje, la cosa viene brava.

Me molesta coincidir con cierta gente (mis vecinos votantes de MM enardecidos de valor Patrio, el tipo ése de la OMS que habla raro, los médicos epidemiólogos que hablan por la TV), pero me alejo de una postura que me emparienta con gentuza peor (Bolsonaro, Trump, Johnson y otras excrecencias por el estilo).

Ajo y agua, la dieta hasta el 13 de abril. O más allá (última queja: dijo el presidente que la cuarentena iba a extenderse "hasta después de Semana Santa". No dijo cuándo terminaría).

Me refugié en el cine.

"A puerta cerrada" ("Huis Clos") sobre la base del texto de Jean-Paul Sartre, con dirección de un tal Pedro Escudero y supervisión de Fernando Ayala (así anunciada la tarea de don Fernando en los créditos del film), con actuaciones de Inda Ledesma, Maria Aurelia Bisutti y Duilio Marzio.

Excelentes los tres. Cholulo (siempre), recuerdo una anécdota chiquita. Lo recuerdo, a don Duilio, ya muy mayor, de sobretodo, fumando, en la puerta de un teatro que queda (no escribo "quedaba" para seguir en modo tolerante con este presente) en Corrientes entre Callao y Riobamba. Hermoso, como siempre. Esperaría a algún compalero, que habría actuado para saludarlo. No sé porqué no lo hice yo con él, a quien tanto vi en tantas películas, a quien tanto admiré. La ocasión, no se repetiría.

Es una película densa, pero aconsejable, producida por "Aries", con el oportunismo de siempre de Ayala y de Olivera, Sartre y su libro estaban de moda, y allá fue la película. Vengo a entrarme que fue objeto de una retrospectiva en el Malba, seguramente a cargo de Fernando Martín Peña, que se me escapó, también.

La trama, interesante. Tres personas (dos hombres y una mujer) obligados a vivir por siempre en una habitación de hotel de los años '50. Por todo la eternidad. No diré más de la trama, les invito a que la vean. 


Termino con la actuación de Ledesma, superlativa. 

Qué actriz enorme, Inda. Qué pena no haber tenido la lucidez de haberla disfrutado más en teatro, no le di bola cuando vivía.

Qué pavote.


domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 9.

Pasado el peor día, se presenta uno no menos malo.

Recibí la edición del diario "Página/12" del domingo incompleto. El muchacho que lo trae omitió agregar el suplemento dominical, quizás lo único que me interesa de este diario cada semana peor escrito y la primera (y única y última nota que leí y leeré) es la de Mario Wainfeld.

El hombre pudo hablar con el Presidente, que atraviesa su momento de gloria. A costa de restringir a troche y a moche libertades para salvar vidas.

Bien ahí.

"Mientras caminaba por los jardines de Olivos", describe Wainfeld, le refiere acerca de las alternativas que maneja. La más probable, reflejada en La Nación también, es la de extender la cuarentena y el aislamiento hasta mayo.

Yo te avisé, nene. De todos modos a recordar que será para salvar vidas.

Bien ahí.

Caminaba por los jardines de Olivos el Presidente salva-vidas. Tiene suerte. La de caminar (dijera mi abuela que era pior que yo) y la de hacerlo en el marco de los esplendorosos jardines de Olivos. Suerte que tendrá algo así como el 3% (¿el 5%?) de los habitantes de este páis.

Escucha a las voces que hay que escuchar y atender: las de los médicos. Que confiesan que no saben como se para esto, que no supieron prever esta anunciada pandemia, que sugieren soluciones que se les ocurriría a una criatura. Pero lo hacen, che. Y es para salvar vidas.

Bien ahí.

Quizás no cambiaría mucho el sentido de las decisiones que habrá de tomar, pero quizás empatizaría algo más el Presidente salva-vidas si meditase sus decisiones encerrado. Reitero, para empatizar con ese 94% que, dice, venimos respetando esta tortura que persigue salvar vidas.

Bien ahí.

La nota da cuenta de una cuestión que, según Wainfeld" Agobia al presidente salva-vidas: "las derivaciones psíquico sociales. Su colega italiano, Giuseppe Conte, le contó que en Italia escalaron la violencia familiar, los homicidios y los suicidios".

Caramba. Consulte a sus médicos Presidente salva-vidas. Al tipo ése que habla raro de la OMS (que aunque no supo prever esta pandemia, es categórico siempre). Le van a decir que esos muertos a manos de otra o por mano propia murieron sin estar contagiados de COVID-19. No nos movamos del eje: lo que importa es evitar el contagio.

Bien ahí.

Notarán mis esfuerzos por no contradecir a tanto Santo en comunión. Porque todes estamos eufóricos con tanto decisionismo salva-vidas. Y así debe ser, qué tanto. Qué clase de vida es la que se vive con este sesgo decisionista, te la debo. O me la reservo, porque no es cuestión de disentir con esta bienvenida e inédita comunión de los Santos.

Ora pro nobis, Presidente salva-vidas.


Entre tanto, hago mal y recuerdo una anécdota que me marcó.

Yo era pibe (9 años) y nacía mi hermana. Obviamente, ese fue el evento que cambió mi existencia. Sólo que decía, me marcó y no olvidé una anécdota que contó una enfermera de la Mater Dei, donde nació María Eugenia el 20 de agosto de 1982.

Recordó que en abril, a una nena nacida allí el padre le había puesto de nombre: Leopoldina Fortunata.

Cuatro meses más tarde, diré para ser delicado en la metáfora, andaría analizando el caballero papá de Leopoldina Fortunata, el modo más doloroso de cortarse la poronga .

No comparo a Fernández con ese criminal, con ese asesino abyecto y cobarde, con ese general de escritorio que le declaró la guerra al Reino Unido.

Pienso en esta comunidad casquivana (dijera el cura anciano que con enorme esfuerzo dio misa en la soledad más solitaria de San Pedro, el viernes pasado), que se enamora con la velocidad con la que odia a los dos minutos.

Que no se enamoró de nadie como está enamorada del Presidente salva-vidas. Enhorabuena, se reconstruye la indispensable autoridad presidencial. Eso es saludable, en esta coyuntura y en todas.

Ahora, seamos un poco más reflexivos al momento de andar celebrando medidas cuya eficacia todavía no ha sido probada que deciden (por intermedio del presidente salva-vidas) esos magos de la  tribu que no supieron cómo prever este desastre y que, confiesan incluso, que no saben como mitigar los efectos que, ya andan diciendo, sólo se neutralizarían dentro de uno o dos años cuando aparezca la vacuna (nada de retroviral: vacuna o mierda), lapso durante el cual, deberemos recluirnos en nuestras casas.

Para cuidar de nuestra salud y de nuestra vida.

Bien ahí.

sábado, 28 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 8.

Ayer fue un día relativamente bueno, tolerable, lo que no es poco.

Aunque, instado por el amigo Juan (con quien nos venimos acompañando en este tiempo tan hostil) acepté escribir una suerte de "correspondencia de la cuarentena".

Pa' matar el tiempo.

Me satisfizo bastante el resultado, pero destruyó mi columna, por lo cual, hoy escribiré lo menos posible.

Por ello comparto, la carta que se me ocurrió escribir.

"Buenos Aires, 21 de marzo de 1962.

Mi querido general.

Sabiéndolo instalado definitivamente en Madrid en una nueva etapa de tan nefando exilio, le escribo para brevemente hacerle saber de la situación en la Patria, a la que regresé en 1958 luego de casi tres años de exilio.

No quiso la Providencia que coincidiéramos en nuestro destierro, aunque en momentos distintos fuimos acogidos por los mismos pueblos.

Sabrá que a su caída, cuando intuí el alcance que tendría la feroz y tenaz persecución a la que seríamos sometidos los patriotas, decidí asilarme en la embajada de Panamá en Buenos Aires. Sabía que me esperaba la Penitenciaría de Las Heras, las mazmorras de Gallegos y Ushuaia o los paredones de fusilamiento.

Nunca le tuve miedo a la cárcel y sé que Usted tampoco, pero no quise darles el gusto a los cipayos de tenerme bajo sus botas, privado de la libertad, humillado y vejado. 

Elegí, como usted, como otros patriotas, el exilio.

Y le decía que había estado donde Usted residiría luego: Panamá y España.

Fueron meses difíciles, muy angustiantes al pensar en los que habían quedado en Buenos Aires, rehenes de esas hienas, mi mujer, mis hijas. El destino de mi biblioteca, el de mi archivo. Temía con fundamentos. A ellas les embargaron la casa, la de toda la vida, a partir de las calumnias de los sicarios de esa Comisión abyecta que crearon los cipayos de la dictadura. Mi biblioteca, saqueada y mi archivo destruido. 

Años de esfuerzo, de enorme sacrificio caídos bajo el peso de la ignominia de los canallas.

Sepa disculpar estas lamentaciones, mi General. Muchos patriotas, Usted al frente, han pasado penurias peores. No olvido a los millares privados de la libertad, a los torturados, a los fusilados. A las víctimas de exilios mucho más extendidos y descarnados que el mío, aunque no puedo evitar caer en la protesta ante tanta vileza, tanto atropello.

Regresé a la Patria cuando la amnistía del canalla de Frondizi, al que le queda poco. No le auguro más que una semana en la Presidencia a ese  cínico inmoral. Apenas si cumplió con las amnistía a la cual se comprometió ante Usted en Santo Domingo, acuerdo que ahora niega. Él, y la rata ésa de Frigerio: a cual más infame, más traidor.

Como seguramente conozca Usted, no sabe Frondizi cómo salir del atolladero en el que él mismo se metió. Convocó a elecciones para perderlas y, recién entonces, desconoció nuestro triunfo. Con esa decisión, el Maquiavelo de papel maché éste, consiguió el prodigio de unirnos en una oposición sin retorno a peronistas y a cipayos. A nosotros, porque nos robó el triunfo electoral, a ellos porque nos permitió demostrarle al país que pese a tantas persecuciones e infundios, seguimos siendo la primera fuerza política.

Todos ahora sabemos lo que sabíamos desde antes, pero algunos se obstinaban en no ver: no hay política ni futuro en este desolado país sin Perón y el peronismo, como lo viene escribiendo Usted en la nutrida e indispensable bibliografía que viene produciendo desde el momento mismo de su vil derrocamiento.

Usted siempre lo supo: Frondizi es un canallita menor. Lo recuerdo cuando apenas recibido de abogado venía a implorarme una audiencia con don Hipólito cuando el infame de Agustín Justo lo tenía recluído en los altos de la casona helada de la calle Sarmiento en la que finalmente, fallecería. Desde entonces (años 31 o 32) me caía como una patada al hígado Frondizi: esmirriado (alto como yuyo que se va en vicio, dijera mi Tata), con sus culos de botella, sus aires de superioridad, con ganas de comentarle al Viejo no sé qué macana, qué teoría estrambótica.

Discutiéndome de historia argentina, con los conocimientos de una maestrita de colegio normal.

Tan o más insoportable e infatuado que cuando lo padecía en el Congreso, en el tiempo en el cual él era Diputado y yo Senador. Siempre en las nubes de Valencia el infeliz. Peor es Balbín, claro está, pero es poco el consuelo. Algo le debo a mi exilio, no haber tenido que desobedecerlo a Usted cuando la orden de votarlo. Jamás lo hubiese hecho, a costa de una desobediencia que me atormentaría.

No le niego que me preocupa el futuro de nuestro Movimiento, tan desperdigado, tan desunido en razón de su ausencia y de la falta de algún liderazgo capaz, no digo de sustituirlo, sino de representarlo de una manera menos indecorosa que la que vienen ensayando algunos dirigentes a los cuales el desafío les ha venido quedando demasiado por encima de su capacidad.

Para no hablar de esos neo-peronistas como el tunante de Bramuglia, al que me dicen que le queda poco. 

O de Cooke. Siempre le tuve estima, es un buen hombre, tan honesto, tan leal, tan franco. ¡Pero se ha enamorado de esos barbudos de Cuba, que van derechito a encolumnarse con Kruschev! No cometeré la osadía de cuestionar su decisión de designarlo su representante y… sucesor (¡!), aunque advierto un desarreglo mental jodido el mozo. No sé si es la Alicia Eguren ésa la que le mete esas cosas en la cabeza, o si quedó alterado luego de la dura prisión de Gallegos. No lo sé. Lo que sí está claro es que anda con el apero desordenado.

¡Como cuando quiso armar a la barriada de Nueva Chicago cuando el conflicto con el Frigorífico Lisandro de la Torre! Quería repartir armas, para enfrentar a los militares a cargo de la represión por orden del insensato de Frondizi.

Armar a las barriadas, me lo dijo, cuando me vino a ver a mi estudio, que recién instalada, en aquel tórrido enero del ‘59.

Preocupante panorama.

Yo, me he consagrado como nunca al estudio de nuestro pasado. Al tiempo de Rosas que sabe, es mi materia de un tiempo a esta parte. En buena medida le debo a Usted el Archivo que pude copiar en Londres, cuando mi visita en 1950. Las copias de la  correspondencia entre el ministro inglés Gore y Lord Strangford y la de éste con el Restaurador, a las que tuve acceso en el Foreign Office, las llevé conmigo al exilio y quedaron a salvo de las garras de los cipayos.

Adjunto a ésta, le hago llegar el trabajo “Prolegómenos de Caseros”, realizado a partir de esas fuentes que son para mí, oro en polvo, que evidencian el patriotismo del Restaurador, ante los ataques arteros de la antipatria.

En el trabajo, cuya lectura sé que será de su agrado, leerá las cartas de lectores que le dirigí día tras día al Mitre que en 1952 estaba al frente de ese periódico ruin que fundó el canallita aquél. Era cuando alzaba mi voz contra las presiones que ese medio ejercía sobre su Gobierno para que se celebrase el centenario de la abyecta y ruin batalla de Caseros; que lejos de ser celebrada, debe conmemorarse como uno de los jalones más funestos de la historia sudamericana.

Ocurrida en febrero de 1852, a unos pocos meses del nacimiento de un gran hombre que al igual que el restaurador antes, que Usted cien años después, sería destinatario del odio de los cipayos y desde luego, del amor de su Pueblo.   

Aludo, desde luego mi General, al Dr. Hipólito Yrigoyen. El estadista cuya obra fue compendiada por Ley 12.839, promulgada por Usted y en el que cupo una destacada intervención como Senador de la Nación, para honra de su memoria y recuerdo de las generaciones venideras.

El estadista, cuya prédica me reconforta en los momentos difíciles, como este. Por lo cual, me permito finalizar esta misiva recordando su verba luminosa, cuando nos dijo:

Mañana, pasado mañana, tal vez, pero algún día, fatalmente, en alguna vuelta del camino argentino los pueblos comprenderán… y, desde la cumbre, midiendo la profundidad del abismo en que nos debatimos hoy, se maravillarán de haber podido ser lo que somos actualmente. Qué importa qué se diga, hoy como ayer, con tal que vayamos… qué importa también que brame la tormenta: todo taller de forja parece un mundo que se derrumba… Y que importa, además, que seamos todos, hoy como ayer, los mismos merodeadores del hambre y de la sed humana: una estrella brilla sobre los campos de nuestra ignominia. Créanlo… Bordeando precipicios que apenas entrevemos al pasar, hacemos historia que los siglos reconocerán gloriosa”.

A la espera de encontrarlo con buena salud, recomendándole saludos a su señora esposa doña María Estela, a quien ya tendré el gusto de conocer, saluda al señor General Juan Domingo Perón, su Seguro Servidor.

Diego Luis Molinari

viernes, 27 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 7.

El día séptimo, fue un día de satisfacciones, pequeñas, pero satisfacciones al fin.


Entonado con el sueño vivificante sobre el cual escribí ayer, me dediqué a la lectura.


Una, compartida, o rememorada.

Juan, un amigo, logró engancharse con la aventura que Saccomanno propuso en "La lengua del Malón", una obra fundamental que dio pie a una producción que valoro mucho.

Paradoja de paradojas, no sé qué hice con mi ejemplar, por eso lo de la "rememoración" de ese texto luminoso y brutal.

Me alegró que mi joven amigo se enganchase con ese texto, tan movilizador que evoca un tiempo absurdo y cruel.

Por mi parte, sigo leyendo sobre Yrigoyen. Mañana, pasaré revista a un tema que hoy (día 8, por lo que no corresponde que lo anote aquí) me introdujo mi querido amigo Gustavo Costa. Ya se enterarán.

Por lo pronto, encontré un texto muy bueno sobre la vida de Diego Luis Molinari, una figura sobre la que escribiré mañana.

Entretanto, quiero despachar uno de María Sáenz Quesada que comencé antes de ayer.

"1943. El fin de la Argentina liberal. El surgimiento del peronismo", título que anticipa la esencia falaz del último trabajo de la autora de "La Revolución Libertadora", ex funcionaria del inolvidable Fernando de la Rúa.

Falaz, porque más allá de la participación decisiva del entonces coronel  Perón en el gobierno de facto que se inició el 4 de junio de 1943, no nació en ese momento el peronismo; como tampoco finalizó una Argentina, que de liberal tenía casi nada.

Se ocupa de repasar las personalidades de la época, su clima, con brevedad y, a veces, acierto; dando pie a que nos sorprenda el auge de las ideas totalitarias en ese tiempo tan particular, y también, tan oscuro, con el telón de la guerra europea.

Se ocupa de la actriz Evita Duarte y lo hace con tino, elegancia y rigor, eludiendo caer en las patrañas de imbéciles como el granuja ése del tal García que publicó hace unos años un inmundo brulote que la presentaba como espía nazi.

Nada de eso. Sáenz Quesada es rigurosa, no cae en patéticas tentaciones y repasa ese tiempo de Eva como el que fue: el de una actriz poco talentosa que sobrevivió a los codazos en un tiempo tan hostil para las mujeres como ella.

Se detiene, naturalmente, en Castillo, el presidente conservador que había llegado al poder merced a la dura enfermedad que había sacado del centro de la escena a Roberto Ortiz, un dirigente radical anti-yrigoyenista que goza de mejor fama que la que merece.

Castillo, un conservador catamarqueño de Ancasti, de la Catamarca profunda, gobernó con más intuición que sabiduría, a caballo de un sentido del patriotismo que tal vez, debe ponderársele. 

Taimado y autoritario, tejió una maraña que la fue útil para neutralizar a sus enemigos-adversarios (Alvear, Ortiz y Justo, ni más ni menos, que fallecerían en el lapso de su Presidencia), aunque a un costo enorme. El que suele sucederle a los torpes tejedores: quedar atrapados en su propia red.

Otro dato biográfico importante (al menos para quien escribe) de Castillo es su condición de abogado, profesor y decano de la Facultad de Derecho. Naturalmente fue antirreformista y artífice de la expulsión de Homero Manzione cuando, estudiante de esa Casa, protagonizó un acto político por el cual se tapó de puteadas al entonces ministro de Guerra de Alvear, Agustín Justo a quien Castillo  había invitado para que disertase en la Facultad.


Años más tarde, en 1929, ocurriría un evento que marcaría la vida de Manzione. Gobernaba por segunda vez, don Hipólito y nada salía bien. El clima de golpe cundía por todos los rincones y, por supuesto, la Facultad de Derecho no era ajena a ese debate.

Leamos a Salas: "En una de las asambleas donde, además de discusiones hubo trompadas, los ánimos se caldearon y Manzi golpeó con vigor a Aberg Cobo. Un grupo de 'Derecho' (la agrupación de Aberg Cobo) rodeó a Manzi, porpinándole una severa golpiza. Hasta que uno de sus íntimos, Juan Betancor, al verlo en el suelo con un cortaplumas tajeó a Aberg Cobo en el rostro. El diario La Nación del 15 de diciembre de 1929 acusó a Manzi de las lesiones. La intención era probar que Manzi estaba armado, que los estudiantes reformistas eran sujetos peligros para el orden social. La familia de Aberg Cobo hizo la denuncia y Manzi asumió la responsabilidad de las lesiones."

Ante ello, se decidió la toma de la Facultad, se celebró un asamblea que proclamó la huelga: "allí estaban el presidente de 'Centro Izquierda' Eduardo Howard, el secretario, Marcelo Aberasturi, Leopoldo Insaurralde, Jorge y Alberto May Zubiría, Homero Manzione y Arturo Jauretche, entre otros"

Le costó cara la compadreada a Manzione quien sería detenido a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (usurpado por el infame José F. Uriburu) en febrero de 1931. languidecería durante largos meses en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras.

Aberg Cobo, a quien Manzione o su fratte le dibujó un siete en la trucha.

Mismo apellido de Juan María Aberg Cobo (Malaver) otrora defensor del "Héroe de las Georgias", Alfredo Astiz. O mejor, de quien se rindió en las Georgias antes de que suene un tiro, sin el coraje que esgrimió en tiempos de la "guerra contra la subverisón", lid de la cual fue, en efecto, un héroe. 

Valor que demostró al facilitar la detención de unas mujeres que buscaban a sus hijos en diciembre de 1977, besándolas en la Iglesia de la Santa Cruz; o cuando detuvo de un tacle a la adolescente Dagmar Hagelin para favorecer, igualmente su secuestro en las mazmorras de la ESMA.

Aberg Cobo, Juan María, siempre defendió a Astiz en todos los trances que tuvo que afrontar debido a tan trascendentales servicios.

Incluso, supo subir el perfil. Lo recuerdo en los estudios de Canal 9, cantando loas a aquellos salvadores de la Patria en el programa de otro defensor a ultranza de esa gesta, Mariano Grondona. Y hasta siendo entrevistado en programas de televisión, siempre denostando a los organismos de Derechos Humanos, ensalzando siempre la gesta militar de los Massera, Astiz y otras excrecencias de esa laya.

Las últimas veces lo hacía con la voz metálica que emitía el dispositivo que tenía colocado en la faringe.

Manzione y Aberg Cobo, dos tradiciones, dos consecuentes tradiciones.

Desde 1929.

jueves, 26 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 6.

Anoche fue una noche mejor, muy plácida. Me siento descansado y contento.


O eso concluyo, tal vez por el recuerdo de mi último sueño.

En el que intervino la (ahora) señorita que me acompaña en la foto tomada en el Jardín Zoológico de Buenos Aires en 2008 (el muchacho de pelo largo que pesa 25 kilos menos que el escribe era yo cuando tenía pelo largo y pesaba 25 kilos menos).

Anoche soñé con ella. Con la Pochita.

El apretado círculo de afectos que reciben estas anotaciones (entre ellos el padre) sabe perfectamente quién es la Pocha, por lo cual nada tengo que explicar.

Era más chiquita aún en el sueño. Tanto que no se sostenía en píe. Alguien la había elevado sobre un escritorio o algo así.

Ella estaba por encima, desde ahí me miraba (nada novedoso: desde siempre mi corazón mandó que ella haya estado, está y estará por encima de casi todo).

Yo, como que quería hacerla reír. Y ella (mofletuda, como cuando era más chiquita aún que en esa foto), sonreía.

Con una sonrisa perdona-vidas. Como quien dice: "ya está, ya está, gracias por el esfuerzo".

Así y todo, me sirvió para despertarme de mejor ánimo.

Y no solo ese sueño. La ayuda de gente buena que se preocupa con las pavadas que uno escribe, reconforta. Belisario, Eva, que me ayudaron a descubrir qué me anduvo susurrando el subconsciente durante las noches de encierro.

Pero hoy estoy contento y apuesto a que en poco tiempo las personas que estamos en esta dimensión podamos volver al contacto, a los arrumacos, a las caricias.

Como cuando allá lejos y hace tiempo el tío postizo empalagaba a su Pochita, como lo evidencia la entrañable y bellísima foto que ilustra esta entrada.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 5.

Pasó el quinto día nomás.

Ayer, encierro completo: ni tuve que salir a sacar la basura. Digamos que no traspasé el umbral de la puerta de mi departamento.

Me quejo, pero cumplo.

No así otras personas que no voy a identificar y me hicieron saber que se reunirían a cenar saludándose con el codito. "No te persigas, gordo, no pasa nada".

Bien.

Esa persona integra el vasto ejército de Santos en comunión, se babea con el presidente Fernández, sus medidas, aplaude a las nueve de la noche. De hecho, fue una de las que discrepó con el tono de la entrada anterior y mi queja a la extensión de la cuarentena.

Bien. Quedamo' así.

Dicho lo anterior, sobre lo cual no volveré (he sido claro ayer y sigo pensando lo mismo) decir que las cosas se tranquilizaron en el departamento de les vecines (quizás él haya hecho lo que temía) y siguiendo con las observaciones pseudo-sociológicas apunto que estos días vienen minando (razonablemente) la sociabilidad.

Anoche, descubrí que en el sitio web de "Clarín" está instalado el T.E.G. A un amigo de toda la vida le escribí preguntándole cómo estaba pasando estos días, le pregunté por su esposa, por la mamá y si estaba suscripto a la membresía clarinera, por si andaba comn ganas de jugar al T.E.G. de manera virtual.

Respuesta: "No". Esa fue toda la respuesta.

Otros, ni contestan los saludos. O aludidos en grupos, como el ex-Senador Vaca, no dicen ni mu.

Hay algunos, por cierto muy comunicativos, con los cuales se pasa el rato y se consolidan vínculos, haciéndonos compañía en este tiempo hostil.

Aunque debe admitirse que cada quien la lleva y la procesa como le sale.

Yo, empezando mi primer día de "tele trabajo" o "home office". Fin del asunto.

Mientras sigo soñando. Anoche, uno interesante. Me moría nomás. No por esta mierda, pero de alguna manera me anunciaban que moría. A mí me preocupaba encontrarme con mi Viejo y que me viera con barba (no estoy afeitándome por estos días).

Sin embargo, a fuer de un rulo medio raro, sorteaba la muerte, no me acuerdo bien cómo. Y terminaba cursando algo en la Facultad. "Al fin una materia que me interesa", pensaba. Me agradaba el profesor a cargo de ese curso.

Yo, que abandoné, al menos, cinco posgrados. Los detesto, profundamente. Ese, lo terminaría.

Sabía que ese lo terminaría o al menos, que  me despertaba interés el contenido de la materia, que me iba a agradar estudiar.

Y desde allá, subiendo al subte en Congreso y Cabildo. Yo iba al trabajo y llevaba un carrito de supermercado. La gente me miraba, no entendiendo porqué yo me movía con ese catafalco. Y lo dejaba en el acceso, como si nada.




martes, 24 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 4.

Ya llegamos a este día que, de acuerdo a lo que anticipa el diario "La Nación" es uno de los primeros, primerísimos.

Dizque, esta cuarentena habrá de extenderse más allá de las Santas Pascuas. Dizque, al 13 de abril.


Porqué no al 13 de septiembre, me pregunto yo. O ya que estamos al 13 de octubre, cuando haya pasado el invierno. Mejor, quizás, al 13 de diciembre, porque la primavera es traicionera. No, no. Sería mejor que fuese al 13 de enero (a finales de diciembre la gente tiene la mala costumbre de reunirse y encima, de abrazarse, besarse, comer turrón y esas cosas).

El 13 de enero de 2021 quizás sea pronto. Es invierno en Europa y no va a faltar el comedido que querrá (¡y podrá!) volver.

Que la cuarentena se extienda hasta el 13 de marzo de 2021 (hay que evitar aglomeraciones en Carnaval).

Pero justo estará comenzando el otoño de 2021, por eso, mejor extender la caurentena hasta el 21 de septiembre.

Y así.

Hasta 2082, cuando pocas personas vivas sigamos recibiendo y expulsando viruses en esta dimensión.

Escribo sin gracia y con (algo) de bronca.

Nadie (salvo el presidente Fernández que goza del acuerdo de los Santos en comunión) explica bien para qué estamos encerrados. Sí, lo explican, pero nadie da una certeza de la eficacia de la medida.

Entretanto, sin razones que los avalen,  los voceros de la médicocracia avanzan y avanzan y avanzan.

Quizás está bien que así sea: "Hazte la fama y échate a dormir".

Durante siglos los médicos se hicieron una buena fama de la que carecemos por completo (con muchas razones), nos, los abogados.

Que aceptamos sin chistar (con la excepción de un abombado que anda denunciando fascismos por la web, que si asumiese y consumase su homosexualidad se tranquilizaría y nos dejaría mejor parados a quienes compartimos con él la profesión) este retroceso en materia de derechos inédito desde los inolvidables meses del presidente Bignone.

Sea. Deben preservarse vidas y salvarse y enhorabuena.

Ahora, querido Alberto, apreciado presidente de la Nación, inesperado y providencial piloto de tormentas cuyo denuedo, entrega, labor aprecio en grado sumo (cero nivel de ironía en este comentario) siga escuchando a los médicos, a esos seres que Dios puso en la tierra para salvar vidas, a quienes les debemos gratitud eterna. Siga haciéndolo, son ellos quienes llevan la batuta.

Pero me atrevo a implorarle: no olvide que es abogado. Actúe como tal, un ratito. Sopese la afectación a la vida nuestra de cada día esta receta de los rampantes voceros de la medicocracia.

Y ya que estamos, convoque a algún filósofo. No al chanta ese de apellido interminable ni al entrañable JPF que está más allá que acá. No sé, hable con Merlí, con alguno, con algune. Para que piense con él, con ella o con elle si vale la pena sobrevivir a determinado coste. Si este remedio hay que tomárselo de un saque, a costa de tanto esfuerzo.

Y eso que hasta 31 me quedo entre cuatro paredes: soñando las pelotudeces más horrorasas, haciendo gimnasia con una hija de puta que se ríe desde la pantalla cuando (sabe) que los gordos que seguimos sus rutinas preferimos sucumbir antes de una sentadilla más; con la espalda hecha un moño; con la vida alterada: sin teatros, bares, restaurantes ni todo lo que me gustaba de esta ciudad.

Hasta el 31, Alberto. Sin decir ni mu.

Pero, por favor, piénselo dos veces antes de arruinarnos la vida más allá de esa fecha.

A mí, a nosotres. A mis vecinites. A los de la foto de la entrada anterior. Me despiertan los alaridos de la mujer. Salen afónicos. Su contenido, cada vez más oscuro: les anticipa, les desea, cosas horrendas a sus hijos de 7 y 3. Que la imitan, gritándole los insultos más inverosímiles. Él calla. No va a contestar, va a hacer, Alberto querido.

Y él vive en un lugar pequeño (un departamento de dos ambientes) pero con higiene, en un barrio residencial, tienen televisor, agua corriente, luz, etc.

Piense (sé, confío que lo hace) en las villas, querido presidente.

Y dé rienda suelta a su cuenta de Twitter ya que estamos, que la comunión de los Santos de seso sorbido se lo celebran y se lo agradecen. Auspíciando las bromas de les soldadites pasados de pastys, flores y tantas otras sustancias tan o más esperituosas.

Y seguirán haciéndolo. Por los siglos de los siglos.

Amén.

lunes, 23 de marzo de 2020

Diario de la cuaretena. Día 3.

Ha pasado ya el tercer día y si algo alivia pensar en eso, también pesa tener presente cuánto queda por delante.

Algo haremos para tolerarlo.

Por primera vez me despierto con feos síntomas: nada distinto a lo que le sucede a una persona de mi edad que viene llevando un estilo de vida no muy saludable que digamos, pero en este estado de cosas, esta molestia para respirar (aunque derivada, seguramente, de un reflujo gástrico) no ayuda demasiado.

De todos modos, no es tiempo para hipocondrias. Tampoco para volver sobre reproches al colchón que compré, al consejero y a mí por haberlo hecho o haberme dejado estar cuiando era inminnente el parate, ante mi espalda en ruinas. Si ayer hice gimnasia (hoy retomaré), vamos a dedicarnos, también, al yoga.

Tampoco son días para disentir. Todos, todas y todes estamos felices (hermosa palabra que evita echar mano a neologismos horrendos) con el presidente y sus medidas. A mí me agrada mucho Fernández. No tan conforme y de acuerdo estoy con la medida que decidió: cerrar al país durante tanto tiempo y advertir que esto podría seguir unos días más.

Pero lo dije al inicio, no es hora de joder a la Comunión de los Santos.

Encerrarse y callar.

Como sea, sueño muchísimo cada noche, cada momento en el que concilio el sueño.

Recuerdo uno de los tantos de anoche: un jefe nuevo me ponía a prueba. Me tomaba examen.

A diferencia de lo que me sucedería en otro sueño o en la vida real no me angustiaba la alternativa.

Yo, ante el caso que planteaba en una charla previa al examen, lo tapaba a preguntas. Él se molestaba pero al otro día me daba una carpeta con antecedentes que me servirían para sortear eficazmente el examen: "con esto, te sacás un diez", me auguraba. No hacía trampa, o eso interpretaba yo. Parecía premiar mi entusiasmo.

Giraba todo (parece que concilio poco el sueño, que descanso nada) sobre la prohibición de contacto. En este caso relacionada con la violencia de género.

Y entre los antecedentes, uno en el que había intervenido yo. Un abogado con el que trabajé hace muchos años, me instaba a firmar un escrito que debía firmar él y yo lo hacía. Si bien no discrepaba con la decisión tomada el nuevo jefe decía algo así como: "ves, esto es lo último que se tiene que hacer".

Había firmado un pedido de suspensión de un juicio oral. Era por violencia de género. En el escrito, el defendido por mí (acusado de violencia de género) se comprometía a no ejercerla más sobre la mujer con la que convivía. A los años, el tipo la mataba. Y se hacía el juicio nomás, esta vez por homicidio calificado por el vínculo.

Yo advertía mi firma al pie del convenio y se la mostraba al nuevo jefe, que se sorprendía mucho y simulaba estar de acuerdo con lo que había hecho, o suavizar la crítica anterior.

Mi firma era la que usaba cuando era chico, larga, con mi apellido escrito al medio. Diez centímetros (o más) tenía esa firma. Con los años fui achicándola un poco más cada año: primero la inicial, una hache bien vertical. Últimamente, firmo con una mosquita ínfima, parte de esa inicial.

Entre tanto, iba a la casa de Cacho, de mi gran amigo. Que vivía en efecto en una casa: Lebretón 90. Veía el cartel de catastro en la entrada y un anuncio del estadio de fútbol del Pato Fillol, uno que hace muchos años existía en Olazábal y Conesa y ya no existe más.

En su casa, escuchábamos a Fernández hablar sobre la pandemia. Como estaba el papá de Cacho, Miguel, me tragaba los comentarios (aunque al final me despechaba con un elogio, que él aprobaba), sólo decía una y otra vez que tenía una carpeta con documentación para estudiar para un examen.

Fin del sueño.

En fin, este diario viene siendo algo parecido a una bitácora onírica. No sé qué sentido tiene seguir escribiendo (cuando el solo acto tortura aún más mi espalda torturada); pero vamos a seguir.

En otra entrada, una reseña de todo el cine que ando viendo.





domingo, 22 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 2.

El segundo día de encierro anduvo favoreciendo los primeros síntomas que uno teme: ha aparecido una barriga muy desagradable, la papada anda ganando terreno y sufro la tortura de mis lumbares.

De lo último (en especial) soy total culpable: haciendo caso a un charlatán que sé que habla de todo y no sabe de nada pero a quien quiero mucho (por eso, quizás seguí su consejo malo, erróneo como todos los que da siempre, sin excepción, aunque los diga con una autoridad de la que carece para casi todo) adquirí hace unos años un colchón que él dictaminó entonces que era el "mejor de todos", opinión dada con tanto énfasis como ignorancia total, que yo conocía entonces de memoria, conocimiento que decidí inadmisiblemente ignorar.

Pago las consecuencias y soy el único responsable: el pozo que se forma al medio del colchón tortura mi espalda e interrumpe mi (de por sí difícil) descanso.

Ahora me pregunto porqué no lo cambié hace unas semanas cuando se hizo ese pozo en el centro que me tiene tan a mal traer. Sin excusas diré que pensaba hacer un "combo" con la cama que debía comrpar para la casa que quería alquilar en Brandsen y no hice. A la espera de esa firma, esperé más de la cuenta y ahora pago los costos: seguir los consejos de un adorable pelotudo y no hacer las compras a tiempo.

Eso motiva quizá, que tenga los sueños más insólitos.

Anoche soñé con Roberto Gómez Bolaños. Que iba a verlo al Ópera o al Gran Rex. No entendía bien porqué lo hacía, pero ahí estaba. Quizás era la primera posibilidad que tenía de ir al teatro post-cuarentena (era un dato que manejaba en el sueño).

Gómez Bolaños (no tenía en cuenta que hace un par de años falleció) contaba anécdotas de su vida. mucho más joven que cuando murió, sin disfraces de ninguno de sus personajes. Contaba cuanto le había costado dejar de beber "a diferencia de mi cumpa Villagrán", haciendo el gesto de empinar el codo.

Ahí estaba Villagrán/Quico, molesto por la infidencia de su odiado Chespirito.

Fin del sueño.

Es claro que ando mal.

Sueño que me dejó intrigado y me impidió seguir durmiendo. Y todo empeoró cuando escuché gritos lejanos y ladridos de unos veinte perros, en la calle, claro. Luego de eso, una atronadora sirena de bomberos y autos que tocaban la bocina.

No lo soñé, como dijera Solari. Estaba pasando. Así pintan las noches que vienen.

Con la panza algo debo hacer, con mi malestar general, con colchón comprado a instancias del adorable charlatán o sin él mi espalda suele ser "un concierto de pianolas". Por eso ando porfiando con la aplicación del gimnasio que pago hace seis meses (al que fui solo dos veces) para seguir los consejos de alguna rutina casera.

Anticipo que no voy a poder. Quiero recuperar mi clave y recibo mails con indicativos para hacerla pero el link no responde. algo encontraré en la web.

Aunque siempre se puede estar peor.

Por ejemplo, el muchacho de la foto. No se ve bien, no quise zoomear (horrendo neologismo) para que la violación a su intimidad no fuera más grave.

Vive en un departamento de dos ambientes con su esposa y sus dos hijos (6 años la nena y tres el pibe, aproximadamente). Sé de ellos porque de un tiempo a esta parte fumo en el lavadero. Cada vez menos, por eso del racionamiento y porque la enfermedad que acosa ataca las vías respiratorias. Paro en tres o cuatro al día. Y no me cuesta tanto.

Decía que cuando fumaba bastante más, los fines de semana en casa iba al lavadero y reparaba en ese departamento al escuchar los gritos histéricos y destemplados de la mujer hacia sus hijos. Quien grita así, odia. Les grita con odio a los hijos. Gritos que la nena, claro está, imita.

El hombre grita poco, casi no grita. Ni siquiera ahora que los gritos son más. Ahí se lo ve, en cueros frente al televisor. Compartiendo las 24 horas con esos seres que hacen que su vida sea un infierno cotidiano. Temo mucho por su reacción, que en algún momento, llegará.

Yo, en cambio, lidio solo con mi solitaria cuarentena. Que tiene algo de malo, aunque mucho menos que la de quienes atraviesan experiencias deliciosas como el muchacho de la foto. Y que se cuentan por decenas de miles.

Iremos viendo.

Ojalá hoy haga mi rutina de ejercicio y la repita mañana. Quizás suba y baje diez veces las escaleras de mi piso 15 al 14. Sólo que vive gente muy paranoica, de mucha edad en el piso y temo que escuchar demasiado movimiento los inquiete.

Estuve aprovechando alguna salida a comprar algo para caminar unas 15 cuadras. Iba y venía a paso vivo, de una esquina a la otra, como un demente. Antes de ayer vi gente despreocupada en las calles. Ayer, sábado, las calles de mi barrio estaban desoladas.

Prometí que escribiría sobre el "cine de la cuarentena". Estoy viendo mucho y bueno.

Los dejo con un temazo de Piazzolla de una de esas películas: "El infierno tan temido"

https://www.youtube.com/watch?v=ZcOfRjWMQyI


sábado, 21 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 1.

Acabo de cortar con mi madre, aislada en su casa desde el 18 de marzo, quien me acaba de decir que decidió no contar los días de la cuarentena y demás novedades de las que me entero por teléfono. Hace casi un mes que no la veo y así habremos de seguir.

Por eso, espero que no lea estas entradas.

Una pena que no haya podido avanzar y concluir con un proyecto que estuve a punto de lograr: el alquiler de una  casa en Brandsen. Qué bueno hubiera sido pasarla ahí. No se pudo. Si esto culmina, se hará, espero las dos cosas.

Tengo una característica/cualidad desde hace 25 años, casi. Vivo solo.

Alternativa favorable y desfavorable a la vez, como enseña la filosofía que se cultiva en los lares en los que se habría iniciado este candombe.

El uso del potencial será todo lo que le dedique a todas las suposiciones e hipótesis que andan dando vueltas aunque me cueste creer en aquello de la sopita de murciélago.

Por "h", por "b", parece que nada será igual desde ahora. Se nota un punto de inflexión que veremos cómo sigue.

Me molesta, me angustia, más allá del encierro, que cada uno de nosotros seamos un potencial portador de una muerte segura del otro.

Por eso tanta advertencia alrededor de no tomar contacto. ¿Cuánto tiempo seguirá todo esto? ¿Por cuántos meses más nos andaremos evitando? ¿Se puede vivir sin contacto? Decía que soy solo, pero un abrazo, un beso, una palmada, nos reconforta a los latinos.

¿Viviremos de ahora en más a lo Michael Jackson, aislados en escafandras los unos de los otros? ¿Desterraremos  la cultura de reunirnos en: bares, restaurantes, cines, teatros, canchas de fútbol, estadios, pubs, para no tomar contacto, por miedo al contagio?

Pregunto, me pregunto: ¿tendrá sentido sobrevivir a ese costo?

No voy a dar una respuesta, sigo con anotaciones sueltas, y cierro lo anterior proponiendo que cuando los laboratorios encuentren algo que pare esto, habremos de poder salir a las calles pero de tocarnos, de coger ni hablar.

Es peor que el SIDA, que cohibía el coito. Con esto, ni siquiera un beso.

Otra cuestión que habrá que pensar es la de la dictadura de los médicos. A propósito de lo que escribía.

De hecho ayer, cuando me despedía de la televisión (no voy a volver a ver el espectáculo de personitas patéticas y sobre-excitadas infundiendo temor -insuperables las dos mariconas de anoche en TN un tal Bianco y otro que se apellida no sé cuanto, dieron mucha pena-, dando rienda suelta a su ignorancia, a su imbecilidad, sin excepciones) escuché al peor de los médicos: el Regazzoni ése.

Digno hijo de su padre, inolvidable interventor del PAMI (por las desgracias que dejó, por los negociados que cocinó), el sorete ése dio rienda suelta a la perversidad que anida en cada médico: magos de la tribu que se creen portadores de la salvación y despotizan y maltratan y etcétera. Nunca los quise, ahora menos.

El Regazzoni ése le propuso a Laje (una de las pocas excepciones en materia de comunicación. Apunto también a Castro, Nelson a quien maltraté en este pago) que lo entrevistaba  la solución es parar el mundo dos semanas. Reitero: la solución para el Regazzoni ése es parar al mundo dos semanas.

Laje, Antonio se indignó y le hizo notar la infinita necedad de su propuesta, con tono firme y atinado.

Yo, conteniendo mi pulsión de destrozar el televisor grité a la pantalla: "la solución también, es implosionar el planeta y chau virus, chau vida, chau todo, la puta que te parió".

Se entenderá entonces, porqué decidí apagar el televisor, o mejor, reorientar su uso a otros menesteres; el cine en casa, cuestión sobre la que volveré.

Digamos que ayer estuve asimilando el encierro. Salí sólo a hacer una compra de frutería (admito que aproveché para caminar a paso vivo unas veinte cuadras, con esa excusa) y que saqué la basura de los vecinos con los que comparto el piso.

En la calle vi gente; vecinos que paseaban a sus perros. Y es razonable que lo hagan. Pero ¿no estarían incumpliendo la cuarentena?

Otros, parece, se largaron a las rutas. Lo de siempre, en la calle y en vos, dizque Ferrer.

Vi mucho cine, hoy veré más. Mañana empezaré a leer.



Diario de la cuarentena. Las razones

Varias veces escribí por acá que este blog era algo así como un diario íntimo, desde el cual compartía recuerdos, crónicas, impresiones, como para dejar constancia acerca de lo que pensaba.

En una primera etapa, sobre mis pensamientos acerca de la coyuntura de esos años.

Expliqué porqué desde mi identidad radical era posible y necesario confluir en el kirchnerismo. Aunque módico (como todo en mi vida) pagué un alto costo por esa osadía. No me arrepiento. Escribí en caliente lo que en caliente pensaba que ahora, en frío (conociendo lo que pasaría) no volvería a escribir.

No adheriría con tanto fervor. Y no por eticismo pequebú caro a las huestes del extinto FrePaSo, sino porque advertir que esa dirigencia no estuvo a la altura del enorme desafío. Fueron ruines, mediocres, pequeños. Aunque hicieron bastante y quizás eso justifique aquel apoyo.

En esta segunda etapa, quise explicarme ante mis queridos de siempre, a aquellos  que les interesa saber en qué ando, las razones de mi hipótesis actual. Que ya rondaba mi mente en los años primeros: la necesaria confluencia con el peronismo.

En términos histórico-político-culturales. No es novedosa la propuesta ni novedoso el enfoque. Sólo subrayar lo evidente. Que somos lo mismo. Que para los enemigos del pueblo, somos lo mismo.

Léase pueblo como aquiellos que tenemos sangre criolla y/o apellidos italianos, gallegos y judíos de personas que llegaron a estas playas cuando el aluvión inmigratorio de finales del siglo XIX y principios del XX.

Somos la mierda a la que se la llamó de distintas maneras: chusma, populacho, mersada, grasitas, gronchos, etc., etc.

Y el movimiento político que más hizo por ese pueblo fue la que se extendió entre 1946 y 1955. Que recogía el legado de otro anterior, redentor, el encarnado por Hipólito Yrigoyen.

Y después, la luna en sangre y el paredón: la pérdida de toda posibilidad de ser algo menos malo como Nación.

Con intentos indispensables como el de Raúl Alfonsín, esteriliziado, manoseado. Es esa obscena comunión de los Santos organizada desde el poder, la del "Padre de la Democracia".

Qué modo tan perfecto de humillarlo, de rebajarlo, de tergivesar lo que él quiso ser, lo que se propuso.

¿Cuál fue la "madre" fecundada por el "padre" para parir la democracia? ¿Quién el portador de la buena nueva? Y seguiría con las preguntas pavotas a tono con esa sandez inadmisible.

Por eso la gira de Evita, por eso me encerré en la Biblioteca del Congreso a leer debates parlamentarios sobre la ley de voto femenino, por eso los debates alrededor de Yrigoyen. Llego a la conclusión antes de desarrollar un extenso periplo.

Por eso que anticipaba; estamos en cuarentena, amenazados por un virus que parece que nos llevará puestos a unos cuantos.

Quizá, quede poco tiempo. Así que hubo que ir a los bifes y fui: escribía para eso. Por ahora, espero que sea un paréntesais, voy a escribir sobre lo que creo que tengo que escribir.

Una memoria íntima de la cuarentena.