martes, 31 de marzo de 2020

Diario de la cuarentena. Día 11.

El día 11 de la cuarentena, 30 de marzo según el calendario, fue otro día de febrero: pegajoso, caluroso, de camiseta empapada de sudor pegada al cuerpo, de atmósfera cargada de calor que no termina de irse, de molestar.

Hoy, al inicio del día 12 de la cuarentena, descubro que es el único día que  se le parece a la noción que siempre tuvimos del mes que se va.

En este tiempo en el que todo parece haberse puesto patas para arriba, el 31 es el único día, del mes de marzo.

Pero no tengo que escribir sobre el día 12 de la cuarentena, sino del que pasó, ya que ando escribiendo " a día vencido".

Debo ser consecuente con lo que escribí acá y dejarme de hacer reflexiones coyunturales. No sintonizo con el sentido común ("el más común de los sentidos") y no es cuestión de desafiar la paz de tanto santo en comunión.

Así pues, calladito y en casa. O mejor aún: resignadito y en casa.

Debo ser honesto y decir que dos médicos (esos seres que tan poco quiero) me trajeron algo de alivio. 

El primero, el tal López Rosetti, que escribe historia desde la medicina (con más talento y sensatez y sensibilidad y cariño por sus biografiados que Dr. Nelson). Dijo que si se pasó la fiebre amarilla, la polio, esto pasará y la vida volverá a ser algo parecido (esperamos que mejor en muchos aspectos) que lo que era antes de la sopita de murciélago en el mercado chino a fines del '19.

Me contentó. Porque mi temor es que de esto sobreviva una sociedad sin contacto. Lo vivo como el colofón de un plan diabólico: que las madres no besen a los hijos, que sus amantes no se acurruquen (de coger ni hablar), que los amigos no se abracen. 

Que no podamos compartir teatro, restaurantes, plazas, cines, estadios de fútbol, etc. etc.

De esto último disertó Fernando Polak. epidemiólogo y pediatra en TN, en el programa de un psicólogo que tenía un micro en el canal de La Nación y que ha dado el gran salto. No sé su nombre, ni me interesa saberlo. 

Lo cierto es que Polak, un hombre joven dijo cosas sensatas. Me gustaron sus conceptos. Concretos, realistas, atisbando un horizonte. 
"Nada será igual en nuestra vida cotidiana en el corto plazo", destacó el joven Dr. Polak. 

Y esa frase, que anuncia una mala nueva, paradójicamente, me tranquilizó. No sólo porque habló de corto plazo el Dr. Polak, sino porque no hay cosa peor, que la incertidumbre.

Más tarde, volvió el malhumor, matizado con alivio: una vez más, mis vecinos.

Enardecidos, golpeando cacerolas.

Son un sujeto fascinante, tanto como yo, por supuesto, pero estos no tienen cura.

El presidente salva-vidas los manda a encerrarse y aplauden y pegan alaridos de júbilo, agradeciendo el diktat presidencial. Insisto (para no herir las susceptibilidades de tanto santo en comunión  que lee estas pelotudeces) que me parece razonable la restricción, pero lo último que haría en mi vida sería festejarla.

Estos sí. "Chas chas y a la camita, vecinitos de Coghlan" y ellos, aplauden y con fervor cantas loas al papá de Estanislao Fernández.

Ayer, los mismos, aporreaban cacerolas. La consigna: "que los políticos se bajen el sueldo".

A ver. Para quien ha recibido (si lo ha hecho) 10 lucas para compensar la merma de entrada de ingresos en el marco de esta desgracia, que le calienten el oído diciéndole que hay gente que gana más de 100 mil (o 200 mil) por mes y que si ellos se redujeran el sueldo (o dejaran de percibir ingresos por lo que debe ser un apostolado) recibirían algo más, se justifica la reacción.

Ahora, la premisa es saber que es agente, además de desafortunada en cuanto a sus ingresos, es rematadamente idiota. Son muy pocos los "políticos" que cobran esas sumas astronómicas respecto de las decenas de millones que cobran para subsistir. No alcanza con suprimir todos y cada uno de los cargos "políticos" para que a ellos les llegue más plata.

Que serviría como un gesto, sin dudas. Que quede escrito: si a partir del mes que viene me liquidan un tercio de mi sueldo, no diré ni mu. O un cuarto, veré cómo me las arreglo. Ahora, resolver, resolvemos poco.

Quizás todo cambiaria si un Estado fuerte les obliga a los eternos beneficiarios de todos y cada uno de los gobiernos que se sucedieron que resignen alguito.

Pero sería demasiado, hacerles entender a mis vecinitos de Coghlan todo ese asunto que complica todo y "gasta la cabeza", como decía una tía: contra los políticos hay que estar. Salvo (por ahora, solamente por ahora) el presidente salva-vidas.

No quiero seguir escribiendo sobre coyuntura escribía recién nomás y arremeto con todo esto.

Máxime cuando quiero dejar escrito, para no olvidarlo, al sueño de anoche.

Uno de los tres o cuatro. Recuerdo dos. El primero responde a cierta abstinencia, por lo cual queda en mí (publico un diario íntimo ma non troppo) el segundo tenía notas interesantes. Si no las anoto, se esfuman.

Era mi cumpleaños, o algo así. Yo era el centro de una reunión de mucha gente de distintas procedencias (familia, amigos, compañeres de trabaje).

Teníamos que movernos a otra casa, para celebrar. A mí me desvelaba el tema de la vajilla, las copas en rigor, para "brindar". Le consultaba a dos personas: mi tía Susana y mi amiga María Fernanda. Divertidas las dos, viéndome juntar copas y vasos de un aparador. 

Una copa de cada país: había copas de cristal, de plástico, altas, bajas, finas, panzonas. Vasos, casi ninguno, se habían roto casi todos.

A mí me preocupaba  que brindásemos en recipientes diferentes.

Un grupo de muchachas (no recuerdo a ninguna, tal vez, estaría allí una muchacha rumana con la trabajé), mientras yo revolvía una y otra vez el mismo aparador en busca de copas me dedicaba una especie de rap (¿o trap?) feminista.

No se ofendan mis queridas mujeres militantes, pero era algo muy patético (no lo es en mi opinión -consciente al menos- el movimiento, aclaro), una rima rebuscada y tonta. 

Cuatro o cinco la repetían a la vez, esa consigna, cantada como aquellas canciones del colegio primario, diciéndolas a coro ("¿tiene tinta en el tintero?, ¿tiene lápiz, lapicero?, ¿tienes alguien que te quiera? ¿me puedes decir su nombre?).

Me la dedicaban a mí. Yo, estaba en cuclillas, buscando las dichosas copas (alguien, mi tía Susana me indicaba que deberían estar guardadas) y me miraban las cinco y me cantaban esa consigna.

Yo, al final reaccionaba y les decía: "¿saben qué va a pasar, muchachas? Nosotros, que somos pacíficos, un día nos vamos a cansar y nos vamos a ir".

Un actual compañero de trabajo, un hombre conservador y bueno, estaba detrás mío, viéndome revolver el dichoso aparador y me decía, con su voz, era su voz en el sueño: "Te felicito, Horacio, estuviste muy bien, muy bien".

Fin del sueño.

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