jueves, 30 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 41.

Había interrumpido el relato ayer, querido diario, recordando el diálogo inicial entre Erdosain y el Rufián Melancólico, cuando regresaban en tren de la quinta del Astrólogo, donde habían sido presentados.



Cuando, puesto al tanto de la necesidad de aquél del reintegro de seiscientos pesos debidos a la azucarera en la que trabajaba como cobrador, por haberlos robado, le extendió un cheque por esa suma.

Ese gesto lo había conmovido: "Erdosain recogió el cheque, y sin leerlo lo dobló en cuatro pliegos, guardándolo en su bolsillo. Todo había ocurrido en un minuto. El suceso era más absurdo que una novela, a pesar de ser él un hombre de carne y hueso. Y no sabía qué decir. ya nos los debía, y el prodigio lo había obrado un solo gesto del Rufián. Este acontecimiento era un imposible de acuerdo con la lógica que rige los procedimientos corrientes, y sin embargo nada había ocurrido. Quería decir algo. Nuevamente examinó la catadura del hombre apoltronado en el sillón de terciopelo raído. Ahora el revólver estaba de relieve bajo la tela gris del saco, y Haffner, displicente, apoyaba la azulada mejilla en sus tres dedos de uñas centelleantes. Deseaba darle las gracias al Rufián, pero no sabía con qué palabras hacerlo. Éste comprendió, y, dirigiéndose al Astrólogo, que se había sentado en un taburete junto al escritorio dijo: '¿De manera que una de las bases de su sociedad será la obediencia...?"

Tengo presente, querido diario que no me he referido a los planes del Astrólogo, ni tampoco a los sueños y a la vocación de Erdosain. Tiempo al tiempo, querido diario.

Escribí, que regresaban ambos a Buenos Aires, oportunidad que aprovecharía Erdosain para indagar en el pasado de su benefactor. Y Haffner, gustoso, se extendió. 

Le confió las razones por las cuales se dedicaba al negocio de regentear a las "mujeres de la vida", de índole lucrativo y, en su particular visión, paternalista, también: "¿Quién la cuida como un cafishio? ¿Quién la cuida cuando está enferma, cuando cae presa? ¿Qué sabe la gente? Si un sábado a la mañana la oyera usted a una mujer decirle a su 'marlu': 'Mon chéri, hice cincuenta latas más que la semana pasada', usted se haría cafishio, ¿sabe? Porque esa mujer le dice 'hice cincuenta latas' con el mismo tono que una mujer honrada le diría a su marido: 'Querido, este mes, por no comprarme un traje y lavarme la ropa, he economizado treinta pesos'. Créame, amigo, la mujer, sea o no honrada, es un animal que tiende al sacrificio. Ha sido construida así: ¿Por qué cree usted que los padres de la Iglesia despreciaban tanto a la mujer? La mayoría de ellos habían vivido como grandes bacanes y sabían qué animalita es. Y la de la vida es peor aún. Es como una criatura: hay que enseñarle todo. 'Por aquí caminarás, frente a esa esquina no debés pasar,  a tal 'fioca' no hay que saludarlo. No armés bronca con esa mujer.' Todo hay que enseñárselo".   

Ante otra consulta le refirió al detalle las circunstancias de su "iniciación" como tratante: "en ese tiempo era joven. Tenía veintitrés años y una cátedra de matemáticas. Porque yo soy profesor de matemáticas. Con mi cátedra iba viviendo, cuando en un prostíbulo de la calle Rincón encontré una noche a una francesita que me gustó. Hace de esto diez años. Precisamente, en esos días, había recibido una herencia de cinco mil pesos de un pariente. Lucienne me agradó, y le ofrecí que viniera a vivir conmigo. Tenía un cafishio, el Marsellés, un gigante brutal, a que veía de vez en cuando... No sé si por la labia, o porque era lindo, el caso es que la mujer se enamoró, y una noche de tormenta la saqué de la casa. Fue eso una novela. Nos fuimos a las sierras de Córdoba, después a Mar del Platas, y cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije. 'Bueno, adiós idilio. Se terminó'. Entonces ella me dijo: 'No mi querido, nosotros no nos separaremos más'. Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celoso de una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primer almuerzo que paga ella con plata del 'mishé'? ¿Se imagina la felicidad de comer con los tenedores cruzados, mientras el mozo los mira a usted y a ella sabiendo quienes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de un brazo mientras 'os 'tiras' lo relojean? ¿Y ver que ella, que se acuesta con tantos hombres, lo prefiere a usted, únicamente a usted? Eso es muy lindo, amigo, cuando se hace la carrera".

La subjetividad de un cafishio, así relatada. Roberto Arlt. 

Escribía ayer que la actuación de Daniel Fanego fue sobresaliente. Fue algo más que eso. Fue el Rufián mismo. Muchos actores interpretaron a ese personaje antológico, nadie lo hizo como Fanego. 

Aunque evoco con respeto y cariño al jugado por Sergio Renán, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson en la película adaptada por Beatriz Guido. Disponible acá: Los Siete Locos (Torre Nilsson, 1972); la copia es digna y sugiero que la vean antes de que se enteren los hijos de Babsy.

Renán está muy bien en su papel, convincente, aunque no tanto como la de Osvaldo Terranova (un Ergueta memorable). Algo más abajo, también  que José Slavin (el Astrólogo) y Héctor Alterio (Gregorio Barsut). 

No desentona nadie en ese elenco de primeras figuras (con la ruidosa excepción de la Elsa de Thelma Biral bellísima actriz importada del Uruguay, que nunca pudo actuar decentemente), encabezado por Alfredo Alcón, en el papel de Erdosain, Norma Aleandro (Hipólita), Luis Politti (Bromberg) y Leonor Manso, que en esa versión interpretó el papel de La Bizca, nieta de Doña Ignacia, personaje que jugaría en la estrenada el domingo pasado.


Poco tiempo después, Renán comenzaría su trayectoria como director cinematográfico con La Tregua, una de dos adaptaciones de obras de Mario Benedetti que llevaría al cine (disponible en: La Tregua (Sergio Renán1974).

Auspicioso debut, dado que ese filme sería seleccionado para la competencia como mejor película hablada en un idioma distinto del inglés, en la edición de los premios Oscar de la Academia hollywodense de 1974. Perdió, dignamente, ante la colosal Amarcord de Federico Fellini.

Décadas más tarde, filmó su película más audaz, la más lograda, en mi opinión. Otra adaptación, en este caso de una novela de Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes, estrenada en 1997, disponible acá: El Sueño de los Héroes (Sergio Renán, 1997).

¡Cómo le rajás a Los Siete Locos, Garcete! ¡Qué miedito, che! Que no se diga... No sea pendenciero, querido diario. No sé si le temo a Arlt, sí sepa que lo admiro demasiado. Y si me voy por las ramas es porque irse por las ramas es la especialidad de la casa, querido diario, son 41 entradas, ya debiera saberlo. Y finíshela, lengua en el culo, que me hacés perder el hilo.

Hay cierto aire de familia entre El Sueños de los Héroes y la novela de Arlt, aunque no tanto como el que existe con el guión de la película Invasión (1969), de Hugo Santiago, escrito por Jorge L. Borges, sobre argumento de su Adolfito, ya que estamos.


Quien haya leído ambas novelas, podría refutar lo que acabo de escribir con sólidos argumentos, Emilio Gauna (protagonista de El Sueño...) se le parece en muy poco a Erdosain, tampoco los villanos son demasiado parecidos: el Dr. Valerga, tiene muy poco que ver con El Astrólogo, sin perjuicio de simbolizar ambos el mal; menos todavía puede trazarse un paralelo entre el alucinado de Temperley con el Brujo Taboada. Ni entre su hija Clarita y Elsa. 

Y seguirían las mil diferencias. La más destacable, la verosimilitud (o la ausencia de ella) entre los frescos de aquella Buenos Aires de finales de los años veinte del siglo pasado. Por una sencilla razón: Arlt conocía al detalle el anverso y el reverso de esa ciudad; Adolfito, sólo por mentas. 

Pruebas al canto: la novela de Bioy transcurre en el barrio de Saavedra. La barra de Gauna paraba en el Club Platense, a cuyos integrantes invitará Gauna a gastar una importante suma de dinero (que había ganado gracias a una fija que le había pasado su peluquero) a lo largo de las cuatro noches de Carnaval. Refiere Bioy, que los amigos decidieron ir al corso de Villa Devoto, para lo cual tomaron el tren en Saavedra. Nunca esas dos estaciones fueron unidas por el ferrocarril.

Se me dirá (y con razón), que le busco el pelo en la leche a la literatura de Bioy Casares porque me cae antipático (y tendrá razón quien lo afirme), aunque lo escrito es para marcar la distancia entre la verdad relatada por un escritor y el otro.

Bioy escribía (deliciosamente) sobre las anécdotas que escuchaba de los cocheros que paraban en La Biela, de lo que ha dejado testimonio en sus diarios personales publicados a su muerte. Arlt, había vivido, conocido y visto a los protagonistas de sus obras, y aunque los tratase con impiedad, los conocía a la perfección. Sabía de qué escribía, cuando escribía.

Por ejemplo, al relatar el derrotero de Erdosain, luego de que el farmacéutico Ergueta lo despachara chasqueando los dedos. Caminó, errante, por las calles del centro: "así llegó hasta Cerrito y Lavalle. Al poner una mano en el bolsillo encontró que tenía un puñado de billetes y entonces entró en el bar Japonés. Cocheros y rufianes hacían rueda en torno de las mesas. Un negro con cuello palomita y alpargatas negras arrancaba los parásitos del sobaco, y tres 'macrós' polacos, con gruesos anillos de oro en los dedos, en su jerigonza, trataban de prostíbulos y alcahuetas. En otro rincón varios choferes de taxímetros jugaban a los naipes. El nego que se despiojaba miraba en redor, como solicitando con los ojos que el público ratificara su operación, pero nadie hacía caso de él". 

¿Y la correspondencia entre una novela y la otra?

El coraje, querido diario. El significado del coraje. Quienes lean una y otra coincidirán o, lo más probable, disientan.

Voy cerrando que se hizo larga esta entrada, poirque andaba con ganas de acordarme de Sergio Renán, a cuyo pedido, el gran artista oriental Jaime Roos compuso la Milonga de Gauna, para su película.

No les comparto la letra, porque les "spoileo" (o cómo carajos se diga), la historia...

miércoles, 29 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 40.

El 26 de abril pasado se cumplieron 120 años del nacimiento de Roberto Arlt, aniversario celebrado por Ana Piterbarg y nuestro conocido Fernando Spiner con el estreno cinematográfico (con las particularidades propias de este tiempo canalla) de Erdosain, adaptación del telefilm "Los Siete Locos y Los Lanzallamas" emitido por la Televisión Pública en 2015. Versión a cargo de Ricardo Piglia, de la célebre novela publicada en dos partes, la primera ("Los Siete Locos") en 1929, la segunda ("Los Lanzallamas"), en 1931.

Che, Garcete ¿Te vas a meter con Arlt y con Los Siete Locos?  Sí, querido diario.

¿Estás seguro de hacerlo?  No, querido diario, pero ando con ganas.


Arranquemos por el inicio de esta entrada, por la película estrenada en el Centro Cultural Kirchner el domingo pasado, emitido vía streaming  y disponible acá: Erdosain.

Aconsejo, también, ver la miniserie completa disponible por este tiempo cuarentenario en: Los Siete Locos y Los Lanzallamas

Como escribía antes, cinco años después de la emisión del logradísimo telefilm sus realizadores avanzaron sobre la idea de adaptarla en este largometraje de dos horas de duración. Tarea, que no se limitó a una operación de montaje decidiéndose qué escena quedaba y cuál era descartada contenida en los 30 capítulos de la serie televisiva.


Cuenta Spiner que decidieron encarar el proyecto: "después de haber vivido esa experiencia [la del telefilm] pudimos evaluar la cantidad de elementos de valor que tenía lo que habíamos hecho: en principio, abordar las obras de Roberto Arlt, adaptadas por Ricardo Piglia, con un elenco de geniales actores que se había armado [...] como un acto de amor a las obras de Roberto Arlt y de Ricardo Piglia".

Con los permisos de las autoridades de la Televisión Pública para hacer uso del material, Piterbarg y Spiner organizaron: "un seminario en la Fundación DAC abierto al público al que se presentaron unos 130 directores, escritores, guionistas y fanáticos de Roberto Arlt y de las obras, de los cuales hicimos una selección de 35. Durante dos años realizamos un seminario, donde discutimos las grandes líneas que tenía la serie y cómo hacer la adaptación a película. Lo hicimos de manera práctica porque dividimos en varios grupos. donde había un director y un guionista, y cada uno traía propuestas para cada escena, para las líneas generales. Así que fue una propuesta de construcción colectiva muy linda, muy enriquecedora. ese fue el proceso. Una vez que terminamos con esos dos seminarios, encaramos todo el proceso, encaramos todo el proceso de armado. Así que fue un proceso de unos cuatro años ente el deseo y la concreción"  

De ese proceso creativo encarado con tanta pasión e inteligencia por la directora y el director, nació una decisión que ha de haber sido muy discutida, de circunscribir la historia a su protagonista: Augusto Remo Erdosain.

Es Erdosain, una extraña y preciosa creación, de orfebrería, como lo es la miniserie, en la que todo está en su lugar y se relata con talento, con preciosismo.

El ritmo narrativo y el blanco y negro, el ascetismo subrayado de las locaciones, las actuaciones (todas y cada una) reflejan con una fidelidad inverosímil el alma atormentada del protagonista que no era otra que la del autor de la obra.

La angustia existencial de los personajes es recreada con notable sentido de la realidad, que pretende ser sublimada (aunque los personajes sepan que todo será inútil) con un descenso a las zonas más oscuras del alma humana.

Si el Astrólogo se embarca en ese cometido con la alegría (y el placer) de psicópata perfecto; Erdosain es un infeliz (en el sentido más acabado del término), que desciende siempre un poco más, con toda la tristeza nihilista posible a un abismo sin fondo.

El protagónico de la película lo juega Diego Velázquez. Confieso que no me había convencido del todo cuando vi la miniserie. Terminó de convencerme (y cómo) en el largometraje.

Carlos Belloso teclea alguito con su Astrólogo, no tanto como (¡ay!) Fabio Alberti con su olvidable versión de Ergueta (¡tan luego!) al igual que, como siempre, el siempre inexplicable Martín Slipak.

Se destacan: Belén Blanco (Elsa), Moro Anghileri (Aurora), Leonor Manso (Doña Ignacia) y Magdalena Capobianco (La Bizca). Los talentosos y experimentados Pompeyo Audivert (El Buscador de oro), Marcelo Subiotto (Bromberg) y Claudio Risi (El Mayor), hacen todo bien, al igual que Daniel Hendler en la piel de Fischbein periodista de policiales, personaje inventado por Piglia, como relator de un suicidio que será el colofón de Los Lanzallamas (prudencia la mía, destinada a la gente querida que consulta las cosas que escribo que no hayan leído la novela).

Dos actuaciones son colosales: las de Pablo Cedrón (Gregorio Barsut) y Daniel Fanego (El Rufián Melancólico).

Anticipé que acometeré la osadía de profundizar en la lectura de este trabajo de Arlt que, por lo sublime, por su condición de clásico siempre tiene algo para decir. Sus ecos resuenan invariablemente en cada tiempo, en cada época transcurrida a lo largo del siglo que media entre su escritura y nuestro presente.

Vamos a compartir las alternativas del inicio de la novela y a presentar algunos de sus personajes.

El primer capítulo presenta a Erdosain frente al dueño, al gerente y al contador de la empresa azucarera en la que trabaja como cobrador. Le hacen saber que habían realizado un arqueo sobre las planillas  que había rendido durante los últimos meses verificando el faltante de seiscientos pesos, "con siete centavos", de acuerdo con la salvedad del escrupuloso contador Gualdi.

Conminado a reintegrar la suma, o a aportar los comprobantes correspondientes antes de las tres de la tarde del día siguiente, Erdosain sale a la calle en busca de quien pudiera socorrerlo.


Parafraseo literalmente al texto de la novela.

En la vereda de Avenida de Mayo y Perú, sentado a la mesa de un bar vio a un amigo, el farmacéutico Ergueta, quien luego de contarle que finalmente se había casado con Hipólita (la coja, que había sido prostituta), le confió que "Jesús, por mi mucha inocencia, me ha revelado el secreto de la ruleta" .

Embalado en su delirio, Ergueta, comenzó a explicarle el secreto que le había revelado el Mesías mediante la descripción de una martingala absurda que Erdosain no terminó de comprender. Le confesó, también, haber ganado dos veces consecutivas cinco mil pesos en el casino de Montevideo. "Seré el rey del Mundo", concluyó, eufórico. "¿Te das cuenta? Ganaré en todas la ruletas el dinero que quiera. Iré a Palestina, a Jersualén y reedificaré el gran templo de Salomón."

Convencido de que el farmacéutico estaba totalmente desquiciado, Erdosain empezó cebarlo, manifestándole que Jesús había reparado en él, porque sólo lo haría sobre un alma buena y pura como la suya. Y comenzó a introducir su tema: que una persona agraciada por esa revelación, debía condolerse de los angustiados, de los desesperados, de aquellos que  estaban en problemas.

Ante ello, Ergueta concluye: "¿quién te dice que eso no sea para bien? ¿Quiénes van a hacer la revolución social sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin tener esperanza alguna?¿O te creés que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?"  

Dejando de lado todos los rodeos, Erdosain va al grano: "yo estoy a un paso de la cárcel, ¿sabés? He robado seiscientos pesos con siete centavos", recibiendo por toda respuesta otra alusión a las Sagradas Escrituras, a lo que Erdosain le suplicó: "Pero decime, ¿vos no podés prestarme esos seiscientos pesos? Te juro que los debo".

Y Ergueta, sacándose la mano de su amigo de encima, por toda respuesta y "chasqueando las yemas de los dedos de dijo:

"Rajá, turrito, rajá".

Me extendí porque me fascina ese momento de la novela. Es perfecto.

Sigo y voy concluyendo.

Luego de ocurrírsele la peregrina idea de ir a pedirle dinero al primo de su esposa, Gregorio Barsut (volveré sobre este punto), echó mano la última oportunidad que le quedaba: el Astrólogo, dirigiéndose a su quinta de Temperley.

Al llegar, encuentra al dueño de casa, conversando con un caballero elegante quien le es presentado como "Arturo Haffner", conocido como "El Rufián Melancólico".
  

Una vez que el Astrólogo concluyese su interminable exposición acerca de las asociaciones secretas en los Estados Unidos, Erdosain le hizo saber la verdadera razón de su visita, implorando por los seiscientos pesos.

Haffner quiso saber porqué había robado ese dinero. "De aburrido, nomás", contestó Erdosain. Y de preguntarle qué destino le había dado a esos seiscientos pesos y porqué andaba con "los botines rotos", habiéndose hecho de esa suma, Haffner lo tranquilizó: "yo le voy a dar esa plata, para eso estamos los hombres". para desenfundar su chequera, extendiéndole un cheque por esa suma.

Ambos, Erdosain y el Rufián, volverían juntos en tren a Buenos Aires, cuando conversaron sobre el Astrólogo y sus planes revolucionarios.

Fue entonces cuando observó el primero que para lograr sus planes evaluase la posibilidad de utilizar explosivos, existiendo armas mucho más eficaces: el cultivo de bacilos del cólera asiático.

"Sería magnífico como medio de combate contra el ejército. Desparramar un cultivo en cada cuartel. ¿Se da cuenta? Simultáneamente, treinta o cuarenta hombres pueden destruir el ejército y dejar que las masas proletarias hagan la revolución".

Creo que es claro porqué escribía acerca de la actualidad de esta monumental novela de Roberto Arlr que me exigirá a lo largo de unas cuantas entradas por venir, querido diario.

martes, 28 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 39.

Estamos pisando, nomás, los 40 días, querido diario.

Cuarentena hecha y derecha. Y alguito más parece que se nos viene.

Afuera, una tormenta perfecta (viento, rayos, centellas y mucha agua) es el telón de esta nueva escritura que no interrumpí un solo de estos casi cuarenta días de profiláctico encierro colectivo, que escribo como si ello tuviese algún mérito.

Volvieron los sueños, querido diario. 

El de anoche, cargado de significantes que vaya uno a saber qué urgencias del subconsciente vienen a traducir.

Resulta que iba a entrevistarme con un Fiscal importante. O al menos, con un jetón importante. Había gestionado la cita y, puntualmente, me presentaba en su Fiscalía, acompañado de mi tía ciega.

¿Por qué había ido acompañado de Rosa? Misterio.

En la mesa de entradas de esa Fiscalía se agolpaban las personas que querían ver al Fiscal. Yo, no recuerdo bien qué, pero era claro que iba a proponerle una especie de acción conjunta, desde mi tarea, relacionada con la defensa pública.

Logramos pasar, con mi tía. Un empleado, me franqueó el acceso. Era una típica oficina de Tribunales. Le estaban haciendo una broma o algo así a ese empleado porque estaba con los pantalones bajos. A él le causaba gracia estar con el culo al aire. Sus compañeros (compañeres) celebraban el paso de comedia con risitas contenidas. A mí me molestaba todo eso, en especial porque contrastaba con el clima de trabajo febril de esa oficina.

Pasaba al despacho. El Fiscal, era un hombre de unos cuarenta años, a quien en esta dimensión, no conozco ni se parecía a nadie conocido. Su despacho atestado de libros y de carpetas. También había retratos de él. Muchos. Retratos "pop" con imágenes de este tipo en varias otras épocas de su vida. Siempre enérgico. Recuerdo una, de perfil, que se lo veía más gordo que cuando nos recibía a mi tía y a mí, dando una arenga o algo así.

Me daban unas ganas incontenibles de mear y salía del despacho, disculpándome con el Fiscal. Mi tía se quedaba en la oficina y como que atinaba a preguntarme qué se esperaba que hiciese con el Fiscal.

Me perdía en el edificio, tardé en encontrar el baño y descargué mi vejiga largamente (por suerte, querido diario, no miccioné en la realidad, sé que a varias personas que sueñan que orinan, lo hacen nomás).

Volví a perderme para encontrar la Fiscalía y al fin llegué. Había más gente reunida en la mesa de entradas. Paisanos, gente humilde. Yo me acercaba a la ventana de atención al público y nadie de adentro se percataba que yo quería entrar. De hecho, un morochazo me lo impidió cuando quise hacerlo.

Le recordé que minutos antes había salido de la Fiscalía, pero que no podría dejarme entrar nuevamente. Le dije de de la tía mía en el despacho del Fiscal, pero se rió, como quien escucha una macana.

Logré ver a Cynthia, una ex compañera de trabajo. Le grité desde la ventana y vino. Le rogué que me dejara pasar y, logró franquearme al acceso, luego de consultarle al Fiscal si querría volver a verme.

Estaba sacando fotocopias, y tenía la cara tiznada por el tonner de la máquina. La recuerdo sonriendo, ver su tez tan blanca, y darme vergüenza ajena, verla con el tizne en la mejilla.

El despacho era un caos, más gente y el Fiscal haciendo fotocopias de libros. Fumaba el hombre, me invitó a que me acercase y vi que tenía en las manos algo así como un Código Penal comentado, todo marcado, que fotocopiaba casi íntegro.

Es entonces, cuando me preguntaba qué hacía ahí. Había olvidado las razones por las cuales me había presentado ante ese Fiscal e incluso, me preguntaba sobre la conveniencia (incluso la legalidad) de que compartiese información que tenía como Defensor.

Me angustiaba eso y empezaba a hablar de boludeces, que molestaban al Fiscal. Como: "es claro, señor Fiscal que usted, al igual que yo, es un hombre del siglo veinte. No puedo leer desde una pantalla, me pierdo...".

El tipo asentía y me miraba como diciendo: "todo muy lindo, pero decime para qué carajo venís acá".

Y yo le preguntaba por mi tía.

Fin del sueño, querido diario.

No tengo el hábito de interpretar mis propios sueños, no lo haré en este espacio que es consultado por gente tan querida para aburrirla con teorías pavotas, aunque creo que es obvio que ese sueño deriva de alguna reminiscencia del pasado domingo cuando tuve la feliz idea de cumplir 47 años y un contingente de gente amiga, otra que trabajó con uno y muchos familiares, anduvo acordándose de uno.

De ahí la ensalada del sueño, quiero creer.

Cumpleaños tan distinto a otros, aunque rodeado de afecto virtual, pero afecto al fin. Y muy bienvenido.

Distinto de otros de afecto presencial digamos, como aquel de abril de 2014, cuando mi ahijadito Bruno, de tres años recién cumplidos, pese a su comprensible mal humor fruto de un almuerzo que se había extendido demasiado, me ayudó a soplar la dichosa velita.






lunes, 27 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 38.

Querido diario.

Ayer, el reportaje de Eduardo Febbro a Eliane Piaggio, investigadora del Instituto "Marie Curie" de París, me reconcilió con las personas que se dedican a la investigación médica.

No es que me haya deslumbrado el ámbito desde el cual desarrolla su tarea en detrimento del criollaje que hace lo que puede por estas pampas, sino la claridad con la que expuso sobre este tema tan complejo y doloroso, en franco contraste con sus colegas argentinos.

En particular cuando definió a esta pandemia ominosa como "una enfermedad que terminamos de entender" (disponible en:https://www.pagina12.com.ar/262127-eliane-piaggio-todavia-no-terminamos-de-entender-esta-enferm


Se me preguntará (y yo mismo me pregunto) las razones por las cuales recibo bien la confesión del desconcierto médico ante este escenario ruin y, en cambio, porque me irrito hasta el odio cuando escucho a los expertos que calientan las orejas de presi salva-vidas, siendo que doña Piaggio no dice nada más alentador que aquéllos y me respondo, querido diario.

Que Piaggio habló con la honestidad, el rigor y, en especial, el respeto a los inexpertos contrariamente a lo que vengo recibiendo a diario de los telúricos Gengis Kahn, uno que luce un entretejido y se cree Gary Cooper o el fresco de López Rosetti.

Confiesa, Piaggio, con mucha honestidad su desconcierto (que es global) y arriesga alguna vía de resolución a todo esto que padecemos que no se reduce a la vacuna salvadora, sino que la apuesta es al hallazgo del tratamiento eficaz que son los que "están en curso".

"O se inhibe el virus con un antiviral o se trata la respuesta inflamatoria exacerbada. Por consiguiente, lo que se está haciendo en Francia es lo que se hace en Europa. Es de destacar el estudio clínico europeo 'Discovery' que evalúa 4 tratamientos experimentales contra Covid-19. Dentro de este programa a los pacientes se les proponen distintos tratamientos que van desde el antiviral que se suministra para el Ebola, otro que se suministra contra el VIH o la famosa hidroxicrolaquina. Hay otras cositas nuevas que se manejan, pero, de todas formas, no hay muchas opciones. No se le puede dar cualquier cosa as los pacientes.- estas son las drogas disponibles y las posibilidades de tratamiento" 

Y luego, categóricamente, dijo que no hay otra opción que el confinamiento para frenar la expansión del virus. 

Que fue, que sigue siendo, una medida necesaria para detener la propagación del virus. Para "achatar la curva" como se machaca tanto.

Acato, esta vez con convicción, porque se me ha explicado bien, el confinamiento. Y me alienta la posible salida a toda esta mierda expresada por la buena de Eliane con rigor científico.

Colaboró el entrevistador, que no le consultó por las próximas Navidades o alguna imbecilidad propia del vecino de mi querido Cachito cuando arrojó a López Rosetti al ridículo del moqueo en cámaras con aquella consulta repasada en este diario.

Seguramente, me dejó satisfecho el trato respetuoso de la doctora Piaggio a los lectores de su reportaje, informando las ásperas alternativas de esta pandemia y en especial, destacando el patético fracaso de la OMS en la prevención de lo que se veía venir.

Y, alabado sea Dios, dejando a un lado el recurso de los aforismos propios de la cosecha del escribano José Narosky, especialidad del Dr. Gengis Kahn.


Autor del hit: "el virus no te va a buscar, vos lo vas a buscar al virus".

Genialidad que el presi salva-vidas consideró indispensable recordarnos en su conferencia del sábado 25 de abril cuando anticipó lo que había dejado caer acá en broma, querido diario.

Que nos quedamos en casa hasta el verano 2022.

domingo, 26 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 37.

Vengo dedicándole, tal vez, demasiado tiempo al libro de Inés Anchorena de Acevedo que adquirí hace unos meses en la librería de mi querido amigo Alberto Casares, Costa Romántica, dedicado a San Isidro, lugar en el que me crié desde que llegué al mundo, hace exactamente 47 años.

Con la escritura ripiosa y sardónica del administrador de este bazar, se repasaron algunos párrafos de ese libro publicado en 1964, y ayer nomás, hicimos hincapié en las impresiones que a la autora le merecían los años de gobierno del brigadier Juan Manuel de Rosas, entre 1829 y 1852, acordes con la opinión de repudio categórico del grueso de los miembros de su clase.

Opinión sustentada en el consenso nacido a partir de febrero de 1852, cuando se decidió una suerte de abominación institucional de Juan Manuel de Rosas, erigido como el malo-malísimo de la historia nacional.

Una suerte de corporización del mal, opinión de Estado consolidada mediante los antecedentes normativos y jurisprudenciales repasados en la entrada pasada con la profundidad que admite este formato y la aptitud para ello de quien escribe.

Nada de lo escrito es novedoso ni llama la atención: que una dama de la más rancia oligarquía denostase a Rosas y que esa opinión sintonizara con la del statu quo post Caseros.

Sin embargo, era llamativo que el linaje de misia Inés Dolores Mercedes no fuera el de las personas cuyos bienes habían sido confiscados por el régimen rosista bajo la acusación de su salvaje unitarismo, con alguna excepción, claro.

De los apellidos de esas personas detallados por el Fiscal Agrelo en su acusación, con reflejo en la sentencia del juez Villegas por el cual se lo condenó a la pena de muerte (proceso en ausencia del acusado, quien no fue oído ni pudo ejercer acto defensa alguno, con afectación a las garantías previsitas por la Constitución del Estado de Buenos Aires, aprobada en abril de 1854) sólo uno se emparentaba con el de la autora de nuestro libro, el de Riglos.

Como anticipé, su apellido de soltera resonaba como uno de los más cercanos a la cohorte del  Restaurador.

En especial, el nombre del abuelo de su padre Manuel Baldomero, Tomás Manuel de Anchorena. El de la calle palermitana y de la estación de tren a la vera de la Costa romántica.

Figura decisiva del tiempo iniciado en 1810, cuyo derrotero voy a comprimir para no extenderme más en un asunto que quiero concluir en esta entrada. 

Abogado, terrateniente ganadero, había sido Secretario de Manuel Belgrano cuando su comandancia en el Ejército del Norte (lo acompañó en cuatro batallas, dos victorias y dos catástrofes conducidas por el creador de la bandera nacional). Firmó el acta de la independencia de las Provincias Unidas en Sud América en San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1816 en representación de la provincia de Buenos Aires, cuando se opuso abiertamente y por razones deducibles a la propuesta de su antiguo Jefe de coronar a un descendiente de la dinastía Inca de Atahualpa como monarca para el Estado naciente.

Su hora de gloria llegaría cuando un primo suyo, por vía materna, se hiciera del poder, tras el fusilamiento de Manuel Dorrego.

Ese primo de Tomás de Anchorena se llamaba Juan Manuel de Rosas.

Fue el bisabuelo de misia Inés quien, en su condición de integrante de la Cámara de Representantes de la provincia de Buenos Aires en 1829: "defendió con calor y erudición el proyecto mediante el cual se acordaban facultades extraordinarias a don Juan Manuel, su primo hermano", anota Fermín Chávez en: Iconografía de Rosas y de la Federación.

Adolfo Saldías en Historia de la Confederación Argentina Julio Irazusta, en su clásico: Vida política de Juan Manuel de Rosas le asignan a Tomás de Anchorena un papel de relevancia en el entorno del gobernador quien acostumbraba a requerir su opinión ante situaciones o materias delicadas para la marcha de su gobierno, como en oportunidad del bloqueo de la escuadra francesa al puerto de Buenos Aires en 1838.

Irazusta, reprodujo en su trabajo el contenido de la epistolaria entre las dos personalidades, de la que se desprende el respeto de Rosas hacia su primo mayor (que linda con cierta subordinación, tal vez nacida de esa relación parentesco), concomitante -en el sentido inverso- con el tono de las cartas de Anchorena.

Juan José Sebreli, en su interesante libro de 1972 que cité ayer, luego de realizar una reseña de las relaciones de índole familiar (y ante todo económica) entre los primos anota que: "sin duda alguna fueron los Anchorena y principalmente Tomás Manuel quienes estuvieron detrás de Rosas inspirándole sus principales actitudes políticas, ya que éste era un hombre rudimentario para quien la política, en sus comienzos, sólo constituía un medio de acrecentar su fortuna. Rosas y Tomás Anchorena se complementaban muy bien. El conocimiento que le faltaba a Rosas, lo tenía Anchorena; la capacidad de mando que le faltaba a éste, la tenía en cambio aquél. Intolerante y soberbio, Anchorena encontraba en todas partes resistencias y antipatías, carecía de la atracción necesaria como para obrar por sí  mismo; decidió hacerlo a través de Rosas, pensando para él. Si Rosas era la fuerza y la atracción, Tomás de Anchorena era la astucia y la sagacidad, armas mediante las cuales los débiles dominan a los fuertes. Anchorena era el personaje que necesitaba para dirigir. Tomás de Anchorena era el Maquiavelo de las pampas, que había encontrado en Rosas al César Borgia a través del cual dirigir por delegación los destinos del país"  

Aunque discrepo con el juicio que a Sebreli le merece la personalidad de Rosas (no creo que el Restaurador pueda ser considerado una marioneta), es evidente el ascendiente de Anchorena sobre él, y el inmenso provecho (personal, político y en contante y sonante) que sacaría durante buena parte del cuarto de siglo durante el cual Rosas decidió los destinos de la Confederación con mano de acero.

No sería testigo de la derrota de su primo el 3 de febrero de 1852 en Caseros. Había fallecido ya, el 29 de abril de  1847, cuando fue objeto de honores de Estado: oración incluida ante su tumba a cargo del autor de los versos que, musicalizados por Blas Parera, habían conmovido a la casona de misia Inés: Vicente López y Planes. Y extenso y apologético obituario a cargo de nuestro conocido Pedro de Ángelis, en la edición de la Gaceta Mercantil

Apenas iniciado su exilio, Rosas recibió la visita de los dos hijos varones del hermano de Tomás, Nicolás de Anchorena, ante quienes se comprometió a destruir toda la epistolaria que había llevado consigo relacionada con los negocios que había compartido con su primo Nicolás, sugiriéndole a su primo, por intermedio de sus visitantes que él hiciera lo propio, anécdota consignada por Nicolás (h) en una carta reproducida por Sebreli.

Quien, con malicia, anota que la visita de los hijos de su primo había ocurrido antes de que el Estado de Buenos Aires ordenase la confiscación general de todos los bienes de exiliado, como repasamos en la entrada anterior cuando primo Nicolás decidió romper todo vínculo con primo Juan Manuel.

Diez años después, desde Inglaterra les reclamará a los Anchorena el reembolso de dineros que le adeudaban anotando en el testamento ológrafo de 1862 las sumas que debidas por Nicolás y su hermano mayor Juan José en razón de:  "mis servicios y mis gastos en su beneficio pues que les fundé y cuidé varias estancias en los campos entonces más expuestos [a los malones de los indios] de 1818 a 1830", prueba cabal de las estrecheces que padecía en Southampton.

Más explícito sería en la correspondencia mantenida durante esos años con su amigo y ex ministro de Hacienda José María Roxas y Patrón y con su yerno, Máximo Terrero. Al primero, le confió que a los Anchorena: "les reclamaba incansablemente un porcentaje de la fortuna que habían hecho bajo la sombra de mi administración"; a Terrero, le confiaba sin vueltas su enojo con la actitud que observaban sus parientes Anchorena con sus necesidades económicas. Evocaba a Nicolás con ternura: "esos Anchorena, y muy señaladamente el tal don Nicolás, ¡qué hombre tan malo, tan impío, tan hipócrita y tan bajo, tan asqueroso e inmundo!"

En todas las familias se cuecen habas, decía mi abuela y ésta parece no ser la excepción.

Y si de familias hablamos no olvido el subrayado que realicé hace unos cuantos párrafos cuando destaqué (al estilo de este bazar) que misia Inés Anchorena (de ella y por ella escribo, no lo olvido, aunque lo disimule) no guardaba relación de parentesco con los Murrieta, aunque los tuviese con los Riglos.

Vuelvo a Sebreli quien luego de realizar un detalle pormenorizado de la comunidad de negocios entre los Rosas y los Anchorena, relata una anécdota que me permtiré reseñar con cierta extensión. 



Cuenta que nuestro conocido Pedro de Angelis, en carta al representante de la Confederación en el Imperio del Brasil, general Guido confió que: "Don Nicolás Anchorena, que ha dejado de 8 a 10 millones de pesos fuertes a sus herederos, vendía terrenos al gobierno, y los cobraba por novillos: un día que no había un maravedí en las arcas, insistió y clamó tanto por una cuenta que había presentado, que su primo Rosas fue obligado de darle la recova nueva en pago de esa deuda, que no podía cancelar de otro modo".

Explica Sebreli que la Recova a la que aludía don Pedro en su infidencia a Guido era el principal centro comercial de aquella aldea, la cual había sido subastada en 1835 por decisión de Rosas, ante las serias dificultades económicas que atravesaba la provincia: "en el local de la Aduana vieja se efectuó la subasta y la recova fue adquirida por 260.500  pesos por don Ariano San Juan en representación de los comerciantes españoles Manuel y Francisco Murrieta. Tomás de Anchorena, que hallándose interesado en la compra de la Recova no pudo asistir [a la subasta] por encontrarse en el campo, manifestó a su regreso, su disgusto por el negocio que se le había escapado de las manos. Con su hermano Nicolás tramaron despojar de la compra a los hermanos Murrieta mediante un artilugio., Se designó entonces a Lino Latorre, quien se entrevistó con los Murrieta, haciéndoles saber que Rosas estaba disgustado con ellos porque no habían contribuido al empréstito solicitado por Estado, alegando falta de dinero, pero en cambio gastaban una gran suma en la compra de la Recova".

Conclusión: los Murrieta pidieron consejo a Latorre quien, sabia y prudentemente, les aconsejó que se olvidaran del asunto y vendiesen la recova a Nicolás Anchorena quien: "pagó por ella $ 250.000 en pago de una suma que adeudaba el gobierno. La venta se hizo el 27 de septiembre de 1836 y el 29 se otorgó la escritura, que luego fue a su vez pasada a Tomás de Anchorena" y no recibieron un centavo por esa venta amablemente sugerida, sino que se les endosó la dación de un crédito de los Anchorena. 

El caso de José María Riglos es peor aún.

En 1836 había obtenido una sentencia favorable en un pleito iniciado contra Nicolás Anchorena, relativo a la venta que su hermana y condómina Concepción había realizado de la  vivienda familiar a Estanislada Arana, esposa de Nicolás (hermana, además de Felipe Arana, canciller de Rosas). Describe Sebreli: "el comprador quería conservar la casa y el hermano de la vendedora quería recuperarla pagando el mismo precio. Riglos se amparaba en el derecho de retracto que tenía todo condómine o socio a exigir la preferencia en la venta de la propiedad en común".

Consecuentemente, debía ejecutarse la sentencia en favor de Riglos.

Mal perdedor, el primo Nicolás: "presentó un escrito a Rosas donde le pedía que interviniera en el asunto, en virtud de la ley que facultaba al gobernador a suspender la ejecución de las sentencias pronunciadas por al Cámara de Justicia. Casualmente esa ley había sido promovida por el propio Nicolás Anchorena. Rosas entonces pidió la documentación del pleito  y la dejó dormir en su poder. Ni él ni Anchorena se acordaron más del asunto hasta que un año después Riglos se presentó al gobierno suplicando pusiera fin a sus males 'privado como se halla de sus bienes y del único recurso que cuenta para su subsistencia'. En marzo de 1838 Tosas entregó el expediente a la Legislatura, donde fue discutido. el asunto había adquirido gran repercusión dada la importancia social de ambos contendientes. La defensa de Anchorena ante la Legislatura la hizo Lahitte. Entre tanto, Riglos había sido encarcelado por unitario y cuando salió en libertad estaba ya lo suficientemente intimidado como para seguir luchando, por lo que renunció al derecho de apelar"

Fin del racconto.

Veamos, tanta alharaca para chicanear a la prosa de misia Inés. Para echarle en cara su lenidad, su hipocresía, su ingratitud, porqué no.

Debía (debe toda su familia) mucho a Rosas. Hubiese merecido de ella, cuanto menos su silencio.

Cierto es que los Anchorena siempre vivieron al calor del poder. Realiza una detallada nómina Sebreli de las intervenciones de algún Anchorena en todos y cada uno de los regímenes a partir de la caída de Rosas, y hasta 1972, cuando se publicó su trabajo. Con dos excepciones que se deben seguramente al azar: los gobiernos de dos presidentes, uno de nombre Hipólito, el otro llamado Juan Domingo, mandatos durante los cuales ningún Anchorena prestó servicios a la Patria.

Y que no fueron los únicos.

Pero el rol de su bisabuelo en tiempos de su primo Juan Manuel fue decisiva, y el provecho político y económico que su familia haciendo usufructo por la vía más abyecta, tales los casos de los Muñeira y de los Riglos, entre otros. Quien se tanto se ufanaba de su progenie debió haber realizado alguna mención a ese pasado tan poco confesable. O hacer un prudente silencio.

Aunque se infiera que misia Inés no compartiese la ideología, el proceder y las posturas e imposturas de su bisabuelo. No obstante es innegable que sacó provecho (y cómo) de la fortuna amasada por Tomás Manuel durante los años en los que su casa de la Costa Romántica se estremecía con los mueras, las cabezas en las picas y tantas delicias.

Lodos que cocieron los barros con los que se levantaría el suntuoso palacio construido por su esposo, el arquitecto Acevedo, con materiales traídos de Francia a finales de los años '20 del siglo pasado, fecha coincidente con el final de su actuación (quién sabe en qué carácter) en la Legación argentina en ese país.

Una historia (más) de la coherencia, de la ética diríamos, de una de las familias patricias argentinas.

Que al igual que tantas otras, amasó su fortuna a fuer de exacciones y saqueos.

Cuya víctima predilecta fue el Estado, siempre generoso con esas familias patricias.

Estado al cual se lo amonesta severamente cuando se distrae, y orienta sus acciones distributivas hacia otros sectores menos aventajados.

Al populacho, a los gringos bachichas, a la chusma, a los cabecitas negras, a los grasas, a los choriplaneros.

Alguno de estos calificativos habrá musitado entre dientes misia Inés Dolores Mercedes Anchorena Cobo de Acevedo Chevaller cuando se despedía de esta dimensión a poco de publicar su libro al que tanta atención le presté.

Conmovida ante tanto Garcete que en mala hora, decidía afincarse en los terrenos vecinos a los de su gaviota de material construida frente a su Costa Romántica.

Dedicado a mi querido amigo Gonzalo Viña.

sábado, 25 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 36.

Ayer nomás, el responsable de este bazar austero se dedicó a la reseña del libro Costa Romántica, publicado por Emecé en 1964.

Al evocar el pago sanisidrense, en especial la casa a la que le atribuía vida propia su autora Inés Anchorena de Acevedo, escribe que esa casa había oído: "pronunciar 'libertad' y aprendió su significado", metafórica alusión a Mariquita Sánchez y a la entonación por vez primera del verso de Vicente López y Planes, con música de Blas Parera.

Fue allí, parece, en el solar de San Isidro, que además reclamaba a los mortales que oyesen el grito sagrado. "libertad", claro; y era preferible morir con gloria a no vivir coronado de gloria. Despachándose de lo lindo contra los españoles "el ibérico, altivo león" (que se había arrojado con saña tenaz sobre México, Quito, Cochabamba y La Paz), rendido a las plantas de la "nueva y gloriosa nación" .

Todo cambiaría. "Más tarde vivió tiempos de espanto, en los cuales no se hablaba sino de sangre, muerte y torturas. Muchas veces vio pasar [la casa] grupos de hombres que llevaban cabezas sobre picas; cabezas con los ojos abiertos como para no perder detalle de lo visto. También sus oídos escucharon secretos de los que cobijaba bajo su techo [la casa] y junto con ello mil veces tembló por al suerte de sus dueños, y en especial de alguno escondido entre los juncos, en las orillas del río. Pero la santa a la cual debía su nombre veló sobre ella [la casa] y sus moradores y no permitió que la sangre la enrojeciera, y hombres que noche a noche sembraban la muerte en los alrededores, nunca encontraron bajo su techo al que hubieran querido degollar [al techo de la casa] para teñirla con el color de la divisa de la ignominia".


Sombra terrible de Juan Manuel de Rosas.  

Deplora, misia Inés a la deplorable dictadura rosista.

Y cómo no lo haría una integrante de la clase sana y principal de San Isidro (del país todo) para reivindicar una vez más, el catecismo laico legado por quienes habían gestado, un siglo antes de la escritura de Costa Romántica.

Cuando, por ley del 29 de julio de 1857, el Senado y la Cámara de Representantes reunidos en Asamblea General, del Estado de Buenos Aires (escindido, entonces de la Confederación de 13 pobres ranchos) había declarado a: "Juan Manuel de Rosas reo de lesa patria por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo durante el periodo de su dictadura, violando hasta las leyes de la naturaleza y por haber hecho traición, en muchos casos, a la independencia de la patria, y sacrificado a su ambición, su libertad y sus glorias, ratificándose por esta declaración las disposiciones vigentes", declarándose en su artículo 2°: "igualmente que compete  a los tribunales ordinarios el conocimientos de los crímenes cometidos por el tirano Juan Manuel de Rosas, abusando de la fuerza que investía".

El fiscal Emilio Agrelo, al evacuar la vista conferida por el juez de Primera Instancia, mediante dictamen de fecha 24 de septiembre de 1859 acusa a Juan Manuel de Rosas (juzgado en ausencia, dado que desde febrero de 1852 se encontraba exiliado en Southampton, Reino Unido de la Gran Bretaña) que se inicia con la siguiente elocuencia: "pocos criminales presenta la historia de las sociedades antiguas y modernas como Juan Manuel de Rosas, ex-Gobernador de Buenos Aires, declarado reo de lesa patria por la Asamblea General legislativa del Estado."

El extenso dictamen Fiscal de acusación contra el deleznable tirano Rosas abunda en crímenes de toda laya los cuales: "pueden clasificarse del modo siguiente: primero: diversos asesinatos individuales y en masa; segundo: degüellos de los años de 1840 y 1842, perpetrados en las calles de Buenos Aires; tercero: fusilamiento de prisioneros de guerra capitulados y no capitulados; cuarto: confiscaciones y robos de las propiedades de sus enemigos públicos denominados por él 'salvajes unitarios"

El dictamen por el cual se pide que se le imponga al reo la pena ordinaria de muerte, se extiende en detalles minuciosos en derredor de los "crímenes de sangre" del acusado, obviando mayor detalle a las exacciones por las que se lo acusaba.

El 17 de abril de 1861, el juez Sisto Villegas dicta sentencia. Al igual que el fiscal Agrelo, realizó un prolijo y pormenorizado detalle de los fusilamientos y tormentos infligidos a los enemigos del acusado, deslizando al promediar su extensa resolución que debía considerarse: "igualmente que el pillaje de las fortunas, y el puñal asesino no se dirigían exclusivamente contra los miembros adheridos a las ideas unitarias; sino indistintamente contra los miembros mismo y aun los más notables del partido federal, del que el reo se proclamaba irrisoriamente representante. verdad notoria que se explica por los nombres mismos de las víctimas innumerables y por las razón de los sucesos que habían acallado las divergencias políticas e históricas ante la actualidad del Despotismo.  Resultando, por consiguiente, que el nombre de 'salvaje unitario' nunca fue más que el anatema contra el ciudadano; cuya fortuna excitaba la codicia: cuya dignidad fuera inconciliable con el despotismo; cuya ilustración pareciera humillante a la barbarie"

En tal virtud, el juez Villegas declaró: "a Juan Manuel de Rosas convicto de 'asesino de profesión y ladrón famoso', e incurso por las penas asignadas por las Leyes"  y que: "los delitos probados a Rosas hacen de éste, no un delincuente político, sino uno de aquellos criminales famosos a quienes las naciones cultas no prestan asilo. Que la doctrina sentada por los publicitas, especialmente ingleses, es la obligación tácita y general de entregar esta clase de delincuente, enemigo del género humano, a las autoridades donde fueron cometidos los crímenes; ofíciese para que por el conducto correspondiente se obtenga del Gobierno Inglés, cuyo suelo pisa Rosas, la entrega de éste", condenándolo "a la pena ordinaria de muerte con la calidad de aleve previa la audiencia, a la restitución de los haberes robados a los particulares y al fisco; a ser ejecutado, obtenida su persona, el día y hora que él señalase en San Benito de Palermo, último foco de crímenes; a la indemnización de los daños y los perjuicios causados por sus crímenes; al pago de las cotas procesales".

El rigorismo judicial, parece que no es cosa de este tiempo, por lo que Villegas ordenó al Escribano Público y del Crimen Abelardo Báez: "publicar edictos correspondientes para la notificación del prófugo" en "los diarios y parajes de costumbre", como consta en el texto Causa Criminal y Sentencia de muerte contra Juan Manuel de Rosas, Jorge Palumbo Editor, Buenos Aires, 1908, que consulté para esta entrada, con el consabido resultado negativo.

Luego de ello, elevó Villegas la sentencia, en una suerte de consulta, a la Sala del Crimen del Superior Tribunal, cuyos integrantes Juan José Alsina, Benito Carrasco, Julio Font y José Barros Pazos, dieron intervención al Fiscal, Pablo Cárdenas quien realizó un detalle aún más exhaustivo que el fiscal de primera instancia Agrelo, obviando toda referencia (al margen de alguna referencia genérica) a los delitos de naturaleza económicas por los cuales se había condenado a Rosas solicitando que, desde luego, se confirmase la condena ordenada por el juez de la instancia anterior. Temperamento seguido por los jueces de la Sala del Crimen que, asimismo y respecto del contenido económico de la sentencia de Villegas, decidieron pasar el caso a los jueces de la Sala Civil.

El 12 de diciembre de 1861, los jueces De las Carreras, Pico, Salas y Cárcova, previo detalle de las muertes por las cuales se había condenado a Rosas, en el quinto considerando, en lo relacionado con la indemnización por daños y perjuicios a las familias de las  víctimas de los hechos por los que se había pronunciado la condena: "ellas no pueden ser ejecutadas en los bienes que el procesado poseía dentro del territorio de la provincia, por haberles señalado otra aplicación la citada les de 1857, mandando a entregar una parte a la Municipalidad y poner a disposición de la Legislatura el producto de los restantes para ser empleado en objetos de utilidad pública, proporcionando una indemnización por este medio a toda la sociedad damnificada por los actas de su administración bárbara y mimosa [sic], y obviando las dificultades insuperables de una distribución individual entre los que sufrieron inmediatamente el efecto de sus crímenes"

Una genialidad.

Entonces, vuelvo a nuestra autora y evoco sus palabras de patriótica indignación contra los crímenes de la dictadura que habían conmovido hasta la simiente misma de la casa sanisidrense y me pregunto por la  progenie de misia Inés Dolores Mercedes Anchorena Cobo de Acevedo Chevaller.

Y, de curioso que soy, leo en el anexo del libro Apogeo y ocaso de los Anchorena, publicado por Juan José Sebreli en 1972, la genealogía de esa familia. 

Y caigo en la cuenta que el abuelo paterno de nuestra autora es el abogado porteño Tomás Manuel de Anchorena (el de la calle palermitana, el de la estación del tren de la Costa).

El primo de Juan Manuel de Rosas y el cerebro de su gobierno. 

Se hizo larga la entrada, me espera mi profesor Antonio Pimentel.

Tendré que seguirla, mañana, querido diario. 


viernes, 24 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 35.

Iba a quejarme. 

Estuve a punto de comenzar esta entrada despotricando por la exigencia en la escritura de este blog, mucho más extensa que la sospechada cuando decidí redactar día a día alguna cosa en esto que sería algo así como un diario virtual. Por lo que se escucha, me espera una escritura bastante más extensa aun.

Pero no me quejo, porque es esta escritura uno de los buenos hábitos que me deja el encierro, al igual que las rutinas (cada vez más exigentes) del profesor venezolano Antonio Pimentel.

Entre estornudo y estornudo, me obstino en escribir. 

Hoy, un poco más tarde que lo habitual, ya que el "tele trabajo" fue particularmente exigente (o algo más que lo habitual).

Muy enganchado en lecturas del tiempo del "Régimen falaz y descreído" que se hizo del país entre 1880 y 1916 (y algo más allá y algo bastante más acá), de lo que dejaré alguna torpe constancia en este bazar austero, me entretuve anoche con un libro que encontré hace unos meses en la librería de mi amigo Alberto Casares.

"Costa Romántica", de Inés Anchorena de Acevedo, publicado por Emecé, en 1964, con la autora con un pie en la tumba: fallecería el 28 de febrero del año siguiente.

Información que obtuve del sitio: "genealogía familiar.net", en el que se publica la fotografía de la autora del libro leído anoche, consagrado al pago en el que me crié: San Isidro, tal la costa romántica que embelesaba a Inés Dolores Mercedes Anchorena Cobo, antes, durante y después de su casamiento con el arquitecto Juan Manuel Acevedo Chevaller, nacido en París en 1893, muerto en Buenos Aires en 1980.

Consulté, para escarbar en la progenie del arquitecto Acevedo el libro "Quién es quién en la Argentina", editado por Editorial Kraft que, como se lee del prólogo de la Séptima edición: "representa un índice paralelo a la evolución nacional. Por eso puede afirmarse que sus páginas no se cierran nunca; por el contrario, permanecen abiertas en cada edición sucesiva, para recibir los nombres que impuestos a la consideración pública por adecuados fundamentos, deban publicarse. Sabemos que, no obstante incurrimos en involuntarias omisiones de nombres que deben figurar por derecho propio y que por múltiples causas fortuitas, no aparecen, circunstancia que somos los primeros en deplorar".

Siempre hubo vivillos en este bendito suelo. 

Qué modo explícito de apretar a los interesados en aparecer en esta nómina de celebrities a la violeta las cuales (las no reconocidas, por cierto) debían pagar sumas importantes para allí figurar y así, costear la edición de esa guía, que luego sería adquirida por el suscriptor interesado en que apareciese su "biografía" en el "Quien es quien...", para hacerlo saber entre sus relaciones. 

Un negocio redondo.

Bien merecido tenían el desplume aquellos nuevos ricos ávidos de figuración en un listado que los incluyera con personalidades como el arquitecto Acevedo Chevaller, esposo (marido, diría el arquitecto y doña Inés si estuviesen vivos), de nuestra autora. Se consignan en la edición consultada los datos biográficos esenciales (prueba de que era un cajetilla de veras, a los mersas se le dedican tres o cuatro columnas, bien pagadas, por supuesto).

Leemos que era, en efecto, arquitecto, recibido en Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (no existía la Facultad de Arquitectura, entonces) nacido en París, que era hijo de Manuel O. Acevedo y de Estela Chevaller. Se anota también, su actuación como "Vicepresidente de la Asociación de Criadores de Hereford" como asimismo su pertenencia "a varias instituciones"; que  en el año 1926 había sido: "agregado a la legación argentina en Francia"  y que había: "realizado edificios en la Capital Federal y en el interior del país, como miembro de la firma de arquitectura Acevedo, Becú y Moreno", consignándose, también su dirección particular; Libertador San Martín 2119.

Sede del "Palacio Acevedo", domicilio del matrimonio conformado por la autora del libro leído anoche y del arquitecto ídem. Construcción que sigue en pie, donde actualmente reside el embajador de Arabia Saudita en el país y que mereció una extensa nota en la revista Hola Argentina, que corretea el diario de los Mitre en octubre de 2018 ("Palacio Acevedo: el último testigo del neoclasicismo criollo" en: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/personajes/palacio-acevedo-nid2178168)

La amplitud espacial fue el hábitat de la autora de "Costa Romántica", tal como lo consigna al inicio mismo de su opus: "a los que hemos conocido y queremos a San Isidro por haber vivido en él, nos es harto doloroso ver desmembrar para reducirlas en parcelas increíblemente pequeñas esas grandes quintas, y desaparecer sus viejas casas, una a una, casas posadas al borde de las barrancas, como las gaviotas posadas sobre el río".

Sentida metáfora. A la que le seguirá una serie interminable, que irá formando una bola de mazacote, inflada, pegajosa.

Lejos de metaforizar, misia Anchorena de Acevedo asigna vida propia a las casas, a aquellas casas de su niñez y de su juventud, a la vez que protesta por "la mano civilizatoria" que arrasa con esas construcciones y que talan: "esos árboles mezclados en todos mis recuerdos". Mano que niega a esas residencias: "el derecho de querer vivir", preguntándose: "¿por qué ver en ellas solamente el material con el cual fueron construidas, en vez de pensar cuánto sus moradores han dejado de ellos mismo entre sus paredes durante los años que las poblaron?" 

Presa del éxtasis, escribe. "antes de iniciar mi narración sobre la vida de la Casa, pienso en los que vivieron en esas viejas casonas desaparecidas, quienes a lo largo de generaciones nos transmitieron con su nombre un gran legado de afectos, de ideales, de penas, de alegrías, de fe. Pienso en las manos, a veces tullidas o temblorosas, apoyadas frecuentemente en esas paredes, en lso ojos cuyas miradas esperanzadas o locas de temor se dirigían a sus ventanas, en todo su espíritu permanentemente en contacto con ella. Por el significado de la Casas, a través de esos seres que la habitaron y se han ido para siempre a quienes lean estas páginas un: Réquiem por una casa".

Tengamos en cuenta que la autora estaba muriendo mientras escribía (quizá de una enfermedad que la sumía en alguna clase de delirio) y, muy especialmente, que tanta congoja no se reducía a la memoria del espíritu, sino a la inminente degradación de aquel espacio idílico, en el que había vivido tanto prócer (algunos parientes suyos, incluso), por el arribo de gentes de otras procedencias que construirían sus viviendas en aquellas: "parcelas increíblemente pequeñas".

Llegaban, entre otros, los Garcete a ultrajar ese paraíso terrenal de golondrinas de más de un verano. 

Imagínense lo que sigue en las páginas anticipadas con tamaño introito atosigadas de tanta evocación reaccionaria. Y sin el encanto, aunque igualmente reaccionario, del tango "Casas viejas" de Ivo Pelay.


"¿Quién vivió, 
quién vivió en esas casas de ayer?
¡Viejas casas que el tiempo bronceó!
Patios viejos, color de humedad,
con leyendas de noches de amor.
Platinados de luna los vi
y radiantes con oro de sol...
Y hoy sumisos los veo esperar,
la sentencia que marca el avión
Y allá van, sin rencor.
Como va al matadero la res 
sin que nadie les rinda un adiós.

Se van, se van
las casas viejas queridas.
De más están,
han terminado sus días.
¡Llegó el motor y su roncar
ordena y hay que salir!
¡El tiempo cruel, con su buril
carcome y hay que morir!
Se van, se van.
llevando a cuesta su cruz.
Como las sombras se alejan y
esfuman ante la luz".

No es de los tangos más logrados, pero entre las golondrinas de Anchorena Cobo y las reses que van al matadero (porqué no, de las criadas por Acevedo), me quedo con las vaquitas de Pelay.

Termino por el comienzo. 

Por el prólogo de "Costa Romántica" que lleva la firma del caballero de la fotografía que sigue, cuando se celebraba su enlace distinguido con la mujer que, al ser inmortalizada, expresó como nadie un  sentimiento de euforia, de alegría plena.


Manuel Manucho Mujica Lainez.

Víctima predilecta, junto con Silvina Bullrich, de la más cruel maledicencia de Borges y de Bioy Casares (de acuerdo con las anotaciones dejadas por Adolfito en sus diarios editados a su muerte) escribió en el prólogo que; "en una de la estancias más hermosas del país [propiedad, seguramente de la autora del libro] he tenido el privilegio de leer estos tres relatos. Con ellos he ido, como si de la mano me llevasen, bajo los cedros musicales, armoniosos de 'Laguna del Monte', por sombreados caminos que desembocan en obras de dilatada amplitud. Y ha sido tan honda la sugestión de su magia, que lograron el prodigio de transformar el paisaje. La llanura se desperezó, se incorporó, quebrándose en barrancas que son como los pliegues de su ropaje revuelto. Otra llanura, enorme, quieta, atravesada por estrías de cabrilleo metálico, substituyó su grave monotonía que disfrazan arboledas del parque, y entonces la vastedad del río y el descenso tumultuoso de las barrancas volvieron a mí con su hechizo intacto. San Isidro se apoderaba de 'Laguna del Monte' y la sometía. San Isidro estaba en 'Laguna del Monte'".

Cuánta maldad.

Que toma vuelo, se desboca y muestra la hilacha unas líneas más abajo, luego de empalagarse con elogios a la autora del libro: "si estos relatos no procedieran de una experiencia fecunda, si su autora no los hubiera iluminado con la luz feliz de la poesía y no los hubiera referido con un fervor apasionado, no serían lo que son. Hijos de la sinceridad, tienen el valor trascendente de un testimonio. Confieso que al leerlos, aunque conozco bien, hace largos años, a su autora, he sido el primer sorprendido. Muchos se sorprenderán".

Y sí. Deben haberse sorprendido unos cuántos, además de Manucho.

Ante cierta ingratitud de la autora con cierto antepasado que merecía (quizás) otra evocación. 

A quien los Anchorena le debían demasiado, tanto como para que misia Inés Dolores Mercedes evocase el tiempo de aquel gobernante generoso con sus mayores, con aquellos que habían construidos esas gaviotas de material en esa Romántica costa.

Mañana, amplío sobre las desmemorias y las  ingratitudes que pueblan el libro reseñado.


jueves, 23 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 34

Querido diario:

Con problemas de conexión, que viene, que va, promesas de pronta resolución por la empresa prestadora y otras delicias.

Por eso, escribiré con menos cuidado y prolijidad que de costumbre, con lo que ello significa, que les consta y cómo a las personas que sufren cotidianamente con la lectura de estos delirios.

Para colmo, no me desperté pleno, seguramente me tiene mal mi alergia al otoño y a mi inminente cumpleaños (casi todos los años para el veintipico de abril me siento mal).

Como sea, querido diario, avanzo, contra viento y marea, que hay gente (tan aburrida y tan querible y tan generosa conmigo) que espera que yo escriba para leerme y que hasta tiene la gentileza de agradecérmelo.


Escribí, querido diario, en alguna otra entrada, que no me dedicaría a la coyuntura y vuelvo a faltar a mi palabra, quizá por la esencia de esta escritura, precisamente, coyuntural.


Escribo, porque estoy encerrado (a medias) encierro (soft) decidido por una coyuntura abyecta que vino a arrasar con mi vida tal cual era antes de aquella sopita de murciélago.


Y escucho por la radio, medio de comunicación al que he vuelto luego de tantos años de descuido, espantado por tanto imbécil, tanto facho (valga la redundancia) tanto inescrupuloso que pulula por las pantallas.

Me genera una mezcla de asco y de odio ver las caritas acongojadas de tanto manfloro asustado por el eventual anticipo de eso que indefectiblemente, a todos nos llegará algún día.

En fin. 

Escribía, querido diario, que escucho radio. 

Ahora, además del cada vez menos tolerable programa de Enrique Vázquez que comenté que oía entre las 9 y las 10 de la matina, me despierto a las siete y media (al pedo, pero temprano) con la audición (dizque mi abuela Carmen que también miraba "noticiosos") de un tal Diego Shurman quien no me desagrada.

Esta mañana subrayaba Shurman una cuestión que nos tiene preocupades a todes, cual es la proliferación de casos de esta putísima enfermedad en geriátricos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Antes de ayer, había sido el turno de Belgrano. Ayer, le tocó a Flores.

Que sean las víctimas predilectas del virus los ancianos y que los contagios comiencen por ellos por una razón extraña: habrían sido contagiados por obra de los laburantes de esas residencias que llevaron el mal desde la Civilización.

Lo cierto es que ese dato de esta infame realidad hizo que evocase una de las novelas de Adolfo Bioy Casares cuya lectura más disfruté: "Diario de la Guerra del Cerdo".

Publicada en 1969, cuenta la historia de Isidoro Vidal, un hombre de mediana edad (tirando a jovato) que vive con su hijo en una pensión de la calle Guatemala.

Alguien, escribe un diario personal sobre ese tiempo oscuro, cuando se perpetraba en Buenos Aires la matanza de ancianos a manos de un grupo de jóvenes liderado por un tal Farrell.

Algunas de las víctimas del accionar de esa banda de energúmenos (que integraba Isidorito, el hijo del protagonista) serian los amigos de la mesa del truco de don Isidoro.

Relatada al estilo llano y exquisito de Bioy, disfruté muchísimo de la lectura de la novela, que me leí de un tirón.

Notable trabajo que da cuenta a su vez, de la sensibilidad de Bioy (sin perjuicio de su bajísima catadura como como ciudadano de este país, juicio al que arribé una vez que terminé la penosa lectura de los diarios personales del escritor, sobre lo cual tuve ocasión de desarrollar en este bazar austero hace un tiempo largo) para intuir qué se estaba cocinando entonces en esa Buenos Aires de 1969. 

Cómo se andaba preparando una purga inminente pocos años más tarde, cuyas víctimas por lo general no serían, precisamente, ancianos.

Hasta hace poco estaba disponible en la web la versión cinematográfica dirigida por Leopoldo Torre Nilsson de 1975. No es una de sus mejores películas, ni siquiera está del todo lograda, pero es interesante como documento de época. 

José Slavin (ese gran actor que fallecería dos años más tarde), interpretó a don Isidoro, Víctor Laplace, a Isidorito. El elenco se integraba también por: Martha González y los muchachos de la barra de truco fueron interpretrados por Zelmar Gueñol, Osvaldo Terranova, Héctor Tealdi, Miguel Ligero y Luis Politti en el rol de Arévalo, el periodista retirado que se dejaba crecer la uña del dedo meñique de la mano derecha, para rescarse la ceja.

Recién nomás verifiqué que ya no está disponible la película, seguramente, por obra de los dos hijos varones de Torre, quienes para su pesar, no herederaron de su padre una sola célula de su talento. Tal vez, por ello son tan celosos con los dividendos (no tantos a esta altura) que les tributan las obras de su padre muerto en Madrid en 1978.

Recuerdo que hace muchos años, el periodista Luis Mazas organizó una retrospectiva del cine de Torre Nilsson en el "Centro Cultural de la Cooperación". Fui, porque iban a emitir la última película de Babsy, "Piedra Libre" de 1976. 

Una hora o algo más del horario previsto para el inicio de la proyección, apareció el bueno de Mazas. Disculpándose porque no se podría ver la película. Acaban de recibir una carta documento de alguno de los dos cretinos engendrados por el director de la película que les intimaba a no hacerlo, reivindicando los derechos sobre esa obra. En fin.

No hace falta aclarar que la foto de la colega abogada que ilustra esta entrada no se relaciona en nada con lo que vine escribiendo (lo mío nunca fue la chabacanería, deliberada al menos) sino que la he incluido porque esta mañana también ha sido noticia.

Graciana Peñafort, una de las principales espadas de la Vicepresidenta se despachó con un tweet por lo bajo, desafortunado. Azuzó a los jueces de la Corte Suprema con una alusión a la sangre o un desatino por el estilo. 

Desafortunado por donde se lo mire, el mensajito de esa red social que prolifera tanta pavada urge a los magistrados de ese cuerpo a la resolución de una acción declarativa presentada por Cristina Fernández relacionada con la pertinencia la sesión del Senado que ella preside de manera no-presencial, al uso de esta subsistencia que andamos padeciendo desde hace una larguísimo mes.

No sé a quien se le ha ocurrido semejante dislate. Pedirle una opinión a la Corte, a esta Corte, sobre una materia privativa de un organismo político. Una patinada bastante grosera, al menos así me parece.

Seguramente ha sido obra de la colega Graciana que, a diferencia de algunas personas que ante una cagada así retroceden en chancletas, dobló la apuesta con una frase épica bastante inapropiada para el tiempo que se vive, la materia que se trata y la macana perpetrada.

Obviamente, ha sido pasto de tanta fiera encerrada, que aprovecha el traspié para caerle a ella y a su jefa política.

Fin de la cuestión. No voy a ensañarme con quien no lo merece. La conozco, sé de su integridad, incluso de su desparpajo, deliberado por cierto.

La veo (la veía) a diario en Comodoro Py donde litiga (litigaba), incluso en tiempos tan hostiles para ella como los que transcurrieron entre 2016 y 2019. Casi siempre, fumándose un puchito con desaliño en la entrada de ese edificio tan horrendo, tal como la escrachó el fotógrafo del diario La Nación.

Yo, era una de las pocas personas que no le daba vuelta la cara, cuando buscaba la mirada de quienes trajinamos (trajinábamos) esos pisos de ese edificio horrendo. 

"¿Cómo le va, doctora Peñafort?", la saludaba, y ella sonreía complacida y con ganas.

Y me respondía a los gritos: "Acá colega, reclamando por Justicia en este edificio de mierda, con tanto hijo de puta con firma".

El responsable de este austero bazar, sabe ser complaciente y amable con quienes hacen de la incorrección política un hábito. A veces saludable y necesario.

Costó escribir esta mañana, querido diario.  

Me siento mejor, y eso me tranquiliza: hoy tengo clases con Pimentel y como este hábito, tampoco quiero dejar el del ejercicio físico.

Quien me ha visto y quien me ve, querido diario.