sábado, 4 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 15.

Llegó el día 16, nomás.

Nada nuevo que contar en lo personal. Todo chato, como la curva de contagios según dicen.

Cuando algunos hicieron bastante para achotarle la campaña preventiva al presidente salva-vidas, merced al triste (al penoso) espectáculo de gente agolpada en los bancos el día de ayer.

Mucho se ha escrito, mucho se dijo y no tiene sentido aportar más a la confusión generalizada desde este bazar chiquito. Sólo decir que tal vez Alberto ande sintiéndose demasiado solo, que está mal acompañado. De allí, tal vez, tanta hiperactividad. 

Criticada con sensatez por Eduardo Alberto: "no puede ser que trabaje 18 horas al día", dijo ayer el hombre de Lomas.

Comparto y agrego: que le quite horas al descanso contestando sandeces a pelotudos varios que le exigen saluditos en su cuenta de Twitter, gaste energías con consejitos a Mirko Wive o despilfarre una hora (¡¡!!) dialogando con René de calle no sé cuánto y su bellísimo hijito.

Y que elija mejor a sus colaboradores y les aplique indispensables patadas el culo a los inútiles que lo mal aconsejan o no le advierten lo evidente.

Es fácil escribirlo, claro queda. Pero sin desdecirme de lo escrito en otra entrada, subrayo que el esfuerzo que le vengo poniendo a este confinamiento no es poco (infinitísimamente menor que el de millones), por lo que cuadra más rigor en las medidas que se toman, como cuidado en la selección de personas que lo asesoran.

Máxime, querido presidente salva-vidas, cuando le dedicaste la parrafada que le dedicaste a Paolo Rocca quien, dicen que dicen, juró en el hall del edificio de Comodoro Py 2002, adonde se lo había convocado a prestar declaración indagatoria en el marco de la "causa de los cuadernos" que el gobierno de "ese calabrés ico de puta", empezaba a finalizar en ese momento.

Que tenga éxito, Alberto, es el deseo del mentor de este bazar austero.

Mientras algo de ejercicio, poca lectura y mucho cine.

Ayer fue el turno de "Prisioneros de una noche", película de 1960 (estrenada en 1962), dirigida por David José Kohon.

Fue su primera película, no filmó muchas. Pero todas tienen un enorme valor artístico y en especial, documental: la protagonista de todas sus películas, desde esta primera hasta "El agujero en la pared" es la ciudad de Buenos Aires.

Por eso, es un placer repasar el cine de Kohon que abundan en imágenes de la Buenos Aires que fue entre los años sesentas y los albores de la del ochenta.

"Tres veces Ana" (1961), "Breve cielo" (1969, debut de Ana María Picchio), "Con alma y vida" (1971), "¿Qué es el otoño?" (1976) y, por supuesto, "Prisioneros de una noche", fueron filmadas en locaciones urbanas, a despecho de los decorados artificiosos de los estudios de cine, en franca decadencia en esos años.

En la película que vi (reví) ayer los protagonistas son: "Elsa", interpretada por María Vaner y "Martín", por Alfredo Alcón.

Se conocen un sábado, en un suburbio alejado, en la carpa de remate de terrenos para la construcción de viviendas. "Martín" es grupí, un falso interesado que tiene por función ir aumentando el precio de la oferta. "Elsa", visitaba la carpa por curiosidad, antes de tomar el tren que la llevaría a Buenos Aires donde trabajaba a la noche como bailarina en una "Academia de Baile".

Notable. En la calle Corrientes en esa Buenos Aires, había un lugar en el que sonaban tangos y unas 10 señoritas bailaban con fulanos que pagaban 15 pesos por pieza. Claro estaba, que por otra tarifa, a la salida de la Academia, las llevaban a otro lugar donde no se bailaba, precisamente.

"Martín", además de grupí era changarín en el "Abasto proveedor": ese edificio que desde finales del siglo veinte es un shopping, pero que durante años fue, precisamente,  un mercado de abasto. 

Había de todo allí, a muy buen precio (la fruta llegaba desde las provincias de la Mesopotamia en trenes que se introducían directamente por las noches en el túnel del subte "B" y dejaban allí la mercadería).

Kohon filmó el interior de ese mercado enorme, enclavado en el centro de la ciudad.

Luego de conocerse en la carpa del rematador, se genera un vínculo entre ambos en el tren del ferrocarril San Martín que los trae a Buenos Aires: se filma el tren, el paisaje que iban dejando atrás, la estación Retiro, el subte, se la ve a María Vaner saliendo de la boca (con perdón de la palabra) de la actual estación "Carlos Gardel" y a Alcón, subiéndose en un subte en esa misma estación, para buscarla a "Elsa" en la Academia de Baile en la trabajaba ese sábado.

Esa calle Corrientes con el San Martín recién inaugurado, el frente de la pízzería "Serafín" (donde ahora hay un hotel), el Obelisco sin rejas, la Nueve de Julio y las vidrieras de esos comercios céntricos que Kohon, filmó al detalle.

Ellos dos, paseando por la ciudad ese sábado a la noche, previa visita al "Jardín Japonés" de Retiro, que también fue filmado al detalle por el realizador.

En la trama, un canalla, un malo-malísimo, que vivía en la misma pensión que "Elsa", interpretado a la perfección por el gran Osvaldo Terranova.


Y todo el tiempo, en distintos registros, la melodía del tango "Los mareados", compuesta por Cobián. En distintos tonos: armónica sola, en el silbido de Alcón, por la orquesta de Piazzolla. Todo el tiempo.

Gratísima compañía me hicieron ayer Vaner, Alcón, Kohon y Terranova y las postales de esa Buenos Aires de 1960.

Aunque me hayan dejado un sabor agridulce al comprobar que ya no existe esa ciudad y que hoy sábado será tan distinto a aquél de 60 años atrás, cuando los bares, confiterías y boliches del centro rebosaban de tanta gente, de tanto, de tanto ruido.

En fin, tan alejado de este tiempo chato y choto que el virus éste nos viene regalando.

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