jueves, 23 de abril de 2020

Diario de la cuarentena. Día 34

Querido diario:

Con problemas de conexión, que viene, que va, promesas de pronta resolución por la empresa prestadora y otras delicias.

Por eso, escribiré con menos cuidado y prolijidad que de costumbre, con lo que ello significa, que les consta y cómo a las personas que sufren cotidianamente con la lectura de estos delirios.

Para colmo, no me desperté pleno, seguramente me tiene mal mi alergia al otoño y a mi inminente cumpleaños (casi todos los años para el veintipico de abril me siento mal).

Como sea, querido diario, avanzo, contra viento y marea, que hay gente (tan aburrida y tan querible y tan generosa conmigo) que espera que yo escriba para leerme y que hasta tiene la gentileza de agradecérmelo.


Escribí, querido diario, en alguna otra entrada, que no me dedicaría a la coyuntura y vuelvo a faltar a mi palabra, quizá por la esencia de esta escritura, precisamente, coyuntural.


Escribo, porque estoy encerrado (a medias) encierro (soft) decidido por una coyuntura abyecta que vino a arrasar con mi vida tal cual era antes de aquella sopita de murciélago.


Y escucho por la radio, medio de comunicación al que he vuelto luego de tantos años de descuido, espantado por tanto imbécil, tanto facho (valga la redundancia) tanto inescrupuloso que pulula por las pantallas.

Me genera una mezcla de asco y de odio ver las caritas acongojadas de tanto manfloro asustado por el eventual anticipo de eso que indefectiblemente, a todos nos llegará algún día.

En fin. 

Escribía, querido diario, que escucho radio. 

Ahora, además del cada vez menos tolerable programa de Enrique Vázquez que comenté que oía entre las 9 y las 10 de la matina, me despierto a las siete y media (al pedo, pero temprano) con la audición (dizque mi abuela Carmen que también miraba "noticiosos") de un tal Diego Shurman quien no me desagrada.

Esta mañana subrayaba Shurman una cuestión que nos tiene preocupades a todes, cual es la proliferación de casos de esta putísima enfermedad en geriátricos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Antes de ayer, había sido el turno de Belgrano. Ayer, le tocó a Flores.

Que sean las víctimas predilectas del virus los ancianos y que los contagios comiencen por ellos por una razón extraña: habrían sido contagiados por obra de los laburantes de esas residencias que llevaron el mal desde la Civilización.

Lo cierto es que ese dato de esta infame realidad hizo que evocase una de las novelas de Adolfo Bioy Casares cuya lectura más disfruté: "Diario de la Guerra del Cerdo".

Publicada en 1969, cuenta la historia de Isidoro Vidal, un hombre de mediana edad (tirando a jovato) que vive con su hijo en una pensión de la calle Guatemala.

Alguien, escribe un diario personal sobre ese tiempo oscuro, cuando se perpetraba en Buenos Aires la matanza de ancianos a manos de un grupo de jóvenes liderado por un tal Farrell.

Algunas de las víctimas del accionar de esa banda de energúmenos (que integraba Isidorito, el hijo del protagonista) serian los amigos de la mesa del truco de don Isidoro.

Relatada al estilo llano y exquisito de Bioy, disfruté muchísimo de la lectura de la novela, que me leí de un tirón.

Notable trabajo que da cuenta a su vez, de la sensibilidad de Bioy (sin perjuicio de su bajísima catadura como como ciudadano de este país, juicio al que arribé una vez que terminé la penosa lectura de los diarios personales del escritor, sobre lo cual tuve ocasión de desarrollar en este bazar austero hace un tiempo largo) para intuir qué se estaba cocinando entonces en esa Buenos Aires de 1969. 

Cómo se andaba preparando una purga inminente pocos años más tarde, cuyas víctimas por lo general no serían, precisamente, ancianos.

Hasta hace poco estaba disponible en la web la versión cinematográfica dirigida por Leopoldo Torre Nilsson de 1975. No es una de sus mejores películas, ni siquiera está del todo lograda, pero es interesante como documento de época. 

José Slavin (ese gran actor que fallecería dos años más tarde), interpretó a don Isidoro, Víctor Laplace, a Isidorito. El elenco se integraba también por: Martha González y los muchachos de la barra de truco fueron interpretrados por Zelmar Gueñol, Osvaldo Terranova, Héctor Tealdi, Miguel Ligero y Luis Politti en el rol de Arévalo, el periodista retirado que se dejaba crecer la uña del dedo meñique de la mano derecha, para rescarse la ceja.

Recién nomás verifiqué que ya no está disponible la película, seguramente, por obra de los dos hijos varones de Torre, quienes para su pesar, no herederaron de su padre una sola célula de su talento. Tal vez, por ello son tan celosos con los dividendos (no tantos a esta altura) que les tributan las obras de su padre muerto en Madrid en 1978.

Recuerdo que hace muchos años, el periodista Luis Mazas organizó una retrospectiva del cine de Torre Nilsson en el "Centro Cultural de la Cooperación". Fui, porque iban a emitir la última película de Babsy, "Piedra Libre" de 1976. 

Una hora o algo más del horario previsto para el inicio de la proyección, apareció el bueno de Mazas. Disculpándose porque no se podría ver la película. Acaban de recibir una carta documento de alguno de los dos cretinos engendrados por el director de la película que les intimaba a no hacerlo, reivindicando los derechos sobre esa obra. En fin.

No hace falta aclarar que la foto de la colega abogada que ilustra esta entrada no se relaciona en nada con lo que vine escribiendo (lo mío nunca fue la chabacanería, deliberada al menos) sino que la he incluido porque esta mañana también ha sido noticia.

Graciana Peñafort, una de las principales espadas de la Vicepresidenta se despachó con un tweet por lo bajo, desafortunado. Azuzó a los jueces de la Corte Suprema con una alusión a la sangre o un desatino por el estilo. 

Desafortunado por donde se lo mire, el mensajito de esa red social que prolifera tanta pavada urge a los magistrados de ese cuerpo a la resolución de una acción declarativa presentada por Cristina Fernández relacionada con la pertinencia la sesión del Senado que ella preside de manera no-presencial, al uso de esta subsistencia que andamos padeciendo desde hace una larguísimo mes.

No sé a quien se le ha ocurrido semejante dislate. Pedirle una opinión a la Corte, a esta Corte, sobre una materia privativa de un organismo político. Una patinada bastante grosera, al menos así me parece.

Seguramente ha sido obra de la colega Graciana que, a diferencia de algunas personas que ante una cagada así retroceden en chancletas, dobló la apuesta con una frase épica bastante inapropiada para el tiempo que se vive, la materia que se trata y la macana perpetrada.

Obviamente, ha sido pasto de tanta fiera encerrada, que aprovecha el traspié para caerle a ella y a su jefa política.

Fin de la cuestión. No voy a ensañarme con quien no lo merece. La conozco, sé de su integridad, incluso de su desparpajo, deliberado por cierto.

La veo (la veía) a diario en Comodoro Py donde litiga (litigaba), incluso en tiempos tan hostiles para ella como los que transcurrieron entre 2016 y 2019. Casi siempre, fumándose un puchito con desaliño en la entrada de ese edificio tan horrendo, tal como la escrachó el fotógrafo del diario La Nación.

Yo, era una de las pocas personas que no le daba vuelta la cara, cuando buscaba la mirada de quienes trajinamos (trajinábamos) esos pisos de ese edificio horrendo. 

"¿Cómo le va, doctora Peñafort?", la saludaba, y ella sonreía complacida y con ganas.

Y me respondía a los gritos: "Acá colega, reclamando por Justicia en este edificio de mierda, con tanto hijo de puta con firma".

El responsable de este austero bazar, sabe ser complaciente y amable con quienes hacen de la incorrección política un hábito. A veces saludable y necesario.

Costó escribir esta mañana, querido diario.  

Me siento mejor, y eso me tranquiliza: hoy tengo clases con Pimentel y como este hábito, tampoco quiero dejar el del ejercicio físico.

Quien me ha visto y quien me ve, querido diario.

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