viernes, 31 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (décimo tercera parte. La noble igualdad: menos ricos y menos pobres)


La entrada pasada la dedicamos al paso de Evita por Andalucía donde recibió honores similares a los agasajos que la habían deslumbrado en Madrid.

Sin embargo, el estúpido desliz de su hermano estúpido en compañía del empresario Alberto Dodero en Granada le agriaron ese tramo de la gira española.



Fue cuando recibió por primera vez la frialdad y el desprecio que temía de las personas de alta alcurnia que debía frecuentar en su condición de huésped de honor; disimuladas con enorme esfuerzo por Carmen Polo al tiempo de la tensa convivencia  que tuvo que sufrir con la actriz argentina, devenida en Presidenta; reacciones que como hemos repasado se exteriorizaron en Sevilla.

Ese sentimiento hostil opacó la apoteosis del recibimiento cuando fue conducida desde el hotel al Ayuntamiento en calesa. Con memoria envidiable, a medio siglo de ese acontecimiento, evocó Lillian Lagomarsino: "a ambos lados de la calle había chicas vestidas de sevillanas, con los antiguos trajes típicos, como en Madrid. En esa interminable fila de jóvenes, una tenía una canasta abierta con pétalos de rosa, la de al lado una canasta cerrada con palomas, y así sucesivamente cada dos metros. Avanzamos las doce  cuadras con un 'techo' de palomas y pétalos de rosa, que se arrojaban a nuestro paso. Muchísima gente... y esa música tan contagiosa, los gritos, los piropos, los vivas... no les puedo expresar lo que sentí. Me emocioné profundamente. Algo que sólo ocurre en los cuentos" (cit. pp. 139-140). 

A Evita, lo anotamos, su pasado le pesaba demasiado. Reminiscencias que acentuaban su inseguridad, hundiéndola en una desconfianza profunda hacia todo y todos. Comprensible, en aquella muchacha pueblerina que se había hecho a la vida con tantos tumbos, tantas afrentas, tantos golpes. Por una cuestión de amor propio no voy a extenderme en juicios de psicología barata, sólo apuntar que ese sentimiento (el de la evocación de un tiempo anterior, despiadado con ella) la avergonzaba ante Perón, la forzaba a justificarse desmedidamente ante quien significaba tanto para ella. Porque era más que amor, lo que sentía por su Juan.

Y aunque me gusta pensar que su esposo no le daba demasiada importancia a las habladurías y malicias que se cocinaban respecto de los años anteriores a su relación con Evita, la dejaba hacer.

Escribí lo doloroso que ha de haber sido la chambonada del imbécil de su hermano en Granada, conclusión a la que arribé evocando el contenido de la carta que en pleno vuelo interoceánico a España le había escrito a Perón. Transcripta íntegra en todas las biografías consultadas, la tenía Perón consigo en Madrid, en tanto fue uno de sus albaceas, Jorge Antonio quien la dio a publicidad una vez que el líder falleciera en julio de 1974.

Leamos la escritura de una Evita en estado puro:

"Querido Juan: Salgo de viaje con una gran pena, pues lejos de ti no puedo vivir; es tanto lo que te quiero que es idolatría. Yo tal vez no sepa demostrarte todo que siendo, pero ter aseguro que luché mucho en mi vida por la ambición de ser alguien. Sufrí mucho pero llegastes [sic] tú y me hicistes [sic] tan feliz que parece que fuera un sueño, y como no tenía más que ofrecerte que mi corazón y alma, te lo entregué por completo, pero eso sí, en nuestros tres años de felicidad cada día mayor no dejé hora de adorarte y bendecir al cielo por lo bueno que fue Dios al darme el premio de tu cariño, que traté en todo instante de merecerlo haciendo todo lo posible  por hacerte feliz. Nos é si lo logré, pero puedo asegurarte que en el mundo nadie te ha respetado ni querido más. Te soy tan fiel que si Dios no quisiera es esta felicidad de tenerte y me llevara aun después de muerta, te sería fiel y adorando desde las alturas. Juancito querido perdóname estas confesiones, pero es necesario que sepas en el momento que parto y estoy en manos de Dios, y no sé si no me pasa ningún accidente que tu mujer con todos sus defectos tú llegastes [sic] a purificarme, porque vivo por ti y pienso por ti. Cuídate. El gobierno es ingrato, tienes razón. Si Dios quiere y terminamos esto bien, nos retiramos a vivir nuestra vida, que yo trataré de hacerte lo más feliz que pueda pues tus alegrías son las mías. Juan, si yo muriera  a mamá cuídala, por favor, está sola y sufrió mucho. Dale 100.000 pesos; a Isabelita [Ernst, su cercana colaboradora en la Secretaría de Trabajo y Previsión], que te fue y es fiel, dale 20 [mil] pesos y un mejor sueldo. Y yo, desde las alturas velaré por ti. Mis alhajas quiero que las guardes tú. Lo mismo San Vicente y Teodoro García [alude a dos propiedades] para que te acuerdes de tu Chinita, que tanto te quiso. A Doña Juan [Ibarguren, su madre] está de más que te pida, porque sé que la quieres como yo. Lo que pasó que como vivimos nuestra eterna luna de miel no demostramos nuestro cariño para con la familia, aunque la queremos. Juan, tené siempre de amigo a Mercante, porque te adora y que siempre sea colaborador por lo fiel que es. De Rudi [Fruede], cuidado, le gustan los negocios. Castro [el coronel Juan Francisco] me lo dijo y puede perjudicarte mucho. Yo lo que quiero es tu nombre limpio como tú eres; además es doloroso, pero debes saberlo, lo que mandó a hacer en Junín, Castro lo sabe. Te juro que es una infamia (mi pasado me pertenece, pero eso en la hora de mi muerte debes saberlo, es mentira todo), es doloroso querer a los amigos y que le paguen así. Yo salí de Junín cuando tenía trece años. Qué canallada pensar de una chica esa bajeza, es totalmente falso. Yo a ti no te puedo dejar engañado; no te lo dije al partir porque ya tenía bastante pena al separarme de ti para aumentar aún ésta, pero puedes estar orgulloso de tu mujer, pues cuidé tu nombre y te adoré. Muchos besos, pero muchos besos, besos... 6 de junio de 1947. Evita" (en: Fermín Chávez, Eva Perón en la Historia, Tomo 1, Editorial Oriente, Buenos Aires, 1986, pp. 100-101).

Como anticipé, no tiene desperdicio la carta escrita por Evita desde el avión de Iberia a su esposo. Y me apuro por aclarar que la literalización de la cita, incluidos los errores ortográficos que destaqué, lejos de perseguir disminuir a la autora de ese texto, subrayan la pureza de esa escritura.

Y me lo imagino a Perón riéndose al leer ese texto almibarado lleno de confidencias in extremis, tratándolo de "tú". Un texto desgarrado por el miedo de Evita a morir retorcida entre las latas del bimotor español en ese tiempo germinal de la aeronavegación. No olvidemos que estamos relatando las alternativas de una mujer muy joven, de apenas 28 años, que se subía a un avión por primera vez.

Desgraciadamente, la muerte que la horrorizaba y consideraba inminente, no tardaría mucho tiempo en llegar.

Indigna leer las urdimbres de tanto correveidile intrigante operando sobre su ánimo, la de esa gentuza hecha para eso, que golpea donde duele. Faena que se acentuaría con el paso de los meses y  daría sus frutos al lograr remover las influencias de las personas que Evita pondera por su lealtad en la carta que transcribí. Isabel Ernst y el entonces gobernador de Buenos Aires, Domingo Mercante, caerían bajo el oprobio de las más injustas acusaciones y, como hemos destacado, Ricardo Guardo, entonces presidente de la Cámara de Diputados y quien acompañaría a Evita durante ese periplo con fidelidad canina, Lillian Lagomarsino.

Fermín Chávez analiza este documento revelador: "como ningún otro de la transformación de Eva María Duarte en María Eva Duarte de Perón y en Evita, ya que ha empezado a firmar de esta manera. El cambio operado es profundo, asumido ya como elección en sentido existencial. Por eso siente la necesidad de decírselo a Perón en forma desnuda, aprovechando una infamia echada a correr sobre presuntos amoríos suyos, anteriores a su salida de Junín, La afirmación final será siempre confirmada por los hechos y, con sumo cuidado, durante su itinerario europeo" (en ídem, p. 101). 

Mi coincidencia con el maestro entrerriano es total, no sólo porque considera este documento un nuevo escollo para quienes, como destaqué en la entrada anterior, perseveran todavía en la construcción de una Evita opuesta a su esposo (lo cual irá robusteciendo con la literatura que publicaría años más tarde), sino también con el destello de la figura portentosa que asomaba por esos días y que haría su aparición descollante una vez llegada de Europa.

Previsiblemente, Alicia Dujovne Ortiz se solaza con el texto, en especial con la anécdota que Rudi Freude habría hecho correr sobre su pasado en Junín. Volveremos sobre el tema, una vez que hagamos referencia a la actuación de Evita en la nueva escala que le aguardaba terminada la visita a Andalucía: Galicia, donde llegaría el  19 de junio de 1947.

Su primer acto oficial fue de la visita a la Basílica de Santiago de Compostela, oportunidad en la que se realizó la entronización de una imagen de la Virgen de Luján en ese templo religioso. Reseña Alberto de Millán, corresponsal del diario ABC, a tono con la versión de Evita que le agradaba a Franco: “No podía doña Eva Duarte de Perón pasar por España sin visitar Compostela, relicario de fe y tradición. Era deseo ferviente de la ilustre dama argentina venir a postrarse ante el sepulcro del Apóstol Santiago, Patrón de España. Y aquí está en esta vieja urbe jacobea que esta tarde se vistió de gala y llenó las estrechas rúas para aclamar con efusivo entusiasmo a la más gentil embajadora de los hermanos argentinos.

Bajo el copete, en la misma edición bajo el título: “Santiago engalanado recibe a la ilustre dama argentina” leemos: “la ciudad de Santiago ha celebrado hoy un gran día. Toda estaba engalanada con banderas y gallardetes españoles y argentinos. La población se echó a la calle desde las primeras horas para sumarse al recibimiento a doña Eva Duarte de Perón. En el aeropuerto de Labacolla fue recibida la ilustre dama por el capitán general de la octava Región, cónsul de la Argentina en Vigo, jefe de Protocolo de la Embajada en España, numerosas damas, general Rubio, jefe del sector aéreo atlántico, el oficial mayor de la subsecretaría de educación popular, Sr. Arias Andreu y representaciones principales de la región gallega […]. La primera en descender del avión fue la esposa del general Perón que traía en la mano una pañoleta. Vestía abrigo de bisón (sic) y traje estampado, cubriéndose la cabeza con una pamela blanca. En la rúa de San Pedro, calle de acceso a la ciudad fue saludada doña Eva Duarte por la Corporación compostelana. Un gran gentío la recibió con vítores y aclamaciones a la Argentina y España, y subió a un coche descubierto con el alcalde de Santiago. Entre las aclamaciones del público que llenaba las calles, se dirigió a la plaza de España. Al descender del vehículo, en unión del capitán general, revistó las fuerzas de la guarnición, mientras se entonaban los Himnos nacionales de los dos países.

Luego de realizarse el acto en la catedral compostelana, se alude en la nota a nuevos homenajes, constante de cada paso de Evita por España: “a las tres de la tarde, saliendo por la puerta de las Platerías, una enorme muchedumbre, que se había agolpado en aquellos lugares, acogió la presencia de la ilustre dama con vítores y aclamaciones. Muchas personas, desde los balcones de las casas, arrojaban flores al paso del coche descubierto en que doña María Eva Duarte de Perón marchó al hotel Compostela”, donde almorzaría y tendría un par de horas para retozar.  

A las siete y media de la tarde, apunta la crónica minuciosa, Evita: “abandonó el hotel y en automóvil descubierto  acompañada del alcalde de la ciudad, se dirigió a la explanada de la residencia de estudiantes, en donde le rindió honores una batería del regimiento de Artillería, de guarnición de la plaza. Durante todo el trayecto, la muchedumbre, que se había congregado para presenciar el paso de la ilustre dama, vitoreó a España y la Argentina y a Franco y a Perón. Al esposa del presidente argentino efectuó la plantación de un árbol simbólico en la explanada de la residencia de estudiantes, a cuyo acto asistieron todas las autoridades y jerarquías que se hallan en Compostela” (en “La presencia de doña Eva Duarte revela también el afecto entrañable de Galicia por la Argentina”, ABC, 20 de junio de 1947).

Al día siguiente, Evita cumpliría otro programa exigente, nacido de una agenda demasiado nutrida que ya hacía mella en su ánimo, lo que reflejará en su estancia en Barcelona, hito final de su paso por España.

Además de las reiteradas revistas de tropa, preside un acto en la Escuela Naval Militar de Marín, emprendió una excursión por las rías y congrega una concentración de productores de la pesca y agricultores en el puerto de Berbés, oportunidad en la que volvió a pronunciar un discurso obviado por la prensa española, como resaltado una vez más por el periódico argentino La Nación.

Bajo el título: “La gran concentración de productores en Vigo”, se reseña: “desde las primeras horas de la tarde comenzó la llegada de grandes contingentes de productores de toda Galicia que utilizando automóviles, trenes y vapores, llegaban de los más apartados rincones para formar parte de la concentración sindical regional de productores y empresarios en honor de doña Eva Duarte de Perón. La inmensa explanada de los muelles ofrecía un aspecto impresionante. Se encontraban adornados con multitud de banderas de las dos naciones.” Más adelante, luego de precisar con detalle los homenajes tributados y los presentes que le entregaron unos niños, concluyendo: “Doña María Eva Duarte de Perón besó, emocionada a los niños, hijos de campesinos, que le hicieron entrega de esa ofrenda. Seguidamente, pronunció unas breves palabras que fueron acogidas por los productores con una clamorosa y prolongada ovación(“En el homenaje nacional a la Argentina, les llega su vez a los pescadores y campesinos gallegos”, ABC, 21 de junio de 1947).

Sobre esas "breves palabras”, se explaya la crónica del diario La Nación: “La señora de Perón, se incorporó a continuación, siendo acogida con atronadoras aclamaciones y los gritos ya conocidos (sic). La huésped interrumpida constantemente por la multitud dijo: ‘En la Argentina el general Perón ha levantado la bandera de la justicia social, para que haya menos ricos y menos pobres’. Agregó que ha venido a España representando a los ‘descamisados’. Aunque algo desconocida en este aspecto la Argentina es una tierra de promisión para los descamisados de la vieja Europa. Agregó que el deseo del general Perón es lograr una solución feliz para su lema ‘Patria fuerte’ basado en una mejor distribución de la riqueza. Terminó diciendo: ‘envío en nombre del general Perón y de los descamisados argentinos un fraternal abrazo para los descamisados españoles” (“La Sra. de Perón recibió en Vigo un homenaje obrero”, La Nación, 21 de junio de 1947).

Un golpe más a Francisco Franco, que andaría contando las horas para que la Señora abandonase España, dado que como evoca Raanan Rein: “Los círculos conservadores de España temieron también por el mensaje potencialmente revolucionario que Evita transportaba consigo. Declaraciones como las que formulara en Vigo ante decenas de miles de personas –‘En la Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres. Hagan ustedes lo mismo’- sembraban por cierto la incomodidad.  Era difícil encontrar un común denominador sobre Evita y los ‘pilares de la sociedad oficial española’, particularmente debido al ‘tono demagógico’ de sus discursos ante los trabajadores españoles sobre los placeres de la vida en la democracia argentina de Perón. Esos discursos eran sin duda embarazosos para los miembros conservadores del régimen, que experimentaron ‘una evidente sensación de alivio’, cuando la visita de Evita finalizó” (Rein, cit, p. 70).

A más de medio siglo de pronunciado el discurso, perduraban los ecos en Galicia. Por caso, el diario La Voz de Galicia, en su edición del 9 de junio de 2009, al repasar el pasaje de Evita por el puerto pesquero consigna en efecto que: “Dicen las crónicas que Eva Duarte de Perón pronunció un discurso «breve, vibrante y henchido de emoción». Dijo que Perón había enarbolado dos banderas: la de la justicia social y la de la reducción de los muy ricos y los muy pobres, para añadir que acudía a España representando a los descamisados. No se relata en las crónicas cómo sentaría la expresión en un país donde tanto peso tenían las camisas de la Falange. En cualquier caso, abogó por una mejor distribución de la riqueza, lo que debió de sonar a utopía en las circunstancias por las que pasaba entonces España, sumida en el hambre y en el racionamiento alimentario.”

Vamos cerrando esta, la penúltima entrega de esta saga, muchísimo más extensa de lo que imaginé cuando me propuse repasar esta gira iniciática.

La lectura del discurso de Evita, desde la publicación de mi columna en Alborada allá por el 2009 me sorprendía desde el sentido ideológico de su consigna tan reiterada: la necesidad de promover un sistema más igualitario y que para la reducción de las personas pobres era necesario que disminuyera la cantidad de personas ricas.

No quiero decir con esto que el discurso de Evita fuese de cuño marxista (por otro lado, en reiteradas oportunidades denostaría al régimen de Moscú en sus intervenciones), pero sí bastante alejado del ideario del peronismo, claro que igualitarista, aunque en esencia, conciliador; color ideológico que se acentuaría a partir de la formulación la doctrina de la "Comunidad Organizada" en Mendoza en 1949, como del contenido de la reforma constitucional de ese año.

Además, era evidente que esos pasajes no se correspondían con la pluma de Muñoz Azpiri, presente (como lo hemos ponderado) en otros discursos que apelaban a la tradición o la hispanidad que según su criterio se cultivaba en la Argentina y que justificaba la alianza política entre los Estados argentino y español.  

La razonable consigna que Evita proponía de propender a una disminución de los ricos para que sean menos los pobres era una consigna tan vivificante como provacativa.

Norberto Galasso, en la biografía de Evita que hemos consultado reiteradamente, al analizar el libro La razón de mi vida que Evita publicaría en 1951, reparó en un recuerdo de la autora correspondiente a los años de su primera adolescencia. Al aludir a su lucha inclaudicable contra la injusticia social, se remontó a ese tiempo: "para hallar la primera razón de todo lo que ahora me está ocurriendo. Tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos que hacen razonable o por lo menos explicable todo lo que es, para mis supercríticos 'un incomprensible sacrificio' que para mí ni es sacrificio, ni es incomprensible. He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia. Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alama como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. Recuerdo muy bien que estuve triste muchos días cuando me enteré de que en el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que o me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos" (Galasso, cit. pp. 21-21).

Notable párrafo de un texto tan desdeñado siempre por gente que uno ha leído por tantos años, a la que seguí tanto, como para haber obviado su lectura durante tantos años. Qué bien descripta la sorpresa de Evita cuando niña al enterarse de la existencia de ricos y de pobres asimilada con el conocimiento que tenía de "los árboles y el pasto. Era mucho el pasto en el campo en relación con los árboles, que eran menos". Notable.

Estemos atentos, porque ingresa en el relato una persona a la que le dedicaremos algunos párrafos: "Un día, oí por primera vez de los labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos ya quella relación me produjo una impresión muy fuerte. Aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento sentí que era verdad".

Más adelante, Galsso devela la identidad de este hombre: Damián Gómez, quien de acuerdo con el relato de un funcionario del primer gobierno de Perón, Martín Prieto, citado por Abel Posse en el libro La pasión según Eva (Emecé, Buenos Aires, 1994)era un militante anarquista que luego de haber sobrevivido a la feroz represión patagónica de 1922, había sido enviado por sus camaradas para preparar el levantamiento de los trabajadores del riel, en Junín: "admirador de Simón Radowitsky, había sobrevivido veinte años en las heladas mazmorras de Ushuaia, le parecía indecoroso el lujo de estar refugiado en los vagones abandonados y poder comer salteado, interrumpiendo su casi eterna dieta de galleta de campo. Era anarquista […] Repartía o leía artículos de La Protesta o La Antorcha […]. Sus ardientes monólogos estaban encaminados a denunciar la farsa del capitalismo, el opio religioso y las mentiras convencionales de la humanidad. Creía con la pureza de un niño […]. Los días de Damián Gómez estaban contados, como los de todos los anarquistas de acción, después del fusilamiento de Severino Di Giovanni en la penitenciaría de la calle Las Heras en la madrugada del 1° de febrero de 1931. Huía de las requisas policiales pasando de un vagón abandonado a otro".

Fue allí cuando, según el relato de Prieto, Evita (Cholita, como se la llamaba entonces) a sus quince años: "en un sórdido vagón del Ferrocarril Oeste, iluminado por uin exánime candil a querosén, escuchó por primera vez las palabras 'explotación', 'revolución', represión', 'Marx', 'rebeldía', 'pan' y 'trabajo', 'burguesía', 'Sorel', 'capitalismo', etcétera. Aunque no entendería el contenido de estas palabras -como seguramente apenas las comprenderían esos obreros inmóviles y mudos, fascinados por la furia santa de Damián-, Evita debió sentir por priemra vez que estaba ante la presencia de lo justo. Y por primera vez debió de haber experimentado la fuerza del poder, la atracción, el carisma de ese hombre que inventaba la libertad y la vida ante esos entes fatigados que lo rodeaban mudos" (ídem).

Conviene seguir la cita, no obstante no pueda demostrarse que así hayan sucedido los acontecimientos, es de una belleza notable: "Tal vez, como lo analizaba Prieto, hubo en esa chiquilina de quince años que le llevaba cosas a escondidas, una extraña confusión entre la primara atracción física y la fascinación de ese poder del subversivo que ya se sabe derrotado de antemano. O quizás, las arengas de Damián la alejaban de la monotonía y el gris predominante de ese Junín agropecuario y entroncaban de un modo u otro, con sus sueños de otra existencia donde hubiese lucha, liderazgos y quizás, justicia. Justicia para los discriminados por ser hijos naturales, justicia para los marginados por su condición de género, justicia para los pobres que sólo tenían una muñeca renga como regalo de Reyes Magos" (ídem., p. 24).

Ese vínculo, destaca Galasso, no se encuentra documentado ni ha sido corroborado por Evita, sin embargo Juan Carlos Cena un "luchador social y compenetrado de la historia y los problemas de los ferrocarriles en la Argentina, se ha manifestado coincidentemente en 'Una historia de viajeros en tren" [www.villacrespomibarrio.com.ar] donde afirma: 'Cuentan los ferroviarios que Evita siempre venía corriendo, saltando pastizales. Subía al tren, se recostaba en la ventanilla, después que el jadeo cesara leía poemas. Dicen que por esa comarca ferruca que Damián Gómez, joven libertario, le alcanza un ejemplar maltratado de A mi amigo el campesino, de Eliseo Reclus y a veces, otras publicaciones como La Protesta y que discutían denso hasta el límite de la disputa. […] Damián Gómez le contaba historias de anarquistas. Así, en cada conversación, le confirmaba sus percepciones acerca de los ricos y de los pobres, de los explotados, de los oprimidos, de los obreros presos" (id. p. 25).

La relación entre Damián y Evita, en la versión de Prieto, la explica como una de las razones de la decisión de ella de dejar Junín, para venir a la gran ciudad: en octubre de 1934 fue detenido y en diciembre de ese año trasladado a la Penitenciaría de Las Heras. El trato que recibió fue el que le deparaba a los anarquistas el siniestro y abominable comisario Leopoldo Lugones, digno hijo de su padre: "los hombres de Orden Social [evoca Prieto] se ensañaron brutalmente con él. Fue espantosamente torturado para que delatase a sus cómplices. Se acababa de estrenar el sistema de la picana eléctrica, usando como fuente energética baterías de camiones".

Evita llegó a Buenos Aires en enero de 1935 y, siempre según esta versión: "se presentó en la cárcel de encausados. Hizo la cola junto a las desdichadas mujeres […] pero nunca pudo alcanzar a ver a Damián, que aparentemente seguía con vida. Dicen que se presentaba como su hija natural para ser más o menos oída por los carceleros de guardia. Pero ocurría que Damián no tenía 'causa'. Se lo mantenía detenido por infracciones imaginarias: ebriedad, desorden callejero, por orinar en la vía pública. Y de treinta a treinta días se lo retenía sin defensa alguna. Se sabe que lo mataron a torturas los del Orden Social, que procedían con carta blanca […]. Algún día, en la cola de la cárcel alguna compañera del anarquista se debe haber acercado a la chica esmirriada, a la 'hija de Damián', y le susurraría la verdad del crimen: 'lo mataron'" (ídem, pp. 24-25).

Por fin, corresponde anotar otra cuestión puesta de resalto por Posse en el trabajo reseñado por Galasso, como por María Sucarrat en: Vida sentimental de Eva Perón (Sudamericana, Buenos Aires, 2006) quienes arriesgan que, además de un vehículo para el acceso a un mundo de ideas que Cholita desconocía, Damián habría sido su primer amor.

Porqué no, nos preguntamos aquí a la vez que especulamos (y anhelamos y deseamos) que el sobreviviente de las mazmorras de Ushuaia, el duro militante del anarquismo de inicios del siglo veinte la haya acompañado en esa alternativa a esa piba tan sola y tan triste con delicadeza y ternura. Seguro que así fue.

Y si traigo este presunto primer amor de Evita a colación es porque esa posible aventura de Evita cuando niña, podría haber sido el resultado de la pesquisa realizada por Rudolf Fruede en derredor de sus años en Junín, calentándole los oídos a Perón con el rumor que aludía en la carta que transcribimos al inicio de esta extensa entrega, cuando se excusó en su edad de entonces.

De acuerdo con la interpretación de Norberto Galasso, creo que el dato se relacionaba con Damián y el vínculo que los unió por ese tiempo tan breve, cuya "gravedad" no radicaba en el "flirt" que habrían vivdo como amantes, sino que preocupaba al nazista alemán amigo de Perón otro costado de la historia, el mismo que por esos días turbaba el sueño de Francisco Franco.

"En algunas biografías [la de Dujovne Ortiz entre otras], en torno a esta carta se ha tejido una historia acerca de que Evita y una amiga habrían aceptado una invitación de dos jóvenes cajetillas, engañadas, presumiblemente acosadas y hasta habrían sufrido un intento de violación en una estancia, quedando abandonas en la ruta casi desnudas. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿porqué Rudi Freude investigaría aquel hecho y se lo informaría a Perón tratándose de un suceso producido diez años antes de que ellos se conocieran? Si bien una violación o una relación extramatrimonial no era bien vista en aquellos tiempos, parece exagerado que un funcionario se preocupase por denigrar a Evita por una humillación o un episodio sexual ocurrido doce años atrás. Disitinta sería la cuestión sui la preocupación de Freude apuntara al carácter anarquista del seductor de Evita, en cuyo caso él justificaría la investigación para alertar ak presidente acerca de tendencias ideológicas de Eva que Freude estimara 'peligrosas' para el gobierno. Entonces cabe el interrogante: ¿se refería Freude -y se defendía Evita en su carta- no a una humillación sexual a manos de un joven oligarca, sino a una vinculación con un joven militante que sostenía postulados considerados extremistas y que ponían en riesgo el orden social?" (íd., pp. 26-27).

Dedicado a Juan Segundo, el más joven de mis lectores.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (duodécima parte. En Andalucía. Ecos del pasado que juzga y que condena)

Andalucía, siguiente tramo del periplo español, recibió a Evita con parejo fervor al tributado en la capital del país. 

Su primera escala en la región fue en la bellísima ciudad de Granada, siendo recibida por trabajadores que la agasajaron apenas aterrizó la aeronave con la que había volado desde Madrid. 

Hospedada en el hotel “Alhambra Palace”: “por la noche [recuerda Lillian Lagomarsino de Guardo] nos ofrecieron una cena de gala en el Ayuntamiento, y casi a medianoche, ya en la Alhamba, asistimos a una 'zambra gitana' en los jardines del Generalife. Recorrimos el Alcázar árabe bajo una luna artificial  varias orquestas de violines, que no se veían nos deleitaron con una música suave en el célebre Patio de los Leones. Algo encantador, que jamás olvidaré" (Lagomarsino, cit. p. 138)

Una vez más, podemos caer en la cuenta del despliegue que el régimen español le imprimía a esa visita, acorde con el interés vital que para Franco tenía el resultado de la gira de Evita por España la cual, por las razones que voy a  esbozar comenzaba a resultarle una carga demasiado pesada. 

Al día siguiente dejaría una ofrenda floral ante las estatuas yacentes de los reyes católicos de España, Isabel y Fernando, oportunidad evocada por Alicia Dujovne Ortiz con la acidez que ya le conocemos. Dice la biógrafa: "que alguien le hizo notar: “Fíjese usted que la cabeza de Isabel se hunde mucho en la almohada. Según decían, el cerebro de la reina pesaba más que el de Fernando’. ¿Era una maliciosa alusión a su propia inteligencia en relación con la de su marido? Lo cierto fue que Evita (¡ella, siempre tan fiel!) traicionó a su cónyuge lejano respondiendo con una sonrisita: ‘Siempre pasa lo mismo’”, (cit. p. 286).

Vamos a volver sobre las reflexiones de doña Alicia, cuando abordemos el cariz de los discursos que pronunciará Evita en Galicia y en Barcelona, al final de su periplo español, de lo que algo anticiparemos en esta entrega. 

La anécdota que deja caer al descuido Dujovne integra el repertorio clásico de la corriente del evitismo antiperonista, todo un desafío intelectual en el que han porfiado unos cuantos intelectuales argentinos desde los años '70. Formulaciones teóricas que en mi modesto parecer no lograron erigirla en una contra-figura de su conductor y esposo. Es interesante el punto, sobre el cual convenga abundar más adelante.

Voy a prestarle atención a un evento destacado por nuestra amiga Lillian en su trabajo, muy sonado entonces y de la reacción de Evita cuando tomó conocimiento. La firmeza con la que actuó resulta fundamental para comprender en toda su extensión el proceso de construcción personal y política que encaraba, oportunidad excepcional que supo aprovechar.

Al igual que tantas mujeres de ese tiempo (y de los que vendrán) Evita ponía entonces todo de sí para contrarrestar el imaginario que se había construido alrededor de la vida sexual que pudiera haber tenido antes de conocer y casarse con Perón. 

Como lo destaqué en la primera entrada, en razón de su condición de hija adulterina, de su vida solitaria en Buenos Aires desde su primera adolescencia y, esencialmente, por su actividad artística durante esos años, la gentuza adepta a la mojigatería imperante en los ambientes en los que venía desenvolviéndose la consideraba una prostituta.

Vuelvo sobre esta cuestión porque su paso por Andalucía le traería a Evita más de un dolor de cabeza.

El primero (el aludido por Lillian en sus memorias), a manos de su hermano y del magnate Alberto Dodero quienes según lo informado telefónicamente a Evita por su confesor, el cura de la orden jesuítica Hernán Benítez, que en ese momento se encontraba en Madrid, aceitando los detalles de su inminente visita al Vaticano: "se habían ido de 'farras' por las cuevas del Sacro Monte, creándole problemas a la custodia. La Señora estaba indignada. Lo amenazó con enviarlo en un avión a Buenos Aires si no deponía su actitud. El ministro [de Asuntos Exteriores de España, Martín Artajo] había elevado la queja al padre Benítez, haciéndole presente lo que España ofrecía a la señora de Perón, y el gran costo que ocasionaba la custodia en un lugar tan peligroso" (Lagomarsino, cit., p. 138).

Era un daño enorme a Evita el que le había infligido su hermano Juan (ese gandul que mal andaba y peor terminaría), con tanto en juego, expectante de la entrevista que le había concedido el reaccionario papa Pio XII, expuesta a las miradas de España y del mundo. El odio que habrá sentido  Evita entonces hacia esos dos badulaques que, para colmo, habían ido acompañados por los custodios españoles al quilombo granadino. 

Infligirle ese daño a ella, que les había advertido con toda claridad apenas el avión había despegado de la base de El Palomar que debían observar una conducta intachable, como evocamos en una de las primeras entradas de esta saga que se está extendiendo demasiado.

Pendiente, como estaba, de lo que dirían de ella, del recuerdo de un pasado que muchas veces, la avergonzaba, aunque sin motivos, pero que la ubicaba en el lugar incómodo de tener que dar explicaciones por hechos pasados hacía mucho tiempo, como se desprende de la carta que le escribió a Perón a bordo del avión que la llevaba a España, la cual transcribiré en la próxima entrega y que merecerá un desarrollo puntual.

El hecho que tanto amargó a Evita tuvo inmediatas consecuencias cuando tuvo que enfrentar el trago más amargo de su paso por España, al visitar Sevilla.

Si bien es recibida con estruendo, habiendo recorrido en carroza el camino que unía el aeropuerto con el Hotel Alfonso XIII en el que se hospedaría: “donde la esperaba una suite tapizada de brocado rojo y con muebles de museo, mientras jóvenes sevillanas con vestido flamenco le arrojaban pétalos de rosa. Una de ellas había hecho la promesa de ofrecerle la pluma del sombrero de Evita a la Virgen de la Macarena. No se sabe si logró desposeer a la una para engalanar a la otra. Pero si algo resultaba evidente era que, para esta andaluza, tanto la una como la otra eran sagradas” (Dujovne Ortiz, cit., p. 286. para un detalle más pormenorizado remito a: "Es agasajada por los sevillanos la señora de Perón", La Nación, del 18 de junio de 1947) la aristocracia y el clero sevillano la tratarán con desprecio .

Anota, respecto de la cuestión que destacaba, el profesor Rein:  “Los católicos y los conservadores se sentían incómodos ante el espectáculo de una mujer cuyo pasado, conducta y forma de vida contravenían agudamente los valores que ellos pregonaban. Su imagen independiente y sexual, a más del contenido social de algunos de sus discursos, causaban preocupación. No por casualidad, vaya al caso, la prensa española se abstenía de utilizar el apodo Evita, como la llamaban los peronistas en la Argentina. Prefería el nombre completo, al que consideraba más gracioso y enfatizaba más el hecho de que se trataba de la esposa del Presidente argentino: ‘Doña María Eva Duarte de Perón’”, lo que conocemos de la lectura de las transcripciones del periódico español oficialista ABC. Los exponentes de la aristocracia sevillana rehusaron el cuerpo a los agasajos tributados en su honor y el cardenal Segura, parte de Sevilla al tiempo de la visita de Evita: “El Cardenal Pablo Segura, Arzobispo de Sevilla, partió hacia una ciudad vecina para [realizar] ‘ejercicios espirituales’ y según se informó, prohibió a sus ayudantes la participación en los actos organizados en honor de Evita. También los suegros de Juan de Borbón, pretendiente al trono de España, se fueron de Sevilla antes de que ella llegara y muchos de la alta sociedad local, en especial la esposa del alcalde, la ignoraron” (Rein, cit., p. 59-60).

Lillian Lagomarsino recuerda el encuentro entre Evita y su confesor el padre Benítez (el cual creo que debe relacionarse directamente con las habladurías y desteatos que hacían peligrar la delicada gestión ante el Vaticano en el que estaba empeñado): "quien le sugirió a la señora de Perón que cuando fuera a la Catedral dejara espontáneamente una alhaja a la [Virgen de] la Macarena. Efectivamente, cuando la Señora entró en la Catedral gótica, la más grande de España, subió al camarín de la Virgen y le dejó, muy emocionada, un par de aros de oro y brillantes que llevaba puestos" (cit. p. 140).
  
Coincidían esos días con la agudización de la rispidez de las principales figuras del régimen franquista hacia la actividad de Evita en España, tanto por su desapego con las normas del protocolo y las ceremonias oficiales que rehusaba cumplir, sino en especial, por el contacto que proponía con el sufriente pueblo español y por el tenor de sus discursos, cada vez menos conciliables con el credo de la dictadura peninsular.

El clímax llegaría en Galicia, Zaragoza y Barcelona (objeto de la próxima entrega), cuando dirigirá mensajes que perseverarían en aquello que había anticipado en el discurso radial pronunciado en presencia de Franco: la propuesta de una sociedad igualitaria con menos pobres y concomitantemente, con menos ricos. 

Al respecto, consigna Raanan Rein: “Los círculos conservadores de España temieron también por el mensaje potencialmente revolucionario que Evita transportaba consigo. Declaraciones como las que formulara en Vigo ante decenas de miles de personas –‘En la Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres. Hagan ustedes lo mismo’- sembraban por cierto la incomodidad. Era difícil encontrar un común denominador sobre Evita y los ‘pilares de la sociedad oficial española’, particularmente debido al ‘tono demagógico’ de sus discursos ante los trabajadores españoles sobre los placeres de la vida en la democracia argentina de Perón. Esos discursos eran sin duda embarazosos para los miembros conservadores del régimen, que experimentaron ‘una evidente sensación de alivio’, cuando la visita de Evita finalizó” (cit., p. 59).

Norberto Galasso en su biografía de Evita, anota el recuerdo del periodista español Mario Valeri,  a más de treinta años de la visita que repesamos cuando: "un día hablamos con una madrileña muy modesta, modista. Le preguntamos qué recordaba de Eva. Dijo con renovada emoción: 'ella hablaba y nos decía a lazs mujeres que debíamos liberarnos. Franco le tiraba de la falda, quería que se sentara, que noi siguiera hablando. Franco estaba nervioso, irreeconocible. Era en 1947. ¿Usted sabe lo que era España en 1947? Yo veía a esa virgen rubia hablando como los dioses, predicando libertad, libertad en la España de 1947. Sentí un escalofrío que me paralizó todo el cuerpo. cerré los ojos  comencé a rezar. ¿Qué pensé en esos momentos? Lo único que podía pensar, que Franco la iba a fusilar'" (publicado en la revista Vea de España, Año I, n° 26, del 9/5/79, en: Galasso, cit., p. 95).



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jueves, 30 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (undécima parte. En El Escorial, Plaza Mayor y en una corrida de toros. Mensajes para Argentina)



Volvamos a España. Al 10 de junio de 1947, más precisamente, cuando el agobiante programa protocolar del viaje de Estado le imponía a Evita una visita a El Escorial. Antes de recorrerlo, el dictador español decidió jugarle una apuesta: si no derramaba lágrimas de emoción durante el recorrido, le ofrendaría un gobelino auténtico del Museo del Prado que representaba la muerte de Darío, envite que Franco perdió.

Creyéndola sentimental, el dictador gallego le había dicho: ‘si usted logra contener sus lágrimas a la vista del Escorial, le regalo este tapiz’. Ella ¿verter lágrimas arquitectónicas? […]. Evita, por su parte, definió perfectamente sus emociones en el transcurso de su viaje. Alguien le preguntó: ‘¿No la emocionan las obras de arte?’ Y su respuesta fue: ‘No. Me maravillan pero no me emocionan. A mí lo único que me emociona es el pueblo’”. Según la misma versión, Evita se habría limitado a observar respecto del palacio de Felipe II: “¡Cuántas piezas! ¡Qué hogar para huérfanos podría hacerse aquí!” (Dujovne Ortiz, cit. p. 284).

A partir de entonces, el cansancio (el hastío, también) ante tantas actividades comenzaría a notarse en Evita, quien iría retrasando sus presencias en los tantos ámbitos en los cuales se la reclamaba, actitudes leídas como un desplante de la ilustre visitante a sus anfitriones.

Esa misma noche, luego de la interminable visita a El Escorial, tuvo que tolerar, estoica un agasajo en la Plaza Mayor de Madrid. El extracto del evento en el documental que sigue producido por "Noticiarios y Documentales Cinematográficos" (NO-DO), publicado en canal de Youtube de la RTA Argentina , nos proporciona una idea de la magnitud del acontecimiento. (https://www.youtube.com/watch?v=aBij2feJ9xQ).

Sólo escuchar al locutor del noticiario detallar los números folklóricos que irían sucediéndose a lo largo del festival (sin dejar de tener presente toda la actividad que había antecedido a ese acto y la que vendría), justifica el cansancio de Evita. Uno se la imagina rendida luego de tanto ajetreo, asistiendo al paso de uno y otro cuerpo de danzas tradicionales, con sus jotas aragonesas, muñeiras gallegas, seguiriyas de jerez, las ezpata-dantzas vascas, zarabandas y chaconas mallorquinas, sevillanas. Horas y horas de bailes tradicionales.

Y trascartón: "llega el momento de la apoteosis triunfal. Agrupadas por provincias van bajando las encargadas de hacer las ofrendas por el escenario monumental, en cuyo centro queda la estatuya ecuestre de Felipe III, hasta el estrado que ocupa con el generalísimo la Primera Dama argentina y doña Carmen Polo de Franco. En grandes cestas, son portadoras de los vestidos peculiares de cada provincia española, que son entregadas a doña María Eva Duarte de Perón. Las representaciones van ataviadas a la usanza típica". Más minutos de sonrisas y besamanos a la multitud de artistas que como un torrente dejan el escenario y se abalanzan sobre la homenajeada: "los vestidos del regalo son 51 piezas suntuosas confeccionadas con ricas telas. El ministro de Asuntos Exteriores recoge para entregarlos a doña María Eva los estuches con las alhajas que adornarán estos vestidos. El momento es de una emoción y bellezas incomparables y se desarrolla entre constantes ovaciones y vítores a Franco y a Perón, a Argentina y España."


Al final del documental, con voz cargada de emoción, destaca el locutor: "en la emoción del acto, se evocan las palabras de la embajadora de armonía que es la esposa del Presidente argentino, llegada a España para decir, en el lenguaje conciso y conmovedor de la mujer, su deseo de que la paz reine e impere para todo el mundo, que se borre la inquietud, que reaparezca la sonrisa y el bienestar. Correspondiendo a este deseo, la vieja España, representada aquí por mujeres de todas sus provincias, muestra su  cariño y su gratitud a la hija de un pueblo nuevo y fuerte, con el que nos unen indestructibles lazos de sangre, de idioma y de fe. Y eso dicen también, los aplausos y los vítores que pueblan el ancho espacio de la Plaza Mayor de Madrid, donde la ilustre Dama argentina, abandona con Franco el escenario de la maravillosa fiesta". 

La referencia a "la evocación de las palabras de la embajadora de la armonía", se corresponde con el discurso radiofónico que Evita había propalado desde El Prado para ser emitido en la Argentina.

Considero pertinente una referencia a los dos discursos.


Antecedió su mensaje Francisco Franco, quien hizo llegar un discurso estructurado sobre premisas claras: la magnitud del recibimiento tributado a Evita por el pueblo español, el reconocimiento de la política exterior del gobierno peronista en especial hacia su gobierno, que explica en los lazos de consanguinidad existentes entre las dos naciones que identifica a ambos regímenes; en la actividad común de promover una actitud preventiva ante el avance comunista, temperamento que no era debidamente considerado por las potencias emergente de la guerra, en especial los Estados Unidos, que equivocadamente combatían a España mediante un aislamiento internacional sólo funcional a la Unión Soviética.

Escuchemos al dictador: “estas hidalgas tierras de Castilla que hoy os devuelven su nombre con esos miles y miles de vítores […] al general Perón, el gran caballero que en horas de general apocamiento se negó a secundar la conspiración comunista contra nosotros, proclamando la ley eterna de la sangre […]. España está viviendo en estos días de la visita de la egregia viajera momentos de grande e intensa emoción. Es el abrazo de la madre y de la hija, que se encuentran después de prolongada ausencia, la vuelta al hogar de la más española y la más querida. El pueblo entero corrobora con fervor las grandes ceremonias populares que desbordan el protocolo de los actos. Son los trabajadores que elevan sobre sus hombros a los pequeñuelos para que vean a la señora y vitoreen a la Argentina; es el campesino que sale a los caminos con sus hijos o da reposo al arado para agitar la bandera con los colores blanco y azul, que manos femeninas en el hogar confeccionaron, es la fe de todo un pueblo que se considera capaz de revivir su vieja historia y que ve en la más preclara de sus hijas la firme esperanza del resurgir hispano; es la afirmación más grande de que, por encima de las particularidades peculiares de cada pueblo triunfan los lazos de la sangre, de la fe y del lenguaje en ese interés común hoy, de servir a la paz y a la justicia.” 

Avanza su discurso con astucia, proponiendo un paralelo entre los héroes de la literatura castellana y pampeana: “Valor y fe son necesarios para enfrentarse con lo estático y lo acomodaticio, y eso se encuentra lo mismo en el quijotismo de vuestros gauchos que en la fe con que se unen vuestros descamisados, hermanos de nuestros fieles, sufridos y leales trabajadores que, como los vuestros, empiezan a creer en la realidad del pan y la justicia; lenguaje éste que no tardará en ser universal entre los pueblos” y reafirma su profesión de fe anticomunista, con una conclusión –y una amenaza- de destinatarios no exclusivamente argentinos; esperanzándose en que: “el mundo empieza a apercibirse de nuestras razones. Lo que muchos hoy proclaman no querer para sus patrias, es lo que ayer nosotros combatimos, y que cuando no se corrige a tiempo no puede lograrse más tarde sin sangre ni lágrimas” (en: "Mensajes a la Argentina. Palabras del Caudillo", ABC, 11 de junio de 1947).

Evita recogió el guante y por primera vez le dio a sus palabras un sentido que no era del agrado del régimen español y que reiteraría en otras etapas de su viaje, al cual le prestaremos atención en esta saga.

Así, sin dejar de reconocer su gratitud por los homenajes recibidos, dejó Evita en claro el sentido pacificador de su visita y propuso que la ligazón entre ambas naciones sea explicada en un nuevo vínculo distinto de la sangre (astutamente corre a la Argentina del lugar de "hija" de la "madre" España): en la condición de “compañeros” de los trabajadores argentinos y españoles. Por último, destacó otra cuestión que tampoco habrá sido del todo bien recibida por sus anfitriones, al subrayar el carácter democrático del régimen político argentino, sostenido por la soberanía popular que mediante el sufragio había decido que fuese Perón el artífice de su destino inmediato, cerrando su discurso con la alocución igualitarista (como alternativa al comunismo, que denostó) que poca gracia causó en los oídos de Francisco Franco.
Dijo Evita ser: “mensajera de paz y de armonía; mensajera de una sociedad nueva, basada en el trabajo de todos ustedes; embajadora de los queridos ‘descamisados’, que agrupados sólidamente detrás de su líder y presidente Perón, están echando las bases de un país mejor viajé a la madre Patria para proclamar bien alto, a toda voz, nuestros ideales, nuestras realizaciones y nuestras esperanzas […] un mensaje de los trabajadores argentinos, de esas fuerzas proletarias que como ya les dije, surgen allá no con la idea de la lucha que han practicado algunos pueblos, sino con la idea de la paz y del trabajo constructivo, bajo la divina consigna de todos los tiempos; la de amarse los unos a los otros, la de ayudar a la sociedad para hacer mejor en un mundo más amplio y feliz. Gracias debo a Dios porque la Providencia me haya dejado hacer llegar este mensaje a todos los ámbitos de España, un país que nos comprende y nos ama. 

Anunció el despunte de la “nueva Argentina”: “en la que no hay diferencias y en donde las que pudieran existir irán desapareciendo cada día conformando así una sociedad nueva. A todos he traducido esta profunda aspiración argentina, este himno de fe en el esfuerzo diario y en la justicia social que practicamos. A todos ha llegado mi voz, que es precisamente la que trasunta la preocupación argentina  para hacer cada día más práctica y más real, para cada hombre y cada familia, la seguridad de la vida y de la esperanza de una sostenida superación. Mi palabra de paz, de reconocimiento, de fe, ha sido escuchada por millares y millares de trabajadores españoles, nuestros compañeros de corazón.” Prosigue con la siguiente identificación: “Los derechos de los trabajadores son la contraseña obligada y la credencial que exhibimos. Al pisar tierra [española] fue bastante para reconocernos y para abrazarnos como viejos compañeros de una misma jornada de trabajo […]. Decirles lo que representa para ustedes [se dirige, naturalmente a sus descamisados] la agotadora jornada diaria de trabajo del general Perón, el presidente que acude a su despacho a las seis y media de la mañana para crear con su presencia, la tónica de la energía argentina y el ejemplo periódica de una exaltación de sus deberes para con el pueblo que le llevó al Poder en los comicios más limpios de nuestra Historia. Decir que esa sensación de optimismo que preside el Gobierno, integrado por obreros reales, por obreros que han reído y llorado junto a sus mujeres y sus hijos y para los cuales el acceso al Poder significa la obligación suprema de seguir la senda de perfeccionamiento que el líder les marcó desde los albores de la Secretaría de Trabajo y Previsión […].  Hablarles, en fin, de ese inmenso engranaje humano y técnico que cada uno de ustedes, desde su hermoso y brillante puesto en el taller, en el campo, en las aulas, en los claustros, están echando a andar el esfuerzo constructivo más impresionante que hayamos visto los argentinos jamás […]. Hombres que salen del pueblo para integrar una efectiva democracia realista y humanista, cristiana y justa.  (en: "Palabras de la Excma. Señora Doña María Eva Duarte de Perón", ABC, 11 de junio de 1947).

Al cronista del diario La Nación, no le pasó desapercibido el giro del discurso de Evita que destacamos al ponderar en su crónica que había sostenido que: “mientras el general Perón sea presidente, la justicia social sería cumplida inexorablemente, sin tener en cuenta el precio que sea necesario pagar ni quien pueda caer”, cerrando la columna mediante un juicio plasmado sin inocencia: “En este discurso, que es el primero que pronuncia desde el mensaje radiofónico que el martes último dirigió a su Patria, la señora de Perón dijo que era portadora de un mensaje de amor de todos los trabajadores argentinos, de nuestros queridos descamisados, para todos españoles. Agregó: ‘Perón está forjando una Argentina más grande y más justa, en la cual no habrá demasiados ricos ni demasiados pobres.’” (en: "La señora de Perón recibió nuevos agasajos en Madrid", La Nación, 13 de junio de 1947).

El día 12, sería objeto de nuevos agasajos, realizándose en su honor una corrida en la Plaza de Toros de Madrid, superada una apretada agenda que evidencia una jornada agotadora para la visitante. La crónica del diario La Nación describe: “La corrida extraordinaria [celebrada] en honor de la señora de Perón resultó aburrida debido principalmente a que era demasiado manso el ganado. El torero argentino Rovira cortó en primer lugar una oreja del animal. Luego el rejoneador Pepe Anastasio se lució clavando varios rejones y dos pares de banderillas. Los rejones, al quebrarse, permitieron ver las banderas argentinas y españolas. Finalmente, brindó el animal el honor de la señora de Perón”, anotándose a renglón seguido el desapego que a partir de ese momento revelaría Evita durante la gira española: “Sin protesta por parte del público, caso pocas veces observado en la historia de la tauromaquia, la corrida en honor de la señora de Perón comenzó 25 minutos después del tiempo indicado, al llegar el general Franco, su esposa y la señora de Perón con un retraso de 15 minutos. Lo que en otra ocasión se hubiera convertido en una gritería de protesta, se convirtió en una cerrada ovación cuando aparecieron en el palco de honor. La señora de Perón iba ataviada con un vistoso traje blanco y mantilla negra, enmarcando un frente de claveles rojos […]. Cuatro veces obligaron los 30.000 espectadores a levantarse de sus asientos a la señora de Perón, a Franco y a su esposa para corresponder a las ovaciones y a los gritos  de “Franco y Perón” y vivas a la Argentina y España (ídem).

Dujovne Ortiz, fiel a su estilo, pone el dedo (todos, en rigor) en la llaga cuando reseña el evento en la arena, sin antes dejar de destacar el detalle de la llegada a deshora de Evita. Pondera, también, la novedad que todo eso suponía para la joven argentina dado que: “en el afán de eliminar toda influencia española, la Asamblea argentina de 1813 había prohibido las corridas. Sin embargo, el matador que toreaba ese día en homenaje a Evita había nacido en la Argentina. Se llamaba José Rovira y no fue su día de suerte. Por empezar, la homenajeada llegó muy a deshora (en lo sucesivo iría exagerando cada vez más ese extraño compartimiento). Pero cuando al fin apareció con mantilla de blonda sobre su rubia cabellera, el público sólo tuvo ojos para ella. Por más que Rovira se contoneara para lucir su talle de avispa y sus pequeñas nalgas, ceñidas por el calzón brillante, todo fue inútil. ‘No vinieron por mí –comentó amargamente-, sino por ella’. El torero vanidoso le ofreció a su ‘Presidenta’ su primera víctima pero, colmo de los males, la estocada final resultó desabrida: el toro era de ésos que se resignan de antemano. Lo que resplandecía con mil fuegos era el palco principal, todo inundado de claveles” (cit. p. 284). 


Nuestra amiga Lillian Lagomarsino registró recuerdos de esa jornada: "el miércoles asistimos a una corrida de toros, a la que también llegamos tarde. La Señora ese día estaba realmente linda con su mantilla negra de encaje y una flor en el pelo. Allí también fue indescriptible el recibimiento de los madrileños. La plaza tenía un aspecto deslumbrante. Lo atractivo no era lo que sucedía en el ruedo, donde derrochaban valentía los diestros más señalados de España, entre ellos el argentino Rovira. Lo lucido del espectáculo eran los espectadores. Especialmente las españolas, con sus alhajas, peinetones y mantillas".

El espectáculo, a Evita no le gustó. Le apenó la suerte del toro que desde que "entra a la arena, ya sabe uno que está condenado irremediablemente a ser sacrificado. No le quedan esperanzas de salir con vida por más proezas que haga. ¡Eso es lo que me hace sufrir!", y ante las excusas de los funcionarios españoles decía una y otra vez: "¡A mí esto no me gusta! Disculpen, me parece un espectáculo de barbarie, ¡qué quieren que les diga!" (Lagomarsino, cit., pp. 132-133)

Hay que imaginarse la indignación de los funcionarios de la crema franquista al escuchar las insolencias de la visitante, esa jovencita sudamericana que además de hacerlos esperar con sus llegadas a deshora, al final del evento, con tres o cuatro palabras vituperaba una tradición de siglos.

Ni qué pensar en la señora de Franco, la Carmen Polo. Que, para colmo de males debía convivir con esa huésped tan especial y que, por pedido del dictador español, acompañarla en todos los actos públicos y en las recorridas (oficiales) que había realizado en los barrios modestos de Madrid. Había estado con ella el día anterior en Ávila; al día siguiente, la acompañaría en la visita a Toledo.

El 14 de junio sería agasajada por la embajada argentina en Madrid, asistiendo a un banquete, previo al cual la compañía del ayuntamiento ciudad de Madrid interpretó en su honor una versión del clásico de Lope de Vega, Fuenteovejuna, que impresionó mucho a la joven actriz argentina.

Franco la despidió de Madrid el domingo 15 de junio al abordar el avión que la conduciría a Granada, próxima etapa del viaje que estamos repasando.

Se encontraba presente su esposa Carmen Polo, que lucía una sonrisa más amplia y más ancha que la habitual. Quizá coincidiera el gesto con la salida de Evita de El Pardo y la dispensa que le había acordado su esposo: a partir de entonces y hasta la visita a Barcelona (desde donde abandonaría España) la Collares no tendría que cargar con el peso de acompañar a tan particular visitante.


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