viernes, 31 de enero de 2020

Como aquella princesa del librito de cuentos. Eva Perón en España, año 1947 (décimo tercera parte. La noble igualdad: menos ricos y menos pobres)


La entrada pasada la dedicamos al paso de Evita por Andalucía donde recibió honores similares a los agasajos que la habían deslumbrado en Madrid.

Sin embargo, el estúpido desliz de su hermano estúpido en compañía del empresario Alberto Dodero en Granada le agriaron ese tramo de la gira española.



Fue cuando recibió por primera vez la frialdad y el desprecio que temía de las personas de alta alcurnia que debía frecuentar en su condición de huésped de honor; disimuladas con enorme esfuerzo por Carmen Polo al tiempo de la tensa convivencia  que tuvo que sufrir con la actriz argentina, devenida en Presidenta; reacciones que como hemos repasado se exteriorizaron en Sevilla.

Ese sentimiento hostil opacó la apoteosis del recibimiento cuando fue conducida desde el hotel al Ayuntamiento en calesa. Con memoria envidiable, a medio siglo de ese acontecimiento, evocó Lillian Lagomarsino: "a ambos lados de la calle había chicas vestidas de sevillanas, con los antiguos trajes típicos, como en Madrid. En esa interminable fila de jóvenes, una tenía una canasta abierta con pétalos de rosa, la de al lado una canasta cerrada con palomas, y así sucesivamente cada dos metros. Avanzamos las doce  cuadras con un 'techo' de palomas y pétalos de rosa, que se arrojaban a nuestro paso. Muchísima gente... y esa música tan contagiosa, los gritos, los piropos, los vivas... no les puedo expresar lo que sentí. Me emocioné profundamente. Algo que sólo ocurre en los cuentos" (cit. pp. 139-140). 

A Evita, lo anotamos, su pasado le pesaba demasiado. Reminiscencias que acentuaban su inseguridad, hundiéndola en una desconfianza profunda hacia todo y todos. Comprensible, en aquella muchacha pueblerina que se había hecho a la vida con tantos tumbos, tantas afrentas, tantos golpes. Por una cuestión de amor propio no voy a extenderme en juicios de psicología barata, sólo apuntar que ese sentimiento (el de la evocación de un tiempo anterior, despiadado con ella) la avergonzaba ante Perón, la forzaba a justificarse desmedidamente ante quien significaba tanto para ella. Porque era más que amor, lo que sentía por su Juan.

Y aunque me gusta pensar que su esposo no le daba demasiada importancia a las habladurías y malicias que se cocinaban respecto de los años anteriores a su relación con Evita, la dejaba hacer.

Escribí lo doloroso que ha de haber sido la chambonada del imbécil de su hermano en Granada, conclusión a la que arribé evocando el contenido de la carta que en pleno vuelo interoceánico a España le había escrito a Perón. Transcripta íntegra en todas las biografías consultadas, la tenía Perón consigo en Madrid, en tanto fue uno de sus albaceas, Jorge Antonio quien la dio a publicidad una vez que el líder falleciera en julio de 1974.

Leamos la escritura de una Evita en estado puro:

"Querido Juan: Salgo de viaje con una gran pena, pues lejos de ti no puedo vivir; es tanto lo que te quiero que es idolatría. Yo tal vez no sepa demostrarte todo que siendo, pero ter aseguro que luché mucho en mi vida por la ambición de ser alguien. Sufrí mucho pero llegastes [sic] tú y me hicistes [sic] tan feliz que parece que fuera un sueño, y como no tenía más que ofrecerte que mi corazón y alma, te lo entregué por completo, pero eso sí, en nuestros tres años de felicidad cada día mayor no dejé hora de adorarte y bendecir al cielo por lo bueno que fue Dios al darme el premio de tu cariño, que traté en todo instante de merecerlo haciendo todo lo posible  por hacerte feliz. Nos é si lo logré, pero puedo asegurarte que en el mundo nadie te ha respetado ni querido más. Te soy tan fiel que si Dios no quisiera es esta felicidad de tenerte y me llevara aun después de muerta, te sería fiel y adorando desde las alturas. Juancito querido perdóname estas confesiones, pero es necesario que sepas en el momento que parto y estoy en manos de Dios, y no sé si no me pasa ningún accidente que tu mujer con todos sus defectos tú llegastes [sic] a purificarme, porque vivo por ti y pienso por ti. Cuídate. El gobierno es ingrato, tienes razón. Si Dios quiere y terminamos esto bien, nos retiramos a vivir nuestra vida, que yo trataré de hacerte lo más feliz que pueda pues tus alegrías son las mías. Juan, si yo muriera  a mamá cuídala, por favor, está sola y sufrió mucho. Dale 100.000 pesos; a Isabelita [Ernst, su cercana colaboradora en la Secretaría de Trabajo y Previsión], que te fue y es fiel, dale 20 [mil] pesos y un mejor sueldo. Y yo, desde las alturas velaré por ti. Mis alhajas quiero que las guardes tú. Lo mismo San Vicente y Teodoro García [alude a dos propiedades] para que te acuerdes de tu Chinita, que tanto te quiso. A Doña Juan [Ibarguren, su madre] está de más que te pida, porque sé que la quieres como yo. Lo que pasó que como vivimos nuestra eterna luna de miel no demostramos nuestro cariño para con la familia, aunque la queremos. Juan, tené siempre de amigo a Mercante, porque te adora y que siempre sea colaborador por lo fiel que es. De Rudi [Fruede], cuidado, le gustan los negocios. Castro [el coronel Juan Francisco] me lo dijo y puede perjudicarte mucho. Yo lo que quiero es tu nombre limpio como tú eres; además es doloroso, pero debes saberlo, lo que mandó a hacer en Junín, Castro lo sabe. Te juro que es una infamia (mi pasado me pertenece, pero eso en la hora de mi muerte debes saberlo, es mentira todo), es doloroso querer a los amigos y que le paguen así. Yo salí de Junín cuando tenía trece años. Qué canallada pensar de una chica esa bajeza, es totalmente falso. Yo a ti no te puedo dejar engañado; no te lo dije al partir porque ya tenía bastante pena al separarme de ti para aumentar aún ésta, pero puedes estar orgulloso de tu mujer, pues cuidé tu nombre y te adoré. Muchos besos, pero muchos besos, besos... 6 de junio de 1947. Evita" (en: Fermín Chávez, Eva Perón en la Historia, Tomo 1, Editorial Oriente, Buenos Aires, 1986, pp. 100-101).

Como anticipé, no tiene desperdicio la carta escrita por Evita desde el avión de Iberia a su esposo. Y me apuro por aclarar que la literalización de la cita, incluidos los errores ortográficos que destaqué, lejos de perseguir disminuir a la autora de ese texto, subrayan la pureza de esa escritura.

Y me lo imagino a Perón riéndose al leer ese texto almibarado lleno de confidencias in extremis, tratándolo de "tú". Un texto desgarrado por el miedo de Evita a morir retorcida entre las latas del bimotor español en ese tiempo germinal de la aeronavegación. No olvidemos que estamos relatando las alternativas de una mujer muy joven, de apenas 28 años, que se subía a un avión por primera vez.

Desgraciadamente, la muerte que la horrorizaba y consideraba inminente, no tardaría mucho tiempo en llegar.

Indigna leer las urdimbres de tanto correveidile intrigante operando sobre su ánimo, la de esa gentuza hecha para eso, que golpea donde duele. Faena que se acentuaría con el paso de los meses y  daría sus frutos al lograr remover las influencias de las personas que Evita pondera por su lealtad en la carta que transcribí. Isabel Ernst y el entonces gobernador de Buenos Aires, Domingo Mercante, caerían bajo el oprobio de las más injustas acusaciones y, como hemos destacado, Ricardo Guardo, entonces presidente de la Cámara de Diputados y quien acompañaría a Evita durante ese periplo con fidelidad canina, Lillian Lagomarsino.

Fermín Chávez analiza este documento revelador: "como ningún otro de la transformación de Eva María Duarte en María Eva Duarte de Perón y en Evita, ya que ha empezado a firmar de esta manera. El cambio operado es profundo, asumido ya como elección en sentido existencial. Por eso siente la necesidad de decírselo a Perón en forma desnuda, aprovechando una infamia echada a correr sobre presuntos amoríos suyos, anteriores a su salida de Junín, La afirmación final será siempre confirmada por los hechos y, con sumo cuidado, durante su itinerario europeo" (en ídem, p. 101). 

Mi coincidencia con el maestro entrerriano es total, no sólo porque considera este documento un nuevo escollo para quienes, como destaqué en la entrada anterior, perseveran todavía en la construcción de una Evita opuesta a su esposo (lo cual irá robusteciendo con la literatura que publicaría años más tarde), sino también con el destello de la figura portentosa que asomaba por esos días y que haría su aparición descollante una vez llegada de Europa.

Previsiblemente, Alicia Dujovne Ortiz se solaza con el texto, en especial con la anécdota que Rudi Freude habría hecho correr sobre su pasado en Junín. Volveremos sobre el tema, una vez que hagamos referencia a la actuación de Evita en la nueva escala que le aguardaba terminada la visita a Andalucía: Galicia, donde llegaría el  19 de junio de 1947.

Su primer acto oficial fue de la visita a la Basílica de Santiago de Compostela, oportunidad en la que se realizó la entronización de una imagen de la Virgen de Luján en ese templo religioso. Reseña Alberto de Millán, corresponsal del diario ABC, a tono con la versión de Evita que le agradaba a Franco: “No podía doña Eva Duarte de Perón pasar por España sin visitar Compostela, relicario de fe y tradición. Era deseo ferviente de la ilustre dama argentina venir a postrarse ante el sepulcro del Apóstol Santiago, Patrón de España. Y aquí está en esta vieja urbe jacobea que esta tarde se vistió de gala y llenó las estrechas rúas para aclamar con efusivo entusiasmo a la más gentil embajadora de los hermanos argentinos.

Bajo el copete, en la misma edición bajo el título: “Santiago engalanado recibe a la ilustre dama argentina” leemos: “la ciudad de Santiago ha celebrado hoy un gran día. Toda estaba engalanada con banderas y gallardetes españoles y argentinos. La población se echó a la calle desde las primeras horas para sumarse al recibimiento a doña Eva Duarte de Perón. En el aeropuerto de Labacolla fue recibida la ilustre dama por el capitán general de la octava Región, cónsul de la Argentina en Vigo, jefe de Protocolo de la Embajada en España, numerosas damas, general Rubio, jefe del sector aéreo atlántico, el oficial mayor de la subsecretaría de educación popular, Sr. Arias Andreu y representaciones principales de la región gallega […]. La primera en descender del avión fue la esposa del general Perón que traía en la mano una pañoleta. Vestía abrigo de bisón (sic) y traje estampado, cubriéndose la cabeza con una pamela blanca. En la rúa de San Pedro, calle de acceso a la ciudad fue saludada doña Eva Duarte por la Corporación compostelana. Un gran gentío la recibió con vítores y aclamaciones a la Argentina y España, y subió a un coche descubierto con el alcalde de Santiago. Entre las aclamaciones del público que llenaba las calles, se dirigió a la plaza de España. Al descender del vehículo, en unión del capitán general, revistó las fuerzas de la guarnición, mientras se entonaban los Himnos nacionales de los dos países.

Luego de realizarse el acto en la catedral compostelana, se alude en la nota a nuevos homenajes, constante de cada paso de Evita por España: “a las tres de la tarde, saliendo por la puerta de las Platerías, una enorme muchedumbre, que se había agolpado en aquellos lugares, acogió la presencia de la ilustre dama con vítores y aclamaciones. Muchas personas, desde los balcones de las casas, arrojaban flores al paso del coche descubierto en que doña María Eva Duarte de Perón marchó al hotel Compostela”, donde almorzaría y tendría un par de horas para retozar.  

A las siete y media de la tarde, apunta la crónica minuciosa, Evita: “abandonó el hotel y en automóvil descubierto  acompañada del alcalde de la ciudad, se dirigió a la explanada de la residencia de estudiantes, en donde le rindió honores una batería del regimiento de Artillería, de guarnición de la plaza. Durante todo el trayecto, la muchedumbre, que se había congregado para presenciar el paso de la ilustre dama, vitoreó a España y la Argentina y a Franco y a Perón. Al esposa del presidente argentino efectuó la plantación de un árbol simbólico en la explanada de la residencia de estudiantes, a cuyo acto asistieron todas las autoridades y jerarquías que se hallan en Compostela” (en “La presencia de doña Eva Duarte revela también el afecto entrañable de Galicia por la Argentina”, ABC, 20 de junio de 1947).

Al día siguiente, Evita cumpliría otro programa exigente, nacido de una agenda demasiado nutrida que ya hacía mella en su ánimo, lo que reflejará en su estancia en Barcelona, hito final de su paso por España.

Además de las reiteradas revistas de tropa, preside un acto en la Escuela Naval Militar de Marín, emprendió una excursión por las rías y congrega una concentración de productores de la pesca y agricultores en el puerto de Berbés, oportunidad en la que volvió a pronunciar un discurso obviado por la prensa española, como resaltado una vez más por el periódico argentino La Nación.

Bajo el título: “La gran concentración de productores en Vigo”, se reseña: “desde las primeras horas de la tarde comenzó la llegada de grandes contingentes de productores de toda Galicia que utilizando automóviles, trenes y vapores, llegaban de los más apartados rincones para formar parte de la concentración sindical regional de productores y empresarios en honor de doña Eva Duarte de Perón. La inmensa explanada de los muelles ofrecía un aspecto impresionante. Se encontraban adornados con multitud de banderas de las dos naciones.” Más adelante, luego de precisar con detalle los homenajes tributados y los presentes que le entregaron unos niños, concluyendo: “Doña María Eva Duarte de Perón besó, emocionada a los niños, hijos de campesinos, que le hicieron entrega de esa ofrenda. Seguidamente, pronunció unas breves palabras que fueron acogidas por los productores con una clamorosa y prolongada ovación(“En el homenaje nacional a la Argentina, les llega su vez a los pescadores y campesinos gallegos”, ABC, 21 de junio de 1947).

Sobre esas "breves palabras”, se explaya la crónica del diario La Nación: “La señora de Perón, se incorporó a continuación, siendo acogida con atronadoras aclamaciones y los gritos ya conocidos (sic). La huésped interrumpida constantemente por la multitud dijo: ‘En la Argentina el general Perón ha levantado la bandera de la justicia social, para que haya menos ricos y menos pobres’. Agregó que ha venido a España representando a los ‘descamisados’. Aunque algo desconocida en este aspecto la Argentina es una tierra de promisión para los descamisados de la vieja Europa. Agregó que el deseo del general Perón es lograr una solución feliz para su lema ‘Patria fuerte’ basado en una mejor distribución de la riqueza. Terminó diciendo: ‘envío en nombre del general Perón y de los descamisados argentinos un fraternal abrazo para los descamisados españoles” (“La Sra. de Perón recibió en Vigo un homenaje obrero”, La Nación, 21 de junio de 1947).

Un golpe más a Francisco Franco, que andaría contando las horas para que la Señora abandonase España, dado que como evoca Raanan Rein: “Los círculos conservadores de España temieron también por el mensaje potencialmente revolucionario que Evita transportaba consigo. Declaraciones como las que formulara en Vigo ante decenas de miles de personas –‘En la Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres. Hagan ustedes lo mismo’- sembraban por cierto la incomodidad.  Era difícil encontrar un común denominador sobre Evita y los ‘pilares de la sociedad oficial española’, particularmente debido al ‘tono demagógico’ de sus discursos ante los trabajadores españoles sobre los placeres de la vida en la democracia argentina de Perón. Esos discursos eran sin duda embarazosos para los miembros conservadores del régimen, que experimentaron ‘una evidente sensación de alivio’, cuando la visita de Evita finalizó” (Rein, cit, p. 70).

A más de medio siglo de pronunciado el discurso, perduraban los ecos en Galicia. Por caso, el diario La Voz de Galicia, en su edición del 9 de junio de 2009, al repasar el pasaje de Evita por el puerto pesquero consigna en efecto que: “Dicen las crónicas que Eva Duarte de Perón pronunció un discurso «breve, vibrante y henchido de emoción». Dijo que Perón había enarbolado dos banderas: la de la justicia social y la de la reducción de los muy ricos y los muy pobres, para añadir que acudía a España representando a los descamisados. No se relata en las crónicas cómo sentaría la expresión en un país donde tanto peso tenían las camisas de la Falange. En cualquier caso, abogó por una mejor distribución de la riqueza, lo que debió de sonar a utopía en las circunstancias por las que pasaba entonces España, sumida en el hambre y en el racionamiento alimentario.”

Vamos cerrando esta, la penúltima entrega de esta saga, muchísimo más extensa de lo que imaginé cuando me propuse repasar esta gira iniciática.

La lectura del discurso de Evita, desde la publicación de mi columna en Alborada allá por el 2009 me sorprendía desde el sentido ideológico de su consigna tan reiterada: la necesidad de promover un sistema más igualitario y que para la reducción de las personas pobres era necesario que disminuyera la cantidad de personas ricas.

No quiero decir con esto que el discurso de Evita fuese de cuño marxista (por otro lado, en reiteradas oportunidades denostaría al régimen de Moscú en sus intervenciones), pero sí bastante alejado del ideario del peronismo, claro que igualitarista, aunque en esencia, conciliador; color ideológico que se acentuaría a partir de la formulación la doctrina de la "Comunidad Organizada" en Mendoza en 1949, como del contenido de la reforma constitucional de ese año.

Además, era evidente que esos pasajes no se correspondían con la pluma de Muñoz Azpiri, presente (como lo hemos ponderado) en otros discursos que apelaban a la tradición o la hispanidad que según su criterio se cultivaba en la Argentina y que justificaba la alianza política entre los Estados argentino y español.  

La razonable consigna que Evita proponía de propender a una disminución de los ricos para que sean menos los pobres era una consigna tan vivificante como provacativa.

Norberto Galasso, en la biografía de Evita que hemos consultado reiteradamente, al analizar el libro La razón de mi vida que Evita publicaría en 1951, reparó en un recuerdo de la autora correspondiente a los años de su primera adolescencia. Al aludir a su lucha inclaudicable contra la injusticia social, se remontó a ese tiempo: "para hallar la primera razón de todo lo que ahora me está ocurriendo. Tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos que hacen razonable o por lo menos explicable todo lo que es, para mis supercríticos 'un incomprensible sacrificio' que para mí ni es sacrificio, ni es incomprensible. He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia. Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alama como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. Recuerdo muy bien que estuve triste muchos días cuando me enteré de que en el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que o me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos" (Galasso, cit. pp. 21-21).

Notable párrafo de un texto tan desdeñado siempre por gente que uno ha leído por tantos años, a la que seguí tanto, como para haber obviado su lectura durante tantos años. Qué bien descripta la sorpresa de Evita cuando niña al enterarse de la existencia de ricos y de pobres asimilada con el conocimiento que tenía de "los árboles y el pasto. Era mucho el pasto en el campo en relación con los árboles, que eran menos". Notable.

Estemos atentos, porque ingresa en el relato una persona a la que le dedicaremos algunos párrafos: "Un día, oí por primera vez de los labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos ya quella relación me produjo una impresión muy fuerte. Aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento sentí que era verdad".

Más adelante, Galsso devela la identidad de este hombre: Damián Gómez, quien de acuerdo con el relato de un funcionario del primer gobierno de Perón, Martín Prieto, citado por Abel Posse en el libro La pasión según Eva (Emecé, Buenos Aires, 1994)era un militante anarquista que luego de haber sobrevivido a la feroz represión patagónica de 1922, había sido enviado por sus camaradas para preparar el levantamiento de los trabajadores del riel, en Junín: "admirador de Simón Radowitsky, había sobrevivido veinte años en las heladas mazmorras de Ushuaia, le parecía indecoroso el lujo de estar refugiado en los vagones abandonados y poder comer salteado, interrumpiendo su casi eterna dieta de galleta de campo. Era anarquista […] Repartía o leía artículos de La Protesta o La Antorcha […]. Sus ardientes monólogos estaban encaminados a denunciar la farsa del capitalismo, el opio religioso y las mentiras convencionales de la humanidad. Creía con la pureza de un niño […]. Los días de Damián Gómez estaban contados, como los de todos los anarquistas de acción, después del fusilamiento de Severino Di Giovanni en la penitenciaría de la calle Las Heras en la madrugada del 1° de febrero de 1931. Huía de las requisas policiales pasando de un vagón abandonado a otro".

Fue allí cuando, según el relato de Prieto, Evita (Cholita, como se la llamaba entonces) a sus quince años: "en un sórdido vagón del Ferrocarril Oeste, iluminado por uin exánime candil a querosén, escuchó por primera vez las palabras 'explotación', 'revolución', represión', 'Marx', 'rebeldía', 'pan' y 'trabajo', 'burguesía', 'Sorel', 'capitalismo', etcétera. Aunque no entendería el contenido de estas palabras -como seguramente apenas las comprenderían esos obreros inmóviles y mudos, fascinados por la furia santa de Damián-, Evita debió sentir por priemra vez que estaba ante la presencia de lo justo. Y por primera vez debió de haber experimentado la fuerza del poder, la atracción, el carisma de ese hombre que inventaba la libertad y la vida ante esos entes fatigados que lo rodeaban mudos" (ídem).

Conviene seguir la cita, no obstante no pueda demostrarse que así hayan sucedido los acontecimientos, es de una belleza notable: "Tal vez, como lo analizaba Prieto, hubo en esa chiquilina de quince años que le llevaba cosas a escondidas, una extraña confusión entre la primara atracción física y la fascinación de ese poder del subversivo que ya se sabe derrotado de antemano. O quizás, las arengas de Damián la alejaban de la monotonía y el gris predominante de ese Junín agropecuario y entroncaban de un modo u otro, con sus sueños de otra existencia donde hubiese lucha, liderazgos y quizás, justicia. Justicia para los discriminados por ser hijos naturales, justicia para los marginados por su condición de género, justicia para los pobres que sólo tenían una muñeca renga como regalo de Reyes Magos" (ídem., p. 24).

Ese vínculo, destaca Galasso, no se encuentra documentado ni ha sido corroborado por Evita, sin embargo Juan Carlos Cena un "luchador social y compenetrado de la historia y los problemas de los ferrocarriles en la Argentina, se ha manifestado coincidentemente en 'Una historia de viajeros en tren" [www.villacrespomibarrio.com.ar] donde afirma: 'Cuentan los ferroviarios que Evita siempre venía corriendo, saltando pastizales. Subía al tren, se recostaba en la ventanilla, después que el jadeo cesara leía poemas. Dicen que por esa comarca ferruca que Damián Gómez, joven libertario, le alcanza un ejemplar maltratado de A mi amigo el campesino, de Eliseo Reclus y a veces, otras publicaciones como La Protesta y que discutían denso hasta el límite de la disputa. […] Damián Gómez le contaba historias de anarquistas. Así, en cada conversación, le confirmaba sus percepciones acerca de los ricos y de los pobres, de los explotados, de los oprimidos, de los obreros presos" (id. p. 25).

La relación entre Damián y Evita, en la versión de Prieto, la explica como una de las razones de la decisión de ella de dejar Junín, para venir a la gran ciudad: en octubre de 1934 fue detenido y en diciembre de ese año trasladado a la Penitenciaría de Las Heras. El trato que recibió fue el que le deparaba a los anarquistas el siniestro y abominable comisario Leopoldo Lugones, digno hijo de su padre: "los hombres de Orden Social [evoca Prieto] se ensañaron brutalmente con él. Fue espantosamente torturado para que delatase a sus cómplices. Se acababa de estrenar el sistema de la picana eléctrica, usando como fuente energética baterías de camiones".

Evita llegó a Buenos Aires en enero de 1935 y, siempre según esta versión: "se presentó en la cárcel de encausados. Hizo la cola junto a las desdichadas mujeres […] pero nunca pudo alcanzar a ver a Damián, que aparentemente seguía con vida. Dicen que se presentaba como su hija natural para ser más o menos oída por los carceleros de guardia. Pero ocurría que Damián no tenía 'causa'. Se lo mantenía detenido por infracciones imaginarias: ebriedad, desorden callejero, por orinar en la vía pública. Y de treinta a treinta días se lo retenía sin defensa alguna. Se sabe que lo mataron a torturas los del Orden Social, que procedían con carta blanca […]. Algún día, en la cola de la cárcel alguna compañera del anarquista se debe haber acercado a la chica esmirriada, a la 'hija de Damián', y le susurraría la verdad del crimen: 'lo mataron'" (ídem, pp. 24-25).

Por fin, corresponde anotar otra cuestión puesta de resalto por Posse en el trabajo reseñado por Galasso, como por María Sucarrat en: Vida sentimental de Eva Perón (Sudamericana, Buenos Aires, 2006) quienes arriesgan que, además de un vehículo para el acceso a un mundo de ideas que Cholita desconocía, Damián habría sido su primer amor.

Porqué no, nos preguntamos aquí a la vez que especulamos (y anhelamos y deseamos) que el sobreviviente de las mazmorras de Ushuaia, el duro militante del anarquismo de inicios del siglo veinte la haya acompañado en esa alternativa a esa piba tan sola y tan triste con delicadeza y ternura. Seguro que así fue.

Y si traigo este presunto primer amor de Evita a colación es porque esa posible aventura de Evita cuando niña, podría haber sido el resultado de la pesquisa realizada por Rudolf Fruede en derredor de sus años en Junín, calentándole los oídos a Perón con el rumor que aludía en la carta que transcribimos al inicio de esta extensa entrega, cuando se excusó en su edad de entonces.

De acuerdo con la interpretación de Norberto Galasso, creo que el dato se relacionaba con Damián y el vínculo que los unió por ese tiempo tan breve, cuya "gravedad" no radicaba en el "flirt" que habrían vivdo como amantes, sino que preocupaba al nazista alemán amigo de Perón otro costado de la historia, el mismo que por esos días turbaba el sueño de Francisco Franco.

"En algunas biografías [la de Dujovne Ortiz entre otras], en torno a esta carta se ha tejido una historia acerca de que Evita y una amiga habrían aceptado una invitación de dos jóvenes cajetillas, engañadas, presumiblemente acosadas y hasta habrían sufrido un intento de violación en una estancia, quedando abandonas en la ruta casi desnudas. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿porqué Rudi Freude investigaría aquel hecho y se lo informaría a Perón tratándose de un suceso producido diez años antes de que ellos se conocieran? Si bien una violación o una relación extramatrimonial no era bien vista en aquellos tiempos, parece exagerado que un funcionario se preocupase por denigrar a Evita por una humillación o un episodio sexual ocurrido doce años atrás. Disitinta sería la cuestión sui la preocupación de Freude apuntara al carácter anarquista del seductor de Evita, en cuyo caso él justificaría la investigación para alertar ak presidente acerca de tendencias ideológicas de Eva que Freude estimara 'peligrosas' para el gobierno. Entonces cabe el interrogante: ¿se refería Freude -y se defendía Evita en su carta- no a una humillación sexual a manos de un joven oligarca, sino a una vinculación con un joven militante que sostenía postulados considerados extremistas y que ponían en riesgo el orden social?" (íd., pp. 26-27).

Dedicado a Juan Segundo, el más joven de mis lectores.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

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