sábado, 29 de julio de 2023

El Juicio, de Ulises de la Orden


Escribo, con las imágenes de la película El Juicio de Ulises de la Orden, bullendo aún en mi mente.

Y si Jorge Luis Borges, una de las tantas personas que entre abril y septiembre de 1985 desfilaron como público por la sala de audiencias de la Cámara Federal de la Capital Federal (al igual que Onofre Lovero, Inda Ledesma y Virginia Lago, cuyos rostros demudados fueron registrados entonces y aparecen reflejados en el documental que comento) escribió el texto "Lunes 22 de julio de 1985" publicado en el diario El País de España (que puede leerse aquí) para librarse de los horrores que había escuchado en esa jornada, hago lo propio en esta página, con la misma intención aunque, desde ya, sin una pizca de su talento.

La conmoción perdura, no obstante sean más de diez los años que compartimos con Pablo Casas en cada cuatrimestre de la materia "Derechos Humanos y Principios de Derecho Constitucional" del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, este compendio del Juicio, al cierre del curso que dictamos, que puede verse aquí

Por ende, no me es ajeno el juicio, su desarrollo ni tampoco las imágenes registradas entonces (mérito inconmensurable de quienes tomaron las decisión de hacerlo) y que aún así, las tres horas del perdurable filme de De la Orden, me devastaron.

Calificativo que, tal vez, debería suavizar para, desde esta modesta trinchera, instar a propios y a extraños a pasar por la experiencia que vivimos las personas que nos encerramos en la sala del Malba la noche del 28 de julio de 2023.

El tono dramático que De la Orden imprime a esas imágenes registradas por la Televisión Pública (entonces ATC, remedo de la dictadura cuyos principales responsables fueron juzgados en ese proceso épico) roza la perfección: en una sala en la que se fumaba sin descanso; la esgrima desplegada entre dos Fiscales y una veintena de abogados defensores que, salvo dos notables excepciones, eligieron chapalear en el fango con la evidente finalidad de obturación del Juicio, felizmente infructuosa.


Juicio, que es una de las tantas razones por las cuales argentinos y argentinas podemos sentir orgullo de haber nacido aquí y de ser contemporáneos de quienes protagonizaron ese hecho único. 

Que desde luego, excede y en mucho a la decisión política del presidente Raúl Alfonsín (cuyo coraje es imposible de exagerar, en palabras de Horacio Verbitsky, su adversario de todas las horas) y si hace eje en los seis Jueces de la Cámara Federal y en los dos Fiscales, consideración de la cual no excluyo, paradójicamente, a los abogados defensores.

Por todos, al malo-malísimo, José María Orgeira, quien aún del modo grotesco y torpe que imprimió al ejercicio de la defensa de Roberto Viola, contribuyó a enaltecer el alcance del Juicio, en tanto que pudo materializar el ejercicio del derecho de defensa en juicio de su defendido quien, al igual que otros criminales de lesa humanidad, habían negado a sus víctimas indefensas.

Entre tantos y tantas, al hijo de una señora que declaró en el Juicio a quien el Juez Ledesma (seguramente devastado por el cansancio de jornadas que se extendían más allá las dos de la madrugada, como lo pondera uno de los defensores al Tribunal, implorando infructuosamente clemencia por la extensión de las audiencias) con el tono monocorde de un burócrata que consulta a un testigo sobre un accidente de tránsito, le pidió que se explayase acerca del acto de exhumación de los restos de su hijo. 

Indignada, y con razón, la testigo levantó la voz, recordando haber dado con una fosa a la cual había podido llegar pisando cráneos y fémures, y que ni a los "perros malos" se les deparaba ese trato. Y concluyó: "porque me hijo merecía un juicio. Un juicio como éste".


Podría escribir mucho más: sobre los testimonios de Adriana Calvo de Laborde, Myriam Lewin (subrayado con el estruendo de un desmayo de una persona que la escuchaba), Arturo Frondizi, Alejandro Lanusse, Magdalena Ruiz Guiñazú, Estela Carlotto, Graciela y Enrique Fernández Meijide, Albano Hargundeguy, Crisitan Von Wernich y tantos otros, pero me extendería más allá de lo que la prudencia sugiere.

Cierro con aquello que me impactó más. 

En el clip que con mucho esfuerzo y pocos medios compilamos con mi querido Cachito Casas para el curso del CBC que dictamos, incluimos el alegato de defensa dicho por el propio Massera. Conocía el sentido de su discurso que, aunque abyecto, fue pronunciado con precisión y elegancia. Habló Massera y el tiempo quedó suspendido en esa sala de audiencias.

El criminal amenazó sin disimulo. Los destinatarios de sus amenazas fueron los Jueces (que disponían de la crónica, pero él "de la Historia"), a los Fiscales y a la "veleidosa" sociedad argentina. 

Lo hizo con el modo de un gángster acorralado y patético, que conocía su inminente y pálido final de su "vida biológica". "Felizmente", subrayó. 

Pero dijo algo peor, que Ulises de la Orden sabiamente incluyó en el documental.

Dijo que todos sabían que, lo que esa gavilla que el criminal definió como "Fuerzas Armadas", habían hecho ayer, podrían volver a hacerlo. 

Que tenían la capacidad para reiterar ese horror, implacable e impecablemente definido en sus alegatos por los Fiscales Strassera y Moreno Ocampo.

Massera estaba en lo cierto. Sabemos todos y todas que lo que pasó puede volver a suceder. 

Por eso es indispensable el ejercicio de memoria que auspicia el deslumbrante documental El Juicio de Ulises de la Orden a quien expreso desde esta trinchera modesta, mi más expresiva gratitud.