lunes, 1 de abril de 2024

Las crónicas políticas de Enrique Raab

Si como hemos escrito, es innegable que Enrique Raab se destacó como un crítico de arte exquisito, su incidencia en la discusión política del tiempo convulso que le tocó vivir la desarrolló mediante la publicación de crónicas políticas de excelencia aún mayor.

Haremos foco, como cierre de esta secuencia, en las crónicas de contenido político seleccionadas por Ana Basualdo y María Moreno, en sus trabajos, quienes por lo general coinciden, aunque con ciertos matices. 

María Moreno omite en su selección las crónicas escritas desde Lisboa (entre junio y julio de 1974) para La Opinión al calor de la "Revolución de los claveles", y las consagradas a las elecciones en la provincia de Misiones de 1975, en las cuales se impondría el candidato del FREJULI sobre el challenger radical, Cachito Barrios Arrechea, quien haría una muy buena elección que preludiará la que lo llevaría a la gobernación 8 años más tarde.

En cambio, consigna al detalle las crónicas escritas desde Córdoba entre febrero y marzo de 1974, en ocasión del golpe de Estado provincial liderado por el titular de la policía local, coronel Navarro.

Cada una de esas crónicas fue construida con el "método Raab" que me atrevo a resumir del siguiente modo: comienzo por una anécdota o un dato lateral, para recién abordar lo central, y arribar con maestría y eficacia al subrayado final, dejando un mensaje de claridad evidente. 


Por ejemplo, en la crónica del Navarrazo se extiende en la descripción del coronel golpista convidando cigarrillos con amabilidad y campechanía a periodistas desesperados ante la escasez de tabaco en esa ciudad convulsionada, al tiempo que plasma los comentarios que sus colaboradores dejan caer con pasmosa naturalidad, acerca de la presencia de francotiradores que accionaban sus armas de aburridos nomás. 

Al realizar la relativa a las elecciones de Misiones se extiende en la historia de una madre de muchos hijos que debía lavar en el río "36 prendas roñosas" para poder llevar "el puchero" a su prole numerosa, concomitantemente con la reseña de las intervenciones de dirigentes peronistas y radicales de primer orden que se daban una vuelta por Posadas, Puerto Rico y Oberá.

No se trata del desgrano de notas de color, hay en ese estilo un modo sutil de abordaje del nudo de la crónica: la violencia institucional ejercida a través de aprietes o sobornos de un modo más o menos disimulado; la magnitud de la miseria estructural en una provincia sacudida por el desfile de ocasión de políticos que llegaban desde Buenos Aires por unas horas para desentenderse a su raduo retorno a la capital de la suerte de los misioneros.

Una de las crónicas más recordadas es aquella que dedicó al acto del 1° de mayo de 1974 publicada en la edición del día siguiente de La Opinión bajo el título: "Los enfrentamientos entre Montoneros y otros grupos modificaron el tono previsto para la celebración".

De acuerdo con el "sistema Raab", se inicia con un detalle de cuestiones relativas con la distribución de agua carbonatada en sachet, tres manzanas y dos paquetes de Criollitas a la militancia congregada, para avanzar en una descripción minuciosa de las sucesivas intervenciones del locutor Antonio Carrizo para presentar en el escenario a Susana Rinaldi, Santiago Gómez Cou y José Marrone, prolijamente ignorados por una concurrencia atenta a cuestiones más urgentes.

Refiere que a las 15.40 horas a la altura de la Catedral: "apareció la primera columna de Montoneros. La amplia bandera argentina con el sol dorado precedió, sólo por segundos, a otra más pequeña con la estrella octogonal: las primeras consignas montoneras resonaron por la plaza, mientras un bombo ritmaba la palabra Montoneros, y otros grupos de voces entonaban: '¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?". Más adelante, refiere que, al igual que en ocasión de la congregación del 12 de octubre anterior (cuando el general Perón asumiera la Presidencia por tercera vez) las consignas "Mon-to-ne-ros" y "Ar-gen-ti-na", se superponían, voceadas de uno y otro lado de la Plaza.

Luego de anotar la "primacía" del sector hegemonizado por los Montoneros de la Plaza de Mayo: "a partir de ahí, todo ocurrió muy rápido: 'No queremos Carnaval... Asamblea popular', retrucaban los Montoneros a los anuncios artísticos de la tribuna. 'Argentina peronista... la vida por Perón', contestaban desde otros sectores. Algunos inocentes preparativos bélicos se gestaban entretanto en ambos bandos: astas de banderas quebradas, cinturones sacados de las presillas y enarbolados como látigos, pedradas aisladas y, cerca de las 16.25, una bandera montonera quemada por algunos muchachos entre muy ralos aplausos del sector delantero contratado [sic] por la CGT".

Aquello que Raab denomina: "el pico del enfrentamiento verbal", sucedería a las 16.40 en ocasión de la entrada del Presidente al palco, extendiéndose "durante 9 minutos" la consigna (desde el sector montonero de la plaza): "El pueblo te lo pide, queremos la cabeza de Villar y Margaride", tensión que subiría aún más cuando la Vicepresidente coronase a la "Reina del Trabajo (María Fernández)", quien fue: "saludada con una mezcla de aplausos y chiflidos y con la consigna, lanzada desde el sector montonero de, 'Evita hay una sola...'", autocensura que formula el canto incompleto y omite otros mucho más agresivos dirigidos a la persona de Isabel y, según algunos de los presentes, del propio Perón.

Luego de la la entonación del Himno Nacional: "único momento, en toda la tarde de ayer, en que la Plaza de Mayo coreó un mismo mensaje con la mano levantada y los dedos dibujando la V" (curiosa omisión de Raab a la entonación de la marcha "Los muchachos peronistas", coreada al unísimo con antelación al Himno Nacional, dato que recuerdo de haber visto de la emisión íntegra de ese evento en el programa Filmoteca de Fernando Martín Peña, allá por el año 2006), el Presidente inició su mensaje.

"A partir de la palabra 'estúpidos', Montoneros comenzó a replegarse hacia Avenida de Mayo; otros grupos juveniles, sintiendo en las palabras del Presidente un respaldo claro, comenzaron a hostigarlos. 'Los corre Perón...' gritaban hacia las primeras filas de Montoneros, quienes, en ese instante, abandonaban la Plaza con dirección a la calle Perú".

Concluye el cronista: "Nada había, en ese momento, que recordase el carácter unitario que el acto pretendía tener: abierta la masa como dos ejércitos enfrentados, con cinco metros de tierra de nadie a duras penas controlados por los dirigentes, Perón terminó su disurso como arengando a los hijos díscolos que, a pesar de la prudencia paterna, se empeñan en librar una batalla campal".

La extensión de la cita se justifica por la trascedencia del hecho histórico evocado, cuanto por la maestría del relato, a la vez que aporta elementos para la reconstrucción de la memoria histórica de ese evento parte-aguas: sin perjuicio de la ruptura evidente, no habrían sido echados por Perón quienes decidieron irse de una Plaza que desde hacía mucho tiempo había dejado de contenerlos.     

A la muerte de Perón, la soledad y el aislamiento de su sucesora y viuda son reflejadas con  sutil precisión en: "Las conjeturas reemplazan a la información en torno a la forma en que la Presidente descansa en Chapadmalal", publicada en La Opinión el 12 de enero de 1975: "hay consenso en señalar que este viaje de la señora de Perón a Chapadmalal ha enarcado un tope en cuanto a la severidad y la rigidez de las medidas desplegadas. En diciembre, se afirma, quedó en funcionamiento una suerte de organización coordinadora, integrada por un comisario y tres subcomisarios de Mar del Plata y encargada de coordinar el trabajo de las distintas reparticiones que colaboran en la custodia de la jefe de Estado".




La relación de Raab con ese poder político era, por razones ostensibles, muy mala; desde el inicio del ciclo, en particular, a partir de su enfrentamiento con Roberto Barattini, director de LS1 Radio Municipal, dirigente ligado a lo más rancio de la ortodoxia peronista. La toma de posesión  del cargo se reproduce en la joya que encontré en red y puede verse acá

Basta reparar en los rostros de la tropa del director de facto y en el sentido del discurso inaugural (propalado por el Gaucho César Mascetti, micrófono en mano) para deducir que una de sus víctimas predilectas sería Enrique Raab. Declarado cesante de inmediato de esa radio (previa quema de los registros de los programas radiales en los que había intervenido con Edgardo Cozarinsky y Ernesto Schoó), desplegaría desde La Opinión una batalla despareja contra quienes le habían prodigado ese maltrato.

El 17 de mayo de 1974, escribiría la extensa columna "Los cipayos están entre nosotros" con el copete: "La ideología de la radio nazi revive en un experimento argentino", mediante la cual traza paralelos entre el sesgo de la emisora dirigida por Barattini y "una radio berlinesa de 1937", al tiempo que analiza al detalle la prédica de una de las voces más sonadas de esa radio: la del maurrasiano Jaime de Mahieu, confeso nacionalsocialista, cuyo discurso rosista conjuga con el retrato retórico que de Adolfo Hitler esbozaron los intelectuales orgánicos del Tercer Reich.
 
Ese encono no sería gratuito para Raab, quien a partir de entonces recibiría visitas no esperadas en su domicilio, además de amenazas explícitas como las publicadas en el semanario El Caudillo. Su nombre aparecería reiteradamente en los listados publicados bajo el título "El mejor enemigo es el enemigo muerto".

Constituida la dictadura, desoyó los consejos de personas muy cercanas, entre ellas su íntima amiga y colega Susana Viau, para que emigrase; incluso desechó una oferta realizada por un jerarca del PRT que le había transmitido que era necesaria su presencia en París, para mejor difundir los crímenes perpetrados a mansalva por el régimen del terrorismo de Estado.

El 16 de abril de 1977, su vecino de edificio Ernesto Schoó advirtió un despliegue militar inusitado y escuchó una irrupción violenta en el departamento de su amigo: la gavilla que se presentaba para secuestrarlo voló a fuerza de metralla la cerradura de su departamento y una mano de Raab, que quedó destrozada.

Cuenta su biógrafo que Enrique Raab, quien no podía ignorar el destino que le esperaba, en ese momento definitivo atinó a tranquilizar al hombre que tanto amaba, preocupado por el estado en el que le había quedado la mano, advirtiéndole que no debía preocuparse por él, que en el lugar donde sería llevado se le practicaría una cirugía plástica.

Difícil imaginar un final más digno, acorde con la envergadura ética de la personalidad que evocamos.

Años más tarde se sabría, por testimonios de sobrevivientes que Raab fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, desde donde habría sido "trasladado" a un mes de su arribo, probablemente mediante la modalidad aplicada en ese centro de exterminio de arrojar a los secuestrados adormecidos al Río de la Plata o al Mar Argentino. 

El caso que lo tuvo por víctima fue uno de los contenidos en el alegato de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo en el Juicio a las Juntas (caso 485) y en oportunidad de la reapertura de los juicios a partir de 2005, el suyo fue uno de los casos por los cuales fueron condenados 48 marinos, entre ellos Alfredo Astiz, en el denominado "Tercer Juicio por la ESMA", celebrado en el ámbito del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5, fallo del 29 de noviembre de 2017. 

En un homenaje aparecido sin firma en el sitio "Cosecha Roja" bajo el título: Periodista, militante, marica y desaparecido, que puede consultarse acá en respuesta, tal vez, a la pregunta que María Moreno se hacía al inicio de su libro-homenaje, leemos: "Raab no forma parte del canon de escritores desaparecidos por la dictadura (lista que incluye con mucha justicia a Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Haroldo Conti) y es probable que sea porque la construcción de la memoria colectiva reclamó, en un principio, que este canon no tuviera grises. Homosexual, crítico de artes y amante del teatro era quizá un combo que no entraba en la lista de valores que debía tener alguien digno de recordarse. Pero la memoria colectiva es un campo de disputa. Es momento de hacerle justicia a su recuerdo e inventarnos una historia torcida donde haya espacio para lo humanamente posible".

De eso se trata. 

A la buena memoria de Enrique Raab.



El periodismo de Enrique Raab

"Lo chuparon por amor. Estaba muy enamorado de un hombre y se negó a salir del país", me confió en 1999 Martín Federico, uno de los jueces del Tribunal Oral en el que yo trabajaba en esa época. 

Sobreviviente de Trelew (debía su vida a su adhesión a la postura de Agustín Tosco de no plegarse al plan de fuga que terminaría en masacre en agosto de 1972), me enteraría por una nota necrológica que le dedicaría a la muerte prematura del Tino Manuel Gaggero que el exilio que había vivido en París se debió a su condición de rara avis: la de un peronista que se había decidido por la militancia en el ERP.

Máximo Eseverri biógrafo de Raab en un extendido reportaje disponible aquí dio cuenta de las razones que lo motivaron a ocuparse de quien fue mucho más que un periodista. En esencia, como tantas de las personalidades que enumeré en la entrada anterior, Enrique Raab fue un intelectual que se expresó a través de los medios para los cuales escribió, los mejores de la época dorada del periodismo argentino.

Eseverri, a la vez que presenta a su biografiado como una personalidad compleja y rica, subraya que al reparar en su trayectoria y trágico final, debe hacerse foco en la sexualidad de Raab, cuestión que significó algo bastante más que una audaz y valiente decisión personal. 

Abordada por María Moreno en la selección publicada en su homenaje quien, además de preguntarse las razones por las cuales no se le confiere a Enrique Raab el reconocimiento tributado a Rodolfo Walsh y Francisco Urondo (colegas y compañeros de martirologio de Raab) subraya el tamaño de su talento periodístico, haciendo foco en su sexualidad. 


En el prólogo a la selección a su cargo bajo el título "Militancia e intimidad", leemos: "En 1973, un Néstor Perlongher -poeta gay de origen trotskista con ganas de integración popular- llevaba al FLH (Frente de Liberación Homosexual) a sumarse a las movilizaciones peronistas. Pero los peronistas al parecer se corrían y entre las masas promontoneras y el FLH siempre quedaba una franja enorme de asfalto. Luego vino eso de: 'No somos putos, no somos faloperos'. Enrique Raab no se acercó a esos intentos de articular política y deseo por los que pasaron en tiempos menos definidos desde Manuel Puig hasta José Bianco".

Al respecto, un todavía adolorido Edgardo Cozarinsky le confió: "Enrique no fue el único intelectual sensible a la politización integral de toda experiencia, un espejismo de finales de los años sesenta que a principios de la década siguiente derivó en militancia armada. Judío y homosexual, se acercó a grupos donde abundaban el antisimetismo y la homofobia". 

Ese pasaje me remontó al recuerdo del documental Sexo y revolución, dirigido por Emilio Ardito, consagrado a la lucha del FLH dirigido por Perlongher de legitmiarse a partir de la visibilidad en el marco del nutrido universo de revolucionarios de tantos pelajes de aquellos años, quien recibiría por respuesta el rechazo que refiere María Moreno. 



Experiencia testimoniada por uno de los militantes del FLH en el documental que se puede ver (por poco tiempo parece) en la plataforma CinearPlay acá.

Evocó la movilización del FLH a Ezeiza, en ocasión de la llegada de Perón en junio de 1973 cuando marcharon identificados con una pancarta: "comenzó a ocurrir que la gente que iba delante nuestro se ponía bien adelante y la gente que venía atrás se ponía bien atrás, sabiendo quiénes éramos, para no mezclarse con nuestro grupo. Eso era muy fuerte, porque más que el FLH parecíamos un grupo de leprosos con quien nadie quería tener contacto. Y pensaba realmente, en vez de una pancarta teníamos que tener campanillas, como usaban los leporosos en la Edad Media para anunciar su presencia. Eso fue muy duro. Yo estaba recién asumido y recién entrado al FLH y no tenía experiencia en semejante exposición y en mi caso personal, no lo resistí. Y bueno, yo no llegué a Ezeiza, en un momento me abro porque era intolerable. Nunca había vivido una situación así".

Fue ése el tiempo decisivo de la escritura de Enrique Raab: "un caníbal de todo hecho cultural", según la precisa definición de María Moreno, acreditada por una producción que en ese terreno abarca desde un extenso reportaje a Bertrand Russell, la reseña al recién aparecido Yo el Supemo de Augusto Roa Bastos, pasando por las críticas del más variado pelaje: desde el programa del Canal 13 Porcelandia y de la película Nazareno Cruz y el lobo de Leonardo Favio; sin esquivar el género del reportaje a las primeras figuras: Juan Carlos Thorry, Juan José Camero, Nuria Espert, Tato Bores y Tita Merello.

Por supuesto, la crítica teatral fue uno de sus puntos altos. Impiadoso con Alejandra Boero en una versión de Madre coraje de Brecht; da rienda suelta a una crueldad sofisticada en: "Con su intuición como única guía, Mirtha Legrand exhuma una vertiente perdida del teatro japonés" (La Opinión, 15 de agosto de 1975), entre tantas.

Aunque nadie fue destinatario de tanto desprecio como Abel Santa Cruz. En: "El público que asiste a los espectáculos soporta comedias escapistas y repetidas" (La Opinión 11 de enero de 1975), se ocupa de dos obras del autor de Papá corazón

La primera, El hombre piola, protagonizada por Luis Sandrini y Malvina Pastorino versa sobre el descubrimiento del protagonista: "que en su turbulento pasado prematrimonial hay una hija ilegítima y se lanza, con la ayuda del público a buscarla. Descubre ¡oh, sorpresa edificante!, que su hija es tan luego la devota chinita que le sirve en la estancia desde hace años y por quien tanto él como su mujer han desarrollado un amor paternal. La intuición guía aquellos sentimientos que la razón no conoce, propone Santa Cruz coincidiendo, de modo un tanto simplificado, con Pascal, y Sandrini intercala un largo monólogo a telón cerrado, de frente al público, donde da a conocer sus puntos de vista sobre el mundo y la vida. Por ejemplo, habla de un hippie: 'Tremendo muchachote, con barba tupida, una pelambre en el pecho que parece un matorral, más de dos metros de estatura. Ideal, pensé yo, para cargar bolsas en el puerto. ¿Y saben qué hace? ¡Enhebra collares'". Raab remata: "el público se desternilla de risa: en el pasado del hombre piola habrá habido algunos pecaditos, incluida una hija natural, pero que nadie se intranquilice: el Sandrini de ahora mandará a su hijo a cargar bolsas, no a que enhebre collares".

Respecto de la segunda Somos hombres y algo más..., la escritura de Raab es parejamente peyorativa cargada a su vez, de un sentimiento de odio difícil de disimular, destinado al autor (y a los intérpretes y al público) de un ejercicio de "mataputismo" explícito, por ramplón y reaccionario que fuera.

Protagonizada por Rodolfo Bebán y Claudio García Satur describe la trama: "para salvar a un hermano (Arnaldo André) del súbito desamor de su prometida (Gabriela Gili), Bebán, nuevo objeto de ese afecto, decide hacerle creer a toda una pensión de estudiantes que él es un homosexual lanzado. La idea que Santa Cruz tiene sobre los homosexuales parece coincidir con la del público, porque Bebán se pasea todo el día en kimono, teje a punto cadena bufandas para su amado, y ambos -él y Satur- no dan un paso sin mover las caderas y dejar caer los párpados de manera insinuante. El público ruge de placer, porque sabe que tanto Bebán como Satur no son, sino se hacen y para que la imagen natural quede restituida, cuando no necesitan interpretar la farsa, uno le dice al otro tachero y el otro le retruca con malevo [referencia a los éxitos televisivos protagonizados por ambos actores en ese tiempo]. Sensible alivio para la sala: los limites de la credulidad han quedado intactos".

Tendría que terminar esta reseña con las crónicas políticas de Raab, pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.  

sábado, 30 de marzo de 2024

Lecturas de Enrique Raab

 A Cachito, que le gusta leer estas cosas.


Aunque suene (y sea) patético, debo confesar que recién cumplidos los 50 puedo asumir (íntimamente y con pocas personas, entre ellas a quien le dedico estas reflexiones pavotas) que creo saber quién soy.

Es absurdo escribirlo, como asumir que tuvo que transcurrir medio siglo para descubrirme a mí mismo, pero digamos que ando con esa idea en la mente.

No voy a abundar, que nadie de las pocas personas que pierden el tiempo leyendo estas boludeces se inquiete. Sólo decido empezar esta entrada (la primera de 2024) socializando un descubrimiento íntimo y tardío: parece que mi vocación ha sido siempre periodística.

Por defectuosa que sea, quienes vienen visitando este bazar de cosas chiquitas lo saben. Al fin de cuentas, la escritura de este blog no es nada más que el despunte de un vicio que nunca terminó de ser un ejercicio más o menos digno. Aunque sirva (quizá) de catalizador de aquello que uno no supo no quiso y no pudo ser.

Dejo de lado las confidencias pavotas y avanzo hacia donde quiero llegar.

El descubrimiento tardío al que hice referencia, nada de extraño tiene, a poco de reparar en otro de mis grandes intereses: la historia argentina; protagonizada (en buena medida) por periodistas o, mejor, políticos que utilizaron al periodismo como un medio para desplegarla.Enumero de memoria: Belgrano, Moreno, Monteagudo; Alberdi, Sarmiento y Mitre (desde ya); Mansilla, Guido y Spano; Juan B. Justo, Frondizi, Lebensohn, Perón y Alfonsín. 

Periodistas por un rato que utilizaron al periodismo como herramienta de lucha, aunque algunos hayan dejado una marca indeleble en la literatura de su tiempo. Aludo, por supuesto, a Domingo Sarmiento y Lucio Mansilla.

Contemporáneamente, otros tantos, sin haber tenido como norte el despliegue de una trayectoria política, incidieron en el ejercicio del periodismo en el tiempo que les tocó vivir. Anoto con nueva audacia a Pedro de Angelis como precursor.



No ando con muchas ganas de extenderme, por lo que me disculpo ante el cierre abrupto de aquello mal insinuado, en el afán de no cansar a nadie y no hacer sufrir a mis lumbares en exceso. Por ello, mento al desgaire a: Natalio Botana, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo y a los más recientes Mariano Grondona, Bernardo Neustadt, Horacio Verbitsky y Carlos Pagni, para ir cerrando, como anticipé una enumeración que es tan ilustrativa como arbitraria.

Hombres (todos, llamativamente) que incidieron (y cómo) en el ejercicio del poder desde la trinchera del periodismo.

Omití el nombre del (quizá) más astuto y talentoso de todos: Jacobo Timerman.

Gestor de proyectos editoriales de una calidad desconocida entonces, que no sería reproducida después: Primera Plana, Confirmado y, por sobre todo: el diario La Opinión, productos de una calidad periodística que suscitan, leídos a más de medio siglo de editados, el goce literario.

En 2013, el diario oficialista El Argentino, reeditó los números de La Opinión coincidentes con los 49 días del gobierno de Héctor Cámpora. 

Una chambonada de quienes pretendían homenajear a aquel Presidente fugaz que se dejó arrastrar por un torrente que nunca terminó de comprender y asimilar; dado que la línea editorial de La Opinión no le tenía ninguna simpatía.

Descubrimiento tardío de los hacedores de El Argentino quienes (pareciera) no se tomaron el trabajo de compulsar los editoriales y las columnas del diario dirigido por Timerman, de oposición decidida al presidente Cámpora y, en especial, a la Tendencia del Movimiento Peronista en el gobierno cuyo legado pretendían reivindicar en el aniversario 40 de aquella primavera de tan sólo 49 días.

Ni de leer la ejemplar biografía de Graciela Mochkofsky Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (cuya primera edición es de 2003) que daba acabada cuenta de aquella oposición al gobierno que El Argentino pretendía reivindicar.

Como fuere, esa chambonada, me permitió disfrutar de la lectura cotidiana de un diario escrito con preciosismo. Me recuerdo cada mañana ansioso por comprar El Argentino en el puesto de la estación de Coghlan, con la sola finalidad de devorar el suplemento que en versión facsimilar, se acompañaba de la edición de La Opinión publicada 40 años atrás.

Ocasión que tuve para reencontrarme con las crónicas de quien me había deslumbrado años antes: Enrique Raab.

Lo había descubierto gracias a una iniciativa de Jorge Fontevecchia, quien en 1999, había editado a través de "Perfil Libros": Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), seleccionadas y  prologadas por Ana Basualdo.

Quince años más tarde, me reencontré con Raab esta vez con selección, comentarios y prólogo de María Moreno (esa cronista excepcional): Periodismo todoterreno (Sudamericana, 2015).

Decía: Raab me deslumbró. Pocos periodistas transmiten lo que él supo y pudo.

Diría: Raab transporta en sus crónicas al lector al sitio de los hechos (su punto fuerte, supo ser además un implacable crítico de arte); escritas con la urgencia de quien sabía que no le sobraba el tiempo: a pocas semanas del primer año de constituida la dictadura, sería secuestrado y nunca más se sabría nada de él.

Motivos les sobraban a los criminales del terrorismo de Estado para ensañarse con Enrique Raab: era judío, homosexual, periodista y militante del PRT.

El valor testimonial, periodístico y literario de su obra, invita a compartir en este bazar modesto algunas de sus crónicas más celebradas.

Pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.