sábado, 27 de marzo de 2010

Ecos del 24: Cristina, Estela, Ernesto y Ernestina.



Como propuse en la entrada anterior, cada 24 de marzo estuvo marcado por significados propios y este no ha sido, para nada, la excepción.

Condicionado por los tiempos que corren, el miércoles pasado convocó multitudes, motivó deserciones, evocó de una manera particular el tiempo al que se pasó revista y quedó instalado de manera muy puntual en la agenda política que se discute por estos días.

Alguna vez debatimos en este espacio acerca de la novedad categórica que este tiempo resucitó de manera inesperada: la vuelta de la política.

Que podría ser mejor, no caben dudas, pero ese resurgimiento, visto en el recuerdo de 2003, aparecía sino imposible, como altamente improbable, desde la construcción de un esquema de que descartaba la primacía de los grupos de poder por sobre los actores políticos, freno que condicionó buena parte de la primera Presidencia surgida del fracaso de la dictadura iniciada aquel 24 de marzo de 1976.

Las propuestas de Raúl Alfonsín durante la campaña electoral de 1983 e a lo largo de la primera mitad de su mandato, guardan relación directa con esa novedad, desde la contraposición entre política y corporaciones.

Desgraciadamente, en mi mirada, esos grupos de interés corporativo torcieron el brazo del Presidente radical quien a partir de la inflexión de Semana Santa de 1987, fue cediendo cuotas de poder al grueso de esos adversarios, desdibujando el sentido de su gestión, aunque tal vez, y debe ser señalado, procurando resguardar –con éxito en definitiva- un sistema político que ha sabido soportar desde aquellos años cimbronazos de índole variada.

Los enemigos del proyecto de Alfonsín, son con alguna excepción, los mismos de la presidenta Fernández, encaballados a su vez, en un discurso de similitudes patentes. Existe el afán de poner coto al desafío político iniciado en mayo de 2003, meta cuyo resultado dependerá de la consistencia del espacio que apoye al proyecto, cuanto de la astucia, o la torpeza, de quienes lo desafían para retrotraer las cosas a tiempos más previsibles.

Retomando el relato acerca del 24 de marzo pasado, decía que presentó novedades relacionadas con lo que se viene predicando.

Por caso, Eduardo Blaustein, especialista en la relación de los medios de comunicación con el poder político generado durante la dictadura última (aconsejo la lectura del trabajo que realizó con Martín Zubieta: “Decíamos ayer”) ha sido especialmente agudo en el análisis al final de esa jornada, en el estudio de un programa muy reseñado en este espacio: “6,7,8”.

Destacó, en relación con ciertas ausencias en la marcha convocada por las Madres de Plaza de Mayo, la mezquindad de las fuerzas políticas opuestas al kirchnerismo, contrastante con la “generosidad” (así lo expresó) de buena parte de sus partidarios (cierto que por el grueso del sector “renovador” del peronismo de entonces) en circunstancias puntuales que jaquearon al gobierno de Raúl Alfonsín, ajeno a sus preferencias.

Al igual que Mario Wainfeld en el editorial que escribió al despedirlo (como se reseñó en este espacio), Blaustein recordó esa presencia extra gubernamental ante convocatorias del Presidente a la Plaza de Mayo, de abril de 1985 y abril de 1987, cuando los respectivos anuncios de la “economía de guerra” y “la casa está en orden”. Anoto a su vez, desde mi memoria, que volvieron a marchar los peronistas y sectores de la izquierda política –con ánimo bien diferente- durante las jornadas de la anteúltima chirinada dirigida por Mohamed Seineldín.

En estos tiempos, en cambio, los sectores (algunos, no todos, por suerte) que discrepan con el gobierno, eluden la asistencia a actos como el del 24 de marzo, por considerar que han sido (en palabras de Ernesto Tenenbaum) “apropiados” por el gobierno.

El giro utilizado, en especial desde una emisora que forma parte del multimedio cuya titular se encuentra en el centro del cuestionamiento público y judicial, severamente sospechada de haber apropiado a dos bebés nacidos en las mazmorras de la dictadura –de lo que se escribirá algo más adelante- vendría a corroborar la lenidad de quien se sindica como dócil vocero de su abyecta patrona y de los no menos abyectos intereses de ese grupo, abominado por todo aquel que no se encuentre sujeto a una relación de servidumbre vigente.

Lo de Ernestito, más allá de sus arrestos de compadrito de Villa Crespo que estudiadamente ensaya desde alguno de sus programejos o de otros de similar piné, como el de Luisito Majul, auspicia conclusiones que, de evidentes, no voy a plasmar.

Precisamente, he recibido hoy un mensaje por correo electrónico de un amigo que refiere la reflexión de otro, que transcribo al uso de JPF:

Quiero que vean este mail.
“Ayer por la noche, en un grato momento compartido con P. y otros grandes hombres de la justicia local, el canoso nos comentaba su visión/opinión/certeza: "lo que se viene es la gran '6,7,8'; movilizar a la gente en favor del gobierno".
“Esta cadena que les reenvío es una muestra interesante de eso. Si al final del camino, gane o pierda en el 2011, este gobierno logra revitalizar la militancia, se apuntará otro logro invaluable (y habrá hecho un aporte enorme a la reconstrucción).
“Abrazo,
“G.”


El sentido del mail es compartido plenamente por mí, como se advierte de lo que he venido escribiendo y acierta “P.” en la propuesta-predicción: ha venido siendo un programa de alguna incorrección política (desde un apoyo abierto, a veces exasperado, siempre honesto intelectualmente, al gobierno nacional) desde, a su vez, un sitio de la red pensado para otros fines, anche imputado de brazo de la sinarquía internacional, el móvil de una movilización que da el pie de las nuevas maneras que la militancia política se presenta en estos tiempos particulares.

Como fuere, y quedo a la espera de alguna respuesta que interrumpa tanto monólogo, esas nuevas concentraciones, hechas de una diversidad de procedencia interesante, aparecen como superadoras de las masas acaudilladas por el querible D’Elía en tiempos de la Res. 125, cuando repartía mandobles a pitucos deslenguados al son de la apolillada: “Patria sí, colonia no” o del intelectualismo –por tal, excluyente o cuanto menos poco proclive a la masividad- de los integrantes de Carta Abierta.

Importante ha sido, el acto encabezado por la Presidenta en el espacio donde funcionó la ESMA y en especial, su discurso.

Como todo lo que hace y dice ha tenido el discurso presidencial un impacto condigno a lo propuesto, no solamente desde la repulsión que genera en ciertos sectores de la sociedad, que antes de exigirle algo a la destinataria de ese desprecio hecho de culpas, misoginia y envidia, deberían por ello mismo, emprender algún tipo de autoexamen psíquico, sino desde el mensaje mismo.

En sintonía con lo que se dijo por aquí, la palabra presidencial giró en derredor de los actores sociales que condicionan el momento actual en materia de investigación penal por los delitos perpetrados durante la experiencia iniciada en 1976: los hijos de los desaparecidos, cuya identidad ha sido escamoteada por aquellos que asesinaron con bestialidad a sus padres y por quienes aceptaron adoptarlos en tales condiciones.

No ha sido casual entonces, que la consigna más repetida haya sido: "Noble, Magneto, devuelvan a los nietos".

Ello me da pie a lo que sigue.

La Presidenta le habló a Estela Carlotto, a quien propuso acompañarla en su búsqueda a tribunales internacionales si su reclamo no encuentra eco en los del país. Aludía a un recurso de queja ante la Cámara de Casación Penal presentado por los abogados de la Herrera de Noble, que paralizó los exámenes genéticos que iban a realizarse la semana pasada para elucidar el origen de sus hijos.

Lo impactante en mi caso, por lo menos, no sólo fue la evidencia de una nueva apuesta fuerte de la Presidenta, sino el advertir que no le hablaba a Carlotto en tanto presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, sino que –desde la emoción con la que pronunciaba el discurso- le hablaba a su persona.

Un sentimiento mucho más indigerible que el espanto propone la mera enunciación de la hipótesis que unos cuantos dedujimos de la palabra de Cristina Fernández: que el varón de los hijos apropiados por la Herrera sería Guido, el nieto de Estela Carlotto.

Como reflexionó un amigo, de develarse esa incógnita y traducida que fuera a la ficción, sería demasiado cursi; anoto, subrayo que de verificarse alcanzaría una trascendencia tal que como hecho (visto retrospectivamente, incluso) marcaría un hito en el devenir de este país.

Tal vez imbuido por el ánimo de tanto porteño que la abomina, me permito elucubrar una hipótesis, sobre la hipótesis: ¿pudo haber mentido la Presidenta?, o en su caso, que sería lo mismo: ¿si instaló aviesamente esta sospecha compartida para torcerle el brazo a un grupo con el que sostiene una lucha encarnizada? No podemos dar respuesta a esos interrogantes, aunque ciertamente de corroborarse ambos, o alguno de ellos, unos cuantos, entre ellos quien escribe, cambiaremos radicalmente y sin retorno nuestra mirada al proyecto político, disculpas mediante a Ernestito Tenenbaum.

Aunque, mucho me dice que no, que de develarse la identidad de las principales víctimas de este delito aberrante nada en el país será como vino siéndolo hasta entonces.

miércoles, 24 de marzo de 2010

24




Desde 1983 a la fecha cada 24 de marzo propuso evocaciones y significados acordes con el paradigma instalado según la época.

Así, las significaciones de este 24 de marzo, a la vez de ser producto y consecuencia de los 33 anteriores, aparece en mi mirada imbuido una vez más por una producción cinematográfica que integra una constante de expresiones realizadas en ese terreno y que al igual que otra análoga en el tema tratado, mereció un sonado Oscar de la Academia de Hollywood.

Aludo al “El Secreto de sus Ojos”, de Juan José Campanella y a “La Historia Oficial”, de Luis Puenzo, premiada precisamente, el 24 de marzo de 1986.

Ambas películas premiadas ocuparon, se dijo, la temática común de la violencia estatal, aunque desde miradas distintas condicionadas tal vez, por el clima de época en la que se produjeron y acordes con la propuesta cultural de las experiencias políticas imperantes.

La particularidad, tal vez caprichosamente destacada, de esa coincidencia ocupará las reflexiones de la entrada, puesto que, más allá del denominador común del premio internacional, los discursos propuestos acerca de lo vivido en el país durante los años de la violencia estatal traducen la elaboración que ha venido haciéndose desde 1983 a esta parte respecto de esa etapa funesta.


***

“El Secreto…” propone un relato dentro de otro.

Cuenta Campanella (en la primera producción alejada de esa atmósfera nostalgiosa y paralizante de las anteriores, resumible en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”) la reconstrucción de un evento que marcaría la vida de uno de sus protagonistas, oscuro empleado judicial que en el marco de su labor cotidiana se interesa en el esclarecimiento de un crimen pasional acaecido a pocas semanas de la muerte del general Perón, que conmueve y pone en juego su vida, hecha hasta entonces de rutinas, renuncias y cobardías.

Jubilado de su empleo en los Tribunales porteños, el personaje compuesto por Ricardo Darín, pretende novelar los hechos a finales de los años noventa (“presente” de la película) y de ese relato se desprende la evocación de una realidad que delataba una violencia implícita que lo condicionaba, confiado hasta entonces, al igual que su compañero de trabajo y el viudo de la víctima del hecho que reconstruye, en la estructura judicial como herramienta reparadora y escudo protector ante la violencia con la que convivían.

La novedad de “El Secreto…” en el universo de películas que se ocuparon de la temática destacada, radica en el foco que hace Campanella (mediante una alteración temporal que decide, respecto de la relatada en el libro sobre el cual trabajó) en los años de Isabel Perón y el andamiaje represivo construido desde su gobierno, en particular, desde el ministerio de Bienestar Social a cargo de José López Rega.

La relevancia del dato que señalo –motivo de debates varios a partir del estreno de una película tan difundida- se subraya desde, más allá de la contextualización que propone el director, la inclusión de la persona de Isabel Perón en un momento clave de la película –con impeorable compañía- y la subsiguiente escena que se juega en el citado ministerio, maqueta del “Altar de la Patria” incluida, delirio-símbolo del paso de López Rega por esa desdichada administración.

Decía que hizo ruido esa evocación, que la compacta audiencia alcanzada por la película y el premio referido vienen a resaltar, particularidad que me permito emparentar con uno de los paradigmas instalados a partir de 2003: la equiparación y el condigno juzgamiento de los delitos cometidos desde el Estado con anterioridad al golpe del 24 de marzo, por caso, la presidenta que Campanella integra al reparto de su película llevaba al momento de su estreno más de dos años de arresto domiciliario en España, imputada por crímenes análogos al reseñado en ese filme.

“La Historia Oficial”, traída al recuerdo en estos días, propone un discurso bien diferenciado de la que viene reseñándose, no obstante comparta una sintonía –mucho más estrecha- con la propuesta cultural de la alternativa política gobernante entonces.

Llama la atención, evaluada retrospectivamente con injusticia, la mirada de una incorrección política actualmente indigerible del motivo central de la producción de Puenzo, siendo que la trama que se cuenta hace pie en el relato del “descubrimiento” del horror represivo vivido hacía un ratito nomás, por la esposa de un empresario que había prosperado económicamente en ese tiempo en sociedad con gente del régimen, para colmo, madre apropiadora de una niña de cinco años.

Esa revelación llega a "Alicia" (protagonista excluyente de la película) por boca de una amiga íntima suya, vuelta del exilio en Francia que iniciara a poco de producirse el golpe, quien le relata las penurias vividas en un campo de concentración y referencia durante ese diálogo, que en ese ámbito de crueldades otras compañeras de encierro parían niños que les eran arrebatados y entregados a familias que “no hacían preguntas y se los llevaban”, confesión que dispara una incertidumbre en la regularidad de la adopción de la niña de 5 años.

“Alicia” (vaya nombre) se ve impulsada a una búsqueda de la verdad que acepta a costa de la peor consecuencia.

Es, mirada insisto con injusticia, “La Historia Oficial” una película didáctica, tranquilizadora de los sentimientos encontrados de sus destinatarios, una platea de clase media urbana, por tanto ex adherentes más o menos fervorosos a la dictadura saliente –la película se filmó en 1984 y se estrenó al año siguiente- que transitaban entonces un derrotero de espantoso deslumbramiento como el de “Alicia”.

Nada supieron entonces y venían a azorarse en los estertores de la dictadura de la violencia estatal y la propuesta de que la esposa de un cuasi integrante de ese régimen hubiera sido igualmente ignorante operaba como un bálsamo eficaz a tanto clasemediero bien pensante que había elegido mirar para otro lado durante largos siete años.

Hablaba de injusticia en mi mirada, en tanto el desarrollo de esa temática desde entonces a la fecha. Puesto a ser honesto, debo consignar que la filmación de esa película, como la implementación de la política de Derechos Humanos instada por el gobierno radical de Raúl Alfonsín, fueron plausibles desde su audacia.

Su evocación remite a ese discurso hecho a medida del comentado restañamiento culpógeno y en especial desde la traducción de la propuesta, de escasa ética política y parejo apego a la realidad vivida, conocida como: “teoría de los dos demonios” acuñada entonces por el alfonsinismo gobernante, que equiparaba la violencia de las organizaciones armadas con la desplegada como respuesta, desde el Estado.

Dos escenas de la película dan cuenta de lo que viene postulándose: hacia el final, el personaje de la amiga de “Alicia”, compuesto por Chunchuna Villafañe, encara al marido de aquélla (Héctor Alterio), produciéndose entre ambos una discusión hecha de desprecios y odios mutuos. Como colofón del encontronazo, una vez que Alterio le recuerda a su pareja de los años turbulentos, entonces desaparecida (“Pedro”), ella significativamente le contesta que él y “Pedro” eran lo mismo, “las dos caras de la misma moneda”.

Por fin, “Alicia” lleva al living de su casa a la abuela de la niña que había apropiado con su esposo, Madre de Plaza de Mayo, escena capital del filme.

Luego de que Alterio maltratase a la abuela de “Gaby” y la echase de su casa como a una “loca” (una inmensa Chela Ruiz), ésta recoge la pancarta con la que había asistido a una marcha, y antes de irse besa a “Alicia”.

Había señalado la patente incorrección política de la trama vista retrospectivamente y la escena comentada no podía resumir de una manera tan gráfica esa idea: una víctima del terrorismo de Estado besa a una victimaria aunque frívola o imbécil, en absoluto inocente.

Cuesta no encontrar en ese beso cierto ideal del alfonsinismo gobernante. Una reconciliación así graficada, superado el juicio trascendental –y único en el anhelo de muchos de sus integrantes, tal vez, el Presidente mismo- a los principales responsables de la dictadura pasada que se desarrollaba mientras era exhibida la película en los cines del país.

Ahora, encuentro en la remota obra de Puenzo y en la más cercana de Campanella otro común denominador, desde que las víctimas del terrorismo estatal que allí se tratan o aluden no eran militantes comprometidos con las propuestas de las organizaciones terroristas.

El personaje de Darín y su amigo muerto en “El Secreto…”; la hija y el yerno de Chela Ruiz y el jugado por Chunchuna en “La Historia Oficial”, son personas alcanzadas por la represión estatal o paraestatal ajenas a esas militancias extremas, recurso que tal vez propuso, en especial en la película de Puenzo, la empatía de las audiencias a las que eran dirigidas con el drama vivido por sus personajes.

Esa particularidad se reitera y es más inquietante en la reconstrucción hecha del secuestro y desaparición de jóvenes estudiantes secundarios en la ciudad de La Plata en septiembre de 1976, reflejada por Héctor Olivera en “La Noche de los Lápices”, estrenada contemporáneamente a la premiada película de Puenzo.

Prolífico director, ideológicamente emparentado con el gobierno de Alfonsín, Olivera manipula el relato sobre el cual construye la trama que involucró a esas víctimas jóvenes de la dictadura. A diferencia de la verdad histórica, e incluso del libro sobre el cual se realizó, omite la película consignar el involucramiento decidido de los adolescentes secuestrados en la lucha armada, en especial en la persona de Claudia Falcone.

En contraste con ello, Olivera relata la desaparición de esos chicos fruto de la movilización organizada en el marco del reclamo instado por una tarifa diferenciada en los transportes de esa ciudad en tiempos de Isabel Perón, verdad reitero, sólo parcial de las razones que se proponen, decidieron el secuestro de esos adolescentes.

Aunque no haga falta aclararlo, en nada lo que se dijo puede perseguir la justificación de lo injustificable, la particularidad se resalta en tanto permite dar cuenta del clima de época post dictadura y el tratamiento que de la militancia armada se hacía desde el cine, correlato del asumido en otros ámbitos –las organizaciones de DDHH, entre ellas- cuestión que excede las pretensiones de esta entrada.

El ocultamiento de las víctimas como activistas de las organizaciones armadas, no sólo se imbricaba en la lógica de la mentada “teoría de los dos demonios”, sino como se anticipó, daba cuenta del persistente rechazo, en particular, de los sectores medios de la sociedad que habían apoyado más o menos activamente a la dictadura militar, en particular ante el imperativo de ordenar una sociedad desquiciada por aquellas militancias.

Por caso, el peronista Fernando Solanas, transita una senda similar a la del alfonsinista Olivera, en las dos películas que estrena en esos años: “Tangos. El exilio de Gardel” y “Sur”, reflejos de los padecimientos sufridos por exiliados latinoamericanos en París y por quienes se quedaron en el país, respectivamente.

Las dos películas no proponen la temática del perseguido por su militancia armada, ni siquiera hay un personaje involucrado en esas luchas: nadie del heterogéneo y sufriente grupo de exiliados de “Tangos…” lo había sido; tampoco “Floreal” protagonista de “Sur”, ni siquiera el amigo desaparecido que decide su encierro aparece vinculado de ese modo.

Las propuestas de Solanas así, subrayan la evidencia del tabú que infiero existía entonces respecto del reflejo cultural del padecimiento sufrido durante la represión por los agentes de la guerrilla, en tanto la relación aunque tangencial de su autor con esas propuestas, bien que reivindicada en “Los Hijos de Fierro” de 1975 y en el involucramiento en ambos proyectos de Envar el Kadri, epítome de una organización con la que se encarnizaron los militares de la dictadura.

El cambio se operaría en el terreno que se destaca, como respuesta a la solución de conciliación definitiva que viene a proponer Carlos Menem a partir de los indultos ordenados al comienzo su primera Presidencia.


Durante el momento (aparentemente) menos propicio para el tratamiento de la temática vindicativa de los delitos cometidos por la dictadura, Lita Stantic estrena la película: “Un muro de silencio”, primera expresión, tal vez, que relata el secuestro y el padecimiento de un militante involucrado en la lucha armada y el de su esposa e hija menor de edad.

Si “El Secreto…” propone el relato de un relato, “Un muro de silencio”, cuenta una película dentro de otra, dirigida –la ficcional, por cierto- por una directora inglesa (jugada por Vanessa Redgrave) quien ante todo se sorprende por el desinterés de la sociedad argentina de los años ’90 de repasar una tragedia tan cercana, sorpresa que se vuelve azoramiento al enterarse de que ese temperamento es compartido por la esposa supérstite de ese militante que protagonizaría su filme.

Aunque morosa, la película es interesante y valiosísima, siendo su principal atributo la escena de cierre: la niñita hija del militante desaparecido y su compañera es entonces una adolescente que se involucra con más interés que su madre en el rodaje de esa historia que por cierto, le pertenece tanto, convenciéndola de la importancia de ese inesperado repaso biográfico que propone la directora británica.

Así, la última escena discurre ante un edificio en ruinas en el que se supone funcionó un centro de detención clandestino y se ve a las dos mujeres –madre e hija- de espaldas ante la edificación.

Sin que mediara pregunta, la madre gira hacia su hija y le dice: “todos sabían lo que estaba pasando, todos callaron”. La cámara busca el primer plano de la hija adolescente que a diferencia de la dulzura inocente que demuestra a lo largo de toda la trama aparece ahora con la mirada triste, aunque enérgica.

A esa generación dedica Stantic su obra y hay en ello vis profética, innegable resulta que más allá de las convicciones que animaran a los Kirchner a desandar el camino iniciado con las leyes de “Punto Final” y “Obediencia Debida” en materia de juzgamiento de los delitos de lesa humanidad, el factor determinante de su reinicio han sido los hijos de los desaparecidos, cuando en los albores de la recuperación democrática habían sido sus madres.

Ha sido tal vez, influjo de los hijos que buscaban reconocerse desde la reivindicación de sus padres, que la agenda cultural de mediados del menemato vino a ocuparse de los militantes de las organizaciones armadas, sin los traumas y complejos de los ‘80s. Ejemplos son muchos, para lo cual me remito a un trabajo compilado por Claudia Feld y Jessica Stites Mor: “El pasado que miramos”, Ed. Paidós, válido para todo aquel que quiera abundar acerca del tema tratado con profundidad y desde luego, el rigor científico del que adolece esta entrada.

Que se ha hecho demasiado extensa, por lo que procuraré apresurar su conclusión.

Esa nueva mirada a la represión desde un relato sin verdades a medias o tapujos, aparece acentuada desde el documental: “Cazadores de Utopías” de David Blaustein, “Montoneros. Una Historia”, de Andrés Di Tella y “Errepé” de Gabriel Corvi y Gustavo de Jesús, las dos primeras de mediados de los ’90, la última de 2004.

Previsiblemente, estos documentales convocan a militantes de las organizaciones armadas reprimidas por el terrorismo de estado, proponiendo un discurso reivindicativo de sus pasados y pertenencias, sin dejar al margen críticas puntuales a determinado evento o personaje.

Empero, una vez más encuentro más significación en las ficciones realizadas en ese momento que en algún sentido transitan la senda propuesta por Stantic en “Un muro de silencio”.

En el último año de Menem se estrena una película capital en cuanto al tema que se trata: “Garage Olimpo”, de Marco Bechis, inmejorablemente recibida por la crítica como deplorada por el gobierno en retirada.

Dijimos que “La Historia Oficial” y “El Secreto…” en mayor o menor medida expresaron el ideario cultural en la materia de los gobiernos vigentes al momento de su filmación a punto tal que fueron esas administraciones las que promovieron sendas nominaciones de esas películas para la competencia en la que se consagraron. En cambio, el saliente gobierno menemista, ante esa posibilidad, desdeñó a “Garage Olimpo” en detrimento de… “Manuelita, la tortuga” de García Ferré.

Es la película que se reseña una de las más brutales en materia de reflejo de lo vivido en esos años, por lo pronto, según creo, es la primera que hace foco en los “vuelos de la muerte” practicados en esos años, pero sobrecoge desde un relato del encierro concentracionario de una crudeza mucho más efectiva que productos como el comentado de Héctor Olivera y de la posterior y fallidísima “Crónica de una fuga” de Israel Caetano.

Puesto que “Garage Olimpo” propone –desde el recuerdo de su director, que pasó por las mazmorras del “Atlético” en esos años crueles- una descripción cuasi banal, burocrática de la cotidianeidad de la represión en los campos de concentración, tan alejada del grotesco torturador monstruosamente sádico que vejaba adolescentes y mortificaba embarazadas compuesto por Alberto Busaid en “La Noche de los Lápices” o al parejamente perverso torturador de “Crónica…” jugado con torpeza y patetismo por Diego Alonso.

Los torturadores de la película que evoco son laburantes, que como en una oficina, se gastan bromas (a través de una cámara de CCTV un “compañero de trabajo” se burla del otro porque al detener a un secuestrado no había sido cuidadoso, por haberle encontrado disimulada antes del acto de la tortura una pastilla de cianuro entre sus ropas) y por cierto, se quejan de la “carga laboral” que supone torturar a otro detenido fuera del horario establecido.

Desde luego que no hay una mirada comprensiva del director-víctima hacia ellos, sólo que, retratándolos al natural, sin exacerbar sus miserias para consumo de un público infantiloide, lograba especial éxito en el propósito que se había procurado.

Hay una historia de amor, que complica todo y lo vuelve más indigerible, sobre lo que no me voy a extender, sólo destaco que la potencia de la mirada de Bechis se subraya en la cotidianeidad de los represores que su filme refleja en el ámbito del centro de detención, como destaqué, y a su vez en el trayecto del torturador “Félix” (Carlos Echeverría) del albergue en el que residía hasta el chupadero.

Se lo observa, al pasar, tomando una cerveza en uno de los paradores de las terminales de tren, como uno más, munido de un maletín donde llevaba la picana eléctrica. Infiero que Bechis, víctima de otro “Félix”, retrata a ese criminal como uno más entre otros que igualmente podrían serlo o compartían con desinterés un ámbito de refrigerio con un criminal presto a continuar con su faena abyecta y cotidiana.

Ese ingrediente novedoso en la temática que viene a introducir Bechis, inaugura una vuelta de tuerca en la agenda de Derechos Humanos que desarrollaré durante las conclusiones de esta entrada, que porfía en no concluir.

Puesto que lo dicho –con el arbitrio que imprimo a todas las apresuradas opiniones que dejo caer en este espacio- me retrotrae a “El Secreto…”, dado que al igual que en “Garage Olimpo” la siniestralidad del relato hace pie, por lo menos en mi impresión, en la anotada cotidianeidad de una represión, solapada o explícita, aunque siempre, presente.

El quinteto protagónico de la obra de Campanella de alguna manera se conduce, está condicionado, por dos personajes de una centralidad opacada y decisiva: el juez del Juzgado de Instrucción, Dr. Fortuna Lacalle (un formidable Mario Alarcón) y el exonerado funcionario a sus órdenes, Romano.

Si en el segundo, la decisión de participar del aparato represivo estatal aparece evidente desde el vamos (es quien insta o permite que en una Comisaría se apremie a dos albañiles falsamente imputados por la comisión de un delito gravísimo) y se acentúa al final, cuando despedido (¿?) de la justicia por ese evento pasa a revistar en las filas del ministerio de López Rega, con la finalidad de “cazar subversivos”, como confiesa a su ex compañero y enemigo Espósito y a la joven Secretaria del Juzgado, Menéndez Hastings; el juez Fortuna Lacalle, para quienes tenemos un pasado en la estructura judicial es un personaje demasiado reconocible, desde su carencia absoluta de interés y contracción laboral, sin que ello suponga una generalización que sería, una vez más sobre la base de mi experiencia, injusta.

Ese juez, patético, que llega a su despacho con un bolso y una raqueta de tenis, para firmar oficios y sentencias que no lee siquiera por arriba, desde que se auto declara insano, ese personaje simpático, aunque chanta, al integrar el aparato formalmente represivo del estado, conocerá con lujo de detalles las andanzas extra-laborales de sus empleados.

La escena en la que el juez los amenaza haciéndoles saber a sus díscolos empleados que de sus vidas, todo conocía hasta el menor detalle –escena macabramente risueña, por otra parte- anticipa en mi mirada las consecuencias carísimas que uno de esos amonestados sufrirá meses más tarde ante la desobediencia y desafío de su parte a las órdenes de quien, el superviviente, menospreciaba como un “imbécil”.

Prometo que esto termina.

Un nuevo eslabón de la mirada fílmica de ese pasado que quiero aludir es la complejísima obra de Albertina Carri: “Los Rubios”, en tanto relata la clandestinidad y desaparición de sus padres durante la dictadura. Carri en el marco de la constante destacada, lejos de ocultarla, pone a la luz la militancia de ambos y acentúa la complicidad civil ante ese infortunio.

Es un filme revulsivo, complejo, doloroso, desde la búsqueda íntima de la realizadora, recorrido que aparece reflejado en la película misma, en la cual una actriz (Analía Couceyro) la representa, pero a su vez la propia Carri en su rol de directora, marca su interpretación y entrevista a personas que tuvieron relación con sus padres, así fuera casual, a poco de que fueran secuestrados.

Es ese marco el que decide el título de la película, cuando una vecina de la casa en la cual se produjo el secuestro del matrimonio (que Albertina Carri mediante una provocación demasiado impactante reproduce con muñecos “Playmobile”) recuerda a “los rubios”, que vivían en ese tiempo en la cuadra y se ensaña con esa “hija de puta” (en alusión a la madre de quien la entrevistaba) quien cuando fue interceptada en la calle por el grupo de tareas, habría sindicado como suya la casa de esa vecina, que sería allanada por la patrulla militar.

El desprecio con que, en términos de Horacio González, esa arpía suburbana alude a las personas secuestradas y su contento con ese final, dicen mucho acerca de la complicidad y en este caso, el decidido apoyo de una porción significativa de la población a la represión llevada a cabo por la última dictadura militar.


***

Como deslicé al inicio de esta entrada, la agenda gubernamental y cultural en materia de debate y juzgamiento de las consecuencias aún vigentes de la represión ilegal desde el Estado, han ido de la mano; como puede verificarse desde aquella tentativa acotada (aunque fundacional) del alfonsinismo de los ’80 de propender a un juzgamiento ejemplar y acotado, hasta estos días de procesos múltiples y según parece, para nada definitivos.

Que se impulse esa política con tanta decisión por parte de la administración de la presidenta Fernández, supone una reactualización indispensable de ese debate en el que tantas cuitas quedan por ventilarse, con un implícito reconocimiento a las víctimas de esa cacería.

Por todas, el rol de una sociedad, en especial de una clase media, que en el mejor de los casos como la “Alicia” de “La Historia Oficial”, miraba para otro lado, sino apoyaba con decisión la profiláctica limpieza perpetrada.

Será por eso, infiero, que a Cristina se la odia tanto.

Me voy a la Plaza, que se me hizo tarde.

Dedicado a Cachito.

sábado, 20 de marzo de 2010

Un año sin Alfonsín.


La foto que ilustra la entrada refleja el último acto público al que asistió Raúl Alfonsín.

Ocurrió el 1º de octubre de 2008 en ocasión de la (apresurada) inauguración del busto en el salón de la Casa de Gobierno destinado a quienes pasaron por la Presidencia de la Nación, costumbre retomada luego de años de profiláctica interrupción.

Ello, por cuanto en la Rosada se homenajea no sólo a quienes llegaron al gobierno mediante elecciones, sino que esa galería incluye los bustos de todos los usurpadores de facto, hasta Juan Carlos Onganía y desde luego, las administraciones que se sucedieron desde 1983 con más o menos espanto evaluaron la alternativa de tener que sumar otros personajes, tan o más tenebrosos que el imbécil cursillista que echó de esa Casa a don Arturo Illia en junio de 1966.

Decíamos que la presidenta Fernández procuró retomar esa costumbre, mediante la inauguración del busto en homenaje a Alfonsín, constante seguida más tarde en tributo a Héctor Cámpora.

Seguí el acto desde Neuquén, donde residía entonces y no olvido detalle de esa ceremonia. Era sabido que don Raúl andaba muy mal de salud, se habían precisado algunos avatares de su dolencia, conocimiento que no logró mitigar la impresión que me dejó verlo tan desmejorado de aquél dirigente que quise y admiré tanto, que supe frecuentar poco tiempo antes.

Recuerdo el inicio de la ceremonia.

Ambos, Presidenta y ex Presidente, recorrieron un pasillo escoltados por granaderos; ella acompasando el paso, él disimulando los dolores de esa puta enfermedad que en poco tiempo se lo llevaría. Pocos minutos después, recuerdo a la Presidenta emocionada, tragando saliva, luchando contra las lágrimas; él, concentrado en su discurso, risueño y azorado ante la insólita eventualidad de asistir a la inauguración de un busto en su homenaje.

De todos los honores y privilegios que la vida me ha dado, jamás hubiera imaginado acceder a este que se me concede, el de presenciar la inauguración de un monumento de mi persona. No lo hubiera imaginado, no lo hubiera permitido”, comenzó su discurso, que transitó en la senda de la apuesta consensual en la que perseveraría durante toda su trayectoria política.

Al poco tiempo falleció, don Raúl, evento que motivó una utilización infame de determinados dirigentes políticos y mediáticos que además de ir a derramar lágrimas de cocodrilo al Congreso, donde fue velado enarbolaron su legado como refractario al proyecto político vigente.

En homenaje a la honradez más elemental debo consignar que me consta el paupérrimo concepto que Alfonsín tenía de Kirchner, recelaba de él, lo menospreciaba desde el acento mediante el cual, desde la intimidad, resaltaba el riesgo que encontraba en el gobierno de Néstor contrapuesto desde la forma al ideal político que Alfonsín sostenía.

Consideraba yo, en esos diálogos con los cuales he sido privilegiado, que las diferencias eran salvables desde que el contraste hacía pie en el modo, no el contenido, donde encontraba y sigo hallando denominadores comunes entre las agendas de su gobierno, aquel de Néstor Kirchner y el actual presidido por Cristina Fernández.

Digresión al margen, la muerte de Alfonsín se tradujo en una silenciosa rectificación de los juicios categóricamente críticos que se dirigieran a su gobierno y persona desde, por caso, el diario “La Nación”.

Soslayando diatribas sostenidas a lo largo 25 años, la tribuna de los Mitre redescubre en Alfonsín, una vez muerto, al “padre de la democracia” y en la pluma del inefable Morales Solá, al ejemplo a contraponer a la diktadura cristinista.

La despedida más honesta y sentida, la tributó a mi juicio, Mario Wainfeld en Página/12, en la edición del 1º de abril de 2009:

"Le cupo ser protagonista y (por un entrañable rato) líder de una etapa aún inconclusa e insatisfactoria. Un referente de primer nivel, en logros, errores, recuperación de derechos y regresiones. Jamás dejó de ser un militante, un hombre consagrado full time a la pasión política, el mejor (con gran margen) entre sus correligionarios. Y no escapó a las carencias de su partido y de su época. Advenían las primaveras democráticas y transcurría, en materia económico social, “la década perdida”. Esas dos referencias ulteriores acaso circunscriban su responsabilidad en los fracasos y su participación en los éxitos, sin anularlos: el tono de época tiene su peso, que en el momento no se termina de pulsar.


¿Cómo se redondea el juicio sobre una figura central? ¿Por las grandes metas que se propuso? ¿Por sus acciones más gloriosas? ¿Por sus peores errores y defecciones? La discusión política suele elegir alguna de esas opciones, lógicas en el fragor pero incompletas.


Digamos que el apabullante relato de su trayectoria se abre a cien interpretaciones o alineamientos, también proporcionales a su entidad.


"El cronista votó contra Alfonsín en el ’83, se desayunó bastante pronto de que su victoria era lo mejor que pudo pasarle a la Argentina y lo escribió hace casi 25 años. Lo apoyó en las urnas en la consulta popular sobre el Beagle y le hizo el aguante en la Plaza cuando “la economía de guerra” y las “Felices Pascuas”, padeció el imaginable desencanto ulterior, que lo marcó para siempre. Escribe esta columna con tristeza, sentimiento subjetivo de pérdida y respeto aunque sin renegar de las discrepancias.

"El ex presidente se afilió al radicalismo a los 18 años y militó hasta dar el último suspiro. Fue un militante inclaudicable, amén de un dirigente de primer nivel, un presidente ungido por clamor popular, un batallador en el llano o en la cima. La vocación política signó su existencia. Atravesó con entereza su enfermedad y murió en la casa donde siempre vivió. Por si es menester subrayarlo: todas estas referencias son elogios en la escala de valores del cronista. Los políticos democráticos de raza, aun aquellos con los que se disiente o se embronca, le caen mejor que la nueva cosecha de deportistas (fogueados en deportes individuales), empresarios ricos, hijos de empresarios ricos o gentes de la farándula que surfean en la antipolítica en pos de votos, a veces con buena fortuna.

"Voló muy alto, sufrió reveses crueles. En los últimos tiempos, cuando flaqueaba su salud, recibió reconocimientos un poco tardíos pero merecidos de sus adversarios políticos. El canibalismo de la lucha política argentina es proverbial, él se ganó una tregua y algo habrá hecho para lograrla.

"El cronista no cree en generalidades tales como “el juicio de la historia”. La historia no es un área de consensos, desangelada: es un terreno de disputa, tanto como la política. Y luchadores-emblema como Raúl Alfonsín, como el Cid, como Perón siguen luchando después de muertos. Su legado, su mensaje serán recuperados por otros, con coherencia o sin ella, para bien o para mal. A diferencia del Cid no será ganador en una sola, última batalla: revistará en combates y aun derrotas ulteriores a su partida, tal el sino de los políticos vocacionales e incansables que la siguen peleando cuando sus cuerpos dijeron “basta”.

Muchos conocidos que igualmente lo denostaran en vida y me cuestionaran severamente mi adhesión en vida al Presidente fallecido, me saludaron en esos días tristes de abril como a un deudo de Alfonsín, viniendo a descubrir en esa hora final, cuán valioso había sido el difunto para la Patria.

Son patologías sociales que dan penita, subrayo en lo personal que extraño mucho a Alfonsín, desde la relevancia que su autoridad suponía en una oposición hecha de obstrucciones miserables y directriz patética.

Ni en mil años hubiese refrendado Alfonsín tantos deslices, menos aún aceptado el liderazgo unívoco que desde los hechos encarna la Mujer Araña de la politiquita nacional.

Será cuestión, tal vez, de que quienes dicen encarnar su legado, repasen sus textos y trayectoria, alternativa que supongo dignificará en mucho un accionar, estéril, vergonzante y esencialmente antidemocrático.

La mujer araña.



En alguna de las entradas evoqué el uso fotográfico como eficaz recurso periodístico, explotado otrora, en mi recuerdo por el diario “La Nación” en tiempos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, en mi memoria al menos.

Sabe usarla “Clarín” reiteradamente en perjuicio de la Presidenta de la Nación; “Página/12”, se ensaña con Elisa Carrió.

La expresividad de una de las dos personas retratadas en la foto que ilustra la entrada, la actitud del otro, son elocuentes, dice mucho.

Tomada mientras la líder de la Coalición Cívica porfiaba para que sus dirigidos de su espacio, como Adrián Pérez, retratado de espaldas, y de otros partidos de la oposición, embarcados en esa estrategia inconcebible de seguir las propuestas de esa dirigente inconcebible, inmejorablemente definida por Horacio Verbitsky como la “mujer araña” de la política argentina (“El Grupo Ahhhh….”, Página/12, 14 de marzo de 2010)

Reparemos en el rictus de Carrió, expresivo de su fastidio ante una propuesta de Pérez (infiero, contemporizadora o cuanto menos alejada de los incendios que promueve y desea su jefa política) que no ocupó de disimular aún en el espacio público del recinto de la Cámara de Diputados, alternativa que sin descuido, presupone dejar mal parado desde un desprecio demasiado evidente, hacia quien ella designó como presidente del bloque de legisladores de su espacio.

Si bien discrepo de plano con la agenda, el discurso y las propuestas de los legisladores de la Coalición Cívica y afines, algunos de ellos aparecen con una potabilidad tolerable respecto de otros tan indigeribles como la jefa por todos, Fernando Iglesias.

Adrián Pérez por caso, la Marcela Rodríguez, ambos retoños de la UCR (el primero surgido de las filas de la Franja Morada de la Facultad de Derecho, la otra de la juventud radical de Vicente López, bajo el ala del “Japonés” García) pintaban mejor. Se han formado para algo distinto que para petimetres de esa política mediocre y perversa que hasta dar el último suspiro no va a dejar de trabajar por esa meta imposible de ser Presidenta del país y en su afán, arrastrará a unos cuantos.

Vuelvo a reparar en el pobre Pérez en la foto, porfiando con una dirigente que nada quiere saber de la propuesta que le hace saber sin cuidarse de la trascendencia de ese desprecio; evoco a Rodríguez tartamudeando durante su intervención en el debate por la Ley de Medios Audiovisuales, olvidando su trayectoria, teniendo bien presente la orden de su jefa de alzarse en defensa del multimedio presidido por una mujer que en tiempos tenebrosos “adoptó” a dos hijos de manera ostensiblemente irregular, que de acuerdo con el mandato de la jefa de Pérez y de Rodríguez, deben ser considerados hijos suyos.

Sobre esto último, recuerdo una intervención de Carlos Raimundi, dirigente también de extracción radical que pronto supo irse del espacio dirigido por Carrió, cuando acertadamente propuso que de manifestaciones como aquéllas no había retorno, con lo cual coincido y de otros aliados que más pronto que tarde supieron romper con ella, Alfredo Bravo, por caso, quien al igual que Raúl Alfonsín murieron lúcidos y con el peor concepto de su otrora compañera de ruta.

Le dedico demasiado tiempo a Carrió, presumo que desde la antipatía que le tributo, aunque interesado respecto del rol que auspicia contrastante con el de la oposición en un sistema consensual y las consecuencias que supone la que encabeza Carrió para el devenir de los meses (las semanas, incluso) que vienen.

Esa propuesta de una intransigencia total, opuesta a la prédica de Raúl Alfonsín, quien desde su lecho de muerte propuso: “Es imprescindible que nos demos cuenta de que debemos trabajar juntos. Es necesario el diálogo, pero no es simplemente diálogo entre gobierno y oposición, que es diálogo también dentro de la oposición, pero que se caracteriza fundamentalmente por esa presencia del gobierno en el diálogo que no puede, de ninguna manera, sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro porque haya ganado una elección”.

En tal sentido, que Carrió desoiga la propuesta de Alfonsín no sorprende desde su desafío y encono de siempre, que en el caso del fallecido líder radical se expresaba en un aborrecimiento irremontable, de lo que doy fe, aunque sí sorprende que sea ignorado por ciertos dirigentes de su partido que dicen honrar su memoria.

Como fuera, Carrió y el grupo que la sigue desanda un camino de complejo retorno que persigue (aún con buenos modales) la interrupción del mandato de la presidenta Fernández, objetivo por sí solo que da el piné de la catadura política de sus perpetradores.

Sin embargo, luego de tantos desatinos, muchos comprobados, otros evidentes, sigue la mujer araña tejiendo la tela con la que sigue atrapando para su colección de cadáveres políticos a dirigentes novatos y otro demasiado curtido, que abusa de aquel recurso confesado de hacerse el boludo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Patricia, Marcelo y el compromiso político.



Sonríe, sonríe sin saber
de aquello que leiste en el papel
Patricia, pequeña palidez de oro miel
Patricia… caminando por el barrio
caminando cerca al boulevard


Reza "Patricia en el Boulevard", canción pegadiza, dulce y melancólica cosecha de “Daniel F”, compositor contemporáneo.

Me asaltó a la memoria la canción transcripta a poco de enterarme de un curioso entrevero que se ha verificado en el seno de la izquierda porteña, en ocasión de la subrogación pactada entre la legisladora Patricia Walsh y Marcelo Parrilli.

Dirigentes ambos de corrientes, sino antagónicas, ciertamente diversas del macarrónico espectro de esa izquierda hecha de estadistas del piné de Marcelo Ramal, Jorge Altamira, Alexis Lattendorf y por qué no, del pintoresco cónyuge de aquella bailarina de suerte esquiva en el programa de Tinelli, Nina Peloso; habían pactado subrogarse en la única banca a la que accediera la alianza política conformada por ambos en 2007.

Fue entonces, al encontrarse con el acceso a un solo escaño determinaron que compartirían el período entre la primera legisladora y el segundo, a la sazón, Walsh y Parrilli. Entre 2007 y 2009, fue el turno de Patricia, a partir del 10 de diciembre último, accedió Parrilli, renuncia de Walsh mediante.

Fruto de alguna desinteligencia y contrariamente a lo convenido, Parrilli no conchabó a Walsh en su equipo, despidiendo incluso, a los colaboradores que venían trabajando con la legisladora saliente.

Bajo un expresivo título, la novedad aparece reflejada aquí

Me enteré de la novedad casualmente y me pregunto acerca de las repercusiones que hubiera tenido si un devenir parecido se hubiese llevado a cabo en el seno de uno de los desprestigiados partidos mayoritarios.

Arriesgo incluso, las airadas protestas de don Marcelo ante tanta falta de ética en estos tiempos aciagos, trapisondas y temeridades de las que la izquierda porteña es, a Dios gracias, ajena por completo.

sábado, 13 de marzo de 2010

6 7 8


Todo lo que ocurre por estos días me sorprende o por lo menos desafía mi capacidad de asombro.

De donde provengan, las alternativas que se viven en esta etapa excepcionalmente excepcional del país resultan llamativas e inquietantes desde el desafío a lo preestablecido, a las creencias, convenciones o intuiciones en especial, en materia política.

En ese contexto, especialmente llamativo aparece el rol de los medios de comunicación, en particular, el jugado por el canal 7, muy especialmente por el programa estrella de esa emisora: “6 7 8”.

Quienes visitan este espacio, saben que sigo el programa, desde por un lado, mi adhesión (crítica) al gobierno de la presidenta Fernández y por cierto, debido a su estética del producto, propio de los elaborados por la productora “PPT”.

En tal sentido anoto, que hay una apuesta demasiado fuerte de Gvirtz y sus muchachos a favor de este proyecto, que tal vez le cueste caro en un futuro cercano, variable de por sí plausible de ese producto.

Por mi madre, cristinista dura y pura, aún desde una procedencia distinta del de la Presidenta de la Nación, a cuyo proyecto tributa un apoyo sostenido y lúcido, supe que en tiempos de la discusión por la ratificación legislativa de la resolución Nº 125 de retenciones móviles a la comercialización de granos, el programa “TVR” de la misma productora, proponía una mirada francamente opositora al gobierno nacional.

Ese enfoque cambió, en especial a partir de la inclusión del citado “6 7 8” en la grilla del canal estatal, acentuado en especial con motivo de la discusión de la Ley de Medios Audiovisuales.

Mucho se escribió y se dijo acerca del cambio operado por “PPT”, aunque anoto que el viraje fue parejo al operado en Víctor Hugo Morales, periodista incuestionado desde su ética profesional, llegando la osadía de Gvirtz incluso, a proponer una mirada confrontativa con los intereses del medio propietario de la señal en la que se difundió “TVR” a lo largo de 2009 (el canal 13), circunstancia dirimente en el retardo sufrido por ese programa durante todo el ciclo, aunque debe decirse, no alterado desde su contenido por aquellos cuestionados desde el programa que emitían.

Lo cierto es que “6 7 8” pasó a ser blanco de críticas y diatribas tremebundas, por todas, la que trazó Pablo Sirvén en una edición dominical del diario “La Nación”, al compararlo con el noticiero oficial de la dictadura de Leopoldo Galtieri, dicterios particularizados en los periodistas que allí se expresan, Orlando Barone a la cabeza. Fue tal la censura desde esos medios de difusión que uno de ellos, como se reseñó en este espacio, laureó a Barone como el “peor periodista” de 2009.

Cuando escribía que mucho de lo que sucede por estos días sorprende, tenía en mente al programa que aludo por esa toma de posición decidida y explícita en defensa del proyecto del Presidenta, en cuyo contexto se convocó a pocas de escribir estas líneas, una marcha en defensa del gobierno nacional, que a juzgar por las imágenes que acabo de ver por televisión (desde luego que por Canal 7) ha sido multitudinaria.

Muchedumbre al margen, la convocatoria en sí me ha sorprendido, desde esta nueva apuesta, o este modo de expresarla, que propone “PPT” en su prédica defensiva del gobierno nacional; novedad de una audacia similar a la de Bernardo Neustadt a principios del gobierno de Carlos Menem, cuando invitara a aquella “Plaza del Sí”.

Anoto a su vez, alcances y significados diversos, no obstante ambas convocatorias pretendieron apuntalar una gestión acosada mediante una apuesta movilizadora desde un espacio que apunta, paradójicamente, a la desmovilización. Movida ingeniosa, bien pensada y como se dijo, audaz, que dará que hablar.

Porque si bien otros medios, en especial en tiempos de la 125, reflejaron las marchas convocadas en ese contexto en apoyo o repudio de la medida, no fueron sus mentores, por lo cual la movida da pie a una reacción que tal vez no tarde en llegar y como sea, en tanto apela a la movilización aparece saludable.

Por último, finalizando estas reflexiones escritas en caliente sobre los acontecimientos, quiero destacar lo que considero es uno de los atributos principales del programa que motiva esta entrada: la honestidad intelectual de los periodistas que trabajan en él y por cierto al igual que en las restantes producciones de “PPT”, la inteligencia –a veces aviesa- con la que se usa el material de archivo con el que cuentan.

Decía que hay honestidad intelectual –críticas válidas la margen- desde esas propuestas cáusticas, como alejadas del atrevimiento bobo y la edición artera de otros productos, por todos: “Caiga quien caiga”, por cuanto, aunque decidida por la línea editorial y los amores y odios del productor Gvirtz, el uso de las imágenes de archivo son casi siempre, inapelables.

Y en especial por la intervención de Sandra Russo, noches atrás.

Esa mina valiente, esa periodista comprometida y lúcida, habló del momento que atraviesan los medios de comunicación, que calificó certeramente de “irregular”, caracterización que según dijo alcanzaba a su vez al programa y al medio en el que trabaja, lo que justificó desde la necesidad de proponer una mirada diferente a la unilateral que se propone desde los medios de comunicación heridos a causa de la aprobación de la aún no implementada Ley de Medios Audiovisuales.

Comentando esa genuina intervención con Gonzalo, un amigo que mucho tiene que ver con que yo le dedique tanto tiempo a estos menesteres, coincidíamos en el acierto de Sandra, como en la expectativa de que “6 7 8” vuelva a ser lo que prometió en sus inicios, un programa ciertamente jugado a favor del proyecto gubernamental, aunque abierto a otras miradas, por contradictorias que sean con aquella.

No creo, por caso, que personas valiosas como Pino Solanas, Ricardo Alfonsín, Claudio Lozano o Margarita Stolbizer vuelvan a visitar el programa y esa prevención, resta.

Con todo, tiene razón Sandra y es de esperar que en los días, semanas y meses que vienen, propios y extraños reflexionen desde sus roles acerca del estado irregular en el que vivimos todos los días los sufrientes hijos de esta tierra, contribuyendo desde donde fuera a la construcción de una realidad menos inflexible, menos agonal.

martes, 9 de marzo de 2010

Virtualidades.



La primera entrada de este espacio se ocupó de la Dra. Elisa Carrió y de su discurso, inconmovible desde entonces, propuesta de una intransigencia dura y pura ante un gobierno democrático y débil, propia de la que correspondería oponer a un gobierno autoritario y fuerte.

Cierto es que a juicio de una de las referentes más destacadas de esa entelequia que los medios vienen caracterizando como “la oposición”, este gobierno es de facto y el anterior, del cual éste es continuidad, tenía los rasgos de la Alemania del Tercer Reich; curiosa caracterización como tantas otras que viene proponiendo la diputada, a quien muchos le atribuyen benevolentemente un estado de demencia irremontable.

Convocada al programa del canal “TN” conducido por María Laura Santillán, junto con Felipe Solá, con quien teje una alianza insólita e indigerible, volvió a la carga con esa prédica que es en ella un estilo arriesgando inminentes partos y violencias perpetradas desde el gobierno, que con desparpajo y cinismo denomina: “poder”.

A algunos, por caso los ácidos circunstantes del programa legítima y abiertamente oficialista “6, 7, 8” les causa gracia Carrió, sentimiento que de alguna manera pondero, desde mi imposibilidad de empatizar con una dirigente que exuda tanto odio y propuestas meramente obstruccionistas.

Sería Carrió, en todo caso, una bromista fúnebre, de velada perversidad.

Puesto que lo que propone descuenta sufrimiento, ajeno por cierto, desde que quien incomprensiblemente es erigida como un epítome de la ética, habiendo sabido subsistir durante lustros merced a la caridad ajena, en concreto, del diezmo de los legisladores de su sector que le permitieron sufragar –en aquellos años de ocio- los gastos del piso en el que reside en el barrio porteño de La Recoleta.

Aunque puesto a pensar mal y acentuando mi sorpresa acerca de esa consideración moral, arriesgo que su acomodado tren de vida ha de haber sido satisfecho merced a aportes de distinta índole.

Decía que se la tiene por loca, como a Fernando de la Rúa se lo tuvo por estúpido y puede ser que ambos sean loca y estúpido, aunque en mi caso, mediante un repaso apurado sus trayectorias, hayo cinismo y desparpajo.

Más allá de la pobre opinión que muchísimos tenemos ya respecto de quien nos ha hartado definitivamente, advierto en su vigencia –subrayada desde una convocatoria a los medios de difusión que parecen olvidar la austera cosecha de su última candidatura- en las necesidades mutuas trazadas entre la dirigente y tales grupos de interés.

Al igual que en ocasión de la primera entrada, volvió a presentarse Carrió conmovida ante la posibilidad de que grupos afines al gobierno nacional se movilicen en defensa del pliego propuesto de Mercedes Marcó del Pont, para la jefatura del Banco Central por parte de la Presidenta, insinuando la finalidad de esa movilización de impedirles sesionar.

Persevera una vez más, en esa prédica sino reaccionaria, ciertamente conservadora, que viene predicando en pro de la desmovilización popular, instando a que la política se la vea por TV, ámbito en el cual la diputada es, a no dudarlo, imbatible; como negadora de la tradición más rescatable de los partidos y organizaciones sociales populares y democráticas del país.

Sería la realización de esa “Argentina virtual” propuesta por la Presidenta en el punzante discurso pronunciado el pasado 1º de marzo ante la Asamblea Legislativa.

Curiosa era la presencia en el set de Felipe Solá, que nada opuso a la propuesta de su inminente aliada.

Hay mucho en juego ante el recambio que se viene y muchos poderes juegan fuerte en esa eventualidad, tal vez por eso Solá no dijera nada.

Comprensión al margen, parafraseo a Jacobo Timerman, cuando encaró a José Claudio Escribano en tiempos de Videla, al momento de devolver el premio Moors Cabot en agravio a la solidaridad con aquel periodista, víctima de esa dictadura, de la asociación que confiere el lauro.

Felipe, no te pedían tanto.

domingo, 7 de marzo de 2010

Nuremberg y Perón


Hace algunas entradas, mientras porfiaba con mi -inconclusa- aproximación a los intersticios del antiperonismo cultural, vía el pensamiento íntimo de Jorge Borges, contestaba a un amigo, que ha podido sumarse recientemente a este espacio, en relación con la supuesta condena que a Juan Perón le merecieran los juicios de Nuremberg celebrados por las potencias vencedoras de Alemania durante la guerra del '39/'45 y la evidencia de su nazismo en ese temperamento.

Disentía, por cuanto, defectos y miserias al margen, no era justo o mejor, era impropio y equivocado considerar que Perón había sido nazi, merced a esa crítica o sobre la base de la abundante faena investigativa colectada por Uki Goñi, caballero de simpático nombre.

Hoy, domingo 7 de marzo, José Pablo Feinmann se ocupa del tema en uno de sus exquisitos fascículos sobre la historia del peronismo y, creo, vale la pena volver sobre la cuestión introducida por el amigo y transcribirlo a sus impresiones, planteadas, a su manera.

“El que quiera ser peronista -con todo derecho cualquiera puede serlo y está bien, creo que es mejor que la mayoría de las otras cosas que, en política, alguien puede ser en este país o al menos, figura entre las dos o milagrosamente tres que se pueden elegir, algo que no debe llevar a creer que el peronismo es bueno, sino que su excelencia ,parte de la cual proviene de la densidad de su poderosa historia , se destaca contra un fondo de escasez: es muy poco lo que hay para oponerle y, a menudo, lo poco que hay es también parte del peronismo, una de cuyas facetas radica en lograr que todos se le adhieran, que bailen locamente a su alrededor como los mosquitos con los faroles suburbanos en una noche húmeda, sofocante- deberá ir incorporando un pensamiento, una certeza que tal vez le duela pero que expresará su bienvenida a la madurez política.

“Cualquier líder, cualquier ícono político puede tener defectos graves, para ser peronista no es necesario andar matándose para demostrar que Perón era una magnífica persona. Que fue inocente de todas las cosas desagradables que se produjeron bajo todos sus gobiernos. Perón no es el peronismo. El peronismo es más que Perón. Algunos creen que con demostrar que durante sus primeros gobiernos entraron nazis a patadas demostrarán que Perón era nazi y destruirán al peronismo. Creen lo mismo los peronistas que temen que se demuestre que Perón tuvo –cuanto menos. Una alta responsabilidad en la creación de la Triple A.

“Nada se va a venir abajo por eso.

“¿La Resistencia Peronista, la huelga del Lisandro de la Torre, John William Cooke, el Perón del IAPI, el Perón que le dijo a Braden que prefería ser mal considerado en Estados Unidos antes que ser un hijo de puta en la Argentina. Evita, Discépolo, todo eso se va a destruir si Perón dejó entrar nazis porque estaba en desacuerdo con los juicios de de Nuremberg?

“No, y ya que estamos confesamos algo. A esta altura de los tiempos históricos no creo que ningún juicio que termine con los acusados colgando de las sogas del cadalso. Eso es un escándalo. Es incurrir en la muerte para castigar la muerte. Como Eichmann en Israel. ¿Quién puede humanamente defender algo así? Eichmann era un monstruo (…) Pero si existen los monstruos ¡cuidado! Porque cualquiera puede elegir a los suyos. Para los nazis los judíos lo eran (…) Asimismo, los Aliados que no dejaron de sacarse tantas fotos y de filmarse al entrar en los campos y mirar con caras de cruzados de la humanidad (ante) la barbarie nazi, de la cual ellos estaban por supuesto completamente excluidos, porque eran los buenos, los guerreros de la libertad y de la democracia, no arrojaron ni una miserable bomba sobre los trenes que llevaban judíos a Auschwitz porque las bombas no son gratis, porque no podían derrochar una que pudiera estar al servicio de ganar la guerra y después, recién después, ver qué había pasado en esos campos de los que tanto se hablaba.”

Hablaba antes de la transcripción del estilo de Feinmann, provocador, ácido, corrosivo, frontal, ocupada en la difícil tarea de definir el rol de Perón en los fatídicos meses de su tercera Presidencia; particularidades todas que (se las valore o rechace) no desmerecen el concepto de un juicio acorde con la propuesta que formulase al inicio de la entrada.

A propósito de Nuremberg, supo confiarme un amigo que sigue el blog que plasmaría una opinión condenatoria de ese esquema jurídico insospechado de albergar simpatías fascistas: Jaime Malamud Goti y la recreación del debate viene a cuento para que lo haga.

Mientras tanto, seguiremos porfiando en el aliento de debates que creo, merecen nuestra atención y participación.

NOTA: El contenido de esta publicación puede reproducirse total o parcialmente, siempre que se haga expresa mención de la fuente.

sábado, 6 de marzo de 2010

A la izquierda de la pantalla, señora.



En el sainete legislativo que presenta el panorama político actual han intervenido, mediante la declaración conjunta que se transcribe, los Diputados: Pino Solanas, Claudio Lozano, Eduardo Macaluse, Miguel Bonasso, Cecilia Merchán, Victoria Donda, Alcira Argumedo, Jorge Cardelli, Liliana Parada, Graciela Iturraspe, Julio Martínez y los Senadores: Luis Juez, Norma Morandini.


“RECHAZAR AMBOS DECRETOS, PERO SIN DEJAR DE LADO LA
DISCUSIÓN DE COMO FINANCIAR LA BRECHA QUE PRESENTA EL PRESUPUESTO, para poder estar en capacidad de atender las necesidades que la sociedad argentina presenta. En tal sentido proponemos:

“1º Que el Congreso solicite el Poder Ejecutivo el Urgente envío de un Proyecto de Ley Complementaria del presupuesto 2010, que permita discutir seriamente como cubrir el faltante de 90.000 millones de pesos que este presenta. A este respecto sostenemos que frente a esta brecha es urgente plantear políticas agresivas de nuevos ingresos que por via de: a) Restitución de las contribuciones patronales a los niveles que éstas tenían en el año 1993, con tratamiento especial para las PYMES. Permitiendo de tal forma recuperar una suma cercana a los 15.000 millones b) Eliminar exenciones impositivas que premian a sectores concentrados de la economía y a la renta financiera. c) Revisión integral de la política de subsidios. El actual presupuesto contempla casi 40.000 millones de pesos en subsidios destinados mayormente a garantizar ganancias extraordinarias a sectores dominantes de nuestra economía.

“Este camino permitirá limitar al máximo el uso de reservas para el financiamiento que hoy se requiere.

“2º Exigimos la urgente conformación de una Comisión Bicameral que revise la totalidad de la Deuda Pública argentina. Tomando en cuenta que a pesar del proceso de desendeudamiento llevado adelante del 2003 a la fecha, que supuso pagar 40.000 millones de Dólares, hoy Argentina debe más de 162.000 millones de la misma moneda, y se registran vencimientos para el corriente año por 85.000 millones de pesos en concepto de amortizaciones e intereses, resulta evidente la necesidad de replantear el tratamiento del endeudamiento poniendo de lado del Estado argentino todas las herramientas legales disponibles para poder negociar esta situación en mejores términos. Hecho este que permitiría compatibilizar la carga del endeudamiento con una estrategia de desarrollo.

“3º Limitando al extremo el uso de reservas para el pago de deuda pública promovemos la utilización de las mismas para sustentar una política de inversiones que permita impulsar una estrategia de crecimiento con transformación del perfil productivo del país. Para esto, hemos presentado el proyecto de creación del Fondo Nacional para el Desarrollo Por todo esto sostenemos nuevamente que este interbloque participará de cualquier sesión que incluya la discusión de estas iniciativas. No nos vamos a prestar a acciones que convaliden este zafarrancho institucional. Oficialismo y oposición conservadora hoy parecen empeñados por igual por en gambetear la discusión parlamentaria de los verdaderos problemas de la Argentina de hoy. El interbloque Movimiento Proyecto Sur está dispuesto a que el Congreso funcione no solo para discutir sino para garantizar la solución de los problemas que afectan la calidad de vida de millones de argentinos.”


La cuestión de la deuda –en especial a partir de 1983- ha venido generando un debate central en torno a su tratamiento se proponga su pago o su desconocimiento, parcial o total.

Las voces provenientes del espacio que representan los legisladores firmantes de la declaración conjunta vinieron alistándose casi siempre en alguna de las propuestas de la segunda variante.

No obstante dos de ellos (Donda y Bonasso) apoyaron al gobierno de Néstor Kirchner, que aún embarcado en una política de “desendeudamiento” que pretende profundizar su sucesora, cuyas listas integraron para renovar sus bancas o acceder a ellas, nunca puso en crisis la legitimidad de la deuda contraída por administraciones anteriores, abocándose a encontrar soluciones que la aligerasen, aunque siempre, echando mano al pago como herramienta.

Por ende, considero que desde la coherencia que se reclama siempre desde ese espectro político, se impondría que ambos legisladores explicasen (si es que no lo han hecho ya), las razones que militaron en el cambio anotado, dejando de lado la gratitud imperecedera que Cristina Fernández debe al papel decisivo de sus candidaturas en el triunfo del Frente Para la Victoria en octubre de 2007, cuando inolvidables y compactas multitudes de votantes se arrojaron a las urnas para votar por ellos, favoreciendo por añadidura, a la candidata presidencial.

Transfuguedas al margen, la “izquierda” parlamentaria, luego de un ponderable acto reflejo del pasado miércoles, cuando la postura obturista de la entente opositora era evidente, vuelven al redil del denominado “Grupo A” y con ello a favorecer la estrategia de los numerosos, duchos y acaudalados mentores de ese conglomerado enloquecedor.

Debo reconocer tal vez, que a diferencia de algunos de los hombres y mujeres de Estado que proponen la altiva declaración conjunta, no advierta quien escribe y den por descontado aquéllos, que en caso de un gobierno presidido por el candidato que apela a los amigos de Videla para juntar votos, al de los radicalitos que se encaraman en derredor de Cleto Cobos o al eventual del empresario afecto al reaggetón: “La vecinita tiene antojo”, podrá llevarse a cabo el liberador proyecto que se declara, dejada atrás esta diktadura avasallante de las instituciones, como entreguista del patrimonio nacional.

viernes, 5 de marzo de 2010

El corso a contramano.



Decíamos en entradas anteriores respecto de lo sucedido en el Senado, en particular en la sesión celebrada en el marco de la Comisión de Acuerdos en relación con el nombramiento de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central.

Movida, que como pocas, exasperó los ánimos desde ya demasiado caldeados que se venían tributando oficialismo y oposición.

En sintonía con lo que viene respirándose desde diciembre de 2007, la sensación que se percibe propone una lucha a matar o morir, entre contendientes que se deparan un desprecio que de tan tajante, conspira contra toda la posibilidad de construir de un esquema que en algo refleje al sistema de consensos propios de un sistema más o menos respirable.

Independientemente de la mirada favorable que propongo hacia el proyecto presidencial, advierto que se ha emprendido un camino de difícil retorno y ciertas actitudes de la misma Presidenta, lejos de calmar las agitadas aguas políticas, incitan un encono de final incierto.

El problema radica, según se mire, en el mutuo desprecio que se deparan unos y otros, en una desconfianza que parece definitiva, urgiendo la intervención de nuevos actores, que de uno y otro espacio acudan en la resolución de este clima imposible.

A lo dicho, la vehemencia con la cual la Presidenta propone seguir adelante con una política que juzga insoslayable y por ende innegociable, se yergue la de una oposición férreamente unida ante la alternativa del éxito de la propuesta gubernamental y la consecuente ratificación electoral en el cercano 2011, particularidad que viene a desmentir aquella derrota implacable cacareada en oportunidad de las legislativas de junio de 2009.

De considerarse que el kirchnerismo se encuentre atravesando un trance de salida irremontable, la oposición –o cuanto menos aquellos sectores con posibilidades de sucederlo- asumirían una postura de una responsabilidad institucional, o cuanto menos de un decoro elemental, ausente en las movidas y amenazas perpetradas desde el Congreso.

Si se me permite la obviedad, sabido es que el partido gobernante, gobierna y la oposición se opone, sólo que en cualquier esquema que traduzca un mínimo de salud institucional, esa oposición nunca puede arrogarse –menos aún intentar ejercer- las tareas que son propias del gobierno desde una acción pertinazmente obstructiva.

La amenaza de los sectores de la oposición nucleados en un pseudo bloque en la Cámara de Diputados el año pasado y en el Senado durante la semana que termina, al rechazar la propuesta aludida respecto de la presidencia del Banco Central, además de otras dirigidas a un entorpecimiento de la acción de gobierno huérfana de toda alternativa superadora de esa mezquindad, si bien propone una respuesta de parte de dirigentes que se han sentido humillados por el kirchnerismo durante los últimos seis años, constituye a su vez un riesgo institucional de proporciones; sin tener en consideración la faena abiertamente conspirativa emprendida por ciertos caciques de esa entente.

Dijo al respecto el socialista Rubén Giustiniani, Senador por Santa Fe: “No es creíble que el kirchnerismo se victimice, porque han gobernado con decretos de necesidad y urgencia, con superpoderes y con leyes de emergencia todos estos años. No hay que dramatizar”.

Puede ser considerada la opinión de quien aún desde el despecho y el sentimiento de revancha justifica su postura actual, sin embargo flaco favor le hace a la institucionalidad a cuyo rescate propone acudir, siendo que se han perpetrado movidas del estilo de las llevadas adelante al momento de integrar las comisiones del Senado, con clara violación a la letra y el espíritu del reglamento que debían observar.

La normativa que rige la integración de las Comisiones del Senado, la que extractamos de la página web institucional (http://www.senado.gov.ar/web/comisiones/comisiones.php):

“Integración de las Comisiones: Para la integración de los miembros de las comisiones, y con respecto a la representación política, debe respetarse la proporción existente en la Cámara, de manera que no se produzcan desequilibrios.

“Una vez designados los integrantes de las comisiones, por el Senado o por su presidente, en caso de habérsele delegado dicha facultad, deberán elegir un presidente, un vicepresidente y un secretario de entre sus miembros.

“La integración de las comisiones permanentes durará desde su constitución hasta la primera renovación del cuerpo: la de las comisiones especiales hasta que el asunto sometido a su consideración tenga resolución definitiva de la Cámara y si tuviera plazo para producir dictamen, el cumplimiento de dicho plazo supone la caducidad de la misma.”

De lo decidido el pasado miércoles se determinó –mediante un apuro propio de una movida inconfesable- que de los quince miembros de cada Comisión al “oficialismo” le corresponden seis y a la “oposición”, nueve; integración que reflejaría la composición de la Cámara, si y solo si se tuviera a todo el espectro opositor como un solo bloque parlamentario. Por caso, el citado Giustiniani vendría a integrar el mismo espacio político que el tenaz adversario del gobierno de su Provincia, Carlos Reutemann y el resucitado Carlos Menem, hipótesis que de sólo mentarla expresa su insensatez política.

Cierto es que movidas como esta son rémora de la crisis política que alcanzara ebullición en diciembre de 2001, que lejos estamos de haber superado. La mera consulta en ese sitio de la extracción partidaria de los Senadores que integran el Cuerpo, es un galimatías de difícil comprensión política, con la consecuente labilidad de pertenencias y lealtades en ejercicio de los mandatos.

En suma, todo aparece desalentador y confuso en esos tiempos de lucha política agonal, escenario tan poco propicio para el ejercicio de un sistema consensual como propio de la marcha de un amenazante corso a contramano.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Discursos.





El lunes 1º de marzo fue un día de discursos y pronunciamientos importantes en el país y en la región.

Fue el día del tercer discurso inaugural de sesiones ordinarias del Congreso de la presidenta Fernández de Kirchner quien esta vez no innovó respecto del estilo que viene imponiendo: improvisar sus alocuciones, apelando apenas, a algún listado “ayuda memorias”.

Coincido con Mario Wainfeld con su columna: “Fondo por Fondo y quiero retruco” (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-141230-2010-03-02.html) escrita con la honestidad intelectual, mirada crítica y sustancia que caracteriza su producción periodística, en que ese estilo empobrece (paradójicamente) las piezas de esa notable oradora que es Cristina Fernández, puesto que la expone al olvido de temáticas que deberían ser tocadas en el contexto del pronunciamiento y en particular, en abono de los puntos de vista que expresó en esa oportunidad.

Con todo, pocos niegan esa cualidad en la Presidenta, atributo que –desde 1983 a esta parte- comparte sólo con Raúl Alfonsín, no obstante ese parangón (o tal vez en razón de ello) indigna al hijo Diputado Nacional de ese Presidente. Lo escuché indignado quejarse, con inusitada virulencia en un dirigente que suele guardar el estilo y la compostura, al haberse sentido “retado” por Fernández el lunes pasado.

Aunque con otro sentido, opino parecido: la Presidenta retó a la oposición.

Supo dejar al desnudo las mezquindades, timideces e incapacidades de buena parte de quienes integran ese conglomerado enloquecedor; los retó a proponer una agenda superadora de la que viene auspiciando su gobierno sin refugiarse en el agravio histérico y vacuo, sin apelar a la resolución de las cuitas políticas en un Poder del Estado (el Judicial) excedido en esas materias por conformación y mandato constitucional.

Los instó a ser mejores de lo que son, lo que sería muy saludable para las instituciones que dicen defender, aunque dígase en mérito a la honestidad intelectual, supo disimular unas cuantas vigas clavadas en los ojos de su gestión.

Lejos estuvieron los opositores de recoger el guante, a poco de escucharlos en la Comisión de Acuerdos del Senado –con relación a la impugnación deducida contra el acuerdo propuesto por el Poder Ejecutivo para la designación de la Dra. Marcó del Pont al frente del Banco Central- a Elisa Carrió y Alfonso Prat Gay.

Entre las afirmaciones absolutas, dogmáticas, hechas de una vehemencia que esconde bajas intenciones y mal disimula desequilibrios evidentes, la Carrió profirió una sarta de insensateces que sólo a un desprevenido o desentendido en materia de cuestiones jurídicas puede pasarle desapercibidas. Habló de la perpetración de una estafa, interpretó que un acto –en el caso, la intervención de Marcó del Pont ante el DNU firmado por la Presidenta en substitución del remanido “Fondo del Bicentenario- era nulo por “violencia”, confundiendo –artera o ignorantemente- la configuración de la “violencia” para que ese acto resulte nulo e inflamó su verba con las diatribas intransigentes con las que suele enfrentar a un gobierno democrático y débil, como si lo hiciera contra una dictadura totalitaria y fuerte; además de pretender justificar mediante un giro interpretativo pasmoso de lo acaecido, la canallesca campaña que encabezó meses atrás durante su recorrida por varias embajadas con asiento Buenos Aires.

Ese proceder, aunque censurable, comprensible en quien se ha lanzado desde la contundente derrota electoral que le fue infligida en octubre de 2007, a una conspiración desvergonzada, genera irritación desde que (a más del rejunte que aún la sigue compuesto de de multi-tránsfugas y gente linda, pretensamente democrática) merece el acompañamiento táctico de dirigentes de otras extracciones, que por trayectoria y responsabilidad institucional deberían abominar de ese modo de hacer política.

En suma, los hechos suscitados con posterioridad al discurso de la Presidenta, dan cuenta de la imposibilidad no sólo del diálogo democrático, sino de la simple escucha del otro.

Del otro lado del río, asumió José Mujica la Presidencia de su país, discurso que pude seguir por la televisión, que generó asimismo, repercusiones en nuestro país.

Fue un discurso bien distinto, complejo, elaborado, (bien) leído de punta a punta por el Presidente entrante, mediante el cual expuso su propuesta mediante el repaso de trayectorias y diagnósticos.

Al igual que Cristina Fernández, Mujica dio su mensaje mediante su personal estilo: con un atavío simple y despojado aún de corbata, con una dicción jugada (por caso, el Presidente uruguayo leería esta última palabra: “dissión”- y un estilo directo y llano.

Tuvo momentos importantes ese discurso, reitero, muy cuidado, por todos dos: aquel en el cual apostó al sueño artiguista de la “Patria Grande Latinoamericana” (supo decir que Uruguay estaría con el MERCOSUR: “hasta que la muerte nos separe”) y otro en el cual se ocupó de la economía.

Dijo literalmente: "Vamos a darle al país cinco años más de manejo profesional de la economía. Seremos serios en la administración del gasto, en el manejo de los déficits, en la política monetaria y más que serios, perros en la vigilancia del sistema financiero".

Curioso me resultó ese pasaje, en tanto abreva una tradición que, aunque en conocimiento del pragmatismo de Mujica, supe siempre de cosecha liberal.

Ya lo dijo Jauretche: cuando quiere imponerse alguna política económica que necesariamente sea lesiva a los intereses populares, se las denominará “saludables”, “sustentables” o “serias”, tal el sentido que Mujica prescribió a la política económica que llevará a cabo, continuación de la implementada por el saliente Tabaré Vázquez.

Asumo que ambos, en especial Tabaré, cuenta con mejor imagen y aceptación que ciertos líderes de la región “no serios” desde su heterodoxia, sólo que tal vez a causa de mi necedad no pueda intuir el modo mediante el cual se llevará a cabo el ambicioso plan social que propuso en su discurso el presidente Mujica, conjuntamente con la “seriedad” macroeconómica anunciada y la vis canina que imprimirá a los números fiscales.

Previsiblemente, “La Nación” celebró la llegada de Mujica a la Presidencia ante tanto arrepentimiento, auto examen o –dirá algún mal pensado- patente claudicación ideológica; temperamento seguido por sus lectores (según se lee en la página web), resumida esa mirada angelical en el evidente y cantado contraste que el columnista Jorge Elías propone en: “La otra orilla de la política” (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1238942).

Con todo arriesgo que tanto medio pelo indignado por estos días en estas pampas de Dios no vería con tanta benevolencia a Mujica si gobernara el país e inaugurase las sesiones ordinarias proponiendo la aplicación de medidas “ortodossas” o que incitase a los legisladores proponiendo un: “anímensenn”.

Aunque pensándolo mejor, a esta altura de lo vivido y comprobado, si mediase tanto arrepentimiento, auto examen o –dirá algún mal pensado- patente claudicación ideológica, sabrían disimular tales pintoresquismos.

Truco


En este modesto espacio nos hemos dedicado al pensamiento reaccionario que abrevaba Borges, quien contribuyera a constituir lo que hemos denominado (sin originalidad) “el gorilismo”, temática que ha suscitado miradas encontradas en algunos de los amigos que participan de los temas que se proponen.

Viene a cuento rescatarlo a Borges desde un poema suyo, escrito durante una etapa de su vida que el autor denostaría durante los años repasados en entradas anteriores.

En “Fervor de Buenos Aires” (1923), el joven Borges publicó el poema: “El Truco”, que, reitero, es oportuno transcribir:

“Cuarenta naipes han desplazado a la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con floridas travesuras
de una mitología casera.

“En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.

“Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismos versos y las mismas diabluras.”

Con menos erudición, mi padre aludía al truco, cuando solía reflexionar acerca del país (o de Buenos Aires, creo) que según él tenía presentaba la particularidad de que permanentemente se jugaba un truco sin cartas, desde las picardías, chicanas, guiños y trampeos imperantes en todo relacionamiento social.

Horacio González publicó en la edición de hoy, miércoles 3 de marzo de Página/12 el artículo: “Batalla de Agincourt” (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-141285-2010-03-03.html), oportuna reseña de las alternativas que vienen siendo motivo de atención de los analistas políticos en este momento excepcional que vive el país.

Dice González: “Entendámonos: los requiebros en el habla colectiva y las metáforas del acervo picaresco no son enemigos de la democracia, son el grano de sal que condimenta el viejo pacto entre los lenguajes cultivados y el manantial justiciero de las ironías populares. Pero ahora la política nacional parece estar en estado permanente de chicotazo verbal, con especialistas en “meter la tapa” en programas de tevé, investigadores de la vida privada, moralistas que prometen adecentamiento y parecen emisarios espectrales de Savonarola, manoseadores de biografías con técnicas de basural, gritones mutuamente profesionales de frases como “yo lo dejé hablar, ahora hablo yo”, que son el síntoma disgregador de un espacio dialogal del que deben surgir sujetos políticos y no energúmenos trastrocados (…)Todo está sujeto a escarnio en el país. Así no es posible restituir la pertinencia de la palabra pública en la nación, dicha como soporte invisible de su armazón moral. Acciones de progreso colectivo y social evidentes corren peligro ante un nuevo reaccionarismo que supo expropiar los estilos reivindicativos y militantes, anexándolos como “ala de los luchadores” en la procesión neoconservadora. No hay fórmulas probadas para desarmar este enorme equívoco detrás del que corre una parte sensible de la sociedad.”

Aunque coincido con lo transcripto anoto que, la propuesta del Director de la Biblioteca Nacional, a tono con el proyecto que viene apoyando con entusiasmo militante y solidez intelectual, aparece incompleta desde que el momento político se presenta configurado desde posturas agonales que proponen desde una parte, la descalificación por conspiración, y por la contraria la anatema intransigente.

Nada parece alejarnos tanto de un escenario democrático consensual.

Por un lado, la Presidenta formula un discurso ante la Asamblea Legislativa –en su estilo desdeñoso del papel escrito, abierto a la improvisación- que además de un repaso de la acción de gobierno llevada a cabo desde 2003 a la fecha, persiguió el impacto de la noticia de la reformulación del esquema jurídico pergeñado desde la Presidencia para afrontar el pago de compromisos asumidos en buena medida, por gobiernos anteriores.

Por el otro, con argumentos propios, todo el arco político opositor leyó el anuncio como una afrenta: lejos de apelar a la tarea de consenso legislativo que el escenario nacido a partir del 28 de junio pasado impone, perseverando el Poder Ejecutivo con un esquema que siendo constitucional, había merecido la censura unánime de ese espacio.

Al respecto y por todas, me quedo con la queja de ese dirigente impar de reciente hechura, Luis Juez, quien con su estilo habitual realizó alguna comparación entre el sorpresivo anuncio presidencial con alguna alternativa de la lejana tira de dibujos animados: “Don Gato”.

La rusticidad elaborada en el discurso habitual de Juez, que por elaborado no es rústico, evidencia además de una altiva chabacanería, un implícito menoscabo a la inteligencia popular, resultándome paradójica la habitual recepción cálida de las manifestaciones de ese dirigente en medios gráficos y visuales que suelen pronunciarse en pro del decoro institucional.

Esos mismos medios, por caso, son terminantes con Aníbal Fernández, quien desde el oficialismo, apela a artilugios parecidos a los de Juez, entendiéndolos en ese caso como un síntoma (más) de la desaprensión de los kirchneristas a la salud institucional de la República tan afectada de 2003 a esta parte.

Como viene advirtiéndose desde el 28 de junio pasado y desde antes también, vive la Argentina la pulsión de la lucha política, en este caso a diferencia de épocas recientes, que no se encuentra circunscripta a posiciones electivas, sino que expresa un debate claro en torno a cuestiones de altísima sensibilidad política y económica.

El escenario que viene proponiendo el sector del gobierno y la consiguiente respuesta de las oposiciones parlamentarias corroboran la sospecha que muchos abrigábamos apenas comenzado 2010 y que se viabiliza por estos días: será muy encarnizada pelea, siendo que ninguno de los contendientes está dispuesto a ceder, siquiera un tranco, en sus pretensiones.

Algo de ello expresa la constitución de las comisiones del Senado bajo el control del variopinto abanico opositor y a su vez, en la amenaza de rechazar el acuerdo solicitado por la Presidenta a la designación de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central.

Se dice que el Congreso viene a recuperar una autonomía avasallada por el kirchnerismo, dejando atrás el tiempo infame de la “mayoría automática” o “la escribanía del gobierno nacional”, eufemismos que expresan la pretensa sumisión que los legisladores padecían a manos de un poder ejecutivo omnímodo.

El tema es tratado en profundidad por González en la nota referida antes, no obstante lo cual y mediante un razonamiento menos elaborado, me pregunto acerca de las razones por las cuales esos medios nada cuestionan ante la eventualidad de un Congreso con una “mayoría automática” de signo diverso, con un efecto central igualmente opuesto: la parálisis de la administración.

Ello, independientemente del rol de contralor y cogobierno que corresponde al Congreso Nacional, alternativa que parece no ser la que más seduce a esa humorista de humor negro que es Elisa Carrió, quien, dígase con todas las letras, conspira sin descanso por la caída del gobierno nacional, mejor o peor querido, electo por una abultada mayoría de votos en octubre de 2007, con el concurso de otros, por todos, el candidato presidencial que en su campaña apela a la seducción de quienes tienen afecto por Jorge Videla.

Y como se dijo, en poco ayudan ciertas movidas de un gobierno acechado que actúa a la defensiva con la elegancia y disimulo de aquel elefante del bazar.
Mientras, demasiados fulleros apelan a señas, guiños, agachadas y picardías propias de un truco sin cartas, en el que se juega muchísimo más que el honor.