sábado, 20 de marzo de 2010

Un año sin Alfonsín.


La foto que ilustra la entrada refleja el último acto público al que asistió Raúl Alfonsín.

Ocurrió el 1º de octubre de 2008 en ocasión de la (apresurada) inauguración del busto en el salón de la Casa de Gobierno destinado a quienes pasaron por la Presidencia de la Nación, costumbre retomada luego de años de profiláctica interrupción.

Ello, por cuanto en la Rosada se homenajea no sólo a quienes llegaron al gobierno mediante elecciones, sino que esa galería incluye los bustos de todos los usurpadores de facto, hasta Juan Carlos Onganía y desde luego, las administraciones que se sucedieron desde 1983 con más o menos espanto evaluaron la alternativa de tener que sumar otros personajes, tan o más tenebrosos que el imbécil cursillista que echó de esa Casa a don Arturo Illia en junio de 1966.

Decíamos que la presidenta Fernández procuró retomar esa costumbre, mediante la inauguración del busto en homenaje a Alfonsín, constante seguida más tarde en tributo a Héctor Cámpora.

Seguí el acto desde Neuquén, donde residía entonces y no olvido detalle de esa ceremonia. Era sabido que don Raúl andaba muy mal de salud, se habían precisado algunos avatares de su dolencia, conocimiento que no logró mitigar la impresión que me dejó verlo tan desmejorado de aquél dirigente que quise y admiré tanto, que supe frecuentar poco tiempo antes.

Recuerdo el inicio de la ceremonia.

Ambos, Presidenta y ex Presidente, recorrieron un pasillo escoltados por granaderos; ella acompasando el paso, él disimulando los dolores de esa puta enfermedad que en poco tiempo se lo llevaría. Pocos minutos después, recuerdo a la Presidenta emocionada, tragando saliva, luchando contra las lágrimas; él, concentrado en su discurso, risueño y azorado ante la insólita eventualidad de asistir a la inauguración de un busto en su homenaje.

De todos los honores y privilegios que la vida me ha dado, jamás hubiera imaginado acceder a este que se me concede, el de presenciar la inauguración de un monumento de mi persona. No lo hubiera imaginado, no lo hubiera permitido”, comenzó su discurso, que transitó en la senda de la apuesta consensual en la que perseveraría durante toda su trayectoria política.

Al poco tiempo falleció, don Raúl, evento que motivó una utilización infame de determinados dirigentes políticos y mediáticos que además de ir a derramar lágrimas de cocodrilo al Congreso, donde fue velado enarbolaron su legado como refractario al proyecto político vigente.

En homenaje a la honradez más elemental debo consignar que me consta el paupérrimo concepto que Alfonsín tenía de Kirchner, recelaba de él, lo menospreciaba desde el acento mediante el cual, desde la intimidad, resaltaba el riesgo que encontraba en el gobierno de Néstor contrapuesto desde la forma al ideal político que Alfonsín sostenía.

Consideraba yo, en esos diálogos con los cuales he sido privilegiado, que las diferencias eran salvables desde que el contraste hacía pie en el modo, no el contenido, donde encontraba y sigo hallando denominadores comunes entre las agendas de su gobierno, aquel de Néstor Kirchner y el actual presidido por Cristina Fernández.

Digresión al margen, la muerte de Alfonsín se tradujo en una silenciosa rectificación de los juicios categóricamente críticos que se dirigieran a su gobierno y persona desde, por caso, el diario “La Nación”.

Soslayando diatribas sostenidas a lo largo 25 años, la tribuna de los Mitre redescubre en Alfonsín, una vez muerto, al “padre de la democracia” y en la pluma del inefable Morales Solá, al ejemplo a contraponer a la diktadura cristinista.

La despedida más honesta y sentida, la tributó a mi juicio, Mario Wainfeld en Página/12, en la edición del 1º de abril de 2009:

"Le cupo ser protagonista y (por un entrañable rato) líder de una etapa aún inconclusa e insatisfactoria. Un referente de primer nivel, en logros, errores, recuperación de derechos y regresiones. Jamás dejó de ser un militante, un hombre consagrado full time a la pasión política, el mejor (con gran margen) entre sus correligionarios. Y no escapó a las carencias de su partido y de su época. Advenían las primaveras democráticas y transcurría, en materia económico social, “la década perdida”. Esas dos referencias ulteriores acaso circunscriban su responsabilidad en los fracasos y su participación en los éxitos, sin anularlos: el tono de época tiene su peso, que en el momento no se termina de pulsar.


¿Cómo se redondea el juicio sobre una figura central? ¿Por las grandes metas que se propuso? ¿Por sus acciones más gloriosas? ¿Por sus peores errores y defecciones? La discusión política suele elegir alguna de esas opciones, lógicas en el fragor pero incompletas.


Digamos que el apabullante relato de su trayectoria se abre a cien interpretaciones o alineamientos, también proporcionales a su entidad.


"El cronista votó contra Alfonsín en el ’83, se desayunó bastante pronto de que su victoria era lo mejor que pudo pasarle a la Argentina y lo escribió hace casi 25 años. Lo apoyó en las urnas en la consulta popular sobre el Beagle y le hizo el aguante en la Plaza cuando “la economía de guerra” y las “Felices Pascuas”, padeció el imaginable desencanto ulterior, que lo marcó para siempre. Escribe esta columna con tristeza, sentimiento subjetivo de pérdida y respeto aunque sin renegar de las discrepancias.

"El ex presidente se afilió al radicalismo a los 18 años y militó hasta dar el último suspiro. Fue un militante inclaudicable, amén de un dirigente de primer nivel, un presidente ungido por clamor popular, un batallador en el llano o en la cima. La vocación política signó su existencia. Atravesó con entereza su enfermedad y murió en la casa donde siempre vivió. Por si es menester subrayarlo: todas estas referencias son elogios en la escala de valores del cronista. Los políticos democráticos de raza, aun aquellos con los que se disiente o se embronca, le caen mejor que la nueva cosecha de deportistas (fogueados en deportes individuales), empresarios ricos, hijos de empresarios ricos o gentes de la farándula que surfean en la antipolítica en pos de votos, a veces con buena fortuna.

"Voló muy alto, sufrió reveses crueles. En los últimos tiempos, cuando flaqueaba su salud, recibió reconocimientos un poco tardíos pero merecidos de sus adversarios políticos. El canibalismo de la lucha política argentina es proverbial, él se ganó una tregua y algo habrá hecho para lograrla.

"El cronista no cree en generalidades tales como “el juicio de la historia”. La historia no es un área de consensos, desangelada: es un terreno de disputa, tanto como la política. Y luchadores-emblema como Raúl Alfonsín, como el Cid, como Perón siguen luchando después de muertos. Su legado, su mensaje serán recuperados por otros, con coherencia o sin ella, para bien o para mal. A diferencia del Cid no será ganador en una sola, última batalla: revistará en combates y aun derrotas ulteriores a su partida, tal el sino de los políticos vocacionales e incansables que la siguen peleando cuando sus cuerpos dijeron “basta”.

Muchos conocidos que igualmente lo denostaran en vida y me cuestionaran severamente mi adhesión en vida al Presidente fallecido, me saludaron en esos días tristes de abril como a un deudo de Alfonsín, viniendo a descubrir en esa hora final, cuán valioso había sido el difunto para la Patria.

Son patologías sociales que dan penita, subrayo en lo personal que extraño mucho a Alfonsín, desde la relevancia que su autoridad suponía en una oposición hecha de obstrucciones miserables y directriz patética.

Ni en mil años hubiese refrendado Alfonsín tantos deslices, menos aún aceptado el liderazgo unívoco que desde los hechos encarna la Mujer Araña de la politiquita nacional.

Será cuestión, tal vez, de que quienes dicen encarnar su legado, repasen sus textos y trayectoria, alternativa que supongo dignificará en mucho un accionar, estéril, vergonzante y esencialmente antidemocrático.

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