viernes, 12 de febrero de 2021

Polaroids

 A Viña y a Cachito.


Querido diario.

Cuando tomé la foto que ilustra esta entrada de retorno a tus páginas, estuve a punto de carajear al chofer del taxi en el que me dirigía desde el Bajo a la esquina de Pueyrredón y Santa Fe, donde retiraría un libro que necesito leer sobre un tema respecto del cual (creo) querer escribir.

Me contuve, por dos grandes razones.

La primera, mi pudor ante la certeza suya de que me había cagado una toma al Obelisco, porque deploro la costumbre de tanto gil de sacarle fotos a todo. 

La segunda y principal es porque yo hubiese hecho lo mismo. 

Quiero decir: si supiese manejar, trabajase de tachero y advirtiera que un pelotudo con una cara de porteño (y de pelotudo) que se cae al piso anda intentando sacarle una foto al Obelisco, hubiese hecho una maniobra apresurada para que el salame se sacudiera, y bajase la cámara a la altura de la ventanilla. 

Para que, en lugar de escrachar al Obelisco, le sacara una foto a eso que se ve, querido diario.

Fiera (aunque pavota) sería mi venganza: el viaje de 226 pesos lo pagaría con un billete de mil y me quedaría esperando el cambio justo.

Aunque comprensivo de su maldad, no le perdoné un mango de vuelto.

Te preguntarás, querido diario, para qué quería yo fotografiar ayer, jueves 11 de febrero al Obelisco. 

Precisamente, para ilustrar la entrada inicial de este 2021 que se anda pareciendo tanto y tanto al odioso 2020 que con tanta alegría (poco justificada por ahora) dejamos atrás hace unas pocas semanas.

Porque de Buenos Aires quería escribir cuando intentaba sacar una foto al Obelisco.

Quería escribir, acabo de anotar. Subrayo el tiempo verbal, ya que las ganas se me fueron rápido. Seguramente, porque nada lindo dejaría caer en tus páginas querido diario. 

Porque la ciudad que adoro pocas veces se exhibió tan desoladora.

Con algo de rigor, querido diario; el centro de Buenos Aires se exhibe con una desolación dolorosa.

No voy a hacer un inventario de las calamidades que presencié en ese centro que me deslumbraba de pibe, de adolescente, de joven y de maduro en cierne, porque es justo anotar que (tal vez por el contraste) ciertos barrios lucen sino esplendorosos, al menos sin esa nota triste y agria.

Tampoco voy a divagar acerca de lo que sabemos y padecemos desde inicios del año pasado, no tiene ningún sentido, aunque no deja de repicar en mi mente, querido diario, si esto se supera. Si es superable. 

Si volverán (de la mano de las oscuras golondrinas y otras lindezas) un relacionamiento con el otro exento del temor a morir en ese intento de tocarnos, con lo que nos gusta a los porteños.

De compartir: cafés, restoranes, cines y teatros: todo lo que esta peste inmunda nos robó.

Tenés razón querido diario: soy un pequebú deleznable. 

Pero me gustaba cafetear y lo hacía en lugares clausurados: Iberia, Giralda, Valerio, Petit Colón.

Y tanto como morfar y libar de lo lindo en Edelweiss, Miramar, El Imparcial, El Globo...

Oíme, melón. Ayer estuviste en Edelweiss. Desafiando el cagazo de terminar boqueando en una clínica (mejor, en un hospital, porque en unos días te quedás sin Obra Social, bebé, no lo olvides) como el papá de Dionisio Mendoza o el bueno de Raúl Rizzo. ¿De qué mierda te quejás?

Qué lindo era extrañarte, querido diario.

Tenés razón en todo, pero teclean esos boliches. Unos meses más así (todo sugiere que se vienen) y cae la persiana de esos lugares...

Ya sé. Por culpa de "Presi Angelito" o, mejor de "Presi salvavidas". Aunque no te lea nadie, hiciste escuela. Hay una legión que repite las boludeces que dejaste caer por acá hace unos meses.

Una vez más te doy la razón. Y sin justificarme ni enmendar lo que entonces escribí (con enorme fastidio) lo hice para despegarme de la unanimidad de tanto sorete encandilado con las medidas restrictivas al inicio de la pandemia. 

Con igual apresuramiento, ahora opino distinto: no sólo porque jamás coincidiré en nada con Javier Milei u otro sorete por el estilo, sino porque corroboro ahora mi equivocación de entonces, mi error de cálculo. O al menos (tarde, pero seguro) reconozco el acierto de una decisión compleja en procura de reconstruir mínimamente el exangüe sistema sanitario que un hombre de Estado nacido en Tandil nos dejó.

Antes de que me lo preguntes, escribo que no sé para qué dejo caer estas reflexiones de una tristeza sonsa, estos recuerdos deshilachados.

¿Catarsis?, seguramente. O al menos, un testimonio pavote de lo visto, oído (y olido) en las calles del centro de Buenos Aires un jueves de febrero. 

No pude evitar recordar otra Buenos Aires igualmente desolada: la de enero de 2003. No la había visto nunca tan mal. Recuerdo locales cerrados uno al lado del otro, una media luz iluminando la calle Corrientes, donde estaba el boliche en el cual Raúl Garello presentaba con su sexteto "Arlequín porteño", su mejor disco.

Cinco veces más lo iría a escuchar al maestro Garello. Las versiones de "Maipo", "Yira yira" y "Redención", eran (son y serán) sublimes.

Yo me sentía culpable en ese reducto, extasiado con esos tangos, los primeros que empezaban a dejar huella en mí, mientras afuera bullía una caravana interminable de cartoneros que revisaban bolsas que ya habían sido abiertas unas cuatro veces.

Sólo unos muchachos en zancos, repartían volantes, invitando a algún espectáculo a la gorra. Alguno que otro, tocaba una guitarra, un saxo, también en la calle; era el único atisbo vital.

Años más tarde, recordaría esa noche sin tanta pena. Me decía que a los pibes que estaban naciendo cuando yo recorría esas ruinas, les había ido mucho mejor: durante los años de la década ganada, querido diario.

Demás está anotar, que a unos cuantos de aquellos bebés los vi ayer en las calles del centro. Juntando basura.

Divino, che. Un canto a la vida, viejo. Los tres insensatos que te leen van a quedar chochos de contentos. Se van a ir con lo puesto al consulado de Angola a tramitar la ciudadanía, bebé. En especial los dos a los que les dedicás esta epifanía...

Seguro que estás en lo cierto, querido diario.

Aunque si me preguntás porqué pensé en ellos confieso que chanté la dedicatoria por el anhelo de dejar atrás este tiempo ominoso. 

Para que vuelvan los encuentros y los abrazos con la gente que uno quiere.