sábado, 30 de marzo de 2024

Lecturas de Enrique Raab

 A Cachito, que le gusta leer estas cosas.


Aunque suene (y sea) patético, debo confesar que recién cumplidos los 50 puedo asumir (íntimamente y con pocas personas, entre ellas a quien le dedico estas reflexiones pavotas) que creo saber quién soy.

Es absurdo escribirlo, como asumir que tuvo que transcurrir medio siglo para descubrirme a mí mismo, pero digamos que ando con esa idea en la mente.

No voy a abundar, que nadie de las pocas personas que pierden el tiempo leyendo estas boludeces se inquiete. Sólo decido empezar esta entrada (la primera de 2024) socializando un descubrimiento íntimo y tardío: parece que mi vocación ha sido siempre periodística.

Por defectuosa que sea, quienes vienen visitando este bazar de cosas chiquitas lo saben. Al fin de cuentas, la escritura de este blog no es nada más que el despunte de un vicio que nunca terminó de ser un ejercicio más o menos digno. Aunque sirva (quizá) de catalizador de aquello que uno no supo no quiso y no pudo ser.

Dejo de lado las confidencias pavotas y avanzo hacia donde quiero llegar.

El descubrimiento tardío al que hice referencia, nada de extraño tiene, a poco de reparar en otro de mis grandes intereses: la historia argentina; protagonizada (en buena medida) por periodistas o, mejor, políticos que utilizaron al periodismo como un medio para desplegarla.Enumero de memoria: Belgrano, Moreno, Monteagudo; Alberdi, Sarmiento y Mitre (desde ya); Mansilla, Guido y Spano; Juan B. Justo, Frondizi, Lebensohn, Perón y Alfonsín. 

Periodistas por un rato que utilizaron al periodismo como herramienta de lucha, aunque algunos hayan dejado una marca indeleble en la literatura de su tiempo. Aludo, por supuesto, a Domingo Sarmiento y Lucio Mansilla.

Contemporáneamente, otros tantos, sin haber tenido como norte el despliegue de una trayectoria política, incidieron en el ejercicio del periodismo en el tiempo que les tocó vivir. Anoto con nueva audacia a Pedro de Angelis como precursor.



No ando con muchas ganas de extenderme, por lo que me disculpo ante el cierre abrupto de aquello mal insinuado, en el afán de no cansar a nadie y no hacer sufrir a mis lumbares en exceso. Por ello, mento al desgaire a: Natalio Botana, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo y a los más recientes Mariano Grondona, Bernardo Neustadt, Horacio Verbitsky y Carlos Pagni, para ir cerrando, como anticipé una enumeración que es tan ilustrativa como arbitraria.

Hombres (todos, llamativamente) que incidieron (y cómo) en el ejercicio del poder desde la trinchera del periodismo.

Omití el nombre del (quizá) más astuto y talentoso de todos: Jacobo Timerman.

Gestor de proyectos editoriales de una calidad desconocida entonces, que no sería reproducida después: Primera Plana, Confirmado y, por sobre todo: el diario La Opinión, productos de una calidad periodística que suscitan, leídos a más de medio siglo de editados, el goce literario.

En 2013, el diario oficialista El Argentino, reeditó los números de La Opinión coincidentes con los 49 días del gobierno de Héctor Cámpora. 

Una chambonada de quienes pretendían homenajear a aquel Presidente fugaz que se dejó arrastrar por un torrente que nunca terminó de comprender y asimilar; dado que la línea editorial de La Opinión no le tenía ninguna simpatía.

Descubrimiento tardío de los hacedores de El Argentino quienes (pareciera) no se tomaron el trabajo de compulsar los editoriales y las columnas del diario dirigido por Timerman, de oposición decidida al presidente Cámpora y, en especial, a la Tendencia del Movimiento Peronista en el gobierno cuyo legado pretendían reivindicar en el aniversario 40 de aquella primavera de tan sólo 49 días.

Ni de leer la ejemplar biografía de Graciela Mochkofsky Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (cuya primera edición es de 2003) que daba acabada cuenta de aquella oposición al gobierno que El Argentino pretendía reivindicar.

Como fuere, esa chambonada, me permitió disfrutar de la lectura cotidiana de un diario escrito con preciosismo. Me recuerdo cada mañana ansioso por comprar El Argentino en el puesto de la estación de Coghlan, con la sola finalidad de devorar el suplemento que en versión facsimilar, se acompañaba de la edición de La Opinión publicada 40 años atrás.

Ocasión que tuve para reencontrarme con las crónicas de quien me había deslumbrado años antes: Enrique Raab.

Lo había descubierto gracias a una iniciativa de Jorge Fontevecchia, quien en 1999, había editado a través de "Perfil Libros": Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), seleccionadas y  prologadas por Ana Basualdo.

Quince años más tarde, me reencontré con Raab esta vez con selección, comentarios y prólogo de María Moreno (esa cronista excepcional): Periodismo todoterreno (Sudamericana, 2015).

Decía: Raab me deslumbró. Pocos periodistas transmiten lo que él supo y pudo.

Diría: Raab transporta en sus crónicas al lector al sitio de los hechos (su punto fuerte, supo ser además un implacable crítico de arte); escritas con la urgencia de quien sabía que no le sobraba el tiempo: a pocas semanas del primer año de constituida la dictadura, sería secuestrado y nunca más se sabría nada de él.

Motivos les sobraban a los criminales del terrorismo de Estado para ensañarse con Enrique Raab: era judío, homosexual, periodista y militante del PRT.

El valor testimonial, periodístico y literario de su obra, invita a compartir en este bazar modesto algunas de sus crónicas más celebradas.

Pero esto se ha hecho largo y las lumbares se están quejando demasiado.