viernes, 13 de diciembre de 2019

Nuevos auspicios de un nuevo 10 de diciembre (segunda parte)

"Otra vesh vosh", me dijo risueño y, también, molesto, la tercera o la cuarta vez que me abalancé sobre el auto que lo conducía desde el edificio del Congreso a la Casa Rosada.

El párpado del ojo izquierdo, el que se le piantaba, lo tenía bien cerrado, el otro en cambio, muy abierto. Como quien no quiere perderse nada.

Algún rayo de sol le daba de lleno al ojo que se le piantaba, cuando se asomaba por la ventanilla del auto que lo conducía a la Casa Rosada desde el Congreso y que detenía su marcha. Fuera por el corcoveo de algún caballo de los granaderos que iban adelante o por decisión de un grupo de personas que le cortaron el paso, como recuerdo sucedió, en el cruce de la Avenida de Mayo y la Nueve de Julio.

Yo, me abalanzaba sobre el auto que llevaba al Presidente que acababa de jurar en el Congreso y le gritaba algo así como: "fuerza, Flaco, con todo, Flaco".

A la tercera, a la cuarta vez, me largó el rezongo que recordaba al inicio.

Era otra ceremonia de asunción presidencial a la que asistía.

Sin edad para creer en héroes y villanos, sin la adhesión de 20 años atrás.

Tampoco tuve que lidiar con las urgencias de mi Viejo, fallecido tres años antes.

***

Yo había ido a escuchar el discurso inaugural de Néstor Kirchner, ese enigma para tantos como yo, que aunque lo habíamos votado, sabíamos muy poco de él.

Que ni siquiera había ganado las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, cuando estrené mis 30 años votándolo.

Noche que pasé en la casa de mi madre, festejando su cumpleaños, que era el mismo 27.

Seis candidaturas distintas habíamos votado las 15 personas que nos juntamos esa noche: hubo quienes votaron a Menem; la cumpleañera, mi hermana y yo, a Néstor Kirchner (Cuqui, siempre fue peronista -y entre las tres ofertas perucas, eligió la del "Frente para la Victoria"); dos tías y unas amigas de mi Vieja por Elisa Carrió; unos cuantos por Ricardo López Murphy. El pariente que en 1983 había votado al "PI" de Oscar Alende, ese domingo había sufragado por Adolfo Rodríguez Saá. Sólo mi tío Carlos (que votó por última vez) y su esposa, mi madrina Susana, fueron leales a la Unión Cívica Radical y metieron en la urna la boleta que postulaba para Presidente a Leopoldo Moreau.

¿A qué viene todo este recuento? Para ilustrar el desbarajuste que había dejado el 2001. Todo patas para arriba, todo dividido, atomizado, mezclado. las identidades políticas, personales también, hechas polvo.

Yo, que andaba penando la muerte (quizás definitiva) del radicalismo; que escuchaba los más variados disparates en las asambleas populares que se desperdigaban a lo largo de la Ciudad (a las que me acercaba a escuchar qué se decía), que nunca antes había asistido al espectáculo de la miseria profunda de miles.

Lo vi yo, no me lo contó nadie: en 2002 las bolsas de basura eran abiertas unas 15 veces. El ejército de cartoneros saturaba los "trenes blancos" que gratuitamente los llevaban vaya uno a saber dónde: la fila de quienes esperaban ese tren en la estación Núñez del Ferrocarril Mitre en los crueles meses del invierno de 2002 se extendía por Manuela Pedraza, cruzaba la Avenida Cabildo e iba más allá de la calle Amenábar: ocho cuadras de carritos, uno detrás del otro.

Y entre escraches, miseria, asambleas, miseria, desencanto, miseria, desocupación, miseria y escepticismo miserable, con ese estado de ánimo nos enteramos del triunfo por poco de Menem. Habría ballotage, por primera vez, el 18 de mayo. Y no lo hubo por una bajeza del vencedor que le salió demasiado mal.

Que no asumía un 10 de diciembre, sino un 25 de mayo.

***


A treinta años justos de otra asunción: la de Héctor Cámpora, aquel Presidente fugaz, resistido y rechazado por los peronistas digamos "tradicionales" que no le perdonaban que hubiese permitido 30 años atrás, la "infiltración" de la muchachada de la "Tendencia  Revolucionaria" de las FAR, las FAP y los Montoneros.

Héctor Cámpora, el despreciado "odontólogo de Giles" que se convertiría en el enemigo público número uno de la dictadura iniciada en 1976.

49 días de Presidencia que habían dejado marcas en muchos dirigentes, entre ellos el santacruceño de 53 años que asumía la Presidencia de la Nación exactamente a los 30 años de aquel día de esperanza fugaz. Quien dijo que había asistido en esa Plaza caliente que recibía al Presidente de una primavera democrática anárquica.

Breve digresión.

Ya que de "primavera democrática" hablamos, me permito evocar a mi siempre presente Raúl Alfonsín, protagonista de otra "primavera", la que se inciaría 10 años más tarde y recordaba en una entrada anterior. Con las heridas infligidas al cuerpo social argentino de la dictadura que la antecedió cuya brutalidad fue tanta, que suavizó los crímenes y las crueldades de la que había terminado en 1973.

Un año después del desafío de Alfonsín a su otrora jefe partidario Ricardo Balbín, quien lo derrotó en elecciones internas amañadas. 1972: el año del nacimiento del "Movimiento de Renovación y Cambio" y de Alfonsín como dirigente político expectante; el germen del líder que emergería de los escombros dejados por el terrorismo de Estado.

Motejado, como Cámpora en el peronismo, de auspiciar la infiltración de la izquierda del PRT-ERP en aquel radicalismo el partido "de los escribanos y de los boticarios", como lo definiría con precisión Marcelo Stubrin, acompañado de sus aliados internos Hipólito Solari Yrigoyen, Mario Abel Amaya y del sindicalista Agustín Tosco.

Alfonsín, el dirigente que en esos años había fustigado a su correligionario y ministro del Interior del dictador Lanusse, Arturo Mor Roig, dirigente radical que había presidido la Cámara de Diputados durante la Presidencia de Illia, gobierno que, derrocado, daría pie al inicio de una dictadura, la de la "Revolución Argentina", culminada por Lanusse entre los años 1971 y 1973. Prodigioso, el Dr. Balbín: ofreció (y no por primera vez) un dirigente para el Ministerio del Interior de una dictadura, en este caso, nacida de un golpe militar que había terminado con el gobierno de su partido, la UCRP. En Europa, no se conseguía.

Alfonsín, el dirigente que, cuando se forzó a Cámpora a renunciar a la Presidencia en julio de 1973 denunció lo que llamó "un golpe de palacio" (mensaje que no dirigía a Perón y a su entorno, sino a quien había acordado desde su partido con el general vuelto desde el exilio, la renuncia forzada de Cámpora), solidarizándose con el presidente caído, preocupado por lo que veía venir.

Alfonsín ya ex presidente, en 1991, sorprendió a muchos asistiendo, solemne, al extemporáneo funeral de aquel mandatario fugaz, fallecido en México en diciembre de 1980, cuyos restos fueron expatriados ese año.

Remito, para evitar que la digresión se extienda aún más, al inicio de "El Presidente que no fue", biografía que le consagró el periodista Miguel Bonasso, colaborador suyo durante las semanas de su Presidencia. Asilado en la Embajada de ese país en Buenos Aires, a pocos días de producido el golpe militar, a Cámpora le sería habilitado un salvoconducto que le permitiría expatriarse a México, sólo cuando los agentes del terrorismo de Estado corroboraron que el cáncer de laringe que le habían detectado en esa sede diplomática atravesaba era terminal.

En 2003, el recuerdo de Cámpora había sido embellecido. Ese mismo año, precedido por el libro de Bonasso, Román Lejtman, cuando todavía colaboraba con Página/12 editó en soporte VHS: "Cámpora al gobierno. 49 días de ilusión", un trabajo muy rico, sobre material documental de la época, con locución de Lalo Mir que exaltaba la gesta del otrora modesto político de San Andrés de Giles, durante esos pocos días convulsionados y de memoria duradera.

Ese era el clima de época y de los debates recrudecidos en el seno del peronismo que volvía (aunque se hubiera ido por un ratito) del poder.

Todo subrayado con la visita para al asunción de Kirchner del jefe de Estado de la República Socialista de Cuba, comandante Fidel Castro, quien pronunciaría a la noche del 26 de mayo, un histórico discurso desde las escalinatas de la Facultad de Derecho, al que asistí y al que convendría dedicarle una entrada en un futuro cercano.

Pareciera que me fui demasiado lejos en el relato, ma non troppo.

Porque de Cámpora (del recuerdo de Cámpora en aquellos que querían revivir aquel tiempo abominado y demonizado al que se quería retornar) se hablaba, se comentaba, se editorializaba en esos días.

***

Página/12, comenzaba a ser el ariete del Presidente que llegaba con el apoyo franco de Bonasso (candidato a diputado por la Capital, al frente de una fuerza política que integraba el frente que candidateaba a Kirchner), del también nombrado Lejtman, de Nicolás Casullo, José Pablo Feinmann y de José María Pasquini Durán, entre las plumas más destacadas que consolidaban ese acompañamiento, con Horacio Verbitsky en tren de rever el rechazo que le generaba, expresado cuando, al ser proclamada su candidatura en reemplazo de la de José Manuel de la Sota, destacó su autoritaritarismo, su desprecio a lo institucional  y su condición de lobbysta de la multinacional de origen español Repsol, cuando la compra de YPF, a fines de la segunda Presidencia de Carlos Menem.

Con voces disidentes también, como la de Susana Viau, tripulante aún de Página/12, que sostenía sin ambages la candidatura de Elisa Carrió, entonces expresiva de una variante centro-izquierdista, quien haciendo reserva moral había manifestado su apoyo para el ballotage que no sería la noche misma del 27 de abril de 2003, por obra de Jorge Lanata quien forzó el saludo de Carrió y a Kirchner en el aire de su programa Día D. 

Ya sé: larguísimo. Pero como parece ciencia ficción consideré necesario explayarme con alguna generosidad. Y para expresar mi convicción acerca de que de los tantos males que andamos arrastrando, una crisis estructural esencial que debemos esmerarnos en superar, además de la económica y la institucional, es la de la representación política.

La Nación, en cambio, recibía a Kirchner con desprecio, con un odio atemorizado y pendenciero.

José Claudio Escribano publicó en la tapa de la Tribuna de Doctrina un editorial que lo decía todo desde el título: "La Argentina ha resuelto darse un gobierno por un año".

¿Las razones?: parecía que el Presidente electo no era lo suficiente permeable a las presiones de los poderes fácticos que condicionaban su permanencia en la Presidencia durante los cuatro años y unos cuantos meses que se iniciaban el 25 de mayo de 2003 a la aceptación de la declaración de constitucionalidad de las leyes de impunidad y los indultos firmados por Carlos Menem a quienes habían sido encontrado culpables por la comisión de crímenes aberrantes durante los años de la dictadura del "Proceso", clausurándose las tentativas de retomar la senda de los juicios por crímenes de lesa humanidad, una alineación internacional del país con la administración de George Bush (h) y la adopción de un programa económico al gusto de tales paladares (remito, para quienes quieran profundizar en la cuestión a la notable columna publicada por Verbitsky el 18/5/03 https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-20265-2003-05-18.html).

Mariano Grondona, desde la misma trinchera, actualizaba la lectura de la historia que había propuesto desde la revista Primera Plana en junio de 1966, apenas derrocado Arturo Illia, cuando pontificó acerca de la inevitabilidad de la frustración de los dirigentes que ejercían un poder derivado. Citaba los casos de Derqui y Urquiza, de Ortiz y de Justo, de Lonardi y Aramburu. Y desde luego, de Cámpora y Perón. Interpretaba, entonces, que no tendría futuro el experimento Kirchner Presidente-formal, vicario del poder residente en quien lo había ungido sucesor, Eduardo Duhalde.

Con menos pretenciosidad académica y mucha más eficacia Adrián Korol, en un programa de televisión que compartía con Matías Martin, se burlaba del Presidente electo con un segmento de humor que presentaba a un ventrílocuo de cabeza descomunal que hacía hablar a un muñeco "Virolita".

El profesor y el cómico, que la sabían lunga, que todas las conocían, vieron el futuro: Néstor Kirchner, el "virolo" al que se le piantaba el ojo izquierdo cuando yo me abalanzaba a saludarlo cuando asumía, sería una marioneta de  Duhalde, que hablaría por él.

***

Había llegado un rato antes de que Néstor Kirchner empezara su discurso ante la Asamblea Legislativa aquel 25 de mayo de 2003.

No éramos muchos (no existe punto de comparación con 1983), el grueso de los movilizados, que llevaban banderas y pancartas, por lo general, de diversas agrupaciones sindicales se amuchaba en la Plaza de los Dos Congresos.

Yo, me ubiqué en la esquina de Callao y Rivadavia, en la esquina en frente de la Confitería El Molino.

Allí, debajo de un megáfono, escuché el discurso del Presidente que asumía y recuerdo cuando anticipó que no llegaba a la Presidencia para dejar en la puerta de entrada a la Casa Rosada sus convicciones.

Miré a un sesentón que como yo, seguía el discurso. Me miró y sonrió, con cinismo, con desconfianza.

Mi idea, entonces era estar por ahí, dar una vuelta, volver a ver un evento así. Gente suelta: mucho padre con hijos en los hombros. Más curiosidad, que militancia, y cierta tranquilidad, algún alivio que se sentía en el aire muy frío de esa tarde de mayo.

En un momento, me encuentro ante el auto que llevaba al Presidente, a su esposa Senadora y a la hija. Pasó muy cerca de la esquina en la que estaba y me acerqué a saludarlo. Cinco, diez segundos. Él, como contaba, guiñaba el ojo que se le escapaba que hería los rayos de sol que le deban de lleno. Le dí la mano, esa primera vez, que escuchó las dos o tras boludeces que le pude decir antes de que arrancase el auto. Recuerdo la sensación que me dejó haberle tocado la mano: como si hubiese agarrado un bloque de hielo.

Y esos segundos, compartidos con no más de diez personas que se arremolinaron, decidió a la custodia a sacarnos a empujones. No sé cómo, gambeteé a los ursos y quedé entre ellos (que flanqueaban el auto) y los granaderos que una y otra vez interpretaban la marcha "Trote Granaderos a Caballo".

Y así, entre las puteadas de los ursos, de los granaderos, iba yo, contento, absurdo, trotando también, al lado del Presidente que asumía.

Cuando el auto llegó a la Plaza de Mayo, la cosa se puso más espesa. Se organizó un embudo de vallados y, una vez más, logré sortearlo y volví a pasar.

Ya no me puteban, ni los granaderos ni los custodios. No fui el único que entré; el periodista Malnatti, entre ellos, que le soltó alguna pelotudez a Néstor, que lo miró como al rey de los giles.

También estaba el mayor de los Korol, ya en la explanada de la Casa Rosada. Divertido, me preguntó qué carajo hacía ahí (la pilcha, la falta de credencial y demás yerbas me delataban) y me dio manija para que entrase con él al edificio.

"Me van a sacar a patadas en el culo, Korol", me acuerdo que le dije. Y como no insitió me fui.

Las vallas eran petisas, por lo que salí saltándolas con la facilidad de mis 30 pirulitos recién cumplidos, dirigiéndome hacia el Banco Nación, para ya ir pegando la vuelta: hacía mucho frío.

Es entonces cuando escucho exclamaciones, del auto, que había quedado en la explanda, había bajado el Presidente y banda cruzada y bastón en mano se acercaba al vallado a saludar. A tocar a la gente.

Era injusto que la mayoría estuviese amuchada hacia la Plaza  hacia el Bajo, lejos de él, que hubiese querido abrazarlos. Se vino sobre ese vallado petiso, en el que estábamos los colados absurdos como yo, otros que estarían ahí por motivos similares y los periodistas. Entre ellos, el de Clarín con cuya cámara de fotos chocó de frente y se hizo el tajo de la foto.

Y en medio de tanta gente, yo. Pelo largo y negro; las gafas de siempre y una frente ancha, al final de esa jornada, la primera que no sería la última, compartida con el pueblo peronista.


Cuando volvió a verme, no se molestó, se resignó. Creo que sonrió esos nuevos tres, cuatro segundos que me dedicó para escuchar una partecita del saludo de desconfiada esperanza que le hice llegar.

Y siguió tocando a quien se le cruzara con esas manos, gélidas como dos bloques de hielo.

Empezaba su Presidencia, machucado y feliz. Y vendría lo que se vino.

Pero esa, es otra historia.







martes, 10 de diciembre de 2019

Nuevos auspicios de un nuevo 10 de diciembre (primera parte)

En este afán por volver a escribir acá, que espero que me dure al menos por un par de entradas más, vengo al pago para dejar algún recuerdo. Alguito, como le gusta que escriba el querido compadre Fuertes.

No porque ande convencido de que vale realmente la pena publicar  recuerdos, sino para seguir despuntando el vicio de la escritura.

La excusa: otro 10 de diciembre.

Evocación que evidencia una de las (pocas) ventajas que me viene deparando ser el más joven de los viejos y el más viejo de los jóvenes. Tengo memoria de unos cuantos 10 de diciembre: desde el primero, de 1983; el segundo en 1999; el 25 de mayo de 2003 (que vino a ser un 10 de diciembre en otoño) y el cuarto, en 2011. Las veces que estuve, que presencié periféricamente esos eventos,e scribo para precisar conceptos.


Hay dos que preferiría olvidar. Y otros dos que atesoro como entrañables, incluso como experiencias formativas.

Anticipo y, aclaro, me pregunto y trato de responderme si  tiene algún interés, algún sentido, repasar esos eventos a partir del recuerdo de quien siempre estuvo lejos de tener protagonismo alguno en esas ocasiones.

La respuesta podría ser negativa. Sin embargo, en este sitio chico desde el cual se comparten cosas chicas, tiene algún sentido recordar. Como escribí esto es algo así como un diario personal, una hoja de ruta.

Y si años atrás me dedicaba aquí a repasar el día a día, (tarea que no tengo interés alguno en retomar), aunque deba forzarme hoy a pocas horas de haber escuchado el vibrante, ético y luminoso discurso del presidente Fernández, me abstengo de opinar en caliente algo más de lo que acabo de escribir.

Sólo destaco que tengo cierta experiencia en eso de repasar discursos presidenciales en ceremonias como la de hoy. Ninguna, me había conmovido tanto.


Pero dije, y reitero, que no es cuestión de andar escribiendo en caliente, sino de dejar recuerdos chiquitos, en este bazar de cosas pequeñas y si de memoria y de pequeñez se trata, me remonto 36 años atrás.

Era un día muy similar, en temperatura, al de este 10 de diciembre: unos 36 grados, aunque sin el bochorno de la humedad que junto con el calor hacen de Buenos Aires un infierno delicioso.

Lo recuerdo igualmente luminoso: ni una perra nube nos dio respiro a las miles de personas que nos apiñamos en los alrededores de la Plaza de Mayo, a la cual llegábamos (antes del mediodía) mi Viejo y yo.

Veníamos de San Isidro en tren. Llegamos a Retiro y recuerdo, como si fuera hoy, decenas de personas bajando del tren que venía de José León Suárez con banderas rojas y negras.

"¿Juega Newell's, papá?", recuerdo haberle preguntado a mi Viejo quien, paternal y contento porque le había salido tan futbolero, me aclaró que en realidad, quienes marchaban con esas banderas eran los militantes del "Partido Intransigente" del Dr. Oscar Alende.

Me avergonzó mi soncera, dado que había seguido la campaña electoral de 1983 con una pasión que en un pibe de 10 años sorprendía a unos cuantos: leía diarios, veía programas de televisión, me morfaba los discursos de Alfonsín (a quien imitaba a los gritos, en compañía de alguien o solo) en quien vea la reencarnación de un héroe. Por contraste, Ítalo Luder, Deolindo Bittel y por sobre todo, Herminio Iglesias (bestia negra de los niños bienpensantes de la clase media suburbana a la que pertenecía), eran los malos.

Y sabía (o creía saber) quien era el Dr. Oscar Alende. Candidato presidencial a quien un integrante de la familia política de mi padre había votado, única excepción de ese clan monocolor que se había volcado sin excepción por la candidatura de Alfonsín.

Conocía, también, el logo partidario de esa agrupación, la del Bisonte; negro y rojo con las letras "P" e "I" en blanco al centro.



Como siempre que venía a Buenos Aires exigí viajar en subte y allá fuimos. Línea C: estación Retiro, hasta estación Avenida de Mayo. A la salida de la boca de subte: un cielo refulgente, azul. La gente (joven en su enorme mayoría y con una boina blanca calzada en el marote) exultante, eufórica. Saltaban y bailaban. Y miles y miles de papelitos en el aire, en el suelo.

Luego de haberle roto artesanalmente las bolas, mi Viejo me compró una bandera plástica: mitad argentina, mitad rojo y blanca, los colores de la Unión Cívica Radical, el partido de toda la vida del presidente que asumía.

De ahí, a apostarnos sobre el vallado que separaba la vereda de la Avenida de Mayo con la calzada. Conocí la impunidad de la infancia, porque era tarde, Alfonsín estaba terminando su discurso y en una media hora pasaría por ahí, en el Cadillac descapotable de Perón.

"No ves que estoy con el pibe, la puta madre que te parió", le soltó Garcete (padre) a un fulano que no quería resignar el lugar que había conseguido para ver pasar al Presidente, aunque asumió su derrota apenas reparó en mi edad y estatura. Aunque volvió a quejarse (y a perder) cuando más aún tuvo que correrse para dejarle lugar para que él me acompañase a mí.

Hay recuerdos que mienten un poco, como dice Solari. La memoria tiene sus meandros, sus misterios, sus entresijos.

Digo esto porque en mi recuerdo (que miente bastante, parece), Alfonsín estaba ubicado en el costado derecho de la parte trasera del Cadillac, que era la que yo tenía a mano cuando pasó a unos metros de donde yo estaba, meta agitar la banderita.

Y me miró, por un instante, me miró.

Y decía que mienten los recuerdos porque volví a ver las imágenes 187 veces más y Raúl estaba ubicado del otro lado de la parte trasera del Cadillac. Pudo haber sido que doña Lorenza se había sentado y parecía que iba en ese flanco Alfonsín o que, directamente, creí haber visto a Alfonsín y creí haber visto que él me había mirado a los ojos.

Quien lo sabe.

Y ninguna importancia tiene, concluyo a poco de escribirlo.

Sí evoco con nitidez las miles de personas contentas y sonrientes. Bailaban, lo recuerdo vivamente. Era un clima de una alegría contagiosa.

"Siga, siga, siga el baile al compás del tamboril, que llegamos al gobierno, de la mano de Alfonsín" y meta cantitos: muchos de puteadas a los milicos que se iban.

Nos quedamos un rato más (mi Viejo siempre tuvo una ansiedad de vaya uno a saber porqué y me insistía para volver a casa, que era largo viaje, que estábamos lejos y roturas de bola similares).

Cuando pegábamos la vuelta recuerdo a un morochazo de pelo largo, que iba y venía por la Plaza. Llevaba una banderita con el escudo Justicialista con un mástil de caña de pescar larguísimo.

Celebraba, a su modo, el final de la dictadura.

Algunos de los radicales que eran enorme mayoría en esa Plaza (con una número importante de los ñubelistas del PI), aplaudieron al peronista solitario, mi Viejo, lo abrazó con calidez, aunque seguramente (fiel a su estilo) le haya soltado una cargada al oído. Gastador (titeador, diría el maestro Viñas), mi padre, además de ansioso. Ansiedad que hizo que nos perdiésemos el discurso de Alfonsín que pronunció desde los balcones del Cabildo.


Para cuando ese discurso se iniciaba estábamos los dos arriba de uno de los trenes Toshiba que hacían el recorrido por el Ferrocarril Mitre (de grandes y cómodos asientos rebatibles de cuerina verde). Mientras buscábamos asiento nos cruzamos con un pibe que andaba vendiendo pastillas.

Tendría uno o dos años más que yo. Recuerdo que me miró de arriba a abajo como quien mira al más imbatible de los pelotudos y se quedó con banderita que llevaba (la que conservé por muchísimos años), aquella que era mitad celeste y blanca, mitad con los colores radicales.

Y le dijo a mi Viejo: "decile que tire eso, comprale una bandera de Perón".

Para que le (nos) quedase claro que lo que venía le iba a ser muy difícil a mi héroe de los 10 años que asumía la Presidencia, recibido con tanta alegría popular, quien me había mirado a los ojos cuando lo saludé revoleando la banderita despreciada por el pibe de las pastillas, cumplir los ambiciosos objetivos que se proponía.




sábado, 7 de diciembre de 2019

Porotos

Vuelvo, más convencido que vencido (por el contrario, con el alivio por la salida de los vencidos de octubre) a escribir en este lugar chiquito, de cosas chiquitas.

No sé bien sobre qué, pero ando con deseos de escribir. Una vez más, la luz de un fósforo, enciende mis ganas de dejar algo por escrito en este pago.

Espero que, al calor de tanta persona que me incita a hacerlo, el destello sea duradero. Alguito más que el de 2018, que se encendió en enero y en enero se apagó.

Con mi habitual auto-complacencia, diré que mi silencio fue el eco sordo de cuatro años fuleros.

Y aunque me ocupé del sujeto que está dejando de ser presidente de este desdichado país, antes de que lo fuera, no lo hice (por desgano, por abatimiento, por pereza) durante los cuatro años espantosos que andan concluyendo. Y no lo haré ahora, por esas cosas de la leña, del árbol caído y demás cuestiones.

Como tampoco cantaré loas a los que llegan: los he votado y espero que puedan asimilar las toneladas de pan amargo que tendrán (que tendremos) que comer.

Tengo tenues, (aunque poderosas) esperanzas. Expectativas en lo que viene: tener un Presidente que articula sujeto, verbo y predicado, que no sea un mentiroso serial, que no parezca que venga a rifar el futuro de dieciséis generaciones venideras de esto que sigue siendo la Argentina es algo. Es mucho, quizás.

Hago honor a lo que escribí unas líneas antes y me esfuerzo en no escribir sobre esas personitas tan dañinas. Responsables de mis cuatro años de alejamiento del día a día de la "política" nacional, por lo cual, les debo gratitud.

Me era (me sigue resultando) insoportable leer o escuchar: "el presidente de la Nación, ingeniero Mauricio Macri..." y lo que viniese. Me recuerdo, mirando incrédulo la pantalla de la televisión. Me resultaba (y sigue resultándome) insoportable asumir que el sujeto era, nomás, el "presidente de la Nación". No más comentarios sobre el muchacho.

Esa repulsión, escribía, me refugió en otros territorios, tanto mejores: el cine, el teatro y la literatura. Tuve la suerte que millones no tuvieron de poder regalarme ese exilio íntimo.

Leí bastante (anárquicamente, no dejé de ser el de siempre), no sólo literatura referida a don Pedro de Ángelis, sino a todo libro interesante que luciera en los anaqueles de la librería de mi querido amigo Alberto Casares, de la calle Suipacha 521, que visito semanalmente.

Entre textos de don Pedro, sobre tatita Hipólito, de Alberdi, de Sarmiento, de Zeballos, reparé en "Tras los dientes del perro", las memorias de Helvio I. Botana, "Poroto", segundo hijo de Natalio, el legendario personaje que fundó "Crítica", diario que entre los años '10 e inicios de los '40 del siglo pasado, puso patas para arriba el periodismo gráfico argentino (porteño, para ser preciso).

Tanto se ha escrito (se ha filmado, se han puesto obras teatrales) sobre Botana. Llamado también "Tábano", anagrama de su apellido y símbolo de su diario, cuyas ediciones eran presididas por una frase que se atribuye a Sócrates: "Dios me puso sobre la ciudad como a un tábano sobre u noble caballo, para picarlo y tenerlo despierto".

No voy a escribir sobre "Crítica", portentoso medio sobre el cual tanto se ha escrito, o sobre Botana padre, sobre quien tanto se ha dicho o escrito, sí alguna referencia haré acerca de los recuerdos de su hijo "Poroto", reveladores en mi mirada de tanto padecimiento de este sufrido país, a raíz de la obra iniciada durante los años de auge de "Crítica".

Cuando el "Tábano" o mejor, "Ciudadano Botana", (como titula Álvaro Abós la excelente biografía  editada por Vergara, hace unos 15 años, en obvia alusión a la vida de Charles Forster Kane, el protagonista del monumento cinematográfico de Orson Welles, estrenado en el año de la muerte de don Natalio) marcaba el pulso de la Argentina fraudulenta de los '30s.

El poderoso empresario de las noticias, el magnate poseedor de tantas propiedades, entre ellas, la fastuosa quinta de Don Torcuato en cuyo sótano David Alfaro Siqueiros dejó aquel "experimento plástico", mural que puede apreciarse en el Museo del Bicentenario, historia-anécdota que daba para tanto más que para la desvaída película de Héctor Olivera de 2010.

Digamos que "Tábano" o "Ciudadano Botana" hizo de sí una nueva especie: la de los empresarios, la de los mercaderes de la noticia.  Miles de anécdotas circulan todavía acerca de los enjuagues, los aprietes, las mentiras a medias, las verdades maquilladas durante los años de auge y ventas diarias millonarias (no es un eufemismo) del primer diario amarillo (y maravillosamente escrito) de este desdichado país. De Buenos Aires.

Algo escribiré sobre esto, quizás, en este espacio caleidoscópico.

Volvamos a Helvio Ildefonso "Poroto" Botana, el segundo de los hijos de Natalio. El primero de su sangre, aunque no el favorito, dado que Carlos Natalio "Pitón" Botana, el mayor de sus hermanos, habría sido reconocido por "Tábano" cuando ya había sido parido por Salvadora Medina Onrubia, la escritora anarquista que desposaría. Ese matrimonio novelesco le daría al país dos hijos más (además de "Poroto", claro está): Jaime y Georgina, la "China", madre a su vez de Raúl Damonte Taborda, "Copi" apodo que, dicen, le puso "Abuelita" Salvadora.

Los Botana, parece, trataban a sus ascendientes con el diminutivo. Al menos, "Poroto" quien, anciano ya, evocaba a Natalio llamándolo "Papito" y a Salvadora (a quien odiaba con un odio, tal vez, justificado) como "Mamita".

"Papito" y "Mamita" escribe "Poroto" en sus memorias demasiado desordenadas, deliberadamente descuidadas.

Descuido que se evidencia en la segunda edición del libro (la que cayó en mis manos), que ni el autor ni el editor (Arturo Peña Lillo) se tomaron el trabajo de revisar, tarea que les hubiera permitido pulir los horrores ortográficos y otras lindezas que pueblan el texto, de esas que hacen doler las retinas (leí, entre las más dolorosas las expresiones: "quizo" y "antigüa").

Tampoco hubo esmero en la edición en sí: las páginas de libro, impreso en 1985, se quiebran de sólo volterarlas, la tapa, fue cuarteándose y rompiéndose a medida que fue transcurriendo la semana que me insumió la lectura de las memorias poroteanas.

"Papito", "Mamita" y unos tíos entrañables: Agustín Justo, Manuel Fresco, Alberto Barceló y otras alhajas de los años '30, eran el pan suyo de cada día en los tiernos años de la adolescencia de "Poroto", a quienes evoca mediante semblanzas enternecedoras.

Entre ellas, la que recuerda la sencillez y la ternura de la "policía brava" del tío Manuel Fresco (gobernador de la provincia de Buenos Aires durante esos años, admirador, primero de Mussolini, luego de Hitler), que recogía borrachos ilustres en los bares de provincia, les hacía dormir la mona en el calabozo, para dejarlos (sanos, salvos y lúcidos) en su casa.

Una semblanza interesante fue la de la "gesta" de "Crítica" en septiembre de 1930 cuando Natalio fue ariete del golpe de Estado contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Allí estaba, en la sede de la avenida de Mayo "Poroto" a sus quince años. "Porotito". Embriagado de entusiasmo patrio entre tanto argentino hermanado para poner fin a la decadencia de la democracia radical.

Epopeya que daría inicio al tiempo de los tíos Agustín Pedro, Manuel y, también, Alberto Barceló (de quien más cercano era "Poroto"), dirigente cuya hidalguía fue tanta (recuerda "Poroto") como para habilitarle a Nereo Crovetto asilo en su casa (gobernador bonaerense hasta el 6 de septiembre de 1930), cuando sabía que iría a parar a Ushuaia o a Martín García, ocultándole a la buena policía brava de Matías Sánchez Sorondo su paradero.

Disculpando deslices de tiíto Alberto entre tantos: las hazañas de Ruggierito y otros prohombres de Avellaneda, del fraude desembozado que ampararía durante las elecciones amañadas que seguirían a la dictadura que había depuesto a Yrigoyen y a su huésped Crovetto, a las decenas de muertos en ese feudo y tantos etcéteras.

Dorados años, los '30. Plenos. Con "Papito" al mando del clan, acrecentando aún más su fortuna luego de unos meses en la Penitenciaría (por orden de Uriburu) en la que había sido tratado con los honores condignos con ese poderío económico; cuando "Mamita" se ahogaba en éter, morfina y otras sustancias para tapar el dolor del suicido (¿?) de "Pitón".

Cuando todo estaba en orden. Cuando el general Justo era la realidad y la esperanza de la gente decente (que un ACV fulminante truncaría mandándolo al otro mundo en enero de 1943). Nada que reprochar, que revisar de esos años de plenitud republicana.

Ni una alusión a la miseria profunda de la inmensa mayoría del pueblo durante ese tiempo propiciatorio de tantas desgracias (que reflejaron tan bien los poetas del tango contertulios de "Poroto", Manzione entre ellos, a quienes elige ignorar o evocar con banalidad), al asesinato de Bordabehere en pleno recinto del Senado de la Nación, al fraude descarado enaltecido en ese Congreso poblado de canallas, a las denuncias de los muchachos (su amigo Manzione, entre ellos) de FORJA, entre tantas atrocidades orquestadas por el tío Agustín Pedro a quien no sólo le perdona, sino que le justifica la artera intervención federal a la San Juan de Federico Cantoni.

Y más allá, la inundación, dijera el amigo olvidado por "Poroto": la muerte de "Papito", el derrumbe de "Crítica" en las torpes manos de "Mamita", de "Hermanito" Jaime y de "Cuñadito" Damonte Taborda; su exilio en Montevideo durante los meses de Farrell; el despojo perpetrado por Perón a la familia Botana de las acciones de "Crítica" y la lápida colocada sobre ese medio por los radicales de Ricardo Balbín, a quien "Poroto" odiaba como a ninguno.

Ruinas, sobre ruinas.

Pese a los intentos de los presidentes Lonardi, Aramburu, Onganía y Videla, a quienes el autor de las memorias que repasamos asesoró casi sin excepción, como al coronel Moori Koenig (el co-protagonista del cuento "Esa mujer" de Rodolfo Walsh, responsable de la profanación  del cadáver de Evita) a los rectores de la Universidad de Buenos Aires, Solano Lima (contertulio de "Papito"), Laguzzi (por error, seguramente) y Ottalagano (a quien no le ahorra elogios) en tiempos del tercer peronismo, cuando fueron requeridos sus servicios por el comisario general José López Rega.

Aunque debe admitirse que "Poroto" vivió intensamente: tres matrimonios, unos cuantos hijos, nietos, hectolitros de alcohol y otras licencias más osadas ingeridas; una asesoría al presidente boliviano Paz Estenssoro, participación en congresos internacionales para combatir el comunismo y una relación ambivalente con la jerarquía del credo Católico, Apostólico Romano.

Devoción que le deparó a nuestro "Poroto" un lustro largo en Europa cuando decidió quedarse en el Viejo Mundo al que había llegado como integrante de la comitiva de los hacedores de la película "La Procesión", de 1960, filmada sobre un argumento suyo, seleccionada como representante argentina en el Festival de Cannes.

Con dirección de un tal Francis Lauric, actuaciones de Santiago Gómez Cou, Gilda Lousek, Amelita Vargas, el "Pato" Carret, Guillermo Brizuela Méndez y el Chueco García, entre otras celebridades, cuenta, precisamente, el peregrinar de personalidades de diverso pelaje al santuario de la Virgen a la Basílica de Luján. Inhallable, la película entonces no fue, precisamente, bien recibida por la crítica especializada.

Filmada en tiempos del despertar del cine a cargo de próceres como Manuel Antín, Simón Feldman, Lautaro Murúa, Mario Soffici, Leonardo Favio y Leopoldo Torre Nilsson, entre otros. Éste último, director de la película "Fin de Fiesta", estrenada precisamente en 1960 sobre guión de Beatriz Guido, que relataba las hazañas del "tío" Barceló (sin los ocultamientos ni las falacias de "Poroto"), interpretado por el inmenso Arturo García Buhr.

Por ello, entre tanta producción cinematográfica de calidad excepcional, llamó la atención la nominación, decidida por las autoridades argentinas, de la película filmada sobre el argumento de "Poroto" para representar al país en Cannes. Pierre Brillard, en "Cinema 60" la trató con ternura: "para quienes conocen la evolución del cine argentino en los últimos meses, la presencia de esta expresión de inmenso cretinismo en el Festival de Cannes sólo se justifica por maniobras interesadas en el sabotaje de dicho cine".

A caballo entonces, de esa expresión de cretinismo, desplegaría su lustro sabático en la Europa de los '60s, cuando descubrió su vocación pictórica: "Poroto" se dedicó a la venta de los pastiches que pintaba, pasándolos por buenos, como pondera en sus ya demasiado analizadas memorias.

Teniéndolo cerca, visitó a Perón en su exilio madrileño (a fin de informarle sobre el tema a su amigo el presidente Frondizi profundizando su rol de alcahuete estatal, que con tanta precisión había desplegado para su muy admirado ex jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército Moori Koenig), dejando una interesante semblanza de la primera residencia de Perón en Madrid, en una casa "digna y sencilla" en el barrio "El Pantío".

Volvió al país, instado por uno de los tantos personajes con los que se emborrachó, cuando en medio del delirio etílico, el compañero de ronda lo había abandonado porque no podía compartir su alcohol con quien se había despreocupado de la suerte de su madre mientras fallecía en su país.

Agonizaba (de una larguísima agonía), Salvadora Medina Onrubia, "Mamita". Redentora de tantos anarquistas, por todos, Simón Radowitzky, el ácrata que había hecho justicia con Ramón L. Falcón, cuyo indulto gestionó y logró ante Hipólito Yrigoyen en 1929. De una crueldad infinita hacia "Poroto" (cuenta María Moreno que "Pitón" no se habría suicidado, sino que habría caído muerto por una torpeza o por decisión de nuestro personaje).

"Hijito Poroto" relata en su libro que con la finalidad de mitigar el sufrimiento de su madre, quien penó a lo largo de casi medio siglo la muerte de su primogénito ahogada en éter y morfina, no tuvo mejor idea que disfrazar a un amigo suyo que se le parecía a fin de caracterizarlo como su hermano muerto y presentárselo a Salvadora quien era espiritista y creía en los misterios de las apariciones y otras macanas.

Lo hizo, "Poroto", en un ejercicio de una crueldad versallesca, aunque lo relata como un acto de piedad hacia "Mamita".

Por supuesto que a partir de entonces el cuadro de Salvadora se agravó. Moriría a los pocos días, hundida en el delirio más profundo, repitiendo como una letanía (según el relato de "Hijito Poroto" quien naturalmente, no se perdió el espectáculo): "Odio, odio, odio". La enfermera que la cuidaba, en cambio, interpretó: "Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios".

Son las cosas del querer.

Basta de "Poroto". Este lugar chiquito de cosas chiquitas le ha dedicado el espacio que nadie (de acuerdo con la compulsa que realicé para escribir estos delirios) le consagró.

De hecho, no se sabe cuando murió. Si es que falleció. Aunque de estar con vida el año que viene soplaría 105 velitas, por lo cual, lo damos por finado.

Sus memorias llegan a los albores de la Presidencia de Alfonsín, respecto de quien (aunque no lo denueste con la intensidad deparada a Balbín), destila espesa bilis, dado que a diferencia de los prohombres de su idílico pasado, no había reparado en él ni reclamado sus servicios: le dedica un extenso ditirambo por el que procura desacreditar a quienes se hacían llamar intelectuales: "impopular acción pero natural por la deformación que los 'cultos' han hecho del uso de la inteligencia".

Demasiados servicios había prestado a la Patria "Poroto". Era hora de descansar.

Escribí que nadie (o casi) habían reparado en el trabajo que comento. Corresponde aclarar que en abril de este año Damián Tabarovsky publicó una columna en "Perfil", titulada: "Memorias livianas" (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/memorias-livianas.phtml) sucinto análisis del trabajo evocado, cuyo "copete" resume el sentido del texto: "¡Qué lindas las anécdotas de la burguesía bohemia de entonces! Lástima que después se pudrió todo."

Concluye el autor con estas evocaciones: "La policía dejó de ser amable, a los intelectuales y poetas de izquierda se les bajó el copete de la soberbia mandándolos al exilio o conduciéndolos a mesas de tortura y asesinato. Más tarde, muchos periodistas se dedicaron a la extorsión y a toda clase de operaciones corruptas, entre otros menesteres. ¿Cómo serán los libros de memorias de nuestro tiempo?"

Ya escribí que mucho le había dedicado a "Poroto" Botana. Aunque creo que implícitamente lo hice, proponer un contrapunto a las consideraciones de Tabarovsky me insumiría mucho más tiempo que el considero prudente.

Me quedo con el final y anoto que no sé cómo serán las memorias de "nuestro tiempo", o mejor, qué habrán de escribir los hijos de los dueños de los medios de este tiempo. Aunque no sé qué interés habrían de tener las evocaciones de Bárbara Lanata o de Esmeralda Mitre, por nombrar a dos hijas de dos empresarios de medios de este tiempo.

Incubado durante el tiempo recordado con tanta ternura por "Poroto".

Cuando se amasó el pan amargo que habremos de tragar a lo largo de la Presidencia que está a unas horas de iniciarse, cuestión que debemos tener en cuenta por más que el Presidente electo auspicie algo mejor (o menos malo) que lo que se está dejando atrás.

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