viernes, 13 de diciembre de 2019

Nuevos auspicios de un nuevo 10 de diciembre (segunda parte)

"Otra vesh vosh", me dijo risueño y, también, molesto, la tercera o la cuarta vez que me abalancé sobre el auto que lo conducía desde el edificio del Congreso a la Casa Rosada.

El párpado del ojo izquierdo, el que se le piantaba, lo tenía bien cerrado, el otro en cambio, muy abierto. Como quien no quiere perderse nada.

Algún rayo de sol le daba de lleno al ojo que se le piantaba, cuando se asomaba por la ventanilla del auto que lo conducía a la Casa Rosada desde el Congreso y que detenía su marcha. Fuera por el corcoveo de algún caballo de los granaderos que iban adelante o por decisión de un grupo de personas que le cortaron el paso, como recuerdo sucedió, en el cruce de la Avenida de Mayo y la Nueve de Julio.

Yo, me abalanzaba sobre el auto que llevaba al Presidente que acababa de jurar en el Congreso y le gritaba algo así como: "fuerza, Flaco, con todo, Flaco".

A la tercera, a la cuarta vez, me largó el rezongo que recordaba al inicio.

Era otra ceremonia de asunción presidencial a la que asistía.

Sin edad para creer en héroes y villanos, sin la adhesión de 20 años atrás.

Tampoco tuve que lidiar con las urgencias de mi Viejo, fallecido tres años antes.

***

Yo había ido a escuchar el discurso inaugural de Néstor Kirchner, ese enigma para tantos como yo, que aunque lo habíamos votado, sabíamos muy poco de él.

Que ni siquiera había ganado las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, cuando estrené mis 30 años votándolo.

Noche que pasé en la casa de mi madre, festejando su cumpleaños, que era el mismo 27.

Seis candidaturas distintas habíamos votado las 15 personas que nos juntamos esa noche: hubo quienes votaron a Menem; la cumpleañera, mi hermana y yo, a Néstor Kirchner (Cuqui, siempre fue peronista -y entre las tres ofertas perucas, eligió la del "Frente para la Victoria"); dos tías y unas amigas de mi Vieja por Elisa Carrió; unos cuantos por Ricardo López Murphy. El pariente que en 1983 había votado al "PI" de Oscar Alende, ese domingo había sufragado por Adolfo Rodríguez Saá. Sólo mi tío Carlos (que votó por última vez) y su esposa, mi madrina Susana, fueron leales a la Unión Cívica Radical y metieron en la urna la boleta que postulaba para Presidente a Leopoldo Moreau.

¿A qué viene todo este recuento? Para ilustrar el desbarajuste que había dejado el 2001. Todo patas para arriba, todo dividido, atomizado, mezclado. las identidades políticas, personales también, hechas polvo.

Yo, que andaba penando la muerte (quizás definitiva) del radicalismo; que escuchaba los más variados disparates en las asambleas populares que se desperdigaban a lo largo de la Ciudad (a las que me acercaba a escuchar qué se decía), que nunca antes había asistido al espectáculo de la miseria profunda de miles.

Lo vi yo, no me lo contó nadie: en 2002 las bolsas de basura eran abiertas unas 15 veces. El ejército de cartoneros saturaba los "trenes blancos" que gratuitamente los llevaban vaya uno a saber dónde: la fila de quienes esperaban ese tren en la estación Núñez del Ferrocarril Mitre en los crueles meses del invierno de 2002 se extendía por Manuela Pedraza, cruzaba la Avenida Cabildo e iba más allá de la calle Amenábar: ocho cuadras de carritos, uno detrás del otro.

Y entre escraches, miseria, asambleas, miseria, desencanto, miseria, desocupación, miseria y escepticismo miserable, con ese estado de ánimo nos enteramos del triunfo por poco de Menem. Habría ballotage, por primera vez, el 18 de mayo. Y no lo hubo por una bajeza del vencedor que le salió demasiado mal.

Que no asumía un 10 de diciembre, sino un 25 de mayo.

***


A treinta años justos de otra asunción: la de Héctor Cámpora, aquel Presidente fugaz, resistido y rechazado por los peronistas digamos "tradicionales" que no le perdonaban que hubiese permitido 30 años atrás, la "infiltración" de la muchachada de la "Tendencia  Revolucionaria" de las FAR, las FAP y los Montoneros.

Héctor Cámpora, el despreciado "odontólogo de Giles" que se convertiría en el enemigo público número uno de la dictadura iniciada en 1976.

49 días de Presidencia que habían dejado marcas en muchos dirigentes, entre ellos el santacruceño de 53 años que asumía la Presidencia de la Nación exactamente a los 30 años de aquel día de esperanza fugaz. Quien dijo que había asistido en esa Plaza caliente que recibía al Presidente de una primavera democrática anárquica.

Breve digresión.

Ya que de "primavera democrática" hablamos, me permito evocar a mi siempre presente Raúl Alfonsín, protagonista de otra "primavera", la que se inciaría 10 años más tarde y recordaba en una entrada anterior. Con las heridas infligidas al cuerpo social argentino de la dictadura que la antecedió cuya brutalidad fue tanta, que suavizó los crímenes y las crueldades de la que había terminado en 1973.

Un año después del desafío de Alfonsín a su otrora jefe partidario Ricardo Balbín, quien lo derrotó en elecciones internas amañadas. 1972: el año del nacimiento del "Movimiento de Renovación y Cambio" y de Alfonsín como dirigente político expectante; el germen del líder que emergería de los escombros dejados por el terrorismo de Estado.

Motejado, como Cámpora en el peronismo, de auspiciar la infiltración de la izquierda del PRT-ERP en aquel radicalismo el partido "de los escribanos y de los boticarios", como lo definiría con precisión Marcelo Stubrin, acompañado de sus aliados internos Hipólito Solari Yrigoyen, Mario Abel Amaya y del sindicalista Agustín Tosco.

Alfonsín, el dirigente que en esos años había fustigado a su correligionario y ministro del Interior del dictador Lanusse, Arturo Mor Roig, dirigente radical que había presidido la Cámara de Diputados durante la Presidencia de Illia, gobierno que, derrocado, daría pie al inicio de una dictadura, la de la "Revolución Argentina", culminada por Lanusse entre los años 1971 y 1973. Prodigioso, el Dr. Balbín: ofreció (y no por primera vez) un dirigente para el Ministerio del Interior de una dictadura, en este caso, nacida de un golpe militar que había terminado con el gobierno de su partido, la UCRP. En Europa, no se conseguía.

Alfonsín, el dirigente que, cuando se forzó a Cámpora a renunciar a la Presidencia en julio de 1973 denunció lo que llamó "un golpe de palacio" (mensaje que no dirigía a Perón y a su entorno, sino a quien había acordado desde su partido con el general vuelto desde el exilio, la renuncia forzada de Cámpora), solidarizándose con el presidente caído, preocupado por lo que veía venir.

Alfonsín ya ex presidente, en 1991, sorprendió a muchos asistiendo, solemne, al extemporáneo funeral de aquel mandatario fugaz, fallecido en México en diciembre de 1980, cuyos restos fueron expatriados ese año.

Remito, para evitar que la digresión se extienda aún más, al inicio de "El Presidente que no fue", biografía que le consagró el periodista Miguel Bonasso, colaborador suyo durante las semanas de su Presidencia. Asilado en la Embajada de ese país en Buenos Aires, a pocos días de producido el golpe militar, a Cámpora le sería habilitado un salvoconducto que le permitiría expatriarse a México, sólo cuando los agentes del terrorismo de Estado corroboraron que el cáncer de laringe que le habían detectado en esa sede diplomática atravesaba era terminal.

En 2003, el recuerdo de Cámpora había sido embellecido. Ese mismo año, precedido por el libro de Bonasso, Román Lejtman, cuando todavía colaboraba con Página/12 editó en soporte VHS: "Cámpora al gobierno. 49 días de ilusión", un trabajo muy rico, sobre material documental de la época, con locución de Lalo Mir que exaltaba la gesta del otrora modesto político de San Andrés de Giles, durante esos pocos días convulsionados y de memoria duradera.

Ese era el clima de época y de los debates recrudecidos en el seno del peronismo que volvía (aunque se hubiera ido por un ratito) del poder.

Todo subrayado con la visita para al asunción de Kirchner del jefe de Estado de la República Socialista de Cuba, comandante Fidel Castro, quien pronunciaría a la noche del 26 de mayo, un histórico discurso desde las escalinatas de la Facultad de Derecho, al que asistí y al que convendría dedicarle una entrada en un futuro cercano.

Pareciera que me fui demasiado lejos en el relato, ma non troppo.

Porque de Cámpora (del recuerdo de Cámpora en aquellos que querían revivir aquel tiempo abominado y demonizado al que se quería retornar) se hablaba, se comentaba, se editorializaba en esos días.

***

Página/12, comenzaba a ser el ariete del Presidente que llegaba con el apoyo franco de Bonasso (candidato a diputado por la Capital, al frente de una fuerza política que integraba el frente que candidateaba a Kirchner), del también nombrado Lejtman, de Nicolás Casullo, José Pablo Feinmann y de José María Pasquini Durán, entre las plumas más destacadas que consolidaban ese acompañamiento, con Horacio Verbitsky en tren de rever el rechazo que le generaba, expresado cuando, al ser proclamada su candidatura en reemplazo de la de José Manuel de la Sota, destacó su autoritaritarismo, su desprecio a lo institucional  y su condición de lobbysta de la multinacional de origen español Repsol, cuando la compra de YPF, a fines de la segunda Presidencia de Carlos Menem.

Con voces disidentes también, como la de Susana Viau, tripulante aún de Página/12, que sostenía sin ambages la candidatura de Elisa Carrió, entonces expresiva de una variante centro-izquierdista, quien haciendo reserva moral había manifestado su apoyo para el ballotage que no sería la noche misma del 27 de abril de 2003, por obra de Jorge Lanata quien forzó el saludo de Carrió y a Kirchner en el aire de su programa Día D. 

Ya sé: larguísimo. Pero como parece ciencia ficción consideré necesario explayarme con alguna generosidad. Y para expresar mi convicción acerca de que de los tantos males que andamos arrastrando, una crisis estructural esencial que debemos esmerarnos en superar, además de la económica y la institucional, es la de la representación política.

La Nación, en cambio, recibía a Kirchner con desprecio, con un odio atemorizado y pendenciero.

José Claudio Escribano publicó en la tapa de la Tribuna de Doctrina un editorial que lo decía todo desde el título: "La Argentina ha resuelto darse un gobierno por un año".

¿Las razones?: parecía que el Presidente electo no era lo suficiente permeable a las presiones de los poderes fácticos que condicionaban su permanencia en la Presidencia durante los cuatro años y unos cuantos meses que se iniciaban el 25 de mayo de 2003 a la aceptación de la declaración de constitucionalidad de las leyes de impunidad y los indultos firmados por Carlos Menem a quienes habían sido encontrado culpables por la comisión de crímenes aberrantes durante los años de la dictadura del "Proceso", clausurándose las tentativas de retomar la senda de los juicios por crímenes de lesa humanidad, una alineación internacional del país con la administración de George Bush (h) y la adopción de un programa económico al gusto de tales paladares (remito, para quienes quieran profundizar en la cuestión a la notable columna publicada por Verbitsky el 18/5/03 https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-20265-2003-05-18.html).

Mariano Grondona, desde la misma trinchera, actualizaba la lectura de la historia que había propuesto desde la revista Primera Plana en junio de 1966, apenas derrocado Arturo Illia, cuando pontificó acerca de la inevitabilidad de la frustración de los dirigentes que ejercían un poder derivado. Citaba los casos de Derqui y Urquiza, de Ortiz y de Justo, de Lonardi y Aramburu. Y desde luego, de Cámpora y Perón. Interpretaba, entonces, que no tendría futuro el experimento Kirchner Presidente-formal, vicario del poder residente en quien lo había ungido sucesor, Eduardo Duhalde.

Con menos pretenciosidad académica y mucha más eficacia Adrián Korol, en un programa de televisión que compartía con Matías Martin, se burlaba del Presidente electo con un segmento de humor que presentaba a un ventrílocuo de cabeza descomunal que hacía hablar a un muñeco "Virolita".

El profesor y el cómico, que la sabían lunga, que todas las conocían, vieron el futuro: Néstor Kirchner, el "virolo" al que se le piantaba el ojo izquierdo cuando yo me abalanzaba a saludarlo cuando asumía, sería una marioneta de  Duhalde, que hablaría por él.

***

Había llegado un rato antes de que Néstor Kirchner empezara su discurso ante la Asamblea Legislativa aquel 25 de mayo de 2003.

No éramos muchos (no existe punto de comparación con 1983), el grueso de los movilizados, que llevaban banderas y pancartas, por lo general, de diversas agrupaciones sindicales se amuchaba en la Plaza de los Dos Congresos.

Yo, me ubiqué en la esquina de Callao y Rivadavia, en la esquina en frente de la Confitería El Molino.

Allí, debajo de un megáfono, escuché el discurso del Presidente que asumía y recuerdo cuando anticipó que no llegaba a la Presidencia para dejar en la puerta de entrada a la Casa Rosada sus convicciones.

Miré a un sesentón que como yo, seguía el discurso. Me miró y sonrió, con cinismo, con desconfianza.

Mi idea, entonces era estar por ahí, dar una vuelta, volver a ver un evento así. Gente suelta: mucho padre con hijos en los hombros. Más curiosidad, que militancia, y cierta tranquilidad, algún alivio que se sentía en el aire muy frío de esa tarde de mayo.

En un momento, me encuentro ante el auto que llevaba al Presidente, a su esposa Senadora y a la hija. Pasó muy cerca de la esquina en la que estaba y me acerqué a saludarlo. Cinco, diez segundos. Él, como contaba, guiñaba el ojo que se le escapaba que hería los rayos de sol que le deban de lleno. Le dí la mano, esa primera vez, que escuchó las dos o tras boludeces que le pude decir antes de que arrancase el auto. Recuerdo la sensación que me dejó haberle tocado la mano: como si hubiese agarrado un bloque de hielo.

Y esos segundos, compartidos con no más de diez personas que se arremolinaron, decidió a la custodia a sacarnos a empujones. No sé cómo, gambeteé a los ursos y quedé entre ellos (que flanqueaban el auto) y los granaderos que una y otra vez interpretaban la marcha "Trote Granaderos a Caballo".

Y así, entre las puteadas de los ursos, de los granaderos, iba yo, contento, absurdo, trotando también, al lado del Presidente que asumía.

Cuando el auto llegó a la Plaza de Mayo, la cosa se puso más espesa. Se organizó un embudo de vallados y, una vez más, logré sortearlo y volví a pasar.

Ya no me puteban, ni los granaderos ni los custodios. No fui el único que entré; el periodista Malnatti, entre ellos, que le soltó alguna pelotudez a Néstor, que lo miró como al rey de los giles.

También estaba el mayor de los Korol, ya en la explanada de la Casa Rosada. Divertido, me preguntó qué carajo hacía ahí (la pilcha, la falta de credencial y demás yerbas me delataban) y me dio manija para que entrase con él al edificio.

"Me van a sacar a patadas en el culo, Korol", me acuerdo que le dije. Y como no insitió me fui.

Las vallas eran petisas, por lo que salí saltándolas con la facilidad de mis 30 pirulitos recién cumplidos, dirigiéndome hacia el Banco Nación, para ya ir pegando la vuelta: hacía mucho frío.

Es entonces cuando escucho exclamaciones, del auto, que había quedado en la explanda, había bajado el Presidente y banda cruzada y bastón en mano se acercaba al vallado a saludar. A tocar a la gente.

Era injusto que la mayoría estuviese amuchada hacia la Plaza  hacia el Bajo, lejos de él, que hubiese querido abrazarlos. Se vino sobre ese vallado petiso, en el que estábamos los colados absurdos como yo, otros que estarían ahí por motivos similares y los periodistas. Entre ellos, el de Clarín con cuya cámara de fotos chocó de frente y se hizo el tajo de la foto.

Y en medio de tanta gente, yo. Pelo largo y negro; las gafas de siempre y una frente ancha, al final de esa jornada, la primera que no sería la última, compartida con el pueblo peronista.


Cuando volvió a verme, no se molestó, se resignó. Creo que sonrió esos nuevos tres, cuatro segundos que me dedicó para escuchar una partecita del saludo de desconfiada esperanza que le hice llegar.

Y siguió tocando a quien se le cruzara con esas manos, gélidas como dos bloques de hielo.

Empezaba su Presidencia, machucado y feliz. Y vendría lo que se vino.

Pero esa, es otra historia.







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