sábado, 23 de junio de 2012

Tu grato nombre.

Elevemos toda el alma en la humilde canción
renovando con cariño la ingenua emoción.
Y con lazos triunfaremos trataremos de unir
el glorioso pasado y el brillante porvenir.

River Plate, tu grato nombre 
derrotado o vencedor 
siempre, cual un solo hombre, 
nos tendrá a su alrededor. 

River Plate, tu grato nombre 
derrotado o vencedor 
Mientras viva tu bandera 
la izaremos con honor.

River Plate, en ese nombre, 
de tan dulce vibración 
hay un eco que estremece 
y agiganta el corazón.

River Plate, en ese nombre, 
de tan dulce vibración 
Mientras viva tu bandera 
la izaremos con honor.





Había un disco en casa, de vinilo color blanco y centro rojo corta duración, que en el "Lado A" tenía registrado el Himno a River Plate, que parcialmente transcribí al inicio. No recuerdo qué había en el "Lado B".


No sé quién es el autor de la letra (simplona, entrañable, por cierto) ni la música, aunque en una película escuché una marcha militar inglesa muy similar, mal que me pese.


Como sea, de chico escuché mil veces esa marcha, me la enseñó mi Viejo, quien la cantaba y me la hacía cantar, quien, no obstante más adelante me daría libertades para que yo eligiese hacer de mi vida lo que quisiera, en materia futbolística me impuso ser hincha de River Plate.


Cuenta mi Madre que tendría dos años y unos vecinos (Rubén y Minina) que me cuidaban cuando mis padres trabajaban, intentaron hacerme hincha de Boca Juniors, regalándome un equipo de camiseta, pantalón y medias, atavío con el que recibí a mi Viejo, vuelto de su trabajo, el día del regalo.


Cuenta mi Madre, insisto, que José Garcete no se anduvo con vueltas. Me dijo que me desvistiera y me aclaró que tendríamos que hablar de hombre a hombre. Relato, por supuesto, un recuerdo que no es mio, aclaro y sigo: Mirá Horacio, comenzó. Podés ser hincha del club que quieras: de Tigre, de San Lorenzo, de Boca, del que quieras. Pero si no sos hincha de River, te vas de esta casa.


No tuve opción, la advertencia fue muy eficaz. 


Sin embargo, al equipo se le dio uso. Al primer fin de semana posterior a que me lo regalaran, lo uso mi Viejo para limpiar la parrilla de la casa.


Fui hincha de River, pero algo apático, desinteresado. 


Del fútbol, en general. Tengo recuerdos muy borrosos del Mundial de 1978 (tenía 5 años), sólo registro una vueltita al perro terminado el partido final con Holanda. No sé las razones (tal vez fueron políticas), pero mi Viejo fue totalmente indiferente al Mundial y sus alternativas, decisión acertada, dicho sea de paso, lo cierto es que no tenía a nadie que me inculcase interés en el fútbol, más allá del mandato innegociable de ser hincha de River Plate. 


Me llevó a la cancha por primera vez para ver River-Boca, en el Metro 81. Por River, jugaba Kempes, por la contra, Maradona. Ni bola que le di al partido (ya tenía 8 años), desde ese desinterés subrayado que tenía  hacia el fúlbol, que surgiría (indómito, imparable) en 1982.


Fue el año en el que River (la temporada en rigor) estuvo por descender. En el campeonato 1982-1983 salió anteúltimo, año en el que descendieron Racing Club y Unión de Santa Fe.


La razón fue sencilla y definitoria: vivía en un barrio en el que integraba una barra nutrida de hinchas de otros clubes (6 de Boca, 2 de San Lorenzo, 1 de Racing, 1 de Independiente y la rareza -aclaro que vivía en San Isidro- de que uno fuese de Huracán...). Todos, salvo mi mejor amigo, Gabriel, el de Huracán, eran perfectos anti-River. Y yo, el único riverplatense.


Por lo que fuese (tal vez, tener argumentos para defender a mi Divisa), empecé a meterme en el fútbol.


Y no salí más.


Durante años, respiré River. Llegué a rezar por River, a pedirle a Dios que un locutor se hubiese equivocado al cantar el gol de un adversario de River o (lo más corriente, no soportaba escuchar un partido entero) a implorarle al Eterno que se hubiese equivocado al informar que River había perdido.


Más grandecito, empecé a ir a ver las prácticas de los jugadores de River (entrenaban en el club), a conocer su historia, formaciones de memoria, resultados, campañas. Y a ir a la cancha.


Al principio, con mi Viejo. Sólo que cada vez que le suplicaba que me llevase, era una retahíla de puteadas, antes, durante y después. Por dos razones: la primera y principal era que no podía ir al hipódromo; la otra, no menos importante, era ver a los jugadores de esta gloriosa institución, jugar tan mal. 


Nunca me voy a olvidar un River-Independiente. El primer tiempo había sido un tormento: no sólo por lo mal que jugaban Búleri, Messina, Bica y Berrueta, sino por las puteadas de mi Viejo. Pensar que esa camiseta la usó el Pipo Rossi, decía una y otra vez cuando alguno hacia alguna burrada. 


Al inicio de segundo tiempo, mueve River. Alguien se la da a Messina (nunca lo olvidaré), quien desde la media cancha se la pasó a Puentedura, el arquero. 


Esto se acabó, dijo mi Viejo. Y nos fuimos de la cancha.


Más adelante, River propuso algo mucho mejor, no puteaba tanto el Viejo, pero me costaba arrastrarlo a la cancha. Puteaba al verme tan involucrado con River y se preguntaba si no hubiese sido mejor que yo siguiera siendo el pibe indiferente que había ido a ver a Kempes en el Metro '81. 


Como no quería dejarme ir solo a la cancha (yo andaba por los 12 años), tuvo la idea de genial de pedirle al jardinero que iba por casa, que era socio de River e iba siempre de local, que me llevara con él: Antonio Mingone, querido e inolvidable Toni que ya debe haber marchado, me llevó hasta los 15 y después, por recomendación de su esposa Nieves, lo llevaba yo.


Cuántos campeonatos y copas gocé con el Toni, en la Almirante Brown baja, al ladito de la platea Belgrano. 


Qué feliz que era, yendo al Monumental a ver a River. 


A Francescoli, a Alzamendi, a la defensa impasable de Gutiérrez y Ruggeri, a Alonso, al Polillita Da Silva, a Orteguita, a Gallardo, a Crespito, a Almeyda.


Qué feliz que fui en esa cancha, y en otras, en las que reverdeció esa adhesión impuesta sin chistar cuando apenas tenía dos años; pasión que se opacó bastante con elretiro de Francescoli. Nada fue igual después de su ida, circunstancia que mi Viejo comparaba con lo que a él le había pasado con el retiro de Walter Gómez, a quien tanto admiraba que estuvo por llamarme Walter, como él.


Pero nada en todo lo que me había pasado hasta el 24 de junio (creo que esa fue la fecha) me dolió tanto como el descenso de River. 


Suena a irracionalidad, pero así fue. Atravesé un año muy duro, con un dolor muy profundo, ilevantable. Una amargura intensa, sentimiento de duelo descarnado, hecho del descenso que hoy quedó atrás.


Por suerte (quizás) mi Viejo no estaba para vivir ese momento tan atroz, extendido por un año de penurias, de sufrimiento intenso, símbolo de la decadencia de ese club, que había sido una institución, a la que se le consagraba un himno como el que parcialmente transcribí al inicio. 


Escrito con tanto orgullo, pero especialmente, con esperanza, con ilusión en el brillante porvenir que le esperaba y que había caído tan bajo, futbolística e institucionalmente.


Hoy fue un día muy feliz. No pensé que este ascenso me tendría tan contento, tan reconciliado con ese amos que cultivé con años.


Tan reconciliado con mi pequeña historia personal.


Con ese nombre tan grato, síntesis de todo mi gran amor.

viernes, 22 de junio de 2012

Ay, Paraguay.

Acabo de llegar a casa y me empapo de la nefasta noticia que hará del 22 de junio una fecha nefasta en esta región: un Presidente constitucional y democrático ha sido derrocado, mediante una fachada abyecta de un "juicio político", que en junio de 2008 había sido votado por más del 40% del electorado.


Las razones, caen ante la velocidad con la que se cocinó el procedimiento mediante el que se destituyó a un Presidente constitucional y democrático. Habló apenas dos horas (según informa en la edición de la fecha el diario argentino La Nación).


Escribo y escucho que Cristina no reconoce al gobierno de Franco, el Cobos paraguayo que apenas juró como Vice no hizo más que hostigar a su compañero de fórmula. Dilma, escucho mientras escribo, convoca a una reunión de urgencia de UNASUR.


Escribo y miro las imágenes de la asunción de Federico Franco, tan parecidas a las de abril de 2002 en Caracas, cuando por horas asumió un tal Cardona, con beneplácito de Aznar (entonces al frente del gobierno español) y de W. Bush.


Escribo y miro y escucho al Presidente derrocado: "que la sangre de los justos no se derrame jamás por luchas políticas", dice Lugo, firme sereno, quien no resistió el embate y se reitió.


Escribo y miro y escucho a la presidenta Cristina, demacrada, declarando que no reconoce a ese gobierno espurio. Es prudente, pero se le ve preocupada, muy disgustada. ¿Se puede hablar de golpe de Estado en Paraguay?, se le pregunta. 


Sin lugar a dudas, contestó Cristina, mientras abandona la sala de periodistas de la Casa Rosada.

jueves, 21 de junio de 2012

Línea D. 21 de junio de 2012

Cortita y al pie.

Esta tarde (como tantas) volvía a casa de la oficina en un subte de la línea "D", la que une el microcentro porteño (estación Catedral) con el alicaído barrio de Núñez al norte (estación Congreso de Tucumán).

Línea siempre atestada, a toda hora: burócratas (como el que escribe), yuppies (existe ese término todavía) de algunas de las miles de entidades bancarias que funcionan en la zona, señoras gordas, señores gordos y la siempre portentosa y vocinglera estudiantina de Barrio Norte, Palermo, Colegiales, Belgrano, anche el alicaído barrio de Núñez.

Fiera venganza la del tiempo, me asaltó en el vagón del subte en el que me trepé, cuando me molesté (síntoma de los años que he venido cumpliendo) ante la vocinglería vital, de los pibes y las pibas que viajaban exultantes, con las glándulas al rojo vivo, cantando y hablando a los gritos, en ese vagón de subte.


Como nuevo síntoma que confieso de mi chotez precoz, no les entiendo mucho cuando hablan entre ellos, por lo que tardé un par de estaciones en caer en la cuenta de que ese grupo de unos quince (repartidos equitativamente entre chicas y chicos) que iban cantando, eran militantes políticos. O por lo menos, provocaban a ese pasaje compuesto de gente que nada quiere al kirchnerismo y a Cristina la profesión de fe de ese grupo que pasó, de molestarme, a divertirme en forma.

No eran violentos en lo absoluto, aunque sabían aguijonear con algún que otro temita dirigido a ese pasaje hostil al gobierno: al llegar a la estación Callao cantaron: "Adónde están, que no se ven, las cacerolas de Callao y Santa Fe"; más adelante: "Che, gorila, che, gorila, no te lo decimos más. Si la tocan a Cristina, ¡qué quilombo se va a armar!"; por fin (antes de bajarse en la estación Agüero): "Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el Pueblo, la puta madre que los parió".



Yo me divertía de lo lindo.

Los rictus de piedra de buena parte de los pasajeros eran un deleite, alguna protesta, en voz bajita, algún bufido, eran toda su protesta. Para divertirme más, empecé a mirarles las caras: clavaban los ojos en los del interlocutor, buscando cierta complicidad.

La más indignada estaba sentada frente a mí. Tendría unos cuarenta mal llevados o algo más, quizás y parecía estar a punto de descoponerse. Cuando bajaron en Agüero le comentó algo a un hombre mayor, pelado, que llevaba un portafolios apretado contra sus piernas y que se molestó por alguna expresión que (tal vez) su hija le hizo al oído cuando la vocinglera juvenilia K dejara ese vagón.

En voz alta propuso: "Cómo no me voy a enfermar, vengo del médico y tengo que escuchar toda esta mieerrrrdaaa (palabra que dijo con incontenida indignación, persiguiendo la solidaridad del resto del pasaje, sin éxito, dicho sea de paso). Mocosos de porquería (me llamó la atención que no los definiera de manera más enérgica). Me enferman, como esa yegua, que no se va más, que cada día me enferma más".


El pelado la calmó como pudo y a las dos estaciones se bajaron. 


Con la convicción (tal vez) de que la enfermedad de esa señora enferma se extenderá por demasiado tiempo. 

Vices

Adolfo Gass, supo contarme, muchos años antes de morir, haber escuchado de boca del presidente Alfonsín, apenas bajado del avión que lo traía de la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, decirle al vicepresidente en ejercicio que lo esperaba para cumplir con rigor el protocolo que la circunstancia exigía, usted es un pelotudo.



Vaya uno a saber si la anécdota existió, aunque el sentido respondía al sentimiento que Gass (y diría que también el entrañable Gallego) sentían hacia ese vicepresidente tan gris, tan anodino, tan peligroso: tan Cleto Cobos, con el que Alfonsín tuvo que convivir larguísimos cinco años y medio.

Víctor Hipólito Martínez era, ni más ni menos, que el resultado de una negociación -ásperamente dirimida- entre los dirigentes del sector que respondía a Raúl Alfonsín en el seno de la UCR en miras a las elecciones de octubre de 1983 (los expresivos de los sectores más desapegados de ese partido a los militares de la dictadura saliente) con aquéllos afincados en un antiperonismo (más o menos recalcitrante), por tales, dóciles colaboradores de esos milicos en retirada.

Martínez se opuso (con más o menos disimulo) a las políticas medulares de la gestión que vicepresidiría, por iniciativa de Alfonsín, por todas: enjuiciamiento a los militares y las leyes de ampliación de derechos contenida en aquella que modificó parcialmente el Código Civil para permitir a las gentes con discernimiento, volver a casarse cuantas veces lo desearen al margen de los dosgmas de la religión católica y (entre otros aciertos) de compartir por igual, sin distinción del sexo de las personas que integrasen el matrimonio, la patria potestad de los hijos que fueren su resultado.



Conataba al principio que, según el Fito Gass, cuando Raúl le chantó la puteada al Vice, éste le habría realizado un guiño a los militares sublevados en el último de los tres intentos de golpe militar del que fuera víctima su gobierno con una anmistía.

Se quedó corto con la puteada, el Gallego.

No hay suerte con los Vices, o vaya a saber uno qué carajo pasa, de 1853 hasta nuestros días. Con alguna excepción (pienso en Quijano, en Scioli, por qué no) todos los Vices les dieron disgustos de pelajes varios a sus compañeros de fórmula: si no encabezaron movidas dirigidas a destituir al Presidente o la Presidenta que acompañaban, incurrieron en chambonadas tan o más dañinas.

Como la Boudou. O las de Boudou, a juzgar por cómo viene desempeñándose el amado Amado.

Anoche, mientras masticaba cuitas frente al televisor siguiendo el conflicto absurdo en el que se trenzan el gobierno nacional y el Negro Moyano, esta mañana, cuando escuchaba la euforia de los oyentes de Magdalena Tempranísimo, felices ante este nuevo escenario (una vieja dejó un mensaje que decía algo así como: "por primera vez, en mis 69 años, estoy en un todo de acuerdo con el señor Hugo Moyano") que no entendía ni quería entender, me topé con quien considero uno de mis grandes orientadores periodísticos: Mario Wainfeld.



En El recurso del método (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-196903-2012-06-21.html), publicado en la edición de hoy de Página/12, don Mario vuelve a dar en la tecla y al desgaire sugiere que el desmadre del conflicto finalmente desatado, cocinado a fuego lento durante meses, surgió a partir de la inteligentísima advertencia del vice Boudou de echar mano a la "Ley de Abastaecimiento" para poner fin al conflicto creciente ocasionado por los bloqueos dispuestos por Moyano padre e hijo.

Cristina, que andaba por Brasil, luego de brillar en Nueva York y en México, tuvo que volver de apuro y, como esperábamos quienes la estimamos en la forma en la que la estima quien escribe, la situación se distendió, aunque esto parece que recién empezara.

Los tiempos cambiaron, no creo que Boudou haya ido a esperarla al aeropuerto, imitando el gesto de su antecesor de 25 años atrás.

Por eso (y atendiendo una vez más a los cambios en las formas) Cristina se ahorró un cantado: "Sos un pelotudo"

miércoles, 20 de junio de 2012

El hijo de la Patria.

Hace muchos años, me invitaron a participar de un programa de televisión que conducía Pacho O'Donnell en el ATC del menemato crepuscular. Se llamaba "Encrucijadas", se abordaba el estudio de un tema o personaje histórico y dos historiadores (junto con el conductor) despartían sobre ese tema, con un esquema de contradictor y defensor de tal o cual personalidad o evento histórico.

En una mesa aparte, escuchaban dos "promesas del mañana" (o algo así) que arriesgaban alguna opinión sobre el tema discutido, vaya uno a saber a guisa de qué.

Una de esas "promesas del mañana" era quien escribe estos dislates.

El programa versaba sobre Manuel Belgrano y en camarines, O'Donnell me había convocado para escrutarme acerca de qué es lo que iba a decir yo sobre el prócer. Le dije algo así como que subrayaría el sentido universal de Manuel Belgrano. O'Donnell (recuerdo que lo estaban maquillando) se sobresaltó, temiendo tener ante sí a un delirante y le aclaré que decía aquello en función del equilibrio que existía respecto de la valoración que se hacía de Manuel Belgrano, desde las dos trincheras historiográficas que ensalzaban o denostaban a determinado prócer. Le gustó al conductor y sobre eso hablé cuando me tocó hacerlo.


Los historiadores convocados (que hablaron después, en mesa aparte, con O'Donnell) para ese programa fueron: Félix Luna y María Esther de Miguel. Recuerdo a De Miguel, lo que dijo De Miguel, en verdad, una mujer ya madura, pero de una dulzura y belleza destacables. Comentó algo que encontré entonces interesante, dijo que a tal punto era decisiva la intervención de Belgrano en la conformación de eso que hoy conocemos como Argentina, que sus triunfos y derrotas militares decidieron la suerte (y los límites) de ese territorio que hoy integra nuestro país. Las provincias de Salta y Tucumán integran la Argentina; las pampas de Vilcapugio y Ayohuma, no.


Sentí desde siempre un sentimiento de afecto, de empatía  hacia Belgrano. De reconocimiento por su entrega, su desprendimiento en ese tiempo convulsionado de inicios del siglo XIX, tiempo en el que Belgrano pareció (en mi mirada) haber jugado en el bando de aquéllos que piensan parecido a uno. Y que además, lo hicieron con tanta dignidad.


Un abogado (como su primo, Juan José Castelli) puestos a conducir ejércitos. Bien o mal, lo hicieron, exponiendo el pellejo. 


Será por eso que valoro tanto a Belgrano (y por estos días, por estos años, en rigor) a Juan José Castelli, de quien desconfiaba, intoxicado como estaba, en esos años en los que se me invitaba como una promesa de algo, a programas como el que conducía O'Donnell en el ATC del menemato en retirada, de lecturas abyectas como "Año X" de autoría de un nazi que por delicadeza su nombre no vamos a escribir. Esas intoxicaciones, de ese tiempo de idiotez juvenil, me hacían partidario de Liniers, de Saavedra, de Rosas. En este tiempo de adultez pretensamente lúcida, sólo me quedo con don Juan Manuel, por razones bien distintas a las predicadas en esa etapa íntima en la que era tan opa (por lo menos, mucho más que ahora).


Fue en ese tiempo en el que se publicó un trabajo que he releído seguido: Epistolario belgraniano. Libro importante, que condensa las cartas que Belgrano firmó entre 1790 y 1820: desde la primera fechada en Madrid el 10 de febrero de 1790 a mi venerada Madre y Señora, doña María Josefa González Casero; hasta la última que se conoce de su autoría, firmada el 9 de abril de 1820 en la costa de San Isidro, a su amigo, el tucumano Celestino Liendro, pasando por las intercambiadas con buena parte de los principales  protagonistas de ese tiempo: la princesa Carlota Joaquina, Mariano Moreno, José de San Martín, Martín Miguel de Güemes, Feliciano Chiclana, Juan José Paso, Tomás de Anchorena, entre tantos.




Es muy rica, además, la epistolaria sostenida con Bernardino González Rivadavia, personaje siniestro (y vaya si los ha habido hasta entonces, y los habría) de estas pampas.


De esas cartas, escribo para destacar dos, ambas dirigidas en rigor al Excmo. Gobierno Superior de las Provincias Unidas, en rigor, al despacho de Rivadavia. 


La primera fue fechada el 27 de febrero de 1812 en Rosario: "Excmo. Señor: En este momento que son las seis y media de la tarde se ha hecho salva en la Batería de la Independencia y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición. He dispuesto para entusiasmar a las tropas, y estos habitantes, que se formen todas aquéllas, y hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar Bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la Escarapela nacional, espero que sea de la aprobación de V.E."


No sería de la aprobación de V.E., haciéndosele saber: "El gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden (la jura de la bandera), pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V.S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución". 


Y Manuel Belgrano lo hizo saber en los términos de la más lúcida y valiente de sus misivas, fechada en Jujuy el 18 de julio de 1812: "Debo hablar á Vuestra Excelencia con la ingenuidad propia de mi carácter, y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la reprensión que me da en su oficio de 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que se manda relativo á la bandera nacional, acusándome de haber faltado á la prevención del 3 de marzo, por otro tanto que hice en el Rosario. Para hacer ver mi inocencia, nada tengo que traer mas á la consideración de Vuestra Excelencia, que en 3 de marzo referido no me hallaba en el Rosario; pues, conforme á sus órdenes del 27 de febrero, me puse en marcha el 1° ó 2 del insinuado marzo, y nunca llegó á mis manos la contestación de Vuestra Excelencia que ahora recibo inserta; pues á haberla tenido, no habría sido yo el que hubiese vuelto á enarbolar tal bandera, como interesado siempre en dar ejemplo de respeto y obediencia á Vuestra Excelencia, conociendo que de otro modo no existiría el orden, y toda nuestra causa iría por tierra. Vuestra Excelencia mismo sabe que sin embargo de que había en el ejército de la patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca, jamas la permití en el que se me puso á mandar, hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí de Vuestra Excelencia la declaración respectiva. En seguida se circuló la orden, llegó á mis manos; la batería se iba á guarnecer, no había bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiría como la escarapela, y esto, con mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló á ponerla. Vengo á estos puntos, ignoro, como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes y tal vez enemigos; tengo la ocasión del 25 de mayo; y dispongo la bandera para acalorarlos y entusiasmarlos, ¿y habré por esto cometido un delito? Lo sería, Excmo. Señor, si, á pesar de aquella orden, yo, hubiese querido hacer frente á las disposiciones de Vuestra Excelencia; no así estando enteramente ignorante de ella; la que se remitiría al comandante del Rosario, y obedecería, como yo lo hubiera hecho si la hubiese recibido".


Concluye, la poderosa pieza que transcribimos hoy, a 192 años de su muerte haciéndole saber a los paniaguados burócratas que lo reprendieron, con la indignación de los justos:


"La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella, y se harán las banderas del regimiento n° 6 sin necesidad de que aquella se note por persona alguna; pues si acaso me preguntaren por еllа, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y como esta está lejos, todos la habrán olvidado, y se contentarán con lo que se les presente. En esta parte V.E. tendrá sus sistema al que me sujeto, pero diré también, con verdad, que como hasta los  indios sufren por el Rey Fernando 7° y les hacen padecer con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oír el nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias que los tiranizan. Puede V.E. hacer de mí lo que quiera, en el firme supuesto de que hallándose mi conciencia tranquila, y no conduciéndome a esa, ni otras demostraciones de mis deseos por la felicidad y glorias de la Patria, otro interés que el de la misma, recibiré con resignación cualesquier ofrecimiento, pues no será el primero que he tenido por honradez y entusiasmo patriótico. Mi corazón está lleno se sensibilidad, y quiera V.E. no extrañar mis expresiones, cuando veo mi inocencia y mi patriotismo apercibido en el supuesto de haber querido afrontar sus superiores órdenes, cuando no se hallará una sola de que se me pueda acusar ni en el antiguo sistema de Gobierno, y mucho menos en el que estamos, y que a V.E. no se le oculta (ilegible) sacrificios [que] he hecho por él. Dios guarde a V.E. muchos años"

Manuel Belgrano.

viernes, 15 de junio de 2012

Elogio de Sarlo.

No soy tan voluble como para dar un giro de campana: burlarme de Beatriz Sarlo en una entrada y elogiarla en otra.

Tampoco (no estoy muy seguro de esto, lo admito) me influye la intervención de un intelectual (este sí que lo es, y de sobra) honesto y entrañable en el debate (que tanto ansiaba, que tanto celebro) abierto con motivo de mi entrada anterior, en lúcida defensa de Sarlo, sino que escribo para aclarar, faena en la que seguramente oscurezca, según enseñaba don Ata.

No participo de cierta mirada excesivamente crítica (sino cruel) con quien no lo merece, en mi mirada. Digamos: no obstante visite en demasía su estudio, Sarlo no es Morales Solá, por decir algo. Sarlo, cuando Morales censuraba a Caloi, editaba un espacio cultural que supo ser una eficaz trinchera contra el terrorismo de Estado, tiempos durante los cuales podía ir la vida de quien osare desafiar ese poder omnímodo, como Sarlo lo desafió.



No está mal dejar de tenerlo en cuenta, más allá de que uno cuestione (con acidez, con torpe ironía y -por qué no- con dolor) el lugar en donde se para aquí y ahora Sarlo quien, para concluir, jamás será el enemigo.

Tengo para mí que tiene un rechazo visceral hacia la Presidenta (mucho más enconado que el que tributó a Néstor) y esa discrepancia la ha llevado a escribir y a publicar (actos per se de ponderable valentía) columnas y escritos que me han molestado en grado sumo. Por todos, su vista al mausoleo de Néstor en Río Gallegos, una intervención olvidable e impropia de ella.

Sin embargo, a horas de la muerte de Néstor la recuerdo en una intervención de mucha dignidad. Fue en TN, creo que entrevistada por Van der Kooy y el otro, que también escribe en Clarín. Sarlo era prudente, no digo que estaba dolorida, aunque muy impactada. Más que por la muerte de Néstor, por la reacción popular que (lo que se hereda no se hurta) le llegaba de manera muy nítida. Recuerdo que se la quería hacer decir algo en el sentido de la columna que al día siguiente publicaría Joaquín Morales Solá en La Nación, ese brevario de odio, tan desbordante en su despreocupación por respetar tanto dolor colectivo.

Dijo Beatriz, cuando se le preguntó por la concurrencia al sepelio de Néstor (a los preparativos, en rigor, porque el cuerpo estaba en Santa Cruz y tantos, entre ellos el que escribe, fuimos a la Plaza a hacernos compañía para tratar de entender lo inconcebible) y se aludió a la cantidad de micros que serían fletados para el evento una frase que me llegó, que cito de memoria.

"En esta noche tan especial, tan dolorosa, tan peronista, me permito una reflexión peronista, evocando los años de mi juventud. La organización política se compone necesariamente de andamiajes como el que se señala. Si una persona de una villa en Escobar, quiere ir a un acto político, necesita movilidad y por lo menos, que se le provea de una vianda y alguna bebida para poder estar durante tantas horas. Si no existe ese aparato político esa persona, que quiere ir voluntariamente, no puede hacerlo. No voy a criticar el uso de los ómnibus, mucho menos, en esta noche tan peronista".

Un recuerdo, cálido, con quien disiento seguido pero que, en el fondo de su almita, como dice el tango, abriga sentimientos tan dignos como los expresados en la noche (tan aciaga, tan peronista) del 27 de octubre  de 2010.

Beatriz Sarlo, irritada.

Tuve ocasión de comentar en este espacio que los viernes, son días difíciles, desde que debajo del felpudo de la puerta de mi departamento, yace la edición del diario La Nación.

Dije, también, que la lectura que emprendo de ese periódico nace de mi necesidad de saber en qué anda la muchachada que piensa tan distinto a uno, desilusionándome muchas veces con intelectuales que alguna vez he respetado. O mejor, me desilusiono conmigo, porque aunque no lo parezca, los pensadores que escriben en La Nación (la categoría de intelectual a muchos de ellos les excede) siempre pensaron parecido, sin perjuicio del atavío, más o menos "progresista" que lucieran veinte o quince años atrás.

A propósito de esto, recuerdo un reportaje que María Pía López le hizo a Alcira Argumedo en los sótanos de la Biblioteca Nacional, que se emitía por el Canal de la Ciudad, antes de convertirse en esa porquería macriana que es por estos días. Creo que se llamaba "la caldera". Y doña Alcira (ese cuadro valiosísimo que el ego infinito de un director de cine colocó en el lugar desde el cual según Perón no se regresaba) comentó que en los años '90, mientras se derrumbaba el Estado de Bienestar y caían todas y cada una de las conquistas alcanzadas a partir de mediados del siglo XX, en la Facultad de Ciencias Sociales se discutía acerca de la naturaleza del rizoma.

Cuán cierto lo que decía la querida Alcira, definición que complemento con un recuerdo personal: he combatido -desde el llano, dijera Joaquín- al gobierno de Carlos Menem haciendo pie en "la corrupción" de los dirigentes que gobernaban el país, soslayando el motivo que debió haber centralizado mi antagonismo, cual era, el desguace del Estado, la aplicación (corregidas, aumentadas, concordadas) de las políticas económicas de exterminio social ensayadas durante la dictadura de Videla, Martínez de Hoz & cía.

Éramos una legión (hecha de clasemedieros bienpensantes) que protestábamos contra ese estado de cosas que no tolerábamos, desde la afrenta a valores republicanos y de "decencia" en el manejo de la cosa pública, abrazándonos a los paladines de la pureza institucional: los jinetes de la Alianza, por todos, Fernando de la Rúa, Carlos Álvarez, Graciela Fernández Meijide.

Todos recordamos cómo nos fue con ese terceto.

Cerca de Fernández Meijide, al frente del "think tank" de intelectuales que la arropaba y preparaba para la Presidencia de la Nación (¡¡¡!!!) estaba la amiga Beatriz Sarlo. La recuerdo, firmando columnas en la revista Tres Puntos, las cuales traducían ese ideario, el del eticismo clasemediero, a despecho de otras transformaciones que eran las aberrantes de veras, las que en meses acabarían con ese esquema insostenible de exclusión y pobreza extrema de la mayoría de quienes vivíamos en estas pampas feraces.

Coherente con sus ideas, leo en la edición de La Nación (que viene a arruinar mi día viernes 15 de junio) que doña Beatriz en un programa de TN sostuvo su indignación por la decisión de la Presidenta de la Nación de trasladar a su hijo para una intervención quirúrgica de Río Gallegos a Buenos Aires en el avión presidencial: "un gesto republicano de una persona ultra rica es no hacer volar esa flota y menos en esas circunstancias. En un país donde la salud pública tiene muchos problemas, resulta irritante el gesto de la Cristina", aguijoneó. 

La reflexión volvió a llevarme a los recuerdos de los años '90 y a evocar la tirria que tantos (Sarlo, Fernández Meijide, el boludo que escribe) teníamos respecto de ese avión presidencial. Y lo felices que esuvimos al escuchar al candidato De la Rúa (que votamos con tanto entusiasmo patrio) prometer que lo vendería, para reparar esa afrenta a la decencia republicana, promesa que no cumpliría y daría pie a una portada falsa de Página/12 del 28 de diciembre de 2000: "Último Tango en París": "El Gobierno cumplió con su promesa de campaña. Después de un año consiguió colocar el lujoso avión presidencial. Los arreglos para  la venta fueron acordados secretamente por Graciela Fernández Meijide durante su cuestionado viaje a Francia" (http://www.pagina12.com.ar/2000/00-12/00-12-28/index.htm)


Pasaron los años: el avión no se vendió y su uso sigue generándole tirria a Sarlo.

Muchísimas otras cosas cambiaron: se juzgaron a los máximos responsables de la represión ilegal durante la dictadura militar, se canceló la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional, la desocupación pasó del 25% de 2001 a cifras de pleno empleo; se reanudaron las paritarias entre trabajadores y patronos; se afianzó la unidad sudamericana, dejando atrás una política internacional hecha de servilismos y desvergüenzas; se aprobó la Ley de Matrimonio Igualitario; se sancíonó la Ley de Servicios Audiovisuales, por la que ningún otro Presidente podrá ser (como lo fueron Menem y De la Rúa) rehenes de Magnetto y su gavilla; se recuperaron los fondos previsionales confiscados por las AFJP, consagrados a la timba financiera; se recuperó la empresa más importante del país, YPF, de la especulación de una multinacional de origen español; entre tantas otras medidas que determinan el apoyo de quien escribe (y de decenas de millones de habitantes de este páis) al modelo instaurado a partir de mayo de 2003.

Cambió el país, para felicidad de los que menos tenían, de los que menos tienen.

Para irritación, seguramente, de Beatriz Sarlo.

lunes, 11 de junio de 2012

La audacia.

El viernes por la tarde comentábamos con un amigo querido (que casi nada quiere al proyecto gobernante) acerca de la aptitud del kirchnerismo para enmendar pasos en falso.

Aludíamos, por cierto, a la nueva candidatura que  propone la Presidenta para sustituir al renunciado Dr. Righi al frente de la Procuración General de la Nación, la de la Fiscal Alejandra Gils Carbó, en reemplazo de la incomprensible (e indigerible) del síndico Daniel Reposo, cuestión que en la edición del diario "Página/12" del día de ayer evaluó con la pluma exquisita y precisa don Horacio Verbitsky (ver: "De la necesidad, virtud: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-196070-2012-06-10.html).

El amable contrapunto, nos llevó a otros terrenos en los cuales se supo proceder de ese modo: retrocediendo respecto de alguna medida que se presentaba inconveniente y podía poner en riesgo otros valores, bien que innegociables, por todos, el retiro de la propuesta de reforma constitucional para la reelección indefinida de ciertas gobernaciones a partir de la derrota en Misiones, del gobernador Rovira ante el opositor Piña, allá por los inicios de la Presidencia de Néstor.

Esas enmiendas son otra razón para seguir apoyando este esquema, que a quien escribe lo deja muy cómodo parado en esta vereda. Como escribió Verbitsky, ha sido el mecanismo de sentido republicano, institucional y popular que impulsó Néstor al inicio de su mandato para la selección de Magistrados, la que selló la suerte de Reposo; ámbito en el que una vez más, este espacio político tiene una fortaleza de una solidez incomparable, quizás, en toda nuestra historia.

¿Hubo acaso un solo gobierno que desde el predominio de la escena política haya impulsado la limitación de miembros de la Corte Suprema de Justicia, además que el del populista Néstor Kirchner? La pregunta es retórica, por lo que la respuesta es obvia y las bondades de ese temperamento respetuoso sin cortapisas de la institución limitadora del poder del Ejecutivo y el Legislativo, en su conformación y ulterior desempeño, el argumento irrebatible ante tanto cacareo de avasallamiento a las instituciones del país.

Cierta oposición reclama que la Presidenta admita que se equivocó al nominar a Reposo para la Jefatura de la Procuración General de la Nación, cuando al proponer a una candidata de perfil antagónico al de esa grisura de progenie radical (que se dice admirador de Raúl Alfonsín y en su desmesura absurda no trepida en revisar -mal, como todo lo que ha hecho desde que salió a la luz pública- el certificado analítico de estudios de quien ya no está entre nosotros para contestarle) no haga más que reconocer su error y enmendarlo del mejor modo.

Digo  más.

Otro atributo de este espacio que me subyuga es la capacidad (parafraseo nuevamente a Verbitsky) de hacer fuerza de flaquezas, como quedó demostrado en 2009. Atenta contra el sentido común político que, encontrándose en desventaja, el kirchnerismo vaya siempre por más.  Fue a partir de esa cuasi derrota electoral que este modelo ha propuesto (hasta este año) las reformas más audaces, más impensadas: Ley de Matrimonio Igualitario, Ley de Medios Audiovisuales, recupero de los fondos de pensión de las garras de las AFJPs. Perdieron la mayoría parlamentaria y fueron por más.

Me permito la odiosidad de comparar ese contexto con el que tuvo que enfrentar otra administración de sello partidario distinto pero esencia tan similar: la de Raúl Alfonsín en 1987, que a partir de la derrota de septiembre de 1987, prepara la retirada. Razonable, quizás, a juzgar por las condiciones políticas, sociales y económicas que tenía que afrontar ese radicalismo gobernante que después de esos comicios sólo retiene dos de las 22 gobernaciones de entonces. Néstor y Cristina, en cambio, lejos de retroceder, avanzaron. Quizás (eso prefiere pensar el radical que escribe esta página) merced a los cimientos echados en aquellos años tan duros, no obstante defina un perfil, un ADN, tan distinto en cuanto a la indispensable osadía política que debe tener una propuesta que se proponga desde el imperativo de construir una sociedad más igualitaria, más inclusiva, con o sin dólares para los pequeños ahorristas.

Proyecto que, a diferencia de ciertas medidas menos felices que tantas otras, supo retroceder cuando entendió que había equivocado el rumbo.

Y que por la fuerza de las convicciones y principios que sostiene nunca ha retrocedido en terrenos desde los cuales no se puede volver atrás: Derechos Humanos, políticas de igualación social, endeudamiento externo, ajuste.

Será por todo eso, que uno se siente tan cómodo, tan feliz, parado en esta vereda.

domingo, 10 de junio de 2012

Bartolomé Mitre, premiado.

Por decisión propia, los viernes (específicamente, por la mañana) vienen siendo tormentosos, brille el sol o no. He decidido arruinar cada viernes de mis semanas leyendo el diario La Nación que recibo para hacer uso de una tarjeta de descuentos que promueve esa empresa. Le doy mucho uso, aunque a un precio altísimo: el de leer el diario La Nación.


Leo los editoriales solamente y alguna que otra columna. Lo hago como para saber en qué anda esta muchachada que siempre supo optar por la propuesta que más se alejó de la mía: de la guerra contra el Paraguay hasta nuestros días, en nada he podido coincidido con la línea editorial de La Nación


Decía que de La Nación leo los editoriales, aunque hojeo los copetes y titulares de las notas del cuerpo principal y reparo en ciertas columnas (muchas veces, para terminar de desilusionarme con intelectuales que alguna vez respeté) y en esa faena, esta mañana, me encuentro con la nota: "Mitre recibió la pluma de honor 2012" (http://www.lanacion.com.ar/1480209-mitre-recibio-la-pluma-de-honor-2012). Decidido a arruinar esa mañana de la manera más perfecta, reparo en la fotografía en la que se destaca el retrato que presidió la ceremonia, del bisabuelo o algo así del homenajeado, don Bartolomé Mitre, bautizado con justicia y rigor histórico: "Héroe de Curupaytí" por John W. Cooke, frase evocativa del desastre comandado por el célebre traductor del Dante. En el medio, su descendiente, flanqueado por: Lauro Laíño, Magadalena Ruíz Guiñazú, José Ignacio López y (¡¡¡¡¡¡¡¡¡ayyyyyyyyy!!!!!!!!) Hermegildo Sábat, una de las personalidades vivas que más admira quien firma estos delirios e integra el colectivo que premió a Bartolito bisnieto o algo así, con "la pluma de honor 2012".

En esa ocasión, según he leído y registra la crónica, el premiado dijo unas palabras de encono a una administración (la de la Argentina) que agravia la libertad de expresión, a tono con los populismos gobernantes en Ecuador, Nicaragua, Bolivia y -muy especialmente-, Venezuela: "El actual gobierno argentino ha elegido reflejarse en los regímenes más desacreditados de la región. Distintos hechos vienen confirmando la existencia de un clima de hostigamiento hacia el periodismo independiente como nunca se vio desde la reapertura democrática de 1983 en nuestro país" y remató: "Si alguna duda quedaba sobre esta perniciosa tendencia -expresó-, el impulso de la ley de control sobre la producción, comercialización y distribución del papel para diarios confirma la intención de atacar a la prensa libre".


Mucho se ha escrito en este tiempo sobre el maridaje espurio esencialmente inmoral que ligó a la empresa de Mitre con la última dictadura militar, por lo que nada agregaremos respecto de la cuestión de la intervención del Estado en "Papel Prensa". 


No obstante, las palabras del premiado me trajo a la memoria, un trabajo publicado a fines de los años noventa por Eduardo Blaustein y Martín Zubieta: "Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso", que desmenuza al detalle las líneas editoriales de los principales medios gráficos argentinos durante el período que fue de 1976 a 1983. 


El capítulo que se dedica a La Nación lleva el sugestivo y preciso título: "Sentirse como en casa" y despunta un editorial de marzo de 1981, a cinco años del asalto al poder de los militares gobernantes. Leemos: "Las Fuerzas Armadas y los empresarios tienen la misma necesidad de alcanzar éxito en esta etapa que se inicia; el fracaso podría reivindicar, si se produce, tendencias populistas que ni las Fuerzas Armadas ni los empresarios quieren".


Ese mismo diario, en la edición del 6 de agosto de 1976 (bajo la dirección del sujeto que fue premiado hace unos pocos días, aclaramos) publicó en tapa el titular: "Una imagen falsa de la Argentina" y una bajada: "En Europa se desarrolla una campaña que deteriora el  prestigio de nuestro país", dirigido a desacreditar los destellos de la actividad que los organismos de Derechos Humanos ya realizaban en solidaridad con las víctimas de la dictadura en el país, no pocas, periodistas, circunstancia que la dirección de ese diario no desconocía. 


Es igualmente indignante, el discurso del presidente de la asociación que premió a Mitre, Lauro Laíño quien sostuvo que se lo consideraba una personalidad destacada en: "la defensa de la libertad de prensa o la exaltación de los valores éticos que deben presidir el ejercicio del periodismo, en consonancia con sus principios fundacionales y estatutarios. Ingresa Bartolomé Mitre en una constelación de demócratas humanistas, servidores de valores culturales que nos vienen de generación en generación y que la presente procura rescatar de la incomprensión dictada por las modas intelectuales o los cambiantes caprichos sociales que a veces se valen del escarnio absolutista como su peor y más temible arma".


Laíño no desconocía qué había hecho Mitre en persona y su diario en esos años aciagos, porque subdirigía la redacción de  La Razón, diario codirigido por su padre (creo) Félix Laíño, medio difusor (sin filtro) de los comunicados de la inteligencia militar durante la represión. 




Ya nos ocuparemos de Laíño, no quiero quitarle protagonismo al laureado, quien el 28 de marzo de 1982 (y durante el gobierno constitucional de Raúl Alfonsín y más adelante, también) perseveraría en una defensa férrea de la "guerra contra la subversión". Leemos en: "La información sobre los desaparecidos": "debe entenderse que lo que está en juego es la satisfacción de legítimos derechos de familiares de personas en aquella situación de conocer la suerte de sus allegados. No sólo en atención a sentimientos fácilmente comprensibles sino a las consecuencias jurídicas múltiples, comunes en este tipo de conflictos. (...) De ninguna manera está en juego la revisión de la guerra contra la subversión que ciertas omisiones o deliberadas suspicacias  parecerían plantear como un remedio político. Y no está en juego ese revisionismo por la misma causa que tampoco lo está el de nuestras guerras de la Independencia, ya que sus victorias -ayer como hoy- son las causas de que la Nación viva".


Un año antes, Mitre, lejos de recibir un premio lo había devuelto. Cuando la SIP y la Universidad de Columbia distinguieron a Jacobo Timerman con el premio "María Moors Cabot", en homenaje a los ultrajes que había sufrido por la dictadura militar a partir de su detención en 1977, reseña Verbitsky:  "La Nación anunció que ADEPA había rechazado el premio SIP Mergenthaler, ofrecido en forma colectiva “a los periodistas argentinos que por defender la libertad de prensa han muerto, desaparecido o sufrido encarcelamiento y persecución”. Según Clarín, los asistentes argentinos dijeron que su aceptación “contribuiría a la campaña lanzada por ciertos elementos de la prensa internacional para denigrar” a la Argentina. El artículo destacó un párrafo del documento sobre algunos “signos alentadores”. Entre ellos mencionó “la concesión a las empresas periodísticas de créditos a largo plazo para la adquisición de papel”, convirtiendo en positivo lo que el documento había calificado como motivo de “graves reservas”. Dos años después, en 1981, cuando la SIP y la Universidad de Columbia confirieron a Timerman el premio María Moors Cabot, los directores de Clarín y La Nación, Ernestina Noble y Bartolomé Mitre, devolvieron los suyos" 


En esa ocasión, Timerman encaró al enviado de Mitre, José Claudio Escribano, quien supo ser muy corajudo y desafiante ante Néstor Kirchner, como sumiso a la dictadura que entonces asolaba el país y que Escribano y su diario apoyaban en los términos que ya destacamos.


Don Jacobo, dicen que le dijo al empleado de La Nación: "no te pedían tanto, José Claudio".





jueves, 7 de junio de 2012

El silencio de las cacerolas.

Como tantos, desde hace un tiempo, vengo masticando reflexiones (más o menos torpes) acerca del movimiento cacerolero que volvió a la vida hace un par de semanas.

A través de Facebook, me enteré de que hoy (no sé si se realizó) marcharían legiones a la Plaza de Mayo a levantarse contra la "diktadura korrupta" o alguna genialidad por el estilo.

Como un deja vu, de lo sucedido a poco de asumir Cristina su primera Presidencia, cuatro representantes de sectores relacionados con actividades agropecuarias, vuelven a manifestarse en las rutas, a despecho de esa elección y de lo opinado ayer nomás por sus representados en las urnas, con condigna convocatoria, luego de alentar a la violencia en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, de hecho con empellones y trompadas y con más sofisticación, proponiendo cierto contubernio entre disputados que responden al vicegobernador Mariotto con legisladores radicales, partido al que determinado grupo ha decidido pasarle factura por el apoyo de los legisladores nacionales de ese Partido a la recuperación para la nación de YPF, decisión nacida del valor que la actual conducción de la UCR ha decidido darle a principios amasados en el mejor pasado radical.

Por ende, nada nuevo bajo el sol: los "ruralistas" se niegan a retroceder el amplísimo campo recuperado tras las penurias de los 90s, dejado atrás ese tiempo tan duro para tantos de ese ámbito, forzados entonces a vender las pocas pertenencias que tenían a la vera de alguna ruta transitada en época estival. Revivificados, resisten el aumento de una alícuota de monto insignificante para las ganancias que vienen obteniendo a partir de las políticas implementadas por esa Presidenta que los ayudó a amasar veloces riquezas como nadie antes a quien detestan con inconcebible pasión.

Nada nuevo dije. Y evoco para ello un programa de mi otrora consultado Jorge Lanata, en tiempos del colapso de 2002, cuando el entonces presidente de la Sociedad Rural Argentina, Enrique Crotto, ante el comentario de Horacio Verbitsky acerca de la propuesta del ministro Lavagna de aumentar las retenciones, explotó con frescura incomparable advirtiendo que "prenderían fuego el país" en ese caso.

Vienen intentándolo, con poca suerte, y es esperable (y pronosticamos) que, no obstante los cálculos que realizan acerca de la debilidad actual de Cristina y su gobierno, vuelvan a fracasar.

Como un deja vu, los mismos vecinos que en 2008 batieron cacerolas en contra de Cristina, vuelven a golpearlas por estos días, manifestando su rechazo, su odio sin más, a un gobierno reelegido hace apenitas diez meses y moneditas.

He leído en algún lugar que los reclamos harían pie en: la inseguridad, la corrupción y la imposibilidad de comprar moneda extranjera, sin que el orden del enunciado tenga relación con la relevancia de sus preocupaciones.


Si introdujera en esta crónica despareja al becario de la Facultad de Ciencias Sociales de Estocolmo, con el que juega en sus maravillosos editoriales el gran Maria Wainfeld, podríamos arriesgar que los vecinos de Barrio Norte, Recoleta, Palermo, Belgrano y Caballito, protestan contra quien administra la ciudad en la que viven y debiera (si tuviese capacidad, talento o vergüenza) resolver uno de esos tres problemas y desterrar la corrupción en el manejo de la cosa pública. Como no soy sueco ni (tan) boludo, no arriesgo la hipótesis.

Aunque sirve para desarrollar el tema con el que cierro esta entrada que comparto: no debiera sorprender a nadie que en esos barrios se realicen manifestaciones hostiles al Gobierno Nacional, desde que en esas manzanas se concentra el odio más visceral al proyecto y a la Presidenta. No digo ninguna novedad, tampoco al apuntar que los vecinos de esas manzanas siguen perseverando en un odio que se remonta a más de medio siglo y más atrás, también.

Las crónicas que reflejaron (incluso con ironía sadomasoquista) las expresiones de la semana pasada, en especial las del diario La Nación, reportaron con especial interés la concentración de la esquina de Callao y Santa Fe, capital nacional del antiperonismo más cerril (gorilismo, para abreviar) como saben los memoriosos y quienes, como quien escribe, cultivamos la memoria.

Esquina en la que funcionó por años el Petit Café, cuyos parroquianos dieron pie a una definición corriente en los cincuentas y sesentas: los petiteros. Los chetos, caqueros, la gente bian de entonces, establecimiento que supo ser tenido en la mira por los peronistas a mediados de los 50s, al prenderlo fuego prolijamente como respuesta a alguna masacre de las perpetradas por entonces contra la negrada peruca; que tan popular que muchos años atrás (vengo a enterarme mientras escribo) en 1928, dio pie a una ironía de Víctor Soliño y Roberto Fontaina al describir a un: "Niño bien, pretencioso y engrupido. Que tenés berretín de figurar. Niño bien, vos que usás dos apellidos y tenés de escritorio y Petit Bar".

Como sea, habrán vuelto a sonar las cacerolas (y alguna que otra flanera o savarín, según don Jorge Schussheim) por las calles aledañas al finado Petit Bar. Por el barrio en el que vivo (tan o más anti-K que Recoleta) hace media hora escuché un tañido solitario. Era alguien haciendo sonar acompasadamente algún utensilio de metal.

Escuché: seis, siete, ocho veces la palangana del vecino indignado de Coghlan. Al no registrar eco de ningún otro, se apagó.


Periodismo/Periodistas.



Todos los 7 de junio, se memora el día del periodista, homenaje a una iniciativa del entonces Secretario de la Primera Junta de Gobierno, Mariano Moreno, tomada 202 años atrás.

La de periodista, confieso, ha sido una profesión en la que pensé consagrarme en tiempos de devaneos vocacionales, vaya a saber uno por qué. A poco de escribirlo, caigo en la cuenta que este espacio, reabierto luego de un paréntesis extenso, supone una actividad en cierto modo emparentada con el oficio de aquellos que hacen periodismo.

No sé si fui eficaz al momento de elegir los estudios que me transformaron en (adocenado) abogado, elección hecha por descarte e inspirada (debo confesarlo no sin vergüenza) en opiniones de sendos periodistas que seguí por años (de mortificante adolescencia como ha sido la de quien escribe) cuyos presentes debaten mi actual apreciación entre el desprecio y la bronca: Mariano Grondona y Jorge Lanata.

La puta que fueron dañinos los '90. Tener a Grondona y a Lanata como referentes de algo bueno: dos símbolos al fin, de esos años fatales. No sé cuándo ni cómo los escuché a ambos (diría que por separado) hablar de la profesión del abogado. El primero, con conocimiento de causa, el segundo desde cierto resentimiento chúcaro y divertido cultivado entonces, traducido por estos días en un personaje que parodia a sí mismo, envilecido por donde se lo mire. Coincido (una vez más) con don Horacio González y pareciera que (el título de un diario que fundó y fundió en brevísimo lapso) anda queriendo ser un Botana del siglo XXI. Botana (esto es mío, no de González) de pacotilla.

Grondona (voy al grano de una vez), peroró acerca de los múltiples campos (vastos, diferentes) que el título habilitaba; Lanata dijo que los documentos debían incluir una opción además de la del texto, con un subtitulo que indicase que debía tacharse lo que no corresponda, debajo de la del sexo del identificado: "Estudió Derecho: sí - no".


No sé por qué perdí el tiempo por esos andurriales. Este nuevo 7 de junio, quería decir antes de perderme en divagaciones, auspicia un recordatorio a tono con este tiempo que vino a jerarquizar una profesión, vilipendiada por años.

Vuelvo a los '90s, que como leerán fueron años difíciles para mí.

No olvido que en un acto político de una de las tantas candidaturas de... Fernando de la Rúa (¡!) me encontraba dando vueltas por ahí y vi al santo de Biasatti micrófono en mano, cubriendo el evento. Al ser reconocido recibió una ovación descomunal de buena parte de la concurrencia, con cantitos del tipo: "olé, olé, olé, olé, Santó, Santó". El tipo ni se inmuto, recibía esa ovación como una más.

Digo con esto, que los 90s (entre otras cosas) fueron años de periodistas con fueros. Estaban por encima de la media, en especial de los denostados políticos y comenzaron a presentarse ante el resto como profesionales "independientes", concepto que (como tantos otros) vino a ponerse en discusión en estos años vivificantes.

De allí, tal vez, la estupefacción de la Ruiz Guiñazú, los gimoteos de Pochulú-Bravo, los temores de Joaquín, las bravatas de Leuco, los cinismos crepusculares de Lanata: expresiones de la queja por la pérdida de un lugar privilegiado en la sociedad, el de ser indiscutibles, forzados a  chapotear en el fango de la lucha política, en la que siempre estuvieron inmiscuidos, sin la conciencia de sus predecesores que la tenían clara.

Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento, por citar dos ejemplos clásicos (José Hernández, por ese tiempo, Rodolfo Walsh, más aquí, tantísimos) concebieron al periodismo como un canal de expresión (sino el más importante, ciertamente privilegiado) de la lucha política a la que se consagraron. Los diarios que fundaron alternativamente ambos (uno de ellos perdura -y vaya que perdura- operando como eficaz guardaespaldas de don Bartolo, para parafrasear a nuestro siempre presente Manzi) fueron trincheras de esas luchas, encarnizadas, feroces.

Para terminar, vuelvo a la fecha y confieso que en este tiempo luminoso de la Patria, si tengo algún referente del periodismo que satisfaga mis inquietudes y expectativas a cabalidad, ése es don Víctor Hugo Morales por las razones que son de público conocimiento, de dos décadas a esta parte.

A él, con la humildad de este espacio módico, le dedico  la entrada.

martes, 5 de junio de 2012

Radical, como Homero Manzi


Debo a una querida amiga, María Cecilia Mendoza, mi interés sobre Homero Manzi, una personalidad que antes de entregarme al estudio de su biografía, desconocía en la magnitud que hoy reconozco, aunque quede mucha tela por cortar.

Además de letrista colosal (mejor, de un hombre que escribió letras para los hombres, desechando la alternativa de ser un hombre de letras, en palabras de Manzi), supo ser un destacado dirigente político de un partido que nunca dejó de sentir como propio: la Unión Cívica Radical.

Homero Nicolás Manzione (tal, su nombre, con el que era reconocido en el ámbito político, el que encabezó los comités que supo fundar en el norte del país a fines de los años '20s), fue un militante jugado con la causa radical, la de Yrigoyen; líder al cual le tributó una admiración desbordada, tan argentina. Ya adulto, escribió una semblanza del recuerdo que atesoraba del momento de asunción a la Presidencia de don Hipólito, por primera vez: “el 12 de octubre de 1916, llevado de la mano de mi madre, mis ojos de ocho años lo vieron, de pie sobre su coche, emergiendo del fondo de la multitud como si saliera, a la manera del Sol, de la línea del horizonte, avanzar como sobre las cabezas del pueblo y escuchar el griterío enronquecido de amor, sin un gesto, como si esas voces hubieran resonado eternamente en su soledad para perderse de mí, dejándome en la retina, impresos con trazos indelebles, su aparición, su gesto y su figura. Mi candidez de niño lo vio allí tan grande como era; tan grande como nunca más alcanzó a verlo mi inteligencia de hombre”.

Ese radicalismo de Manzione, lejos de extinguirse se encendió en una llamarada candante, indomable, cuando Yrigoyen se proponía como sucesor de Alvear en el '28, tiempos en los cuales supo coincidir con un amigo, que a poco de ser derrocado ese líder popular, en septiembre de 1930, dejería en el recuerdo la presidencia del “Comité de Intelectuales Yrigoyenistas”, que hacía funcionar en su domicilio de la calle Quintana 222, para declararse, a la vez que furiosamente antiperonista, tercamente antirradical: Jorge Luis Borges, sobre quien volveremos.

Radicalismo flamígero que lo empujó a una militancia activa en contra de la dictaduras (militares o civiles) que se sucederían a partir de 1930, involucrándose, incluso, en el armado de bombas caseras en el domicilio paterno de la calle Garay, enrolándose en cuanta revolución yrigoyenista deba vueltas para derribar por la fuerza a aquéllos que habían usurpado el poder que, por mandato popular, le correspondía ocupar a la UCR.


1935 sería un parte-aguas en la historia del radicalismo. Un sector (denominado “concurrencista”) se impuso sobre los “abstencionistas” en el seno de la Convención Nacional partidaria y la UCR, cuyo Comité Nacional, presidido por Marcelo de Alvear (curadas -a medias- las heridas de su apoyo al golpe de septiembre de 1930), decidió participar en el sistema electoral (viciado, perverso) que proponía el abyecto Agustín Justo. Fue a mediados de ese año, cuando Manzione, en compañía de otros correligionarios como Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, entre otros,(aclaro que Raúl Scalabrini Ortiz fue un entusiasta colaborador de FORJA, pero nunca adhirió formalmente, debido a su resistencia a afiliarse a la UCR, condición para integrarla) se opuso a esa decisión que vislumbraban atinadamente como suicida para los intereses del país, fundando una línea interna que llamarían: “Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina” (FORJA), inspirada en una frase maravillosa e ininteligible del entonces, fallecido Hipólito Yrigoyen: “Todo taller de forja es como un mundo que se derrumba”.

Sintetizar, aún, la obra de FORJA (recogida en estos años merced a una política que viene a recuperar esos valores y a izar esas banderas que creíamos arriadas para siempre) excede con creces las pretensiones de esta página, ya elegiremos el momento.

Quiero llegar a un momento decisivo en la vida y la trayectoria política de Manzione, quien, pese a haber apoyado a los candidatos de la Unión Democrática en ocasión de la elección de febrero de 1946 que llevaría a Perón a la Presidencia de la Nación, advirtió en las medidas que llevaba adelante ese gobierno constitucional, la concreción del ideario yrigoyenista que lo había movido a lo largo de toda su vida, y en ocasión de visitar al Presidente en diciembre de 1947, es expulsado del seno de su partido.

Fue entonces cuando pronunció por “Radio Belgrano” una pieza de profundo contenido político que, a causa de una muerte prematura, supo ser su testamento político. Lo llamó con un nombre curioso: “Las Tablas de Sangre del Radicalismo”, evocativo de un texto canallesco escrito por Rivera Indarte contra Rosas cien años atrás, bien pago por los enemigos externos del Restaurador, de acuerdo a lo demostrado por José María (Pepe) Rosa.

Texto poderoso, de notable actualidad, el de Manzione, que puede esccuharse completo en: http://historiaydoctrinadelaucr.blogspot.com.ar/2011/04/tablas-de-sangre-del-radicalismo-por.html , que desde luego recomiendo. Destacamos algunos párrafos. Luego de demoler críticamente a la conducción partidaria por su postura antipopular, expresada en una oposición sin cortapisas al gobierno de Perón, por parte de los diputados nacionales de la UCR, considera: “Por ello, no podemos compartir la postura de oposición sistemática y recalcitrante asumida por el comando radical y por el bloque de diputados nacionales del radicalismo. La revolución tal vez no necesite los votos de esos diputados ni nuestra opinión, puesto que posee mayorías propias. Pero nosotros necesitamos que la Unión Cívica Radical no caiga, por un peligroso juego de oposición antiperonista en un campo reaccionario y antirradical. ” “Cuando en política el adversario ocasionalo permanente puede dar cumplimiento a los mismos principios a que nosotros aspiramos, sólo cabe secundar e impulsar su realización. De lo contrario, estaríamos bregando por hegemonías meramente individuales que sólo interesan a las personas, pero que son ajenas al destino de los pueblos”.

Más adelante define a Perón como: “reconductor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen. Mientras siga siendo así, seremos solidarios con la causa de su revolución, que es esencialmente nuestra propia causa”, aunque destaca que el apoyo que se le brindaba no suponía: “abdicar de nuestro radicalismo ni por qué sumarnos al movimiento peronista. Cuando entendamos que la orientación fundamental está en peligro de desviación, trataremos de seguir la empresa que él ha sido concretar en este momento, para lo cual contaremos con una conciencia acreditada por el sacrificio y el renunciamiento que implica nuestra adhesión. Quienes procedan de modo contrario y emprendan la senda antirevolucionaria aunque sea empujados por ambiciones políticas, corren el riesgo de encontrarse al lado de lo que ahora combaten si lo que ahora combaten, en un día malhadado, dejase de ser revolucionario”.

Y concluye: “esta posición, así confesada y esclarecida, constituye todo nuestro delito de leso partidismo. Y ese delito es lo que movió la sanción fratricida del comité de la Capital. Quienes nos tildan de opositores, se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas, también. No somos ni oficialistas ni opositores, somos revolucionarios” .

Toda relación del ideario manziano con las disyuntivas presentadas por este tiempo no es mera coincidencia.