viernes, 22 de junio de 2012

Ay, Paraguay.

Acabo de llegar a casa y me empapo de la nefasta noticia que hará del 22 de junio una fecha nefasta en esta región: un Presidente constitucional y democrático ha sido derrocado, mediante una fachada abyecta de un "juicio político", que en junio de 2008 había sido votado por más del 40% del electorado.


Las razones, caen ante la velocidad con la que se cocinó el procedimiento mediante el que se destituyó a un Presidente constitucional y democrático. Habló apenas dos horas (según informa en la edición de la fecha el diario argentino La Nación).


Escribo y escucho que Cristina no reconoce al gobierno de Franco, el Cobos paraguayo que apenas juró como Vice no hizo más que hostigar a su compañero de fórmula. Dilma, escucho mientras escribo, convoca a una reunión de urgencia de UNASUR.


Escribo y miro las imágenes de la asunción de Federico Franco, tan parecidas a las de abril de 2002 en Caracas, cuando por horas asumió un tal Cardona, con beneplácito de Aznar (entonces al frente del gobierno español) y de W. Bush.


Escribo y miro y escucho al Presidente derrocado: "que la sangre de los justos no se derrame jamás por luchas políticas", dice Lugo, firme sereno, quien no resistió el embate y se reitió.


Escribo y miro y escucho a la presidenta Cristina, demacrada, declarando que no reconoce a ese gobierno espurio. Es prudente, pero se le ve preocupada, muy disgustada. ¿Se puede hablar de golpe de Estado en Paraguay?, se le pregunta. 


Sin lugar a dudas, contestó Cristina, mientras abandona la sala de periodistas de la Casa Rosada.

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