jueves, 21 de junio de 2012

Línea D. 21 de junio de 2012

Cortita y al pie.

Esta tarde (como tantas) volvía a casa de la oficina en un subte de la línea "D", la que une el microcentro porteño (estación Catedral) con el alicaído barrio de Núñez al norte (estación Congreso de Tucumán).

Línea siempre atestada, a toda hora: burócratas (como el que escribe), yuppies (existe ese término todavía) de algunas de las miles de entidades bancarias que funcionan en la zona, señoras gordas, señores gordos y la siempre portentosa y vocinglera estudiantina de Barrio Norte, Palermo, Colegiales, Belgrano, anche el alicaído barrio de Núñez.

Fiera venganza la del tiempo, me asaltó en el vagón del subte en el que me trepé, cuando me molesté (síntoma de los años que he venido cumpliendo) ante la vocinglería vital, de los pibes y las pibas que viajaban exultantes, con las glándulas al rojo vivo, cantando y hablando a los gritos, en ese vagón de subte.


Como nuevo síntoma que confieso de mi chotez precoz, no les entiendo mucho cuando hablan entre ellos, por lo que tardé un par de estaciones en caer en la cuenta de que ese grupo de unos quince (repartidos equitativamente entre chicas y chicos) que iban cantando, eran militantes políticos. O por lo menos, provocaban a ese pasaje compuesto de gente que nada quiere al kirchnerismo y a Cristina la profesión de fe de ese grupo que pasó, de molestarme, a divertirme en forma.

No eran violentos en lo absoluto, aunque sabían aguijonear con algún que otro temita dirigido a ese pasaje hostil al gobierno: al llegar a la estación Callao cantaron: "Adónde están, que no se ven, las cacerolas de Callao y Santa Fe"; más adelante: "Che, gorila, che, gorila, no te lo decimos más. Si la tocan a Cristina, ¡qué quilombo se va a armar!"; por fin (antes de bajarse en la estación Agüero): "Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el Pueblo, la puta madre que los parió".



Yo me divertía de lo lindo.

Los rictus de piedra de buena parte de los pasajeros eran un deleite, alguna protesta, en voz bajita, algún bufido, eran toda su protesta. Para divertirme más, empecé a mirarles las caras: clavaban los ojos en los del interlocutor, buscando cierta complicidad.

La más indignada estaba sentada frente a mí. Tendría unos cuarenta mal llevados o algo más, quizás y parecía estar a punto de descoponerse. Cuando bajaron en Agüero le comentó algo a un hombre mayor, pelado, que llevaba un portafolios apretado contra sus piernas y que se molestó por alguna expresión que (tal vez) su hija le hizo al oído cuando la vocinglera juvenilia K dejara ese vagón.

En voz alta propuso: "Cómo no me voy a enfermar, vengo del médico y tengo que escuchar toda esta mieerrrrdaaa (palabra que dijo con incontenida indignación, persiguiendo la solidaridad del resto del pasaje, sin éxito, dicho sea de paso). Mocosos de porquería (me llamó la atención que no los definiera de manera más enérgica). Me enferman, como esa yegua, que no se va más, que cada día me enferma más".


El pelado la calmó como pudo y a las dos estaciones se bajaron. 


Con la convicción (tal vez) de que la enfermedad de esa señora enferma se extenderá por demasiado tiempo. 

1 comentario:

  1. Que placer!! Cómo lo hubiera disfrutado!! Esas caras de culo las veo a diario en este pueblo en el que vivo, San Isidro, de la parte sencilla, por supuesto. Me tienen harta,le desean lo peor, pero, creo que lo peor lo tiene ellos que se van a tener que "aguantar" tres años y medio más. Yo, cada día la banco más y,me preocupa que tanto odio destilado hacia ella la perjudique (por la mala onda vio?)Un saludo. Noemí.

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