sábado, 18 de diciembre de 2021

José Pablo, qué le puedo decir.


Fue a finales de 2019. Días antes había asumido Alberto Fernández.

No sé bien porqué me inscribí en un curso que José Pablo Feinmann dictaba en su casa. 

Eran (serían) cuatro encuentros, dos en diciembre de ese año, otros dos en enero de 2020. Sabía que no concurriría a los dos últimos, por esa costumbre de pasar los fines de año en Mar del Plata. 

El deparamento, amplio y muy venido a menos, quedaba sobre la calle Azcuénaga, a metros de la Facultad de Medicina.

En lo que sería el living: tres o cuatro hileras de sillas prolijamente dispuestas, un sillón vacio al frente y de fondo, un piano. 

Sobre ese lugar donde para poder ser leídas se apoyan las partituras en los pianos, que debe tener un nombre que desconozco y no me interesa averiguar, una desplegada de Gershwin, debilidad máxima del maestro que aguardábamos con ansiedad, unas 25 personas.

Era una tarde de calor, no bochornoso, pero que apretaba, que pretendía ser aplacado por un ventilador de techo (sabios, los habitantes de esa casa no se torturaban con las mieles de los siempre abominables aires acondicionados).

Al ratito, con enorme dificultad, hizo su entrada el maestro-anfitrión. 

Me costó reconocerlo. Lo había visto en televisión con las ostensibles estigmas de una enfermedad (o un cóctel de enfermedades) que lo tenía abatido. "Me enfermó el gobierno de Macri", bromeó como para romper el hielo, al advertir la sorpresa adolorida de todas las personas que atestiguamos ese presente tan doloroso de José.

Un viejo pelotudo (para aludir al sujeto eufemísticamente) que llegó cuando había empezado la charla, lo inerrumpió pidiéndole que apagara el ventilador, porque estaba resfriado o algo así. Una pena que no se hubiese quedado en su casa el viejo pelotudo. José accedió, aunque advirtió que al poco tiempo moriríamos de calor (lo que sucedería), pero el imbécil insistió ante la sacrificada y pasiva actitud de quienes tuvimos que padecer de allí en más el escarnio de sentir sudores propios y ajenos, una caricia, comparado con la escucha de los comentarios del pelotudo ése.

Recuerdo que José disertó sobre la Revolución de Mayo y sus secuelas, hasta la batalla de Pavón. Acontecimiento que identificó con el principio de los males del país, la resolución de un conflicto a la inversa de lo sucedido en los Estados Unidos culminada la guerra de secesión. 

"Triunfaron acá, los derrotados de allá", resumió y anoté, en mi cuaderno.

No me enteré de nada nuevo, ya le había leído esas reflexiones muchas otras veces, pero aunque con enorme esfuerzo, fue claro, lúcido, elocuente. Como hace años que lo leo, sé cuánto le molestan los comentarios o preguntas en encuentros como ése, por lo que metí violín en bolsa.

Me limité a darle un beso al final del encuentro, cuando nos invitó a que nos retirásemos porque "ahora tengo que comer". Ni noticias teníamos del inmundo COVID, por lo que pude dar rienda suelta a mi deseo de expresar con elocuencia mi sentimiento hacia él que fue siempre de un afecto muy personal, muy intenso. Beso que José recibió con una sonrisa.

Sabía que por mi natural egoísmo, no volvería a la clase siguiente. No quería ser testigo de ese presente suyo. Que no lo volvería a ver (lo había encontrado en dos ocasiones, cuando conversamos muy cálidamente y nos intercambiamos unos cuantos mails, sobre lo cual volveré al final) por autopreservación, insisto, por egoísmo. 

Me fui muy conmovido del departamento de techos altos de la calle Azcuénaga.

Digamos que José Pablo era, ante todo, un bellísimo ser humano. 

Un hombre bueno, que hizo la suya. Equivocándose (si cabe) alguna vez pero siempre convencido de que hacía (ante todo, escribía) lo que debía hacer (o escribir) una buena persona.

Sufrió demasiado, los desencantos colectivos los somatizó y cómo: perdió un testículo al inicio de la dictadura del '76; un ACV lo tumbó al inicio del gobierno de Macri.

No sé porqué escribo esta semblanza tan o más pavota que las tantas y tan salteadas que he dejado caer en este blog. Aunque odio los obituarios, mi admiración afectiva hacia José puede más y aquí estoy, escribiendo.

Dejaría caer más torpezas, pero ya estuvo bueno.

Que cierre José. Transcribo un mail que me respondió a propósito de un juicio crítico sobre Arturo Illia que ahora comparto, pero entonces me enojó. Por si no queda claro: leía los mails que llegaban a su casilla y los contestaba, al menos los míos.

Lo viví entonces, lo evoco ahora, como un privilegio: qué preciso, generoso y astuto. De las entrelíneas se lee un amable consejo, del estilo de quien le acaricia la cabeza a un pibe como quien dice: "ya pasa, ya pasa, la Historia no es pa' cualquiera m'hijo". 

"Hola, Horacio.

Un poco tarde la respuesta, pero llega. No comparo a Illia con Onganía, claro. Tampoco lo haría con Frondizi. ¿Quién comparado con Onganía no queda bien parado? Trazo una línea histórica que hoy resulta incomprensible y hasta da bronca por lo que hizo surgir: la violencia, la guerrilla, la muerte de Aramburu y todo lo que llevó hasta la Gran Tragedia Humanitaria.

Es más: de Illia yo esperaba tanto que hasta habría esperado que no se presentara a elecciones. Lo habría hecho otro, es cierto. (¡Qué triste el papel del radicalismo durante esos años, jugándola como máscara democrática del Ejército antidemocrático, represor, ultragorila!). Creo que a Illia lo tiran porque él habría dado elecciones limpias al finalizar su mandato, lo que no podemos saber. 

Qué le puedo decir.

¿Cómo no voy a tener simpatía por Illia? Sé que era un buen tipo. Pero ¡cómo todos aceptaron esa farsa! ¡Hasta muchos peronistas -muchísimos- medraron con ella! Vandor, Paladino, todos los del  'peronismo sin Perón'. 

Al mirar la Historia desde la sabiduría que la distancia impone uno ve todo ese arco temporal como un proyecto absurdo (gobernar sin el peronismo y sin Perón) que sólo pudo llegar a lo que llegó: el Cordobazo, el 'asesinato' o 'ajusticiamiento' de Aramburu y el resto de la catástrofe, a la que tanto contribuyó el Perón cuasi extraviado que regresó al país para hacer la 'tarea sucia' que empañaría su memoria para siempre. Una memoria que, en Madrid, habría conservado intacta. Es arduo el conocimiento de la historia y de quienes en ella participan.

Un abrazo.

JPF.

PD.: ¿Sabe que, en mi compu, los 77 fascículos que yo publiqué sobre el Peronismo suman 1.400 páginas? ¿Se imagina lo que será el libro?. Todavía no lelgué a Ezeiza.

Ahora, con esta tristeza a cuestas, te parafraseo y me pregunto: cómo no quererte, José Pablo Feinmann.