sábado, 27 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 99.

Querido diario.

Vuelvo a tus páginas, a fatigarlas una vez más, con una convicción: aunque escriba los fines de semana, parece que lo haré tupido bajo esta modalidad.

La cuarentena a la que nos ha condenado un inmundo virus sigue y sigue, querido diario.

Alejado (casi siempre) de supersticiones y (casi nunca) aferrado a creencias religiosas inconmovibles, no puedo dejar de asociar a este 2020 abyecto, ominoso, único en su infinita perfidia, con el enojo de Dios.

Y no sólo por el virus que (habría) nacido en el plato de sopa de murciélago servido en un mercado wuhanense, sino por otros fenómenos que parecen querer decir (decirnos) algo.

Por primera vez mangas de langostas azotan la mesopotamia argentina y dizque rumbean al Brasil; el mosquito del dengue sigue haciendo estragos aún en medio de una ola polar (porque este mosquito, dicen, resiste los fríos extremos) y el COVID-19 sigue vivo y coleando, aunque los muertos e internados a granel no se cuentan por estas pampas feraces, en claro contraste con lo que sucede al noreste y al oeste de la Confederación Argentina.

No voy a escribir sobre esto, querido diario. 

Sigo masticando el cierre de Mansilla y los ranqueles y si la espalda me deja, y sé que muy a tu pesar, mañana arremeta con eso.

Hoy voy a volver sobre uno de los temas que desde siempre interesan al administrador de este módico bazar y a la gente querida que lo frecuenta: el radicalismo.

Mucho se ha escrito aquí (y se seguirá escribiendo) sobre el partido de Alem y de Yrigoyen que, por supuesto, ya no existe más. 

Quiero decir, querido diario, que los ideales, las propuestas programáticas de ambos, no son reivindicadas orgánicamente por ningún partido político, la UCR  a la cabeza.

Y que no se rebaje esta definición a reproche de la dirigencia de un partido que todavía existe, que vendrán y cuánto y cómo, unas pocas líneas más abajo, querido diario.

Todavía existe ese partido, escribía, y lo prueba la entrevista que la semana que pasó la periodista María O'Donnell realizo en su programa radial a quien dice ser presidente del Comité Nacional del Radicalismo Alfredo Cornejo, ex gobernador de Mendoza. En esa oportunidad opinó (muy críticamente) sobre las medidas restrictivas de la libertad ambulatoria (entre otras tantas) que viene decidiendo presi salva-vidas desde el lejanísimo 20 de marzo del más bisiesto de todos los años bisiestos de los que se tenga memoria.

Habló Cornejo ante una demudada O'Donnell a las ocho de la mañana. Su discurso tuvo la coherencia, el modo y la entonación de quien no había consagrado al sueño la noche y la madrugada anterior. Haciendo uso de la imaginación que la radio siempre invita, al oírlo decir lo que decía y cómo lo decía, pensaba en quien, acodado al mostrador o sentado a la mesa de algún boliche, a esas horas, despedía en buena compañía la anteúltima botella y peroraba (muy enconado y enfático), contra las medidas de presi salva-vidas.

Ese sujeto es el presidente el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical que todavía existe, que tiene entidad, querido diario.

Y si subrayaba que ese partido ya no encarna los ideales de Alem y de Yrigoyen, es precisamente, porque ese partido fue siempre algo más parecido a un movimiento que a un partido. Hoy, se le parece demasiado a una confederación partidos: hay tantas identidades radicales como regiones en el país.

Eduardo Bilotti, egresado de la Universidad fundada por el profesor Avelino Porto publicó en 2006 un texto dividido en tres tomos titulado Enciclopedia Argentina de Agrupaciones Políticas, a través de la Editorial "De los cuatro vientos" sita en el barrio porteño de San Telmo, como se destaca en el pie de imprenta.

En la solapa del trabajo, Eduardo Bilotti escribió de sí mismo.

(Largo paréntesis, querido diario. La escritura de las solapas de los libros es un género en sí mismo. Ya lo escribió nuestro siempre presente David Viñas, quien a diferencia del común de los autores no jugaba la comedia de simular que era otra persona quien presentaba al autor. Creo que vale la pena una transcripción íntegra de la última de las solapas aparecidas en uno de sus trabajos.

Las solapas como las dedicatorias son un género literario. Claro: no tienen la espectacularidad de los textos publicitarios ni la irritante crispación de los yingles, pero se acercan a lo clandestino de los anónimos. Por su redacción son monopolio exclusivo y oblicuo de los autores de los libros, aunque habría dos variantes: cuando la redacción es de algún amigo al que se le solicita y la firma o en los casos en que interviene un redactor de la editorial.
Pese a eso, el autor siempre verifica qué dicen de él y propone cambios, retoca las pruebas, introduce un adjetivo sagaz, suprime algún adverbio o traslada el movimiento del texto al presente inmediato para hacerlo más cálido sin dejar de sentirse histórico. En fin, que el autor del libro es el autor de la solapa. O, si se prefiere, la solapa es prolongación de la obra y donde el autor indirectamente muestra cómo quiere ser visto. La solapa, pues, es la imagen que de si mismo propone el autor. Sin embargo, en un movimiento cargado de ambigüedades, escamotea su responsabilidad; es una coartada que implica querer ser visto de determinada forma, pero como si esa perspectiva fuese totalmente espontánea. Las intenciones que supone redactar un texto sobre uno mismo serían el producto natural de un redactor eficiente y abstracto, en este caso la editorial como estructura gigantesca y sin rasgos. O, con mayor precisión; el autor pretende hacer pasar la imagen que de si mismo ha elaborado como visión espontánea segregada por su comunidad. Y no. 
De ahí que sea indispensable que el autor asuma el texto de la solapa. 'El Estado soy yo' decía un rey francés. Pues bien: mi solapa soy yo, mis libros, un capítulo más que me pertenece por entero.
Y ahora a utilizarla: podría ser tradicional y escribir 'Me llamo Viñas, David Viñas, nací cuando el crack de Wall Street y la caída de Yrigoyen'. Podría enternecerme con mi pasado: 'Publiqué varios libros -escribiría- Cayó sobre su rostro, Los años despiadados, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara'. También podría... En realidad podría hacer muchas cosas. Pero prefiero usar mis solapas en otra cosa: primero, para decir por qué escribo (por humillación y para salir de eso). Alguna vez dije que escribía por venganza; pero para salir de la humillación una literatura de venganza no puede ser arbitraria ni abstracta. Mi humillación está condicionada por vivir en un país ambiguamente humillado. La Argentina no es una colonia; es algo más equívoco: una semicolonia. Así mi humillación es compleja y la tensión por arrancármela se carga con una ambigüedad mayor. En segundo término, cómo escribo: asumiendo esa situación de sometido, de esclavo (peor, esclavo a medias en tanto puedo actuar con cierta autonomía y creerme que no lo soy). Y sabiendo que es una faena de todos los días, mezcla de paciencia e impaciencia que exige élan y encarnizamiento y no se parece en anda -o casi en nada- a las revoluciones burguesas espectaculares, bruscas y triunfantes. No. Escribir aquí es como preparar una revolución de los humillados: opaca, empecinada, dura y cotidiana. Como vivo en un país semicolonial soy un semihombre y un casi escritor que escribe una literatura a medias. O lo que es lo mismo ¿para quiénes escribo? Por ahora para los que tienen mi mismo sabor de boca. Es decir, ni especulo sobre un posible público populista ni me interesan los bien pensantes. Más claro aún, pretendo escribir para los cuadros. Y lo correlativo, ¿para qué escribo? Muy simple. Para que esos posibles lectores que se me parecen contribuyan al movimiento que los arranque y me arranque de la humillación, para superar ese nivel de casi país que padecemos y para que nuestra literatura sea algo completo. Y para que yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad.
Fin del largo paréntesis). 

Fuente: Facebook.
 Bilotti, hombre desmesurado que llama al índice defectuoso publicado en   San Telmo en 2006 Enciclopedia, en las antípodas de Viñas, solapeó así: 

 "Eduardo Bilotti nació en la ciudad de Buenos Aires el 14 de marzo de 1969. Coincidiendo con un período convulsionado de la historia argentina y mundial, ya desde pequeño inicia y diversifica sus intereses vocacionales   con la lectura cotidiana de los diarios, hasta ir definiendo un campo concreto de preferencia: las agrupaciones políticas y todo aquello que éstas implicar, desde su desarrollo, su integración, se evolución y su ideología. Para profundizar los aspectos teóricos, se graduó con la Licenciatura en Ciencia Política en la Universidad de Belgrano. Simultáneamente presentó su primer trabajo 'El Universo Kurdo' (1991) y desde entonces estuvo abocado a la terminación de la Enciclopedia  Argentina de Agrupaciones Políticas 1800-2003"


No solamente consigné íntegra la solapa de la Enciclopedia del licenciado Bilotti para advertir la inminencia del trigésimo aniversario de El Universo Kurdo, sino como excusa para implorarles a quienes leen estas cagadas que si algún día, haciendo caso a las insensateces nacidas del afecto de quienes me instan a llevar al papel alguna reflexión del estilo de las que dejo caer en tus páginas, querido diario, y si en esa hipotética obra en papel escribo algo parecido a lo transcripto en el párrafo anterior, en homenaje al afecto que sé que anida en esas almas tan generosas conmigo, que leen estas macanas, me visiten en patota y hagan lo posible para que no me quede un cartílago sano.

Sin embargo, y para volver sobre el tema que abordé al inicio, de acuerdo con el índice del tomo III de la opus del licenciado Bilotti existieron entre 1891 y 2006 sesenta y cinco agrupaciones formalmente inscriptas con la denominación "Unión Cívica Radical" entre ellas: "Unión Cívica Radical - Ferrocarril a Calingasta", "Unión Cívica Radical- Ferrocarril a Jáchal", "Unión Cívica Radical - Gorro Frigio"; y muchas otras variantes como la "Negra", "Roja", "Roja y Blanca", "Oficialista", "Situacionista", "Tanquista", "Tabanerista", "Unificada", "Tradicional" y también, la "Tradicionalista".

Entre las variantes, debería destacar entre tantas, la nacida al promediar la presidencia de Marcelo de Alvear que ya repasé en tus páginas, querido diario; y las dos vertientes en las que se dividiría la Unión Cívica Radical en 1957, la Intransigente y la del Pueblo.

Y tampoco, los acuerdos y alianzas que se tejerían desde mediados de los años '20, como de los partidos que nacerían a partir de sucesivos desgajamientos: el Bloquista sanjuanino, el Lencinista medocino, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Intransigente, para no abundar, como dijera el maestro Viñas.

Una agrupación que contuvo en su seno a Manuel Carlés y a Moisés Lebensohn; a John W. Cooke y a Ernesto Sammartino, a Raúl Alfonsín y a Fernando de la Rúa.

Todo esto viene a cuento cuando di con una noticia en la red social "Facebook" que daba cuenta de la instalación del retrato del ex presidente Mauricio Macri en el salón de reuniones de los senadores del bloque de la Unión Cívica Radical, precisamente, en el Senado.

Me pareció una osadía valorable como reacción ante las investigaciones que se cocinan respecto del homenajeado, una profesión de fe (por repugnante que sea) interesante en quienes, contra toda evidencia, perseveran en rescatar los cuatro años funestos de su Presidencia. Sus razones tendrán.

Toda valoración (aunque forzada, positiva) se desmoronó al caer en la cuenta de que la noticia tenía sus años: dos en rigor.


Fue en 2018 cuando los radicales presionaban al presidente Macri para mojar el bizcocho y colar a un dirigente de esas filas en la fórmula presidencial aún no decidida por el hombre de Estado nacido en Tandil.

Lo cierto es que, como sabríamos luego, la designación recaería sobre un senador, cierto, con toda una vida en las variantes más diversas del peronismo, Miguel Ángel Pichetto.

Ni eso consiguieron los radicales. Toda la "máquina" electoral, para ser privados de todo durante ese cuatrienio inolvidable. Salvo de la dignidad, que ya habían perdido hacía muchos años.

Sin embargo, la anécdota, la noticia antigua, me hizo reflexionar en las razones (o las sin-razones) por las cuales los integrantes de un bloque de legisladores habría de haber vestido las paredes de su salón de reuniones con retratos de representantes de otro poder del Estado.

Quizá, hubiese estado más a tono que se erigiesen los retratos de los vicepresidentes (por tales, presidentes naturales de ese cuerpo, el Senado de la Nación) durante los mandatos considerados "radicales".

Aunque, dejando de lado la disquisición pavota y a tenor de la repugnancia infinita que, como radical que he sido, me genera no tanto la exhibición del retrato de Macri en ese recinto sino las personas que tuvieron esa iniciativa; me pregunto también cuál fue el criterio para incluir a Macri y excluir a otros presidentes que con tanto o más derecho deberían haber estado en esa galería.

Porque Macri, no sólo no le ahorró al radicalismo humillación alguna, que la dirigencia de ese partido recibió con el placer de una amante masoquista gozosa y servil;  sino que además, nunca fue radical. Debe reconocérsele que siempre abominó de ese partido, al cual desde luego, jamás estuvo afiliado, malgré sus relaciones, medidas en contante y sonante, con empinados dirigentes radicales.

Otros presidentes, que por el contrario consagraron toda una vida (o buena parte de ella) a la militancia en diversos radicalismos no están allí. 

Si puede comprenderse la omisión de Agustín Justo (al fin, fue ministro de Alvear, pero cuando pudo lo encarceló y si se postuló a la presidencia en 1931 con una fórmula integrada por un dirigente radical, sería electo por aquella que conformaba con Julio Roca hijo) nadie puede negarle la condición de radical a Roberto Marcelino Ortiz.

Menos aún, a Arturo Frondizi, presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical entre 1954 y 1957, cuando la escisión, presidente de la Nación al año siguiente. Tampoco a José María Guido, quien lo reemplazaría en 1962, desde su condición, precisamente, de presidente provisional del Senado.

Y porqué no, Eduardo Alberto Duhalde. ¿O acaso no gobernó en alianza con el radicalismo?

Tampoco habría mucho que reprocharles si hubiesen colgado los retratos de Pedro Eugenio Aramburu y de Alejandro Lanusse quienes, bien o mal, ejercieron la Presidencia (de facto, cierto, un detalle al fin dirían sus mentores) asesorados por ministros que venían de tener una dilatada trayectoria en las filas del radicalismo (tres Aramuburu, uno, decisivo, Lanusse).

Con todo, el retrato de Macri en ese ámbito molestó a algunos dirigentes radicales que le conceden algún valor a aquello que ha dejado de ser hace muchos años.

Uno de ellos, Juan Manuel Casella.


Y según la nota periodística que consulté lo hizo en el contexto que refleja la fotografía tan hermosa que acompaño (ni hace falta aclarar, querido diario, que he escrito esa demostración de cariño admirativo sin ironía de ninguna especie: me conmueve ver reflejado en una foto a un dirigente que hace treinta años era oído por multitudes, hacerlo ahora para unas diez personas en una plaza de Avellaneda) que profundiza mi sentimiento de respeto (y porqué no, de afecto) hacia quien tiene de sí y de su militancia de tantos años una consideración acorde con la de una persona íntegra.

Digno discípulo de un dirigente de Avellaneda el lugar de toda la vida del Cachi, aquel que el 17 de octubre de 1945 describió a las multitudes que andaban por las calles de Domínico hacia la Capital con aquella frase inolvidable: "ayer he visto pasar a mis hermanos".

Crisólogo Larralde, aquel dirigente radical tan, pero tan, alejado del molde espurio en el que se cocieron los Cornejos, los Suárez Lastras, los Rozas, los Moraleslos Brandonis y algún otro amante del masoquismo hard que anda conduciendo los destinos de ese partido que todavía sigue teniendo entidad.

domingo, 21 de junio de 2020

Diario de la curentena. Día 93.

El día 93 vino siendo tan o más pesado, querido diario, que los que le antecedieron por una razón esencial: el tiempo será veloz como escribió un poeta contemporáneo, ma non troppo.

Todos y cada uno de los síntomas que anticipé al inicio de la escritura en tus páginas, cuando calculaba que el encierro duraría un mes y medio, pesan sobre cada uno de nosotros, sufridos mortales, a poco más de tres meses de cuarentena.

¿Qué hacer, entonces, todos nos andamos preguntando, superados ya los tres meses de encierro?

Entre esos todos, está presi salva-vidas a quien hace algo menos de tres meses critiqué fulero. Lo hice cuando se cantaban loas a su mandato desde las tiendas menos pensadas, o aquellas...

Qué buena noticia: te dejás de joder con Mariano Rosas, Mansilla, Zeballos y la cajeta de las madres de todos ellos. Un alivio, Garcete, para todos, empezando por mí. Te quedó grande el sayo, parece...

Puede ser, querido diario. Para que no sea tan plena tu alegría: sólo por hoy freno la retrospectiva. 

No tengo tiempo, o al menos no sé cómo administrarlo. 

Sabés que hoy tuve que consagrar cuatro horas a la lectura de un texto que me hicieron llegar para que hiciese una devolución. También sabés que mientras escribo, un conocido me hace llegar 42 (cuarenta y dos) fotos con capturas del chat con su novia-amante para que opine no sé qué. 

Conocés también mi manía de preparar cada una de las clases que dicto como profesor del CBC; que quiero reescribir un relato y no hallo la inspiración necesaria (estoy como para); que la espalda cada vez es menos tolerante conmigo; que el tele-trabajo destroza mis nervios y mi salud física y mental y miles de etcéteras que me imposibilitan sentarme y escribir sobre un tema tan delicado como el de la mirada civilizatoria sobre la barbarie salvaje de los ranqueles a fines del siglo XIX...

Te cagaste, bebé. Te cagaste. Llamalo como quieras. Y gracias a Dios. Estabas escribiendo al pedo: no te lee nadie. Cansaste a todo el mundo. Hacés bien, volvé a lo tuyo: a Viale, a Sofovich. O dejá, mi amor... Dejate de joder.

No escribo para multitudes (muchos han escrito y siguen escribiendo reseñas mucho más logradas, documentadas y rigurosas sobre un tema tan transitado, yo me dedico a divulgar entre gente querida), lo mío es módico. Siempre.

Por aquello en lo que creo como en los misterios del cristianismo: menos siempre (pero siempre) es más.

Y, a partir de este momento te llamás a silencio, querido diario.

Escribía, antes de una nueva intromisión tuya, querido diario, que los efectos de este encierro tan extendido comienzan a extenderse (redundar, redundo siempre) en millones de personas.

Y conjugan con un escenario nacional (y planetario) demasiado jodido.

Todo está muy complicado, querido diario.

Digamos que: un presidente que tenía un proyecto de país, tuvo que metérselo en el culo a las semanas de asumir a causa de una pandemia de alcances y consecuencias insospechadas.

Ese presidente, ordenó una medida drástica y audaz: la que motivó el inicio de estas entradas interminables. Todo sugiere que uno de los torpes vaticinios que dejé caer, habrá de cumplirse: en casita hasta los Carnavales del 2021.

Quizás no haya alternativa y aunque ingenio no sobre para enfrentar este escenario, que no vivieron nuestros padres y tampoco nuestros abuelos, se avanza en un sentido, digamos, plausible.


O mejor, enfrente están los malos-malísimos de siempre.

Los usufructuarios de un país formateado por la dictadura militar de 1976 y 1983. Antes hubiera sido inimaginable que en la Argentina ni siquiera 20 viejas chotas salieran a protestar en defensa de los intereses de una empresa fundida que defraudó al principal banco estatal con la connivencia de quienes lo dirigieron.

Algún que otro mercenario a sueldo con patente de periodista defendería a esos canallitas; nunca un coro monocolor de todos los medios de comunicación relevantes.

Mienten con un descaro inaudito, porque defienden un valor que está por encima de todos: la defensa de la propiedad privada. Como sea. No por nada se cargaron 30 mil personas. Y hacen valer esa victoria política y cultural.

Tanto descaro como el de una ex ministra que admite haber espiado ilegalmente a dirigentes opositores, arguyendo que la ley la autorizaba cuando esa norma y las reglamentarias afirman exactamente lo contrario.

Es grave (muy) lo que se investiga en Lomas de Zamora. Que esté en las peores manos, es otro cantar, pero los hechos que se investigan en esa causa son gravísimos.

Como los eran aquellos por los cuales estaba procesado Mauricio Macri antes de asumir la Presidencia, por los cuales sería desprocesado por quien todavía sigue cumpliendo funciones jurisdiccionales y se cree (y le hacen creer) que es un juez probo.

Es el único magistrado que avanzó en la investigación de esa causa que sobrevivió a los cuatro años de macrismo en su despacho, como pago a su retroceso en chancletas. Los tres camaristas que avalaron el procesamiento que había firmado ese juez, fueron removidos. Uno, por su cercanía a ese grupo político, despachado con cajas destempladas a un tribunal de menor peso y cuantía; otro jubilado de mala manera; el tercero: destituido por un proceso de juicio político. El fiscal que había requerido la elevación a juicio, removido de su cargo y al frente de una oficina burocrática de la Procuración.

A nadie (a muy pocos) pareció importarle esa retahíla bochornosa, perpetrada por quienes se dijeron (y se dicen todavía) defensores del republicanismo.

Ese tenor de cinismo, es el que manejan desde la oposición. 

Blanden sofisticadas armas para hacer caer al presidente salva-vidas, más pronto que tarde.

Que se mete sus goles en contra, claro que sí. No pega una. Lo entiendo: cuando sabés que están mirándote para que te caigas, tropezás. 

Si estuviese jugando al tenis, habría perdido un set con tres dobles faltas al hilo. 

Puede pasar, presi salva-vidas.

Y, como el administrador de este bazar austero te criticó con un desdén pavote enojado y sorprendido por ciertas medidas cuando estabas en la cresta de la ola; hoy, que se aprecia que los "amigos del campeón" te andan dando la espalda, desempolva su rifle de aire comprimido, pone a la manito los cuchillos de cocina que tiene, y alguna gomera que guardo de la infancia para defenderte, presi salva-vidas.

Aunque ni te enteres y a poca gente le interese, como bien me lo recordás querido diario siempre que podés.

Como no habría de defender a quien persevera en estos momentos aciagos (pre-aciagos, quizás) en la evocación a Alfonsín. Sin cálculo, le cuesta demasiado cara esa adhesión hacia adentro de la coalición de gobierno. 

En su cuenta de Twitter escribió recién, querido diario: "Cuando me preguntan cómo estoy y si pienso aflojar, miro este video del padre de la democracia y reafirmo mis convicciones. Por los que sufren, por los que esperan, por la gente que confía en nosotros y por la salud de la República seguiremos marchando. Juntos. Siempre". 

Aunque no me gusta la denominación a Alfonsín como "padre de la democracia", valoro el gesto, del recuerdo del discurso en la Convención Constituyente de 1994 que puede escucharse acá y de la renovada profesión de fe de presi salva-vidas en la ética alfonsiniana.

Volvé a Mansilla, melón. No te metás con gente con la que tenés que laburar. Te leen poquitos, pero siempre hay algún alcahuete... Sabés que no te va a pasar nada malo, pero te la van a facturar. Volvé a Mansilla, bebé...

Puede ser. Incluso que vuelva a Mansilla. 

Pero sabés querido diario, que creo como don Miguel de Unamuno que a veces callar, equivale a mentir.

domingo, 14 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 86.

Querido diario:

Cumplí con mi promesa de mi última entrada y te di paz a lo largo de toda la semana que pasó.

Como escribí entonces, querido diario, no tengo ya seis horas diarias para dedicarte (lectura, relectura, escritura y reescritura, aunque se note poco) que me demandaron el común de las macanas escritas acá de un tiempo a esta parte.

Desde finales de abril, para ser preciso. Durante todo mayo, para resumir.

Entonces la defensoría en la que trabajo no estaba de turno. Tampoco entonces debía someterme al flagelo de las clases vía "zoom" a las cuales me ha condenado este azote que como especie venimos sufriendo desde hace ya, demasiado tiempo.

Como sea, contra todo consejo razonable, avanzo.

Si tuviera que hacer un balance de esta casi centena de días de encierro, apuntaría en el haber mis lecturas. Leí como hacía años que no lo hacía. Y, lo mejor, leí (y escribí) sobre lo que quería leer y escribir. Para mí y para mis afectos que me leen.

Desde finales de abril que buceo (como puedo, con las herramientas que tengo a mano) en el sustrato de la sociabilidad porteña de los años '20, despiadadamente relatada por Roberto Arlt en su novela-monumento Los Siete Locos.

A partir de una pregunta esencial: ¿exageraba, como pareciera, Arlt al diseñar las miserias de sus personajes? 

Dado que, con alguna excepción muy aislada (la hermana menor de los Espila, tal vez) todos y todas son seres abyectos. Algunos, inclusive, gozosos de y en su abyección, como Erdosain.

Y, con la arbitrariedad que me caracteriza, me dediqué a escribir sobre el tiempo político de esa escritura, y sus antecedentes inmediatos y mediatos.

Fue así, como le presté atención a los ideólogos de la generación anterior al advenimiento de Yrigoyen a la Presidencia de la Nación, excluyentes todos en su relación con el otro, sea inmigrante o habitante de parajes poco explorados hasta 1879 y un poquito más.

Respecto de estos últimos, analicé con cierto detalle, el pensamiento de Estanislao Zeballos a través de sus escritos y el de algún prohombre que calmaba un apetito inconfesable con el bocato di Cardenale del botín de una expedición al Chaco: unas indiecitas de seis u ocho años. 

Un  panorama desolador, como me hicieron saber los pocos, pero entrañables y puntuales, seguidores de estas anotaciones.

Hasta que me topé con Lucio Victorio Mansilla.

Me había intrigado que mi admirado David Viñas le prestase tanta atención. De hecho, la última vez que (brevemente) interactué con él le consulté sobre su postergado ensayo: Mansilla, entre Rozas y París. Me intrigaba su interés en una personalidad que consideraba marginal: ese enfant terrible, que se jactaba del poderío de su riqueza amasada por sus antecesores y que él dilapidaba. 

Excepción hecha del relato Los siete platos de arroz con leche que leí por interés en el retrato que hizo de su tío materno, el Restaurador de las Leyes al final de su segundo mandato como gobernador, que por Mansilla mismo, no había leído nada de él íntegramente.

Lo consideraba un comodón, altivo y desdeñoso; un fresco, un banal.

Fresco y banal (y batata, ya que estamos) soy yo, querido diario: porque luego de la lectura detenida de Una excursión a los indios ranqueles Mansilla me deslumbró.

Ya sé querido, diario, ya sé: tarde amanecimos, pero más vale tarde que nunca.

Vamos metiéndonos entonces en el asunto. Una excursión a los indios ranqueles, me deslumbró, decía, porque , en mi mirada constituye el revés exacto y preciso, del ideario de tanto prócer excitado por el exterminio en cierne de esos años.

Si los exterminadores proponían excluir, Mansilla procuraba (a su modo, pero sin imposiciones drásticas) una confluencia.

Es un libro extraordinaria, maravillosamente escrito.

La pluma de Mansilla es extraordinaria no sólo por su estilo elegante y llano (atributo de quien sabía qué quería decir y cómo hacerlo), sino especialmente por el manejo de la ironía digno de Cervantes. Como pocas veces me sucede, querido diario, tuve que interrumpir varias veces la lectura, atacado por una carcajada.

Y a la vez que discurre en asuntos triviales que condimenta con anécdotas relatadas con tan exquisito humor, construye un ensayo único e imperecedero acerca del tiempo que le tocó vivir; de una experiencia irrepetible: la de su viaje al país de los ranqueles.

Porque como anticipé en la entrada anterior, Mansilla es enviado por el mismísimo presidente Sarmiento, a ultimar un tratado de paz con los ranqueles que el propio Mansilla había motorizado en su condición de responsable del Fuerte "Sarmiento", ubicado en la frontera del río Cuarto con los dominios ranqueles. El tratado en cuestión obligaba a los indígenas a reconocer la jurisdicción del Estado argentino sobre las planicies que se extendían entre ese río y el Quinto, como a su vez, a poner fin a los malones de esas tribus. A cambio, el gobierno argentino se comprometía al envío de animales en pie, yerba, tabaco, azúcar y otros enseres.

Ese acuerdo había sido iniciativa del coronel Mansilla que había ejecutado desatendiendo (cagándose) en la jerarquía dado que no había dado intervención o noticia a su superior inmediato (el general Arredondo) ni siquiera al ministro de Guerra, Martín de Gainza. 

Valiéndose de la relación que había entablado con el Presidente (a raíz de la ordalía que Mansilla había sufrido con su hijo adoptivo, cuando el desastre de Curupaytí en la Guerra del Paraguay) se dirigió directamente a Sarmiento, quien aprobó lo actuado, encomendándole que se entrevistase con los tres grandes caciques de la "gran familia ranquelina", Mariano Rosas (el principal), Baigorrita y Ramón.

Y allí fue Mansilla, con un reducido grupo de 18 hombres (entre ellos dos sacerdotes franciscanos), periplo que se extendió entre el 30 de marzo y el 17 de abril de 1870, dejando luego testimonio de su gestión mediante entregas cotidianas entre mayo y septiembre de ese año en el diario "La Tribuna" de Héctor Varela, a quien dedicaría el libro editado años más tarde. 

Escribí, querido diario, que la obra es ante todo, sin perjuicio de su ostensible riqueza como producción literaria, un documento histórico relevante, único en su especie en el tiempo de su producción.

Puesto que, si Zeballos dejó la memoria del exterminio (con la cual se solazó), desenterró cadáveres, profanó sus tumbas y acopió las osamentas de esos cadáveres; Mansilla trató a esos seres en vida e hizo la crónica de sus existencias, anhelos y pensamiento.

La edición que leí con tanto placer del libro que comento es reciente, editada por "Penguin Random House Editorial" en Buenos Aires en 2018, con una carilla de presentación a cargo de una tal Alejandra Laera y un prólogo de unas veinte páginas de Alan Pauls.

Si me hubiese gustado la deleznable película "La sociedad de los poetas muertos" dirigida por no-se-quién e interpretada por el siempre insufrible Robin Williams (que en paz descanse) y además, si tuviese cierta desconsideración hacia el libro como objeto, hubiera seguido el consejo del profesor de literatura que interpretó Williams (que en paz descanse) en esa película, tan o más deleznable y detestable que "Buenos días Vietnam" o "Patch Adams" también protagonizadas por el malogrado artesano de la sobreactuación, y arrancaría (con mi dentadura) el prólogo del padre de Rita Pauls.

Sin embargo, querido diario, siento apego por el libro como objeto, y el objeto-libro que tengo ante mis ojos mientras escribo en tus páginas, reproduce un texto que me ha dejado muy entusiasmado, por lo que no lo mutilaré, no obstante haría justicia con la ablación.

Tilingo siempre, empachado de tanta lectura mal digerida, el hermano de Gastón Pauls realiza una suerte de estudio preliminar que, palabra más, palabra menos, presenta a Mansilla como un integrante más de la elite de su tiempo que entendía en el imperativo de aniquilar a los indígenas para apropiarse de su tierra. 

El consuegro de Evangelina Salazar afirma, también, que Mansilla habría proclamado expresamente esa profesión de fe a lo largo de la obra, lo cual considera probado mediante sus alusiones constantes a la condición de "bárbaros" de los ranqueles,  quienes considera que deben ser inexorablemente exterminados.

Es evidente que el ex cuñado de Agustina Cherri no ha leído a Zeballos o entendió que no debía relacionarse un texto con el otro. Que daba igual ir, entrevistarlos en su territorio, dormir y comer en sus toldos, apadrinar a sus hijos, conferenciar largamente, someterse al escrutinio (y al escarnio) de una junta que se extendió por la friolera de once horas, intercambiar obsequios (que Mansilla atesoraría) y dejar por escrito su pensamiento profundo, que ir de cacería a por ellos, para luego profanar sus tumbas.

Una enormidad digna de gente intoxicada, insisto, por tantas lecturas mal leídas y peor digeridas.

Hay momentos (muchísimos) notables del texto, quien quiera consultarlo puede hacerlo acá.

Voy a destacar mal que te pese, querido diario, algunos párrafos notables.

A despecho de Pauls, digamos que Mansilla tenía una auto-percepción en tanto hombre civilizado de una complejidad antagónica a la de sus conmilitones, que refuerza en el espacio territorial dominado por la barbarie: "La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas. En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos, muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas, con muchas piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto de muchas personas como presidente, ministros, congresales, y que se gobierne lo menos posible"

El texto, no puedo dejar de relacionarlo con un diálogo maravilloso que, en privado, el cacique Mariano Rosas y el coronel Mansilla mantuvieron en privado al concertar los detalles del acuerdo que habrían de celebrar.

Explica Mansilla que: "como yo era en aquellos momentos un embajador, y como siendo uno embajador debe tomar las cosas a lo serio, después de algunas palabras encomiando su conducta [la del cacique] entré a explicar, que el tratado de paz debía ser sometido a la aprobación el Congreso, no podía ser puesto en ejercicio inmediatamente. Me valí para que el indio comprendiera lo que es Poder Ejecutivo, Parlamento, Presupuesto y otras yerbas, de figuras retórica campesina. Y sea que estuve inspirado, cosa que no me suele suceder el hecho es que Mariano Rosas se edificó. Me convencieron de ello sus bostezos. Podía quedarse dormido si continuaba haciendo gala de mis talentos oratorios, de mis conocimientos en la ciencia del derecho constitucional, de las seducciones que el hombre civilizado cree siempre tener para el bárbaro. Me resolví, pues, a hacerle esta interpelación: ¿Y qué le parece hermano, lo que he dicho? ¡Qué me ha de parecer!, que estando firmando el tratado por el Presidente, que es el que manda, no nos costará mucho hacerles entender a los otros indios eso que usted me está explicando. Haremos una junta grande y en ella entre usted y yo diremos lo que hay. Mientras tanto, hermano [repuso Mansilla], cuente conmigo para ayudarlo en todo. Yo cuento con usted [dijo el cacique], porque veo que si no quisiera a los indios no habría venido a esta tierra".

Y más adelante entablaron ambos un diálogo imperdible:

- "Y dígame hermano -me preguntó-; ¿cómo se llama el Presidente
- Domingo F. Sarmiento.
- ¿Y es amigo suyo?
- Muy amigo.
- Y si dejan de ser amigos, ¿cómo andarán las paces con nosotros que ha hecho usted?
- Pero, bien, no más hermano, porque yo no puedo pelearme con el Presidente, aunque me castigue. Yo no soy más que un triste coronel y mi obligación es obedecer. El Presidente tiene mucho poder, él manda todo el ejército. Además, si yo me voy, vendrá otro jefe, y ese jefe tendrá que hacer lo que le mande el general Arredondo, que es de quien dependo yo.
- ¿Y Arredondo es amigo del Presidente?
- Muy amigo.
- ¿Más amigo que usted?
- Eso no le puedo decir, hermano, porque, como usted sabe, la amistad no se mide, se prueba.
- Y dígame hermano, ¿cómo se llama la Constitución?
Aquí se me quemaron los libros. Y sin embargo, si el Presidente podía llamarse D. F. Sarmiento, ¿por qué, para aquél bárbaro, la Constitución, no se habría de llamar de algún modo también?
- La Constitución hermano... La Constitución... se llama así no más pues, Constitución.
- Entonces, ¿no tiene nombre? 
- Ese es el nombre.
- ¿Entonces no tiene más que un nombre, y el Presidente tiene dos?
- Sí.
- ¿Y es buena o es mala la Constitución?
- Hermano, los unos dicen que sí, y los otros dicen que no.
- ¿Y usted es amigo de la Constitución?
- Muy amigo, por supuesto.
- ¿Y Arredondo?
- También.
- ¿Y cuál de los dos es más amigo de la Constitución?
- Los dos somos muy amigos de ella.
- Y el Congreso, ¿cómo se llama?
- El Congreso.. se llama Congreso.
- ¿Entonces no tiene más que un solo nombre, lo mismo que la otra?
- Uno solo, sí.
- ¿Y es bueno o es malo el Congreso?
Confieso que la pregunta me dejó perplejo. Pero había que contestar. Hice mis cálculos para responder en conciencia, y cuando iba a hacerlo, dos perros que andaban por allí se echaron sobre un hueso y armaron un zinguizarra infernal interrumpiendo el diálogo. Aproveché la coyuntura para retirarme. Entré en mi rancho, me senté en la cama, apoyé los codos en los muslos, la cara en las manos, y me quedé por largo rato sumido en profunda meditación. 
- He perdido el tiempo -me decía-, con los ecos del espíritu, No es tan fácil explicar lo que es una Constitución, lo que es un Congreso [...] Los símbolos impresionan más la imaginación de las multitudes que las alegorías".

Notable ese ejercicio sociológico, antropológico que ensayó, con la paciencia de un mártir Mansilla, con el correspondiente esfuerzo de su interlocutor para comprenderlo.

Otros dos momentos destacables son aquellos en los cuales ambos hermanos hablan con total franqueza, en especial el cacique, quien le hace saber que tenía en claro que codiciaban esas tierras para trabajarlas y que serían desalojados de ella por la fuerza, le pide sinceridad a Mansilla quien le dijo: "algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes merecen nuestra protección, que no hay inconveniente en que sigan viviendo donde viven, si cumplen sus compromisos. El indio suspiró como diciendo: 'Ojalá fuera así' y me dijo: 
-Hermano, en usted yo tengo confianza, ya se lo he dicho, arregle las cosas como quiera".

Reflexión complementada con destacable honestidad intelectual por el coronel del ejército: "nuestra civilización no tiene el derecho de ser tan rígida y severa con los salvajes, puesto que no una vez sino varias, hoy los unos, mañana los otros, todos alternativamente hemos armado su brazo para que nos ayudaran a exterminarnos en reyertas fratricidas, como sucedió en Monte Caseros, Cepeda y Pavón, con estos antecedentes, decía, se comprenden y explican fácilmente las precauciones y temores de Mariano Rosas".

Otro momento, es aquel ocurrido en el toldo del cacique, una de las tantas veladas en las que se lo invitó a cenar, cuando hizo su entrada un subordinado de Mansilla mal trazado, a quien puso en su lugar, marcialmente. El anfitrión le observó que hiciera eso, que era impropio del lugar porque "aquí somos todos iguales".

Y en cuanto a las reglas para el acceso a su toldo le aseguró que: "puede entrar a la hora que guste, con confianza, de día o de noche es lo mismo. Está en su casa. Los indios somos gente franca y sencilla, no hacemos ceremonia con los amigos, damos lo que tenemos, y cuando no tenemos pedimos. No sabemos trabajar, porque no nos han enseñado. Si fuéramos como los cristianos, seríamos ricos; pero no somos como ellos y somos pobres. Ya ve cómo vivimos".

A partir de entonces, todo sería cuesta abajo para el coronel de la civilización argentina: sufrirá un trato desdeñoso y ambiguo de su hermano Mariano (que Mansilla justificará como una contradanza propia del juego de la diplomacia), irá siendo despojado de casi todos sus bienes con más o menos elegancia será humillado por el cacique Baigorrita en su toldo, quien se había empecinado en trenzarle la barba a la altura de la pera, lo que consiguió, será despedido de Leubucó, asiento del trono de Mariano, con cajas destempladas.

Se despiden con un dialogo áspero. El cacique se negaba a entregarle al doctor Macías, un médico que llevaba muchos años cautivo en sus dominios con quien Mansilla había compartido sus estudios en el liceo. Accedería, de mala gana, ante la advertencia del coronel de que sería visto como un gesto hostil de su parte de cara a la aprobación del tratado que pondría en consideración del Congreso, de acuerdo con la infernal ingeniería institucional que, con tanto esfuerzo, había procurado explicarle.

Al tiempo que le dio esa ofrenda de despedida le dijo, premonitoriamente: "Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto, y si mañana pueden matarnos a todos nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni a trabajar, no nos han hecho conocer a su Dios. Y entonces, hermano. ¿qué servicios les debemos? Yo habría deseado que Sócrates hubiese estado dentro de mí en aquel momento, a ver qué contestaba con toda su sabiduría. Por mi parte hice acto de conciencia y callé".

En el epílogo de su trabajo, luego de anotar que no se cansaría de repetir que: "no hay mal peor que la civilización sin clemencia", abunda en su propuesta, sostenida en criterios raciales, propios de la época, sobre los cuales me detendré en mi próxima visita a tus páginas querido diario, porque la entrada se ha vuelto demasiado larga: "la conquista pacífica de los ranqueles, cuya fisonomía física y moral conocemos ya, para absorberlos y refundirlos, por decirlo así, en el molde criollo, ¿sería un bien o un mal? En el día parece ser un punto fuera de disputa, que la fusión de las razas mejora las condiciones de la humanidad [...] Cuando nuestros padres españoles llegaron a América ¿qué mujeres traían? ¿El Gobierno de la Metrópoli hizo con sus colonias lo que los Gobiernos de Francia e Inglaterra hicieron con las suyas? ¿Mandó a ellas cargamentos de prostitutas? ¿No tuvieron los conquistadores que casarse con mujeres indígenas, entroncando recién entre sí, pasada la primera generación? Y entonces, si es así, ¿todos los Americanos tenemos sangre de indio en las venas, por qué ese grito constante de exterminio contra los bárbaros? Los hechos que se han observado sobre la constitución física y las facultades intelectuales y morales de ciertas razas, son demasiado aisladas para saber de ellas consecuencias generales, cuando se trata de condenar poblaciones enteras a la muerte o la barbarie. ¿Quién puede decir cuál es el punto donde se ha de detener una raza por efecto de su propia naturaleza".

Y concluye: "las calamidades que afligen a la humanidad, nacen de los odios de razas, de las preocupaciones inveteradas, de la falta de benevolencia y de amor. Por eso el medio más eficaz de extinguir la antipatía que suele observarse entre ciertas razas y en los países donde los privilegios han creado dos clases sociales, una de opresores y otra de oprimidos es, la justicia".
  

¡Bravo, Lucio Victorio!

Continuaremos, querido diario.


sábado, 6 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 78

Querido diario.

Ensimismado siempre en lo banal, estuve un tiempo largo meditando si debía continuar con la numeración de cada día. 

En el caso de que continuase con la numeración, si debía ser consecutiva o, en cambio, si debiera reflejar (como venía haciéndolo) el día correspondiente a la cuarentena inmediatamente anterior y otras cuestiones que me sumieron en un estado de incomprensible (e inconcebible) duda.

Tiempos difíciles, querido diario.

Quisiera volver en el tiempo (ya sé, ya lo escribí) al año pasado, aunque sea, para caminar por Buenos Aires horas y horas, hasta que me sangrasen los pies. 

También retrocederia al  inicio de mi escritura. Para burlarme del imbécil que se quejaba de las medidas adoptadas por quienes vienen decidiéndolas a partir de unas pocas  certezas. 
Que escribía que "la vida es algo más que respirar"

Y, claro que sí, infeliz. Pero si no respirás no hay vida, le diría.

Es  evidente que uno puede ser más estúpido de lo que es al natural cuando la soledad no se interrumpe por momentos de sociabilidad, aunque breves, indispensables.


La foto, se atribuye al cacique ranquel Paghitruz-Guor, también llamado "Mariano Rosas", nombre adoptado por el indígena al ser bautizado en 1835 por orden del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, mientras el ranquel se encontraba detenido en Santos Lugares desde el año anterior, detenido por las fuerzas lideradas por el Restaurador en oportunidad de la expedición del Desierto comandada que había comandado.

Paghitruz-Guor, descendiente de la dinastía de los zorros de la cultura ranquel, nombre que de acuerdo con el antropólogo Carlos Martínez Sorasola en su imperecedero Nuestros paisanos los indios, Editorial del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2013 significaba en su lengua "zorro cazador de leones".

Nieto de Yanquetruz, hijo de Painé-Guor ("zorro celeste")...

¡La putísima madre, Garcete! Te vas a meter con los ranqueles también... Araucanos-mapuches, tehuelches, pilagas y también, ranqueles. Si te veo venir: de Mansilla no zafamos...

Tenés razón, querido diario. De Mansilla no vamos a zafar.

Este tormento es interminable, Garcete.

Como la cuarentena, querido diario.

A fin de evitar nuevas quejas y comentarios, me limito en esta entrada a presentar a los personajes de la historia que se viene, la del cacique Paghitruz-Guor.

Vinculado con Juan Manuel de Rosas, como lo estaba también Lucio Victorio Mansilla, designado por Domingo Sarmiento, comandante de las fronteras del Sur de Córdoba, visitó al cacique ranquel en sus dominios. 

Digamos que el lazo que a Mansilla lo unía con Rosas era su condición de hijo de su hermana menor, Agustina Ortiz de Rozas casada con el general Lucio Norberto Mansilla, héroe de la Batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845. En homenaje a una de las derrotas más honorables y dignas de la historia militar universal, en nuestro país se conmemora esa fecha como la de la "Soberanía Nacional".

Para el tiempo durante el cual se arriesgó a excursionar en las tierras dominadas por Paghitruz-Guor, Mansilla llevaba vivida una vida muy intensa, pese a su relativa juventud.


Veterano de la guerra del Paraguay, se había batido en las batallas de Humaitá, Estero Bellaco y había estado al mando de una de las divisiones que la estulticia militar de Bartolomé Mitre mandó al matadero en ocasión del desastre de Curupaytí (evento en el cual, entre miles de oficiales argentinos, perdió la vida Domingo Fidel Sarmiento, hijo adoptivo del presidente que lo designaría al mando de la comandancia de fronteras) había recorrido buena parte del Globo: de Calcuta a París, pasando por Suez y Londres.

Un hombre de mundo, tan distinto al grueso de sus congéneres.

Había sido designado en 1860, secretario de la Convención "ad hoc", reunida en septiembre de 1860, para analizar las reformas sugeridas, por la Convención de la provincia de Buenos Aires que había examinado el texto constitucional aprobado el 1° de mayo de 1853 por representantes de las provincias de la Confederación, con excepción de la de Buenos Aires, cuya secesión se había resuelto a partir del pronunciamiento del 11 de septiembre de 1852, en rechazo al "Acuerdo de San Nicolás", firmado el 31 de mayo de ese año por los representantes de las provincias confederadas.

No obstante Buenos Aires había sido derrotada por las fuerzas de la Confederación en la batalla de Cepeda del 23 de octubre de 1859, impondría su voluntad sobre los vencedores al forzar la aceptación de esas sugerencias. Otra batalla posterior, la de Pavón de 1861, zanjaría definitivamente las diferencias y el país marcharía en la dirección decidida por la elite porteña.

Volvamos a 1860, cuando se reunían en Santa Fe los convencionales que debían debatir sobre las reformas propuestas por Buenos Aires, en cumplimiento del compromiso asumido en San José de Flores, el 11 de noviembre anterior.

Nuestro conocido Vicente Cutulo, realiza la semblanza de uno de los convencionales de ese cuerpo, el dirigente santafesino Nicasio Oroño quien con Marcelino Feryre; "resultó elegido como miembro de la Convención Constituyente de ese año para la reforma de la Constitución Nacional, interviniendo activamente en los debates".

Desconozco la fuente del discípulo de Ricardo Levene para sostener esa afirmación, claro queda que no es el diario de sesiones oficial, reeditado por Emilio Ravignani en 1938, del cual no se desprende intervención de Oroño de ninguna especie. Tampoco habría tenido oportunidad de destacarse demasiado, dado que las reformas impulsadas por  la provincia de Buenos Aires fueron aprobadas por aclamación por el cuerpo, cuyos integrantes se limitaron a debatir sobre la legitimidad de los títulos de los representantes elegidos por las provincias intervinientes.

Sí nos consta, merced a la extensa glosa realizada por Cutulo, los desvelos de Oroño por la imposición de las ideas del liberalismo clásico, de su relación con José María Paz, cuando niño; de su participación en la batalla de Caseros de su sucesiva adhesión a Urquiza o a Mitre, según estuvieran o no en ascenso Urquiza y Mitre; que contribuyó a la formación de la Villa del Rosario de la cual fue su primer jefe político, que bregó porque fuese capital de la República, antes de la federalización de Buenos Aires, que fue diputado, que fue senador; que bregó por la ley de matrimonio civil.

Tanto esfuerzo por la Patria, tanto desconocimiento por parte de quienes llegamos al mundo tantos años después de su fallecimiento que movieron al profesor Miguel Ángel de Marco (a quien iremos recordando en futuras entradas, querido diario) a protestar por ese destrato, dado que en su parecer, "merecía el homenaje que la posteridad sigue negándole".

No se aflija, profesor De Marco. En este humilde bazar se lo vamos a homenajear bien homenajeado a su Nicasio Oroño. 

Entre tanta obra en pro de la Patria Cutolo dejó constancia que Oroño, "expedicionó contra los indios del Chaco", sin dar más precisiones.

Pero nunca falta un comedido, con ánimo de revolver mierda vieja, querido diario.

Marcelo Valko, otra vez, quien en su trabajo tan visitado, reseñó una carta que Nicasio Oroño le enviara al general Manuel Obligado en 1879.

Comandante como Mansilla, con quien peleó en las mismas batallas, con la misma suerte del sobrino de Rosas de eludir la muerte segura en Curupaytí, al que lo había condenado la estrategia del Aníbal de Buenos Aires, jefe de la frontera norte de Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero quien, una vez más de acuerdo con el resumen biográfico del profesor Cutolo: "tuvo activa participación en la colonización del Chaco; actuó en al Comisión Exploradora del año 1875, siendo con el ingeniero Arturo Seelstrang, quienes bautizaron a la ciudad con el nombre de Resistencia (2 de febrero de 1878). Sostuvo numerosos encuentros con los indios y colaboró en la formación de numerosas colonias y pueblos". Primer gobernador militar del territorio nacional del Chaco retuvo el comando de fronteras "que desempeñó durante cinco lustros".

Fundador de colonias y de pueblos, renunció a la gobernación militar al ser sancionada una ley en 1886: "que respondió a planes políticos e intereses de otras provincias que frustraron los proyectos del bravo militar y colonizador [...]. Se alejó con profunda amargura, dolorido por la incomprensión y la injusticia, con la salud quebrantada por tantos esfuerzos y sacrificios".

Luego de un "viaje a Europa por razones de enfermedad", sería ascendido a general. Fallecerá en Santa Fe (provincia con la que parece se habría reconciliado) en 1896.

Un bravo militar, enemigo de la injusticia y la incomprensión. Y amigo de sus amigos.

En la carta de 1879 publicada por Obligado en La conquista del Chaco Austral, de 1925, reseñada por Valko: "Nicasio Oroño, en teoría un progresista, le colista en 1879 a su amigo Manuel Obligado, jefe de la frontera norte de la provincia de Santa Fe, que el mande algunas niñas para su servicio: 'Como veo que ha hecho una buena cosecha de indígenas espero que no olvidará mandarme con Cornelio en alguno de los vapores un par de chinitas de seis u ocho años. El transporte lo pagaré yo aquí" (Valko, cit., p. 119).

¿Para qué quería un par de chinitas de seis u ocho años, el senador Oroño? Valko ensaya dos alternativas relacionadas ambas con la trata sexual: para saciar una perversión del señor senador por Santa Fe o para solaz de indios amigos al servicio de aquél.

Como sea, repugna y mucho, Oroño, su pedido, Obligado y su cosecha.

Incluso, de la carta pareciera desprenderse que no es la primera vez que el señor jefe de Fronteras le manda chinitas al discípulo de José María Paz. Y ya que estamos, querido diario, repugna especialmente, la referencia al pago del transporte.

Nada nuevo (aunque mucho peor, claro) bajo el sol de este relato de ruindades. 

Aunque estoy seguro que la evocación que sigue, la de Mansilla, nos reconciliará (y bastante) con nosotros mismos.  

jueves, 4 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 76.

Querido diario.

Son más de 76 las entradas que diariamente he dejado caer en tus páginas desde el lejanísimo 20 de marzo pasado. 

Fecha de inicio de una cuarentena que, a juzgar por las declaraciones realizadas ayer por presi salva-vidas se extenderá por unas cuantas semanas (meses) más.

He escrito tupido contra esa medida, he maltratado a quien hoy  (junto a presi salva-vidas) es el núcleo, el eje, el principal receptáculo del odio de quienes piensan (eso creo yo) demasiado distinto a mí.

Intelectuales y pensadores de la talla de Marcelo Mazzarello y María José Demare.

Aunque me haya sorprendido para bien saber que María José Demare participa todavía de esta dimensión, el mensaje del texto firmado con otra gente tan o más pensante que ella, me dio asco.

No me gusta compartir nada con elles. Tampoco con Brandoni, Casero, Kovladoff, Aguinis y una mujer de ciencia de apellido Pitti o algo así. Menos, todavía, me place hacerlo con Rosa (Graciela) Castagnola (de Fernández Meijide) quien no se ha enterado que desde diciembre de 2001 no es nada más que un horrible recuerdo para la mayoría de quienes habitamos este desgraciado país.

Tampoco con quien dirige el posgrado de especialización en Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, un abogado de apellido Sabsay. 

En especial, porque ese texto canalla banaliza la proclama de Lugones en Lima, que repasé en tus páginas querido diario. No puede ser banalizada esa frase. No puede bajo ningún concepto compararse a presi salva-vidas con Uriburu. 

Es una comparación miserable y abyecta.

Miserabilidad y abyección que se elevan al infinito cuando esa comparación banal es realizada por la madre de un adolescente que fue secuestrado, sacado de su casa en pijamas en 1976, de quien desde entonces ni ella ni nadie supo nada más. O en un tipo que se recibió de abogado y dirige una carrera de especialización en Derecho Constitucional en una Facultad de Derecho que se precia entre las más destacadas de la región. 

Generan repugnancia esos seres repugnantes. Y no quiero coincidir nunca con elles, querido diario, aunque el encierro no me siente nada bien.

Y como han firmado un texto parecido a lo que escribía hace más de un mes, por aquello de mi fastidio a una coincidencia con tales seres, me abstengo de opinar sobre la cuarentena. Parafraseo a quien dijo que la cuarentena es algo así como la quimioterapia: sus efectos son devastadores para el organismo, pero el tratamiento se supone que es necesario para la supervivencia.

Por eso, avanzo en la senda que vengo recorriendo, anticipándote una buena noticia para vos, que había sugerido ya: a partir de hoy dejo de escribir todos los días.

No me da el cuero (esto viene para largo, pronostico sin mucho riesgo a desacertar) y al tele-trabajo se sumaron mis clases virtuales, todo un desafío para quien detesta esa clase de dispositivos.

Mucho tiempo le dediqué a la escritura de estas entradas desparejas durante estos interminables 76 días, querido diario.

Cinco, seis horas al día. Un ritmo insostenible.

Recapitulo.

Con motivo del estreno de una película realizada sobre una novela notable de Roberto Arlt: Los Siete Locos  y su secuela, titulada Los Lanzallamas, me dediqué a repasar las aristas salientes de esa obra mayor de la literatura argentina, explorando la temática, a partir de sus personajes y sus comportamientos, de sus proyectos, ambiciones, fantasías e ideas.

A todos y a cada uno los movilizaba un afán destructor: que todo volase por los aires. Nadie, ninguno de ellos, abrigaba un sentimiento siquiera piadoso hacia el género humano. 

Buenos Aires atravesaba la placidez descrita por Félix Luna en uno de sus últimos y menos recordables trabajos: 1925. Historias de un año sin Historias. Nada sugería, a la mirada de tantos entonces, a la de Luna ochenta años después, que el país de las carnes y de las mieses habría de sufrir las tragedias que, como capas geológicas, irían superponiéndose durante un interminable medio siglo.

O que el credo en el eterno progreso, al que se había consagrado toda la dirigencia, estuviese engendrando algo distinto que esa Argentina (en apariencia) plácida e incluso, desde 1916, democrática.

El país que había elegido presidente a Marcelo de Alvear; que reelegía a Hipólito Yrigoyen, que volvía a la Presidencia rodeado de más voluntades que doce años antes, con el auspicio de yapa de intelectuales como Macedonio Fernández y su discípulo, el joven Jorge Luis Borges.

Pocos, entre ellos Arlt, anticipaba lo que vendría. La negrura sin atenuantes de su escritura denunciaba que ese cuerpo estaba demasiado larvado. Larvas que bullían por debajo (y no tanto) de la superficie de la República gozosa de los años '20. 

Y en ese afán, empecé a escarbar sobre lo conocido. En las voces disconformes y en cómo fueron tratados esos disconformes en aquel tiempo.

Reseña que me llevó más atrás aún. Y me dediqué a repasar el trato dispensado a aquellos disidentes.

Y, además, qué ideas sostenían quienes venían gobernando esa República gozosa, plácida, constitucional, democrática entre 1852 y 1916: qué pensaban sobre el país y, en especial, sobre los seres humanos que habitaban ese país. 

En particular, qué trato habían deparado a los distintos, a los disconformes, a los disidentes.

Cierro la entrada, pero dejo un anticipo, querido diario, de la una nueva personalidad que voy a evocar en tus páginas el próximo sábado. 

Poco conocida en Buenos Aires, pero célebre en Santa Fe, en especial en Rosario de cuya ciudad fue el primer "jefe político", es considerado uno de los patriarcas del liberalismo argentino: Nicasio Oroño.

Che, Garcete, para que todo esto sea más espantoso todavía, ¿por qué no te despedís hasta el sábado (ahora que lo pienso el respiro no es tan largo) con una foto tuya?

¿Para qué, querido diario?

Para dejar testimonio de los estragos de la cuarentena, bebé. Atormentanos un poquito más...

Vuelvo a hacerte caso, querido diario. 

Es un modo de perseverar en mi estilo, finalizar por el inicio. 

Quizás, tenés razón. 

Que una imagen valga más que mil palabras y mi opinión sobre este encierro, que ya sabemos que se extenderá al aniversario por los doscientos años de la muerte de Manuel Belgrano, puede resumirse en el aspecto que vengo arrastrando.


 

miércoles, 3 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 75.

En el trabajo que repasaba días atrás de mi estimado profesor Levaggi, querido diario, leemos que los alcances del decreto que el presidente Avellaneda del 22 de agosto de 1879, se extendían, por decreto del 3 de mayo de 1899 a los territorios nacionales, organizados por ley 1.532.

¡Ay! ¡Esto no termina más! Y yo que sospechaba que con la tira de Quinterno volvíamos al siglo veinte...

No te apresures ni te aflijas, querido diario, todo a su tiempo. En su medida y armoniosamente.

Escribía, que un decreto de 1899 reglamentaba la distribución de familias indias in situ, en los ámbitos recientemente incorporados a la jurisdicción del Estado argentino. Los muchachos que se habían reunido en Santa Fe en 1853 (y aprobado la Constitución Nacional) habían previsto el avance del Estado que nacía sobre las inmensidades que, hacia los cuatro puntos cardinales, se encontraban al margen.

El artículo 67, preveía entre las atribuciones del Congreso Federal, la determinación "por una legislación especial la organización, administración y gobierno que deben tener los territorios nacionales que queden fuera de los límites que se asignen a las provincias".

Ergo, los territorios nacionales (hoy no queda ninguno, Tierra del Fuego fue el último en alcanzar e estatus provincial en 1991) eran los espacios territoriales establecidos por ley de Congreso, previéndose según la letra de la ley 1.532 la constitución en la ciudad capital de cada territorio de un juez letrado, designado por el Poder Ejecutivo, con acuerdo del Senado.

Volvamos al artículo de Levaggi. Miguel Ángel Garmendia, juez letrado de Formosa, entonces territorio nacional solicitó el dictado del decreto de 1899 firmado por Julio Roca, al inicio de su segunda Presidencia en función de la campaña militar de ocupación del Chaco, en pleno proceso.

Garmendia, calificado por el profesor Levaggi como "probablemente, el jurista que en esa época tenía mayor conocimiento del problema indígena", se dirige a las autoridades nacionales poniendo en conocimiento que el decreto solicitado no había producido: "todos los beneficios esperados [en tanto] venía a reparar en parte los resultados desastrosos del abandono en que durante tanto tiempo se había dejado a los indígenas; respondía a necesidades imperiosas y urgentes, pues los últimos representantes de nuestras razas aborígenes, aniquilados y en las más tristes condiciones, estaban amenazados por una campaña de ocupación total del Chaco, ruidosamente anunciada, y en la cual, si no se tomaban las medidas previsoras, iban a repetirse los odiosos procedimientos tradicionalmente seguidos".

Bueno, querido diario, es saber que alguien consagrado al estudio del derecho reaccionaba condignamente en ese tiempo ante tanto abuso.

Abunda Levaggi al destacar que el asunto que había motivado la intervención del juez letrado: "tuvo gran repercusión pública", con participación del defensor de pobres, menores e incapaces de Formosa: "el famoso empresario teatral José Podestá contrató en es territorio a un grupo de catorce mujeres pilagas, casi todas menores de edad, con el propósito de exhibirlas, dentro de su espectáculo, en la Feria Internacional que se iba a celebrar en París al año siguiente, en coincidencia con el nuevo siglo. En nombre de los indios, en virtud de las atribuciones que les confería el decreto, el defensor celebró el contrato de locación de servicios. Aquéllos fueron llevados a Buenos Aires para su embarque con destino a Europa".

José Podestá, integrante de una familia de artistas gestores del género conocido como "circo criollo", cuya popularidad, al tiempo de la airada denuncia del juez Garmendia, atravesaba su hora de gloria.

Recapitulemos. El juez Garmendia denuncia que, en uso de la normativa que él instó para resguardo de los indios en los territorios nacionales (Formosa, entre ellos) con intervención del Defensor de Pobres, Menores e Incapaces y bajo la forma de locación de servicios de catorce mujeres de la etnia pilagá, para su exhibición en la Feria Internacional de París a celebrarse en el año 1900.

No pudo habérsele dado a una modalidad de contratación prevista por el Derecho Civil (la locación de servicios) una finalidad más artera en la medida que, independientemente de la intervención igualmente artera del funcionario que debía resguardar los intereses de esas mujeres, ante su ostensible desamparo.

Antes de continuar, conviene, tal vez, preguntarnos para qué querría Podestá contratar a esas 14 mujeres de la etnia pilagá. ¿Intervendrían como "actrices de conjunto" en alguna obra que se representaría al efecto en París? Para ello, ¿preveía el autor de Pepino el 88, algún entrenamiento de alguna naturaleza para que aprendan a desenvolverse en el escenario? y también, porqué no, si tendrían parlamentos los personajes jugados por esas mujeres y en su caso, en qué lengua la representarían.

Creo, querido diario, que la intervención que se esperaba de ellas, era otro.

En el trabajo de Morelo que repasamos en otras entradas, entre otras fotos, nos encontramos con la que acabo de compartir, publicada bajo el epígrafe: "Tehuelches en el show humanos del zoológico de Hamburgo, 1879. El portriat cabinet realizado en mayo de 1879 revela el nombre del fotógrafo Jakob Martin Jacobsen y la dirección del estudio fotográfico en Hamburgo y St. Pauli, Se advierten en el retrato la mirada perdida de los fotografiados y el contraste entre el telón de las palmeras tropicales y las mantas de guanacos patagónicos".

A los indios, en Europa (y no sólo, como ya veremos querido diario), se los hacía posar en los zoológicos, para atracción de los visitantes. 

Sigamos con el artículo del profesor Levaggi. 

Pasaron cosas, diría un idiota peligroso, entre 1879 y 1899, porque la noticia de la contratación de las mujeres pilagás generó estupor en la opinión pública. Al menos, entre los redactores del diario "La Nación".

Sin medias tintas, una nota de la edición del 30 de agosto de 1899 se titula: "Venta de indios. Hecho incalificable", polvareda que subió tanto que llegó a oídos del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Osvaldo Magnasco quien tomó intervención, ordenando: "en consecuencia que las aborígenes fuesen alojadas en un establecimiento de su dependencia (lo fue al Asilo del Buen Pastor) a fin de averiguar si la participación del defensor se había ajustado a los preceptos de la Constitución y de los decretos respectivos. Privado de ellas, Podestá, promovió un recurso de hábeas corpus ante la Justicia Federal".

Se impone un alto. Las catorce mujeres vendidas (como atinadamente se publicitó en la tribuna de Bartolomé Mitre) a un empresario teatral fueron privadas de su libertad hasta tanto el ministro de Justicia de Roca evaluase si el procedimiento de venta-contratación de esas personas conciliaba con las paparruchadas escritas en la Constitución Nacional. Ante esa medida, quien las había comprado, se dirigió a un juez, mediante una acción de hábeas corpus para lograr la libertad de aquéllas.

Esto es, para que se autorizase que salieran del ámbito de detención estatal, para volver al yugo de quien las había contratado.

Alucinante.

Sigamos, querido diario.

Agustín Urdinarrain, juez federal de la capital hizo lugar a la acción impulsada por Podestá: "por considerar que la intervención del Gobierno Nacional constituía una restricción a la libertad personal de las indias. A su juicio, el contrato celebrado por el defensor había sido 'de hecho ratificado por los indígenas cuyos servicios comprometía, al darle un principios de ejecución trasladándose a esta capital, importando esta traslación una espontánea manifestación de voluntad". Luego de anotas que las mujeres no se encontraban: "comprendidas en ninguno de los dos casos de incapacidad absoluta o relativa creados por la legislación civil", encontrándose en cambio, amparadas por el artículo 14 de la Constitución Nacional en su derecho a trabajar, transitar y salir del país.  

Alucinante (bis).

El profesor Levaggi anotó, a tono con las preguntas que yo mismo me hacía al leer su reseña de la resolución respecto de la condición de las mujeres que "no se preguntó el juez si habían tenido otra alternativa. y si eran conscientes del acto que realizaban", como también que si bien los artículos 54 y 55 del  Código Civil no contemplaban a la "rusticidad o ignorancia" como causales de incapacidad, sí preveía un amparo especial a las personas menores de edad. Me permito agregar que, como hemos repasado ya, la intervención de un defensor de Incapaces prevista por los decretos presidenciales que repasamos, también dan cuenta de la necesidad de depararles un tratamiento especial a las personas en esa condición, por razones evidentes relacionadas con la barrera cultural fácilmente verificable.

Recurrió la decisión el fiscal Sabiniano Kier quien indignado, se pregunta: "¿quién podría suponer ni admitir, que esa restricción [se discutía, recuerdo, el alojamiento de las 14 mujeres en una cárcel, llamada Asilo del Buen Pastor] se ha producido deliberadamente en perjuicio de los pobres indígenas menores e incapaces, cuya situación afecta la compasión unánime del pueblo y del gobierno, y en cuyo favor se han dictado medidas de protección para su alojamiento y subsistencia por carecer ellos personalmente de todo recurso propio, hasta de la conciencia de sus derechos y del idioma indispensable para aprenderlos y hacerlos valer? Un eco de alarma ha resonado con justicia en todos los ámbitos de la República y los poderes públicos han debido investigar si aquellos míseros menores incapaces e inconscientes podrían ser extraídos del país sin su consentimiento ni conocimiento, como un producto natural de cualquiera de las selvas argentinas [máxime] tratándose de menores o incapaces por su falta de inteligencia y medios de comprensión y de expresión de la voluntad, no ha debido prescindirse de los medios supletorios que establecen las leyes para la representación legal en los actos y contratos que puedan afectar su persona y bienes. Y eso es lo que ha significado el Poder Ejecutivo al dictar la disposición informada. No hay prisión ni arresto. Sólo se requiere una revisión judicial del contrato celebrado indebidamente por un defensor de menores para que se declare si es válido y jurídicamente autoritativo ese contrato celebrado sin intervención de padres o tutores para llevar del país y sacar de la jurisdicción de sus autoridades a seres manifiestamente incapaces".

Levaggi considera "muy loables" las "intenciones del procurador", aunque "no dejaron de chocar -empero- contra un sistema jurídico legalista, entre cuyas normas no había ninguna que considerara la ignorancia como causal de incapacidad".

En este punto discrepo con mi bien recordado profesor, en la medida que advierto que él también se pierde en su propio laberinto. No era necesaria norma alguna que declarase la incapacidad legal de esas personas para no fuesen vendidas como ganado en pie a un inescrupuloso que pretendía exhibirlas en un zoológico parisino 

Bastaba con declarar judicialmente lo obvio: la intervención del defensor era abiertamente ineficaz no sólo por la lenidad con la que había obrado (ora por ignorancia, seguramente por codicia, dado que habría hecho valer en contante y sonante su intervención) por fuera de los límites impuestos por la normativa que exigía su intervención. Por las razones que fueren, no había actuado en resguardo de los derechos de las personas que debía representar.

Y si de normas se trata, le hubiera bastado al Fiscal la invocación del artículo 15 de la Constitución vigente de 1853 que establecía que: "En la Nación Argentina no hay esclavos, los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución [...] Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán responsables los que lo celebrasen y el escribano o funcionario que lo autorice. Y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República".

Revisó la sentencia la Corte Suprema de Justicia que por el voto mayoritario de cuatro de sus cinco miembros  resolvió que "el acto de un funcionario público deteniendo el transporte de indígenas contratados por un empresario, no para privarles de su libertad, sino para protegerlas y poner a aquellos en situación de manifestar libremente su voluntad respecto a su presente y futuro, no puede dar lugar a un recurso de hábeas corpus" (Fallos 81:246).

En fin. 


En el trabajo homenaje al personaje de Dante Quinterno, que aludía al inicio, una de las tapas originales reproducidas es la anterior: el cacique llora sobre la estatua de José Podestá, con motivo de su fallecimiento, caracterizado como Pepino el 88. 

Ni a propósito, querido diario.