jueves, 4 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 76.

Querido diario.

Son más de 76 las entradas que diariamente he dejado caer en tus páginas desde el lejanísimo 20 de marzo pasado. 

Fecha de inicio de una cuarentena que, a juzgar por las declaraciones realizadas ayer por presi salva-vidas se extenderá por unas cuantas semanas (meses) más.

He escrito tupido contra esa medida, he maltratado a quien hoy  (junto a presi salva-vidas) es el núcleo, el eje, el principal receptáculo del odio de quienes piensan (eso creo yo) demasiado distinto a mí.

Intelectuales y pensadores de la talla de Marcelo Mazzarello y María José Demare.

Aunque me haya sorprendido para bien saber que María José Demare participa todavía de esta dimensión, el mensaje del texto firmado con otra gente tan o más pensante que ella, me dio asco.

No me gusta compartir nada con elles. Tampoco con Brandoni, Casero, Kovladoff, Aguinis y una mujer de ciencia de apellido Pitti o algo así. Menos, todavía, me place hacerlo con Rosa (Graciela) Castagnola (de Fernández Meijide) quien no se ha enterado que desde diciembre de 2001 no es nada más que un horrible recuerdo para la mayoría de quienes habitamos este desgraciado país.

Tampoco con quien dirige el posgrado de especialización en Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, un abogado de apellido Sabsay. 

En especial, porque ese texto canalla banaliza la proclama de Lugones en Lima, que repasé en tus páginas querido diario. No puede ser banalizada esa frase. No puede bajo ningún concepto compararse a presi salva-vidas con Uriburu. 

Es una comparación miserable y abyecta.

Miserabilidad y abyección que se elevan al infinito cuando esa comparación banal es realizada por la madre de un adolescente que fue secuestrado, sacado de su casa en pijamas en 1976, de quien desde entonces ni ella ni nadie supo nada más. O en un tipo que se recibió de abogado y dirige una carrera de especialización en Derecho Constitucional en una Facultad de Derecho que se precia entre las más destacadas de la región. 

Generan repugnancia esos seres repugnantes. Y no quiero coincidir nunca con elles, querido diario, aunque el encierro no me siente nada bien.

Y como han firmado un texto parecido a lo que escribía hace más de un mes, por aquello de mi fastidio a una coincidencia con tales seres, me abstengo de opinar sobre la cuarentena. Parafraseo a quien dijo que la cuarentena es algo así como la quimioterapia: sus efectos son devastadores para el organismo, pero el tratamiento se supone que es necesario para la supervivencia.

Por eso, avanzo en la senda que vengo recorriendo, anticipándote una buena noticia para vos, que había sugerido ya: a partir de hoy dejo de escribir todos los días.

No me da el cuero (esto viene para largo, pronostico sin mucho riesgo a desacertar) y al tele-trabajo se sumaron mis clases virtuales, todo un desafío para quien detesta esa clase de dispositivos.

Mucho tiempo le dediqué a la escritura de estas entradas desparejas durante estos interminables 76 días, querido diario.

Cinco, seis horas al día. Un ritmo insostenible.

Recapitulo.

Con motivo del estreno de una película realizada sobre una novela notable de Roberto Arlt: Los Siete Locos  y su secuela, titulada Los Lanzallamas, me dediqué a repasar las aristas salientes de esa obra mayor de la literatura argentina, explorando la temática, a partir de sus personajes y sus comportamientos, de sus proyectos, ambiciones, fantasías e ideas.

A todos y a cada uno los movilizaba un afán destructor: que todo volase por los aires. Nadie, ninguno de ellos, abrigaba un sentimiento siquiera piadoso hacia el género humano. 

Buenos Aires atravesaba la placidez descrita por Félix Luna en uno de sus últimos y menos recordables trabajos: 1925. Historias de un año sin Historias. Nada sugería, a la mirada de tantos entonces, a la de Luna ochenta años después, que el país de las carnes y de las mieses habría de sufrir las tragedias que, como capas geológicas, irían superponiéndose durante un interminable medio siglo.

O que el credo en el eterno progreso, al que se había consagrado toda la dirigencia, estuviese engendrando algo distinto que esa Argentina (en apariencia) plácida e incluso, desde 1916, democrática.

El país que había elegido presidente a Marcelo de Alvear; que reelegía a Hipólito Yrigoyen, que volvía a la Presidencia rodeado de más voluntades que doce años antes, con el auspicio de yapa de intelectuales como Macedonio Fernández y su discípulo, el joven Jorge Luis Borges.

Pocos, entre ellos Arlt, anticipaba lo que vendría. La negrura sin atenuantes de su escritura denunciaba que ese cuerpo estaba demasiado larvado. Larvas que bullían por debajo (y no tanto) de la superficie de la República gozosa de los años '20. 

Y en ese afán, empecé a escarbar sobre lo conocido. En las voces disconformes y en cómo fueron tratados esos disconformes en aquel tiempo.

Reseña que me llevó más atrás aún. Y me dediqué a repasar el trato dispensado a aquellos disidentes.

Y, además, qué ideas sostenían quienes venían gobernando esa República gozosa, plácida, constitucional, democrática entre 1852 y 1916: qué pensaban sobre el país y, en especial, sobre los seres humanos que habitaban ese país. 

En particular, qué trato habían deparado a los distintos, a los disconformes, a los disidentes.

Cierro la entrada, pero dejo un anticipo, querido diario, de la una nueva personalidad que voy a evocar en tus páginas el próximo sábado. 

Poco conocida en Buenos Aires, pero célebre en Santa Fe, en especial en Rosario de cuya ciudad fue el primer "jefe político", es considerado uno de los patriarcas del liberalismo argentino: Nicasio Oroño.

Che, Garcete, para que todo esto sea más espantoso todavía, ¿por qué no te despedís hasta el sábado (ahora que lo pienso el respiro no es tan largo) con una foto tuya?

¿Para qué, querido diario?

Para dejar testimonio de los estragos de la cuarentena, bebé. Atormentanos un poquito más...

Vuelvo a hacerte caso, querido diario. 

Es un modo de perseverar en mi estilo, finalizar por el inicio. 

Quizás, tenés razón. 

Que una imagen valga más que mil palabras y mi opinión sobre este encierro, que ya sabemos que se extenderá al aniversario por los doscientos años de la muerte de Manuel Belgrano, puede resumirse en el aspecto que vengo arrastrando.


 

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