sábado, 27 de junio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 99.

Querido diario.

Vuelvo a tus páginas, a fatigarlas una vez más, con una convicción: aunque escriba los fines de semana, parece que lo haré tupido bajo esta modalidad.

La cuarentena a la que nos ha condenado un inmundo virus sigue y sigue, querido diario.

Alejado (casi siempre) de supersticiones y (casi nunca) aferrado a creencias religiosas inconmovibles, no puedo dejar de asociar a este 2020 abyecto, ominoso, único en su infinita perfidia, con el enojo de Dios.

Y no sólo por el virus que (habría) nacido en el plato de sopa de murciélago servido en un mercado wuhanense, sino por otros fenómenos que parecen querer decir (decirnos) algo.

Por primera vez mangas de langostas azotan la mesopotamia argentina y dizque rumbean al Brasil; el mosquito del dengue sigue haciendo estragos aún en medio de una ola polar (porque este mosquito, dicen, resiste los fríos extremos) y el COVID-19 sigue vivo y coleando, aunque los muertos e internados a granel no se cuentan por estas pampas feraces, en claro contraste con lo que sucede al noreste y al oeste de la Confederación Argentina.

No voy a escribir sobre esto, querido diario. 

Sigo masticando el cierre de Mansilla y los ranqueles y si la espalda me deja, y sé que muy a tu pesar, mañana arremeta con eso.

Hoy voy a volver sobre uno de los temas que desde siempre interesan al administrador de este módico bazar y a la gente querida que lo frecuenta: el radicalismo.

Mucho se ha escrito aquí (y se seguirá escribiendo) sobre el partido de Alem y de Yrigoyen que, por supuesto, ya no existe más. 

Quiero decir, querido diario, que los ideales, las propuestas programáticas de ambos, no son reivindicadas orgánicamente por ningún partido político, la UCR  a la cabeza.

Y que no se rebaje esta definición a reproche de la dirigencia de un partido que todavía existe, que vendrán y cuánto y cómo, unas pocas líneas más abajo, querido diario.

Todavía existe ese partido, escribía, y lo prueba la entrevista que la semana que pasó la periodista María O'Donnell realizo en su programa radial a quien dice ser presidente del Comité Nacional del Radicalismo Alfredo Cornejo, ex gobernador de Mendoza. En esa oportunidad opinó (muy críticamente) sobre las medidas restrictivas de la libertad ambulatoria (entre otras tantas) que viene decidiendo presi salva-vidas desde el lejanísimo 20 de marzo del más bisiesto de todos los años bisiestos de los que se tenga memoria.

Habló Cornejo ante una demudada O'Donnell a las ocho de la mañana. Su discurso tuvo la coherencia, el modo y la entonación de quien no había consagrado al sueño la noche y la madrugada anterior. Haciendo uso de la imaginación que la radio siempre invita, al oírlo decir lo que decía y cómo lo decía, pensaba en quien, acodado al mostrador o sentado a la mesa de algún boliche, a esas horas, despedía en buena compañía la anteúltima botella y peroraba (muy enconado y enfático), contra las medidas de presi salva-vidas.

Ese sujeto es el presidente el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical que todavía existe, que tiene entidad, querido diario.

Y si subrayaba que ese partido ya no encarna los ideales de Alem y de Yrigoyen, es precisamente, porque ese partido fue siempre algo más parecido a un movimiento que a un partido. Hoy, se le parece demasiado a una confederación partidos: hay tantas identidades radicales como regiones en el país.

Eduardo Bilotti, egresado de la Universidad fundada por el profesor Avelino Porto publicó en 2006 un texto dividido en tres tomos titulado Enciclopedia Argentina de Agrupaciones Políticas, a través de la Editorial "De los cuatro vientos" sita en el barrio porteño de San Telmo, como se destaca en el pie de imprenta.

En la solapa del trabajo, Eduardo Bilotti escribió de sí mismo.

(Largo paréntesis, querido diario. La escritura de las solapas de los libros es un género en sí mismo. Ya lo escribió nuestro siempre presente David Viñas, quien a diferencia del común de los autores no jugaba la comedia de simular que era otra persona quien presentaba al autor. Creo que vale la pena una transcripción íntegra de la última de las solapas aparecidas en uno de sus trabajos.

Las solapas como las dedicatorias son un género literario. Claro: no tienen la espectacularidad de los textos publicitarios ni la irritante crispación de los yingles, pero se acercan a lo clandestino de los anónimos. Por su redacción son monopolio exclusivo y oblicuo de los autores de los libros, aunque habría dos variantes: cuando la redacción es de algún amigo al que se le solicita y la firma o en los casos en que interviene un redactor de la editorial.
Pese a eso, el autor siempre verifica qué dicen de él y propone cambios, retoca las pruebas, introduce un adjetivo sagaz, suprime algún adverbio o traslada el movimiento del texto al presente inmediato para hacerlo más cálido sin dejar de sentirse histórico. En fin, que el autor del libro es el autor de la solapa. O, si se prefiere, la solapa es prolongación de la obra y donde el autor indirectamente muestra cómo quiere ser visto. La solapa, pues, es la imagen que de si mismo propone el autor. Sin embargo, en un movimiento cargado de ambigüedades, escamotea su responsabilidad; es una coartada que implica querer ser visto de determinada forma, pero como si esa perspectiva fuese totalmente espontánea. Las intenciones que supone redactar un texto sobre uno mismo serían el producto natural de un redactor eficiente y abstracto, en este caso la editorial como estructura gigantesca y sin rasgos. O, con mayor precisión; el autor pretende hacer pasar la imagen que de si mismo ha elaborado como visión espontánea segregada por su comunidad. Y no. 
De ahí que sea indispensable que el autor asuma el texto de la solapa. 'El Estado soy yo' decía un rey francés. Pues bien: mi solapa soy yo, mis libros, un capítulo más que me pertenece por entero.
Y ahora a utilizarla: podría ser tradicional y escribir 'Me llamo Viñas, David Viñas, nací cuando el crack de Wall Street y la caída de Yrigoyen'. Podría enternecerme con mi pasado: 'Publiqué varios libros -escribiría- Cayó sobre su rostro, Los años despiadados, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara'. También podría... En realidad podría hacer muchas cosas. Pero prefiero usar mis solapas en otra cosa: primero, para decir por qué escribo (por humillación y para salir de eso). Alguna vez dije que escribía por venganza; pero para salir de la humillación una literatura de venganza no puede ser arbitraria ni abstracta. Mi humillación está condicionada por vivir en un país ambiguamente humillado. La Argentina no es una colonia; es algo más equívoco: una semicolonia. Así mi humillación es compleja y la tensión por arrancármela se carga con una ambigüedad mayor. En segundo término, cómo escribo: asumiendo esa situación de sometido, de esclavo (peor, esclavo a medias en tanto puedo actuar con cierta autonomía y creerme que no lo soy). Y sabiendo que es una faena de todos los días, mezcla de paciencia e impaciencia que exige élan y encarnizamiento y no se parece en anda -o casi en nada- a las revoluciones burguesas espectaculares, bruscas y triunfantes. No. Escribir aquí es como preparar una revolución de los humillados: opaca, empecinada, dura y cotidiana. Como vivo en un país semicolonial soy un semihombre y un casi escritor que escribe una literatura a medias. O lo que es lo mismo ¿para quiénes escribo? Por ahora para los que tienen mi mismo sabor de boca. Es decir, ni especulo sobre un posible público populista ni me interesan los bien pensantes. Más claro aún, pretendo escribir para los cuadros. Y lo correlativo, ¿para qué escribo? Muy simple. Para que esos posibles lectores que se me parecen contribuyan al movimiento que los arranque y me arranque de la humillación, para superar ese nivel de casi país que padecemos y para que nuestra literatura sea algo completo. Y para que yo, usted y los hombres de aquí dejemos de ser casi hombres para serlo en totalidad.
Fin del largo paréntesis). 

Fuente: Facebook.
 Bilotti, hombre desmesurado que llama al índice defectuoso publicado en   San Telmo en 2006 Enciclopedia, en las antípodas de Viñas, solapeó así: 

 "Eduardo Bilotti nació en la ciudad de Buenos Aires el 14 de marzo de 1969. Coincidiendo con un período convulsionado de la historia argentina y mundial, ya desde pequeño inicia y diversifica sus intereses vocacionales   con la lectura cotidiana de los diarios, hasta ir definiendo un campo concreto de preferencia: las agrupaciones políticas y todo aquello que éstas implicar, desde su desarrollo, su integración, se evolución y su ideología. Para profundizar los aspectos teóricos, se graduó con la Licenciatura en Ciencia Política en la Universidad de Belgrano. Simultáneamente presentó su primer trabajo 'El Universo Kurdo' (1991) y desde entonces estuvo abocado a la terminación de la Enciclopedia  Argentina de Agrupaciones Políticas 1800-2003"


No solamente consigné íntegra la solapa de la Enciclopedia del licenciado Bilotti para advertir la inminencia del trigésimo aniversario de El Universo Kurdo, sino como excusa para implorarles a quienes leen estas cagadas que si algún día, haciendo caso a las insensateces nacidas del afecto de quienes me instan a llevar al papel alguna reflexión del estilo de las que dejo caer en tus páginas, querido diario, y si en esa hipotética obra en papel escribo algo parecido a lo transcripto en el párrafo anterior, en homenaje al afecto que sé que anida en esas almas tan generosas conmigo, que leen estas macanas, me visiten en patota y hagan lo posible para que no me quede un cartílago sano.

Sin embargo, y para volver sobre el tema que abordé al inicio, de acuerdo con el índice del tomo III de la opus del licenciado Bilotti existieron entre 1891 y 2006 sesenta y cinco agrupaciones formalmente inscriptas con la denominación "Unión Cívica Radical" entre ellas: "Unión Cívica Radical - Ferrocarril a Calingasta", "Unión Cívica Radical- Ferrocarril a Jáchal", "Unión Cívica Radical - Gorro Frigio"; y muchas otras variantes como la "Negra", "Roja", "Roja y Blanca", "Oficialista", "Situacionista", "Tanquista", "Tabanerista", "Unificada", "Tradicional" y también, la "Tradicionalista".

Entre las variantes, debería destacar entre tantas, la nacida al promediar la presidencia de Marcelo de Alvear que ya repasé en tus páginas, querido diario; y las dos vertientes en las que se dividiría la Unión Cívica Radical en 1957, la Intransigente y la del Pueblo.

Y tampoco, los acuerdos y alianzas que se tejerían desde mediados de los años '20, como de los partidos que nacerían a partir de sucesivos desgajamientos: el Bloquista sanjuanino, el Lencinista medocino, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Intransigente, para no abundar, como dijera el maestro Viñas.

Una agrupación que contuvo en su seno a Manuel Carlés y a Moisés Lebensohn; a John W. Cooke y a Ernesto Sammartino, a Raúl Alfonsín y a Fernando de la Rúa.

Todo esto viene a cuento cuando di con una noticia en la red social "Facebook" que daba cuenta de la instalación del retrato del ex presidente Mauricio Macri en el salón de reuniones de los senadores del bloque de la Unión Cívica Radical, precisamente, en el Senado.

Me pareció una osadía valorable como reacción ante las investigaciones que se cocinan respecto del homenajeado, una profesión de fe (por repugnante que sea) interesante en quienes, contra toda evidencia, perseveran en rescatar los cuatro años funestos de su Presidencia. Sus razones tendrán.

Toda valoración (aunque forzada, positiva) se desmoronó al caer en la cuenta de que la noticia tenía sus años: dos en rigor.


Fue en 2018 cuando los radicales presionaban al presidente Macri para mojar el bizcocho y colar a un dirigente de esas filas en la fórmula presidencial aún no decidida por el hombre de Estado nacido en Tandil.

Lo cierto es que, como sabríamos luego, la designación recaería sobre un senador, cierto, con toda una vida en las variantes más diversas del peronismo, Miguel Ángel Pichetto.

Ni eso consiguieron los radicales. Toda la "máquina" electoral, para ser privados de todo durante ese cuatrienio inolvidable. Salvo de la dignidad, que ya habían perdido hacía muchos años.

Sin embargo, la anécdota, la noticia antigua, me hizo reflexionar en las razones (o las sin-razones) por las cuales los integrantes de un bloque de legisladores habría de haber vestido las paredes de su salón de reuniones con retratos de representantes de otro poder del Estado.

Quizá, hubiese estado más a tono que se erigiesen los retratos de los vicepresidentes (por tales, presidentes naturales de ese cuerpo, el Senado de la Nación) durante los mandatos considerados "radicales".

Aunque, dejando de lado la disquisición pavota y a tenor de la repugnancia infinita que, como radical que he sido, me genera no tanto la exhibición del retrato de Macri en ese recinto sino las personas que tuvieron esa iniciativa; me pregunto también cuál fue el criterio para incluir a Macri y excluir a otros presidentes que con tanto o más derecho deberían haber estado en esa galería.

Porque Macri, no sólo no le ahorró al radicalismo humillación alguna, que la dirigencia de ese partido recibió con el placer de una amante masoquista gozosa y servil;  sino que además, nunca fue radical. Debe reconocérsele que siempre abominó de ese partido, al cual desde luego, jamás estuvo afiliado, malgré sus relaciones, medidas en contante y sonante, con empinados dirigentes radicales.

Otros presidentes, que por el contrario consagraron toda una vida (o buena parte de ella) a la militancia en diversos radicalismos no están allí. 

Si puede comprenderse la omisión de Agustín Justo (al fin, fue ministro de Alvear, pero cuando pudo lo encarceló y si se postuló a la presidencia en 1931 con una fórmula integrada por un dirigente radical, sería electo por aquella que conformaba con Julio Roca hijo) nadie puede negarle la condición de radical a Roberto Marcelino Ortiz.

Menos aún, a Arturo Frondizi, presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical entre 1954 y 1957, cuando la escisión, presidente de la Nación al año siguiente. Tampoco a José María Guido, quien lo reemplazaría en 1962, desde su condición, precisamente, de presidente provisional del Senado.

Y porqué no, Eduardo Alberto Duhalde. ¿O acaso no gobernó en alianza con el radicalismo?

Tampoco habría mucho que reprocharles si hubiesen colgado los retratos de Pedro Eugenio Aramburu y de Alejandro Lanusse quienes, bien o mal, ejercieron la Presidencia (de facto, cierto, un detalle al fin dirían sus mentores) asesorados por ministros que venían de tener una dilatada trayectoria en las filas del radicalismo (tres Aramuburu, uno, decisivo, Lanusse).

Con todo, el retrato de Macri en ese ámbito molestó a algunos dirigentes radicales que le conceden algún valor a aquello que ha dejado de ser hace muchos años.

Uno de ellos, Juan Manuel Casella.


Y según la nota periodística que consulté lo hizo en el contexto que refleja la fotografía tan hermosa que acompaño (ni hace falta aclarar, querido diario, que he escrito esa demostración de cariño admirativo sin ironía de ninguna especie: me conmueve ver reflejado en una foto a un dirigente que hace treinta años era oído por multitudes, hacerlo ahora para unas diez personas en una plaza de Avellaneda) que profundiza mi sentimiento de respeto (y porqué no, de afecto) hacia quien tiene de sí y de su militancia de tantos años una consideración acorde con la de una persona íntegra.

Digno discípulo de un dirigente de Avellaneda el lugar de toda la vida del Cachi, aquel que el 17 de octubre de 1945 describió a las multitudes que andaban por las calles de Domínico hacia la Capital con aquella frase inolvidable: "ayer he visto pasar a mis hermanos".

Crisólogo Larralde, aquel dirigente radical tan, pero tan, alejado del molde espurio en el que se cocieron los Cornejos, los Suárez Lastras, los Rozas, los Moraleslos Brandonis y algún otro amante del masoquismo hard que anda conduciendo los destinos de ese partido que todavía sigue teniendo entidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario