domingo, 5 de julio de 2020

Diario de la cuarentena. Día 106.

Querido diario.

No sé cómo, porqué, ni para qué sigo. Pero sigo.

Sigo, querido diario, escribiendo tus páginas de una cuarentena sin final.

Llevamos, en Buenos Aires, querido diario, tantos días en cuarentena que superan, sumados, dos mandatos presidenciales.

Ah, bueno, estamos perdiendo el norte, bebé. ¿Dos mandatos presidenciales? No me digas que vas a dejar por escrito la pelotudez de comparar la extensión de este encierro con los días del  mandato del odontó...

No me espoileés las ocurrencias, por boludas que sean, querido diario.


En efecto, te guste o no, es un dato objetivo: llevamos encerrados en casita (quienes tenemos ese privilegio) un lapso que excede por dos (y algo bastante más) la presidencia de don Héctor J., ese dirigente tan, pero tan, maltratado por sus contemporáneos y tan, pero tan, sobrevaluado en el recuerdo por quienes sólo saben de él, lo que otros les contaron.

Embellecido el recuerdo de Cámpora (paradójicamente) por su final. Demasiado cruel, infligido por los malos-malísimos, los peores.

Voy a escribir poco, querido diario.

Iba a volver sobre temas más interesantes (o al menos, eso considero yo), con los cuales abusé de la amabilidad de la gente querida que lee estas macanas.

Pero no. Ando con poco ánimo, menos humor y demasiado dolor de espaldas.

Quizá, como género humano merecíamos esto. O, incluso, esto que andamos penando (yo, con una intensidad mucho menor que cientos de miles) sea el anticipo de lo que vendrá. Chi lo sá.

Sólo que, querido diario, mi existencia de casi medio siglo no tiene registro de un tiempo peor que el de este 2020 inmundo, el más bisiesto de todos los años bisiestos.

Y si empiezo así, es porque voy a recomendar a la gente querida un mediometraje filmado por Hugo del Carril, un artista muy querido y respetado en este pago, disponible acá.

En Marcha, se titula el trabajo, encargado por el Sindicato de Luz y Fuerza. 

Y si bien el documental exacerba, subraya la tarea gremial de esa organización, es mucho más que un folleto de propaganda.

Seguramente por aquello que subraya Fernando Martín Peña en la presentación del corto.


Digo: si el trabajo es mucho más que un folleto propagandístico es, precisamente, porque lo dirigió Hugo del Carril. 

Para quien, en palabras de Peña: "siempre es la imagen lo importante. Además, fue pionero de lo que hoy llamamos producción independiente, porque desde su primera película, hubo 11 película de su filmografía como director, en las que él participó con su propio dinero, para poder hacer las películas que verdaderamente le interesaban, las películas que verdaderamente sentía. Y dejó una obra que sólo se puede comparar con la de Torre Nilsson o con la de Leonardo Favio. Son realmente, los tres directores esenciales del cine argentino y además, por la magnitud de su obra, por su coherencia, los indispensables".

Cuesta desmentir al maestro Peña, aunque me tomo el atrevimiento. Quizá exagera con Torre Nilsson, en especial por aquello de su coherencia como director; ética  innegable en Favio y muy especialmente en el más honesto de los tres: Del Carril.

El Santo de la Espada, Martín Fierro y Güemes, son tres bochornos que pesan demasiado en el debe del balance de la obra de Babsy algo que él mismo se autocriticó (o pretendió justificar) en un documental que el propio Peña difundió cuando su programa podía verse en el Canal de TV estatal.

Debe decirse que, por cierto, Torre Nilsson dejó un legado invalorable compuesto por joyas fílmicas tales como: La casa del ángel, Fin de fiesta, Graciela, La caída, Boquitas pintadas y Piedra libre.

Volvamos al mediometraje, muy valioso desde varias aristas. 

Y doloroso de ver, en especial en este tiempo tan horrendo: hay gente feliz, que se toca, que se abraza, que va al teatro, que deambula por las calles céntricas de Buenos Aires, que come, que bebe, que fuma, en comunidad. 

Yo, que vivo consumiendo cine argentino sufro (y cómo) cuando veo imágenes de la Buenos Aires de algún tiempo. Envidio a quienes deambulaban por esas Buenos Aires, las más sórdidas incluso, las de las sucesivas dictaduras, las de 2001/2002, las de Macri: todas eran infinitamente mejores que esta. 

Que la Buenos Aires de este tiempo abyecto, inmundo, que parece haber llegado para quedarse.

Salvo que recordemos algo que debiéramos tener algo más presente, tal vez. 

Que entre nuestras potencialidades no está la inmortalidad, que la muerte llegará.

Esperemos que no sea de esta enfermedad asquerosa y ese afán, esa expectativa cumplida que sea, revalorizarán estos meses detestables (vistos desde este presente detestable), en un futuro que esperamos, no sea demasiado lejano. 
 
Aunque siempre diré que siempre valdrá la pena tomar algún riesgo a perecer marchitándonos de a poco en casita, faena en la que venimos perseverando desde hace ya, algo más que el término de dos mandatos de aquel Presidente fugaz del otoño de 1973.

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