lunes, 28 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 192.

Querido diario:

A primera hora del día 10 de enero de 1919: "el presidente Yrigoyen se reunió con sus ministros, adoptándose dos medidas. La primera consistió en proceder, según el plan del general Dellepiane, a la distribución de los efectivos militares en la ciudad. aproximadamente 30000 hombres había destinado el ejército para la operación: Regimientos 1, 2, 3 y 4 de Infantería, 2 de Artillería, 2 y 10 de Caballería, 1 de Ferroviarios, 2 de Obuses y las Escuelas de tiro y Suboficiales. a estas fuerzas había que agregar 2000 de la Marina de Guerra y las tropas policiales. La segunda consistió en citar para esa misma mañana a Pedro Vasena a la Casa Rosada".

Queda claro que, producidos los graves acontecimientos que venimos repasando, el Presidente se había dispuesto a hacer todo lo necesario para poner fin a ese estado de cosas: "reprimir a los huelguistas y hacer retroceder al 'incivilizado' patrón, resumía la táctica del gobierno para enfrentar y resolver la compleja situación política" [Godio, cit., p.52].

Jorge Abelardo Ramos, en el trabajo que repasamos en tus páginas, querido diario, se ocupó de la relación que Yrigoyen trazó desde el inicio de su mandato con los trabajadores, dejando de lado: "la técnica del coronel Falcón de dialogar con el movimiento obrero sable en mano y a descarga cerrada", lo cual se tradujo en un incremento de la protesta: "si en 1916 se contabilizaron 80 huelgas, llegan a 300 en 1919. El número de huelguistas asciende de 25.000 a 300.000", lo cual enardece a la oposición conservadora y a sus mandantes, los capitalistas.

Ejemplifica ese estado de cosas, mediante la evocación de la huelga ferroviaria de 1917 cuando: "los delegados de la Bolsa de Comercio y de la Industria solicitaron una audiencia a Yrigoyen. En ella expusieron que ese movimiento afectaba gravemente a la economía del país: a raíz de que las cargas se demoraban, el ganado traído a la exposición Rural 'empezaba a enflaquecer por falta de forrajes o por las dificultades que ofrecía el transporte'. Yrigoyen preguntó qué solución ofrecían para terminar con el conflicto. 'Se miraron en silencio, tardaron un rato en responder, pero al fin alguien dijo que el Gobierno debía desembarcar los marineros, los maquinistas y los foguistas de la escuadra y ponerlos en las máquinas para manejar los trenes y terminar con el conflicto'. '¿Es esa la solución que traen ustedes al Gobierno de su país?, les preguntó Yrigoyen; ¿es esa la medida que vienen ustedes a proponer al gobierno que ha surgido de la entraña misma de la democracia, después de treinta años de predominios y privilegios? Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país, y de hoy en más, las fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor y de su integridad. No irá el gobierno a destruir por la fuerza esa huelga que significa la reclamación de dolores inescuchados. Cuando ustedes me hablaron de que enflaquecían los todos de la Exposición Rural, yo pensaba en la vida de los señaleros, obligados a permanecer 24 y 36 horas manejando los semáforos, para que los que viajan, para que las familias puedan llegar tranquilas y sin peligros a los hogares felices; pensaba en la vida, en el régimen de trabajo de los camareros, de los conductores de trenes, a quienes ustedes aconsejan reducir por la fuerza del ejército, obligados a peregrinar a través de dilatadas llanuras, en viajes de 50 horas sin descanso, sin hogar'" [en: Ramos, Jorge A., Revolución y contrarrevolución..., cit. Tomo I., pp. 433/4].


¿Qué había pasado, entonces, entre aquella negativa de Yrigoyen a involucrar en la resolución de un conflicto gremial a las Fuerzas Armadas y la decisión tomada en ocasión de la huelga general de enero de 1919 que estamos evocando?

Arriesgo, querido diario, que el tenor de los acontecimientos, de una coloratura demasiado subida de tono, lo habrá persuadido en ese sentido.

La situación estaba fuera de cauce: los muertos eran muchos (no tantos como los que se contarían al final de esa semana) violencia alentada por las dirigencias ubicadas en cada uno de los dos extremos del conflicto.

La violencia exacerbada de la jornada del 9 de enero, era celebrada por el diario "La Protesta", uno de los portavoces de la dirigencia anarcosindicalista: "el pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y barrios suburbanos. Ni un solo proletarios traicionó la causa de sus hermanos de dolor."

Eufórico ante la aurora de la ansiada revolución proletaria, se entusiasmaba con el detalle de los acontecimientos el director del periódico, Diego Abad de Santillán: "entre los diversos incidentes desarrollados en la tarde ayer, citamos los que siguen: el auto del jefe de policía fue incendiado en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres Vasena fueron incendiados por la muchedumbre. En la manifestación a la Chacarita, fue desarmado un oficial de policía. En San Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una armería. En Prudan y Cochabamba se levantó una barricada con carros y tranvías dados vuelta, ayudando a los obreros 15 marinos. En Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra armería. Las estaciones Anglo, Caridad, Central y Jorge Newbery paralizaron por completo. En Córdoba y Salguero los huelguistas  dieron vuelta un tranvía, a otro en Boedo e Independencia y en Rioja y Belgrano a otro. Hay una infinidad de tranvías abandonados en medio de las calles, y las calles en los barrios de Rioja y San Juan se atestaron de gente del pueblo. 200.000 obreros y obreras acompañaron el cortejo fúnebre con demostraciones hostiles al gobierno y a la policía. Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una de ella a un oficial de policía herido. En la calle Corrientes, entre Yatay y Lambaré, a las 4 de la tarde quemaron completamente dos coches de la compañía Lacroze. Se arrojaron los cables al suelo. Aquí también un soldado colaboró con el pueblo, después de tirar la chaquetilla. En la esquina de Corrientes y Río de Janeiro se cambiaron varios tiros entre los bomberos y el pueblo, logrando ponerlos en fuga, refugiándose en la estación Lacroze, Corrientes y Medrano. Por la calle Rivadavia el pueblo marcha armado con revólveres, escopetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja fue volcada una chata cargada de mercadería y repartida ésta entre el pueblo. En las calles San Juan y 24 de Noviembre, un grupo de obreros atajó e incendió el automóvil del comisario de la sección 20°."

Le quedaría resto para subrayar cuán propicia era la ocasión: "Todas las puertas del comercio están cerradas. Los ánimos se encuentran excitadísimos. En Rioja y Cochabamba un oficial de policía, en un tumulto, recibió una puñalada bastante grave. Estalló un petardo en el subterráneo, en la estación Once, quedando el tráfico interrumpido completamente. Un automóvil de bomberos fue incendiado en la calle San Juan. Los bomberos entregaron las armas a los obreros sin ninguna resistencia. La policía tira con balas dum-dum, Buenos Aires se ha convertido en un campo de batalla. Sigue el cortejo fúnebre rumbo a la Chacarita. Los incidentes se repiten con harta frecuencia" [en: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero en la Argentina, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2005, pp. 250/1].

Una oda a la valentía del pueblo que ponía los muertos que tanto entusiasmaba a don Diego Abad de Santillán. Moriría de viejo, a los 86 años de edad. Su integridad física no contribuyó a la forja de la gesta de la liberación anarquista, a diferencia de tantos miles de afortunados cuyas muertes festejaba con alborozo repugnante. No se le cayó una sola palabra de conmiseración por la muerte violenta de ninguna de esas víctimas, propiciatorias todas, claro queda querido diario, de un mundo mejor.

La antipatía que me genera la distinguida personalidad del anarquismo argentino no debe nublar mi juicio y negarle su coherencia en especial, en lo concerniente al juicio que le merecía el radicalismo y su líder, Hipólito Yrigoyen. En diciembre de 1916 escribió, siempre desde las páginas de "La Protesta": "¿Puede un gobierno, un presidente, por más democrático que sea o pretenda ser, estar en un momento franca y decididamente de parte de los obreros? El democratismo de los modernos regidores de los pueblos, ese democratismo que se manifiesta en el 'altruismo', la 'sencillez' y la 'bondad' de un presidente que se encarna en la patética figura de un misántropo a lo Hipólito Yrigoyen, es sólo una forma de gobernar, de acuerdo con el actual momento histórico. La lucha, compañeros, debe ser franca y decididamente revolucionaria. sin admitir la intromisión de nadie ni pedir favores a los gobernantes" [en David Rock, cit., p. 136].

La consabida clarividencia de las dirigencias de la izquierda de todos los tiempos, capaces de ver lo que el lumpen-proletariat no sabe ver, seguidora de tanto misántropo a lo Hipólito Yrigoyen. Quiso Dios (permítaseme la paradoja) poner en la tierra a los intelectuales del anarquismo, que insisto, sabían ver lo que otros no. Aunque es una pena que, más allá de eventos como el recordado, sus enseñanzas y lineamientos programáticos no hayan sido tenidos lo suficientemente en cuenta.

Al evocar los acontecimientos, el autor citado puntualizaría: "tal era la situación el 10 de enero. La revuelta popular duró varios días. Faltó entonces la capacidad para canalizar las energías del pueblo y ofrecerles un objetivo revolucionario inmediato. No había en el movimiento obrero hombres de prestigio suficiente para encauzar el espíritu combativo de las grandes masas. Tampoco las organizaciones obreras se encontraban en condiciones. Por lo demás, el movimiento fue inesperado y sorprendió a todos, a los de arriba y a los de abajo. Fue una explosión instintiva de solidaridad proletaria, pero no un movimiento preparado y orientado hacia algo más." [Ídem].

No se priva, desde luego, de censurar a los verdaderos enemigos de la causa anárquica: los sindicalistas de la FORA del IX Congreso, que negociaba con el gobierno y la empresa, para poner fin al conflicto, en lugar de canalizar el esfuerzo de los trabajadores en la obtención de los objetivos que se proponían los anarcosindicalistas, quienes el mismo día 10 reunidos en consejo federal decidieron: "proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer. Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales. Conseguir la libertad de Radowitsky y Barrera, que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitsky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior [...]. En consecuencia la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha." 

Concluye el acta: "Se hace un llamamiento a la acción. ¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria!" [Ibídem, pp. 252/3].

La seguiremos, querido diario.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 191.

El 8 de enero de 1919, día siguiente del enfrentamiento entre la policía y los trabajadores en las inmediaciones del depósito de los talleres Vasena, el Consejo Federal de la FORA del IX° Congreso decidió declarar la huelga general, por decisión de 19 de sus integrantes votos contra otros 9 que entendían necesaria una radicalización de la medida.

La central obrera sindicalista, restringió el programa de la huelga a dos puntos: "solución del conflicto en la empresa Vasena, satisfaciendo el pliego de reivindicaciones obreras y la libertad de todos los presos por cuestiones sindicales" [en Godio, cit., p. 22]. Los anarcosindicalistas, nucleados en la otra central, por supuesto, tenían otros planes.

El 9 de enero, la ciudad amaneció paralizada. Precisa en la edición del día siguiente, la crónica del diario "La Nación": "poco antes del mediodía, numerosas comisiones de huelguistas se diseminaron por las calles de la ciudad, incitando a los conductores de vehículos y a los trabajadores que se encontraban al paso o en los talleres de las fábricas a plegarse al movimiento. Los obreros obtuvieron así la adhesión de una gran cantidad de trabajadores de todos los gremios, iniciándose con ellos, de hecho, la huelga general".

Mientras, en la sede de la empresa Vasena (cuyos accesos habían sido bloqueados por los huelguistas) se desarrollaba una reunión entre miembros del directorio, de la Asociación del Trabajo y de delegados de la FORA del IX° negociando las condiciones de un acuerdo. Puntualiza Godio: "Los propietarios y los otros capitalistas eran protegidos por matones a sueldo, contratados por la Asociación del Trabajo. Esta 'policía privada" -así designada por el periodismo- había ocupado posiciones estratégicas en los techos, ventanas y puertas del local. Contaba con abundante armamento, especialmente máuseres. La situación, dentro y fuera de la planta industrializadora, era tensa" [cit., p. 33].

Sin embargo, la violencia más descarnada ocurriría a unos cuantas cuadras de allí, en el Cementerio de la Chacarita, para ser más preciso.


"A las 15 horas, aproximadamente, desde el barrio de Nueva Pompeya, comenzó a marchar el cortejo fúnebre. Según Sebastián Marotta [Secretario General de la FORA del IX° Congreso], reunió decenas de miles de personas. A la vanguardia del cortejo marchaba un grupo de obreros de autodefensa compuesto por cien personas armadas con revólveres y carabinas. Entre los participantes se contaban muchas mujeres y niños" [ídem].

Puede advertirse, del relato de Godio de las alternativas que rodeaban al cortejo de los obreros muertos el día anterior, que los delegados sindicales no contaban tan sólo con piedras y maderos, sino que estaban fuertemente armados.

En la esquina de Yatay y Corrientes, se produciría un incidente que dejaría su secuela: "una parte de la manifestación penetró en el convento del Sagrado Corazón de Jesús gritando consignas anticlericales y ateas. Dentro del convento estaban apostados policías y bomberos armados que ametrallaron a los incursores y mataron a varios." A propósito de este acto de provocación, respondido de manera categórica como hemos leído, me permito subrayar la consideración realizada por el autor cuyo trabajo evocamos en tanto que desde el primer momento pudo percibirse: "claramente que una parte considerable de la clase obrera, la más avanzada política e ideológicamente, no concebía esta huelga sólo como jornada de protesta por la muerte de los huelguistas, sino que estaba dispuesta a emprender acciones vigorosas, de emprender una lucha decidida contra la explotación capitalista. Es muy importante para calibrar este aspecto de la huelga obrera por los acontecimientos que se sucederán" [ibídem, p. 34].

Es clara, entonces, la incidencia del anarcosindicalismo en la manifestación desplegada en respuesta a los episodios del día anterior que, bueno es aclararlo, tenían su antecedente, sobre el cual me detendré, a fin de clarificar la sucesión de acontecimientos que derivarán en un portentoso baño de sangre.

El historiador británico David Rock, autor de un ensayo sobre el Radicalismo que ya hemos repasado, reseña al detalle la dinámica del conflicto existente entre obreros y patronos de los talleres Vasena que se remontaba al mes de diciembre anterior, cuando se había declarado la huelga, cuando "la empresa ya era famosa por sus salarios de hambre y por las medidas policiales que acostumbraba a tomar a fin de prevenir posibles huelgas [...]. Según un informe oficial, los salarios nominales promedio habían bajado de 104 pesos a apenas 52 para la fecha mencionada [...]. Al terminar el mes, se retiraron todas la fuerzas policiales, salvo una patrulla simbólica, aun cuando la huelga continuaba; esto alentó a los huelguistas a seguir adelante con sus intentos de parar por completo la producción de la fábrica. El 4 de enero, el gerente Alfredo Vasena solicitó al ministro del Interior que le mandara refuerzos; se quejó de que existía entre los huelguistas un estado de 'abierta rebelión'; habían cortado las líneas telefónicas, interrumpido el aprovisionamiento de agua y lanzado ataques diarios contra los carros en que la empresa traía los materiales a la fábrica desde un depósito externo [el de Santo Domingo y Pepirí]. En los días subsiguientes la violencia fue en aumento: el 5 de enero se produjo un enfrentamiento armado entre la patrulla policial y los obreros, en el cual murió un joven oficial. Como venganza, la policía organizó una emboscada dos días más tarde [el 7], en las afueras de los talleres, disparando contra los huelguistas cuando estos se lanzaron a detener los carros, hubo cuatro muertos" [Rock, cit., pp. 173/4].

Como anticipé, David Rock refiere una serie de acontecimientos producidos inmediatamente antes del evento del 7 de enero obviada en el relato de Godio de los hechos que evocamos, que nos permite, sino  justificar la muerte de los obreros, conocer  las motivaciones por oscuras que hayan sido: algo más contundente que piedras y maderas habían sido arrojadas a las chatas de la empresa.

Volvamos al día 9 de enero, el del funeral; luego de la provocación violenta en el convento y de la condigna respuesta, los integrantes de la "autodefensa" del cortejo, de acuerdo con la versión de Godio cuya pretensión era la de "transformar el cortejo en una manifestación contra el 'sistema capitalista' y que pensasen que era el punto de partida para lanzarse a la lucha por la 'revolución social'", produjeron una serie de desmanes entre los cuales el autor destaca la quema de automóvil y tranvías, y el saqueo de comercios, en especial de armerías que: "asaltaban y retiraban revólveres, carabinas y cuchillos. El asalto más importante se produjo en la armería de Juan Picasso, ubicada en San Juan al 3900, donde se sustrajeron armas por un valor de 2000 pesos de entonces. [...] estos robos fueron la única actividad expropiatoria de las personas que marchaban hacia el cementerio de la Chacarita. No hubo pillaje de ningún tipo, hecho que destacó La Nación como argumento para demostrar los claros objetivos de la huelga general" [Godio, cit., p. 34].

David Rock se detiene en esos hechos que califica de píllaje, al margen de las pretensiones, miras y dirección de los anarcosindicalistas, manifestación: "cuyo rasgo más notable fue que en la acción intervinieron fundamentalmente, pequeños grupos desconectados entre sí, motivo por el cual la huelga fracasó rápidamente cuando llegaron las tropas. Gran parte de la violencia atribuida a los huelguistas fue en verdad obra de pandillas de jóvenes con muy escasa percepción de los límites de clase".

Cita en respaldo a su hipótesis lo informado por el corresponsal en Buenos Aires del periódico inglés "Manchester Guardian" quien: " aseveró que gran parte de la violencia callejera se debía a que habían 'dado asueto a los escolares'; a la edición del diario "La Prensa" del 14 de enero que da cuenta del auxilio a los huelguistas de: "millares de delincuentes y una multitud de vagabundos, compuesta por adultos y menores de edad" y por último a la manifestación realizada en el recinto del Senado por el senador por Santa Fe, Pedro Echagüe, quien atribuyó a "numerosos niños de entre diez a veinte años" haber sido quienes "arrojaron la primera piedra, los primeros en encender la primera tea como consigna del ataque" [Rock, cit. p. 174 y nota al pie].   


Asimismo, refiere el testimonio de quien asistió a la quema de un ómnibus por los manifestantes: "pude ver al grupo de alborotadores que había detenido a un ómnibus y que obligaba a descender a su numeroso pasaje. La evacuación se realizó atropelladamente y sin protestas. Inmediatamente hicieron descender también al conductor y al guarda, que salieron en silencio y de mala gana. Vi cómo el interior del vehículo era rociado con líquido de botellas que seguramente no habían sido encontradas en la calle y vi cómo en un instante era envuelto por las llamas. El espectáculo me resultaba indignante, no tanto por el atropello del incendio, como por la loca alegría de los bailes, los saltos de danza salvaje, y los gritos de los desenfrenados autores del atropello" [ibídem, pp. 175/6].

Godio, por su parte recrea la llegada del cortejo a las 5 de la tarde al cementerio de la Chacarita donde: "se produjo la gran masacre. Mientras hablaba un delegado de la FORA del IX°, la policía y los bomberos armados, atrincherados en los murallones, balearon impunemente a la multitud. Cundió el pánico. Todos querían escapar mientras llovían balas por todas partes. Los grupos de obreros de autodefensa respondieron, pero varios factores les eran desfavorables: en primer lugar lo hacían en medio de una masa que trataba de huir despavoridamente; en segundo lugar, por el número y la cantidad de las armas, la superioridad de la policía y los bomberos era decisiva; en tercer lugar, estaban rodeados por la policía que disparaba desde posiciones favorables (murallones), mientras ellos no tenían defensas, excepto los montículos de tierra de las tumbas. Todos estos factores llevaron a la policía a elegir esa situación para atacar. El entierro terminó en una gran masacre. La gran prensa registro doce muertos, entre los cuales dos eran mujeres. Un periódico obrero elevó la suma a más de cincuenta" [Godio, cit., p. 35].

La noticia de la matanza, reseña Godio, encendió aún más la ira de los huelguistas: "grupos de personas que se alejaban del cementerio comenzaron a atacar a cuanto policía veían en las esquinas; decenas de tiroteos se produjeron en distintos barrios, y en Retiro y Palermo fueron baleados algunos trenes. Por otra parte, al conocer los sitiadores de la empresa Vasena los sucesos del cementerio, cundió la furia y el odio. Los huelguistas comenzaron a disparar sobre los sitiados y se inició un violento tiroteo. La policía, que discretamente vigilaba a los huelguistas, atacó con máuseres y una ametralladora a los sitiadores de la empresa. Pero estos resistieron esta operación de liberación de los sitiados; a las 19 horas tuvo con intervenir el ejército. Un destacamento del Regimiento 3 de Infantería avanzó sobre los obreros y logró desalojarlos [superada la policía por el conflicto] el presidente Hipólito Yrigoyen ese mismo día designó al general Luis J. Dellepiane como comandante militar de la Capital Federal. El enfrentamiento entre los huelguistas y la empresa Vasena no sólo había desembocado en una huelga general, sino que ésta a su vez, involucraba ahora también a las Fuerzas Armadas, que tan celosamente el gobierno trataba de marginar de las cuestiones civiles" [ibídem, pp. 35/6].

Tenía sus razones el presidente Yrigoyen para procurar evitar que los militares no fueran involucrados en asuntos que eran resorte de su administración, no obstante el tenor de los hechos que experimentarían un nuevo crescendo en las horas que seguirían, lo convencieron de la necesidad de la medida.

Si el gobierno se dedicaría a arbitrar entre las partes para, doblegada la (a esa altura), inadmisible resistencia patronal y auspiciar el logro de cada una de las exigencias de los dirigentes de la FORA del IX° Congreso; el Ejército se ocuparía de ordenar una ciudad sumida en el caos, que todavía no había conocido los estragos que habría de perpetrar la "Liga Patriótica" de Manuel Carlés y otros prohombres, temas todos, que abordaremos en la próxima entrada, querido diario.

¿No vas demasiado despacio, nene? ¿El ciático, otra vez?

No tanto, querido diario. Ni a lo uno ni a lo otro. Es un asunto que debe ser desbrozado con precisión, en procura de arribar a alguna conclusión que nos ayude a comprender porqué pasó lo que pasó en enero de 1919, las responsabilidades de cada quien y las proyecciones de esas jornadas deleznables en el futuro mediato, sobre nuestro (casi siempre) desdichado país.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 190.

"Cachorro de bacán, andá achicando el tren,  
los ricos de hoy están al borde del sartén.
El vento del cobán, el auto y la mansión
bien pronto rajarán por un escotillón.
Parece que está lista y ha rumbeao'
la bronca comunista pa' a este lao':
tendrás que laburar pa' morfar.
¡Cómo la vamo' a gozar!
Pedazo de haragán, bacán sin profesión
bien pronto te verán chivudo y sin colchón.
¡Ya está! ¡Llegó! ¡No hay más que hablar!
Se viene la maroma sovietista.
Los orres ya están hartos de morfar salame y pan
y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán.
Aquí, ni Dios, se va a piantar el día del reparto a la Romana.
Y hasta tendrás que entregar a tu hermana para la comunidad..."

"Se viene la maroma", 
tango de Manuel Romero y Enrique Delfino.

Querido diario.

La última escritura en tus páginas discurrió sobre la reunión entre el presidente Yrigoyen y Dellepiane a fines de agosto de 1930 cuando el ministro de Guerra intentó imponerle condiciones al presidente quien, razonablemente, las desoyó.

Aunque esa actitud le costara lo que le costó, don Hipólito que siempre creyó en lo que creyó y obró siempre en consecuencia, se habrá dicho para sí: "que se rompa, pero que no se doble". 

Y no se dobló ante Dellepiane.

Porque sabía, viejo y sabio, que ceder a las pretensiones de su ministro lo convertiría en un rehén de los miliatres leales a la Constitución.

Porque, viejo, sabio y memorioso, recordaba los horribles eventos de enero de 1919, cuando empezó a fulgurar en el firmamento de la oligarquía la estrella del general Dellepiane quien, aunque leal a su presidente Yrigoyen, podría volver a ser permeable a prestarle el oído a quienes, durante aquella infausta semana de enero de 1919 cuando Buenos Aires fue teñida de rojo sangre, le había susurrado a Dellepiane...

No me digas, nene, que vas a cumplir y te vas a meter con la Semana Trágica. Decímelo despacito, bebé, que soy muy sensible a las grandes emociones.

Es así, querido diario. Cumplo con vos y con la escueta y amada legión de lectores y lectoras de tus páginas.

¿Estás seguro, nene?

Sí, querido diario.

Comencemos por el principio.

Julio Godio, en su difundido trabajo sobre esas jornadas aciagas reseña el inicio, como factor detonante, los "sucesos del 7 de enero de 1919": "desde hacía un mes se encontraban en huelga los obreros de los Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena, cuyos depósitos estaban situados en la calle Pepirí y Santo Domingo, cerca del Riachuelo, y la planta industrial en Cochabamba y La Rioja. Esta empresa era una de las más importantes del país, la parte principal del paquete accionario estaba en manos del capital británico que se había asociado con Pedro Vasena a principios de la segunda década de este siglo. Empleaba unas dos mil quinientas personas, entre obreros y empleados" [Julio Godio: La Semana Trágica de enero de 1919, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, p. 11].

El conflicto que se había dado entre la empresa comandada por el inmigrante lombardo Pietro Vassena (quien, a su vez, legaría al país un nieto inolvidable, llamado Adalbert Krieger Vasena) y los trabajadores se circunscribía al reclamo de éstos de: "reducción de la jornada de trabajo de 11 a 8 horas, aumentos escalonados de jornales, la vigencia del descanso dominical y la reposición de los delegados obreros echados por la empres al iniciarse el conflicto. El día 7 de enero de 1919, a las 16 horas, marchaban hacia los depósitos de la empresa, situados en las calles mencionadas, varias chatas en busca de materias primeas para la planta industrializadora" [ídem]. 

Gran inicio del ensayo notable que repasamos. Podemos representarnos esa tarde de verano, con el sol de plomo a la hora de la siesta, en esas calles desoladas de Barracas al convoy de la empresa transportando "obreros no adheridos a la huelga y rompehuelgas contratados para la empresa por la Asociación del Trabajo. Las chatas, conducidas por rompehuelgas, eran acompañadas por la policía. Cuando estas se acercaron a la Avenida Alcorta y Pepirí, un grupo de obreros huelguistas acompañados por mujeres y niños, intentaron pacíficamente detener a los 'crumiros' [que] no se detuvieron. Entonces los obreros comenzaron a tirarles piedras y maderas. En defensa de aquellos acudió la policía que custodiaba las chatas y cargó contra hombres, mujeres y niños. Varios policías, dispararon sus fusiles. Dos horas después había terminado la refriega: en el suelo había cuatro obreros muertos, uno de ellos de un sablazo en la cabeza, y más de treinta heridos, algunos de los cuales fallecieron después." [Ibídem. pp. 11/12].

Este acontecimiento "casi inadvertido para la gran prensa [al cual] tampoco el gobierno le dio inicialmente gran importancia [sería] el factor detonante que desataría las fuerzas revolucionarias de una clase obrera socialmente sumergida y marginada de los asuntos políticos en el país. Daría lugar a la huelga general obrera más importante hasta esa fecha; una huelga que superó los marcos tradicionales de la acción reivindicativa y que por ello dio lugar a violentos enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas represivas. Fue una huelga de gran significación política y pasó a la historia con el nombre de la Semana Trágica." [En: ídem].

Brevemente, repasemos querido diario, el relato de los hechos propuesta por el presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano en airada respuesta a la interpretación que de la semana iniciada con ese enfrentamiento, había realizado en su programa de televisión "Algo habrán hecho por la historia argentina", el historiador Felipe Pigna, que puede consultarse íntegra aquí 

Refiere que: "con el propósito de quebrar la huelga que paralizaba la actividad del establecimiento con sus consiguientes consecuencias económicas negativas, los propietarios con el apoyo de los núcleos empresarios y políticos del conservadorismo más rancio recurren a la contratación de personal suplente a los huelguistas, los cuales al pretender ingresar al local son atacados a tiros por los activistas. Se desata entonces una represión feroz y los episodios arrojan un saldo de muchos muertos y heridos de ambos bandos. El programa del mentado Pigna sostiene que no hubo bajas por parte de la policía de la Capital. Ello es falso, ya que en la primera refriega entre huelguistas activistas y fuerzas policiales, cayó muerto el cabo Vicente Chaves".

Entonces, nos encontramos, querido diario, con dos versiones de los hechos claramente diferenciadas. No aludo a la del querido Felipe, no he visto su programa sobre la Semana Trágica, refiero a la que acabo de transcribir con la de Julio Godio. 

No sólo en el tono, dado que si las autoridades del Instituto refieren a los carneros enviados por la empresa como "trabajadores contratados"  por Vasena, Godio los llama crumiros; si éste manifiesta que la comitiva rompe-huelga fue recibida con piedrazos y maderazos, la versión última alude al uso de armas de fuego por parte de los huelguistas y se nombra a un cabo muerto, mientras que la otra refiere la muerte de cuatro obreros uno de ellos, de un sablazo (policial). Si Godio subraya el tenor del reclamo, en la otra versión se hace hincapié en las motivaciones de los huelguistas anarquistas a quienes por su pulsión por la violencia, se los parangonará con los represores de la Liga Patriótica; por último, éstos refieren los perjuicios económicos de la medida de fuerza y aquél, pondera especialmente el accionar desleal de la empresa.

Entre tantos etcéteras. Creo que es útil contrastar ambas versiones (que no son antagónicas, sino que presentan los hechos del modo de mejor favorecer a la conclusión de cada cual), puesto que de la interpretación que a los hechos les demos, arribaremos a conclusiones que, aun teñidas de la ideología de quien lea estas reflexiones, diferentes.

Sin embargo, considero importante empezar a definir conceptos, cuanto menos, presentar a los principales actores de la masacre en cierne.

Ambos (Godio explícitamente, las autoridades del Instituto Yrigoyeneano de manera implícita), hicieron referencia a la organización patronal que había movilizado la contratación de los rompehuelgas: la "Asociación del Trabajo".

Surgida: "para responder a una coyuntura que ofrecía crecientes motivos de alarma a las grandes empresas a las que aspiraba agrupar, y ello por dos razones principales. Una era el resurgir de la militancia obrera, debido tanto al cambio en el clima ideológico y político ya insinuado a escala mundial cuando se hizo inminente el fin de la guerra y aun más acentuado en la temprana posguerra, cuanto a la paralela reactivación económica que a partir de 1917 puso fin a una etapa de muy graves dificultades en la pequeña industria, y en el campo en la agricultura del cereal. En los años durísimos que quedaban atrás, los altos niveles de desocupación habían forzado a los trabajadores a sufrir pasivamente la caída de los salarios reales causada por las perturbaciones en el comercio de importación, que suplía una parte aún muy considerable de los consumos populares. Entre 1917 y 1921, mientras la creciente demanda de mano de obra que era consecuencia de la reactivación persuadía a los trabajadores de que había llegado la oportunidad de recuperar con creces el terreno perdido, el alza continuada de precios [...] los persuadía a la vez de que sólo mediante una acrecida militancia sindical podrían lograr la rehabilitación de los salarios reales que la nueva coyuntura económica hacía posible [Halperin Donghi, Tulio, Vida y muerte de la República Verdadera, cit. pp. 131/2].

He aquí, entonces, a un actor principal del conflicto, trascendente del sujeto Vanesa y de los intereses de origen británico que representaba: una asociación gremial laboral, creada a partir de la novedad internacional anotada por el maestro Tulio (cuestión sobre la que bastante más escribiré), como de aquella que se había producido en el país desde octubre de 1916, de allí que considere el historiador evocado en su trabajo que la decisión de los empresarios de unirse era una reacción: "contra las consecuencias de una nueva actitud del Estado" en la resolución de los conflictos entre obreros y patronos: "el arbitraje de funcionarios del poder Ejecutivo que -como sabían de antemano- no iba a serles favorables", deducción extraían del temperamento seguido por Yrigoyen ante la huelga ferroviaria y la portuaria, ambas de 1917.

Deben destacarse dos cuestiones que don Tulio manifiesta al pasar, que en mi mirada constituyen la miga del conflicto que pueden explicarse si y solo si se repara en las consecuencias económicas de la Gran Guerra que acaba de finalizar: un proceso improvisado y urgente de sustitución de importaciones, la caída vertical de los precios internacionales de los cereales exportados por el país y la imposibilidad del Reino Unido de Gran Bretaña de adquirirlos durante el conflicto.

Y, paradójicamente, la recuperación de esa caída con dos efectos medulares: el descenso del desempleo en la Argentina y la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores merced al aumento de precios acaecido merced a esa vigorosa (aunque fugaz) recuperación económica.

Explíquelo usted, que tanto mejor lo hace, doctor Frondizi: "la guerra paralizó por completo, en los países beligerantes toda producción industrial que no fuera la de aumentar su capacidad bélica; y como los países que se enfrentaban eran los proveedores mundiales de productos manufacturados, aquellos que constituían sus mercados viéronse obligados a crear por sí mismos y en la medida de sus posibilidades las industrias imprescindibles que habrían de llenar sus necesidades en ese sentido [Vasena, era un caso prototípico de ello]. La guerra originó en nuestro país, especialmente en lo económico y social, problemas no afrontados hasta entonces y cuyas soluciones debieron los gobernantes buscar fuera de sus experiencias. En lo atinente a la economía, la guerra provocó, en primer lugar, una disminución en las cantidades y valores del comercio exterior en uno de sus dos términos: la importación [contracción que] obliga a nuestro incipiente equipo industrial a multiplicarse y perfeccionarse a fin de producir en parte los artículos manufacturados que el país ya no importa. Es decir, que la industria nacional se ve compelida por los hechos mismos, a acrecentar su capacidad productiva al tener que producir para un mercado del cual había desaparecido, en gran parte, el competidor extranjero. La falta de competencia y la debilidad y pobreza de nuestra industria técnicamente atrasada provocan un aumento general del precios. [Así] mientras el proceso de industrialización aumenta rápidamente, exigiendo mayores cantidades de mano de obra, las condiciones de vida de la población en general se agravan, en especial la de la población obrera industrial. Ésta ha aumentado, hasta invertir la vieja proporción campo-ciudad con ventaja para el último término y provoca un enorme movimiento de inquietud social que tiene su fundamental económico en las cifras siguientes [un cuadro comparativo de la relación entre la retribución y las necesidades vitales de los obreros industriales]. 

Si en 1914 el "valor promedio del presupuesto familiar" era de m$n 119,49 y el salario promedio mensual de un obrero industrial era del m$n 67,22; para 1918 el primer ítem era de m$s 204,39 y el salario de m$s 71,03, en tanto que el jornal diario de los obreros huelguistas, en 1914 era de m$n 4,22, habiéndose incrementado en 1918 era tan sólo, 30 centavos [Arturo Frondizi, Petróleo y política, cit. pp. 61/9].

Asimismo, la representación del trabajo, se hallaba dividida en dos centrales obreras: "La FORA del IX° [Congreso] y la FORA del V° [...]. Hasta mediados de la primera década del siglo [veinte] la dirección del movimiento era disputada por dos corrientes: el anarcosindicalismo y el socialismo. Pero, a fines de esa década, comenzó a perfilarse una nueva corriente, el sindicalismo. Esta corriente, desprendimiento del Partido Socialista, era una prolongación en la Argentina del llamado sindicalismo revolucionario europeo, especialmente de la corriente influida por el francés. Criticaban al Partido Socialista por su tendencia puramente electoralista y sostenían que la actividad parlamentaria sólo podía ser auxiliar de la lucha sindical, la única lucha revolucionaria. Sostenían que los sindicatos eran el principal instrumento de lucha obrera y los órganos naturales de poder proletario. Para los sindicalistas, el socialismo era sólo una consigna agitativa, lo fundamental residía en encabezar las luchas reivindicativas de los obreros, cuya mecánica interna devendría en la instauración del socialismo. El espontaneísmo anarquista, y ambos, coincidían en la oposición a la tesis marxista de la necesidad del partido político de la clase obrera [así] anarquistas y sindicalistas tenían un enemigo común en el movimiento obrero: el Partido Socialista", en cambio: "los anarcosindicalistas afirmaban que los sindicatos debían definirse, tal como lo había hecho el V° Congreso de la FORA (agosto de 1905), por el comunismo anárquico y veían en esta posición sindicalista una apertura a posibles posiciones oportunistas, es decir, la reducción del sindicato a la simple lucha por reivindicaciones inmediatas [...]. Ambas líneas operaban sobre un verdadero 'polvorín', es decir, sobre una clase obrera brutalmente explotada pero, al mismo tiempo, organizada e influida por la situación revolucionara en Europa. Al mismo tiempo, las condiciones políticas internas facilitaban que una huelga general pudiese desembocar en una lucha de magnitud por cuanto existía en el país un clima de libertades democráticas y cierto ambiente favorable a las ideas de progreso social, fenómeno explicable por las modificaciones producidas en el Estado argentino con el ascenso del radicalismo al poder en 1916" [Godio, cit. pp. 19/21].   

Hagamos un breve alto.

De acuerdo con la prolija descripción de Godio, se desprende, por un lado, la vigencia de la escisión de las dirigencias sindicales de los trabajadores de entonces entre aquellos que enmarcaban los reclamos de los obreros como una herramienta más de la lucha por la toma del poder y quienes, por el contrario, los limitaban a ese campo, por ello, eran más flexibles y pragmáticos que aquellos.

Consecuentemente, los del IX° Congreso eran proclives al diálogo con el gobierno radical, por razones estrictamente gremiales (los arbitrajes, evocados por Frondizi, fueron ampliamente favorables a los trabajadores triunfo que tradujo, asimismo, en una mayor legitimidad de esa dirigencia), en tanto que los primeros (sin perjuicio de la legitimidad de la estrategia) anhelaban -y se esmeraban en provocar- la máxima tensión entre proletarios y empresarios, a fin de enderezar a los primeros hacía la huelga revolucionaria, desacreditando concomitantemente al gobierno argentino, cuya política conciliatoria quedaba reducida a pura demagogia populista.

En el caso que evocamos, la intransigencia de Vasena (y sus socios ingleses, de decisiva participación en el entuerto) a conceder -en un primer momento- la mínima concesión a sus pauperizados operarios, provocarlos con la contratación de carneros y responder a las agresiones del día 7 de enero de 1919 con plomo, dejando un tendal de víctimas sobre el empedrado hirviente de esa tarde de aquel verano porteño, fue la chispa que encendió la mecha que hundiría a Buenos Aires en un festival, hasta entonces inédito, de sangre.

Anticipo que, aunque amagaba, no se tradujo en ninguna maroma sovietista, como prometía el tango de Romero con el que inicié esta entrada, que ya se hizo demasiado larga y el ciático no me da respiro.

Yapa: quien ande con ganas, que escuche la versión del tango con la viola y la voz de Tatita Cedrón querido disponible aquí.


miércoles, 23 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 187.

 "Los asuntos del Estado no hay quien los atienda ya.                    
La turba de cortesanos pasa muy grande ansiedad.
Tronchito está asustadísimo (Tronchito es el chambelán)
porque si el sultán le quitan, su favor terminará,    
y él es el gran favorito, favorito del sultán.
La senectud de su amo bien que la quiso ocultar:
hizo todo lo que pudo, pero ya no puede más.
El juego fue descubierto por su enconado rival
a quien llaman la Ocarina y es canciller del sultán.
Tronchito se proponía el secuestro del gagá,
para que nadie lo viese y nadie lo oyese hablar
e invocar luego su nombre y en su nombre gobernar...
Pero lo supo Ocarina y ha desbaratado el plan.
¡Tronchito está descubierto! ¡Tronchito no mandará!
Hoy toda la corte sabe el estado del sultán.
Los asuntos del Estado no hay quien los atienda ya.
La turba de cortesanos pasa muy grande ansiedad...
Tronchito está descubierto y se ha puesto a conspirar.
Quiere instalar en el trono el heredero legal,
que es claudicante de seso y le llaman el rapaz.
Con el mariscal Manguera y con el bufón real,
el enano de la Trampa y otros muchos más,
entre los cuales Pelópidas, Jullepiane, el general, 
están preparando el golpe que muy pronto estallará.
Pero la Ocarina vela ¡junto al trono del sultán! 

Querido diario: 

El texto con el que abrí esta nueva entrada fue publicado el 1° de julio de 1930 en las páginas de ese sumidero de papel, denominado "La Fronda", en el que escribían los popes de nacionalismo criollo, embarcados de lleno y sin retorno en las maniobras que concluirían en el golpe de Estado que habría de producirse en apenas dos meses.

Titulado "Romance de la conspiración palaciega" su autor individualizado con la sigla "VIR" [que, de acuerdo con un trabajo académico escondía el nombre de Ernesto Palacio] resumía el clima enrarecido que rodeaba al presidente Yrigoyen, al entorno que se decía entonces y se diría después, maniobraba para disputarse su herencia política, en la convicción de la enajenación mental del líder y su inminente fallecimiento.

Los principales y cercanos colaboradores individualizados como inmersos en esa tarea eran: el vicepresidente Enrique Martínez [el heredero legal] que Elpidio González, ministro del Interior [Tronchito] quería colocar en el lugar del sultán [Yrigoyen], jugada a la que se oponía en canciller Horacio Oyhanarte [Ocarina].

Reseña Gasió: "A fines de junio de 1930, La Nación y Crítica difundieron estas versiones: el ministro González, con un grupo de amigos políticos, buscaba la oportunidad de obligar a Yrigoyen a renunciar a la presidencia de la Nación, pasando el gobierno al vicepresidente Martínez. Yrigoyen había ordenado pesquisar las actividades del Ministerio del Interior y de otros miembros del gabinete, quienes vendrían celebrando reuniones secretas y sospechosas. Los conciliábulos habrían cesado al ser descubiertos sus protagonistas" [La caída de Yrigoyen. 1930, Ediciones del Corregidor, Buenos Aires, 2006, p. 200].

La tribuna mitrista en sendas columnas del 28 y 29 de junio de 1930 bajo el título "Una extraña versión", instaló esa especie: la de intrigas palaciegas orientadas a forzar el desplazamiento del Presidente, con la finalidad de que el vice Martínez completase el mandato hasta octubre de 1934, quien habría comprometido a Elpidio González su apoyo para que lo sucediese postulándose para ello como candidato de la Unión Cívica Radical. Completaría el tándem el ministro de Justicia e Instrucción Pública Juan de la Campa.

El otro aspirante a la sucesión, el canciller Oyhanarte, habría sido quien instó la difusión de estas versiones con la finalidad de desbaratarla, aliándose para ello con uno de los dos ministros militares del gabinete, el teniente general Luis J. Dellepiane [Jullepiane], en tanto que el restante, el ministro de Marina contraalmirante Tomás Zurueta era, en el mejor de los casos prescindente.

Ese panorama desolador daba cuenta de la soledad en la que se encontraba Yrigoyen ensimismado y aislado por acción de quienes consideraba los dirigentes de su partido más fieles, Elpidio, por todos. Debemos tener en cuenta dos acontecimientos (entre tantos) que habían empujado a su gobierno a ese penoso estado de cosas.

Uno, que ya hemos repasado en tus páginas querido diario, el atentado sufrido a pocas cuadras de su casa el 24 de diciembre de 1929; el restante que todavía no tratamos: la derrota electoral del radicalismo en las elecciones de marzo de 1930 (o, en su caso, la victoria pírrica) comicio que parió la estrella del Partido Socialista Independiente. Sumado a la grave situación política en las provincias de Santa Fe, Corrientes y muy especialmente, San Juan y Mendoza, sobre lo cual, bastante vamos a escribir.

La piedra de toque del golpe, a criterio de nuestro conocido Fermín Chávez, con quien coincidimos, fue la renuncia de Dellepiane el 3 de septiembre de 1930: "cuyo texto apareció en los diarios de la mañana. Dio este paso al sentirse impotente de convencer a Yrigoyen de la gravedad de la situación, después de haber sido desautorizado, como dijimos, por el presidente. Sin duda estaba ocurriendo lo previsto por la facción del ministro del Interior [Elpidio González]" [Perón y peronismo, cit., Tomo I, p. 66].

Aludía el maestro Chávez, a la gestión realizada por Oyhanarte ante Dellepiane para desestabilizar el plan en marcha de sustituir a Yrigoyen por Martínez. El ministro de Guerra actuó lealmente, aunque del modo que evaluaremos más adelante, a raíz de la contrariedad que sentía por el gobierno que integraba y a ciertas actitudes que lo sumían en el desánimo y la consternación.

Chávez, evoca el recuerdo de Dellepiane de un encuentro sostenido entre un grupo de aviadores militares, que él representaba, en la Casa Rosada, semanas antes del golpe de Estado: "para plantearle al presidente sus más urgentes necesidades en máquinas aéreas. Después de escucharlos, con su calma habitual, Yrigoyen los llamó a la reflexión con un discurso en el cual les señalaba la inconveniencias de 'arrebatar a los pájaros un derecho que Dios les había otorgado" [en ibídem, p. 54].

Con todo, como anticipé, el ministro de Guerra fue leal (a su manera) a su jefe, dando inicio a tareas de control de la camarilla encabezada por Uriburu que conspiraba abiertamente durante esas lúgubres jornadas, entre ellas la del 26 de agosto de 1930 cuando, de acuerdo con la memoria realizada por el capitán Perón que evocamos en la entrada que dio inicio a este hilo, se celebró en la casa del mayor Thorné una reunión dirigida a ultimar los detalles del golpe: "que contó con la presencia de más de cien oficiales de distinta graduación, encabezados por los generales Uriburu e Isidro Arroyo, y los almirantes Abel Renard y Ricardo Hermelo." [ibídem, p. 64]. 

Recuerda el entonces capitán Juan Perón que: "esta reunión había trascendido y yo supe que se comentaba en el Ministerio, pero no pasaba de comentario. Nosotros teníamos un buen servicio de informaciones que aprovechábamos por todos los medios a nuestro alcance", razón por la cual "el coronel Mayora había sido detenido y según parece en el Ministerio se tenía la lista completa de los oficiales que habían estado reunidos en casa del mayor Thorne. Se decía que estaban deteniendo a todos" [Juan Perón, Lo que vi de la revolución..., cit., pp. 37/8].

En efecto, pocos días después, según la versión del ministro de Obras Públicas, Dr. Ábalos: "los jefes militares que el general Dellepiane hizo detener recuperaron su libertad por 'insinuación del Ministro del Interior', es decir, del doctor Elpidio González, quien consideró en todo momento infundadas las medidas precautorias dispuestas por Dellepiane. El político radical Francisco Ratto aporta testimonios coincidentes con los de Ábalos, en el sentido de que el ministro González venía planeando desde principios de 1930, adueñarse de la jefatura del radicalismo. Nada pudo hacer el ministro de Guerra en sostén del presidente, puesto que un círculo de intrigas palaciegas impedía a Yrigoyen conocer lo que realmente estaba sucediendo" [Chávez, cit., p. 66]

Luego de resaltar la especie de la conspiración urdida entre el ministro del Interior, el vice, el de Justicia y el jefe de la Policía , coronel Graneros "piezas claves del cerco tendido al Peludo quien, por lo demás, afrontaba una crítica hora biológica", remite no sin pena y fastidio, al meticuloso análisis de la situación realizada por uno de los jefes de la sedición, general José María Sarobe.

En Memorias sobre la revolución del 6 de septiembre de 1930, luego de referir a los delirios y chambonadas de los tenientes coronel Bautista Molina, Álvaro Alzogaray y otros laderos de la cohorte de Uriburu [ilustradas con precisión por su entonces subalterno, el capitán Perón, como hemos repasado] anota que: "felizmente para los revolucionarios, las cosas no iban mejor por el lado del gobierno. La acción del ministro de Guerra, teniente general Dellepiane, encaminada a contener y hacer fracasar el movimiento fue desbaratada por la incapacidad del presidente, quien no se apercibía cómo por sus errores y su inercia había perdido rápidamente la popularidad, sin que los titulados amigos le sacaran la venda de los ojos, ni los colaboradores inmediatos cumpliesen con el deber de advertirle que le acechaban [...]. Desde el 1° de agosto, más o menos, Dellepiane estaba informado de que se tramaba un movimiento revolucionario bajo al dirección del general Uriburu. Contaba con el servicio de dos confidentes utilizados por el contralmirante Hermelo, dirigente revolucionario para el desempeño de misiones de confianza, y quienes a espaldas de éste, le informaban al ministro lo que se tramaba. Todos los datos que Dellepiane recibía por este conducto se los transmitía a D. Elpidio González, Ministro del Interior, quien acogía estas informaciones con despreocupación, diciendo que la situación era tranquila y no podía esperarse nada desagradable, porque la masa popular era adicta al gobierno" [en cit., ediciones Gure, Buenos Aires, 1957, pp. 83/4].

Sin perjuicio de mi discrepancia con la valoración que el militar sedicioso realizaba de la realidad política de entonces y del modo mediante el cual se conducía el magistrado que había sido elegido para ello por el pueblo argentino (cargando las tintas, seguramente, en el vano intento de limpiar un foja de servicios y una conciencia indeleblemente enchastrada) es interesante reparar en los detalles que propone respecto del accionar del ministro de Guerra, a quien deja muy bien parado en su resistencia al accionar de la cáfila de delincuentes integrada por el propio Sarobe.

No obstante, en el prólogo del libro que consultamos para esta entrada expresa que su trabajo (finalizado en 1932) tuvo la finalidad de "contribuir en la medida de nuestras posibilidades a que se escriba alguna vez la historia del 6 de Septiembre, damos a publicidad esta memoria. Conocemos a fondo el problema; porque el azar, el destino, más que el afán de una vana popularidad, nos llevó a desempeñar un papel anónimo pero esencial en la etapa culminante de aquel acontecimiento. Ella contiene, como lo verá el lector, la narración fidedigna de hechos fundamentales e ignorados de la revolución de 1930 y de la acción de sus dirigentes, así como demostrativos de la conducta de un grupo calificado de Oficiales ansiosos de orientar el pronunciamiento hacia móviles elevados y democráticos, concordantes con los anhelos del pueblo y de las fuerzas armadas"

Luego de realizar una serie de consideraciones cuya transcripción voy a obviar, aunque asertivas del rol de guardián de la Constitución, la moral y la democracia (sí, la democracia, querido diario) del grupo sedicioso en riesgo ante los desaciertos y crímenes que habría perpetrado Yrigoyen en el ejercicio de la Presidencia y otros tantos dislates por el estilo, anota al pie una cuestión que merece ser ponderada, en tanto que la memoria publicada, Sarobe la conformó apelando a sus recuerdos, por un lado y al estilo de un sumariante militar, recogiendo testimonios de las personas que tuvieron alguna participación en esos acontecimientos de un bando y del otro.

Por ejemplo, cuando refiere que ante las novedades del avance de la conspiración consistentes en el robo de armas y material bélico de la Escuela de Artillería, el 25 de agosto Dellepiane se reunió en la Casa de Gobierno con Elpidio González a quien, en presencia de su colega de gabinete De la Campa y del coronel Graneros le informó esa y otras novedades. Ante ello Graneros le habría dicho a Dellepiane: "no hay nada que temer, general, la revolución por ustedes descubierta, parece que es una falsa alarma", lo reconstruye sobre la base del testimonio del ayudante del ministro de Guerra el teniente Raúl A. Speroni, presente en ese despacho de la Casa Rosada.

Quien, asimismo, le confió a Sarobe que: "al retirarse Dellepiane, González y Graneros se miraron y sonrieron. Yo me encontraba en un ángulo del despacho y escuché todo el diálogo. Al retirarme, el Ministro del Interior me dijo por lo bajo: 'hay que tranquilizarlo al general porque estos días está muy nervioso" [en Sarobe, cit., pp. 84/5].

Sin embargo, siempre según el recuerdo de Speroni, por orden de Dellepiane, el jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo: "recibió la orden de reforzar la guardia de la Casa de Gobierno y de proveerla de armas automáticas. También se tomaron medidas de defensa en la casa de Scarlatto, frente al domicilio del Presidente, en la calle Brasil".

Luego de hacer referencia a la reunión del 26 de agosto que referí arriba, ante la pasividad del jefe de policía, al día siguiente Speroni compareció ante el mismísimo Yrigoyen. A la tarde de esa jornada, fue el ministro Dellepiane quien, en compañía de su ayudante, compareció ante Yrigoyen.

En la memoria que consultamos consta una reseña de la charla entre el Presidente y su ministro, según el recuerdo del entonces teniente, que entiendo merece ser transcripta.

"- Lo he molestado, señor Presidente [comenzó Dellepiane], porque estoy preocupado. 
- Tranquilícese, general. Ya se está poniendo usted muy nervios [respondió Yrigoyen].
- No estoy nervioso, señor Presidente, estoy preocupado.
- ¿Y cuáles son los motivos de sus preocupaciones, mi amigo general?
- Se trata de lo siguiente: desde hace ya tiempo ha llegado a mis oídos que ciertos jefes y oficiales, encabezados por el general Uriburu, se están reuniendo para cambiar ideas sobre la forma de apoderarse del gobierno. Estas reuniones, señor Presidente, ya son insolentes por la forma descarada en que se hacen. Anoche hemos podido comprobar que en la casa de un jefe del Ejército, se han reunido más de 70 militares, habiendo concurrido los cabecillas.
- ¿Y quiénes son los cabecillas, general?
-Uriburu, el coronel Mayora, Hermelo, Renard, el teniente coronel Rocco, etc.
- Ya ve, general, que no hay que preocuparse. Son todos unos palanganas.
- Muy bien, señor Presidente; ya sé que son unos palanganas demostrémosles; primero, que no se los necesita; segundo, que no se les teme; y los debemos meter dentro de un zapato y taparlos con otros.
- No se entusiasme, general.
- Señor Presidente: le aseguro que hay motivos para preocuparse. Ya la protesta se está sintiendo en el pueblo; la gente se queja; son pocos los que están conformes. La disciplina del Ejército parece decaer. A esto hay que ponerle remedio o nos hundimos todos; buenos y malos. Y no lo tome a mal, señor Presidente. Yo no hago más que pagarle con la confianza que usted me ha honrado. Si lo viese a usted con el ceño adusto por culpa mía, yo no me quedaría un minuto más al lado suyo" [ibídem, pp. 88/9].

Está claro que el general Dellepiane encontraba en la situación motivos de preocupación y nada sugiere que no haya querido cumplir ante su jefe político un acto de subordinación, aunque más adelante su discurso cambiase de cariz. 

Sin perjuicio del acento de la memoria de Sarobe y la aviesa intencionalidad de su libelo, no se advierte en Yrigoyen síntoma de senilidad alguno, al recordarle al atribulado militar que enunciaba los riesgos de la confabulación en marcha que no vivía en la Argentina de ese tiempo una persona que fuese más conocedora del arte de la conspiración que Hipólito Yrigoyen.

El diálogo que sigue y la decisión final de Yrigoyen refuerzan mi hipótesis.

"- Pero, general [pregunta con una ironía no captada por su interlocutor], ¿a usted le parecen tan graves las cosas que están sucediendo?
 - Gravísimas, señor Presidente. Y le voy a decir, con su permiso, algunas verdades sobre las personas que lo rodean. Hay a su lado pocos leales, pero muchos ambiciosos y despreocupados. Y esto el pueblo lo sabe; por eso es que no tiene confianza en el Gobierno.
- Usted, general, habla con mucha precipitación y temo que esté engañado.
- Yo no estoy engañado, porque veo. Los engañados son los que no ven o no quieren ver.
- ¿Y por qué le parece, general, que no quieren ver?
- Porque así les conviene a sus intereses y es por eso que a usted lo tienen con la cabeza en las nubes y los pies en el barro.
- ¿Y qué es lo que usted quiere, general?
- Quiero dos cosas, seños Presidente, pero lo uno no lo acepto sin lo otro.
- ¿Cuáles son esas dos cosas?
- Lo primero que quiero es que usted me autorice en meterlos en vereda a estos señores que quieren hacer la revolución. Ya sabemos quiénes son y no hay sino que proceder contra ellos. Y para esto quiero iniciar esta tarde mismo las detenciones de los que estamos seguros que han estado en la reunión.
- ¿Y al general Uriburu, piensa detenerlo también?
- ¡Pero si es el cabecilla!
- Le pido, general, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.
- Pero señor Presidente, yo no...
- Se lo pido a mi amigo, el general Dellepiane.
- Sea, señor Presidente, ¿y lo demás?
- Haga con ellos lo que crea conveniente, pero no sea violento. Ojo con equivocarse. ¿Cuál es la segunda condición?
- Esta es importantísima, señor Presidente. Se trata de un cambio de frente del Gobierno y de la renovación de algunos funcionarios. A propósito, aquí traigo una lista".

Y comenzó el general a cantarle los nombres de los funcionarios que debían ser removidos. Para resumir: todos menos Dellepiane.

Me pregunto, querido diario, ¿habrá querido Sarobe dejarlo tan bien parado a Yrigoyen?

Luego de leer ese diálogo, ¿puede seguir reiterándose la cantinela de la senilidad de quien escuchó lo que escuchó de boca de un militar de una lealtad, demasiado insolente?

Si luego de esa reunión Yrigoyen, como efectivamente lo haría, desautorizaba a Dellepiane y liberaba a los militares que había detenido el día anterior, ¿evidenciaba su debilidad, o por el contrario, le dejaba en claro a Dellepiane quién era el que mandaba?

Porque al fin de cuentas, si cedía Yrigoyen a esa sugerencia, no sería dictador Uriburu, ni lo subrogaría Martínez en yunta con González; el poder sería todito para Dellepiane. 

Lo supiera o no el amigo general cuando le habló como le habló en el despacho de los Presidentes. 

Y al fin de cuentas, si la democracia pacientemente construida durante tantos años, caía por la decisión de un puñado de milicos palanganas ante la pasividad de sus víctimas, el pueblo todo, esa democracia no sería entonces (conjeturo que pensaría don Hipólito) en ese aciago 1930, digna de ser defendida. 

La seguiremos, querido diario.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 185.

Querido diario.

Pará, nene. Debés llevar diez días seguidos escribiendo sobre el segundo gobierno del Peludo. A fuego lento, como decís, esto pinta para extenderse hasta los Carnavales cuando dijiste hace unos seis meses que terminaría la cuarentena. Yo, y tantos nos cagábamos de risa, hace seis meses. Hoy, creemos que te quedaste corto...

¿Para eso, intervenís, querido diario?

No sólo para eso. Venís haciendo una crónica a partir de la que, nos queda clarito, Yrigoyen fue lo más grande que había y que hubo. El resto que estaba en contra, era mierda: vendepatrias, abombados, traidores, reaccionarios, o lo que cuadre. Ahora, bebé, contanos: ¿no hubo nada malo en el gobierno de "Tatita"? ¿Fue la perfección ese gobierno y todo lo malo venía de afuera o de los confabulados de adentro?

Nada de eso, querido diario. Obviamente que la gestión presentó muchas deficiencias, empezando por el presidente Yrigoyen, que no las tenía todas consigo, estaba muy mayor y eso se le criticaba especialmente (en otros lares hubieran considerado que atravesaba el tiempo de la sabiduría), centralizaba todas las decisiones de la administración y en el seno de su equipo tres de sus más cercanos colaboradores al advertir que quizá no llegaba con vida a 1934 (cuando concluía el mandato constitucional) pensaban y actuaban en consecuencia, en la sucesión. La cuestión de las provincias de Mendoza, San Juan y Santa Fe no eran un detalle menor, pero no quiero escribir sobre esto...

Se nota, nene, se nota. Pero ocurre que nunca cumpliste con la reseña de la Semana Trágica y de la Patagonia (te disculpo La Forestal, mirá) y no sos coherente con vos mismo si no la contás completa, dale, no me hagás escribir lo que sabés...  

Vamos a abocarnos a esta tarea, entonces. 

Recapitulo: Hipólito Yrigoyen había sido elegido Presidente de la Nación en las elecciones de abril de 1928 por una diferencia abrumadora de votos, duplicando los conseguidos por la fórmula adversaria: Melo-Gallo, rejunte de radicales-conservadores y de conservadores-conservadores apoyada por el presidente saliente Alvear.

Ese triunfo portentoso, inédito hasta entonces, fue leído por Yrigoyen y sus seguidores como habilitante para la realización de cambios estructurales que no habían sido llevados a cabo durante los seis años de su primer ejercicio presidencial (1916-22), se allí la denominación de plebiscito y de mandato extraordinario, minimizado y censurado agriamente por la oposición.

Esa elección, sin embargo, no había logrado remover obstáculos institucionales que impedirían la realización de esas reformas sustanciales (no logró el partido del nuevo Presidente un bloque mayoritario en el Senado, dominado por sus enemigos) y, a la vez, la sola posibilidad de que esas reformas fueran llevadas a cabo, encrespó a la oposición política (en el Congreso y en algunas gobernaciones) y a los mandantes de aquéllos, los representantes de los poderes fácticos, que se plantaron, irreductibles, ante el nuevo Presidente.

Esas reformas, como lo resumió Arturo Frondizi magistralmente, consistían en: la consagración del monopolio estatal de toda la cadena de comercialización del petróleo; la creación de herramientas financieras a fin de contrarrestar la dependencia económica argentina, tales: la instauración de una entidad con capacidades análogas a las del actual Banco Central, y de entidades financieras relacionadas con la producción agropecuaria, a fin de limitar la acción desestabilizante de los grandes terratenientes y promover políticas de colonización tantas veces postergadas; y en lo internacional, plantarse con dignidad ante el avance imparable de los Estados Unidos en la región, erigido en nuevo centro imperial como resultado del final de la Gran Guerra, mediante un esperado liderazgo latinoamericano y el acercamiento bilateral a naciones de regímenes antagónicos como los de Gran Bretaña y la Unión Soviética.

Esos planes se verían frustrados por la interrupción del mandato de Yrigoyen a menos de dos años de iniciado, derivados de la más grave crisis del capitalismo conocida hasta entonces (a partir del derrumbe de Wall Street de octubre de 1929), el concomitante desplome de los precios de los productos agropecuarios que exportaba el país, la depreciación de la moneda, la inflación y la desocupación, cóctel cuyas consecuencias no pudieron ser contrarrestadas por el gobierno nacional, las cuales se agudizaron durante los años de la dictadura subsiguiente.

Esos efectos, de los que fue víctima el cuerpo social que conformaba el electorado yrigoyenista, fueron decisivos en la pérdida de apoyo popular que fue mermando con el paso de los meses (de las semanas en rigor), aprovechados por una oposición predispuesta a apoyar (desde las dirigencias anarquistas a las fascistizantes) toda salida que supusiera una clausura trágica y definitiva de la experiencia democrática iniciada en octubre de 1928.

Los vicios, defectos y miserias ese gobierno, nunca fueron negadas en tus páginas, querido diario.

Germán Bidart Campos, en un trabajo poco recordado detalla que: "el desgaste de Yrigoyen en el poder y la ineficiencia que hoy [1977] sería señalada como vacío de poder fueron utilizados por la oposición. La edad y las condiciones físicas del presidente le impiden resolver personalmente con celeridad los problemas que se acumulan en torno de una conducción centralista que se empeña en retener para sí. La jefatura partidaria ha frenado la formación de cuadros directivos internos" [del autor citado: Historia política y constitucional argentina, Ediar, Buenos Aires, 1977, Tomo II, p. 127].

"Yrigoyen volvía a la jefatura del Estado, viejo, cansado, decrépito, con setenta y seis años de edad, fatigado por la lucha política y sostenido por una fuerza cívica muy distinta de la vigorosa que lo llevara al poder supremo doce años antes", dado que en la curiosa interpretación histórica de nuestro conocido Carlos Ibarguren, primo del futuro dictador, las adhesiones a la fórmula encabezada por Yrigoyen expresaban, en rigor, el rechazo a la fórmula Melo-Gallo. "Cuando retornó de nuevo al poder, elevó consigo a un círculo inferior de adulones e ineptos. Por otra parte, su tendencia demagógica lo llevó a rodearse de gentuza ansiosa de sacar provecho y enriquecerse, lo que trajo a las esferas oficiales un clima de corrupción y de bajeza. En esas circunstancias, tuvo en su contra, además de la facción radical unida a los conservadores, a todos los sectores ilustrados y tradicionales e ilustrados y tradicionales de la sociedad; es decir, a las personalidades más capaces del país; y a su favor, sólo masas irresponsables que pronto disminuyeron hasta el derrumbe del yrigoyenismo" [La historia que he vivido, cit., pp. 391/2].

Félix Luna, militante yrigoyenista al tiempo de la redacción de la difundida biografía sobre nuestro personaje, pasó revista a la serie de factores que habrían derivado en lo que define como un "desgano e inercia" de su segundo mandato: "uno de los principales debe haber sido el método de trabajo del caudillo, que en última instancia cargaba sobre sí toda tarea administrativa, sin abandonarla en alguna medida sobre sus colaboradores inmediatos. Porque si esta método puedo ser viable en su primera presidencia, su cansancio mental y la creciente imbricación de problemas lo tornaba impracticable. Su insistencia por parte de Yrigoyen provocaba el retardo de todo el mecanismo administrativo, y eso provocaba una pesadez indisimulable en la solución de cuestiones urgentes. Sin embargo, no fue tan importante este factor como la falta de contralor atento por parte de la Unión Cívica Radical. Porque la quiebra del ímpetu liberador del gobierno radical se debió fundamentalmente a la quiebra del radicalismo mismo. Era evidente en 1929 un relajamiento, un 'aburguesamiento' en el gran partido popular. Tres cualidades caracterizaban esta decadencia: la entronización excesiva y fatigosa de la personalidad de Yrigoyen; la política que Moisés Lebensohn llamaría años después 'del servicio personal'; y una agresividad contra la oposición que antes no se había ejercido jamás".

Respecto de la política del "servicio personal" destacaba, en un sentido que me hace recordar a las agrias aguafuertes de Arlt repasadas, que: "importaba no solamente un abandono del designio libertador del radicalismo, sino también la aparición de una malla de intereses creados, de compromisos que no se diferenciaban en este aspecto del armazón del Régimen. Los reclutadores de votos estaban allí a sus anchas, y los buenos radicales se perdían en el pequeño juego de la política de toma y daca". En lo relativo a la "agresividad" de ese radicalismo que: "siempre se había caracterizado por su tolerancia, su amplitud, su hidalguía ante el adversario [...].  Pero en esos años, un espíritu enfermizantemente violento, un dejo compadrón y taita hizo carne en el radicalismo" [Félix Luna: Yrigoyen, Hyspamérica, Buenos Aires, 1984, pp. 334/5].

Mónica Quijada, si bien destaca la coherencia del accionar de Yrigoyen con sus postulados, la convicción que tanto el caudillo como su círculo más cercano tenía respecto del proyecto propuesto en 1928 (mucho más programático y articulado que el de 1916) y de los esfuerzos de esa administración por evitar que sean los sectores asalariados los que cargasen exclusivamente con las consecuencias de la crisis económica extraordinaria que sacudía al mundo capitalista destaca que: "la mayoría absoluta con que los radicales subieron al poder en 1928 les hizo sentirse más fuertes que nunca, sin parar mientes en el poderío real de las fuerzas coligadas contra ellos. El resultado de ese sentimiento fue una gestión en la que no faltaron una cierta prepotencia y el convencimiento ingenuo de que el doctor podía arreglarlo todo [...]. Se usó y se abusó del gasto público y el favoritismo oficial hasta límites escandalosos aun para los radicales mismos. La recurrencia al endiosamiento de Yrigoyen por parte de la propaganda oficial alcanzó asimismo extremos inéditos. La menor crítica intrapartidaria paso a ser considerada traición, no por Yrigoyen, sino por sus propios acólitos. Eran deformaciones extremas de antiguas tendencias, que se vieron agravadas por la introducción de un elemento nuevo: el uso de la agresión. Del seno del radicalismo, que se había caracterizado por su tolerancia y nobleza de trato hacia el adversario, surgieron cuerpos de choque destinados a estorbar las manifestaciones opositoras. El Klan Radical, llamaban sus adversarios a estos grupos díscolos e incontrolados"

Volveremos sobre esa agrupación que, se dice, actuaba en defensa (a los tiros) del Presidente, respecto de la cual, Quijada se pregunta si Yrigoyen conocía de la existencia de ese cuerpo, concluyendo que: "parece difícil aceptar que los ignorase como han sostenido algunos de sus hagiógrafos. Sin embargo, el horror a la efusión de sangre que fue una de las características de Yrigoyen se contradice con el descontrol de aquellos grupos minoritarios pero ostensibles [...]. Es posible también que Yrigoyen hubiese perdido parcialmente el control del aparato partidario. Se dice que sus colaboradores lo mantenían intencionalmente desinformado, y hasta se ha hablado de diarios impresos con noticias falsas para ocultar al líder los hechos de la realidad, a un punto tal que, en los últimos tramos de su gobierno, hubo quien consideró a Yrigoyen un Presidente secuestrado. Es probable que haya alguna exageración en estas apreciaciones, lo mismo que la senilidad que también se le atribuyó. Las actuaciones públicas del caudillo durante su último gobierno muestran, por lo contrario, que se hallaba en plena posesión de sus facultades e inteligencia" [de la autora citada, Hipólito Yrigoyen, Quorum, Madrid, 1987, pp. 144/6].

El historiador inglés David Rock, coincide en el punto de rechazar la difundida versión de la decrepitud de Yrigoyen, invocada reiteradamente para justificar el fracaso de su segundo gobierno y el del apoyo popular a su derrocamiento en septiembre de 1930, aunque anote que en ese año: "por primera vez los adictos a Yrigoyen comenzaron a manifestar inquietud por su estado de salud, tornándose común atribuir los problemas del partido a su imposibilidad de manejar los diferendos dentro del gabinete. González, Oyhanarte y el vicepresidente Enrique Martínez, que antes habían tenido sus propios imperios de patronazgo subsidiarios, se veían ahora obligados, para proteger su situación, a competir entre sí por una porción del cada vez más exiguo presupuesto oficial [...]. Es preciso hacer cierto hincapié en este punto, pues muchos relatos sobre la revolución de 1930 han aducido como principal motivo del colapso del gobierno la presenta senilidad de Yrigoyen. Una visión equilibrada de los hechos no permite sostener tal cosa. En ese período crítico Yrigoyen apareció en público probablemente con más frecuencia que en ningún otros de su carrera [...]. Las interpretaciones que toman a Yrigoyen como eje de los acontecimientos tienen la dificultad de que trasforman con notable rapidez y muy pocas pruebas concretas al 'líder experto' de 1928 en el 'anciano senil' de 1930; por lo demás, no permiten comprender porqué se quebró la moral partidaria en esta última fecha. La corrupción y las disputas internas en el gabinete no eran nada nuevo. En cambio, la depresión económica explica muy bien porqué la 'senilidad' de Yrigoyen, la 'corrupción' y la falta de espíritu partidario cobraron importancia cuando lo hicieron" [David Rock, El radicalismo argentino (1890-1930), Amorrortu editores, Buenos Aires, 1997, pp. 260-261].

González, Oyhanarte y Martínez, serán objeto de nuestro próximo encuentro, querido diario.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 184.

Querido diario.

La entrada pasada se hizo larga y, quedó afuera lo que pensaba que estaría dentro: las aguafuertes de coyuntura de Roberto Arlt a lo largo de los meses evocados. Aclaro que no nos ocuparemos, por ahora, de aquellas que relatan los acontecimientos del golpe de septiembre, que a su tiempo, llegarán.

Glosaremos aquellas mediante las cuales Arlt pulsaba el clima de época, disponibles en la despareja selección de Losada que venimos repasando.

Las evocadas en tus páginas en la entrada del día de ayer, como el fresco final de su amigo Scalabrini Ortiz, nos ayudan en la tarea de la paciente reconstrucción de las imágenes que ambos intelectuales recogían de la sociedad en la que vivían. 

Algo de eso me propuse cuando la aparición Arlt en tus páginas: el reconocimiento en seres de carne y hueso de sus criaturas de ficción.


Recapitulemos: 

Contrariamente a lo consignado por sus colegas escritores en el documento fundacional, Arlt desechó integrar el "Comité Yrigoyenista de Jóvenes Intelectuales para la Reelección de Hipólito Yrigoyen", cuya sede era la de la calle Quintana 222, domicilio de su presidente, Jorge Luis Borges, en los siguientes términos según publicó en "Crítica", donde por entonces escribía: "1° Que no siendo intelectual, no puede pertenecer a tan preciado comité. 2° Que no interesándole actuar en política, considera superfluo dicho nombramiento".

Desde el diario "El Mundo", se ocupará del gobierno surgido de las elecciones de 1928, siempre de manera despectiva; carácter que no derivaba sólo del concepto que le merecía el Presidente sino en especial, de un desprecio sin atenuantes por el sistema de representación político vigente entonces.

El 12 de septiembre de 1928 en el aguafuerte "Cuando suba don Hipólito" escribió: "Viaje usted en tren, en tranvía, ómnibus, aeroplano y escuchará esta comentario: -Cuando suba don Hipólito... Y su asombro crece al comprobar el infinito número de personas que tienen su confianza puesta en don Hipólito. No hay uno que diga: - Cuando suba don Hipólito, le regalaré esto o aquello. No. La auténtica, única expresión que sale de todos los labios es esta: -Es cuestión de días. En cuanto suba don Hipólito... Yo, sinceramente, compadezco al señor Hipólito Yrigoyen, lo compadezco colocándome en su lugar. Eso de ser presidente, merced a la esperanza de un infinito número de gente que necesita pedirle algo es de lo más desagradable que puede ocurrirle a uno. ¡Y hay que ver el número de individuos que a cada momento tiene en la boca la bendita expresión! - Cuando suba don Hipólito [...] Yo, que soy incapaz de adular al Diosa Padre, diré esto sin empachos: -Don Hipólito es esperado por todos los presupuestívoros del país o aspirantes a serlo, con más impaciencia que el Mesías. Y otra gente además. Lo espera todo el mundo. Lo espera el que necesita una ley de emergencia que le permita vender sus productos averiados; lo espera el encarcelado que se hace ilusiones respecto a un indulto; lo espera la viuda; lo esperan la huérfana y huérfano; lo espera el empleado exonerado 'injustamente'; y también lo esperan los quinieleros, los aspirantes a ministros; los vendedores de cocaína, los padres con familia y sin familia. ¿Quién no lo espera a don Hipólito? Y lo curioso de esto es lo siguiente: que todo el mundo confiesa sin empacho sus malas intenciones. No hay uno que diga: -Bueno, espero que suba don Hipólito para regenerarme. No, no hay ni uno solo".

No sin ironía, se conduele de Yrigoyen, por el hecho de concitar tantas expectativas: "yo me imagino qué es lo que pensará de todo ello el Hombre, como lo llama el soporífero Oyhanarte, pero me imagino que a mi buen señor no debe causarle mucha gracia eso de que los perdularios del país pongan sus esperanzas en él para llevar a cabo sus malandrinadas. Y lo extraordinario es que hay gente que hace seis años que espera a que 'suba don Hipólito', Seis años dándose vueltas por los comités, abogando por la 'causa', descargándose en los cafés, haciéndole la corte a caudillos analfabetos, repitiendo cien veces al día 'yo sé que el dotor tiene interés en favorecerme' y otras pavadas por el estilo. ¿Qué pensará de todo esto el Hombre? Yo no me lo imagino".

Luego de consignar que le asignaría a Yrigoyen la condición de "víctima de los pedigüeños", no deja de dejar sentado su desprecio por los que se iban: "los alvearistas o los melogallegos [adeptos a la fórmula Melo-Gallo] han copado todos los puestos públicos que han podido. Ha sido eso la errabatida, el 'sálvese quien pueda'. Naturalmente en ese Patio de Monipodio que es la casa de gobierno, el que no ha corrido ha volado. Los cetáceos y tiburones han atrapado los empleos gordos, las conongías [sic] sublimes. Justo se ha hecho nombrar general de división. Sagarna, el funesto y terribilísimo Sagarna, se ha ubicado como ministro de la Suprema Corte de Justicia. ¿No es una injusticia esto?" [Arlt, Aguafuertes porteñas, cit., pp. 450/1].

Agustín Justo y Antonio Sagarna. Ya nos ocuparemos de ambos, querido diario.

"¡Qué curioso! A medida que uno va comprobando los efectos de la Democracia (por ejemplo Mendoza, donde se han vendido hasta los bulones de los bancos de las escuelas) uno llega a la conclusión de que nuestro siglo admirará a los futuros historiadores por esa enorme y voraz caterva de pilletes que ha originado la Democracia; la Democracia que llena la bocaza de todos los oradores de plazoleta"

Así, comenzaba el aguafuerte "En el santo nombre de la democracia", aparecido en el edición del 10 de enero de 1929. Ya para entonces, Arlt expresaba todo su rechazo por el sistema político que empezaba a morirse al goteo, como quien se desangra: "deténgase usted a escuchar a un charlatán de estos en vísperas de batalla o de elecciones. Deténgase y observe el discurso. El charlatán habla y dice hablar en nombre, 'en el santo nombre de la Democracia'. Lea usted el suelto de un jefe de partido, la proclama de un bribón máximo, y si no encuentra por lo menos escrita dos veces la palabra Democracia ¡que me ahorquen!"

Así seguiría: "Lea usted el volante redactado por un caudillejo de barrio, por un turco con carta de ciudadanía en Barracas, o por un napolitano con la misma en La Boca, y este analfabeto, este hombre que pregona a gritos toda la estupenda ignorancia que se aposenta en su cráneo, este cernícalo os habla de Democracia, en nombre de la Democracia. Y usted, hombre sensato, se toma la cabeza, se aprieta las sienes con los dedos y se dice: 'Pero ¿dónde estamos?' Y yo le contesto a usted: 'Estamos en el mejor país de América, según las estadísticas y los estudios de los geógrafos que nunca se han apartado del Instituto de Investigaciones Sociales de Berlín o del filósofo con chivita que vive a tres cuadras de los Inválidos, en París. Imagínese usted ahora cómo serán los otros países de la América latina. Cavile usted cómo seríamos si no fuéramos latinos. ¿Comprende?"
 
Comprendo, Roberto Godofredo, tan ácido y hábil para escribir ficción y tan abombado (o algo peor) cuando lo hacías sobre política. Claro, el problema es que éramos latinos, vos que eras alemán, ni turco ni napolitano. Y eras un "hombre de ciencia", metido a periodista, alfabetizado a diferencia de los integrantes de la murga de la democracia radical.

No supiste leer que aquellos que tenían la sartén por el mango (y el mango también) te habían catequizado y repetías el versito elitista más duro y puro. Que a esos poderosos no les importaba su origen racial y que se quedarían con todo en muy poquito tiempo y que a vos, hombre de ciencia, alemán, escritor (excelente, por cierto) y tantas cosas más, te tratarían con el desprecio que en enero de 1929 vos le deparabas a los turcos, a los napolitanos o a los "mulatos con cuello palomita, chaleco de fantasía y zapatos con capellada de color: el triunfo de la más grosera pillería sobre el sentido común", como escribiste en esa desdichada aguafuerte.  

Como la pifiaste, Robertito.

Tanto escepticismo te tenía envenado: "veo todos los chanchullos que rigen la vida del individuo; asisto, como en un teatro, a los 'acomodos' que prepara con cualquier bandolero que tienen dinero para pagarle; lo veo entre sus cofrades, rompiéndose los cuernos con ellos, porque hay disidencia en vender al país al mejor postor. Otras veces no es mulato sino hijo de una verdulera. Entonces en todas partes, por otras las plazoletas, le escucharéis cantar la fúnebre palinodia: 'Soy el hijo de la verdulera; soy el hijo del arroyo que rompe sus cadenas; me amamantó una planchadora y me instruyó un zapatero ¡Viva la Democracia!"

Andabas demasiado abombado, che. 

Yrigoyen, ¿vendiendo el país al mejor postor? Esos eran los que vendrían después, papito. A quienes vos y otros incautos atragantados con cachazas como ésa (desacreditando a una persona por el hecho de ser hijo de una verdulera o por haber sido amamantada por una planchadora) les abonaban el terreno para el desfile triunfal. Ellos (que no eran turcos, napolitanos ni habían sido paridos por ninguna verdulera), ellos sí Robertito, venderían el país al mejor postor.

El problema, al fin de cuentas, era que: "en nuestros países no existen movimientos industriales efectivos. No hay intereses poderosos. En Estados Unidos vemos que la política se desarrolla de otros modos. Las plataformas electorales encaran problemas que interesan a toda la población. Se nacionalizan las caídas de agua o no; se ayuda a los agricultores o no. Se aumentan o disminuyen los aranceles [...] Y los candidatos de 'psicología latina' como el señor Alfredo Smith, aspirante que era a la presidencia de los Estados Unidos, se van al tacho. Por tener psicología latina ¡precisamente por eso!" [ibídem, pp. 453/4].

La posesión, el dominio sobre las fuentes de producción de energía, para la viabilidad de un proyecto de país distinto era, precisamente, lo que se debatía en el Congreso mientras Arlt se lamentaba por nuestra latinidad. 


Las elecciones de marzo de 1930, sobre las que vamos a escribir algo en tus páginas, querido diario, lo encontraron más contrariado, más escéptico aún.

"He visto a un cojo pegador de carteles. A un cojo auténtico, a un rengo verdadero y para colmo, con muletas. Iba en mangas de camiseta y lo rodeaban una cuadrilla de beneméritos del engrudo y el pincel. He visto un camión cargado de facinerosos. Este camión se adornaba de banderas argentinas y llevaba a los costados el siguiente letrero: 'Se alquila'". Más adelante se preguntó: "en qué país estamos, porque no acabo de entender el fenómeno de la democracia que vuelve alados a los bueyes, ágiles a los rengos, sanos a los enfermos, contentos a los melancólicos, charlatanes a los mudos, cuerdos a los estúpidos, imprudentes a los timoratos, dispendiosos a los tacaños, decentes a los deshonestos, villanos a los pulcros, activos a los perezosos, optimistas a los que nunca vieron el reverso de un billete de quinientos pesos... Insisto... no comprendo este fenómeno que ha provocado la presencia de las elecciones".

Aunque le parece: "sensato que en estas aventuras de voto y urna, se embarquen los perdidos y los vagos, ya que ni los perdidos y los vagos tienen nada que perder en dicho asunto sino que van a pura ganancia; pero lo que no encuentro explicable es que personas que durante todo el año hacen derroche de cordura, pierdan en tres días su buena dosis de sentido común y se conviertan en correveidiles de los caudillos parroquiales y aspirantes a una banca en la Cámara".

Y respecto de los militantes de esos políticos se pregunta: "¿Qué esperanzas son las que tienen entonces? No lo sé. Ni nadie tampoco lo sabe. En los camiones gritan hasta 'desgargantarse'; en las manifestaciones son los que siempre encuentran la bala perdida y el 'castañazo' extraviado; en los comités son los que cargan con laburos meritorios, con reparticiones de coletas de propaganda y la higienización del local; y todos por sus lindas caras pertenecen al gremio del 'morfe' por gramos, del pan medido, del agua por litro, de la leche los días de fiesta. Todos por sus cataduras se revelan a la legua que lo más que pueden aspirar es a una soga con que ahorcarse, siempre que tengan la precaución de atarse una piedra al cuello, porque si no se ahogan, tan poco peso tienen de flacos que están. Y, sin embargo, son los héroes de la 'jornada cívica'" ["Cosas de la política", del 2 de marzo de 1930, en ibídem, pp. 460/1].

Por fin, para finalizar, en junio de 1930, leemos la descarnada descripción que realiza mediante el aguafuerte "La sonrisa del político". Para que no queden dudas del tenor, comienza su escritura dando cuenta que: "Tengo un amigo que, a pesar de dedicarse a la política, es inteligentísimo. Estas anomalías suelen ocurrir", quien le pregunta: "¿has observado que tengo una sonrisa falsa?" y a la respuesta afirmativa de Arlt explica que era la herramienta indispensable del político: "saber sonreír a la gente- Cuando un político está serio, tiene que ocurrir algo grave; pero entonces es un mal político. Yo les sonrío hasta a los ordenanzas. La mía, es una sonrisa paternal. Quien me ve sonreír así, piensa que puedo repartir infinitos favores".

El amigo de Roberto, no oculta, desde luego, su desprecio por los correligionarios que iban a entrevistarse con él: "caudillos políticos del interior. Me revientan. Son analfabetos, se bañan de tarde en tarde, en fin, como decís vos: los costras de la política, las cáscaras del comité. Yo me levanto, los recibo de pie, con los brazos estirados: '¿Cómo le va, querido amigo? ¡Tanto tiempo sin dejarse ver! ¿Y qué dicen nuestros fieles amigos?' Sonrío. No hago nada más que sonreír. Eso permite que los ojos se me entrecierren. Por los párpados entreabiertos espío la jeta murrallera. Me traen chismes, noticias, quejas. Escucho todo. Cualquiera creería que por mi forma de escuchar, el problema del hombre me absorbe hasta los tuétanos. Pues no es cierto. Lo miro fijamente, nuevo la cabeza y no escucho nada. Cuando termina le digo: 'Amigo, estudiaremos su caso. Demás está decir que resolveremos el asunto de manera de dejar satisfecho al amigo y correligionario".

Luego de haber escuchado todo eso, Roberto pregunta si había "algo serio en nuestra política", a lo que su amigo le responde: ""Nada, absolutamente. Mirá: un diputado provincial ha sido un malandrino regular; un senador provincial ya es un malandrino respetable; en diputado nacional, un gran malandrino; y un senador nacional, un archimalandrino. Seriamente. Cuando más sinvergüenza, más audaz y desalmado es un político, más lejos va. Somos peor que los socios de la Migdal" ["La sonrisa del político", 20 de junio de 1930, en ibídem, pp. 462/4].  

De la Migdal y de otros asuntos nos ocuparemos en la próxima entrada, querido diario.