sábado, 26 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 190.

"Cachorro de bacán, andá achicando el tren,  
los ricos de hoy están al borde del sartén.
El vento del cobán, el auto y la mansión
bien pronto rajarán por un escotillón.
Parece que está lista y ha rumbeao'
la bronca comunista pa' a este lao':
tendrás que laburar pa' morfar.
¡Cómo la vamo' a gozar!
Pedazo de haragán, bacán sin profesión
bien pronto te verán chivudo y sin colchón.
¡Ya está! ¡Llegó! ¡No hay más que hablar!
Se viene la maroma sovietista.
Los orres ya están hartos de morfar salame y pan
y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán.
Aquí, ni Dios, se va a piantar el día del reparto a la Romana.
Y hasta tendrás que entregar a tu hermana para la comunidad..."

"Se viene la maroma", 
tango de Manuel Romero y Enrique Delfino.

Querido diario.

La última escritura en tus páginas discurrió sobre la reunión entre el presidente Yrigoyen y Dellepiane a fines de agosto de 1930 cuando el ministro de Guerra intentó imponerle condiciones al presidente quien, razonablemente, las desoyó.

Aunque esa actitud le costara lo que le costó, don Hipólito que siempre creyó en lo que creyó y obró siempre en consecuencia, se habrá dicho para sí: "que se rompa, pero que no se doble". 

Y no se dobló ante Dellepiane.

Porque sabía, viejo y sabio, que ceder a las pretensiones de su ministro lo convertiría en un rehén de los miliatres leales a la Constitución.

Porque, viejo, sabio y memorioso, recordaba los horribles eventos de enero de 1919, cuando empezó a fulgurar en el firmamento de la oligarquía la estrella del general Dellepiane quien, aunque leal a su presidente Yrigoyen, podría volver a ser permeable a prestarle el oído a quienes, durante aquella infausta semana de enero de 1919 cuando Buenos Aires fue teñida de rojo sangre, le había susurrado a Dellepiane...

No me digas, nene, que vas a cumplir y te vas a meter con la Semana Trágica. Decímelo despacito, bebé, que soy muy sensible a las grandes emociones.

Es así, querido diario. Cumplo con vos y con la escueta y amada legión de lectores y lectoras de tus páginas.

¿Estás seguro, nene?

Sí, querido diario.

Comencemos por el principio.

Julio Godio, en su difundido trabajo sobre esas jornadas aciagas reseña el inicio, como factor detonante, los "sucesos del 7 de enero de 1919": "desde hacía un mes se encontraban en huelga los obreros de los Talleres Metalúrgicos Pedro Vasena, cuyos depósitos estaban situados en la calle Pepirí y Santo Domingo, cerca del Riachuelo, y la planta industrial en Cochabamba y La Rioja. Esta empresa era una de las más importantes del país, la parte principal del paquete accionario estaba en manos del capital británico que se había asociado con Pedro Vasena a principios de la segunda década de este siglo. Empleaba unas dos mil quinientas personas, entre obreros y empleados" [Julio Godio: La Semana Trágica de enero de 1919, Hyspamérica, Buenos Aires, 1985, p. 11].

El conflicto que se había dado entre la empresa comandada por el inmigrante lombardo Pietro Vassena (quien, a su vez, legaría al país un nieto inolvidable, llamado Adalbert Krieger Vasena) y los trabajadores se circunscribía al reclamo de éstos de: "reducción de la jornada de trabajo de 11 a 8 horas, aumentos escalonados de jornales, la vigencia del descanso dominical y la reposición de los delegados obreros echados por la empres al iniciarse el conflicto. El día 7 de enero de 1919, a las 16 horas, marchaban hacia los depósitos de la empresa, situados en las calles mencionadas, varias chatas en busca de materias primeas para la planta industrializadora" [ídem]. 

Gran inicio del ensayo notable que repasamos. Podemos representarnos esa tarde de verano, con el sol de plomo a la hora de la siesta, en esas calles desoladas de Barracas al convoy de la empresa transportando "obreros no adheridos a la huelga y rompehuelgas contratados para la empresa por la Asociación del Trabajo. Las chatas, conducidas por rompehuelgas, eran acompañadas por la policía. Cuando estas se acercaron a la Avenida Alcorta y Pepirí, un grupo de obreros huelguistas acompañados por mujeres y niños, intentaron pacíficamente detener a los 'crumiros' [que] no se detuvieron. Entonces los obreros comenzaron a tirarles piedras y maderas. En defensa de aquellos acudió la policía que custodiaba las chatas y cargó contra hombres, mujeres y niños. Varios policías, dispararon sus fusiles. Dos horas después había terminado la refriega: en el suelo había cuatro obreros muertos, uno de ellos de un sablazo en la cabeza, y más de treinta heridos, algunos de los cuales fallecieron después." [Ibídem. pp. 11/12].

Este acontecimiento "casi inadvertido para la gran prensa [al cual] tampoco el gobierno le dio inicialmente gran importancia [sería] el factor detonante que desataría las fuerzas revolucionarias de una clase obrera socialmente sumergida y marginada de los asuntos políticos en el país. Daría lugar a la huelga general obrera más importante hasta esa fecha; una huelga que superó los marcos tradicionales de la acción reivindicativa y que por ello dio lugar a violentos enfrentamientos entre los obreros y las fuerzas represivas. Fue una huelga de gran significación política y pasó a la historia con el nombre de la Semana Trágica." [En: ídem].

Brevemente, repasemos querido diario, el relato de los hechos propuesta por el presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano en airada respuesta a la interpretación que de la semana iniciada con ese enfrentamiento, había realizado en su programa de televisión "Algo habrán hecho por la historia argentina", el historiador Felipe Pigna, que puede consultarse íntegra aquí 

Refiere que: "con el propósito de quebrar la huelga que paralizaba la actividad del establecimiento con sus consiguientes consecuencias económicas negativas, los propietarios con el apoyo de los núcleos empresarios y políticos del conservadorismo más rancio recurren a la contratación de personal suplente a los huelguistas, los cuales al pretender ingresar al local son atacados a tiros por los activistas. Se desata entonces una represión feroz y los episodios arrojan un saldo de muchos muertos y heridos de ambos bandos. El programa del mentado Pigna sostiene que no hubo bajas por parte de la policía de la Capital. Ello es falso, ya que en la primera refriega entre huelguistas activistas y fuerzas policiales, cayó muerto el cabo Vicente Chaves".

Entonces, nos encontramos, querido diario, con dos versiones de los hechos claramente diferenciadas. No aludo a la del querido Felipe, no he visto su programa sobre la Semana Trágica, refiero a la que acabo de transcribir con la de Julio Godio. 

No sólo en el tono, dado que si las autoridades del Instituto refieren a los carneros enviados por la empresa como "trabajadores contratados"  por Vasena, Godio los llama crumiros; si éste manifiesta que la comitiva rompe-huelga fue recibida con piedrazos y maderazos, la versión última alude al uso de armas de fuego por parte de los huelguistas y se nombra a un cabo muerto, mientras que la otra refiere la muerte de cuatro obreros uno de ellos, de un sablazo (policial). Si Godio subraya el tenor del reclamo, en la otra versión se hace hincapié en las motivaciones de los huelguistas anarquistas a quienes por su pulsión por la violencia, se los parangonará con los represores de la Liga Patriótica; por último, éstos refieren los perjuicios económicos de la medida de fuerza y aquél, pondera especialmente el accionar desleal de la empresa.

Entre tantos etcéteras. Creo que es útil contrastar ambas versiones (que no son antagónicas, sino que presentan los hechos del modo de mejor favorecer a la conclusión de cada cual), puesto que de la interpretación que a los hechos les demos, arribaremos a conclusiones que, aun teñidas de la ideología de quien lea estas reflexiones, diferentes.

Sin embargo, considero importante empezar a definir conceptos, cuanto menos, presentar a los principales actores de la masacre en cierne.

Ambos (Godio explícitamente, las autoridades del Instituto Yrigoyeneano de manera implícita), hicieron referencia a la organización patronal que había movilizado la contratación de los rompehuelgas: la "Asociación del Trabajo".

Surgida: "para responder a una coyuntura que ofrecía crecientes motivos de alarma a las grandes empresas a las que aspiraba agrupar, y ello por dos razones principales. Una era el resurgir de la militancia obrera, debido tanto al cambio en el clima ideológico y político ya insinuado a escala mundial cuando se hizo inminente el fin de la guerra y aun más acentuado en la temprana posguerra, cuanto a la paralela reactivación económica que a partir de 1917 puso fin a una etapa de muy graves dificultades en la pequeña industria, y en el campo en la agricultura del cereal. En los años durísimos que quedaban atrás, los altos niveles de desocupación habían forzado a los trabajadores a sufrir pasivamente la caída de los salarios reales causada por las perturbaciones en el comercio de importación, que suplía una parte aún muy considerable de los consumos populares. Entre 1917 y 1921, mientras la creciente demanda de mano de obra que era consecuencia de la reactivación persuadía a los trabajadores de que había llegado la oportunidad de recuperar con creces el terreno perdido, el alza continuada de precios [...] los persuadía a la vez de que sólo mediante una acrecida militancia sindical podrían lograr la rehabilitación de los salarios reales que la nueva coyuntura económica hacía posible [Halperin Donghi, Tulio, Vida y muerte de la República Verdadera, cit. pp. 131/2].

He aquí, entonces, a un actor principal del conflicto, trascendente del sujeto Vanesa y de los intereses de origen británico que representaba: una asociación gremial laboral, creada a partir de la novedad internacional anotada por el maestro Tulio (cuestión sobre la que bastante más escribiré), como de aquella que se había producido en el país desde octubre de 1916, de allí que considere el historiador evocado en su trabajo que la decisión de los empresarios de unirse era una reacción: "contra las consecuencias de una nueva actitud del Estado" en la resolución de los conflictos entre obreros y patronos: "el arbitraje de funcionarios del poder Ejecutivo que -como sabían de antemano- no iba a serles favorables", deducción extraían del temperamento seguido por Yrigoyen ante la huelga ferroviaria y la portuaria, ambas de 1917.

Deben destacarse dos cuestiones que don Tulio manifiesta al pasar, que en mi mirada constituyen la miga del conflicto que pueden explicarse si y solo si se repara en las consecuencias económicas de la Gran Guerra que acaba de finalizar: un proceso improvisado y urgente de sustitución de importaciones, la caída vertical de los precios internacionales de los cereales exportados por el país y la imposibilidad del Reino Unido de Gran Bretaña de adquirirlos durante el conflicto.

Y, paradójicamente, la recuperación de esa caída con dos efectos medulares: el descenso del desempleo en la Argentina y la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores merced al aumento de precios acaecido merced a esa vigorosa (aunque fugaz) recuperación económica.

Explíquelo usted, que tanto mejor lo hace, doctor Frondizi: "la guerra paralizó por completo, en los países beligerantes toda producción industrial que no fuera la de aumentar su capacidad bélica; y como los países que se enfrentaban eran los proveedores mundiales de productos manufacturados, aquellos que constituían sus mercados viéronse obligados a crear por sí mismos y en la medida de sus posibilidades las industrias imprescindibles que habrían de llenar sus necesidades en ese sentido [Vasena, era un caso prototípico de ello]. La guerra originó en nuestro país, especialmente en lo económico y social, problemas no afrontados hasta entonces y cuyas soluciones debieron los gobernantes buscar fuera de sus experiencias. En lo atinente a la economía, la guerra provocó, en primer lugar, una disminución en las cantidades y valores del comercio exterior en uno de sus dos términos: la importación [contracción que] obliga a nuestro incipiente equipo industrial a multiplicarse y perfeccionarse a fin de producir en parte los artículos manufacturados que el país ya no importa. Es decir, que la industria nacional se ve compelida por los hechos mismos, a acrecentar su capacidad productiva al tener que producir para un mercado del cual había desaparecido, en gran parte, el competidor extranjero. La falta de competencia y la debilidad y pobreza de nuestra industria técnicamente atrasada provocan un aumento general del precios. [Así] mientras el proceso de industrialización aumenta rápidamente, exigiendo mayores cantidades de mano de obra, las condiciones de vida de la población en general se agravan, en especial la de la población obrera industrial. Ésta ha aumentado, hasta invertir la vieja proporción campo-ciudad con ventaja para el último término y provoca un enorme movimiento de inquietud social que tiene su fundamental económico en las cifras siguientes [un cuadro comparativo de la relación entre la retribución y las necesidades vitales de los obreros industriales]. 

Si en 1914 el "valor promedio del presupuesto familiar" era de m$n 119,49 y el salario promedio mensual de un obrero industrial era del m$n 67,22; para 1918 el primer ítem era de m$s 204,39 y el salario de m$s 71,03, en tanto que el jornal diario de los obreros huelguistas, en 1914 era de m$n 4,22, habiéndose incrementado en 1918 era tan sólo, 30 centavos [Arturo Frondizi, Petróleo y política, cit. pp. 61/9].

Asimismo, la representación del trabajo, se hallaba dividida en dos centrales obreras: "La FORA del IX° [Congreso] y la FORA del V° [...]. Hasta mediados de la primera década del siglo [veinte] la dirección del movimiento era disputada por dos corrientes: el anarcosindicalismo y el socialismo. Pero, a fines de esa década, comenzó a perfilarse una nueva corriente, el sindicalismo. Esta corriente, desprendimiento del Partido Socialista, era una prolongación en la Argentina del llamado sindicalismo revolucionario europeo, especialmente de la corriente influida por el francés. Criticaban al Partido Socialista por su tendencia puramente electoralista y sostenían que la actividad parlamentaria sólo podía ser auxiliar de la lucha sindical, la única lucha revolucionaria. Sostenían que los sindicatos eran el principal instrumento de lucha obrera y los órganos naturales de poder proletario. Para los sindicalistas, el socialismo era sólo una consigna agitativa, lo fundamental residía en encabezar las luchas reivindicativas de los obreros, cuya mecánica interna devendría en la instauración del socialismo. El espontaneísmo anarquista, y ambos, coincidían en la oposición a la tesis marxista de la necesidad del partido político de la clase obrera [así] anarquistas y sindicalistas tenían un enemigo común en el movimiento obrero: el Partido Socialista", en cambio: "los anarcosindicalistas afirmaban que los sindicatos debían definirse, tal como lo había hecho el V° Congreso de la FORA (agosto de 1905), por el comunismo anárquico y veían en esta posición sindicalista una apertura a posibles posiciones oportunistas, es decir, la reducción del sindicato a la simple lucha por reivindicaciones inmediatas [...]. Ambas líneas operaban sobre un verdadero 'polvorín', es decir, sobre una clase obrera brutalmente explotada pero, al mismo tiempo, organizada e influida por la situación revolucionara en Europa. Al mismo tiempo, las condiciones políticas internas facilitaban que una huelga general pudiese desembocar en una lucha de magnitud por cuanto existía en el país un clima de libertades democráticas y cierto ambiente favorable a las ideas de progreso social, fenómeno explicable por las modificaciones producidas en el Estado argentino con el ascenso del radicalismo al poder en 1916" [Godio, cit. pp. 19/21].   

Hagamos un breve alto.

De acuerdo con la prolija descripción de Godio, se desprende, por un lado, la vigencia de la escisión de las dirigencias sindicales de los trabajadores de entonces entre aquellos que enmarcaban los reclamos de los obreros como una herramienta más de la lucha por la toma del poder y quienes, por el contrario, los limitaban a ese campo, por ello, eran más flexibles y pragmáticos que aquellos.

Consecuentemente, los del IX° Congreso eran proclives al diálogo con el gobierno radical, por razones estrictamente gremiales (los arbitrajes, evocados por Frondizi, fueron ampliamente favorables a los trabajadores triunfo que tradujo, asimismo, en una mayor legitimidad de esa dirigencia), en tanto que los primeros (sin perjuicio de la legitimidad de la estrategia) anhelaban -y se esmeraban en provocar- la máxima tensión entre proletarios y empresarios, a fin de enderezar a los primeros hacía la huelga revolucionaria, desacreditando concomitantemente al gobierno argentino, cuya política conciliatoria quedaba reducida a pura demagogia populista.

En el caso que evocamos, la intransigencia de Vasena (y sus socios ingleses, de decisiva participación en el entuerto) a conceder -en un primer momento- la mínima concesión a sus pauperizados operarios, provocarlos con la contratación de carneros y responder a las agresiones del día 7 de enero de 1919 con plomo, dejando un tendal de víctimas sobre el empedrado hirviente de esa tarde de aquel verano porteño, fue la chispa que encendió la mecha que hundiría a Buenos Aires en un festival, hasta entonces inédito, de sangre.

Anticipo que, aunque amagaba, no se tradujo en ninguna maroma sovietista, como prometía el tango de Romero con el que inicié esta entrada, que ya se hizo demasiado larga y el ciático no me da respiro.

Yapa: quien ande con ganas, que escuche la versión del tango con la viola y la voz de Tatita Cedrón querido disponible aquí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario