lunes, 28 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 192.

Querido diario:

A primera hora del día 10 de enero de 1919: "el presidente Yrigoyen se reunió con sus ministros, adoptándose dos medidas. La primera consistió en proceder, según el plan del general Dellepiane, a la distribución de los efectivos militares en la ciudad. aproximadamente 30000 hombres había destinado el ejército para la operación: Regimientos 1, 2, 3 y 4 de Infantería, 2 de Artillería, 2 y 10 de Caballería, 1 de Ferroviarios, 2 de Obuses y las Escuelas de tiro y Suboficiales. a estas fuerzas había que agregar 2000 de la Marina de Guerra y las tropas policiales. La segunda consistió en citar para esa misma mañana a Pedro Vasena a la Casa Rosada".

Queda claro que, producidos los graves acontecimientos que venimos repasando, el Presidente se había dispuesto a hacer todo lo necesario para poner fin a ese estado de cosas: "reprimir a los huelguistas y hacer retroceder al 'incivilizado' patrón, resumía la táctica del gobierno para enfrentar y resolver la compleja situación política" [Godio, cit., p.52].

Jorge Abelardo Ramos, en el trabajo que repasamos en tus páginas, querido diario, se ocupó de la relación que Yrigoyen trazó desde el inicio de su mandato con los trabajadores, dejando de lado: "la técnica del coronel Falcón de dialogar con el movimiento obrero sable en mano y a descarga cerrada", lo cual se tradujo en un incremento de la protesta: "si en 1916 se contabilizaron 80 huelgas, llegan a 300 en 1919. El número de huelguistas asciende de 25.000 a 300.000", lo cual enardece a la oposición conservadora y a sus mandantes, los capitalistas.

Ejemplifica ese estado de cosas, mediante la evocación de la huelga ferroviaria de 1917 cuando: "los delegados de la Bolsa de Comercio y de la Industria solicitaron una audiencia a Yrigoyen. En ella expusieron que ese movimiento afectaba gravemente a la economía del país: a raíz de que las cargas se demoraban, el ganado traído a la exposición Rural 'empezaba a enflaquecer por falta de forrajes o por las dificultades que ofrecía el transporte'. Yrigoyen preguntó qué solución ofrecían para terminar con el conflicto. 'Se miraron en silencio, tardaron un rato en responder, pero al fin alguien dijo que el Gobierno debía desembarcar los marineros, los maquinistas y los foguistas de la escuadra y ponerlos en las máquinas para manejar los trenes y terminar con el conflicto'. '¿Es esa la solución que traen ustedes al Gobierno de su país?, les preguntó Yrigoyen; ¿es esa la medida que vienen ustedes a proponer al gobierno que ha surgido de la entraña misma de la democracia, después de treinta años de predominios y privilegios? Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país, y de hoy en más, las fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor y de su integridad. No irá el gobierno a destruir por la fuerza esa huelga que significa la reclamación de dolores inescuchados. Cuando ustedes me hablaron de que enflaquecían los todos de la Exposición Rural, yo pensaba en la vida de los señaleros, obligados a permanecer 24 y 36 horas manejando los semáforos, para que los que viajan, para que las familias puedan llegar tranquilas y sin peligros a los hogares felices; pensaba en la vida, en el régimen de trabajo de los camareros, de los conductores de trenes, a quienes ustedes aconsejan reducir por la fuerza del ejército, obligados a peregrinar a través de dilatadas llanuras, en viajes de 50 horas sin descanso, sin hogar'" [en: Ramos, Jorge A., Revolución y contrarrevolución..., cit. Tomo I., pp. 433/4].


¿Qué había pasado, entonces, entre aquella negativa de Yrigoyen a involucrar en la resolución de un conflicto gremial a las Fuerzas Armadas y la decisión tomada en ocasión de la huelga general de enero de 1919 que estamos evocando?

Arriesgo, querido diario, que el tenor de los acontecimientos, de una coloratura demasiado subida de tono, lo habrá persuadido en ese sentido.

La situación estaba fuera de cauce: los muertos eran muchos (no tantos como los que se contarían al final de esa semana) violencia alentada por las dirigencias ubicadas en cada uno de los dos extremos del conflicto.

La violencia exacerbada de la jornada del 9 de enero, era celebrada por el diario "La Protesta", uno de los portavoces de la dirigencia anarcosindicalista: "el pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y barrios suburbanos. Ni un solo proletarios traicionó la causa de sus hermanos de dolor."

Eufórico ante la aurora de la ansiada revolución proletaria, se entusiasmaba con el detalle de los acontecimientos el director del periódico, Diego Abad de Santillán: "entre los diversos incidentes desarrollados en la tarde ayer, citamos los que siguen: el auto del jefe de policía fue incendiado en San Juan y 24 de Noviembre. Los talleres Vasena fueron incendiados por la muchedumbre. En la manifestación a la Chacarita, fue desarmado un oficial de policía. En San Juan y Matheu fue asaltada y desvalijada una armería. En Prudan y Cochabamba se levantó una barricada con carros y tranvías dados vuelta, ayudando a los obreros 15 marinos. En Boedo y Carlos Calvo fue asaltada otra armería. Las estaciones Anglo, Caridad, Central y Jorge Newbery paralizaron por completo. En Córdoba y Salguero los huelguistas  dieron vuelta un tranvía, a otro en Boedo e Independencia y en Rioja y Belgrano a otro. Hay una infinidad de tranvías abandonados en medio de las calles, y las calles en los barrios de Rioja y San Juan se atestaron de gente del pueblo. 200.000 obreros y obreras acompañaron el cortejo fúnebre con demostraciones hostiles al gobierno y a la policía. Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una de ella a un oficial de policía herido. En la calle Corrientes, entre Yatay y Lambaré, a las 4 de la tarde quemaron completamente dos coches de la compañía Lacroze. Se arrojaron los cables al suelo. Aquí también un soldado colaboró con el pueblo, después de tirar la chaquetilla. En la esquina de Corrientes y Río de Janeiro se cambiaron varios tiros entre los bomberos y el pueblo, logrando ponerlos en fuga, refugiándose en la estación Lacroze, Corrientes y Medrano. Por la calle Rivadavia el pueblo marcha armado con revólveres, escopetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja fue volcada una chata cargada de mercadería y repartida ésta entre el pueblo. En las calles San Juan y 24 de Noviembre, un grupo de obreros atajó e incendió el automóvil del comisario de la sección 20°."

Le quedaría resto para subrayar cuán propicia era la ocasión: "Todas las puertas del comercio están cerradas. Los ánimos se encuentran excitadísimos. En Rioja y Cochabamba un oficial de policía, en un tumulto, recibió una puñalada bastante grave. Estalló un petardo en el subterráneo, en la estación Once, quedando el tráfico interrumpido completamente. Un automóvil de bomberos fue incendiado en la calle San Juan. Los bomberos entregaron las armas a los obreros sin ninguna resistencia. La policía tira con balas dum-dum, Buenos Aires se ha convertido en un campo de batalla. Sigue el cortejo fúnebre rumbo a la Chacarita. Los incidentes se repiten con harta frecuencia" [en: Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero en la Argentina, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2005, pp. 250/1].

Una oda a la valentía del pueblo que ponía los muertos que tanto entusiasmaba a don Diego Abad de Santillán. Moriría de viejo, a los 86 años de edad. Su integridad física no contribuyó a la forja de la gesta de la liberación anarquista, a diferencia de tantos miles de afortunados cuyas muertes festejaba con alborozo repugnante. No se le cayó una sola palabra de conmiseración por la muerte violenta de ninguna de esas víctimas, propiciatorias todas, claro queda querido diario, de un mundo mejor.

La antipatía que me genera la distinguida personalidad del anarquismo argentino no debe nublar mi juicio y negarle su coherencia en especial, en lo concerniente al juicio que le merecía el radicalismo y su líder, Hipólito Yrigoyen. En diciembre de 1916 escribió, siempre desde las páginas de "La Protesta": "¿Puede un gobierno, un presidente, por más democrático que sea o pretenda ser, estar en un momento franca y decididamente de parte de los obreros? El democratismo de los modernos regidores de los pueblos, ese democratismo que se manifiesta en el 'altruismo', la 'sencillez' y la 'bondad' de un presidente que se encarna en la patética figura de un misántropo a lo Hipólito Yrigoyen, es sólo una forma de gobernar, de acuerdo con el actual momento histórico. La lucha, compañeros, debe ser franca y decididamente revolucionaria. sin admitir la intromisión de nadie ni pedir favores a los gobernantes" [en David Rock, cit., p. 136].

La consabida clarividencia de las dirigencias de la izquierda de todos los tiempos, capaces de ver lo que el lumpen-proletariat no sabe ver, seguidora de tanto misántropo a lo Hipólito Yrigoyen. Quiso Dios (permítaseme la paradoja) poner en la tierra a los intelectuales del anarquismo, que insisto, sabían ver lo que otros no. Aunque es una pena que, más allá de eventos como el recordado, sus enseñanzas y lineamientos programáticos no hayan sido tenidos lo suficientemente en cuenta.

Al evocar los acontecimientos, el autor citado puntualizaría: "tal era la situación el 10 de enero. La revuelta popular duró varios días. Faltó entonces la capacidad para canalizar las energías del pueblo y ofrecerles un objetivo revolucionario inmediato. No había en el movimiento obrero hombres de prestigio suficiente para encauzar el espíritu combativo de las grandes masas. Tampoco las organizaciones obreras se encontraban en condiciones. Por lo demás, el movimiento fue inesperado y sorprendió a todos, a los de arriba y a los de abajo. Fue una explosión instintiva de solidaridad proletaria, pero no un movimiento preparado y orientado hacia algo más." [Ídem].

No se priva, desde luego, de censurar a los verdaderos enemigos de la causa anárquica: los sindicalistas de la FORA del IX Congreso, que negociaba con el gobierno y la empresa, para poner fin al conflicto, en lugar de canalizar el esfuerzo de los trabajadores en la obtención de los objetivos que se proponían los anarcosindicalistas, quienes el mismo día 10 reunidos en consejo federal decidieron: "proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer. Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales. Conseguir la libertad de Radowitsky y Barrera, que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitsky es el vengador de los caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior [...]. En consecuencia la huelga sigue por tiempo indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es traicionar al pueblo que lucha." 

Concluye el acta: "Se hace un llamamiento a la acción. ¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria!" [Ibídem, pp. 252/3].

La seguiremos, querido diario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario