miércoles, 23 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 187.

 "Los asuntos del Estado no hay quien los atienda ya.                    
La turba de cortesanos pasa muy grande ansiedad.
Tronchito está asustadísimo (Tronchito es el chambelán)
porque si el sultán le quitan, su favor terminará,    
y él es el gran favorito, favorito del sultán.
La senectud de su amo bien que la quiso ocultar:
hizo todo lo que pudo, pero ya no puede más.
El juego fue descubierto por su enconado rival
a quien llaman la Ocarina y es canciller del sultán.
Tronchito se proponía el secuestro del gagá,
para que nadie lo viese y nadie lo oyese hablar
e invocar luego su nombre y en su nombre gobernar...
Pero lo supo Ocarina y ha desbaratado el plan.
¡Tronchito está descubierto! ¡Tronchito no mandará!
Hoy toda la corte sabe el estado del sultán.
Los asuntos del Estado no hay quien los atienda ya.
La turba de cortesanos pasa muy grande ansiedad...
Tronchito está descubierto y se ha puesto a conspirar.
Quiere instalar en el trono el heredero legal,
que es claudicante de seso y le llaman el rapaz.
Con el mariscal Manguera y con el bufón real,
el enano de la Trampa y otros muchos más,
entre los cuales Pelópidas, Jullepiane, el general, 
están preparando el golpe que muy pronto estallará.
Pero la Ocarina vela ¡junto al trono del sultán! 

Querido diario: 

El texto con el que abrí esta nueva entrada fue publicado el 1° de julio de 1930 en las páginas de ese sumidero de papel, denominado "La Fronda", en el que escribían los popes de nacionalismo criollo, embarcados de lleno y sin retorno en las maniobras que concluirían en el golpe de Estado que habría de producirse en apenas dos meses.

Titulado "Romance de la conspiración palaciega" su autor individualizado con la sigla "VIR" [que, de acuerdo con un trabajo académico escondía el nombre de Ernesto Palacio] resumía el clima enrarecido que rodeaba al presidente Yrigoyen, al entorno que se decía entonces y se diría después, maniobraba para disputarse su herencia política, en la convicción de la enajenación mental del líder y su inminente fallecimiento.

Los principales y cercanos colaboradores individualizados como inmersos en esa tarea eran: el vicepresidente Enrique Martínez [el heredero legal] que Elpidio González, ministro del Interior [Tronchito] quería colocar en el lugar del sultán [Yrigoyen], jugada a la que se oponía en canciller Horacio Oyhanarte [Ocarina].

Reseña Gasió: "A fines de junio de 1930, La Nación y Crítica difundieron estas versiones: el ministro González, con un grupo de amigos políticos, buscaba la oportunidad de obligar a Yrigoyen a renunciar a la presidencia de la Nación, pasando el gobierno al vicepresidente Martínez. Yrigoyen había ordenado pesquisar las actividades del Ministerio del Interior y de otros miembros del gabinete, quienes vendrían celebrando reuniones secretas y sospechosas. Los conciliábulos habrían cesado al ser descubiertos sus protagonistas" [La caída de Yrigoyen. 1930, Ediciones del Corregidor, Buenos Aires, 2006, p. 200].

La tribuna mitrista en sendas columnas del 28 y 29 de junio de 1930 bajo el título "Una extraña versión", instaló esa especie: la de intrigas palaciegas orientadas a forzar el desplazamiento del Presidente, con la finalidad de que el vice Martínez completase el mandato hasta octubre de 1934, quien habría comprometido a Elpidio González su apoyo para que lo sucediese postulándose para ello como candidato de la Unión Cívica Radical. Completaría el tándem el ministro de Justicia e Instrucción Pública Juan de la Campa.

El otro aspirante a la sucesión, el canciller Oyhanarte, habría sido quien instó la difusión de estas versiones con la finalidad de desbaratarla, aliándose para ello con uno de los dos ministros militares del gabinete, el teniente general Luis J. Dellepiane [Jullepiane], en tanto que el restante, el ministro de Marina contraalmirante Tomás Zurueta era, en el mejor de los casos prescindente.

Ese panorama desolador daba cuenta de la soledad en la que se encontraba Yrigoyen ensimismado y aislado por acción de quienes consideraba los dirigentes de su partido más fieles, Elpidio, por todos. Debemos tener en cuenta dos acontecimientos (entre tantos) que habían empujado a su gobierno a ese penoso estado de cosas.

Uno, que ya hemos repasado en tus páginas querido diario, el atentado sufrido a pocas cuadras de su casa el 24 de diciembre de 1929; el restante que todavía no tratamos: la derrota electoral del radicalismo en las elecciones de marzo de 1930 (o, en su caso, la victoria pírrica) comicio que parió la estrella del Partido Socialista Independiente. Sumado a la grave situación política en las provincias de Santa Fe, Corrientes y muy especialmente, San Juan y Mendoza, sobre lo cual, bastante vamos a escribir.

La piedra de toque del golpe, a criterio de nuestro conocido Fermín Chávez, con quien coincidimos, fue la renuncia de Dellepiane el 3 de septiembre de 1930: "cuyo texto apareció en los diarios de la mañana. Dio este paso al sentirse impotente de convencer a Yrigoyen de la gravedad de la situación, después de haber sido desautorizado, como dijimos, por el presidente. Sin duda estaba ocurriendo lo previsto por la facción del ministro del Interior [Elpidio González]" [Perón y peronismo, cit., Tomo I, p. 66].

Aludía el maestro Chávez, a la gestión realizada por Oyhanarte ante Dellepiane para desestabilizar el plan en marcha de sustituir a Yrigoyen por Martínez. El ministro de Guerra actuó lealmente, aunque del modo que evaluaremos más adelante, a raíz de la contrariedad que sentía por el gobierno que integraba y a ciertas actitudes que lo sumían en el desánimo y la consternación.

Chávez, evoca el recuerdo de Dellepiane de un encuentro sostenido entre un grupo de aviadores militares, que él representaba, en la Casa Rosada, semanas antes del golpe de Estado: "para plantearle al presidente sus más urgentes necesidades en máquinas aéreas. Después de escucharlos, con su calma habitual, Yrigoyen los llamó a la reflexión con un discurso en el cual les señalaba la inconveniencias de 'arrebatar a los pájaros un derecho que Dios les había otorgado" [en ibídem, p. 54].

Con todo, como anticipé, el ministro de Guerra fue leal (a su manera) a su jefe, dando inicio a tareas de control de la camarilla encabezada por Uriburu que conspiraba abiertamente durante esas lúgubres jornadas, entre ellas la del 26 de agosto de 1930 cuando, de acuerdo con la memoria realizada por el capitán Perón que evocamos en la entrada que dio inicio a este hilo, se celebró en la casa del mayor Thorné una reunión dirigida a ultimar los detalles del golpe: "que contó con la presencia de más de cien oficiales de distinta graduación, encabezados por los generales Uriburu e Isidro Arroyo, y los almirantes Abel Renard y Ricardo Hermelo." [ibídem, p. 64]. 

Recuerda el entonces capitán Juan Perón que: "esta reunión había trascendido y yo supe que se comentaba en el Ministerio, pero no pasaba de comentario. Nosotros teníamos un buen servicio de informaciones que aprovechábamos por todos los medios a nuestro alcance", razón por la cual "el coronel Mayora había sido detenido y según parece en el Ministerio se tenía la lista completa de los oficiales que habían estado reunidos en casa del mayor Thorne. Se decía que estaban deteniendo a todos" [Juan Perón, Lo que vi de la revolución..., cit., pp. 37/8].

En efecto, pocos días después, según la versión del ministro de Obras Públicas, Dr. Ábalos: "los jefes militares que el general Dellepiane hizo detener recuperaron su libertad por 'insinuación del Ministro del Interior', es decir, del doctor Elpidio González, quien consideró en todo momento infundadas las medidas precautorias dispuestas por Dellepiane. El político radical Francisco Ratto aporta testimonios coincidentes con los de Ábalos, en el sentido de que el ministro González venía planeando desde principios de 1930, adueñarse de la jefatura del radicalismo. Nada pudo hacer el ministro de Guerra en sostén del presidente, puesto que un círculo de intrigas palaciegas impedía a Yrigoyen conocer lo que realmente estaba sucediendo" [Chávez, cit., p. 66]

Luego de resaltar la especie de la conspiración urdida entre el ministro del Interior, el vice, el de Justicia y el jefe de la Policía , coronel Graneros "piezas claves del cerco tendido al Peludo quien, por lo demás, afrontaba una crítica hora biológica", remite no sin pena y fastidio, al meticuloso análisis de la situación realizada por uno de los jefes de la sedición, general José María Sarobe.

En Memorias sobre la revolución del 6 de septiembre de 1930, luego de referir a los delirios y chambonadas de los tenientes coronel Bautista Molina, Álvaro Alzogaray y otros laderos de la cohorte de Uriburu [ilustradas con precisión por su entonces subalterno, el capitán Perón, como hemos repasado] anota que: "felizmente para los revolucionarios, las cosas no iban mejor por el lado del gobierno. La acción del ministro de Guerra, teniente general Dellepiane, encaminada a contener y hacer fracasar el movimiento fue desbaratada por la incapacidad del presidente, quien no se apercibía cómo por sus errores y su inercia había perdido rápidamente la popularidad, sin que los titulados amigos le sacaran la venda de los ojos, ni los colaboradores inmediatos cumpliesen con el deber de advertirle que le acechaban [...]. Desde el 1° de agosto, más o menos, Dellepiane estaba informado de que se tramaba un movimiento revolucionario bajo al dirección del general Uriburu. Contaba con el servicio de dos confidentes utilizados por el contralmirante Hermelo, dirigente revolucionario para el desempeño de misiones de confianza, y quienes a espaldas de éste, le informaban al ministro lo que se tramaba. Todos los datos que Dellepiane recibía por este conducto se los transmitía a D. Elpidio González, Ministro del Interior, quien acogía estas informaciones con despreocupación, diciendo que la situación era tranquila y no podía esperarse nada desagradable, porque la masa popular era adicta al gobierno" [en cit., ediciones Gure, Buenos Aires, 1957, pp. 83/4].

Sin perjuicio de mi discrepancia con la valoración que el militar sedicioso realizaba de la realidad política de entonces y del modo mediante el cual se conducía el magistrado que había sido elegido para ello por el pueblo argentino (cargando las tintas, seguramente, en el vano intento de limpiar un foja de servicios y una conciencia indeleblemente enchastrada) es interesante reparar en los detalles que propone respecto del accionar del ministro de Guerra, a quien deja muy bien parado en su resistencia al accionar de la cáfila de delincuentes integrada por el propio Sarobe.

No obstante, en el prólogo del libro que consultamos para esta entrada expresa que su trabajo (finalizado en 1932) tuvo la finalidad de "contribuir en la medida de nuestras posibilidades a que se escriba alguna vez la historia del 6 de Septiembre, damos a publicidad esta memoria. Conocemos a fondo el problema; porque el azar, el destino, más que el afán de una vana popularidad, nos llevó a desempeñar un papel anónimo pero esencial en la etapa culminante de aquel acontecimiento. Ella contiene, como lo verá el lector, la narración fidedigna de hechos fundamentales e ignorados de la revolución de 1930 y de la acción de sus dirigentes, así como demostrativos de la conducta de un grupo calificado de Oficiales ansiosos de orientar el pronunciamiento hacia móviles elevados y democráticos, concordantes con los anhelos del pueblo y de las fuerzas armadas"

Luego de realizar una serie de consideraciones cuya transcripción voy a obviar, aunque asertivas del rol de guardián de la Constitución, la moral y la democracia (sí, la democracia, querido diario) del grupo sedicioso en riesgo ante los desaciertos y crímenes que habría perpetrado Yrigoyen en el ejercicio de la Presidencia y otros tantos dislates por el estilo, anota al pie una cuestión que merece ser ponderada, en tanto que la memoria publicada, Sarobe la conformó apelando a sus recuerdos, por un lado y al estilo de un sumariante militar, recogiendo testimonios de las personas que tuvieron alguna participación en esos acontecimientos de un bando y del otro.

Por ejemplo, cuando refiere que ante las novedades del avance de la conspiración consistentes en el robo de armas y material bélico de la Escuela de Artillería, el 25 de agosto Dellepiane se reunió en la Casa de Gobierno con Elpidio González a quien, en presencia de su colega de gabinete De la Campa y del coronel Graneros le informó esa y otras novedades. Ante ello Graneros le habría dicho a Dellepiane: "no hay nada que temer, general, la revolución por ustedes descubierta, parece que es una falsa alarma", lo reconstruye sobre la base del testimonio del ayudante del ministro de Guerra el teniente Raúl A. Speroni, presente en ese despacho de la Casa Rosada.

Quien, asimismo, le confió a Sarobe que: "al retirarse Dellepiane, González y Graneros se miraron y sonrieron. Yo me encontraba en un ángulo del despacho y escuché todo el diálogo. Al retirarme, el Ministro del Interior me dijo por lo bajo: 'hay que tranquilizarlo al general porque estos días está muy nervioso" [en Sarobe, cit., pp. 84/5].

Sin embargo, siempre según el recuerdo de Speroni, por orden de Dellepiane, el jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo: "recibió la orden de reforzar la guardia de la Casa de Gobierno y de proveerla de armas automáticas. También se tomaron medidas de defensa en la casa de Scarlatto, frente al domicilio del Presidente, en la calle Brasil".

Luego de hacer referencia a la reunión del 26 de agosto que referí arriba, ante la pasividad del jefe de policía, al día siguiente Speroni compareció ante el mismísimo Yrigoyen. A la tarde de esa jornada, fue el ministro Dellepiane quien, en compañía de su ayudante, compareció ante Yrigoyen.

En la memoria que consultamos consta una reseña de la charla entre el Presidente y su ministro, según el recuerdo del entonces teniente, que entiendo merece ser transcripta.

"- Lo he molestado, señor Presidente [comenzó Dellepiane], porque estoy preocupado. 
- Tranquilícese, general. Ya se está poniendo usted muy nervios [respondió Yrigoyen].
- No estoy nervioso, señor Presidente, estoy preocupado.
- ¿Y cuáles son los motivos de sus preocupaciones, mi amigo general?
- Se trata de lo siguiente: desde hace ya tiempo ha llegado a mis oídos que ciertos jefes y oficiales, encabezados por el general Uriburu, se están reuniendo para cambiar ideas sobre la forma de apoderarse del gobierno. Estas reuniones, señor Presidente, ya son insolentes por la forma descarada en que se hacen. Anoche hemos podido comprobar que en la casa de un jefe del Ejército, se han reunido más de 70 militares, habiendo concurrido los cabecillas.
- ¿Y quiénes son los cabecillas, general?
-Uriburu, el coronel Mayora, Hermelo, Renard, el teniente coronel Rocco, etc.
- Ya ve, general, que no hay que preocuparse. Son todos unos palanganas.
- Muy bien, señor Presidente; ya sé que son unos palanganas demostrémosles; primero, que no se los necesita; segundo, que no se les teme; y los debemos meter dentro de un zapato y taparlos con otros.
- No se entusiasme, general.
- Señor Presidente: le aseguro que hay motivos para preocuparse. Ya la protesta se está sintiendo en el pueblo; la gente se queja; son pocos los que están conformes. La disciplina del Ejército parece decaer. A esto hay que ponerle remedio o nos hundimos todos; buenos y malos. Y no lo tome a mal, señor Presidente. Yo no hago más que pagarle con la confianza que usted me ha honrado. Si lo viese a usted con el ceño adusto por culpa mía, yo no me quedaría un minuto más al lado suyo" [ibídem, pp. 88/9].

Está claro que el general Dellepiane encontraba en la situación motivos de preocupación y nada sugiere que no haya querido cumplir ante su jefe político un acto de subordinación, aunque más adelante su discurso cambiase de cariz. 

Sin perjuicio del acento de la memoria de Sarobe y la aviesa intencionalidad de su libelo, no se advierte en Yrigoyen síntoma de senilidad alguno, al recordarle al atribulado militar que enunciaba los riesgos de la confabulación en marcha que no vivía en la Argentina de ese tiempo una persona que fuese más conocedora del arte de la conspiración que Hipólito Yrigoyen.

El diálogo que sigue y la decisión final de Yrigoyen refuerzan mi hipótesis.

"- Pero, general [pregunta con una ironía no captada por su interlocutor], ¿a usted le parecen tan graves las cosas que están sucediendo?
 - Gravísimas, señor Presidente. Y le voy a decir, con su permiso, algunas verdades sobre las personas que lo rodean. Hay a su lado pocos leales, pero muchos ambiciosos y despreocupados. Y esto el pueblo lo sabe; por eso es que no tiene confianza en el Gobierno.
- Usted, general, habla con mucha precipitación y temo que esté engañado.
- Yo no estoy engañado, porque veo. Los engañados son los que no ven o no quieren ver.
- ¿Y por qué le parece, general, que no quieren ver?
- Porque así les conviene a sus intereses y es por eso que a usted lo tienen con la cabeza en las nubes y los pies en el barro.
- ¿Y qué es lo que usted quiere, general?
- Quiero dos cosas, seños Presidente, pero lo uno no lo acepto sin lo otro.
- ¿Cuáles son esas dos cosas?
- Lo primero que quiero es que usted me autorice en meterlos en vereda a estos señores que quieren hacer la revolución. Ya sabemos quiénes son y no hay sino que proceder contra ellos. Y para esto quiero iniciar esta tarde mismo las detenciones de los que estamos seguros que han estado en la reunión.
- ¿Y al general Uriburu, piensa detenerlo también?
- ¡Pero si es el cabecilla!
- Le pido, general, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.
- Pero señor Presidente, yo no...
- Se lo pido a mi amigo, el general Dellepiane.
- Sea, señor Presidente, ¿y lo demás?
- Haga con ellos lo que crea conveniente, pero no sea violento. Ojo con equivocarse. ¿Cuál es la segunda condición?
- Esta es importantísima, señor Presidente. Se trata de un cambio de frente del Gobierno y de la renovación de algunos funcionarios. A propósito, aquí traigo una lista".

Y comenzó el general a cantarle los nombres de los funcionarios que debían ser removidos. Para resumir: todos menos Dellepiane.

Me pregunto, querido diario, ¿habrá querido Sarobe dejarlo tan bien parado a Yrigoyen?

Luego de leer ese diálogo, ¿puede seguir reiterándose la cantinela de la senilidad de quien escuchó lo que escuchó de boca de un militar de una lealtad, demasiado insolente?

Si luego de esa reunión Yrigoyen, como efectivamente lo haría, desautorizaba a Dellepiane y liberaba a los militares que había detenido el día anterior, ¿evidenciaba su debilidad, o por el contrario, le dejaba en claro a Dellepiane quién era el que mandaba?

Porque al fin de cuentas, si cedía Yrigoyen a esa sugerencia, no sería dictador Uriburu, ni lo subrogaría Martínez en yunta con González; el poder sería todito para Dellepiane. 

Lo supiera o no el amigo general cuando le habló como le habló en el despacho de los Presidentes. 

Y al fin de cuentas, si la democracia pacientemente construida durante tantos años, caía por la decisión de un puñado de milicos palanganas ante la pasividad de sus víctimas, el pueblo todo, esa democracia no sería entonces (conjeturo que pensaría don Hipólito) en ese aciago 1930, digna de ser defendida. 

La seguiremos, querido diario.

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