lunes, 21 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 185.

Querido diario.

Pará, nene. Debés llevar diez días seguidos escribiendo sobre el segundo gobierno del Peludo. A fuego lento, como decís, esto pinta para extenderse hasta los Carnavales cuando dijiste hace unos seis meses que terminaría la cuarentena. Yo, y tantos nos cagábamos de risa, hace seis meses. Hoy, creemos que te quedaste corto...

¿Para eso, intervenís, querido diario?

No sólo para eso. Venís haciendo una crónica a partir de la que, nos queda clarito, Yrigoyen fue lo más grande que había y que hubo. El resto que estaba en contra, era mierda: vendepatrias, abombados, traidores, reaccionarios, o lo que cuadre. Ahora, bebé, contanos: ¿no hubo nada malo en el gobierno de "Tatita"? ¿Fue la perfección ese gobierno y todo lo malo venía de afuera o de los confabulados de adentro?

Nada de eso, querido diario. Obviamente que la gestión presentó muchas deficiencias, empezando por el presidente Yrigoyen, que no las tenía todas consigo, estaba muy mayor y eso se le criticaba especialmente (en otros lares hubieran considerado que atravesaba el tiempo de la sabiduría), centralizaba todas las decisiones de la administración y en el seno de su equipo tres de sus más cercanos colaboradores al advertir que quizá no llegaba con vida a 1934 (cuando concluía el mandato constitucional) pensaban y actuaban en consecuencia, en la sucesión. La cuestión de las provincias de Mendoza, San Juan y Santa Fe no eran un detalle menor, pero no quiero escribir sobre esto...

Se nota, nene, se nota. Pero ocurre que nunca cumpliste con la reseña de la Semana Trágica y de la Patagonia (te disculpo La Forestal, mirá) y no sos coherente con vos mismo si no la contás completa, dale, no me hagás escribir lo que sabés...  

Vamos a abocarnos a esta tarea, entonces. 

Recapitulo: Hipólito Yrigoyen había sido elegido Presidente de la Nación en las elecciones de abril de 1928 por una diferencia abrumadora de votos, duplicando los conseguidos por la fórmula adversaria: Melo-Gallo, rejunte de radicales-conservadores y de conservadores-conservadores apoyada por el presidente saliente Alvear.

Ese triunfo portentoso, inédito hasta entonces, fue leído por Yrigoyen y sus seguidores como habilitante para la realización de cambios estructurales que no habían sido llevados a cabo durante los seis años de su primer ejercicio presidencial (1916-22), se allí la denominación de plebiscito y de mandato extraordinario, minimizado y censurado agriamente por la oposición.

Esa elección, sin embargo, no había logrado remover obstáculos institucionales que impedirían la realización de esas reformas sustanciales (no logró el partido del nuevo Presidente un bloque mayoritario en el Senado, dominado por sus enemigos) y, a la vez, la sola posibilidad de que esas reformas fueran llevadas a cabo, encrespó a la oposición política (en el Congreso y en algunas gobernaciones) y a los mandantes de aquéllos, los representantes de los poderes fácticos, que se plantaron, irreductibles, ante el nuevo Presidente.

Esas reformas, como lo resumió Arturo Frondizi magistralmente, consistían en: la consagración del monopolio estatal de toda la cadena de comercialización del petróleo; la creación de herramientas financieras a fin de contrarrestar la dependencia económica argentina, tales: la instauración de una entidad con capacidades análogas a las del actual Banco Central, y de entidades financieras relacionadas con la producción agropecuaria, a fin de limitar la acción desestabilizante de los grandes terratenientes y promover políticas de colonización tantas veces postergadas; y en lo internacional, plantarse con dignidad ante el avance imparable de los Estados Unidos en la región, erigido en nuevo centro imperial como resultado del final de la Gran Guerra, mediante un esperado liderazgo latinoamericano y el acercamiento bilateral a naciones de regímenes antagónicos como los de Gran Bretaña y la Unión Soviética.

Esos planes se verían frustrados por la interrupción del mandato de Yrigoyen a menos de dos años de iniciado, derivados de la más grave crisis del capitalismo conocida hasta entonces (a partir del derrumbe de Wall Street de octubre de 1929), el concomitante desplome de los precios de los productos agropecuarios que exportaba el país, la depreciación de la moneda, la inflación y la desocupación, cóctel cuyas consecuencias no pudieron ser contrarrestadas por el gobierno nacional, las cuales se agudizaron durante los años de la dictadura subsiguiente.

Esos efectos, de los que fue víctima el cuerpo social que conformaba el electorado yrigoyenista, fueron decisivos en la pérdida de apoyo popular que fue mermando con el paso de los meses (de las semanas en rigor), aprovechados por una oposición predispuesta a apoyar (desde las dirigencias anarquistas a las fascistizantes) toda salida que supusiera una clausura trágica y definitiva de la experiencia democrática iniciada en octubre de 1928.

Los vicios, defectos y miserias ese gobierno, nunca fueron negadas en tus páginas, querido diario.

Germán Bidart Campos, en un trabajo poco recordado detalla que: "el desgaste de Yrigoyen en el poder y la ineficiencia que hoy [1977] sería señalada como vacío de poder fueron utilizados por la oposición. La edad y las condiciones físicas del presidente le impiden resolver personalmente con celeridad los problemas que se acumulan en torno de una conducción centralista que se empeña en retener para sí. La jefatura partidaria ha frenado la formación de cuadros directivos internos" [del autor citado: Historia política y constitucional argentina, Ediar, Buenos Aires, 1977, Tomo II, p. 127].

"Yrigoyen volvía a la jefatura del Estado, viejo, cansado, decrépito, con setenta y seis años de edad, fatigado por la lucha política y sostenido por una fuerza cívica muy distinta de la vigorosa que lo llevara al poder supremo doce años antes", dado que en la curiosa interpretación histórica de nuestro conocido Carlos Ibarguren, primo del futuro dictador, las adhesiones a la fórmula encabezada por Yrigoyen expresaban, en rigor, el rechazo a la fórmula Melo-Gallo. "Cuando retornó de nuevo al poder, elevó consigo a un círculo inferior de adulones e ineptos. Por otra parte, su tendencia demagógica lo llevó a rodearse de gentuza ansiosa de sacar provecho y enriquecerse, lo que trajo a las esferas oficiales un clima de corrupción y de bajeza. En esas circunstancias, tuvo en su contra, además de la facción radical unida a los conservadores, a todos los sectores ilustrados y tradicionales e ilustrados y tradicionales de la sociedad; es decir, a las personalidades más capaces del país; y a su favor, sólo masas irresponsables que pronto disminuyeron hasta el derrumbe del yrigoyenismo" [La historia que he vivido, cit., pp. 391/2].

Félix Luna, militante yrigoyenista al tiempo de la redacción de la difundida biografía sobre nuestro personaje, pasó revista a la serie de factores que habrían derivado en lo que define como un "desgano e inercia" de su segundo mandato: "uno de los principales debe haber sido el método de trabajo del caudillo, que en última instancia cargaba sobre sí toda tarea administrativa, sin abandonarla en alguna medida sobre sus colaboradores inmediatos. Porque si esta método puedo ser viable en su primera presidencia, su cansancio mental y la creciente imbricación de problemas lo tornaba impracticable. Su insistencia por parte de Yrigoyen provocaba el retardo de todo el mecanismo administrativo, y eso provocaba una pesadez indisimulable en la solución de cuestiones urgentes. Sin embargo, no fue tan importante este factor como la falta de contralor atento por parte de la Unión Cívica Radical. Porque la quiebra del ímpetu liberador del gobierno radical se debió fundamentalmente a la quiebra del radicalismo mismo. Era evidente en 1929 un relajamiento, un 'aburguesamiento' en el gran partido popular. Tres cualidades caracterizaban esta decadencia: la entronización excesiva y fatigosa de la personalidad de Yrigoyen; la política que Moisés Lebensohn llamaría años después 'del servicio personal'; y una agresividad contra la oposición que antes no se había ejercido jamás".

Respecto de la política del "servicio personal" destacaba, en un sentido que me hace recordar a las agrias aguafuertes de Arlt repasadas, que: "importaba no solamente un abandono del designio libertador del radicalismo, sino también la aparición de una malla de intereses creados, de compromisos que no se diferenciaban en este aspecto del armazón del Régimen. Los reclutadores de votos estaban allí a sus anchas, y los buenos radicales se perdían en el pequeño juego de la política de toma y daca". En lo relativo a la "agresividad" de ese radicalismo que: "siempre se había caracterizado por su tolerancia, su amplitud, su hidalguía ante el adversario [...].  Pero en esos años, un espíritu enfermizantemente violento, un dejo compadrón y taita hizo carne en el radicalismo" [Félix Luna: Yrigoyen, Hyspamérica, Buenos Aires, 1984, pp. 334/5].

Mónica Quijada, si bien destaca la coherencia del accionar de Yrigoyen con sus postulados, la convicción que tanto el caudillo como su círculo más cercano tenía respecto del proyecto propuesto en 1928 (mucho más programático y articulado que el de 1916) y de los esfuerzos de esa administración por evitar que sean los sectores asalariados los que cargasen exclusivamente con las consecuencias de la crisis económica extraordinaria que sacudía al mundo capitalista destaca que: "la mayoría absoluta con que los radicales subieron al poder en 1928 les hizo sentirse más fuertes que nunca, sin parar mientes en el poderío real de las fuerzas coligadas contra ellos. El resultado de ese sentimiento fue una gestión en la que no faltaron una cierta prepotencia y el convencimiento ingenuo de que el doctor podía arreglarlo todo [...]. Se usó y se abusó del gasto público y el favoritismo oficial hasta límites escandalosos aun para los radicales mismos. La recurrencia al endiosamiento de Yrigoyen por parte de la propaganda oficial alcanzó asimismo extremos inéditos. La menor crítica intrapartidaria paso a ser considerada traición, no por Yrigoyen, sino por sus propios acólitos. Eran deformaciones extremas de antiguas tendencias, que se vieron agravadas por la introducción de un elemento nuevo: el uso de la agresión. Del seno del radicalismo, que se había caracterizado por su tolerancia y nobleza de trato hacia el adversario, surgieron cuerpos de choque destinados a estorbar las manifestaciones opositoras. El Klan Radical, llamaban sus adversarios a estos grupos díscolos e incontrolados"

Volveremos sobre esa agrupación que, se dice, actuaba en defensa (a los tiros) del Presidente, respecto de la cual, Quijada se pregunta si Yrigoyen conocía de la existencia de ese cuerpo, concluyendo que: "parece difícil aceptar que los ignorase como han sostenido algunos de sus hagiógrafos. Sin embargo, el horror a la efusión de sangre que fue una de las características de Yrigoyen se contradice con el descontrol de aquellos grupos minoritarios pero ostensibles [...]. Es posible también que Yrigoyen hubiese perdido parcialmente el control del aparato partidario. Se dice que sus colaboradores lo mantenían intencionalmente desinformado, y hasta se ha hablado de diarios impresos con noticias falsas para ocultar al líder los hechos de la realidad, a un punto tal que, en los últimos tramos de su gobierno, hubo quien consideró a Yrigoyen un Presidente secuestrado. Es probable que haya alguna exageración en estas apreciaciones, lo mismo que la senilidad que también se le atribuyó. Las actuaciones públicas del caudillo durante su último gobierno muestran, por lo contrario, que se hallaba en plena posesión de sus facultades e inteligencia" [de la autora citada, Hipólito Yrigoyen, Quorum, Madrid, 1987, pp. 144/6].

El historiador inglés David Rock, coincide en el punto de rechazar la difundida versión de la decrepitud de Yrigoyen, invocada reiteradamente para justificar el fracaso de su segundo gobierno y el del apoyo popular a su derrocamiento en septiembre de 1930, aunque anote que en ese año: "por primera vez los adictos a Yrigoyen comenzaron a manifestar inquietud por su estado de salud, tornándose común atribuir los problemas del partido a su imposibilidad de manejar los diferendos dentro del gabinete. González, Oyhanarte y el vicepresidente Enrique Martínez, que antes habían tenido sus propios imperios de patronazgo subsidiarios, se veían ahora obligados, para proteger su situación, a competir entre sí por una porción del cada vez más exiguo presupuesto oficial [...]. Es preciso hacer cierto hincapié en este punto, pues muchos relatos sobre la revolución de 1930 han aducido como principal motivo del colapso del gobierno la presenta senilidad de Yrigoyen. Una visión equilibrada de los hechos no permite sostener tal cosa. En ese período crítico Yrigoyen apareció en público probablemente con más frecuencia que en ningún otros de su carrera [...]. Las interpretaciones que toman a Yrigoyen como eje de los acontecimientos tienen la dificultad de que trasforman con notable rapidez y muy pocas pruebas concretas al 'líder experto' de 1928 en el 'anciano senil' de 1930; por lo demás, no permiten comprender porqué se quebró la moral partidaria en esta última fecha. La corrupción y las disputas internas en el gabinete no eran nada nuevo. En cambio, la depresión económica explica muy bien porqué la 'senilidad' de Yrigoyen, la 'corrupción' y la falta de espíritu partidario cobraron importancia cuando lo hicieron" [David Rock, El radicalismo argentino (1890-1930), Amorrortu editores, Buenos Aires, 1997, pp. 260-261].

González, Oyhanarte y Martínez, serán objeto de nuestro próximo encuentro, querido diario.

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