sábado, 19 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 183.

"Una novela satírica de la época, titulada Una revolución por 50 pesos, de J. M. Pérez Aymor, que se publicó en Barcelona, se refiere a los acontecimientos argentinos de 1930, y dedica preferente atención al papel jugado en ellos por la prensa de Buenos Aires. He aquí algunas de las apostillas con que caracteriza a los principales diarios: La Rotativa [La Prensa] publicaba editoriales que 'sentaban cátedra de derecho constitucional, siempre desde el más rancio punto de vista, claro está, y con la imprescindible intercalación del guarismo comercial. No estaba reñida una cosa con la otra, naturalmente. La Ciudad [La Nación] 'fue moldeada con la más pura pasta moderadora, pero pasando de heredero a heredero, cada vez se le iba dando un nuevo barniz, resultando por último de un tono conservador tan extranjerizado, que hasta se llegaba a decir que de nacional no le quedaba ya ni el apellido.  Su director era la misma esencia del snobismo. De ahí que su periódico estaba considerado como el libro de oro de la high-life, en cuyas columnas se noticiaba, describía y comentaba el vaivén del diario de la gente del frac y del escote. La Honda [La Fronda] 'tenía la particularidad de apedrear entre sí anónimamente a elevadas personalidades del Círculo de Espadas. Claro que al comentar los editoriales ya sabían los interesados por quién y para cuál se sacaban los trapitos al sol. Así, por la tarde, en los salones donde se reunían diariamente las más destacadas jerarquías castrenses, envueltos en el humo de los carísimos cigarros, libando los más finos licores, enfrente la taza del rico café, se discutían a carcajada limpia las humoradas y diatribas de La Honda [...]. El Véspero [Crítica] causo sorpresa de bomba por la virada en redondo que daba su dirección [...] nadie se explicaba la resolución del famoso diario del pueblo. Podía decirse que El Véspero movía a su antojo la marca del pensamiento popular, tanta era su su influencia y tanta su extensión  [...]El Universo [El Mundo] era contrario a la política del gobierno actual, aunque antes le dedicara alabanzas a granel. El cambio se debió a que lo dejaron desplazado de la protección de los anuncios oficiales" [Gasió, En Crisis, cit., pp. 370-371].

Considero, querido diario, que no existe mejor cierre para este apresurado panorama que venimos desandando de la línea editorial de los principales periódicos porteños que esta extensa cita de la obra magna de Guillermo Gasió, nuestro guía insignia, a lo largo del camino que recorremos.

De El Mundo, nos ocuparemos en esta entrada. En rigor, como anticipamos de las columnas que diariamente publicó Roberto Arlt allí, entre los años 1928 y 1929. Tendremos oportunidad de volver sobre las aparecidas en septiembre de 1930 y la imperecedera de febrero de 1931, que da cuenta de un fusilamiento ordenado por la ominosa dictadura de Uriburu. A su tiempo, querido diario.

Mal que me pese, nene, debo reconocer que vas mejor (o menos mal) que en otros abordajes. ¡Pero sos muy lento! Ya sabemos adónde querés ir, que te convertiste en un yrigoyenista talibán, que Tatita Hipólito y toda esa canción. Empezá a definir, bebé, que tu (muy escueta) audiencia está demasiado estufada...

Me hacés reír sin ganas, querido diario. Escribís como Arlt. Y sí, este guiso lo cocino a fuego lento, muy, muy bajito. Y no soy yrigoyenista, soy yrigoyeneano. Igualmente, te reconozco: no quepa en mí la admiración que siento por Yrigoyen, en eso tenés razón. 


"Nada de colores, tinta y carbón"
, escribió nuestro conocido Roberto Arlt, en su aguafuerte publicada en "El Mundo" del el 1° de julio de 1931 aludiendo a la obra de un artista plástico aunque, en la lectura de nuestro igualmente conocido David Viñas, definiendo el sentido estético (y ético) de su escritura, a contracorriente.

Nada de floripondios ultraístas de muchos de los escritores de su tiempo, de metáforas elaboradas, de sub-textos deliberados; escribir y describir para darle un cross en la mandíbula a los banales y despreocupados lectores porteños de ese tiempo quienes. Tan igualitos a tantos y tantas de este tiempo, en el que sigue pululando tanto canalla. 

Un tiempo (aquel, este) de dirigencias que cultivan el ejercicio de la política, entendido como el de una mayordomía obediente y accesible a casi todos quienes quieran comprarla. Atildados, refinados, con un cinismo de un vuelo demasiado bajito, con la costura al aire.

Volvamos a Arlt y a sus aguafuertes de 1929: "Si el mapa recorrido se especializa en la ciudad mediante una excluyente preocupación por lo urbano, el método, a partir de un enmarque históricamente crispado, proyecta en sus textos una técnica agresiva y multitudinaria [...]. Lo cuantitativo, por su desmesura, ya está aludiendo a una extensa colección en forma de abanico de tipos porteños, y los 'apuntes' y el atorrantismo subrayan la marginalidad vista por un mirón que se desplaza vertiginosamente. Y que aspira, a la vez, a reconstruir una enciclopedia municipal. Una panorámica permanente trazada con encarnizamiento, pero cuyas complicidades la condicionan a consignar apenas lo que cabe en un boceto que hay que rafear día a apelando a un público urgido por esquemas análogos y por idénticas necesidades, gesticulaciones y travesías" [David Viñas, "Las 'aguafuertes' como autobiografismo y colección", ensayo preliminar de Roberto Arlt, Obras, Aguafuertes, Tomo II, Losada, Buenos Aires, 1998, pp. 7/8].

Ese ejercicio antropológico, genuina radiografía [escrito esta en referencia al pretencioso ensayo de un abombado] del tiempo de la ciudad en la que le tocaba vivir. Y como destaca Viñas en el estudio preliminar que transcribí en el párrafo anterior, la clave de sus aguafuertes está en haber sabido poner foco en lo pequeño de esa ciudad que ayer nomás, había sido aldea: el subsuelo, digamos, parafraseando a su colega Scalabrini.

Puesto que declarándose bolchevique (emparentándose con Barletta, Tuñón, Mariani y Castelnuovo), un bolcheviquismo a su uso, con las notas propias de un ser, antes que nada, libre de toda atadura y de grupo, su escritura nostálgica no lo sitúa en el terreno de otros escritores aristocratizantes a los que deploraba (Larreta, Wast, Rojas o nuestro conocido Manuel Gálvez), debe ser analizada entendiendo su rol de francotirador de un presente que le asqueaba demasiado, como lo prueban sus trabajos literarios más destacados que hemos repasado en tus páginas, querido diario.

Así, en "Molinos de viento en Flores", publicado el 10 de setiembre de 1928, al observar al fondo de un caserón un molino de viento derruido en ese barrio evoca, con ternura al: "Flores, el Flores de las quintas, de las enormes quintas solariegas va desapareciendo día tras día. Los únicos aljibes que se ven son de 'camouflage'. Y se les advierte en el patio de chalecitos que ocupan el espacio de un pañuelo. Así vive la gente hoy día. ¡Qué lindo, qué espacioso que era Flores antes! [...]. Aquello era un bosque de eucaliptos. Como ciertos parajes de Ramos Mejía; aunque también Ramos Mejía se está infectando de modernismo"

En aquel tiempo (si Arlt los recuerda no dataría de más de 20 años atrás, dado que había nacido en el 1900), cuando "a diez cuadras de Rivadavia comenzaba la pampa": "La gente vivía otra vida más interesante que la actual. Quiero decir con ello que eran menos egoístas, menos cínicos, menos implacables. Justo o equivocado, se tenía de la vida y de sus desdoblamientos un criterio más ilusorio, más romántico. Se creía en el amor. [...]. Las muchachas usaban magníficas trenzas y ni por sueño se hubieran pintado los labios. Y todo tenía entonces un sabor más agreste, y más noble, más inocente. Se creía que los suicidas iban al infierno" [ibídem, pp. 40/1].

Nada quedaba de Esther, la pebeta más linda de Chiclana: la pollera cortona y las trenzas, y en las trenzas, un beso de sol; a la que para entonces llamaban Milonguita: flor de lujo y de placer, flor de noche y cabaret, tal como sintoniza esa reflexión moralizante con el tango que Enrique Cadícamo escribía en ese mismo tiempo.

En "La muchacha del atado", publicada el 19 de noviembre de 1929, analiza la vida de las costureras esas muchachas: "flacas, angustiosas, sufridas. El polvo de arroz no alcanza a cubrir las gargantas donde se marcan los tendones; y todas caminan con el cuerpo inclinado a un costado: la costumbre de llevar el atado siempre del brazo opuesto", aclara que: "no se trata de sentimentalismo barato. Pero más de una vez me he quedado pensando en estas vidas, casi absolutamente dedicadas al trabajo. [...] Digo que estas muchachas me dan lástima. Un buen día se ponen de novias, y no por eso dejan de trabajar, sino que el novio (también un muchacho que la yuga todo el día) cae a la noche a la casa a hacerle el amor. Y como el amor no sirve para pagar la libreta del almacén, trabajan hasta tres días antes de casarse, y el casamiento no es un cambio de vida para la mujer de nuestro ambiente pobre, no; al contrario, es un aumento de trabajo y a la semana de casados se pude ver a estas mujercitas sobre la máquina. Han vuelto a la costura, y al año hay un pibe en la cuna, y esa muchacha ya está arrugada y escéptica, ahora tiene que trabajar para el hijo, para el marido, para la casa... Cada año un nuevo hijo y siempre más preocupaciones y siempre la misma pobreza; la misma escasez, la misma medida del dinero, el igual problema que existía en la casa de sus padres, se repite en la suya, pero con mayor y más arduo. Y ahora las ve usted a estas mujeres cansadas, flacas, feas, nerviosas, estridentes" [Ibídem., pp. 73/4].

El 25 de enero de 1930, se condolerá de los niños: dos de siete y nueve años que sirven en un café al que concurría con un amigo, quienes "se desempeñan como mozos auténticos, y no hay nada que decir del servicio, como no ser que en los intervalos las criaturas aprovechan para hacer  pavadas que, gracias al diablo, al padre y a la madre, ni tiempo de hacer macanas dignas de su edad tienen" o del carnicero "gigantesco de Palermo que entregaba una canasta bastante cargada a un chico hijo suyo, que no tendría más de siete años de edad. El chico caminaba completamente torcido, y la gente (¡es tan estúpída!) sonreía y el padre también. En fin, el hombre estaba orgulloso de tener en su familia, tan temprano, un burro de carga, y sus prójimos, tan bestias como él, sonreían, como diciendo: 'Vean, tan criatura y ya se gana el pan con el que come' Cabe preguntarse ahora, si estos son padres o hijos o qué es lo que son. Yo he observado que en este país, y sobre todo en las familias extranjeras, el hijo es considerado como un animal de carga. En cuanto tiene uso de razón o fuerzas 'lo colocan'. El chico trabaja y los padres cobran. Si se les dice algo al respecto, la única disculpa que tienen estos canallas es: 'Y... ¡hay que aprovechar mientras que son chicos! Porque cuando son grandes se casan y ya no se acuerdan más del padre que les dio la vida. (Como si ellos hubieran pedido antes de ser que les dieran la vida)" [ibídem, pp. 127/8].

En "Mala Junta" del 2 de febrero siguiente, dará cuenta de la carrera delictuosa de esos pibes solos, del reformatorio a la gayola, ascendiendo en la escala del crimen: del escruche, al gran golpe; malandrinos adultos cuyas hazañas había retratado en: "Conversaciones de ladrones" del 21 de enero anterior, escuchadas en un café donde se reunían: "siempre a la una o a las dos de la madrugada. Cuando por A o por B, no tienen que trabajar, es casi siempre en un período de la vida en que anuncian su formal propósito de vivir decentemente. Aquí ocurre algo extraño. Cuando un ladrón anuncia su propósito de vivir decentemente, lo primero que hace es solicitar que le 'levanten la vigilancia'. En este intervalo de vacaciones prepara el plan de un 'golpe sorprendente'. La policía lo sabe; pero la policía necesita de la existencia del ladrón; necesita que cada año se arroje una nueva hornada de ladrones sobre la ciudad, porque si no su existencia no se justificaría" [ibídem, pp. 156/7].

Tiempos duros, durante los cuales a los "buenos" no les iba mejor. Ya en 1928, como leemos de "La tragedia del hombre que busca empleo", publicada el 5 de agosto de ese año: "el hombre que busca trabajo es frecuentemente un individuo que oscila entre los dieciocho y veinticuatro años. No sirve para nada. No ha aprendido nada. No conoce ningún oficio. Su única y meritoria aspiración es ser empleado. Es el tipo del empleado abstracto. Sí quiere trabahar, pero trabajar sin ensuciarse las manos, trabajar en un lugar donde se use cuello; en fin, trabajar 'pero entedámonos... decentemente' [...]. La interminable lista de 'empleados ofrecidos' que se lee por las mañanas en los diarios es la mejor prueba de la trágica situación por la que pasan millares y millares de personas en nuestra ciudad. Y se pasan éstos los años buscando trabajo, gastan casi capitales en tranvías y estampillas ofreciéndose y nada... la ciudad está congestionada de empleados" [ibídem, pp. 185/6].

Tampoco les iba mejor a los profesionales con poco renombre, como a los farmacéuticos quienes antaño: "sólo tenían la ocupación de vender el agua de su pozo -que, siempre que fuera profundo, lo enriquecía- sino que además, como era el personaje más respetable del barrio, 'el más sabio', era también el que recibía las confidencias de todas las personas", tan lejos ese presente ruin: "¡Era linda la vida del farmacéutico! Era linda y productiva. Bastaba tener un pozo de agua, ser amable, curanderesco y taimado, para llenarse la bolsa de patacones auténticos. Tengo simpatías por los farmacéuticos. Son gentes que tienen conocimientos para poder fabricar bombas de dinamita, que a veces se ocultan bajo una pastilla de menta, y eso me merece un profundo respeto. Pues bien, en la actualidad, toda esa gente está de capa caída. A menos de vender cocaína, se mueren de hambre" ["La decadencia de la receta médica", del 9/1/29, en ibídem, pp. 151/2].

En ese año, otro escritor publicaba en "El Mundo", que amasaba su primer gran trabajo: El hombre que está solo y espera. Publicaba los denominados "Apuntes porteños", que alternativamente integraban las ediciones de ese diario de importante tirada.

Aunque a la sombra del periodista estrella en ese terreno, Roberto Arlt, Scalabrini iniciará su feliz egreso del limbo literario para dedicarse a escribir lo que debía escribir y hacer lo que estaba convencido que debía hacer.

"'Traté personas de toda laya. La sabiduría leída comenzó a parecerme despreciable. Me percaté de cuanta suma de perspicacia, de ahínco y de vigor se malgasta anónimamente en la simple función de vivir... La inédita visión del mundo autóctono subía en mí como sube el zumo de la tierra en el gajo recién trasplantado. Una convicción ascendía hasta el espíritu desde lo elemental'. Ahí anda ahora, de nuevo recorriendo 'esa Villa Soldati donde los pavimentos desaparecen, las casas se distancian con desconfianza y la iluminación disminuye a medida que aumenta el cielo en rápida difusión o ese Parque de los Patricios, salpicado de quintas, que remata en el mundo de la quema con chicos cirujas y perros atorrantes. Recorre luego los cafés del centro, toma una copa en 'El Nacional'  y mientras resuenan los compases de un tango se queda largo rato estudiando a los parroquianos: 'Todos callan y escuchan con recogimiento y una devoción increíble. Parecen sumidos en un éxtasis profundo. Se les dirá místicos rezando. No conversan entre sí. Muchos están solos y entre adormilados y alertas desprenden la ceniza de sus cigarrillos al borde de la taza de café que concluyen de beber. ¡El café de los hombres solos! ¡Espectáculo singular y digno de ser observado!" [en Norberto Galasso, Vida de Scalabrini Ortiz, Ediciones del Mar Dulce, Buenos Aires, 1970, p. 93].   



 

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