domingo, 27 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 191.

El 8 de enero de 1919, día siguiente del enfrentamiento entre la policía y los trabajadores en las inmediaciones del depósito de los talleres Vasena, el Consejo Federal de la FORA del IX° Congreso decidió declarar la huelga general, por decisión de 19 de sus integrantes votos contra otros 9 que entendían necesaria una radicalización de la medida.

La central obrera sindicalista, restringió el programa de la huelga a dos puntos: "solución del conflicto en la empresa Vasena, satisfaciendo el pliego de reivindicaciones obreras y la libertad de todos los presos por cuestiones sindicales" [en Godio, cit., p. 22]. Los anarcosindicalistas, nucleados en la otra central, por supuesto, tenían otros planes.

El 9 de enero, la ciudad amaneció paralizada. Precisa en la edición del día siguiente, la crónica del diario "La Nación": "poco antes del mediodía, numerosas comisiones de huelguistas se diseminaron por las calles de la ciudad, incitando a los conductores de vehículos y a los trabajadores que se encontraban al paso o en los talleres de las fábricas a plegarse al movimiento. Los obreros obtuvieron así la adhesión de una gran cantidad de trabajadores de todos los gremios, iniciándose con ellos, de hecho, la huelga general".

Mientras, en la sede de la empresa Vasena (cuyos accesos habían sido bloqueados por los huelguistas) se desarrollaba una reunión entre miembros del directorio, de la Asociación del Trabajo y de delegados de la FORA del IX° negociando las condiciones de un acuerdo. Puntualiza Godio: "Los propietarios y los otros capitalistas eran protegidos por matones a sueldo, contratados por la Asociación del Trabajo. Esta 'policía privada" -así designada por el periodismo- había ocupado posiciones estratégicas en los techos, ventanas y puertas del local. Contaba con abundante armamento, especialmente máuseres. La situación, dentro y fuera de la planta industrializadora, era tensa" [cit., p. 33].

Sin embargo, la violencia más descarnada ocurriría a unos cuantas cuadras de allí, en el Cementerio de la Chacarita, para ser más preciso.


"A las 15 horas, aproximadamente, desde el barrio de Nueva Pompeya, comenzó a marchar el cortejo fúnebre. Según Sebastián Marotta [Secretario General de la FORA del IX° Congreso], reunió decenas de miles de personas. A la vanguardia del cortejo marchaba un grupo de obreros de autodefensa compuesto por cien personas armadas con revólveres y carabinas. Entre los participantes se contaban muchas mujeres y niños" [ídem].

Puede advertirse, del relato de Godio de las alternativas que rodeaban al cortejo de los obreros muertos el día anterior, que los delegados sindicales no contaban tan sólo con piedras y maderos, sino que estaban fuertemente armados.

En la esquina de Yatay y Corrientes, se produciría un incidente que dejaría su secuela: "una parte de la manifestación penetró en el convento del Sagrado Corazón de Jesús gritando consignas anticlericales y ateas. Dentro del convento estaban apostados policías y bomberos armados que ametrallaron a los incursores y mataron a varios." A propósito de este acto de provocación, respondido de manera categórica como hemos leído, me permito subrayar la consideración realizada por el autor cuyo trabajo evocamos en tanto que desde el primer momento pudo percibirse: "claramente que una parte considerable de la clase obrera, la más avanzada política e ideológicamente, no concebía esta huelga sólo como jornada de protesta por la muerte de los huelguistas, sino que estaba dispuesta a emprender acciones vigorosas, de emprender una lucha decidida contra la explotación capitalista. Es muy importante para calibrar este aspecto de la huelga obrera por los acontecimientos que se sucederán" [ibídem, p. 34].

Es clara, entonces, la incidencia del anarcosindicalismo en la manifestación desplegada en respuesta a los episodios del día anterior que, bueno es aclararlo, tenían su antecedente, sobre el cual me detendré, a fin de clarificar la sucesión de acontecimientos que derivarán en un portentoso baño de sangre.

El historiador británico David Rock, autor de un ensayo sobre el Radicalismo que ya hemos repasado, reseña al detalle la dinámica del conflicto existente entre obreros y patronos de los talleres Vasena que se remontaba al mes de diciembre anterior, cuando se había declarado la huelga, cuando "la empresa ya era famosa por sus salarios de hambre y por las medidas policiales que acostumbraba a tomar a fin de prevenir posibles huelgas [...]. Según un informe oficial, los salarios nominales promedio habían bajado de 104 pesos a apenas 52 para la fecha mencionada [...]. Al terminar el mes, se retiraron todas la fuerzas policiales, salvo una patrulla simbólica, aun cuando la huelga continuaba; esto alentó a los huelguistas a seguir adelante con sus intentos de parar por completo la producción de la fábrica. El 4 de enero, el gerente Alfredo Vasena solicitó al ministro del Interior que le mandara refuerzos; se quejó de que existía entre los huelguistas un estado de 'abierta rebelión'; habían cortado las líneas telefónicas, interrumpido el aprovisionamiento de agua y lanzado ataques diarios contra los carros en que la empresa traía los materiales a la fábrica desde un depósito externo [el de Santo Domingo y Pepirí]. En los días subsiguientes la violencia fue en aumento: el 5 de enero se produjo un enfrentamiento armado entre la patrulla policial y los obreros, en el cual murió un joven oficial. Como venganza, la policía organizó una emboscada dos días más tarde [el 7], en las afueras de los talleres, disparando contra los huelguistas cuando estos se lanzaron a detener los carros, hubo cuatro muertos" [Rock, cit., pp. 173/4].

Como anticipé, David Rock refiere una serie de acontecimientos producidos inmediatamente antes del evento del 7 de enero obviada en el relato de Godio de los hechos que evocamos, que nos permite, sino  justificar la muerte de los obreros, conocer  las motivaciones por oscuras que hayan sido: algo más contundente que piedras y maderas habían sido arrojadas a las chatas de la empresa.

Volvamos al día 9 de enero, el del funeral; luego de la provocación violenta en el convento y de la condigna respuesta, los integrantes de la "autodefensa" del cortejo, de acuerdo con la versión de Godio cuya pretensión era la de "transformar el cortejo en una manifestación contra el 'sistema capitalista' y que pensasen que era el punto de partida para lanzarse a la lucha por la 'revolución social'", produjeron una serie de desmanes entre los cuales el autor destaca la quema de automóvil y tranvías, y el saqueo de comercios, en especial de armerías que: "asaltaban y retiraban revólveres, carabinas y cuchillos. El asalto más importante se produjo en la armería de Juan Picasso, ubicada en San Juan al 3900, donde se sustrajeron armas por un valor de 2000 pesos de entonces. [...] estos robos fueron la única actividad expropiatoria de las personas que marchaban hacia el cementerio de la Chacarita. No hubo pillaje de ningún tipo, hecho que destacó La Nación como argumento para demostrar los claros objetivos de la huelga general" [Godio, cit., p. 34].

David Rock se detiene en esos hechos que califica de píllaje, al margen de las pretensiones, miras y dirección de los anarcosindicalistas, manifestación: "cuyo rasgo más notable fue que en la acción intervinieron fundamentalmente, pequeños grupos desconectados entre sí, motivo por el cual la huelga fracasó rápidamente cuando llegaron las tropas. Gran parte de la violencia atribuida a los huelguistas fue en verdad obra de pandillas de jóvenes con muy escasa percepción de los límites de clase".

Cita en respaldo a su hipótesis lo informado por el corresponsal en Buenos Aires del periódico inglés "Manchester Guardian" quien: " aseveró que gran parte de la violencia callejera se debía a que habían 'dado asueto a los escolares'; a la edición del diario "La Prensa" del 14 de enero que da cuenta del auxilio a los huelguistas de: "millares de delincuentes y una multitud de vagabundos, compuesta por adultos y menores de edad" y por último a la manifestación realizada en el recinto del Senado por el senador por Santa Fe, Pedro Echagüe, quien atribuyó a "numerosos niños de entre diez a veinte años" haber sido quienes "arrojaron la primera piedra, los primeros en encender la primera tea como consigna del ataque" [Rock, cit. p. 174 y nota al pie].   


Asimismo, refiere el testimonio de quien asistió a la quema de un ómnibus por los manifestantes: "pude ver al grupo de alborotadores que había detenido a un ómnibus y que obligaba a descender a su numeroso pasaje. La evacuación se realizó atropelladamente y sin protestas. Inmediatamente hicieron descender también al conductor y al guarda, que salieron en silencio y de mala gana. Vi cómo el interior del vehículo era rociado con líquido de botellas que seguramente no habían sido encontradas en la calle y vi cómo en un instante era envuelto por las llamas. El espectáculo me resultaba indignante, no tanto por el atropello del incendio, como por la loca alegría de los bailes, los saltos de danza salvaje, y los gritos de los desenfrenados autores del atropello" [ibídem, pp. 175/6].

Godio, por su parte recrea la llegada del cortejo a las 5 de la tarde al cementerio de la Chacarita donde: "se produjo la gran masacre. Mientras hablaba un delegado de la FORA del IX°, la policía y los bomberos armados, atrincherados en los murallones, balearon impunemente a la multitud. Cundió el pánico. Todos querían escapar mientras llovían balas por todas partes. Los grupos de obreros de autodefensa respondieron, pero varios factores les eran desfavorables: en primer lugar lo hacían en medio de una masa que trataba de huir despavoridamente; en segundo lugar, por el número y la cantidad de las armas, la superioridad de la policía y los bomberos era decisiva; en tercer lugar, estaban rodeados por la policía que disparaba desde posiciones favorables (murallones), mientras ellos no tenían defensas, excepto los montículos de tierra de las tumbas. Todos estos factores llevaron a la policía a elegir esa situación para atacar. El entierro terminó en una gran masacre. La gran prensa registro doce muertos, entre los cuales dos eran mujeres. Un periódico obrero elevó la suma a más de cincuenta" [Godio, cit., p. 35].

La noticia de la matanza, reseña Godio, encendió aún más la ira de los huelguistas: "grupos de personas que se alejaban del cementerio comenzaron a atacar a cuanto policía veían en las esquinas; decenas de tiroteos se produjeron en distintos barrios, y en Retiro y Palermo fueron baleados algunos trenes. Por otra parte, al conocer los sitiadores de la empresa Vasena los sucesos del cementerio, cundió la furia y el odio. Los huelguistas comenzaron a disparar sobre los sitiados y se inició un violento tiroteo. La policía, que discretamente vigilaba a los huelguistas, atacó con máuseres y una ametralladora a los sitiadores de la empresa. Pero estos resistieron esta operación de liberación de los sitiados; a las 19 horas tuvo con intervenir el ejército. Un destacamento del Regimiento 3 de Infantería avanzó sobre los obreros y logró desalojarlos [superada la policía por el conflicto] el presidente Hipólito Yrigoyen ese mismo día designó al general Luis J. Dellepiane como comandante militar de la Capital Federal. El enfrentamiento entre los huelguistas y la empresa Vasena no sólo había desembocado en una huelga general, sino que ésta a su vez, involucraba ahora también a las Fuerzas Armadas, que tan celosamente el gobierno trataba de marginar de las cuestiones civiles" [ibídem, pp. 35/6].

Tenía sus razones el presidente Yrigoyen para procurar evitar que los militares no fueran involucrados en asuntos que eran resorte de su administración, no obstante el tenor de los hechos que experimentarían un nuevo crescendo en las horas que seguirían, lo convencieron de la necesidad de la medida.

Si el gobierno se dedicaría a arbitrar entre las partes para, doblegada la (a esa altura), inadmisible resistencia patronal y auspiciar el logro de cada una de las exigencias de los dirigentes de la FORA del IX° Congreso; el Ejército se ocuparía de ordenar una ciudad sumida en el caos, que todavía no había conocido los estragos que habría de perpetrar la "Liga Patriótica" de Manuel Carlés y otros prohombres, temas todos, que abordaremos en la próxima entrada, querido diario.

¿No vas demasiado despacio, nene? ¿El ciático, otra vez?

No tanto, querido diario. Ni a lo uno ni a lo otro. Es un asunto que debe ser desbrozado con precisión, en procura de arribar a alguna conclusión que nos ayude a comprender porqué pasó lo que pasó en enero de 1919, las responsabilidades de cada quien y las proyecciones de esas jornadas deleznables en el futuro mediato, sobre nuestro (casi siempre) desdichado país.

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