viernes, 18 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 182.

Querido diario.

Con esta entrada voy cerrando el análisis de la línea editorial de los diarios de mayor circulación durante los meses coincidentes con la segunda Presidencia de Yrigoyen.

Algo dejamos escrito sobre "Crítica", ayer nomás, sobre "La Nación", hoy nos ocupamos de "La Fronda" (el más repugnante de todos), mañana nos despedimos con una oteada sobre las notas escritas en caliente por un cronista que trabajaba para diario "El Mundo", llamado Roberto Arlt.

Más adelante, llegará el momento de analizar el proceder y las ideas de los sectores políticos representados por cada uno de esos medios: los socialistas independientes, los radicales antipersonalistas y sus socios mayores los conservadores, los nacionalistas y, a guisa de Arlt y sus crónicas, volveremos sobre los anarquistas.

Un crisol variopinto que reconocía un solo denominador común: el odio a Yrigoyen, a su gobierno y en imperativo de poner fin a la experiencia aciaga de la democracia radical.

Sabemos que lo consiguieron y sin saber demasiado para qué, avanzo.

Anticipé, querido diario que me ocuparía del peor de los medios que se opusieron a Yrigoyen, recuerdo (el de las columnas allí publicadas, el de sus colaboradores) que nos provocó un reflujo que también fue arcada.

"La Fronda", el más obsceno, procaz y repugnante de todos esos medios que, aunque no despierten en mí ningún sentimiento positivo, ninguno pica tan alto como el dirigido por Francisco Pancho Uriburu.

Sin perjuicio de dejar a salvo lo evidente: ni el gobierno de Yrigoyen fue un dechado de perfecciones ni le atribuyo el halo de santidad que muchos de sus seguidores le confiaron. Nada de eso. Ni hay gobiernos perfectos ni hay ángeles terrenales que administren la cosa pública.

Sí, claro queda, hay gobiernos que defienden algo definible como el interés nacional. Resumo: los hubo (los hay) que ampliaron ciudadanía. Reconocieron derechos desconocidos para colectivos mayoritarios y, en especial, destinadas a tonantes minorías sujetas por siglos al menoscabo de la discriminación más categórica.

Los hubo (hasta no hace tanto tiempo) que con más o menos virulencia y eficacia, hicieron lo contrario, en tanto que impulsaron políticas de retroceso de esos derechos, de angostamiento de la ciudadanía,  desde que conciben un país para muy poquitas personas o, mejor, uno en el cual unas poquitas tengan derechos ejercibles, con las mayorías excluidas.

Y, concomitantemente, hubo gobernantes dignos y otros que hicieron de sus vidas un canto a la indignidad. Seres nimios, con alma de lacayos.

Ejemplifico, aunque no agote el menú: existe un abismo entre un Presidente argentino que supo poner en su lugar a quien entonces era el más poderoso del planeta, como Yrigoyen lo hizo con Hoover dos veces, para escándalo de la prensa cuya tinta viscosa repasamos; y aquel que tartamudeante (como siempre) trató a un anciano valetudinario, que ya había abdicado a su trono como "querido Rey", condoliéndose por la "angustia" de los patriotas que habían declarado la Independencia doscientos años atrás.

Mejor, volvamos a lo nuestro.

Anticipé que me ocuparía del más deleznable de todos los diarios que atacaron con impiedad a Yrigoyen y a su segundo gobierno: "cotidianamente con un estilo pertinaz, agresivo, hiriente, desfachatado, burlón", al decir de nuestro siempre consultado Gasió.

"La Fronda", diario de ultraderecha: "patentizaba y extremaba la descalificación de la tríada Ley Sáenz Peña-radicalismo-democracia, transferida ésta en demagogia, es decir, el consabido esquema dictadura-anarquía"


Explícito, en "Temperatura de candombe", Justo Pallarés Acébal, escribió en la edición del 6 de junio de 1929 de ese pasquín: "es evidente que la gravísima crisis de nuestra democracia plantea a todos los ciudadanos una cuestión de fondo. El gobierno más inequívocamente popular, esto es, fruto espontáneo y libre de de la soberanía del pueblo, ha resultado el peor, el más detestable de los gobiernos. ¡He aquí de cuerpo presente las grandes conquistas de la ley Sáenz Peña, del sagrado y sabio sufragio popular! ¡Y luego se habla, como de términos anónimos, de democracia y cultura, de democracia y progreso!", alejado de la ironía, diagnostica los males que: "en carne propia sentimos hoy lo que prepondera en una elección de sufragio universal [que no se define por el] criterio del votante avisado y honesto, sincero portavoz de algún jefe inteligente e ilustrado. No es tampoco siquiera el criterio del ciudadano mediocre, tan abundante como cuasi inofensivo. Reina, por el contrario, como único soberano, el elector extraído de los más bajo, embrionario y revuelto de las capas sociales [masas que son la] materia prima de la democracia, no son inteligentes, ni altivas, ni sentimentales, ni idealistas, ni intuitivas, ni morales. Sólo son sensibles a lo que interpreta y satisface su manifiesta inferioridad." [En Crisis, cit., pp. 437/8].

Debemos reconocer, querido diario, que la línea editorial de los escribas de "La Fronda" (en especial, este prohombre de la "Liga Republicana"), cuya columna reseñé con generosidad, no apelaban a la ponzoña sibilina de los falsos apóstoles de la democracia que escribían en "La Prensa" o en "La Nación": al pan le llamaban pan y al vino, le decían vino. 

Eran, ante todo, reaccionarios, antidemocráticos, elitistas y se jactaban de ello. Sin subterfugios. 

Desde la elección de 1928, como lo habían hecho durante la primera Presidencia de Yrigoyen dejaron en claro qué pensaban del candidato que todos sabían que ganaría, y en especial, del electorado que había acompañado esa decisión.

Leemos en el editorial "La prueba decisiva" del 1° de abril de 1928, fecha de las elecciones que comienza por analizar los alcances del sistema electoral vigente de: "voto secreto y descentralización del comicio [que] ha impedido materialmente los asesinatos frente a las urnas y el vuelco audaz y violento de los padrones".

No te creas, querido diario, que esa consideración fue escrita en elogio del sistema, dado que los males que venía a impedir, el "espíritu democrático de un pueblo que sólo se echa de ver mediante la acción material de depositar los votos en las urnas" era parangonable con el "orden y la compostura en que vivían temibles delincuentes en una cárcel severamente organizada."

Ante el inminente triunfo de Yrigoyen, por obra de ese electorado era: "hora de terminar con tanta pamplina, con las falsas generalizaciones de quienes no ponen ningún espíritu de observación en el análisis de nuestros fenómenos político sociales. El grado de adelanto democrático de un país se ve antes y después de la elección, pero no en el momento en que se desarrolla [...]. Y este proceso, observado sin pasión subalterna por nosotros, es precisamente lo que nos dice que nuestra tan zarandeada democracia es, según lo dijimos, en otra oportunidad, algo que da vergüenza y que ya comienza a dar asco".

Clarito, querido diario. Y más clarito sería cuando el editorialista (creemos que fue el propio Francisco Uriburu) avance en la descripción de ese sistema deleznable, identificando la raíz y la causa de esos males: el electorado, desde luego, compuesto por "una masa ciudadana [que] es un enorme conglomerado de mercaderes que día y noche eleva sus preces al dios del éxito. Como no se guía por ideales de bien público, como la política ha pasado a ser una profesión retribuida por comités y oficialismos de ambiciosos o farsantes, no hay nobleza ni en las intenciones ni en los procedimientos [anticipo de] los tiempos funestos que vivirá la República si cae de nuevo en la garra ensangrentada y sucia del personalismo [ante la indignación de unos pocos que]  como el primer día, escupen su repugnancia y su desprecio sobre la grey nauseabunda que tiene su capital en la cueva de la calle Brasil" [en ibídem, pp. 438/9].

Escribían claro, querido diario, no se guardaban nada.

La doctora en Historia María Inés Tato, en su trabajo Viento de fronda. Liberalismo, conservadurismo y democracia en la Argentina (1911-1932), que ya hemos consultado, durante muchos años estuvo intoxicándose con esta morralla, a fin de realizar ese ensayo notable, publicado por Siglo Veintiuno Editores en 2005.

Mediante el cual analiza el derrotero seguido por ese pasquín a partir del inicio de la segunda Presidencia de Yrigoyen, de un crescendo irrefrenable que escalará hasta una vomitiva apoteosis de la dictadura iniciada en septiembre de 1930, que aludiremos más adelante.

Hijos selectos de la Patria amenazada por la democracia radical, los varones nazionalistas de "La Fronda" se preguntaban las razones por las que se había arribado a esa "época de declinación en todas las actividades", a partir del primer gobierno radical, cuando comenzó la dilapidación del legado dejado por la generación anterior coincidente con "el período de la historia argentina que se extiende desde la organización nacional hasta la primera presidencia de Irigoyen y durante el cual las funciones de gobierno estuvieron, por regla general, en manos de los hombres capacitados para ejercerlas. A esta circunstancia feliz se deben los progresos alcanzados por la República en esos primero cincuenta años de vida constitucional" [Vientos de fronda..., cit., p. 163].

Todo lo anterior había sido mejor a ese presente desolador, a los ojos de Francisco Uriburu y su ballet: desde el "gobierno de Juárez Celman, quien juzgó como 'un mandatario indiscutiblemente capacitado e inteligente'", época que aunque entonces criticada, visto en retrospectiva "cada día que pasa aparece a los ojos de todos más honrosa, pues en ella eran respetados los derechos individuales"

Ese presente desolador, daba pie a la evocación cálida y reconocida de "La Fronda" a los liderazgos de Juan Manuel de Rosas y de Marcelino Ugarte, otrora abominados, decidida por el régimen político vigente que lejos de ser "democracia" era una "oclocracia, es decir, una forma de gobierno dominada por la turba. La democracia significaba un 'proceso de selección de los mejores' que no presuponía 'la igualdad de todos los hombres, lo que sería una insensata pretensión contra la naturaleza, sino la responsabilidad universal, concreta, jurídica. Esas críticas [concluye Tato] dejar de ser exabruptos ocasionales hacia mediados de 1929, cuando los reproches a la inmadurez del electorado dieron paso a la censura del sistema que otorgaba el predominio a ese electorado, del que únicamente podía derivar un gobierno como el de Yrigoyen" [ídem].

Precisamente, en "La prueba decisiva" que cité antes se preguntaba Francisco Uriburu: "¿Hay democracia allí donde hay calchaquíes, esto es, indígenas, que al día siguiente de un escrutinio declaran no saber porqué candidato votarán sus electores?", para lamentarse por la suerte de los artífices de los "gobiernos irreprochables" de Córdoba: Núñez, Roca, Cárcano y de otra joya no menos valiosa y refulgente: nuestro conocido Benjamín Villafañe y su ejemplar gestión al frente de la gobernación de Jujuy, para concluir que: "estos hechos esenciales, fundamentales, reflejan nítidamente el grado de cultura democrática que hemos alcanzado y no la emisión más o menos ordenada o tranquila del voto. Vivimos aún, como se ve, en pleno salvajismo. Las violencia o el dinero son los únicos motores de nuestra masa ciudadana. Ante tan asqueante realidad, reveladora de un estado de corrupción moral que se extiende desde los mejores hasta los más degradados candombes electorales, sólo nos resta hacer votos porque la providencia ilumine hoy milagrosamente la conciencia dormida de un pueblo semimuerto al cual, a pesar de sus yerros imperdonables, no quisiéramos ver entregado otra vez a las furias de un negrero de ministros, de un cacique melómano y radical bastardo [...] sólo la fórmula Melo-Gallo traduce, frente a la descomposición general, sentimientos auténticamente democráticos, como que constituye el único dique que la ilustración y el patriotismo pueden oponer a la mazorca rediviva de los Parra, los Cuitiño y los Maza. ¡Vótela con la frente erguida quien se sienta argentino y aspire a tener la conciencia tranquila" [En crisis, cit. pp. 440/1].

El pueblo no se despertó de su letargo y bailó el candombe del plebiscito que, como decía, querido diario, encendió la llama del rencor más oscuro en los integrantes de ese sancoche patriótico.

Por si fuere necesario, el día de la reasunción de Yrigoyen, anticipó que sería un medio opositor sin tregua: "estamos tan lejos de las oposiciones, flojas, dispersas e inoperantes como del malón indígena que atropella el poblado, y por eso izamos al frente de nuestra pequeña trinchera la bandera de los colores nacionales que excluye enseñas partidarias, para bajo su inspiración que habla del lenguaje de la Patria, decirle hoy al señor Hipólito Irigoyen, aclamado por las turbas, exhibido como un dios en la plenitud del poder, que experimentamos por su política y sus mentiras el profundo desprecio de los ciudadanos libres".

Soledad, la de "La Fronda" que no era tanta en abril de 1929 cuando, en sintonía con la invitación propuesta desde el editorial del diario "La Nación" que repasamos entradas pasadas se entusiasma con la alternativa de una drástica y urgente "regeneración nacional" que no es "un problema de las mayorías desaforadas sino de minorías cultas. Es pues, urgente, organizar esas minorías. Y es lo que se está haciendo. ¿Cuáles serán los propósitos y los procedimientos del nuevo ejército? Un propósito: salvar la Nación. Los procedimientos, eso se verá a su tiempo. En política no se debe despreciar ningún medio lícito cuando se persigue un fin honrado. [...] Ya se están sintiendo los primeros rumores que preceden la erupción. Y entonces, seguirá, sin duda, a quienes le aseguren contra la corrupción demagógica fundada en la exaltación y el halago de los peores apetitos" [edición del 5 de abril de 1929 en Ibíd., pp. 442/3].

Las verdaderas razones de ese atropello institucional habían sido puntualmente consignados en ediciones anteriores, algunas incluso, al reacceso de Yrigoyen a la Presidencia. Los bajos apetitos del populacho a los que apelaba el futuro gobierno se evidenciaban en su proyecto político-económico, que repasamos con generosidad aquí: "esta política de adulación con el único fin de obtener poder y conservarlo, aún a costa del bien del país, ha demostrado su verdadero carácter especialmente en el asunto del petróleo, primer paso de una serie de atropellos análogos anunciados ya por los voceros de la Cueva. Un diputado irigoyenista ha dicho claramente en la Cámara que a la expropiación del petróleo seguirá la de los ferrocarriles, los teléfonos, etc. Se trata como se ve, de una política de ataque sistemático a los capitales que traerá indudablemente su retraimiento y la pobreza general de la República. Esa tendencia fatal de la política demagógica al empobrecimiento, a la ruina, a la disolución, la caracteriza como una especie de suicidio colectivo. Hay un monopolio indudablemente nefasto, un trust perjudicial por excelencia, el de los votos obtenidos por las malas artes, por el halago y la impostura" [en ibíd., p. 442].

Ya hemos consignado en tus páginas, querido diario, que los nazionalistas de la "Liga Patriótica" de Carlés, laburaban de correveydiles de Mr. Bliss, el embajador norteamericano en Buenos Aires. Leemos ahora que los nazionalistas que escribían para la posteridad en "La Fronda" se rasgaban las vestiduras en pro de los intereses de las empresas de ese origen, de la Standard Oil, querido diario.

No fuera cosa que el gobierno votado por el populacho candombero fuera a conseguir sus propósitos y modificase las bases de la dependencia económica que postraban al país. Nazionalistas, sin el encanto de la candidez de los socialistas argentinos del Dr. Justo que (sin saberlo) defendían esos intereses sobre la base de dogmas mal aprendidos.

Nada de eso, los nazionalistas de Francisco Uriburu sabían cotizar su pluma y al igual que quien sería ministro del Interior de la dictadura que lideraría el primo de ese sujeto, siendo diputado nacional se opuso al proyecto de nacionalización del petróleo, en el mismo sentido que el predicado en la columna del odioso pasquín analizado en esta entrada.


Cuéntenos, doctor Frondizi: "Matías Sánchez Sorondo, político conservador y profesor universitario advirtió con agudeza el sentido de la reforma y en una conferencia dictada poco después de terminado el debate, refiriéndose a la denuncia de los peligros del imperialismo, a la nacionalización y al monopolio estatal del petróleo, relacionándolos con las leyes de alquileres dictadas bajo el primer gobierno de Yrigoyen que introdujeron una excepción al principio de la autonomía de la voluntad y de la libertad de contratar dijo: 'No. El país no necesita defenderse de peligros imaginarios, pero necesita defenderse de peligros reales, como son las leyes inconsultas, revolucionarias, anárquicas. Ayer fueron los alquileres, hoy en el petróleo, mañana será la propiedad rural, amenazada de ser redistribuida. En el fondo la guerra es la estructura social y comienza por el ataque de uno de sus fuertes baluartes: el derecho de propiedad" [Petróleo y política, cit., p. 221].

La seguiremos, querido diario. 

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