lunes, 14 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 178.

Querido diario.

Gabriel del Mazo, uno de los pensadores-insignia del Radicalismo argentino, exegeta de Hipólito Yrigoyen y, con los años, figura principal de "F.O.R.J.A.", agrupación interna de ese movimiento adversario de la conducción alvearista, en la obra colectiva Pueblo y Gobierno que venimos repasando en tus páginas, estuvo a cargo de los dos tomos dedicados a la política exterior de los gobiernos de Yrigoyen titulados: "La función argentina en el mundo",  volumen primero "Americanismo", es antecedido por un estudio preliminar que lleva su firma, "Significado americano de la política de Yrigoyen", mediante el que se presentan los documentos que integran esa valiosa compilación.

Las consideraciones de Del Mazo, echan luz sobre el tema que andamos masticando: "Los países de nuestra América habían vivido colonizados por el pensamiento europeo. Sus principales figuras intelectuales sólo aspiraron a figurar como discípulos de Europa, prefiriendo cultivar la imitación en vez de constituir  un orden de interpretaciones genuinas. Las minorías directoras partieron así de nuestra supuesta inferioridad y, sintiéndose en consecuencia sin compromisos con la realidad social, tomaron el camino sin esfuerzo ni lealtad de someterse a los poderes de dominación material que la civilización europea a la que concedieron magisterio, por lo que la historia continental fue muchas veces episodio de historia extraña. No fue en la República Argentina menos intenso que en otras naciones hermanas, el fondo dramático de indefensión nacional, de entrega económica, de incomprensión moral, de desequilibrio social que resultó de la entrega mental. Las oligarquías procedieron también aquí según el modelo único y despótico que llamaban 'la civilización', de la cual se consideraban localmente los únicos depositarios; y como 'la civilización' fijaba las superioridades y las inferioridades de las naciones, a nuestra minusvalía no le quedó otro camino que la supeditación, como que hasta no faltaron personalidades conspicuas que propusieron sustituir corporalmente nuestros hombres por otros pertenecientes a las razas declaradas superiores. Grandes figuras influyentes tuvieron como programa ensayar aquí una nueva Europa. Se apartaron de la profundidad del hombre nuestro, al que desestimaron por no corresponder a los módulos tenidos por civilizados ni a la correspondiente concepción material de la vida humana. No concibieron a nuestras naciones como personalidades de la cultura universal; como decantaciones singulares, de bases éticas y sentimentales, del espíritu total del mundo. Confundieron el progreso material con progreso histórico, y su escuela fue la represión de lo auténtico. Por eso, un pensamiento nacional o una emoción o saber puesto al servicio de una verdadera causa argentina o americana llegó a ser un hecho de carácter inusitado" [Pueblo y Gobierno, cit., Tomo VII, p. 10].

La extensa transcripción del texto de Del Mazo se justifica, querido diario, en la exactitud de los conceptos tratados por quien define con precisión el sentido del pensamiento nacional, concebido a partir de una óptica americanista, obturada por la propuesta antagónica sostenida en los textos canónicos de Juan B. Alberdi y a Domingo F. Sarmiento, demolidos con notable lucidez por Del Mazo.

La cita, sobre la cual desarrollaré alguna que otra reflexión, hace hincapié en la apropiación por parte de esa élite del concepto de civilización en la definición de su programa político. Por añadidura, todo aquello que se le opusiera era, barbarie.

Reflexión que me da pie para realizar una breve reseña sobre el librito: Civilización ArgentinaLa obra de 'La Prensa' en 50 años, de Juan Rómulo Fernández, publicado en 1919, que encontré hace unos meses en los anaqueles de la librería de mi amigo Alberto Casares, uno de los lugares de Buenos Aires que más extraño de seis meses a esta parte.

Fernández comienza su elegía al diario fundado en 1869 por José Clemente Paz sopesando la "Misión social de la prensa" que: "Tiene el hombre dos modos de dirigirse a las gentes: la palabra hablada y la palabra escrita, o sea: la oratoria y la prensa". Si la oratoria es fugaz (por aquello de que a "las palabras se las lleva el viento", esto es de mi cosecha, querido diario) "la prensa tiene por auditorio a toda una ciudad, a todo un pueblo, a todo un continente, porque es, ni más ni menos, que lo que una gota de agua cayendo sobre una superficie, también líquida: un incesante formar círculos a su alrededor, que se alejan cada vez hacia más allá. Gobernantes y ciudadanos, soldados y labradores, sabios e ignorantes, ricos y pobres, patrones y obreros, creyentes y escépticos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, toda la colmena humana, en fin, tienen la prensa al alcance de la mano. El orador habla a un millar de personas, por espacio de una hora, la prensa pasa de mano en mano, durante todo el día, por entre millares y decenas de millares de seres humanos. La prensa es como la luz, que penetra al palacio y a la choza, y va desde el Ecuador hasta el Polo, como que nada hay más universal que la luz".

Si la redacción de esos dislates tradujo un reconocimiento económico, debería confesar mi admiración por Rómulo Fernández.

Luego de realizar un apresurado repaso histórico, mediante el cual destaca las personalidades de Moreno, Monteagudo y Sarmiento (periodistas dedicados a la política), llega el tiempo de ocuparse del fundador del diario, José Clemente Paz: "hombre de sangre azul, de finísimas facciones, de irreprochable elegancia en el vestir, de aire, actos y de gustos natural y asentadamente distinguidos", quien "concebía la prensa como un elemento constructor y como era todo un carácter, realizó la obra en que puso mano. Democracia: era la palabra que venía de lejos y que contenía integralmente el programa de los predecesores y, foco aumentador y director de energías, quería fijar el valor de esa palabra y difundirla para esclarecer la razón popular y dentro de ésta asegurarle el imperio. Para él, la democracia no consistía en mero arte del sufragio, destinado a veces a erigir gobernantes zafios y a exaltar mediocridades, sino en la efectividad del derecho de cada uno por la justicia de todos y, por consiguiente de su ideal democrático, de pura urdimbre filosófica, que sea posible para realización de la belleza y del bien."

Nada más lejos de la democracia vigente cuando el vivillo de Rómulo Fernández daba rienda suelta a tan estruendosas boludeces, tiempo demasiado alejado del ideal filosófico que perseguía la realización de la belleza y del bien. Recordá, querido diario, las evocaciones de Ibarguren cuando, por esos años visitó la Casa de Gobierno y en la antesala al despacho presidencial vio a aquel mulato en camiseta, fumando y escupiendo sin parar...

Dejemos atrás esta digresión que me está llevando demasiado tiempo.

Una vez que recordó el paso de nuestro conocido Estanislao Zeballos por la dirección general del diario, cierra su homenaje recordando la avalancha de saludos y congratulaciones que se recibían en la sede de la Avenida de Mayo cada 18 de octubre y respecto de la fecha, parangonándola con el 12 de octubre; "por una razón análoga podría el 18 de octubre, día grato a la civilización argentina -no es necesario repetirlo- convertirse en la fiesta de la prensa".

Del modo menos pensado, se cumplirían tus deseos, Fernández.

Se hizo largo el excurso. Mejor, volvamos a Del Mazo.

Quien también realizó una reseña histórica del devenir de la joven República de apenas 100 años justos, cuando Yrigoyen asume su primera presidencia, cuyo desafío fue el de "afianzar y enriquecer la República representativa, afrontando los problemas de orden social  largamente desestimados, que comenzaron a brotar libremente en la sociedad  argentina políticamente renacida". ¿De qué manera?: dejando "fundado un gran programa nacional. Rescató la tierra públicva y bregó por la nacionalización absoluta del subsuelo mineral. Hizo de Y.P.F., la organización estatal de los yacimientos de petróleo, un símbolo de la defensa nacional, que comienza por el subsuelo y es extensivamente aplicable a toda la tierra, a los servicios públicos, a los bienes de consumo; una concreción de los derechos de nuestro pueblo a decidir sobre su vida y destino; un paradigma del que constantemente puedan deducirse orientaciones doctrinarias y experiencias político-económicas que el orden nacional e internacional para la construcción del país querido" [Del Mazo, cit., pp. 12/3].

No era suficiente, entonces, el derecho a elegir acordado por los hombres más lúcidos del régimen conservador anterior: "cuando no se modifica el sistema de los privilegios económicos, o ciertos aspectos de innovación económico-social, cuando los derechos de la persona se restringen o se suprimen, no constituyen novedades ni hazaña; pero cuando se incide sobre los privilegios transformando las relaciones político-económicas para asegurar la humanidad en todo hombre como objetivo fundamental, entonces se conjuncionan libertad u justicia, como inseparables compañeras y la innovación adquiere una organicidad y una fecundidad extraordinarias" [ídem].

Coincide Frondizi, haciendo eje en el significado de la experiencia tronchada por la estolidez y la perfidia en septiembre de 1930: "el radicalismo, que durante tantos años había sostenido la bandera de la reparación en el campo moral, político y universitario, llegaba entonces a los problemas económicos con un nuevo acento, que era el resultado de sus planteos y realizaciones anteriores que conviene recordar: sufragio popular con todas sus consecuencias políticas y sociales; mantemiento de las libertades democráticas como actitud de respeto a los derechos del hombre y para que las orientaciones fundamentales, surgieran limpiamente del choque de ideas e intereses; política internacional que al mantener la neutralidad, salvaguardó la personalidad de la Nación Argentina y afirmó su derecho a vivir en paz. Reforma universitaria, que al revolucionar las expresiones de la cultura,s e proyectaba sobre todos los aspectos nacionales; planes de nacionalización de los servicios públicos y finalmente, la política social, que al permitir y favorecer la libre agremiación obrera, reconocía el papel que deben jugar los trabajadores en la nueva etapa histórica que debía vivir nuestro país. Todas las definiciones que había tenido el radicalismo popular que seguía a Yrigoyen, desde 1916 a 1930, permiten afirmar que en ese momento, pese a la desorganización de sus cuadros políticos, a sus errores, a la incomprensión de michos, a las desviaciones de otros, estaba, incluso por las circunstancias mundiales, maduro para enfrentar una transformación profunda de la estructura económica social argentina que serviría de ejemplo a los pueblos de América Latina" [Petróleo y política, cit., pp. 269/70].

El eje de la propuesta de Yrigoyen, subrayado por Frondizi, no atendía en exclusivo a la problemática nacional, dado que comprendía que: "no hay una política que, con sentido esencialmente diferencial, pueda llamarse 'extranjera' o 'exterior' de Yrigoyen. Hay sólo manifestaciones interiores e internacionales de una misma concepción política que todo lo abarca. La Independencia nacional, como soberanía de Estado, es la consecuencia externa de una situación que comienza por ser una realidad interna que se hace efectiva en la dignidad humana e ideales de los ciudadanos", por ello sostenía como principio irrenunciable: "la paridad recíprocamente respetuosa de los pueblos, diciendo: 'Ninguna nación puede ser tratada desigualmente, ni invadida su soberanía por creación artificial alguna', pues cada entidad nacional debe cumplir como persona de la convivencia internacional, según su propio sentido 'su parte en los destinos de la humanidad', 'de acuerdo con la independencia que ninguna de ellas puede declinar' y ' de los ideales que, siendo de su deber llenar, le sirven de guía a través de su propia historia'. Corresponde también a la unidad de su concepción, que haya insistido siempre en que los pueblos eran la base de todas las soluciones internacionales, porque sólo ellos ofrecían la seguridad esencial del proceso pacífico ascendente: 'Son los pueblos, las comunidades originarias, las que fundamentan la vida de las naciones en los principios inmutables'; 'en el orden internacional como en el interno, debemos partir de las bases del derecho común, con el profundo convencimiento de que sólo a su amparo son posibles todas las conquistas de los progresos humanos', pues 'la vida propia de los pueblos es la fuente natural y sana de donde surgen las grandes orientaciones que determinan el progreso de las sociedades'" [Del Mazo, cit. pp. 14/5].

Ese americanismo, derivado de la orientación de su política de fraternalismo ecuménico: "no estamos contra nada ni contra nadie, sino con todos y para el bien de todos", era concreto, práctico y se traducía en acciones concretas especialmente valoradas por las dirigencias de la región. 

"Para los sudamericanos, Hipólito Yrigoyen representa y encarna una nueva y gran política de solidaridad continental. No de mentidos abrazos y de frases pomposas que perecen en el labio frío que las articula sin amor, sino de supremas lealtades y de la más profunda buena fe. ¡Presidente de la paz! Llevado por el empuje atlético de su pueblo a la más alta cumbre moral, con Yrigoyen triunfa la democracia, triunfa la fraternidad verdadera de los pueblos y acaban los éxitos oscuros de la baja diplomacia culpable en nuestro hemisferio de tantas tragedias" [ibídem, p. 258]. 

El sentido y admirativo homenaje del dirigente del Partido Nacional uruguayo Luis A. Herrera, al saludar a Yrigoyen ante la asunción por segunda vez a la Presidencia en 1928, pone de manifiesto el significado del líder radical en la región, los cual nos consta a quienes consultamos tus páginas, querido diario. Esto, en relación con el sentimiento de admiración y apego (tanto más significativo que el tonante saludo del político oriental), de Augusto Sandino, al requerirle a Yrigoyen la protección argentina, cuando la nación nicaragüense era asolada por la invasión norteamericana.

Vicente Rivarola, un ilustre diplomático del Paraguay, a cargo de la legación de su país en Buenos Aires, a partir de 1929, tuvo trato con el Presidente argentino  a quien define como un: "demócrata de verdad, habiendo llegado, desde la oposición, dos veces a la Presidencia de la Nación Argentina, elegido en elecciones libres, y siendo que, durante sus dos períodos de gobierno, en las cámaras Legislativas hallábanse todos los partidos políticos del país, y la libertad de prensa era ampliamente respetada, veíase,que esa influencia moral, esa facultad de confundir el espíritu y la voluntad de sus colaboradores, correligionarios y amigos políticos con el propio espíritu y las propia voluntad no era otra cosa que el producto natural de sus condiciones rectoras de caudillo y de conductor de hombres y de masas. Así es que, al señalar este hecho singular y, por lo mismo, por corriente, no lo hago por vía de crítica, sino más bien para ponderarlo como expresión característica de la influencia que el señor Yrigoyen ejercía dentro de su gobierno y de su partido y sobre sus partidarios" [Gasió, En crisis, cit., p. 207].

El texto anotado, correspondiente a las memorias del diplomático paraguayo, editadas en Buenos Aires en 1957, consignadas en el indispensable trabajo de Guiillermo Gasió para la omnicomprensión de los acontecimientos que relatamos, evidencia la dimensión de la personalidad política de Yrigoyen en la región, expresada por Rivarola como un lamento silente por su derrocamiento y concomitante fracaso del rol de mediador que Yrigoyen había ofrecido cumplir para impedir la guerra absurda y cruenta que enfrentaría a su pueblo con el boliviano (mera herramienta de los intereses de la Standard Oil, como hemos repasado) entre 1932 y 1935.

Guerra, que entre tantas notas aborrecibles y tenebrosas, costó decenas de miles de vidas a ambos pueblos, con el agravante en el caso del Paraguay que todavía no había superado las heridas irreparables infligidas en oportunidad de la guerra de exterminio liderada por las jefaturas del Imperio del Brasil, el Uruguay y la Argentina, entre 1865 y 1870.

Anota Etchepareborda que Rivarola, en una de sus conferencias con Yrigoyen, escuchó del presidente argentino que consideraba a: "la Guerra de la Triple Alianza fue una indignidad argentina que causó daños inmensos al Paraguay y que los argentinos debemos reparar" [en Yrigoyen-Alvear-Yrigoyen, cit. p. 447].

Comentario que no habría sorprendido al diplomático paraguayo, conocedor del proyecto de ley elevado por Yrigoyen al final de su primera Presidencia cuando solicitó al Congreso: "con el profundo convencimiento de que ha desparecido para siempre toda posibilidad de vicisitudes entre nuestra Nación y cualquiera otra de América, creo que es imperativo borrar, cuando menos la materialidad de todo recuerdo doloroso, para vivir tan sólo identificados en los ideales de mutuo engrandecimiento y de solidaridad hacia nuestros comunes destinos. Existe pendiente con la República del Paraguay su deuda, emergente de la guerra, estipulada en el artículo 3° del Tratado de Paz de 3 de febrero de 1876. Por los fundamentos que inspiran este mensaje, cuya sola enunciación basta para que sean debidamente consagrados, debe declararse extinguida esa deuda"  [en Pueblo y Gobierno, Tomo VII, cit., p. 115].

El gesto tuvo la condigna respuesta de "paraguayos residentes en Resistencia", que le hicieron saber a Yrigoyen: "el mensaje de gratitud de nuestro pueblo por el acto de eminente americanismo y confraternidad positiva, que importa el proyecto de V.E. enviado al Congreso. Habéis conquistado con ese gesto magnánimo y caballeresco, señor Presidente, el cariño inalterable de un pueblo romántico y heroico, y habéis grabado vuestro nombre con letras eternas en la historia de la solidaridad americana, sueño dorado de Bolívar y Alberdi, por lo que no complacemos en expresaros con este mensaje nuestra admiración y reconocimiento" [ibíd., p. 116].

Menos enfático, aunque expresivo de un sentimiento de gratitud subrayada, saludó en el último día de su mandato a Yrigoyen, su colega paraguayo Eusebio Ayala, quien le reconoció, a propósito del proyecto de ley referido: "una efectiva y armónica cooperación, a la vez que planteado soluciones miran al porvenir con fiel espíritu de solidaridad. El proyecto de condonación de la deuda de guerra ha tocado todas las fibras más sensibles del sentimiento nacional. Esa deuda, tal cual hoy existe, afecta sobre todo la integridad moral de nuestra soberanía. Nuestra historia de vencidos y nuestra geografía mediterránea se unen para trabar la libre expansión de este pueblo. Es, pues, un derecho dentro de los principios de convivencia internacional esperar el amplio concurso de sus vecinos para realizar la empresa accesible a su resurgimiento. Felizmente, la política de fraternidad americana, de la que V.E. ha mostrado ser un eminente servidor, hace entrever halagüeñas perspectivas. El brasil, con un plan de comunicación ferroviaria, la Argentina con la condonación de la deuda, han ajustado su pensamiento con respecto al Paraguay, al verdadero concepto de las relaciones que deben existir entre estos pueblos" [ídem].

El Congreso no daría tratamiento a ese proyecto y el presidente entrante, Marcelo T. de Alvear no insistiría con su aprobación.

La seguiremos, querido diario.

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