domingo, 6 de septiembre de 2020

Diario de la cuarentena. Día 170.

Querido diario.

Vuelvo a tus páginas para tratar una cuestión aparentemente abandonada, que inicié, precisamente, cuando fuimos instados a recluirnos, allá por el mes de marzo de este horrendo 2020.

Fue entonces cuando, a partir de la lectura que Ricardo Piglia había hecho de la novela canónica de Roberto Arlt, que me dediqué al repaso del tiempo político coincidente con al escritura de Los Siete Locos y su continuación, Los Lanzallamas y a partir de ese repaso, desentrañar el significante histórico de Hipólito Yrigoyen, el prócer al cual el administrador de este bazar austero venera (y cómo y cuánto).

Relato cocinado a un fuego demasiado lento cuyo desarrollo fue interrumpido a causa del tele-trabajo, la pandemia, la espalda, y otras pestes.

Pero como, me debía volver sobre un tema ya tratado aquí años ha y que, por cuestiones calendarias, retorna, voy a desarrollarlo a partir de esta entrada.

Cada vez se te entiende menos, bebé. ¿De qué carajo hablás?

Del golpe de Estado de 1930, querido diario, del cual hoy se cumplen 90 penosos años.

Y, esta fecha, como cada 6 de septiembre auspicia la publicación de la foto que sigue en las redes sociales, que retratan al entonces capitán Juan Domingo Perón, custodiando al vehículo que conducía a Uriburu hacia la toma de la Casa de Gobierno.


El más completo de todos esos repúblicos, diputado nacional y discípulo de Juan José Sebreli, Iglesias Fernando llegó a ilustrar la portada de algo que pretende ser un ensayo, exploratorio de los males que aquejan al país desde 1930 a la fecha, con esa foto, titulado con un soliloquio del autor: Es el peronismo, estúpido.

Idéntico asimismo, previsible como nadie, twiteó (o como mierda se escriba) la foto con la leyenda que sigue: "Primer golpe militar del siglo XX. 6 de septiembre 1930. Hace 90 años. En la foto, llegando a Casa Rosada, Uriburu y Perón. Miren las gorras nazis, atrás. Qué gorila es la realidad!"

Gorras nazis en 1930: la única verdad es la realidad, Iglesias Fernando.


En fin.

Como he comprobado. tanto Iglesias como sus conmilitones de repúblicos que saturan las redes sociales con esa foto lo hacen cada 6 de septiembre con el ademán (dijera el maestro Viñas) de quien descubre la pólvora, o cuanto menos, que corre el velo sobre un secreto guardado bajo 7 llaves: la intervención del entonces capitán Juan Perón en el golpe que derrocó a Yrigoyen.

Desgracia en la que se jugaron unos cuantos de la que luego abjurarían (Perón a la cabeza), entre tantos el antecesor de Yrigoyen en la Presidencia, Marcelo de Alvear a quien no se le reprocha con tanta vehemencia su apoyo explícito. Dispensa que se le dedica asimismo a otros próceres de la talla de Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Federico Pinedo, entre tanto prohombre que tanto hizo por la caída de l presidente Yrigoyen y el advenimiento del dictador Uriburu.

La foto en cuestión no es la única evidencia que prueba la participación del escrachado en esa chirinada nefasta, puesto que no sólo nunca negó su intervención, sino que además dejó una memoria de ello titulada: Lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre de 1930.

Escrita en enero de 1931 y reeditada con posterioridad (de las muchas ediciones, la que consulté para esta entrada es la de editorial "Escorpión" de 1963 titulada Tres revoluciones militares), refiere los hechos desde la convocatoria realizada por el mayor Solari en junio de 1930, cuando fue invitado a la casa de un hijo del futuro dictador, Alberto Uriburu en La Recoleta, donde se entrevistó con algunos oficiales lanzados al golpe.

Detalla con la precisión que le permitía la cercanía de los hechos sobre los preparativos del grupo de oficiales de mayor jerarquía que rodeaba a Uriburu, a quienes el joven capitán no les ahorra denuestos:  los tenientes coronel Bautista Molina y Álvaro Alzogaray, cuyo hijo Álvaro Carlos entonces cadete del Colegio Militar integraría la tropa de cortejo que recorrería a pie los kilómetros que mediaban entre Campo de Mayo y Buenos Aires para el asalto de la Casa Rosada el 6 de septiembre siguiente.

El brillante oficial, egresado de la Escuela Superior de Guerra del arma de Infantería, observaba con espanto el nivel de improvisación (las chambonadas) del entourage uriburista, que ponían en riesgo el éxito del cuartelazo (y las carreras militares y, porqué no, el pellejo) de los complotados.

De hecho, relata que el 3 de septiembre, luego haber sido puesto en ridículo por Alzogaray (al ordenarle ponerse a las órdenes de un teniente coronel Cernadas quien le había hecho saber que nada sabía del golpe en marcha), le hizo saber que aunque pondría el cuerpo, desistía del integrar el estado mayor golpista.

"He sido un oficial que desde lo primeros día en que se pensó en un movimiento armado, me puse al servicio de esta causa, no de los hombres que la dirigen. He colaborado honradamente, sin ningún interés personal [escribe en su memoria el capitán Perón], puesto que nada puedo ganar y en cambio lo expongo todo. He asistido a las reuniones generales y a las que realizó el Estado Mayor hasta su disolución y en ellas he expuesto francamente mis ideas y he aportado algunas que fueron aprovechadas. he estado siempre decidido a jugarme todo por el todo. No puede haber nada más justo que exija en compensación de todo ello, por lo menos que se me tenga un poco de consideración y seriedad para tratarme. He aceptado, que sin decirme una palabra, se me expulsara del E.M. porque mis ideas no convenían a los intereses de algunos, porque no quería que fueran a pensar esos mismos que ne negaba a jugarme la vida, si era necesario, tomando una unidad de tropa. Pero no puedo aceptar que seamos juguetes de la ineptitud y falta de conciencia de los que nos cargan con misiones como la que he recibido yo, que sólo puede atribuirse a irresponsables o a desequilibrados. he hecho en mis gestiones con el Teniente Coronel Cernadas un tremendo papelón, porque a nadie se le ocurre mandarme que me presente a recibir órdenes de un jefe que ni siquiera ha sido hablado con anterioridad, que de no ser que se trataba de un caballero, pudo ordenar allí mismo mi detención. Yo jamás perdonaré a los culpables de tan insólita actitud. Parecería que se empeñaran en desordenar las cosas e introducir el caos más grande entre nosotros." 

Andaba cabrero el capitán Perón, porque: "veo desde hace mucho tiempo que la dirección de este asunto está en las peores manos que pudieran elegirse, es que he resuelto separarme de Ustedes y tomar personalmente la actitud que me plazca. Yo no me he entregado a nadie, sino que me había dispuesto a colaborar en una causa, que sigue siendo la misma para mí, pero estoy desconforme con los hombres que la dirigen y me separo de ellos [aunque aclara que] el día que se produzca el movimiento cooperaré en cualquier forma a su éxito y que jamás estaré contra Ustedes sea cualquiera la situación y la causa. Y si la fortuna me abandona en el momento oportuno empeño mi palabra que juntaré en la calle a los civiles que quieran seguirme y al frente de ellos marcharé a la casa de gobierno"  

La decisión de atentar contra Yrigoyen es poco explicitada en la memoria, infiero, querido diario, que entendía en enero de 1931 que las motivaciones eran lo suficientemente obvias como para abundar en ellas.

Aunque no le ahorra un trato de desprecio al presidente que había sido elegido dos años atrás. Por ejemplo, al referir su primer desencuentro con Alzogaray que había convencido a Uriburu de la viabilidad de dar el golpe secuestrando al Presidente al salir de su casa en la calle Brasil, en uno de los camiones de distribución del vespertino "Crítica", uno de los puntales del golpe, como veremos, querido diario. 

El joven capitán de 37 años había reprobado tamaña iniciativa, evento que recuerda en su memoria en los siguientes términos: "creo que este plan no necesita comentarios [...]. Me imagino la suerte que habrían corrido los pobres 10 o 20 del camión de marras, cuando al detenerse frente a la casa de Irighoyen, le hubiesen abierto un fuego terrible las ametralladoras instaladas en las azoteas de Scarlatto y la propia casa de Irigoyen los hubiera recibido a balazos. Mientras las secciones de Granaderos que pernoctaban en la casa de Scarlatto concurrían. ¿Y todo para qué? ¿Acaso Irigoyen valía tanto? ¿No se suponía que ni bien disparado el primer tiro huiría como la había hecho otras veces? Y en este caso nada mejor, se secuestraría solo, como lo hizo en realidad; por otra parte, nada más conveniente 'A enemigo que huye, puente de plata'. En cuanto a levantar las tropas se descontaba, era natural que todo lo gastara el plan en el Señor Irigoyen".    

Parece que no nació sabio, Juan Perón, que el tiempo le moldeó el genio y las ideas. 

Un cuarto de siglo más tarde sus enemigos, los que lo echarían del poder dirían lo mismo de él; tratarían de cobarde al pacifista que elegiría al tiempo sobre la sangre. 

Fiera venganza la del tiempo, querido diario.

Como fuere, entonces creía en lo que creía el capitán Perón y obró en consecuencia, poniendo el cuerpo como se lo había espetado con indignación a Alzogaray horas antes.

Con una convicción que robusteció la multitud que acompañó a ese general retirado que inauguraba así, más de medio siglo de una peste más abyecta todavía que la que nos tiene encerrados (ma non troppo) desde hace más de 170 días, querido diario.

Tanto era el alborozo de esa muchedumbre histérica, que uno de sus integrantes tuvo un gesto con el joven capitán, que dejó asentada en la memoria que repasamos en esta entrada.

"Cuando legamos a la Casa Rosada, flameaba en ésta un mantel, como bandera, como bandera de parlamento. El pueblo que en esos momentos empezaba a reunirse, en enorme cantidad, estaba agolpado en las puertas del palacio. Como era de suponer hizo irrupción e invadió toda la casa en un instante a los gritos de 'viva la Patria', 'muera el peludo', 'se acabó', etc. Cuando llegaba mi automóvil blindado a la explanada de Rivadavia y 25 de Mayo en el balcón del 1er. piso había numerosos ciudadanos que tenían un busto de mármol blanco y que lo lanzaron a la calle donde se rompió en pedazos uno de los cuales me entregó un ciudadano que me dijo 'Tome mi Capitán, guárdelo de recuerdo y que mientras la Patria tenga soldados como Ustedes no entre ningún peludo más a esta casa. Yo lo guardé y lo tengo como recuerdo en mi poder". 


Mirá qué linda yapa, querido diario: el capitán Perón con su esposa María Aurelia Potota Tizón en esos años. Lucía bigote, el capitán.

Qué Hermoso, hermoso nene!, gracias por tanto. Ahora, me da la sensación de que escribiste poco, o al menos lo que en tu caso podría considerarse poco. Quiere decir que la vas a seguir, ¿no?"

Sí, querido diario.

Cagamos.



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