sábado, 22 de agosto de 2020

Diario de la cuarentena. Día 155.

 

Querido diario:

¡Volviste! ¡Pero qué alegría, che! No te imaginás lo feliz que me hace...

No tengo interés en discutir contigo, querido diario, mucho menos, ánimo para contestar tus provaciones.

Por razones varias.

La primera: si me he alejado de la escritura de tus páginas fue a causa de mis dolores de espalda. Que se ramifican con insistente velocidad en mi nervio ciático. 

Si supieras, querido diario, lo molesto que es el nervio ciático, como se queja cuando me siento a escribir...

Cómo no lo voy a saber, melón. Si yo soy vos. Soy algo así como tu otro yo, ¿te acordás?, ¿o la espaldita y el nervio ciático además de haberte hundido en la desidia, andan haciendo mella en la memoria cercana?

Tenés razón, querido diario. No te doy la razón sólo porque no quiero discutir, sino que no quiero exigir demasiado al nervio ciático y porque tenés razón. 

Sólo diré que compré una carísima silla de escritorio para no tener molestias al escribir en la computadora y lejos de ello, los dolores aumentaron.

Por aquello de haber nacido estrellado, quizá.

Lo concreto es que vuelvo a tus páginas a pedido de la gente querida que me pide que escriba. No sé porqué lo hago, porqué esa gente querida se me pide que escriba, pero obediente como soy (ma non troppo) cumplo.

El disparador fue la pregunta de una lectora de estas páginas cuando, al inicio de una conferencia vía zoom (cuando se luciría con una exposición magistral en el marco de las clases extracurriculares que organicé esta cuatrimestre para el piberío que estudia Derechos Humanos conmigo), me dijo que les confundiría con la fotografía de Eva Perón que aparecía al fondo de mi destartalada figura. 

Antes de aclararte, querido diario, que mis apariciones por zoom a la que nos ha constreñido esta peste inmunda siempre tienen ese fondo; te confieso que ese comentario me sumió en la pena más honda. 

Volver a comprobar (una vez más y van...) que soy incomprendido, incluso por las personas más cercanas.

Luego, menos a tono con el ánimo que arrastro en estos últimos cinco meses (los peores que recuerdo desde abril de 1973, y no por razones de índole personal, claro quede, los hubieron desoladores en ese terreno), cambié el enfoque.

Me pregunté porqué razón mucha gente, entre ella esa amiga lúcida, honesta y conocedora de la historia argentina me había hecho ese comentario; porqué perseverábamos en futbolizar la política.

Aunque crea y me crea con plena aptitud para demostrar que River Plate representa al bien, que es todo lo que está bien y con la misma contundencia, que aquello otro que a principios del siglo veinte adoptó los colores de una bandera escandinava representa el mal, que es todo lo que está mal; en el territorio de la política la cosa es más compleja. O exige, cuanto menos, un análisis menos lineal.

He escrito mucho (eso creo al menos) sobre la identidad común de ciertos radicales, con ciertos peronistas, más allá de las etiquetas, las coyunturas, de los nombres propios, de los malentendidos y tantos etcéteras.

El extravío que significó (que significa aún) esa división pavota, estéril, funcional a otros intereses mucho daño nos viene haciendo.

Como el compartir el mismo espacio con gente tan diferente.

También me he cansado de escribirlo: como radical yrigoyenista que soy no exhibiría retratos en mi biblioteca de muchos radicales. Ni Marcelo de Alvear, ni Roberto Ortiz, mucho menos Arturo Frondizi y Fernando De la Rúa tendrían ese reconocimiento íntimo. Menos todavía, Ricardo Balbín. 

Porque tengo mis razones que vengo expresando desde hace mucho tiempo en este bazar humilde y en tantos otros ámbitos.

Y si pienso como pienso es a consecuencia de un razonamiento más prudente y menos categórico que aquel que decide mi devoción por River Plate y hecho de años (décadas) de reflexión y análisis acerca de qué soy y pretendo ser y que es y pretendo que sea este confín universal que habito y quiero tanto y más que a River Plate.

Porque si hay un retrato de Evita en esa biblioteca (luce allí hace muchos años, cuando descubrí la entidad de su personalidad política, de ella en tanto sujeto político excepcional y vivificante, merced a la actividad redentora que llevó a cabo de consuno y a las órdenes de su cónyuge y conductor, Juan Perón) es porque quiero subrayarlo.

Sin cálculo ni imposturas, porque no soy ni he sido un oportunista ni un calculador. Muy caro me costó no serlo y me jacto de ello: nunca hice lo que no quería hacer. 

O mejor: nunca hice nada que estaba convencido que no debía hacer.

Muy pocas personas pueden decir eso. Yo sí, querido diario. 

Vos y yo lo sabemos, con eso tengo bastante.

Y quien quiera oír que oiga, la puta que los parió (Mercurio volvió a ser provocado por Aries, según el diagnóstico de mi querido amigo Belisario).

Y si hay un retrato de Evita está en mi biblioteca no lo es tanto por identificación, como por gratitud hacia ella. Porque vengo siendo lo que soy gracias a que esa señora hizo lo que hizo, desplegando en su máximo potencial las políticas de su conductor.

Y sigo siendo radical querido diario.

Como Manzione.


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