martes, 4 de agosto de 2020

Diario de la cuarentena. Día 137

Querido diario.

Me hiciste ilusionar. En vano. Pasó el fin de semana y nada. Me dije: 'tan necio no es. Sentido del ridículo le queda y elige callar. Claro que se caga en lo que se había comprometido (como en tantas y tantas cosas), pero al menos, gambetea el escarnio de justificarle a Tatita sus crímenes de Estado. Enhorabuena, me dije. Pero no, siempre me defraudás, bebé.

Me pregunto porqué me hago esto: dejar que te expreses, querido diario, cuando esa posibilidad depende de mí. Y también me interrogo a mí mismo, acerca de las razones por las cuales respondo a tus chicanas baratas: sí, volví a escribir, aunque en un nuevo alto respecto de lo que venía escribiendo, porque ando cansado.

Y escribo a pedido. Del amigo Juan, el más joven de los lectores de tus páginas, querido diario, que en pocas horas dará un paso trascendente en su vida, a quien le dedico estas macanas.


Serán acerca del sujeto de la foto, uno de tantos que vienen a darle la razón a quien dijo que "la cara es el espejo del alma".

Aludo al coso ése que dirige la Organización Mundial de la Salud.

Desconozco las habilidades del coso ése, sus estudios y demás destrezas y aptitudes que, quizás a guisa de una extraña profesión de fe, se esmera tanto en disimular. No sólo mediante una expresión facial del cretinismo en su máximo esplendor, sino en especial, por el modo mediante el cual comunica los avances de la pandemia que aflige al planeta.

Siempre me cayó para el culo el coso ése. Mucho peor que el bueno de Pedro Cahn, a quien tan duro le he caído en tus páginas querido diario. Porque siempre demostró, el coso ése que dirige la OMS, sino algarabía, un entusiasmo malsano al consignar el estado de la pandemia en cuestión sus alcances y consecuencias.

Tal vez se debe a que vengo siendo como esas personas que esperan buenas noticias a cualquier precio, incluso al costo de una mentira, pero lo que me genera el coso ése es peor: una detestación que me coloca muy cerca de Donaldo Trump, alternativa que no me molesta especialmente.

Ayer, el coso ése se superó a sí mismo. 

Aunque no suelo mirar noticieros, pro alguna razón pasé por uno de ellos, en el cual se decía que ese tremebundo hijo de puta había dicho que "tal vez no se logre nunca la cura de esta enfermedad".

No niego que como posibilidad exista pero: ¿tiene algún sentido, no digo altruista, siquiera constructivo dejar caer una opinión de esa índole, para colmo, dicha con esa cara?

Porque se limitó a anticipar una hipótesis, destinada a dar por tierra con las esperanzas cultivadas por cientos de millones de personas en un eventual descubrimiento de una vacuna en la Federación Rusa. Y si es una hipótesis tuya, sorete mal cagado, tremebundo hijo de 264 vagones de putas (se me disculpará la incorrección política) ¿tiene algún sentido que la compartas con una audiencia millonaria, anhelante de escuchar algo diametralmente opuesto a tu hipótesis?

Dizque K. Olga Jelinek: ¿es necesaria tanta maldad?

Recordé una clase de una materia de mi Facultad, de Derechos Humanos.

La profesora a cargo del curso contó que en Egipto los cirujanos maltrataban a sus pacientes cuando los operaban. Entendían que el sufrimiento, el estrés de las personas que eran sometidas a intervenciones quirúrgicas ayudaría al éxito de la operación: los insultaban y les pegaban en el quirófano contó aquella profesora cuyo nombre he olvidado.

El coso ése no es egipcio, sino de la India. 

Sin caer en generalizaciones propias de los intelectuales del siglo XIX que venía evocando en tus páginas, querido diario, tal vez exista cierta corriente filosófica entre los médicos de esas latitudes.

Una hipótesis, tal vez, que ayude a explicar la lenidad de ese cretino con cara de cretino que anda convencido de que su tarea consiste en extender el desánimo y el terror en buena parte de los habitantes de este desahuciado planeta.

Tal vez, algún día el coso ése deba responder por ello ante la comunidad internacional por su ineptitud, por su lenidad, por su torpeza imbécil y ruin.

Es al menos mi deseo, no tanto como el anhelo de que sea de la mano de los rusos, los chinos, los norteamericanos, los angoleños o de los hinchas del Racing Club, que podamos dejar atrás (por un tiempito al menos) estos días intensamente inolvidables.

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