sábado, 30 de enero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser. (Tercera parte).


En un contacto privado a raíz de las reflexiones que dejo caer acerca de los papeles privados de Bioy Casares, un querido amigo me consultó respecto del valor que consideraba, tenía Borges como escritor.

No obstante carezca de autoridad para ello considero su calidad indiscutible: es un placer para mí leer buena parte de sus trabajos.

Hay un cuidado, una delectación estilística que da gusto disfrutar y desaconsejo perderse a ese Borges.

También he leído a Bioy Casares y me ha gustado muchísimo: “El sueño de los héroes”, una novela de un vuelo y una impronta exquisitos.

Ahora, como ciudadanos de este país, Borges y Bioy fueron execrables. Fueron malos ciudadanos: arrogantes, discriminadores, racistas, reaccionarios no pocas veces. Celebraron dictaduras, proscripciones, fusilamientos.

Tal vez ello impregne sus obras, reitero, no soy yo quién para juzgar ello, aunque me paladeo que sí.

Lo que me propongo con este trabajo en buena medida profanatorio (exhumamos papeles privados de una persona que ya no está, con incontables juicios de otro, igualmente muerto) es echar luz sobre esa pulsión nacional que es el antiperonismo.

Ninguno de los dos eran personalidades con algún vuelo político que admita un análisis riguroso de la empresa que encaro, pero en el desvergonzado antiperonismo que se lee en esos diarios, asoman exponentes actuales de esa pasión vigente.

Pasaron más de cincuenta años, pero el odio, o los argumentos de ese odio, siguen pareciéndose demasiado.

No creo que haga falta aclarar que la crítica que realizo hacia los antiperonistas de este pelaje no supone, como contrapartida, una reivindicación sin más al peronismo, cuyos desvíos y miserias en buena medida explican esta expresión bastarda, constituida desde la reacción a aquélla.

Sí censuro con vehemencia, el desprecio al pueblo peronista y el tono en el que se manifiesta ese desprecio, que como trataré de desarrollar en esta entrada no se dirigía sólo al pueblo peronista, sino al pueblo a secas, se enrolase en una u otra expresión popular.

Puesto que el repaso del bodoque “Borges” desde el año 1958 si bien conserva y acentúa su rechazo sin más al peronismo y a la figura de Perón, desde el advenimiento de los radicales Frondizi e Illia, decide un desencanto general con la democracia de partidos y con pareja vehemencia, alcanza en su desprecio, a los radicales.

Ante todo, Bioy y Borges, son militantes de la “Revolución Libertadora” a la que, como veremos, ubican en el sitial de los grandes acontecimientos nacionales.

Con esa experiencia en retirada, se espantan ante la avanzada de los radicales, escribe Bioy:

Martes, 3 de diciembre (1957): Con Silvina, vamos a la Facultad de Derecho, donde Borges recibe el Premio Nacional de Literatura. El ministro, un tal Acdeel Salas, en discurso absurdo y cursi, ataca a los militares, Borges comenta: ‘Esta gente, Aramburu y Rojas, son tan buenas personas que todos se creen en la obligación de llevarlos por delante. Qué falta de gratitud, qué mezquindad’. En su propio discurso dice que los escritores deben ser dignos de la Revolución y que ‘este día es una reverberación de aquella tarde de septiembre que sin ignominia, porque un dictador había huido, pudimos volver a pronunciar la palabra Patria’” (pág. 400).


Al iniciarse el año 1958, leemos las reflexiones de loa amigos sobre el “Caracazo”, movimiento popular contra la dictadura venezolana de Pérez Jiménez, quien entonces daba refugio a Perón cuyos amigos, puestos a ser francos, eran impeorables (Stroessner, Somoza, Pérez Jiménez, Trujillo).

Consigna Bioy: “Miércoles, 1º de enero. Come en casa Borges. Le digo la noticia que acabo de oír por radio: estalló una revolución en Venezuela contra Pérez Jiménez, protector y amigo de Perón. ‘Viva la Patria’, exclama Borges. Después de comer, nos reunimos alrededor del aparato de radio, avaro de noticias, pródigo de música sentimental y de avisos. Oímos la noticia de un accidente de un avión, seguida del aviso: ‘crocantitas, las Criollitas’. Borges: ‘qué época esta: la muerte viene en galletitas… El comunismo podía haber concluido con todo esto; lo fomentó con entusiasmo’. Sobre la revolución: ‘llevamos todas las de ganar. Si nos va bien, espléndido; si no, pobres hermanos venezolanos, de todos modos se habrá dado un golpe contra la tiranía. Pero yo creo que nos irá bien (en broma). Al fin y al cabo, tenemos buenos antecedentes. ¿No ganamos la guerra europea? ¿No derrotamos a Hitler? ¿No echamos a Perón? Decir esto es bastante absurdo, pero uno siente que es un poco así. De nuevo estamos balconeando la épica) no sería un título muy estimulante para un libro de memorias). Pero el lugar de los escritores no tiene por qué ser debajo de la cama como el de los beligerantes’. Sigue en la radio una audición de música. Cuando los locutores se despiden, Borges comenta: ‘bueno parece que ahora se claman… Poné un tango que nos dé valor. Que nos ayude a ganar la revolución en Venezuela (...) Bioy: ‘Qué triste si Perón, en Caracas, está bailando solo este mismo tango, para celebrar el triunfo del gobierno. Borges: ‘sería agradable que huyera en un barco con Borlenghi, Kelly, Jorge Antonio, Cooke, Pérez Jiménez y que los revolucionarios volaran el barco’. Bioy: ‘O que le pegaran un tiro en el culo’. Borges: ‘en su órgano vital’” (págs. 414/5).

La siguiente cita que destaco es la de la noche del triunfo electoral de Arturo Frondizi, punto de inflexión para ambos, que viven como una calamidad.

Domingo, 23 de febrero: En Buenos Aires. Por la noche, voy a buscar a Borges. Bajo del automóvil a llamarlo por teléfono, cerca de su casa, para avisarle que he llegado. La radio de otro automóvil, en la calle Maipú, da dos cifras provisorias, con cien mil votos de diferencia, a favor de Frondizi. Estoy en ‘tercera persona’, como dice Borges: como afiebrado, aunque sin fiebre. Trato de consolarme (…) Cuando me atiende Borges le digo: ‘aquí te espero. Deshecho’. Nos sentimos muy tristes. En casa, mientras orinamos, hablamos de las elecciones. Bioy: ‘Esto no quiero decirlo dos veces, pero el resultado es una derrota intelectual para el gobierno. Ellos quedarán como personas muy nobles, pero la Revolución se va al diablo. Borges: ‘no hay nada peor que el que hace el beau rôle (juego limpio). Para quedar bien, él deja caer a los que lo sostienen. Es un traidor. Comenta muchas veces, risueñamente, que éste es un gran triunfo de la democracia: ‘¿qué harán los gorilas? Espero que no se impresionen ellos también por el bizantinismo de que el pueblo dio su opinión’. En un momento, riéndose, dice: ‘Frondizi está frito. Le pasó lo peor que podía pasarle, ganó. Porque ganó, van a echarlo’” (págs. 420/1).

La tenía bastante clara Borges, hay que admitirlo, aunque en verdad propongo este paréntesis para anticipar la solidaridad que ambos tributan al candidato que apoyaron, derrotado en esa oportunidad: Ricardo Balbín. Quien era auspiciado como la propuesta “continuista” la “Libertadora”, lo que resultaba redundante siendo que la Unión Cívica Radical del Pueblo (partido que presidía) integraba el gobierno militar, con varios ministros de esa extracción, por todos, el de la cartera de Interior, a cargo del control de esa elección, don Carlos Alconada Aramburú.

Ricardo Balbín. A poco de asumido el gobierno de Frondizi lo combatirá con pasión, esto es, conspirará por su derrocamiento. Hará poco más adelante por Arturo Illia, auspiciando una vez más, la integración de un hombre de su confianza en el Ministerio del Interior de una de las propuestas del gobierno militar que sucedería al golpe contra la experiencia de Illia. Más adelante será un apreciado interlocutor de la última dictadura militar, con personas de su confianza en el gobierno de Videla.

Eso sí, don Ricardo emocionó al país con el discurso en los funerales de Perón, cuando dijo aquello de: “este viejo adversario, despide a un amigo”. Y le hicieron una estatua a metros del lugar donde pronunció ese discurso de 1974 que hizo llorar al país.

Supo hacer entre tanto, una Unión Cívica Radical que servía de trinchera para el antiperonismo más duro, en cuyo seno, debe decirse, militó gente progresista y honorable, pero la mácula antipopular del radicalismo de Balbín será, a mi juicio indeleble. Que unos tantos hoy, quieren reeditar.

Sigamos con la transcripción.

Bioy: ‘Deberíamos abrir un comité por la candidatura de Balbín. Nada está más muerto que un candidato derrotado. Pasa rápidamente de ser un protagonista a ser nadie… Deberíamos mandar tarjetas a Balbín’. Borges: ‘ya pensé, pero nunca me ha visto’. Bioy: ‘pero lo entenderá como un gesto de amistad. No podrá creer que uno lo hace con intención de conseguir algo…’. Borges: ‘un rasgo típico de los argentinos es el de admirar a un político porque es vivo, porque dice cosas para engañar a la gente. Están convencidos de que así engaña a los otros, no a ellos. Creen que están en el secreto de ese cuento del tío para los otros. Al admirar al político, al votarlo demuestran que el cuento del tío estaba dirigido contra ellos y que los engañó’. Bioy: ‘estamos en los confines de una época feliz, casi al borde de una de calamidades. No creemos en esta última, aunque ya es casi más real que la concluida, que la efímera, que aún pisamos’. Borges: ‘ayer, semidormido, miraba el bastón y el ventilador comprados después de la Revolución y me preguntaba cómo podía tener esos objetos de una época futura, ya que ahora estábamos otra vez en el peronismo, en el pasado’”. (págs. 421/2).

No caben dudas de que tenían estilo los muchachos, incluso para lamentarse de la surte que corrían: la “Revolución” como presente-futuro de un futuro inminente que era a su vez, la vuelta al pasado.

Sin embargo, a poco de andar el gobierno de Frondizi advirtieron, como todo el mundo, que no regresaba el peronismo, temor arraigado en ellos ante los acuerdos que el presidente electo tramara con Perón en el exilio. No obstante la traición de Frondizi a ese acuerdo, el odio hacia él y su gobierno serán constantes en ambos.

Tenía sus opiniones Borges, pero no era sonso. Buscó mil artilugios para no renunciar a la Dirección de la Biblioteca Nacional, aún cuando viviera el oprobio de ser funcionario de un gobierno que deploraba, en la expectativa de que más pronto que tarde, los militares echarían a Frondizi o barajase una opción temible: la vuelta revolucionaria de Perón.

Leemos de la cita correspondiente al 6 de mayo de 1958: “Borges: ‘Frondizi está en la Casa Rosada. ¿Qué se podía esperar con Aramburu y con Rojas, perfectos caballeros, en el poder? Me pregunto si Frondizi habrá descubierto que él no sirve para político y si se habrá vendido a Perón’. Bioy: ‘no creo en esa hipótesis; me parece más probable que busque, por afinidad, a los peronistas, con la esperanza de conquistarlos. Por cierto, ese camino lo lleva directamente al momento en que Perón lo sacará a puntapiés’. Borges: ‘qué raro si se cumple la profecía, si vuelve Perón, si corren ríos de sangre, si Perón muere en la horca’” (pág. 432).

A ocho días de la asunción de Frondizi, escribe Bioy.

Viernes, 9 de mayo. La gente, que la semana pasada era unánimemente optimista, se pregunta cuántos meses durará Frondizi. Borges: ‘se habla de reencuentro de los argentinos, de paz. ¿Qué quieren los peronistas? Pasar a todo el mundo a cuchillo. Se dice: ‘¿Por qué no permitir manifestaciones peronistas?’ No son manifestaciones: son barras de forajidos que asolan la ciudad. No tratan de entusiasmar, no buscan la adhesión de nadie: insultan y atacan. Aunque fuera muy duro y muy injusto con nosotros, tal vez lo que pudo hacer Frondizi –y lo que podría ser al fin y al cabo la única solución para la República- es pedir sacrificios a unos y a otros, pedir a los revolucionarios y a los peronistas que olviden’. Bioy: ‘por afinidad espiritual se acerca a los peronistas. Cree que si les abre los brazos le permitirán hacer un gobierno democrático (semiperonista, desde luego); llegará a creer que en las próximas elecciones, su candidato ganará a Perón. Los peronistas no se prestarán así nomás a ese juego. Los peronistas quieren a Perón. Como Perón tiene más fuerza, cuando pueda lo sacará a Frondizi a puntapiés. Comparable a una coronación fue la ceremonia en que Frondizi asumió la presidencia. Fue aquello una apoteosis, en que se vivó al que se iba y al ausente, a Aramburu y a Perón; no a Frondizi’” (pág. 434).

Es agudo el análisis político, debe decirse y a su vez tiene algún rasgo premonitorio.

A dos años de esos diálogos, el odio contra Frondizi no se apaga.

Leemos del 14 de mayo de 1960: “Borges: ‘Frondizi debería irse. Es el culpable de todo lo que pasa. Siento tanto odio por él… Qué familia siniestra, él y su hermano’. Peyrou opina que es mejor que no se vaya, siga bajo la férula del ejército, la ficción de la democracia se mantenga, haya en su debido tiempo elecciones (con la esperanza ¡ay! infundada de que nos deparen un presidente tolerable. Esgrime el argumento de la opinión del exterior, que enoja a Borges”. (pág. 640).

Caído finalmente, el gobierno de Frondizi, los amigos se sorprenden ante la indefinición militar que sucede a ese derrocamiento.

Divididos entre “azules” y “colorados”, cuya razón no era otra que una relativa tolerancia o un rechazo absoluto al peronismo y la democracia de partidos políticos, asienta Bioy las siguientes reflexiones relativas al último intento del sector “colorado”, derrotado en septiembre de 1962 y que sería derrotado en abril del años siguiente.

Lunes, 2 de abril: come Borges en casa. Borges: ‘uno pensaba que habría revolución o que no habría revolución, pero no que habría una revolución con este resultado (alude a la asunción de José M. Guido como presidente de facto, en reemplazo de Frondizi. El Dr. Guido era presidente del Senado y la indefinición militar forzó su interinato). Qué rara es la realidad, qué de vueltas tiene. Durante toda la crisis política no me atreví a hablar con nadie, porque los mismos amigos están en riberas lejanas y desconocidas. Era cansador ponerse más o menos de acuerdo. Bernárdez está en la buena causa’ (general amigo de Borges, colorado, por cierto). Bioy: ‘la gente no puede entender que los militares defiendan la democracia y que los políticos la amenacen. Borges: ‘los militares (…) iban de un lado para el otro, en la esperanza de persuadir a civiles que aceptaran el gobierno, para salvar las formas institucionales. Los civiles decían no y los militares se retiraban, para intentar algunas entrevistas, de las que se retiraban con igual resultado. Hay algo de patético y casi ridículo en la abnegación de esos hombres que tienen el poder y que por principio no quieren guardarlo para ellos, algo muy generoso y limpio. Frondizi, negándose a renunciar, estuvo bastante valiente, casi Juan Moreira. Si los vigilantes o los bomberos me dijeran: renuncie, yo renunciaría rápidamente. Eso sí: compadecerse porque está preso en Martín García es una idiotez. De todos modos es un sinvergüenza” (págs. 758/9).

Resuelta la cuestión en favor de los “azules” que se decían democráticos, pero bien pronto asumido el gobierno democrático del Dr. Illia, comenzarían a conspirar hasta derrocarlo en junio de 1966, Borges encuentra respuestas a determinados interrogantes y decide su perfil y pertenencia política.

Opina de los militares: “Domingo, 22 de abril: (…) No quiero pensar lo que ocurriría en una guerra. Yo creo que a los generales argentinos cualquiera les gana. Hasta los argentinos. Desde luego, la responsabilidad de desatar la guerra civil es grande. Pero si van a pelear, mejor es que no sean bravucones. Que se mantengan a un lado, como los militares ingleses o suizos. Ya lo sé: entre el peronismo y la patria sólo están ellos. Les damos las gracias. Pero no podemos admirarlos” (pág. 762).

Al día siguiente, consigna Bioy, que dice su amigo que una mujer le dijo: “Vos sos conservador. Yo no lo sabía. Yo votaba por los radicales y me creía radical. Ahora sé que no hay radicales buenos. Todos son iguales. Una porquería. Yo soy conservador” (pág. 763) y al día siguiente enuncia: “Borges: la gente gime contra el peligro de una dictadura militar, porque la democracia no funciona. Mientras la democracia no funcione no hay nada que temer. El peligro es que la gente vaya a las urnas. Así como un feto no puede votar, los peronistas, comunistas, radicales deberían declararse insanos; electoralmente insanos. ¿Qué más prueba de su incapacidad querés?” (págs. 764/5).

Se hizo demasiado extensa la reseña, por lo que hasta acá llegamos, a las vísperas de la elección de Arturo Illia como presidente.


viernes, 29 de enero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser. (Segunda parte)



Decía, en mi entrada anterior, que el antiperonismo ha venido constituyendo desde mediados de siglo XX a la fecha, una activa expresión cultural, cuyas raíces tuve ocasión de descubrir al repasar los papeles íntimos de Adolfo Bioy Casares, publicados en tres ediciones.

La primera en vida del escritor, "De jardines ajenos", la segunda que ocupó aquella entrada ("Descanso de caminantes"), la última: "Borges", de la que me ocuparé en ésta.

En este trabajo su compilador, colectó las citas que en los papeles personales de Bioy Casares versaban acerca de su amistad con el escritor cuyo nombre es consagrado en el título.

Ambos cultivaron una relación intensa y prolongada, hecha de una admiración y un deslumbramiento mutuos, infiero, nacidos de necesidades diversas.

Los separaban quince años de edad y esa distancia la disimulaba por sobre todo, la inmadurez de Borges en casi todos los ámbitos, particularidad que Bioy Casares consignará sin cuidado.

Ambos reconocían en el otro carencias propias que podrían suplirse mediante esa relación cotidiana: Bioy Casares se sabía social y económicamente superior a Borges (no por nada anotará unas tres mil veces en el bodoque que comento invariables: “Come Borges en casa”, en otra ocasión será más explícito aún: "Cuando concluye el primer plato, Borges pone los cubiertos sobre el mantel. Viene la criada y saca platos y cubiertos. Esto ocurre desde ¿1935? Más o menos". -pág. 257-)
A su vez, reiteradamente humilla a Borges a raíz de otras peculiaridades: los percances de su ceguera (es cruel al burlarse de Borges cuando cuenta haberlo descubierto desnudo en una carpa en una playa de Mar del Plata o cuando, pérfido, relata los desastres que hacía su amigo en el baño de su casa), anota con acidez la relación con su madre (un ser ciertamente abyecto, doña Leonor), sus inseguridades e inmadureces en las relaciones de Borges con sus “mujeres”, a quienes destroza una a una, impiadosamente.

Por su parte ambos, Borges y Bioy Casares, saben de la superioridad intelectual del primero, quien aprovecha ese terreno para devolverle unas cuentas atenciones: por caso, cuando refiere que al asistir a una conferencia en el interior del país, sus asistentes reconocen a Bioy más como estanciero que como escritor; sus lacónicos comentarios a los trabajos de su amigo, que lo atormentaban, la distancia que va generando a medida que su genio crece y adquiere fama internacional.

No es este el espacio para divagar sobre una relación que poco me interesa, la propuesta que planteo supone evaluar la génesis del antiperonismo cultural, omitiendo toda consideración –por desconocimiento de mi parte en la materia- en los juicios a los estilos literarios que se plasman en el trabajo y que seguramente sean del provecho de los estudios del tema.

Sólo apunto que en este terreno, Borges y Bioy Casares deparan a los escritores contemporáneos parejo desprecio del que tributan a todos, por decirlo de alguna forma.

Mediante una arrogancia, aunque divertida en algunos casos, maltratan a: Sabato (por sobre todos), Gombrowicz, Arlt, Victoria Ocampo (a Silvina parece quererla bien Borges, su esposo Bioy Casares en cambio, la detesta), Pizarnik, David Viñas, Martínez Estrada, “Pepe” Bianco, “Manucho” Mujica Láinez (a quienes tratan con patética homofobia, "desvío" bien que reprimido por uno de los amigos, se entiende cual), Ricardo Rojas y una lista interminable de escritores, destrozados por ambos.

En otros ámbitos la cuestión no es mejor: Leopoldo Torre Nilsson es un imbécil, Astor Piazzolla, un ignorante, y Carlos Gardel, a causa de su popularidad por cierto, merece los siguientes juicios, luego de que Bioy padre lo comparase físicamente con Perón.

Borges: la cara de Gardel era la típica cara del otario. Malevo, sí, pero malevo sonso. Quien tenía ese mismo tipo de cara, estúpida y abundante era Florencio Sánchez. Una vez, durante la Semana Trágica, detuvieron a un grupo de personas, entre las que estaba Florencio Sánchez. El vigilante lo miró y dijo: ‘Vos no. Tenés demasiada cara de otario’. Bioy. ‘A mí, Gardel nunca me gustó mucho como cantor de tangos.’” (pág. 345).

Obvié de la lista de escritores a Leopoldo Marechal, ostensiblemente censurado a causa de su peronismo, cabalmente definido en la expresiva entrada que seguidamente transcribe:

Miércoles, 29 de agosto (1956): Comen en casa Borges, Wilcock, Eva de Lóizaga y Bayón. Elva ha de ser comunista: está como erizada de prevenciones. Hablamos de rumores. ‘Qué porquería de país’, comenta tristemente Borges. Discutimos por el ‘caso Sabato’. Bioy: ‘Buscó todo lo que redundara en su favor. Si no, pudo llevar las denuncias al ministerio; si después de cierto plazo no se investigaban públicamente, hubiera podido renunciar y en una carta abierta dar las razones’. Elva cree que el gobierno sabe y oculta; que no se va a ir más; que hay peronistas que son mejores que alguna gente de la oposición ¡de un conservadurismo repugnante!; que estamos hartos de los militares; y hasta esta injusticia: que hay demasiados retratos de Aramburu y Rojas. Con Borges decimos que no se puede ser peronista, sin ser canalla o idiota o las dos cosas. Desde luego, no basta ser antiperonista para ser buena persona, pero basta ser peronista para ser una mala persona...” (pág. 194).

Corrían los meses de la “Revolución Libertadora”, de plenitud para ambos amigos y son estos años (1955-1958), los más prolíficos en transcripciones, que por pocos días no cubren el año calendario completo.

Esa experiencia dejaba atrás los años ignominiosos del peronismo, que los amigos, Borges en especial, vivieron como una pesadilla y es en las anotaciones íntimas de Bioy Casares en las que salen a la luz las razones de ese odio absoluto.

Basta ser peronista para ser una mala persona”.

El trabajo se divide por el año concerniente a la cita que se plasmará –como se vio-, consignando la fecha exacta. Comienza en 1947 y aunque en la primera de 1948 se deja constancia de la lectura de los padres de Bioy Casares del cuento: “La fiesta del monstruo” (inspirado en “El matadero” de Esteban Echeverría, mediante el cual se propone, con poco éxito a mi juicio, un paralelo entre los años de Rosas y los del “Monstruo” Perón), se alude a la política nacional –temática que más adelante ocupará buena parte de las citas- recién en la correspondiente al 20 de junio de 1953, cuando se refiere que una tal “señora M.G.” duerme con rimmel: “porque teme que la policía llegue a detenerla y quiere estar preparada: ella sin rimmel pierde la personalidad” (pág. 79).

De allí, hay que esperar hasta el ardiente mes de junio de 1955, cuando se consigna en cita correspondiente al día 23 de ese mes.

Jueves, 23 de junio. Borges dice que ‘Los Viajeros’, la novela de Mujica Láinez, es execrable. Me cuenta que un periodista español, al ver los incendiarios de las iglesias en sus tareas, les preguntó: ‘vosotros por qué quemáis las iglesias?’. Lo preguntó por curiosidad profesional y porque pensaba que ellos debían saberlo; muy pronto creyó oír frases en que lo trataban de ‘coso’ y juzgó probable que procedieran a incendiarlo a él; entonces tuvo una ocurrencia que lo salvó; preguntó: ‘¿por qué quemáis las iglesias y no a los curas?’. Los incendiarios pasaron a las excusas: ‘y, señor, llegamos tarde’. Feliz de pisar de nuevo en terreno firme y para afianzarse del todo, el español improvisó unos consejos para que sus nuevos amigos lograran mayor eficacia en lo que hacían” (pág. 134).

Mediante una nota a pie de página, Daniel Martino, a cuyo cuidado está la edición, consigna: “El 16 de junio, tras el bombardeo de Plaza de Mayo por los aviones de la marina, sublevada contra Perón, y en medio del conflicto entre el Estado e Iglesia Católica, fueron asaltadas, saqueadas y quemadas la Curia Eclesiástica y diversas iglesias del centro de Bs. As.: San Ignacio de Loyola, San Nicolás de Bari, Santo domingo de Guzmán, Nuestra Señora de la Piedad, etc.” (n. pág. 134).

Es aquí, en la primera anotación política relevante, donde autor y compilador dejan entrever su mirada abiertamente antiperonista, desde el desprecio a la vida humana de, precisamente, los peronistas.

O de la pertenencia que se suponía tenían las aproximadamente quinientas víctimas que cayeron a manos de los agentes de la “Marina sublevada contra Perón”, como consigna un prolijo Martino.
Entre esas personas muertas en esa sublevación, dicho sea de paso, estaba el padre de mi padre, quien nunca fue peronista, pero se murió y bien muerto estuvo, a manos de los libertadores de la Marina sublevada contra la dictadura de Perón, a juicio de estos caballeros.

Porque (Bioy Casares lo omite, Martino lo oculta) murieron muchas personas el 16 de junio de 1955, aunque lo relevante para estos jinetes del antiperonismo de ayer y de ahora, es consignar el testimonio del intrépido periodista español o enumerar algunos de los templos incendiados.

Repito: de los muertos, ni una palabra, ni una mención.

Pero se hablará de muertos en “Borges” y no los de la época del “monstruo”, sino de los “caballeros” (así se los nomina) Aramburu y Rojas, en ocasión del alzamiento del peronista Juan José Valle de junio de 1956.

Sábado, 9 de junio: Come en casa Borges. Oímos blues; le gusta ‘Sixteen Tons’. Lo llevo a su casa. En el camino de vuelta, pongo la radio del automóvil; de pronto se oyen unos cantos antillanos, en inglés de Jamaica, y el locutor dice; ‘Comunicamos con LRA, Radio del Estado’. Anuncian que a continuación se dará lectura a dos importantes decretos del Poder Ejecutivo: 1º) declaración de la ley marcial; 2º) explicación de la ley marcial: a todo sospechoso se fusilará en el acto; serán sospechosos: los que desobedezcan a la policía, los que lleven armas, los que tomen actitudes sospechosas. Llamo a casa de Borges: dicen que oyeron un tiroteo por el lado del Arsenal y tienen noticias de que Oscar Peyrou no pudo volver a su casa desde San Isidro. Después me llama desde ‘La Prensa’. Peyrou: dice que hay sublevación en La Pampa y en La Plata, que el centro de la ciudad está tranquilo” (pág. 168).

Puntual, Martino reseña a pie de página el alzamiento de Valle, dando cuenta de que se rindió el 10 de junio y que él y otros veintisiete “rebeldes”, fueron fusilados.

Podría dispensarse la omisión, al no tratarse el trabajo siquiera de una crónica histórica, no obstante se supo al poco tiempo y era ampliamente conocido al momento de su edición, que no sólo fueron fusilados “rebeldes” involucrados en el asunto (evento que no merece adjetivación alguna por parte del glosador, aunque sí de Borges, como se verá), sino civiles -algunos de ellos ajenos por completo a la asonada- en la clandestinidad de unos terrenos destinados a un basural en José León Suárez.

Decía que Borges celebra esas muertes, así se consigna en la cita del viernes 29 de junio: “Después la gente se pone sentimental porque fusilan a unos malevos. Qué porquería, los peronistas” (pág. 176), concepto que viene a perfeccionar, según se lee en la correspondiente al sábado 18 de agosto, cuando rememoran la sublevación y la detención de un militar cercano a Lonardi, el general Uranga.
Dice Bioy: “En el ‘Buenos Aires Herald’ dicen que este fiero general Uranga estaba borracho cuando lo apresaron; alguien, que lo conocía observó: ‘Ha de ser cierto. Se emborrachó para sacarse el miedo’. Borges: ‘A lo mejor va a seguir contento cuando lo fusilen. Aunque no lo fusilarán: esos fusilamientos han puesto triste a todo el mundo. Antes no se fusilaba, solamente se torturaba’” (pág. 190).

Notemos la severidad del comentario de Borges y sus alcances, por más que la estatura política del personaje no dé para tanto. Había que seguir fusilando, sólo que no se haría –pese al imperativo que ello significaba- porque muchos se habían entristecido con aquellos fusilamientos. La deshumanización de los peronistas: malevos, porquerías, debían ser, profilácticamente, exterminados.

Por eso, se ensañarán con Sabato quien, no obstante su apoyo enfático inicial a la dictadura de Lonardi, se conmueve con los “excesos” de la Libertadora y denuncia torturas a los presos políticos, por lo que renuncia a un cargo que se le había dispensado.

Jueves, 30 de agosto. Después del almuerzo hablo por teléfono con Borges. Borges: ‘Sábato está loco. Renuncia. Obliga a otros a renunciar. Se enoja con los que no renuncian. Y organiza petitorios, con firmas, para que no le acepten la renuncia. Cuánta actividad. Lo más extraño es que para alguna gente, con todo esto, se vuelve simpático: los otros días Wally dijo que Sabato está muy corrido’. Bioy: ya verás: va a quedar como el hombre que protestó contra las torturas. Va a quedar en la Historia como un negro Falucho” (pág. 195).

Borges, como se ha visto y se verá, adhería con un entusiasmo irrefrenable a la dictadura de Aramburu, impugnando severamente todo cuestionamiento que pudiera dirigírsele. Ocupados en la redacción de un manifiesto en su defensa, opinan los amigos: “Bioy: ‘si vamos a seguir con matices de reticencia y mezquindades, será mejor que firmemos el otro manifiesto’. Borges: ‘pues yo lo haría mucho más efusivo. Yo diría: ‘si por un azar, en un país de mierda, un grupito de hombres decentes está en el gobierno, debemos apoyarlos’” (pág. 211).

En ese sentido, debe consentirse que sabían de qué se trataba, su antiperonismo no nacía de la censura a un dictador y su obra, sino su destinatario era el pueblo de un país de mierda que lo había hecho posible y volvería a hacerlo de tener la oportunidad.

Una cita, correspondiente al 26 de abril de 1957, me remontó a una consignada por Manuel Gálvez en su biografía sobre Hipólito Yrigoyen. Contaba Gálvez que en el marco de los festejos por el derrocamiento del “Peludo” en septiembre de 1930 había escuchado a una dama de la oligarquía decir respecto de Uriburu: “el general es más grande que San Martín, porque echó a los radicales, unos canallas y chusmas. En cambio, San Martín echó a los españoles, que al fin y al cabo, eran personas decentes”.

Borges relata que contestó a la pregunta: “’Qué me cuenta de estos libertadores que mandan sus policías a detener a Neruda’. Yo le paré el carro: Le dije: ‘Mire, si alguien merece el título de libertadores son esta gente. Lo merecen mucho más que los de la Independencia: el dominio español nunca debió ser oprobioso como el de Perón. Se podrán decir que es gente oscura, y un poco ridícula, y chambona, y con un pasado medio peronista, pero lo que no puede negarse es que son libertadores” (pág. 262).

Y el odio de clase, racial una y otra vez en esos cuadernos infames.

Leemos la cita correspondiente al 25 de mayo: “Come en casa Borges. Hablamos de negros norteamericanos, que viven en conventillos y tienen Cadillacs. Borges: ‘Así era la gente aquí durante el peronismo. Se echaban encima todo lo que tenían. Vivían cinco en un cuarto y tenían Frigidaire” (pág. 275).

El problema radicaba, lo dijimos, en que esos negros estaban todavía y la Patria corría el riesgo de que volvieran a joder. En consecuencia, de a poco, el odio hacia Perón va transmutando a otros peligros más inminentes: el comunismo –son Borges y Bioy dos anticomunistas acérrimos- y Arturo Frondizi, el líder radical que había ocasionado la ruptura partidaria a causa de su mirada hacia el peronismo y la Libertadora misma.

Opina Borges de Frondizi: “Qué especie de sinvergüenza. Es un vivo: vale decir una persona que deja ver que es un sinvergüenza; que la gente admira por entiende que es un sinvergüenza. Ayer vi manifestantes de Frondizi. Era el malevaje de Perón. El mismo malevaje: persona, por persona” (pág. 318).

Malevaje. Eso era el pueblo peronista para Borges, que ahora se camaleonizaba detrás del sinvergüenza de Frondizi. Como eran criminales, ya Borges manifestaba un temor cuya acechanza actualmente inquieta a unos cuantos, el de la inseguridad. El peronismo había generado las condiciones de una inseguridad insoportable que hallaba solución en el… fusilamiento:

Borges opina que todos esos criminales son el fruto del peronismo: ‘antes uno decía ‘el crimen del Silletero del año 20…’. Bioy: ‘Ahora hay que decir: ‘el crimen del Silletero de las tres de la tarde, el de las cuatro, etcétera’. Borges: ‘Habría que fusilar a toda esa gente’” (pág. 333).

Voy concluyendo, porque esto se ha hecho demasiado largo y la continuaré con un análisis de lo que pensaba esta gente ante la inminencia del final de la dictadura de Aramburu y el gobierno civil de Frondizi, aunque dejo un adelanto, demasiado previsible, lo admito.

Reconoce Borges: “Qué raro que seamos partidarios de la dictadura ilustrada. Es lo único que existe. ¿Cómo uno va a creer en la democracia?” (pág. 369).

jueves, 28 de enero de 2010

Deben ser los gorilas, deben ser.


Ya nos ocupamos en este espacio -y seguiremos haciéndolo- del peronismo.
De su fuerza transformadora, de su cariz eminentemente refractario, cáustico, explosivo y no pocas veces, imposible.
Expresión política y cultural que ha sido el motor de todo lo que acaeció en el país durante la última parte del siglo XX; a la que se opuso otra contrapuesta mediante una propuesta alternativa que persiguió su abolición.
El "antiperonismo" es mucho más que una ideología, una bandería o una perspectiva política: es ante todo un hecho cultural que ha venido haciendo carne en cientos de miles (o millones) desde mediados del siglo pasado, hasta los días que corren.
Durante las semanas inolvidables de la "epidemia" de la "Gripe A", me encontraba encerrado en casa, engripado, pero de la común.
Por esas razonables insondables que uno arrastra, me dediqué a completar la lectura de un extracto de los diarios personales de Adolfo Bioy Casares, titulado: "Descanso de caminantes".
Editado en 2001, con su autor fallecido quien, creo, supervisó los inicios de ese rejunte, del cual admito desconocer las razones de su título: alude tal vez al final de su ciclo biológico o parafrasea una obra cuya existencia ignoro.
Lo que me interesó de ese pastiche es el fresco que propone de la "clase" a la que pertenecía Bioy Casares, por cuanto deja al desnudo el cúmulo de prejuicios que tales gentes abrigaban hacia sus semejantes, pobres y morochos, en particular.
Bioy Casares confía a la intimidad de su diario, profanada al final de su vida, una mirada a veces implacable, siempre ácida, a un entorno que juzga despreciable.
Excepción hecha de sus jóvenes amantes, con quienes compartió tórridas revolcadas, que evocará con delectación, Bioy Casares no quiere a nadie, o mejor dicho: odia, desprecia, deplora a todos, en especial a su esposa, Silvina Ocampo, a quien le tributa un odio poco disimulado.
Más allá de las facetas de la vida conyugal y privada del autor, pretendo poner de resalto en esta entrada esos escritos como testimonio, indiscutidamente fieles del pensamiento y los modos del antiperonismo cultural, no ya en consideración a la versación intelectual de Bioy Casares, sino en punto a la expresión de los rasgos intrínsecos de una porción considerable de argentinos que miraban a la realidad desde ese ángulo y -qué duda cabe- siguen haciéndolo en estos días.
Hay un desprecio tan visceral a Perón, a Evita, al peronismo, a los peronistas, parejo a un racismo general hacia los "negros" a quienes así, sin más, menta Bioy Casares.
Porque lo que se pone en discusión, lo que se censura, lo que debe ser exorcisado, es ese movimiento hecho de negros, que ha venido a envilecer al país que hicieron hombres tan distintos.
Decía que el trabajo es cáustico y por ende, entretenido.
Se compone de una serie interminable de reflexiones sin más lógica que el capricho del autor.
Su cronología es parejamente anárquica, aunque según la temática que se trate, refleja determinado momento histórico y hay citas de un ingenio risueño.
Por caso, leemos en la página 314: "Sueño inexplicable: Soñé que yo era el doctor Troccoli."
Otras tantas citas, no causan risa, precisamente, a causas de un cinismo demasiado subido de tono, fruto de la mirada altiva, desdeñosa, que se prodiga a todo y a todos.
Por caso, si bien al final de la última dictadura militar se lean críticas al terrorismo de estado, en marzo de 1976, desde un antiperonismo total, Bioy Casares aparece sino eufórico, previsiblemente conforme con el golpe militar.
La cita que sigue es reveladora.
Leemos: "Fin de una tarde, en Buenos Aires, 1976: El viernes 21 de mayo, cuando salí del cine me dije: 'Empecé bien la tarde' (...) Estaba apurado: no sé por qué se me ocurrió que ella me esperaba a las siete, en San José e Hipólito Yrigoyen. En Uruguay y Bartolomé Mitre oí las sirenas, vi pasar rápidas motocicletas, seguidas de patrulleros con armas largas, seguidos de un jeep con un cañón. Llegué a la esquina de la cita a las 7 en punto. Vi coches estacionados en San José, entre Hipólito Yrigoyen y Alsina. Había un lugar libre al comienzo de la cuadra, a unos treinta metros de Yrigoyen. Cuando estacionaba, vi que soldados de fajina, con armas largas, de grueso calibre custodiaban el edificio de enfrente; les pregunté si podía estacionar, me dijeron que sí. Me fui a la esquina. Al rato estaba pasando frío. A las siete y media junté coraje y resolví guarecerme en el coche. Cuando estaba por llegar al automóvil vi que los soldados de enfrente no estaban, que la casa tenía la puerta cerrada y oí lo que interpreté como falsas explosiones de un motor o quizá tiros; después oí un clamoreo de voces, que podían ser iracundas, o simplemente enfáticas y a lo mejor festivas; voces que se acercaban, hasta que vi un tropel de personas que corrían hacia donde yo estaba. Iba adelante un individuo con un traje holgado, color ratón, quizá parduzco, ese hombre había rodeado la esquina por la calle y a unos cinco o seis pasos de donde yo estaba, al subir a la vereda, tropezó y cayó. Uno de los perseguidores (de civil todos) le aplicó un puntapié extraordinario y gritó: 'hijo de puta'. Otro le apuntó desde arriba, con el revólver de caño más grueso y más largo que he visto, y empezó a disparar cápsulas servidas, que en un primer momento creí que eran piedritas. Las cápsulas caían a mi alrededor. Pensé que en esas ocasiones lo más prudente era tirarse cuerpo a tierra; empecé a hacerlo, pero sentí que el momento para eso no había llegado, que con mi cintura frágil quién sabe qué me pasaría si tenía que levantarme apurado y que iba a ensuciarme la ropa; me incorporé, cambié de vereda y por la de los números impares caminé apresuradamente, sin correr, hacia Alsina. (...) Los tiros seguían. Hubo alguno en la esquina de los pares de Alsina; yo no miré. Me acerqué a un garage y conversé con gente que se refugiaba ahí. Pasó por la calle un Ford Falcon verde, tocando sirena, a toda velocidad; yo vi una sola persona en ese coche; otros vieron a varios; alguien me dijo: 'Ésos eran los tiras que mataron al hombre'. Yo había contado lo que presencié: 'No cuente eso. Todavía lo van a llevar de testigo. O si no quieren testigos le van a hacer algo peor'. Agradecí el consejo" (págs. 26/7).
La cita, aunque extensa valía la pena.
En el auge de la represión (junio de 1976), Bioy Casares presencia un procedimiento que a poco de iniciarse (patrulleros, motocicletas, personal policial uniformado, soldados de fagina) es culminado por "agentes de civil" que se conducían en un Ford Falcon de color verde.
Sigue la evocación y es interesante continuarla.
"Cuando llegué a Yrigoyen, pensé que lo mejor era tomar nomás el coche. Un policía de civil me dijo: 'No se puede pasar'. Quise explicarle mi situación. 'No insista me dijo', me dijo. Crucé Yrigoyen y me quedé mirando, desde la vereda, la puerta de una cass donde venden billetes de lotería. Conversé con un farmacéutico muy amable, que me dijo que seguramente dentro de unos minutos me dejarían sacar el coche, pero que si yo tenía urgencia me llevaba donde yo quisiera en el suyo. Entonces la divisé. Estaba en la esquina, muy asustada porque no me veía y porque cerca de mi coche, tirado en la vereda, había un muerto, al que tapaba un trapo negro; me abrazó, temblando. Dimos vuelta a la manzana; sin que nos impidieran el paso llegamos hasta donde estaba mi coche. Había muchos policías, coches patrulleros, una ambulancia. En la vereda de enfrente conversaban tranquilamente dos hombres, de campera. Les pregunté: 'Ustedes son de la policía'. 'Sí', me contestaron, con cierta agresividad. 'Este coche es mío -les dije-. ¿Puedo retirarlo?'. 'Sí, cómo no', me dijeron muy amablemente. (...). No podía dejar de pensar en ese hombre que ante mis ojos corrió y murió. Menos mal que no le vi la cara, me dije. Cuando le conté el asunto a un amigo, me explicó: 'Fue un fusilamiento'" (págs. 27/8).
La expresividad del autor ante el hecho que acababa de presenciar es elocuente y parece convencerlo de algo fatal e irreductible: el peronismo sería erradicado sólo mediante recursos y personajes tan distintos de los patricios que hicieran al país.
Digo ello, por cuanto seguidamente a la transcripción del evento que tanto había impresionado a Bioy Casares, reseña la lectura de un infame número especial publicado por la revista "Gente", celebratorio del gobierno militar.
Repasa Bioy los meses de la vuelta de Perón tras el exilio, vividos con alguna esperanza por amigos suyos: "Yo por aquel tiempo estaba desesperado. Después de leer anoche el número de Gente, me entristecí. Había soñado en un ratito la última pesadilla de tres años y recordado la otra, la anterior y espantosa, que empezó en el 43 y concluyó en el 55. Qué país raro, capaz de producir más de siete millones de demonios. Nombres para la execración: Ramírez, Farrell, el señor y la señora, el general Lanusse y tantos otros" (pág. 29).
Es curioso, en verdad. Bioy Casares acababa de presenciar un fusilamiento en la vía pública -como él mismo lo definió- y entre los demonios que acechan su evocación encuentra, además de Perón y Evita, a los lejanos generales Ramírez y Farrell, artífices (al igual que Alejandro Lanusse) de sendas experiencias peronistas.
Evoca -en medio de la tragedia y la muerte, que insisto, había atestiguado demasiado cerca- la clausura del diario "La Prensa" en enero de 1951 (págs. 38/9); con crueldad se burla de Héctor Cámpora y su dentadura, asilado entonces en la embajada mexicana en Buenos Aires (pág. 42); recuerda con cínico desprecio a los fusilados en junio de 1956 (págs. 90/1).
Si bien el trato que les depara a los peronistas es categórico en su repugnancia, no vé algo mucho mejor en el otro partido popular, la Unión Cívica Radical, cuyos hijos ven con algún entusiasmo la actual consideración que les deparan quienes tributan el legado de Bioy.
Porque para ellos (Bioy y sus seguidores) la política de este país es una calamidad infame.
Odian a peronistas y radicales por igual, por más que éstos hoy se mareen ante la lisonja oportuna, siendo que aparecen como factibles reemplazantes de este peronismo intolerable.
Resume Bioy lo que ensayo en una cita lacónica consignada en sus diarios íntimos.
"Hace muy poco, muy seguro, usé la expresión contradictio in adjecto. Después tuve dudas sobre su la entendía, o no, y la busqué en el Lalande; leí: 'Contradictio in adjecto. Contradicción entre un término y lo que se le agrega (por ej. entre sustantivo y su adjetivo)'. El probo peronista, el lúcido radical".
Para una próxima entrada, prometo un análisis de otro trabajo de Bioy Casares, nacido de sus papeles personales, consagrada a su relación con el epítome del antiperonismo más visceral, Jorge Luis Borges, que presumo reforzará las intuiciones que se deslizaron en esta.

lunes, 25 de enero de 2010

Los dilemas de un intelectual honesto.


Carlos Altamirano publicó hace unos años un trabajo consagrado a la vida del ex presidente Arturo Frondizi, una de las figuras más complejas de nuestro pasado reciente.
En: "Arturo Frondizi o el hombre de ideas como político", aparecido en el marco de la atractiva colección: "Los nombres del poder" (Fondo de Cultura Económica, 1998), Altamirano, desde el título mismo, anticipaba el nudo de su ensayo: reflexionar acerca de la relación entre la política y la intelectualidad.
Ello, por cuanto no habían abundado -ni abundarían- intelectuales que se consagrasen a la política y llegaran a la posición que alcanzó Arturo Frondizi en 1958 y desde allí, analizar las peculiaridades de esa relación como a su vez de las prevenciones en el involucramiento de los intelectuales en ese terreno.
No es este el ámbito para discurrir sobre las conclusiones de ese trabajo, sólo lo evoco para introducir el tema que en este caso me importa, cual es, la relación actual de los intelectuales con la política y con el poder, que huelga aclararlo, no son la misma cosa.
Por razones en las cuales tampoco habré de extenderme, la política o el compromiso político de los intelectuales con determinada alternativa o espacio político son excepcionales o en su caso a plazo fijo: concedido en un contexto determinado (por caso, una campaña electoral) y retirado bien pronto.
Sin embargo este gobierno, o en verdad la propuesta política iniciada en 2003, presenta la particularidad de un respaldo sostenido en el tiempo de un grupo de intelecuales de notable prestigio y considerable heterogeneidad.
Congregados en espacios como "Carta Abierta" o convocados ante una alternativa dirimida en estos tiempos, coincidieron históricos del pensamiento peronista, ideólogos de propuestas revolucionarias de los '60 y '70, espadas de un "gorilismo" intelectual de izquierda, igualmente lúcido y popular.
Nadie puede, sin caer en la temeridad, inferir que tales apoyos (por caso los de David Viñas o Roberto "Tito" Cossa) nacieron de la compra de esas conciencias por parte del sector político tributario de esos avales.
Se compartan o no, se decidieron, sin duda de la advertencia de su parte de los intereses que se desafiaban, como de los riesgos que suponía su derrota.
De esos intelectuales uno de los más atacados ha venido siendo José Pablo Feinmann.
Tengo noción de él, desde muy chico, dado que en mi casa, a partir del '83 se compraba la revista Humor, de la cual Feinmann era columnista.
Se proponía -lo advierto ahora que releo esas páginas- un contrapunto entre él y Enrique Vázquez, éste respaldaba el proyecto del presidente Alfonsín, aquél lo denostaba con acidez.
De allí que en casa no se lo quería a Feinmann. Recuerdo las puteadas de mi Vieja cuando se atragantaba con algún estilitazo agudamente infligido desde esas columnas al gobierno alfonsinista.
Más adelante, di con "Filosofía y Nación", un trabajo que me marcó desde su escritura, su mirada y ante todo su honestidad intelectual.
Porque eso es ante todo José Pablo Feinmann: un intelectual honesto.
Que podrá pifiarla, podrá exacerbar alguna crítica o arrepentirse de determinada postura en favor de tal o cual iniciativa o alternativa, exponiéndose a ello, determinándose en esa exposición.
Hay que leer los fascículos que domingo a domingo publica en "Página/12" acerca del peronismo. Es una escritura desordenada, desprolija desde todo lo que pone Feinmann en eso que escribe.
Porque detrás del peronismo que cuenta, describe, elucubra, hay mucho dolor colectivo y personal. Pueden adivinarse -ni falta hace- demasiadas ausencias íntimas nacidas de la adscripción a ese movimiento político que con tanto esfuerzo Feinmann disecciona domingo a domingo.
Se lee en esas entregas coraje y honestidad intelectual, además de una enorme generosidad desde una constante exposición ideológica y personal.
Porque Feinmann se expone, como dije.
Lo recuerdo en una edición de "TVR". La calentura que tenía al ver el resumen televisivo que se ofrecía y cómo la manifestó a contrapelo del temperamento condescendiente que prima en los invitados a ese programa.
Esto viene a cuento, porque de unos meses a esta parte lo castigan mucho a Feinmann. Le dan duro, no sólo por lo que reseña acerca del peronismo, sino por su pertenencia al espacio político que lidera la presidenta Fernández.
"Alcahuete del poder", le espetó Luisito Majul desde una columna del diario "Perfil". Ceferino Reato, con más nivel y desde esas páginas, mediante una venenosa cita de Max Weber lo acusó de coincidir con el gobierno nacional para participar del "botín" que se acumula.
Cierto es que a Feinmann lo prestigian esa clase de adversarios, aunque irrita advertir cómo hace carne en cierto sector la idea de que quienes apoyan al gobierno nacional lo hacen para estar cerca del "poder", sin aclarar por cierto que es "poder político" y por tanto pasajero. Que son ellos (Luisito, Reato, don Joaquín y tantos otros) los que tributan al "poder real", que por cierto no cesará en 2011.
Yo escribo para desahogarme, pero Feinmann tiene muy claro todo. Sabe lo que le espera cuando este proyecto deje el "poder político" y sin importarle escribe y dice lo que le parece que debe escribir y decir.
Lo intuyo al evocar su obra misma.
En el guión de la película "Eva Perón", de su autoría, Feinmann reúne a Evita y Discepolín. Los dos estaban muriéndose -de hecho la escena transcurre en el dormitorio de ella- y el poeta va a visitarla, entre otras cosas para compartir con la señora las angustias que vivía.
A Discépolo no se le perdonaba su adhesión al peronismo, en especial su intervención en la Radio del Estado (controlada por el gobierno peronista) del espacio "¡A mí me las vas a contar!", donde el poeta refutaba a la quintaesencia del "contrera" al régimen: "Mordisquito".
Eran filosísimos esos monólogos de Discépolo, por caso le decía a su mudo interlocutor cosas como ésta: "Antes te quejabas porque no había leche y porque tus hijos veían la nata por turnos. Ahora te quejás porque no hay té de Ceilán. ¿Quién te entiende a vos? No tenés té de Ceilán, pero ahora tus hijos van con la vaca a la escuela y te quejás".
Y los contreras echaban espuma por la boca.
Lo cierto es que en el guión de Feinmann, Discépolo le plantea a Evita que sus amigos habían dejado de frecuentarlo, que lo amenzaban por teléfono, que le enviababan correspondencia con sus discos destrozados, que lo odiaban a causa de sus monólogos. Y que les reconocía algo de razón a quienes observaban que no había sido democrático que el tal "Mordisquito" no tuviera voz, que sólo él pudiese hablar en ese segmento.
Evita lo sacó cagando.
Le hace saber que ese gobierno era una revolución y que las cosas eran así. Cierra la escena -una Esther Goris insuperable- diciéndole algo como: "Andate Arlequín, andá y morite en paz que no te equivocaste".
Decía que yo creo que Feinmann está tranquilo.
Sabe que no se equivocó.

viernes, 22 de enero de 2010

Sordos ruidos, oír se dejan.


Ruido, bochinche, alharaca, estruendos, sordos y tonantes.
A todo esto nos estamos acostumbrando los sufrientes hijos de este país de extremos, de adhesiones ciegas y rechazos sin cortapisas.
De amores y de odios.
Porque eso se percibe, se respira en este aire sofocante en esta Buenos Aires tórrida de un enero inesperado, dado que se los supone tranquilos.
Nada de eso.
Enero de 2010 despunta con todo y promete -o amenaza- con un año muy difícil, muy duro desde la (no) convivencia democrática.
Nadie que frecuente estas páginas ignora que siento por la hermosa mujer cuya foto ilustra el post, un respeto enorme, que se ha venido traduciendo en una adhesión sostenida a su gestión a la que no se le ha dado respiro.
Porque desde el día de su asunción, amenazantes, los principales diarios del país olvidaron esos modestos fastos para recordarnos el affaire de Antonini Wilson.
Y de ahí en más, lo que todos recordamos: un 2008 signado por la "125", con la reacción destituyente de sectores relacionados con el "campo" que supieron seducir a miles que creyeron que su bonanza económica corría riesgo.
Un vicepresidente que defecciona y un año más tarde una derrota electoral.
Peligros varios (hiperinflación, corralito financiero, colapso, enfermedades varias, crisis psicológicas miles de la Presidenta, su esposo o ambos) y la reasunción del espacio gubernamental de la inciativa política post derrota, para prodigio de la ciencia política.
Recupero de los fondos previsionales malversados por los fondos de administración de pensiones, ley de medios audiovisuales, reestatización de Aerolíneas Argentinas, ley de reforma política.
Demasiados (y justos) desafíos a varios poderes intocables que parece, están reaccionando, porque quieren cobrar caro las ofensas infligidas.
Y van por todo.
Y el gobierno no se queda atrás.
Quiso desbancar al presidente del Banco Central mediante un procedimiento oblicuo (por lo menos bastante reñido) con las previsiones de la ley vigente que en su momento no modificaron, habiendo designado en ese lugar al funcionario que se les retoba.
Al igual que el vicepresidente, elegido por la cúpula del proyecto gubernamental, que prepara su campaña presidencial como opositor a este gobierno desde la vicepresidencia de la Nación.
Destaco este momento dados este panorama y marco además que la batalla contra los medios de comunicación que monopolizan el poder se dirimirá si y sólo si esa norma comienza a materializarse, cumplido el plazo de gracia previsto por el texto legal.
Será entonces cuando los efectos políticos y económicos de esa norma se hagan sentir en perjuicio de quienes acaparan la información y en beneficio de la comunidad.
Y no presumo de ser demasiado astuto al suponer que muchos de quienes mandan en ese negocio descuentan que en caso de que el Poder Ejecutivo quede en manos de un político de demasiadas lealtades y convicciones intermitentes esa ley no se cumplirá y todo quedará en manos de sus actuales titulares.
Que seguramente, un político de esa estofa u otro u otra de parecido pragmatismo que pudiera designar una Asamblea Legislativa como la que nombró a Rodríguez Saá y a Duhalde, puede con eso y con encontrar algún remedio al inevitable desenlace de la causa judicial que involucra a una de las más poderosas empresarias de medios, imputada por uno de los delitos más aberrantes que puedan concebirse.
Desde luego, un presidente a medida de estos intereses, acabaría con el despojo insultante de las retenciones al agro que humilla al campo argentino.
En fin, muchas razones militan para que se hagan oír sordos ruidos, acorde a los tiempos pacíficos que corren: se ha visto en Honduras que no hace falta una intervención directa de las Fuerzas Armadas para gobernar de facto un país; alternativa convaldada por el Premio Nobel de la Paz, el encantador Obama.
Estemos atentos y vigilantes.

miércoles, 20 de enero de 2010

Elogio de la traición.


"Hay un librito chiquito, francés, que se llama 'Elogio de la traición', donde se demuestra o se dice que es absolutamente intrínseca a la política, la traición."
No por nada, apenas llegado a estas tierras del Señor, cuando hube de empaparme de esta indómita realidad que asistimos, evoqué a don Antonio Cafiero, autor de la cita transcripta, dicha a Pino en el marco de un reportaje que le hiciera durante la filmación de su película: "Memoria del Saqueo".
Decía que no era casual que recordara yo a Cafiero y su referencia, siendo que el Vicepresidente vuelve a ubicarse (o ser ubicado en verdad) en el centro de la escena que nunca dejó desde aquel inolvidable "voto no positivo" de julio de 2008.
Porque desde ese día el Ing. Cleto se ha vuelto taquillero a los ojos de buena parte de quienes no quieren nada más que el final de esta gestión (del modo que sea) que sufren como a una pesadilla.
Y se lo valora, en consecuencia, por su defección, por su traición.
De veras que es paradójico lo que sucede con el Vicepresidente, ese dirigente gris de una militancia radical descafeinada que gobernaba la provincia de Mendoza cuando Néstor Kirchner lo hacía en el país, grisura que tal vez decidiera su candidatura en compañía de Cristina Fernández en la elección del lejanísimo 2007.
Seguro que don Kirchner padre no aconsejó a Néstor como el mío hiciera conmigo: "cuidate de los boludos", sabía repetirme insistentemente. "Son peores que los hijos de puta, porque a estos los ves venir. El boludo es imprevisible y a la corta o a la larga, te caga."
No digo que el Ing. Cleto, ese nombre pintoresco y su aspecto físico al margen, sea un boludo, pero no tengo dudas de que Kirchner barajó esa alternativa cuando lo convocó para secundar a su esposa en aquella fórmula o por lo menos descontó su inofensividad política.
Y le salió mal, demasiado mal.
Y a decir verdad se lo merece, Kirchner.
Al desdeñar la democracia interna de los partidos y confiar en su dedo omnímodo, que, vaya uno a negarlo, le jugó una malísima pasada que ahora todos tenemos que pagar.
Porque lo que viene cocinándose es muy delicado y puede tener incidencias muy difíciles en el corto y mediano plazo.
Dan ganas de consentir con alguna mirada opositora, en que a los Kirchner no les gusta la tranquilidad y buscan quilombos -no digo donde no los haya- o por lo menos instan a una exacerbación política inconveniente.
No sé cómo termina esto, pero uno de los dos (Cristina o Cleto) van a tener que dejar su cargo y al Vice no se lo ve demasiado proclive a hacerlo.
No obstante la bronca que mastico en estas horas hacia Néstor Kirchner por habernos ofrendado este presente griego y haberle jodido a su esposa -y al país, por sobre todas las cosas- una Presidencia histórica, dado que puestos a hablar claro ella es mucho más que él como política y ante todo como mujer de Estado, admito que un repaso apresurado de nuestra historia política -no sólo la reciente- da cuenta de la tirante relación entre Presidentes y Vices, salvo en los casos en los cuales el segundo careciera por completo de ambiciones políticas.
La situación del Ing. Cleto desde esa madrugada de julio en el Senado, me remontó a otras dos: una lejana, entre el presidente Marcelo de Alvear y su vice Elpidio González y otra mucho más reciente, entre De la Rúa y Álvarez.
Tracé esos paralelos, dado que en ambos casos se había verificado, promediando la gestión, una ruptura del partido en un caso, la coalición en otro, que los llevara a ambos a sus sitiales.
En el primer caso, Elpidio González completó el mandato de vice, aunque fuese la mano derecha de don Hipólito Yrigoyen, con quien el presidente Alvear había roto de manera irreductible (a punto tal que al final de esa Presidencia el "Peludo" la enfrentó como candidato opositor); en el otro, Álvarez renunció ante el "escándalo de las coimas" en el Senado que presidía, invocando no querer confrontar desde ese cargo con De la Rúa, poniendo en riesgo la gobernabilidad del país.
De allí que la reacción -que más pronto que tarde llegaría y llegó- de la Presidenta de la Nación de cancelar un viaje al exterior para eludir el trance de dejar el Poder Ejecutivo en manos de un opositor parece razonable desde la lógica política más elemental y la reacción del Ing. Cleto, una muestra de cinismo de altísimo vuelo.
Hay que decir además lo obvio: quien decidió apartarse del proyecto fue el Vicepresidente cuando aquel "voto no positivo". Guste o no, había coherencia en esa medida de gobierno con el proyecto de los Kirchner e insisto, ha sido el Ing. Cleto quien defeccionó de esa propuesta manteniéndose en un lugar que ya no le pertenece por más que -en otra demostración de refinado cinismo- alegue que ha cosechado tantos votos como la Presidenta por haber compartido con ella la fórmula.
Recién me empapo de las reacciones de los actores ajenos a este lamentable sainete y para mi sorpresa coincido con la Dra. Carrió, quien esta vez ha dado en el clavo, justificando -según se mire- el temperamento de la Presidenta de no afrontar la gira china.
Termino con una conjetura y un recuerdo.
Cuántas humillaciones habrá soportado el Ing. Cleto durante la campaña electoral de 2007, ese hombre que ahora ve que tiene al alcance de la mano la Presidencia, siendo que a poco de esa traición a la coalición que integró una vez que hubiera traicionado a la UCR que en tal virtud lo expulsó "de por vida", partido cuyos dirigentes -encuestas en mano- lo reciben nuevamente como al hijo pródigo.

Lo recuerdo en los días finales de esa campaña, pronunciando un discurso, que me gustaría repasar, que da cuenta de la hechura del personaje.

Decía el candidato Cleto -con modestísima oratoria- que la garantía de que los Kirchner apostaban a genuinamente a la "Concertación" era que "no nos necesitan a nosotros". Quería decir, que al no traccionar votos y auparse a la avalancha K, el gesto de llamar a radicales como él era magnánimo y daba cuenta de la generosidad de su líder.

No lo olvido. Las cámaras enfocaron al matrimonio. Cristina -idéntica a sí misma- no pudo contener un mohín, no sé si se mordió el labio inferior o arqueó los ojos con mueca irónica. Kirchner, contuvo la risa.

¡Qué boludo!, habrá pensado el entonces presidente.
Y el boludo te cagó Néstor, como me decía mi Viejo.