lunes, 25 de enero de 2010

Los dilemas de un intelectual honesto.


Carlos Altamirano publicó hace unos años un trabajo consagrado a la vida del ex presidente Arturo Frondizi, una de las figuras más complejas de nuestro pasado reciente.
En: "Arturo Frondizi o el hombre de ideas como político", aparecido en el marco de la atractiva colección: "Los nombres del poder" (Fondo de Cultura Económica, 1998), Altamirano, desde el título mismo, anticipaba el nudo de su ensayo: reflexionar acerca de la relación entre la política y la intelectualidad.
Ello, por cuanto no habían abundado -ni abundarían- intelectuales que se consagrasen a la política y llegaran a la posición que alcanzó Arturo Frondizi en 1958 y desde allí, analizar las peculiaridades de esa relación como a su vez de las prevenciones en el involucramiento de los intelectuales en ese terreno.
No es este el ámbito para discurrir sobre las conclusiones de ese trabajo, sólo lo evoco para introducir el tema que en este caso me importa, cual es, la relación actual de los intelectuales con la política y con el poder, que huelga aclararlo, no son la misma cosa.
Por razones en las cuales tampoco habré de extenderme, la política o el compromiso político de los intelectuales con determinada alternativa o espacio político son excepcionales o en su caso a plazo fijo: concedido en un contexto determinado (por caso, una campaña electoral) y retirado bien pronto.
Sin embargo este gobierno, o en verdad la propuesta política iniciada en 2003, presenta la particularidad de un respaldo sostenido en el tiempo de un grupo de intelecuales de notable prestigio y considerable heterogeneidad.
Congregados en espacios como "Carta Abierta" o convocados ante una alternativa dirimida en estos tiempos, coincidieron históricos del pensamiento peronista, ideólogos de propuestas revolucionarias de los '60 y '70, espadas de un "gorilismo" intelectual de izquierda, igualmente lúcido y popular.
Nadie puede, sin caer en la temeridad, inferir que tales apoyos (por caso los de David Viñas o Roberto "Tito" Cossa) nacieron de la compra de esas conciencias por parte del sector político tributario de esos avales.
Se compartan o no, se decidieron, sin duda de la advertencia de su parte de los intereses que se desafiaban, como de los riesgos que suponía su derrota.
De esos intelectuales uno de los más atacados ha venido siendo José Pablo Feinmann.
Tengo noción de él, desde muy chico, dado que en mi casa, a partir del '83 se compraba la revista Humor, de la cual Feinmann era columnista.
Se proponía -lo advierto ahora que releo esas páginas- un contrapunto entre él y Enrique Vázquez, éste respaldaba el proyecto del presidente Alfonsín, aquél lo denostaba con acidez.
De allí que en casa no se lo quería a Feinmann. Recuerdo las puteadas de mi Vieja cuando se atragantaba con algún estilitazo agudamente infligido desde esas columnas al gobierno alfonsinista.
Más adelante, di con "Filosofía y Nación", un trabajo que me marcó desde su escritura, su mirada y ante todo su honestidad intelectual.
Porque eso es ante todo José Pablo Feinmann: un intelectual honesto.
Que podrá pifiarla, podrá exacerbar alguna crítica o arrepentirse de determinada postura en favor de tal o cual iniciativa o alternativa, exponiéndose a ello, determinándose en esa exposición.
Hay que leer los fascículos que domingo a domingo publica en "Página/12" acerca del peronismo. Es una escritura desordenada, desprolija desde todo lo que pone Feinmann en eso que escribe.
Porque detrás del peronismo que cuenta, describe, elucubra, hay mucho dolor colectivo y personal. Pueden adivinarse -ni falta hace- demasiadas ausencias íntimas nacidas de la adscripción a ese movimiento político que con tanto esfuerzo Feinmann disecciona domingo a domingo.
Se lee en esas entregas coraje y honestidad intelectual, además de una enorme generosidad desde una constante exposición ideológica y personal.
Porque Feinmann se expone, como dije.
Lo recuerdo en una edición de "TVR". La calentura que tenía al ver el resumen televisivo que se ofrecía y cómo la manifestó a contrapelo del temperamento condescendiente que prima en los invitados a ese programa.
Esto viene a cuento, porque de unos meses a esta parte lo castigan mucho a Feinmann. Le dan duro, no sólo por lo que reseña acerca del peronismo, sino por su pertenencia al espacio político que lidera la presidenta Fernández.
"Alcahuete del poder", le espetó Luisito Majul desde una columna del diario "Perfil". Ceferino Reato, con más nivel y desde esas páginas, mediante una venenosa cita de Max Weber lo acusó de coincidir con el gobierno nacional para participar del "botín" que se acumula.
Cierto es que a Feinmann lo prestigian esa clase de adversarios, aunque irrita advertir cómo hace carne en cierto sector la idea de que quienes apoyan al gobierno nacional lo hacen para estar cerca del "poder", sin aclarar por cierto que es "poder político" y por tanto pasajero. Que son ellos (Luisito, Reato, don Joaquín y tantos otros) los que tributan al "poder real", que por cierto no cesará en 2011.
Yo escribo para desahogarme, pero Feinmann tiene muy claro todo. Sabe lo que le espera cuando este proyecto deje el "poder político" y sin importarle escribe y dice lo que le parece que debe escribir y decir.
Lo intuyo al evocar su obra misma.
En el guión de la película "Eva Perón", de su autoría, Feinmann reúne a Evita y Discepolín. Los dos estaban muriéndose -de hecho la escena transcurre en el dormitorio de ella- y el poeta va a visitarla, entre otras cosas para compartir con la señora las angustias que vivía.
A Discépolo no se le perdonaba su adhesión al peronismo, en especial su intervención en la Radio del Estado (controlada por el gobierno peronista) del espacio "¡A mí me las vas a contar!", donde el poeta refutaba a la quintaesencia del "contrera" al régimen: "Mordisquito".
Eran filosísimos esos monólogos de Discépolo, por caso le decía a su mudo interlocutor cosas como ésta: "Antes te quejabas porque no había leche y porque tus hijos veían la nata por turnos. Ahora te quejás porque no hay té de Ceilán. ¿Quién te entiende a vos? No tenés té de Ceilán, pero ahora tus hijos van con la vaca a la escuela y te quejás".
Y los contreras echaban espuma por la boca.
Lo cierto es que en el guión de Feinmann, Discépolo le plantea a Evita que sus amigos habían dejado de frecuentarlo, que lo amenzaban por teléfono, que le enviababan correspondencia con sus discos destrozados, que lo odiaban a causa de sus monólogos. Y que les reconocía algo de razón a quienes observaban que no había sido democrático que el tal "Mordisquito" no tuviera voz, que sólo él pudiese hablar en ese segmento.
Evita lo sacó cagando.
Le hace saber que ese gobierno era una revolución y que las cosas eran así. Cierra la escena -una Esther Goris insuperable- diciéndole algo como: "Andate Arlequín, andá y morite en paz que no te equivocaste".
Decía que yo creo que Feinmann está tranquilo.
Sabe que no se equivocó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario