viernes, 1 de enero de 2010

Pino: La Nube

"Si te dicen: ‘puro teatro’, no lo creas, no lo creas, realidad. Alegrías y desdichas este tiempo en la ciudad. Si te dicen: ‘¡imposible!’, no lo creas, no es verdad. Todo sueño es posible, si lo quieres y lo haces realidad. Diga no, yo digo no, todo no puedo perder, diga no, dígale no, a lo que no hay perder", canta al principio y al final de la última ficción estrenada por Pino, el cantante de tangos Luis Cardei, quien al igual que el Polaco Goyeneche en “Sur”, en “La Nube”, hace de Cardei.


Víctima de una enfermedad degenerativa, que le hacía todo demasiado difícil, a Luis Cardei la fama le llegó tarde, pocos años antes de morir, aunque cierto es que fue un ícono del igualmente moribundo tango de fines de siglo XX.
Su predicamento había comenzado a mediados de los ’90 en el espacio cultural de la librería “Gandhi”, donde lo propuso Elvio “Tano” Vitali (animador de ese lugar, militante de la Tendencia peronista en los '70, con exilio mexicano posterior y prematuramente muerto de esa enfermedad implacable que viene ensañándose con los militantes queribles y necesarios), para causar un impacto considerable en la adocenada oferta cultural de los años que “La Nube” testimonia.
Hay una diferencia central que marco –y no será la única- entre la intervención de dos cantores de tangos en las producciones de Pino: nada tienen en común “Amador” de “Sur”, quien aún desde ese momento de desesperación presentaba alguna nota seductora y el tenor que juega Cardei en “La Nube”, quien deliberadamente carece de todo encanto ajeno a la conmiseración que el personaje transmite.
Por caso, en la película deben internarlo en un loquero, del cual no quería salir, ante la desolación que se le presentaba afuera.
Sin embargo, cuando accede, entre los extras que lo despiden del manicomio, se reconoce a Horacio González, intelectual de ese peronismo que leído entonces como imposible, cuyo lugar en la denuncia de Pino, no podía ser otro.
Basada en la obra: “Rojos, globos rojos”, autoría de quien juega el papel central (el inmenso Raúl “Tato” Pavlovsky), cuenta la historia del teatro alternativo: “El Espejo”, instalado desde hacía tiempo en terrenos del ferrocarril, urgido ante un desalojo, fruto del proyecto del gobierno nacional instalar allí un shopping.
Allí el conflicto, en una triste Buenos Aires donde siempre llovía y buena parte de sus habitantes eran denominados: “cangrejos”, porque caminaban hacia atrás.
Dice Pino:
Quiero contarles que La Nube se desarrolla en el escenario de una ciudad donde llueve desde hace más de 1600 días, la vida transcurre normalmente mientras algunos retroceden y otros avanzan.
El film narra los esfuerzos, alegrías y desventuras de un grupo de actores que defienden su viejo teatro independiente a punto de ser vendido. Están acosados por los problemas cotidianos y sus propios conflictos: el amor, la soledad, la búsqueda de empleo, la creación, el reclamo de justicia, la espera. Son escenas que pasan del escenario a la vida y de la vida al teatro. Entre la esperanza y la resignación, los personajes resisten con dignidad el retroceso de los tiempos nublados. El espíritu que los sostiene está impregnado de fidelidad a sus principios y a todo aquello que no quieren perder.
Por último, quiero decir que junto a decenas de técnicos y artistas hemos realizado este esfuerzo por un cine que busca desde la reflexión, la ironía y el humor pensarnos como sociedad. La Nube fue hecha desde la pasión y ahora es de ustedes.”
Es, al igual que “El Viaje”, una película que transmite una idea de derrota y retroceso propular desde la ausencia de una esperanza, siquiera modesta, como la que se proponía en “Tangos...” y en “Sur”, cuando arriesgaba aquello de que era tan horrendo lo que se dejaba atrás que lo que se intentaba en tiempos de la transición debía ser necesariamente mejor.
Pero este Pino es el que ya ha vivido la experiencia frustrante de la actividad política en tiempos del menemato, de su fallida asociación política con “Chacho” Álvarez en el Frente Grande, el que aún guardaba los recuerdos amargamente insoportables de la Convención Reformadora de la Constitución del ’94.
En resumidas cuentas: todo era abyecto en ese país asolado, en este caso por políticos funcionales al esquema destructivo de la última dictadura que ante lo inevitable (en este caso, el desalojo de un teatro) ensayaban un consuelo ante esa avalancha “modernizadora”, que arrasaba todo, a la que se oponían resistencias individuales y épicas.
Por caso, uno de los personajes más golpeados es el de un poeta anciano (Franklin Caicedo) que se hundía en la miseria y debía desprenderse de sus cosas para sobrevivir, a quien la “Justicia” le reconoce una deuda, pero a la vez le hace saber no le sería pagada: “por falta de fondos”.
Y el Viejo, luego de que se le propusiera desde la Secretaría de Cultura un premio honorífico, harto de todo, se muere.
“La Nube” no es el fin.
Es apenas, el fondo profundo que un país asolado tocaba.
La crisis de ese sistema nacido a mediados de los ’70 la vería Pino a finales del gobierno de un Presidente inconcebiblemente estúpido y allí comenzará una nueva etapa de su carrera que decidirá su vuelta a la política, anteúltima estación de este recorrido que se me ha hecho demasiado largo.

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