miércoles, 6 de enero de 2010

El absurdo de Ricardo.










Aunque no tenga importancia alguna, anticipo que quiero mucho a los Alfonsín.

Encontré siempre en Raúl (a quien tuve el privilegio de tratar personalmente con alguna intimidad, en el epílogo de su vida) y ahora hallo en Ricardo a gente querible, buena gente, como se autodenominó el propio Raúl al final de esa vida intensa que trajinó.

No me cabe duda que Raúl lo fue, que Ricardo lo es, a quien se le nota, dicho esto sin un ápice de sarcasmo.

Creo que es condición esencial de todo dirigente político democrático reunir esa cualidad dado que me resulta inadmisible que quien pretenda representar o conducir un colectivo tan vasto –megalomanía al margen- pueda adolecer de un sentimiento de generosidad y entrega filantrópica, que constituye, a no dudarlo, un cariz de bondad.

El preámbulo nace de la opinión que sigue, muy crítica de Ricardo a quien (y no lo reitero más para que no se me malinterprete) quiero bien.

Me pregunto ante todo y esto va dirigido a mis correligionarios, dado que aún a pesar mío sigo siendo radical: ¿con quiénes te andás juntando Ricardo? ¿Quiénes son tus interlocutores actuales que te han dejado tan mareado como para polemizar con Estela de Carlotto, en el programa de Mauro Viale un par de noches atrás?

Me indigno al suponer, y dudo mucho equivocarme, que excitados ante la posibilidad de echar por tierra al proyecto gobernante, oscuras, inmundas aves de rapiña andan sobrevolando a los radicales que, por esas cosas de la vida, han vuelto a ser taquilleros electoralmente hablando.

Y tal vez no esté mal tratar de seducir a quienes han despreciado con igual o mayor pasión tanto a radicales y peronistas de pelajes varios, sólo que advierto que en ese juego no hay que marearse.

Que hay que reconocerlos siempre, invariablemente como opositores francos, intransigentes, de todo lo bueno que ha traducido y traduce hoy, por qué no, el partido de Alem y de Yrigoyen.

Decía que en el set de Viale (ese programa que entrevista a todo el mundo, apelando a primeros planos asfixiantes, por momentos), un par de noches atrás se cruzaron Estela y Ricardo.

La Presidenta de Abuelas, con su prédica, en este caso orientada a alcanzar la verdad en el caso de los hijos de la señora Herrera de Noble, recordó las circunstancias del hallazgo –o la entrega en realidad- del cuerpo de su hija y la incertidumbre por el paradero de Guido, su nieto. No entiendo por qué extraña razón, en casi todos los ámbitos al que se la invita, Estela debe relatar ese calvario e infiero, a su manera, revivirlos.

Y Ricardo la cruzó. No sé por qué carajo la cruzó, de una manera tan absurda, tan torpe.

Una vez que Estela contó su historia, Ricardo salió con lo de Rucci. Censuró el crimen de Rucci.

Repito: ¿con quién te estás juntando, Ricardo? ¿Quién te calienta la cabeza para que la cruces a Estela con el crimen de Rucci, cuando lo que se trataba (nadie a esta altura que no proponga una reivindicación del terrorismo de Estado lo desconoce) era otra cosa?

Aclaro que a poco de decirlo, se arrepintió, Ricardo. Porque aunque se enojó con él, Estela advirtió la boutade e incluso le hizo la broma de decirle que si pensaba así no lo votaría para Presidente. Recordó, además, el cariño de ella y su familia por él y por su padre, que incluso su marido estando preso pensaba huir y refugiarse en la casa de los Alfonsín, donde suponía lo iban a albergar.

Y todo terminó con maneras (digamos) amables, mérito excluyente de Estela.

Cuando algo me duele, me jode en serio, me desordeno y aclaro seguidamente -aunque oscurezca- algo de lo que venía esbozando.

Coincido con José Pablo Feinmann (en su imperdible retahíla que propone desde sus fascículos sobre el peronismo los domingos en Página/12) que es de libro últimamente, que cuando se recuerda (y nunca será suficiente) los años del terrorismo de Estado, todo aquel que solapadamente busque justificarlo, recuerde los crímenes perpetrados por los grupos políticos identificados con las alternativas más extremas vigentes en el país antes de 1976.

Y especialmente, tal vez porque apela al sentimiento de muchos peronistas de bien que lamentaron esa muerte lamentable, se recuerda el asesinato de José Ignacio Rucci a las 48 horas del triunfo electoral de la fórmula Perón-Perón, en septiembre de 1973.

Pocos -ninguno, creo- justifica hoy esa muerte, como si alguna pudiese reivindicarse. Fue un crimen atroz, como tantos otros de esos años inconcebibles.

Ahora, insisto en que cuando se lo recuerda al evocar al terrorismo de Estado, se plantea una suerte de "empate" entre las dos violencias de signo opuesto que a la larga, sino justifican, morigeran la criminalidad de los acaecido en el país desde 1976.

Aclaro que el propio Ricardo, mortificadísimo en el programa que evoco, dijo claramente que no podía haber comparación alguna entre esas dos violencias porque "nada peor" había que el terrorismo de Estado, pero el daño estaba hecho. Digo, la traducción de la prédica de los reivindicadores de la dictadura estaba allí.

Como lo está en el escriba de Fontevecchia, Ceferino Reato, cuando publica un libelo que nace para decir lo que ya se sabía y recordar que no sólo los militares mataban sino también los Montoneros, cuyos cuadros políticos -según rezan afiches periódicamente empapelan la ciudad de Buenos Aires- integran este Gobierno.

Porque se está apelando, no ya desde sectores inaceptables desde su perfidia política y humana, encarnados entre otros por la señora Pando de Mercado, sino desde otros de otro cariz, que aunque enfrentados enconadamente al gobierno vienen a presentar posiciones democráticamente indigeribles.

Como botones de muestra propongo la defensa encendida de la venerable Dra. Elisa Carrió a la señora Herrera de Noble ("sus hijos son nuestros hijos"), las denuncias rocambolescas del senador Morales a la dirigente jujeña Milagro Sala.

Pero vos Ricardo, no. No merecés estar en ese lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario