viernes, 1 de enero de 2010

Pino: El Viaje y La Nube

Postales del menemato, las dos últimas ficciones que estrenó Pino (quedó incluso en 2001 el film: “Afrodita, el sabor del amor”) proponen relatos que expresan una realidad que, aunque distinta de las ofrecidas por las dictaduras que venía denunciando desde los primeros años de su producción, le producía un rechazo parejamente visceral.
Si en “La Nube” hay un desconsuelo demasiado hondo, del que me ocuparé, en “El Viaje” (producida en 1990, estrenada en 1992) el sentimiento es de un horror espantoso ante el desmantelamiento de lo (poco) bueno que aún quedaba de los años felices.
En “El Viaje”, Pino cuenta la historia de un adolescente (jugado por Walter Quiroz), que decide abandonar su Ushuaia natal para emprender un trayecto a través de Latinoamérica, con Oaxaca, México, como destino final, en búsqueda de su padre biológico.
Escapaba del marido de su madre, de ella y de una ciudad que lo asfixiaba.
En el colegio secundario (el Penal de Ushuaia, ambientado no sin cálculo por Pino) se derrumbaban las paredes y en especial los retratos de los próceres. Un celador le avisaba al rector de ese reformatorio: “se nos cayó Saavedra” o “se desmoronaron Belgrano y Monteagudo” y al momento de intentar colgar los cuadros (enormes, horribles) se escuchaban las estampidas de las nuevas caídas.
De ese infierno se evade el personaje de Quiroz y comienza un recorrido en cuyo contexto se topará con tantos otros.
El paralelo con la posterior “Diarios de Motocicleta” es invitación demasiado tentadora, aunque en el tono de la película de Pino radica en que en aquella, el personaje de Ernesto Guevara se conmueve por lo que ve y reacciona consecuentemente, en esta el protagónico de Quiroz aunque conmovido, parece demasiado encorsetado en el cinismo de la época que imponía que las cosas debían ser de esa manera, ante el recuerdo demasiado presente de lo que les había sucedido a quienes habían querido torcer ese sino predestinado, una o dos generaciones más atrás.
Así se topa el adolescente con una región denominada “New Patagonia”, que había pertenecido a la Argentina, pero que el presidente “señor Rana” había enajenado a los ingleses; llega a una Buenos Aires inundada, donde visita a su abuela (Juana Hidalgo) reciente viuda de un resistente de la “inundación” (Nathán Pinzón, despedida de ese gran actor argentino).
Resistencia simbólica, desde su soledad: lo recuerdo sobre un bote, megáfono en mano alertando acerca de los latrocinios del presidente "Rana" sin eco alguno, menos aún en su cuñado (una vez más, Fernando Siro, en un papel a medida) que se entusiasmaba ante el loteo de los terrenos anegados, por considerar que era la oportunidad de proponer a Buenos Aires como “la Venecia del sur”.
Guiado por un botero, recorre la ciudad bajo el agua viéndose reflejados los edificios emblemáticos de Buenos Aires. Llegan al edificio del Congreso, desde cuyas escalinatas un fantoche con patillas, acento riojano y patas de rana anuncia esa calamidad como una ventura nacional, con el aplauso de un séquito de alcahuetes trajeados.
Más adelante (la película dura más de dos horas) recorre el joven Quiroz la región y donde llega se encuentra con postales parecidas, hasta el reencuentro final con su padre, que si no me equivoco sino fue fallido, fue poco tranquilizador para el protagonista, profético de los tiempos que se venían.
Recuerdo que en un reportaje en la revista “3 Puntos”, el historiador Tulio Halperín Donghi, quien a lo largo de su producción historiográfica supo ser considerado y hasta amable con ciertas experiencias tributarias de los sectores dominantes de la economía, dijo –no por nada- que la película le había parecido “horrible”, juicio que lejos estoy de compartir, aunque anoto cierta ligereza discursiva en contraste con las otras películas de Pino, fruto quizás, de un sentimiento de extrañamiento y desazón demasiado evidente.
En “La Nube”, Pino está más contrariado todavía.
Vuelto de la amarga experiencia que para él significó su sociedad política con Carlos “Chacho” Álvarez y tras la durísima derrota de su arriesgada candidatura presidencial de 1995 –que dio la reelección al “señor Rana”- Pino se refugia en el cine.
Propone “La Nube”, de la que me ocuparé en la próxima.

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