viernes, 1 de enero de 2010

Pino: El Exilio de Gardel



“Tangos: el exilio de Gardel”, una joya de Solanas, con un tono bien distinto al impreso a “Los Hijos de Fierro” que había sido filmado con el estilo y la temática del “Grupo Cine Liberación” (en cuyo contexto se gestaron: “La Hora de los Hornos” y esas conversaciones con el General Perón en Madrid que Diego Capusotto parodió tantas veces: “Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder”, sobre las cuales volveré).




La propuesta de Pino en “Tangos…” trata un asunto que no le era en absoluto extraño: el exilio argentino (porteño en rigor) durante la última dictadura militar.




Desfilan personajes entrañables, sobre los cuales de alguna manera volverá en “Sur” (1988), que expresan el dolor infligido por el exilio sin distinción de edades.



“Juan Dos”, jugado por Miguel Ángel Solá, de unos 40 años, intenta elaborar a lo largo de la película la producción de una “tanguedia”, mezcla rara de tango-tragedia-comedia, que no puede completar y en vano espera que “Juan Uno” quien –aunque igualmente perseguido por los criminales del terrorismo de Estado- no pudo abandonar Buenos Aires, lo ayude en esa tarea.



Quien tampoco puede asistirlo debidamente en ello es Philippe Leotard, director teatral francés, que quiere bien a “Juan Dos”, pero de quien lo separa una barrera cultural cuasi infranqueable.



Esa búsqueda la encara con su circunstancial pareja, "Mariana", actriz perseguida y madre de una bellísima Gabriela Toscano, cuyo marido había secuestrado en Buenos Aires al inicio de la represión militar.



En ese derrotero "Juan Dos" y "Mariana", son asistidos por espectros que les dan aliento en esa hora tan difícil: Discepolín y Carlitos, se le aparecen y les ofrecen: “Anclado en París”), mientras Gabriela Toscano, esa chica de menos de 20 que acompaña a su madre en ese calvario de exilio parisino, hace lo que puede y representa a su vez la esperanza del realizador en aquel presente contradictorio durante el cual se filmó la película (año 1986, cénit alfonsinista). Nada podría ser peor al infierno que se abandonaba.





Otro personaje central de la película es "Gerardo", un intelectual maduro, de cuya hija y nieta (Marta y Martita), nada sabía desde que las secuestraran en Buenos Aires.


Su intérprete es un tótem de nuestro cine, el inolvidable Lautaro Murúa.


Es tan tierno ese personaje, su sufrimiento, su pena son de una dignidad sin fisuras.


Al principio de la película (escamoteo de su preocupación central, insoportablemente cruel) se lamenta por el destino de su biblioteca y sus libros. Aterido en una estación de tren, con su compañera de siempre y fumando un pucho tras otro, se indigna ante la incertidumbre de los veinte mil libros y documentos juntados a lo largo de cuarenta años.


Visita la última morada de José de San Martín, quien al final de la película, se le aparece para darle ánimo, exigirle que no aflojara ("no nos va a dar un disgusto", le previene el General; "es que ando muy pobre, muy cansado", opone "Gerardo" en ese diaólogo conmovedor) aunque todo sugiere que el Viejo Gerardo se muere de pena.


Desde su escepticismo, "Gerardo" es el más lúcido de todos, conoce íntimamente que no se sabrá nunca nada más de su hija y nieta (no impide un viaje inútil de su esposa a Buenos Aires, pero opone reparos), reconoce a su vez lo irreparable del daño infligido por la dictadura (cuando persuade a "Mariana" de que lo mejor es quedarse en París, dado que en Buenos Aires nada era, ni sería, como antes), sobrevive como puede.


Como contracara a la dignidad de "Gerardo", Pino se ensaña con rigor y justeza con los represores, de una imbecilidad patética, como aquel funcionario de la embajada argentina en París (Tato Pavlovsky) que provoca un escándalo en la fiesta de fin de 1979, cuando enfrenta a "Mariana" a los gritos, al presentar al terceto de "Juan Dos" y referir al "exilio de Gardel". Todos ríen de su patetismo.


Tanto amor a la vida, a la gente y por sobre todo a esa Buenos Aires inexistente a la que todos quieren volver y no pueden.


Dice mucho de Pino su película, quien incluso, actúa en ella. Lo escuché en un reportaje, por caso, confesar que lo preocupaba mucho en París el destino de su archivo, de sus libros, lo mismo que le pasaba a ese Viejo lastimado y digno que jugó Murúa.


Toscano, con una mirada tan triste como hermosa repasa su exilio y su presente de entonces y concluye la película afirmando: “No hay mal que dure diez años”.


Que así sea, Pino.

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