jueves, 31 de diciembre de 2009

Pino: Los Hijos de Fierro



"La patria se forma en primer término por hombres, y no pueden ser el campo, ni la maquina, ni el dinero, factores que se sobrepongan al hombre, que es quien sufre y trabaja; y sin el cual ni los campos, ni los ganados ni el dinero, tienen valor.”


El extracto (tan vigente en estos días) es de la conferencia que diera en agosto de 1944 el entonces Coronel Perón, leída por el personaje “El Negro”, jugado por Juan Carlos Gené, en la película “Los Hijos de Fierro” de Pino Solanas.





La escena transcurre en un sindicato, en los años duros de la resistencia peronista a las sucesivas proscripciones y persecuciones abatidas sobre el entonces General Perón y sus seguidores. Gené (“El Negro”) pronuncia con entusiasmo, con delectación, ese texto tan peronista, tan dirimente del cariz humanista de ese movimiento impuro, contradictorio, vivificante, revulsivo, genial, épico, imposible que es (y sigue siendo) el peronismo.

Como dije, ando algo contrariado con Pino por estos días y siendo mi aprecio y admiración hacia él enormes, desoigo ciertas declaraciones actuales suyas y me refugio en su obra.

Parte de su obra, en rigor, porque con ese genio tan suyo, no permite la comercialización o emisión de películas suyas que hace tiempo no reveo y revería cotidianamente (“Tangos: el exilio de Gardel”, “Sur”, “El Viaje”, “La Nube”, entre otros). Pino es así y habrá que esperar a que se digne a editar esos testimonios cinematográficos tan bellos, tan honestos, tan oportunos, para mi deleite íntimo.

En esa comercialización en cuentagotas, “Página/12” ofreció hace unos años: “La Hora de los Hornos” y más adelante: “Los Hijos de Fierro”, experiencia que genera un sentimiento de una tristeza demasiado profunda, paradójicamente, tal vez, a causa del tono esperanzador que propone.

Al inicio y al final, la primera y la última escena muestran una humilde comparsa suburbana, que al son de bombos justicialistas, canta, baila, hace flamear sus banderas, como festejo del final de un tiempo de persecuciones y proscripciones. Volvía Perón, tras 18 años de exilio y la dicha popular se había alcanzado; los pobres, los laburantes, los grasitas, recuperaban la alegría de ese tiempo feliz vivido o imaginado, abruptamente interrumpido en 1955.

La pena, obvio resulta, radica en la comprobación ulterior de ese error de cálculo, en el que tantos a caballo de la ilusión y la buena fe, cayeron.

Por caso, uno de sus intérpretes, Julio Troxler, durante el rodaje del film sería acribillado en un callejón de Villa Soldati a manos de los sicarios de José López Rega, durante el gobierno de la viuda de aquel General, cuyo retorno celebraba la película que lo tuvo por protagonista.

La película traza un paralelo entre la obra de José Hernández y sus personajes, con la etapa que siguió a la caída del segundo gobierno de Juan Perón, quien representa el papel del propio Fierro. Las masas populares que encarnaron la resistencia de esos tiempos con precisamente sus Hijos, el mayor (Troxler), el menor (Antonio Ameijeiras) y “Picardía” (Martiniano Martínez) son legatarios al inicio del film de manos de Fierro que marcha al destierro de las banderas de su movimiento: soberanía política, independencia económica y justicia social.

Otros personas son: la esposa del Hijo Mayor (Lili Mazzaferro); Cruz el amigo de Fierro (Arturo Maly), el inefable “Viejo Vizcacha” (Jorge De la Riestra), en este caso, interventor de los sindicatos en tiempos de “La Libertadora”.

La relación no es gratuita, su resultado, eficaz.

Se propone un relato, sino minucioso, comprensivo de los momentos salientes de la etapa: la intervención y recuperación de los sindicatos por parte de los dirigentes peronistas (“Pardal”, es el líder sindical que luego se enfrentaría por la conducción del gremio con “Picardía”, mediante elecciones amañadas, dirimidas en un partido truco durante el cual invariablemente ligaría "Pardal" el ancho de espadas, con relato de Alfredo Zitarrosa); el retroceso de las conquistas sociales conseguidas por los trabajadores en las fábricas, hecho de humillaciones, alcahuetes, controles policiales y por fin, despidos; las torturas policiales en tiempos del “CONINTES”; la cárcel de los Hijos (el Mayor, por todos); el fallido retorno del exilio de Fierro; el atentado contra Augusto Vandor (a “Pardal” lo acribillan a balazos); la derrota de Lanusse (“El Comandante”); los fusilamientos en José León Suárez y en Trelew; la radicalización de la militancia juvenil e infantil, incluso.

Perón-Fierro es una suerte de eminencia omnipresente que desde el exilio guía -institivamente por sobretodo- a los Hijos desamparados.

Dijo Pino: “Traté de conjugar lo individual con lo colectivo, lo testimonial, con lo fantástico, lo histórico con lo mítico, narrándolo a través de imágenes que tuvieran en sí mismas el valor de un verso. Los 'Hijos de Fierro' no es otra recreación del Martín Fierro, sino una paráfrasis del mismo. Conservando su esencia y su mitología, pero interpretándolo en términos históricos. El protagonista no es ya un héroe individualista y de derrota, sino un personaje colectivo y organizado: la clase trabajadora urbana, las grandes mayorías nacionales, los hijos de Fierro”.
El tema, se dijo, es la “Resistencia”, su filmación en blanco y negro propone y ahonda la mirada de dulce melancolía, su texto, en verso: “Asambleas y convenios, conflictos, paros denuncias, todos los días se anuncian y también lo que siente es impotencia en la gente (…) El pueblo en la resistencia fue lealtad y fue paciencia y mantuvo su cohesión. ¡Qué tiempos más despiadados, con victorias y fracasos!

La película terminó de editarse en 1975. Troxler –y otros tres intérpretes- habían sido muertos ya por las bandas parapoliciales al servicio de Isabel Perón; otros tantos (Gené, Mazzaferro, el mismo Pino) rumbeaban al exilio, por lo que su estreno en 1978 fue en el Festival de Cannes, en tiempos de la noche más oscura de la represión estatal a los destinatarios de la obra.

Por todo ello, tal vez, el mensaje es especialmente revulsivo y tocante; nadie pudo (sin proponérselo, quizás) retratar con tanta ternura el aborto cruel, inesperado, expeditivo de la esperanza de los bailarines de ese corso humilde de la primera y última escena.

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