Susana Giméndez completa el terceto de celebridades que decidieron ponerle el pecho al clima de inseguridad reinante que acosa la tranquilidad y la psiche de buena parte de nuestra bienpensante sociedad porteña, hace un par de meses.
Comparte con Doña Mirtha Legrand, no sólo una constancia digna de ponderar en el reclamo de “más seguridad” –sobre lo que me explayaré- sino también aristas que merecen ser destacadas en cuanto a sus respectivas carreras artísticas.
Nunca fue muy buena actriz que digamos, la Su.
No la vi en teatro, por lo que no la juzgo, pero sí en el cine. Una vez más, evoco el canal “Volver” (que parece que corre riesgo de “desaparecer” a manos de la dictadura K, tal como vaticina la dama que en un spot publicitario recorre los pasillos del archivo de esa señal), donde sábados pasados daban una película por varios motivos hilarante: “He nacido en la ribera”. El protagonista masculino, Arturo Puig (Miguel Notari), era la promesa del Boca Juniors de los primeros ’70 y se extraviaba a manos de una modelo que representaba una marca de jabones de tocador (papel jugado por la Su). Miguel, un pibe de barrio que le “debía” el título secundario a papá Notari (interpretado Luis Tasca), tenía una barra de amigos heterogénea desde la edad, por lo menos, integrada por Eddie Pequenino, Fidel Pintos, Santiago Bal, Gino Renni y un tal “Greco” (que parece que era famoso en ese tiempo y canta y baila a lo largo de toda la película), presa de la seducción de ese minón, el Nene Notari empieza a dejar las prácticas del club, trasnocha, fuma y bebe demasiado. Todo se pone peor cuando la diosa le exige cambiar de barrio (porque como sugiere la película, Notari había nacido y vivía aún en la ribera, en un conventillo de la ribera, para más datos). No llegué al final, por lo que no sé si el Nene Notari siguió a la diva a Palermo chico o se decidió por el fóbal, la barra de amigos, la Vieja y don Notari.
Lo cierto es que Su no descuella en esa película, ni lo haría en tantas otras que filmó, con un par de excepciones: su protagónico en “La Mary” (dirigida por Tinayre, nuevo punto de contacto entre las celebridades que se evocan), punto de partida de una relación demasiado intensa que la Su con Carlos Monzón. Dicen que dicen que, tal vez por no ser actor, a Carlos se le iba la mano en las escenas calientes de esa película y que en un par de ocasiones (o más), parece que ambos protagonistas la siguieron sin cámaras, asistentes ni director. No etuvo nada mal, hay que reconocerlo, en su logradísimo rol de falso travesti en “Mi novia el…” con Alberto Olmedo.
Aunque el predicamento actual de la Su, nace de su programa de televisión, que supo ser cotidiano, y que nació (pocos lo recuerdan) en el ATC alfonsinista, allá lejos, en 1987. Al igual que la viuda de Tinayre, la Su, detesta a los K, aunque supo ser complaciente con todos los gobiernos con los que coexistió su programa: confesó haber votado a Menem en 1995 –como si hubiese hecho falta-, quiso darle una mano al inayudable Fernando de la Rúa cuando renunció el Chacho Álvarez en 2000, e incluso fue amable con Eduardo Duhalde. Esa tarea, además de redituarle popularidad y predicamento, contribuyó a que pudiera amasar una fortuna considerable que, dicen, no radicó en el país, sino en paraísos fiscales o en la ciudad de Miami, en la que seguramente quiere vivir y morir.
Será porque no se siente segura en Buenos Aires.
Últimamente –a principios de año, creo- indignada por la muerte de un amigo suyo abominó de los “delincuentes”. Dijo: “el que mata, tiene que morir”, además de despotricar contra los “derechos humanos de los delincuentes”. Ahora, como señala Polimeni, vuelve sobre este tema que tanto le preocupa, que es una obsesión para la Su.
Y no le resto valor a su predicamento, desde la audacia que le reconozco, siendo que la vida de la Su –sus maridos, amantes, novios, acompañantes ocasionales- está plagada de delitos y de delincuentes. Que ella misma tuvo que enfrentar –con discutible dignidad- un entrevero difícil: aludo a aquella vez en la que escondió un Mercedes Benz debajo de una montaña de paja, tal vez porque era fruto del contrabando y del uso que se había hecho de un discapacitado para conseguir una quita suculenta en su precio para ingresarlo al país.
Resulta de su parte, siendo ella –habiendo sido, en verdad- autora de un delito tan deleznable quien se interrogue acerca de los derechos de los “delincuentes”, un aporte sacrificial que creo, vale la pena destacar.
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