miércoles, 30 de diciembre de 2009

Rosa María, si tú me quisieras, qué feliz sería.

Tal el nombre real de la “señora de los almuerzos”, la entrañable “Chiquita Legrand”, quien como señala la nota de Polimeni que introdujo nuestro amigo Claudio, salió a la palestra a reclamar por un grado de mayor seguridad.
O según se lea, de represión policial.
Aludo a Rosa María Juana Martínez Suárez, a quien desde 1940 cuando debutó muy jovencita en la película “Hay que educar a Niní”, donde jugó un papelito con su hermana gemela, Silvia “Goldie” Legrand –que a poco de ese debut se refugió en su intimidad-, se la conoce como “Mirtha Legrand”.
No sé si fue ella quien eligió el pseudónimo (quien sabe si hace setenta años el nombre “Mirtha” tenía onda), cierto es que a partir de ese año, la carrera de Rosa María Juana/Mirtha tuvo siempre un rumbo ascendente. Filmó 35 películas, desde la comentada, hasta su último protagónico en 1964.
Sin embargo, nunca se destacó Rosa María Juana/Mirtha/Chiquita en los papeles que jugó en el cine, tal vez la única excepción haya sido su papel principal en “La Patota” (de 1960, dirigida por su marido Marcelo Tinayre), dicen –no me consta- que era aún peor en teatro.
Lo cierto es que más allá de mis opiniones, de relevancia bien que escasa, la popularidad, el predicamento actual, de la señora radica en su permanencia (casi ininterrumpida) del programa de entrevistas que conduce a los mediodías, alrededor de una mesa bien servida y mejor regada.
Con escasas excepciones, nadie se ha resistido al convite de la señora de los almuerzos, por caso, todos los presidentes argentinos de 1983 hasta la fecha comieron y departieron con la dama (algunos en ejercicio, otros cuando habían dejado el poder, dos de ellos antes de asumir).
Todos, o casi todos, desfilaron por ese programa opinando sobre todo, o mejor dicho escuchando a la anfitriona opinar sobre todo, imponiendo su opinión, en realidad.
Comenzó sus almuerzos en 1968 –que debió interrumpir en tiempos del tercer peronismo de los ’70 y durante el mandato de Raúl Alfonsín, lo que le recriminó personalmente- y hasta los ’90 supo ser el sinónimo de la frivolidad más frívola.
Recuerdo que hace unos años la señal de cable “Volver” (la misma que según anticipa una señora mayor cariacontecida de un spot televisivo corre el riesgo inminente de “desaparecer”) emitió un programa de la señora de 1978, durante el cual entrevistaba a Susana Giménez, Ginette Reynal, Claudio Levrino y un cantante portorriqueño que era (y sigue siendo, espero) muy famoso en el comedor de su casa a la hora del almuerzo.
Todos, con excepción de Levrino, durante tres cuartas partes del programa, se dedicaron a despotricar contra la “campaña antiargentina” que cundía en Europa en esa época, cuando se fabulaba acerca de la existencia de campos de concertación en “esta tierra de paz”.
Legrand fue la más activa en la defensa del gobierno militar, destacando la elegancia y la sobriedad del “Presidente Videla”, durante la ceremonia de clausura de la Copia de Fútbol que acababa de ganar el seleccionado argentino, comentarios que eran enfáticamente acompañados por Giménez, por Reynal (tan herido estaba su sentimiento patriótico que se había costeado hasta París para participar en un desfile de modelos organizado por la embajada argentina, sede diplomática que alternaba esas actividades filantrópicas con otras a cargo de los buenos muchachos del Alte. Massera en el Centro Piloto) y desde luego por el tenor caribeño, que desmentía esa campaña tan contrastante de la realidad que había palpado en las calles de Buenos Aires.
El único que guardaba un silencio incómodo cuando Legrand perseveraba en defender al régimen de las mentiras de los conspiradores europeos (con eco en los tres comensales aludidos) era Levrino, quien intentaba –pocas veces con éxito- a derivar el diálogo al rendimiento de los jugadores en el Mundial.
Disculpándome por la digresión, vuelvo a la transformación de Rosa María Juana/Mirtha a su programa, o al nuevo cariz que tomó de un tiempo a esta parte. Se dice que la anfitriona de los almuerzos es una especie de “portavoz” de la “gente”, espetándoles a los invitados lo que la “gente” piensa. Por todos, el evento decisivo de esa constante fue cuando hizo atragantar al entonces gobernador Eduardo Duhalde, al preguntarle si era cierto que “estaba en la droga” o alguna sutileza por el estilo.
Con todo, nunca se la había visto tan resuelta a la señora como a partir de mayo de 2003, en una oposición tan frontal, tan absoluta a un gobierno.
Si es cierto aquello de que el que avisa no traiciona, hay que reconocerle a Rosa María Juana/Mirtha que esa postura enconada al régimen de los Kirchner se lo hizo saber al presidente electo y a su esposa, entonces Senadora Nacional, en esa legendaria mesa, cuando alertó acerca de la creencia de la “gente” de que “se venía el zurdaje”.
Incómodo, Kirchner la cruzó con alguna sutileza y nunca volvió a ese set de televisión. Tampoco su esposa.
Es por todo ello, que la actual cruzada en pro de un poco de orden de la venerable señora de los almuerzos no es antojadiza, arriesgada o insincera, bien lejos de ello, traduce una coherencia de más de treinta años de sucesivas indigestiones.

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